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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DESARROLLO EXPANSIVO DEL RELATIVISMO GNOSEOLÓGICO - Juan Labiaguerre

El embate derridano abarca frentes múltiples, tratando de distintos modos los respectivos campos abordados, mediante el intento de imponer algunas contrastaciones que a continuación se detallan: «metáfora»/servidumbre ilusoria del significante con relación al significado; «una problemática de la huella»/la palabra plena, cuyo logro sería la verdad; «grafema insólito de diferencia»/división entre identidad y alteridad; «estetismo de confusión de los géneros discursivos»/contraposición filosofía-literatura [i]. Una preocupación predominante invade todos los terrenos cognitivos, teniendo en cuenta que “la autonomía del representante se torna absurda: alcanzó su límite y rompió con todo lo representado, con toda originalidad [y presente] vivientes” [ii].

El objetivo fundamental contra el que arremete Derrida radica en el sistema referencial constituido por el signo, es decir “aquello por lo cual el prejuicio que divide la verdad y la falsedad accede al reconocimiento. El autor ve allí el algoritmo por el que la reformulación del problema, con el fin de evitar o bien lo arbitrario, o una cierta forma de naturalismo, debe pasar una y otra inclinación, que tienen como función inevitable hacer derivar la historicidad [iii]. Desde tal ángulo, la carencia de un sustento, extra e intradiscursivo, determinaría la indescifrabilidad de cualquier esquema criteriológico, y ello demandará la recurrencia auxiliar al ficcionalismo, a efectos de poder dar testimonio de aquella inexistencia [iv].

La seducción por el no-ser, que conlleva el rechazo hacia cualquier tipo de ontología, refleja en la obra de Derrida “una profunda desconfianza ante los atavismos de una <Razón> evaluada en cuanto instancia suprema, juez y parte en las reglas de elaboración del saber”. Al margen de dicha negatividad formal, podría interrogarse acerca de si la deconstrucción sostiene, a pesar de ello, alguna opción alternativa de reemplazo en la construcción cognitiva de cualquier campo disciplinar; de modo manifiesto, pareciera no existir una respuesta coherente ante tal cuestionamiento. Teniendo en cuenta el «recentramiento» operado sobre el terreno ficcional, en términos de último recurso, su postura conduce, indistintamente, a la autorreferencialidad o a la circularidad argumentativa [v].

A fin de eludir los obstáculos señalados por la visión derridana, conservando el eje de su razonamiento, “la supremacía de lo narrativo está obligada a no ser ella misma autofundante. La salida del logocentrismo no constituye una operación cuya simplicidad gana de golpe sobre la evidencia, [dado que] las amenazas abundan y se manifiestan en el pensamiento de Derrida bajo la forma de un dilema del cual no es fácil liberarse”, en dos sentidos: i) “si la racionalidad procura el instrumento crítico para consumar la ruptura consigo misma, o la liberación de la esfera de influencia creada por ella, la deconstrucción entonces se encuentra ante una contradicción molesta, en relación con las pretensiones que la fundamentan”; ii) si es dejada de lado como modo de demostración, la metodología alternativa propuesta sólo puede recurrir a peticiones de principios [vi].

Es preciso indicar que la crítica que este filósofo orienta contra el logocentrismo pareciera revertírsele, esto es que podría devenir aplicable a la misma argumentación que él despliega. Al respecto, “la reivindicación de un principio de incertidumbre, o de un sistema de indecibilidad general, permite también subrayar que la elección planteada entre los a-priori del logocentrismo y del ficcionalismo radical tampoco podría establecerse de una manera definitiva, ya que la deconstrucción revela una arbitrariedad pero, finalmente, recompone otra” [vii]. Partiendo de las apreciaciones señaladas, puede decirse que “la inscripción de todo discurso en la historicidad permite recordar el carácter temporario de las explicaciones, incluso de aquellas centradas en lo imaginario, considerar la pertenencia de los locutores, sus significantes y sus significados, en un universo del que no disponen, pero en y por el cual están dispuestos” [viii].

La consideración de la dimensión interpretativa en cualquier tipo de análisis conceptual procura “evitar los enfoques contemplativos que, en Heidegger, asocian historicidad y ontología, fluidez del devenir y recurrencia del Ser”; asimismo, al margen de la “simple constatación del relativismo y del politeísmo de valores (Weber), la hermenéutica disuelve de raíz la búsqueda de una correspondencia entre una verdad originaria [aunque la misma se halle encarnada en la <cosa>, o en la <ficción>], el discurso y el fenómeno” [ix]. Frente a la pretensión de intentar representar la existencia bajo sus modalidades diferenciadas, “la fenomenología defiende, no solamente la interdependencia del que mira y lo mirado, son que además sitúa en la perspectiva del primero la responsabilidad del sentido” [x].

El desafío de la hermenéutica responde al objetivo de mantener un discurso asentado, precariamente, en una subjetividad ubicada la familiaridad y la extrañedad ante el mundo [xi]. En vistas del conjunto de argumentaciones indicadas, puede señalarse que un estudio equilibrado de <lo imaginario> requiere eludir un doble riesgo, lo cual implica evitar una “representación desencarnada donde, por un lado, la totalidad se reduciría a las cosas visibles y palpables [reduccionismo por objetivación simbólica] y, por otro, la nada sería todo [ficcionalismo]” [xii].

Cuando se aborda la temática de la interdisciplinariedad, es necesario tratar la reconversión epistemológica implícita en el escenario configurado por las ontologías regionales científicas. Este planteamiento conlleva la revisión profunda del propio concepto de interdisciplina. Al respecto, las reflexiones de orden epistemológico fueron potenciadas al observarse un incremento de la brecha abierta entre dos tipos de conocimiento, asentados con firmeza durante el transcurrir del siglo XX, esto es las denominadas ciencias duras, por un lado, y el área de humanidades, por otro [xiii].

En la década de los ochenta, Prigogine señaló que una perspectiva favorable de la ciencia, hacia fines del último siglo, consistía en el hecho de que había concluido el quiebre, de índole cultural, que “hizo de la ciencia (en su sentido clásico) un cuerpo extraño, una fatalidad, o una amenaza a combatir” [xiv]. En tiempos más recientes, se sostuvo que ya se estaría experimentando la proximidad de un entorno cultural renovado, en el cual se operará la reunión, en igualdad de condiciones epistémicas, de <los científicos y humanistas>; el carácter de tal reencuentro obedecería a la inmediatez del contacto entre los intelectuales y la comunidad, es decir que aquéllos asumirán el papel «difusor», desempeñado en la actualidad por los medios periodísticos [xv].

De acuerdo a la precitada postura relativista, el conjunto de los dominios de la ciencia constituye en nuestros días un tema de “orden público” y, debido a esa circunstancia, la conceptuación del conocimiento científico, el análisis de sus fronteras disciplinares y el entendimiento de los sistemas cognitivos implicados en los espacios interdisciplinares, han generado algún grado de desconcierto gnoseológico. Al cuestionarse la concepción acerca de la hipotética vigencia de una <actividad científica auténtica>, sobre todo si son incorporados en el círculo estrecho de la ciencia propiamente dicha, ciertos dominios cognitivos, heterogéneos desde el punto de vista epistemológico, emerge una nueva problemática. Además, aquellos “saberes” cuyo estatuto epistemológico es cuestionado, o puesto radicalmente en tela de juicio, a menudo resultan integrados en instancias interdisciplinares, justamente debido a su condición extra o paracientífica. Dicha inclusión brindaría un panorama que las «ciencias duras», por sí mismas, no tienen capacidad de ofrecer y que, sin embargo, en principio es ineludible [xvi].

En ocasiones, los científicos no pueden coincidir entre ellos, ni siquiera respecto a las reglas metodológicas y procedimentales aplicadas a la selección de teorías, o de meras hipótesis; algunos, por ejemplo, podrían creer, en concordancia con la visión popperiana, que una teoría debe realizar predicciones inesperadas, inclusive sorprendentes, las cuales, aún en forma previa a que aquélla sea razonablemente aceptada, resultan correctas; otros estarían dispuestos a aceptar cierta hipótesis en la medida en que la misma explique un rango extenso de fenómenos, incluyendo el caso de no haberse efectuado predicciones notables. Existen además, quienes sostienen, junto a Nagel, que ninguna teoría merece la pena ser considerada hasta el momento en que haya sido probada, frente a un conjunto variado de ejemplos que la sustentarían, mientras otros pueden concebir que un gran número de confirmaciones es significativo desde el punto de vista probatorio, al margen de su grado de diversidad. Asimismo, determinados científicos exigen la presencia de alguna clase de evidencia independiente, demostrativa de la existencia de los entes postulados a través de las hipótesis, antes de que resulte razonable aceptar esta última. Todos los principios metodológicos mencionados, de cara a la aceptación de la validez de las teorías, son mutuamente contrapuestos, habiendo tenido cada uno de ellos exponentes destacados en distintos campos, tanto en las áreas científicas como filosóficas, contemporáneos

Si las reglas metodológicas fuesen simples instrumentos destinados a la realización de fines primordiales de índole cognitiva, ello ofrece una respuesta al interrogante acerca de cómo resolver las eventuales disputas sobre normas investigativas y, al mismo tiempo, una salida ante la resultante, en apariencia inconmensurable, de que los científicos no puedan aceptar los mismos procedimientos de investigación [xvii]. Sin embargo, en términos generales, los propósitos cognitivos subdeterminan, de modo característico, las reglas metodológicas; en referencias a las metas consistentes en la simplicidad, coherencia, verdad, etcétera, no se habría demostrado que exista un conjunto de normas técnico-investigativas empíricas conducentes, de forma unívoca, al cumplimiento riguroso de aquéllas. En definitiva las reglas, de la misma manera que las teorías, se encuentran, según esta visión, fuertemente condicionadas por factores relevantes de orden cognitivo.

En la medida en que puede existir una diversidad de técnicas metodológicas que conducen igualmente a la obtención de determinadas finalidades cognitivas, el uso simultáneo de métodos investigativos disímiles representaría una característica permanente de la actividad científica. Además, las interpretaciones alternativas con respecto a la resolución de los desacuerdos metodológicos antedichos manifiestan una serie de implicaciones no desdeñables. Con frecuencia, los factores que contribuyen a zanjar tal cuestión responden a un nivel inferior al correspondiente a los objetivos de carácter cognitivo, radicado específicamente, verbigracia en el plano de la investigación concreta de fenómenos o procesos. En este sentido, la información factual cumple una función destacable en la estimación de las pretensiones metodológicas, justamente debido a que continuamente se aprenden cosas nuevas acerca del mundo, y sobre los propios observadores-investigadores. Dicho conocimiento es formulado mediante teorías alusivas, en gran parte, a las complejidades diversas presentadas en el proceso técnico de recogida de indicadores que conlleven evidencia fáctica sobre el objeto de estudio. De acuerdo a ello, las opiniones de los científicos, referidas a los procedimientos investigativos adecuados a su propósito cognitivo, resultarían afectadas, en alguna medida, por las conceptuaciones cambiantes del investigador con relación al universo analizado.

En virtud de lo previamente señalado, se indica que la epistemología, junto a la metodología del conocimiento propio de la ciencia, cuyo interés crucial radica en la estimación de reglas variadas de búsqueda y convalidación del saber, debieran considerarse, más de lo que habitualmente se hace, en cuanto disciplinas de carácter empírico. Según esta creencia, la acreditación, o no, de una norma metodológica remite ineludiblemente a la pregunta sobre si el objeto de análisis científico es de tal especie que nuestras finalidades cognitivas podrían, en la práctica, favorecerse, adoptando una regla determinada en lugar de otra alternativa. Dicho interrogante, siguiendo esta concepción radicalmente relativista, no podría responderse a priori, sino que resultaría en cambio materia de índole netamente empírica, es decir que requeriría demostración, de lo cual se desprende que la metodología científica devendría, en sí misma, una disciplina portadora de ese carácter y, por ende, no puede eludir los propios métodos cuya validez procede a investigar.

Laudan ha procurado ubicarse en una posición intermedia en el debate acerca del progreso científico, entablado entre externalistas e internalistas, adoptando una actitud pragmática en filosofía de la ciencia y epistemología. Este autor, ya a mediados de los años setentas, había hecho hincapié en el vínculo de la filosofía con la historia de la ciencia, que determinaría una incidencia recíproca entre ambas disciplinas [xviii]. Esencialmente, sostiene que el logicismo radical, representado en la obra de Lakatos, tiende a tornar irrelevante a la historia, en términos de filosofía de la ciencia; al mismo tiempo, el relativismo radical, atribuido a las aportaciones teóricas kuhneanas, reduciría dicha filosofía a un desarrollo descriptivo de la práctica científica, tanto pretérita como del presente.

En su visión acerca del modo de justificación de las teorías propias de la ciencia, Laudan optó en uno de sus textos por el diálogo, en cuanto estilo literario, de cara a exponer la disputa de finales de siglo respecto a los caracteres, y al papel, de la corriente relativista en el campo cognitivo [xix]. A través de un supuesto encuentro, el que se habrían reunido cuatro epistemólogos, respectivamente pragmatista, realista, positivista y relativista, se procede al delineamiento general de esas posturas. El enfoque propio del relativismo se encuentra representado, simbólicamente, en la opinión de un científico que reflejaría las ideas de Feyerabend, Quine y Rorty. La concepción pragmatista remite a su propio punto de vista, junto al de Dewey, mientras que el vocero del positivismo expresaría las perspectivas de Carnap, Feigl y Reichenbach. Finalmente, el encuadre realista manifestará una síntesis de los encuadres de Popper, Putnam y Sellars.

Según el abordaje precitado, entre las principales tesis relativistas destacan las que se indican a continuación: 1- “no existe un lenguaje observacional neutral, que permita juzgar teorías con independencia de una toma de posición teórica”; 2- carencia de una forma demostrativa de que, mediante la transición de una teoría a otra, se produzca retención acumulativa de conocimientos; 3- “los criterios mediante los cuales se juzgan las teorías varían”, de acuerdo a las distintas épocas, de manera que la decisión al respecto, en definitiva, está en manos de lo que cree una comunidad científica dada y en un momento histórico determinado; 4- las grandes teorías configuran universos de carácter inconmensurable, por lo que resulta imposible confeccionar un diccionario que posibilite la traducción y, eventualmente, subsumir uno en otro; 5- el ámbito científico no constituye un <reino de ideas puras>, sino que conforma “una actividad social, estructurada institucionalmente, cruzada por intereses y necesidades que exceden las reglas de la lógica” [xx]. Intentando ponderar equilibradamente los tres posicionamientos restantes, es puesto en tela de juicio el relativismo característico de los tratamientos sociohistoricistas en el estudio del conocimiento científico.

De acuerdo a Laudan, el quehacer investigativo inherente a la ciencia contiene tres factores vitales: la actividad empírica y las conceptuaciones interna y externa. En todo análisis científico debe existir, ineludiblemente, un anclaje empírico, cuya esfera comprende la recogida de indicadores de la realidad a estudiar y el procesamiento de dichos datos, sometiéndose las teorías, o hipótesis, del investigador al terreno de la observación/experimentación. Cualquier conceptuación con pretensiones de pertenecer al radio de la ciencia debe poseer referentes fundados en la «empiria»; verbigracia, tanto la teología como la metafísica constituirían disciplinas cognitivas cuyas elaboraciones principales surgen de la ruptura con aquel parámetro evaluativo.

Por otro lado, todo campo científico ha desarrollado un núcleo de hipótesis, teorías, modelos e, inclusive, leyes, que pretenden resultar las guías fundamentales de dicho tipo de conocimiento [xxi]. Tales construcciones deben estar dotadas de unos caracteres especiales, si se las quiere asimilar a los componentes estatutarios de la ciencia propiamente dicha: por ejemplo, consistencia, inexistencia de contradicciones entre aquéllas, vigencia de relaciones lógicas y factibilidad de resolución de problemas planteados en el origen de la indagación investigativa [xxii]. La contrapartida de la anterior caracterización remite a elaboraciones teóricas de corte tautológico, y/o incoherentes, las cuales dan lugar a contradicciones recurrentes, en lo sustancial, alimentadas por explicaciones ad hoc, y donde sus premisas no plantean la salida progresiva, y exitosa, frente a la problemática inicialmente abordada. En suma, Laudan señala que una teoría denota problemas conceptuales internos cuando la misma es inconsistente, contradictoria, ambigua o circular en su procedimiento explicativo; asimismo, en los tratamientos esenciales, dichas construcciones adolecen de la falta de nexos lógicos mutuos [xxiii].

Un tercer elemento coadyuva a descubrir el devenir de las teorizaciones científicas, esto es las “conceptuaciones externas”, que refieren a procesos socioculturales, políticos o religiosos, que empujaron o frenaron la evolución del terreno cognitivo de la ciencia. Dicho factor no es soslayable, siguiendo esta concepción, en tanto el análisis sociológico habría demostrado que los investigadores y científicos también pertenecen a ciertas subculturas, cuyos prejuicios, al margen del pensamiento netamente atribuido a la ciencia, restringen el grado de sus aproximaciones o, alternativamente, inducen a la selección de una búsqueda en particular, en detrimento de otras posibles [xxiv]. A pesar de que los sucesos externos a la esfera científica, en sí misma, evaluada en sentido estricto, de algún modo se distancian de aquello que convencionalmente se estima en cuanto ciencia (es decir experimentaciones, recogida de indicadores empíricos, hipótesis, teorías), no obstante presentarían una relevancia considerable en términos de la comprensión de una parte importante del quehacer investigativo, propiamente dicho.

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[i] Larochelle, G., 1998, ob. cit.

[ii] Derrida, J., ob. cit. Al rechazar la <metafísica de la presencia>, construida por Heidegger, a pesar de que la misma se halla inscrita en la “epocalidad del ser”, el proyecto derridano planifica la revocación de toda trascendencia, evaluada en cuanto paragolpes superfluo del lenguaje (Larochelle, G., 1998, ob. cit.)

[iii] Derrida, J., ob. cit.

[iv] “La ficción surge como la categoría maestra de la deconstrucción. La idea transversal en el enfoque derridano, y cuyo impulso justifica, por sí solo, su complacencia para un funcionalismo radical, depende finalmente de la voluntad que demuestra para instaurar un procedimiento de indecibilidad, que tiene a la escritura como teatro para representar un juego [el lenguaje], pero sin aquello que está en juego tradicionalmente [la representación]” (Larochelle, G., 1998, ob. cit.)

[v] Larochelle, G., 1998, ob. cit.

[vi] De allí, en consecuencia, el retorno forzado de lo arbitrario, de una proposición primera y autónoma planteada, pero impracticable, lo cual representaría “el mismo orden de encantamiento autorreferencial racionalista”, frente a <la Razón> (Larochelle, G., 1998, ob. cit.)

[vii] Larochelle, G., 1998, ob. cit.

[viii] Vattimo, G.: Ethique..., ob. cit.

[ix] Larochelle, G., 1998, ob. cit.

[x] “Si bien no busca, a su vez, el punto de vista más panorámico sobre el mundo, escapando de este modo a la reivindicación de las otras teorías desde un [supuesto] nivel superior, debe mantener las promesas que anuncia, [...] para que no sea una simple rehabilitación del prejuicio”, al decir de Gadamer, esto es, un mero subjetivismo, erigido en oposición a las posturas objetivistas (Larochelle, G., 1998, ob. cit.)

[xi] Vattimo, G.: Ethique..., ob. cit.

[xii] Larochelle, G., 1998, ob. cit.

[xiii] Superada la mitad de la centuria pasada, se advirtió el distanciamiento progresivo operado entre ambos <modelos epistemológicos> que, más allá de la cuestión específica alusiva al ámbito de la metodología propiamente científica, alcanzaban el rango de auténticos universos culturales, que concentraban, en forma aislada, a los «científicos e intelectuales», de manera respectiva, con escasos puentes de conexión, y comprensión, mutuas (Snow, C.: Las dos culturas y un segundo enfoque; Madrid, Alianza, 1959)

[xiv] Prigogine, Ilya: La nueva alianza; Madrid, Alianza, 1983

[xv] Brockman, John: La tercera cultura; Barcelona, 1996

[xvi] Por ese motivo la ética, por ejemplo, en referencia a las investigaciones biológicas, ha engendrado un híbrido, como lo es la <bioética>, del cual se duda respecto a su pertenencia al campo filosófico, biológico, o a ambos a la vez (Lértora Mendoza, C., ob. cit.)

[xvii] Si dos científicos discreparen sobre la adecuación de determinadas reglas a los fines de una investigación, pero acordando no obstante ello con relación a algunos valores superiores de orden cognitivo, podría solucionarse las desavenencias en cuestión de reglas metodológicas, mediante la determinación acerca de qué conjunto de las mismas es más probable que lleve a cabo las metas cognitivas propuestas en forma compartida. Una vez resuelto este tema, se sabría cuál debe ser la regla apropiada, aventando el desacuerdo metodológico, al menos hasta el punto en el cual existiese un fundamento axiológico racionalmente común a ambos.

[xviii] Laudan, Larry: Progress and its problems; Berkeley, University of California Press, 1977

[xix] Laudan, Larry: La Ciencia y el Relativismo; Madrid, Alianza Universidad, 1993 [edición original: Science and Relativism. Some Key Controversies in the Philosophy of Science; University of Chicago Press, 1990]

[xx] Laudan, L., 1990, ob. cit.

[xxi] Van Fraasen, B.: The scientific image; New York, Oxford University Press, 1980. Convalis, G.: The philosophy of science; London, Sage, 1977

[xxii] Laudan, L., 1977, ob. cit.

[xxiii] Mediante una revisión histórica de las resultantes efectivas de los emprendimientos científicos, se encontró que los programas «degenerativos» sucumbieron, ante los «progresistas», a partir de una hipotética instancia en la cual se habría puesto en evidencia que los primeros no poseían consistencia interna, y que su ideoneidad, a la hora de resolver las cuestiones planteadas en los proyectos investigativos, resultaba escasa o directamente nula (Donovan, A., Laudan, L. y Laudan, R. -eds.-: Scrutinizing Science; Boston, Kluwer, 1988)

[xxiv] Nowotny, H. y Rose, H. [eds.]: Counter-movements in the sciences; Boston, Reidel, 1979. Pickering, A. [eds.]: Science and practice and culture; University of Chicago Press, 1992

 

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