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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

DISCRIMINACIÓN PATRIARCALISTA DE TRABAJADORAS INMIGRANTES - Juan Labiaguerre

SEGREGACIÓN POR IDENTIDAD DE GÉNERO

El proceso denominado feminización de los movimientos migratorios significa, en parte, el incremento del traslado internacional de jefas de hogares, quienes planifican su desplazamiento geográfico a través de una decisión relativamente autónoma con relación a su entorno familiar. La mayoría de las emigrantes se caracteriza por la vulnerabilidad de sus condiciones integrales de vida, con frecuencia ignoran los patrones institucionales de los Estados en su nuevo espacio de residencia, habitualmente una porción notable de ellas recurre al empleo doméstico, o de manera alternativa se insertan laboralmente en ramas económicas del sector terciario, entre las cuales destaca la esfera comercial.5

El servicio doméstico constituye un subsector consolidado como ámbito ocupacional típicamente femenino, mientras que las mujeres inmigrantes, al margen de insertarse en tal actividad, desechada en forma esporádica por las trabajadoras locales, lo hacen en algunos países, en los pocos casos en que se trate de una tarea registrada, intentando obtener un medio comparativamente expeditivo para conseguir una visa laboral sujeta a contrato (Torres, 2001).

Más allá de la circunstancia precitada, las migrantes desempeñan funciones cruciales en cuanto a la articulación de los mercados de trabajo entre naciones de origen y de destino; las economías de las sociedades de “acogida” suele demandar mano de obra flexible, mediante un coste notablemente reducido, a fin de llevar a cabo determinadas labores que cuentan con escasa oferta interna de empleo. El servicio doméstico representa una alternativa muy potable para las mujeres desplazadas con menores recursos, en general, manifestándose un fenómeno paradójico en la medida en que muchas entre aquéllas delegan la crianza y el cuidado de sus hijos en su propio hogar en otras personas, prácticamente en forma absoluta también del género femenino.6

Un factor importante en la vulnerabilidad de las mujeres que migraron consiste en la enorme dificultad que les presenta el acceso efectivo al sistema de salud en general, y específicamente la sexual y reproductiva, a través de los servicios públicos. Si bien fueron implementadas algunas medidas estatales a fin de que en la actualidad se brinde cobertura dentro de ese rubro crucial en casos de urgencia, fácticamente el ejercicio de este derecho y la calidad de las prestaciones están atravesados por inequidades asociadas de manera estrecha al estatus migratorio. En ello tienen fuerte injerencia el nivel de conocimiento y la gestión que realicen las propias reparticiones oficiales y sus funcionarios, quienes, en la práctica, cierran o abren las puertas del sistema con un preocupante sesgo discrecional.

En resumen, al igual que en otras latitudes, la progresión emigratoria se caracteriza por su feminización y creciente vulnerabilidad socioeconómica. En plena edad laboral y reproductiva, las mujeres, además, enfrentan flancos débiles específicos, ya que no sólo llegan a un país en el cual ellas subsisten en condiciones materiales precarias, sino que permanecen durante largo tiempo, o para siempre, fuera de los sistemas de protección social, por desconocimiento de las normativas locales y/o debido a la insuficiencia de redes sociales o institucionales de apoyo (Torres, 2001).

El rol femenino en las migraciones internacionales atañe a las eventuales modificaciones en la situación de la mujer en tales procesos, en cuanto a la evolución en los papeles y relaciones intergéneros, en aspectos polifacéticos. Aunque es imposible generalizar el impacto de las traslaciones humanas masivas entre países en esta cuestión, las mismas propiciarían cambios comunes en el significado de pertenencia a partir de la identidad de género per se. La heterogeneidad de casos al respecto, dependiendo de los escenarios previos y ulteriores a la acción migratoria puntual, y también de otras identificaciones legitimadas de algún modo, y reproducen, vínculos sociales de poder asimétrico, inciden diferencialmente en la dinámica de este fenómeno.

Sesgadamente, tiende a apreciarse que la emigración transnacional remite intrínsecamente a las interacciones de géneros; sin embargo, la evaluación integral de aquélla -más allá de poder mensurarse de manera objetiva- comprende una serie de vinculaciones colectivas amplias, estructuradoras de ciertas pautas culturales extendidas en torno al fenómeno (Donato et al, 2006). El abordaje de la radicación de mujeres en otros países precisa tener en cuenta sus funciones implícitas y específicas trascendentes, que abarcan atributos y actividades asignados a las mismas.

La diversidad múltiple y cambiante de los tipos de migraciones femeninas, la exposición en aumento de actoras previamente soslayadas en los análisis convencionales, y la emergencia de zonas y comunidades “mundializadas”, demandaron la revisión de las perspectivas tradicionales sobre dichas temáticas (Magliano, 2007). Este replanteo debería contemplar encuadres diferenciados según géneros, procurando tener en cuenta experiencias disímiles teniendo en cuenta esas identidades. La distinción implica reconocer en forma derivativa la importancia de las redes de parentesco y de los núcleos hogareños, de cara a la decisión de emigrar, estimando las situaciones concretas de las unidades familiares, a partir de la singularidad asignada, tradicionalmente, a los rasgos propios de la mujer (Martínez Pizarro, 2003).

La complejidad inherente al hecho sociomigratorio demanda el análisis del panorama institucional, productivo y cultural de la sociedad de procedencia de los contingentes desplazados, junto a los rasgos del espacio de radicación, teniendo en cuenta análogos factores. El entendimiento de las vivencias y actividades del género femenino en el nuevo lugar de residencia, dadas las modificaciones en los nexos familiares y societales de las inmigrantes, requiere ponderar las instancias heterogéneas, y el recorrido atravesado por aquéllas, dentro de los cambios y permanencias de diversa índole en cuanto a la normatividad y los valores prevalecientes en su país nativo (Magliano, 2007).

Por medio de relatos de trabajadoras migrantes pueden observarse indicadores cualitativos acerca de sus actividades, tanto domésticas como las correspondientes al mercado laboral, desde el momento de asentamiento en el extranjero. Las traslaciones internacionales de población son propensas a alterar de modo significativo aspectos ocupacionales y socioculturales con relación a la identidad de género, por las vicisitudes experimentadas, debido al contraste entre escenarios previos y ulteriores a la mudanza per se. Esa movilidad geográfica de mujeres entre países conllevaría la factibilidad de generar una transformación en los tipos de convivencia intergéneros, en la medida en que tiende a modificar las opciones de oportunidades dentro de coyunturas particulares (Ariza, 2000).

Las pautas culturales originarias propias condicionan la variabilidad en los caracteres de las relaciones intergéneros, encuadrados dentro de sistemas valorativos peculiares, que obedecen a marcos históricos, económicos, políticos, religiosos, etcétera, de las sociedades ancestrales (Gregorio, 1997). La estimación de las funciones respectivas de mujeres y varones, reflejo de la continuidad de ámbitos desigualitarios entre ellas y ellos en las esferas domésticas, debe evaluar además causas extra-familiares, a partir de las conformaciones sociopolíticas y económico-productivas particulares, articuladas con parámetros culturales, factores determinantes de las actitudes femeninas consensuadas convencionalmente (Moore, 1996).

Los rasgos singulares de las sociedades de arribo de las migrantes permiten compulsar la idiosincrasia de éstas frente a maneras contrastantes de percibir y mensurar la realidad circundante; el género, elemento nodal de identificación, suele tornarse un elemento significativo, mediante las vivencias concretas provistas por la cotidianeidad (Caggiano, 2003). Los sujetos y grupos alejados de su comunidad asumen comportamientos expectantes, en contextos colectivos cuyos hábitos típicos no pueden obviarse en el accionar regular, a través de la elaboración de un perfil identitario emergente, mediando la reconversión de su sentido (Vila, 1993; Grimson y Godoy-Anativia, 2003). Cuando se perciben en medios ajenos y extraños fuertes contrastes de valores respecto de los propios, y muchas veces ámbitos que exteriorizan distintos grados de indiferencia, desprecio u hostilidad, surge espontánea e intensamente la necesidad de mantener, al menos “folclóricamente”, ciertas modalidades de ser y actuar nativas.

En la dinámica migratoria, desde una retrospección histórica, la mujer padeció variadas manifestaciones de exclusión y subalternidad, cuyo estudio requiere comprender las mutaciones e inmovilismos del tipo de actividades femeninas, enmarcadas en situaciones nítidas de inequidad frente a los varones. La interpretación de tal proceso implica el entendimiento de variables decisivas, que inciden de modo puntual en las condiciones masivas, aunque sumamente diversificadas, de las emigrantes “ocupacionales”. El peso específico de la dimensión de género, como elaboración colectiva imaginaria, propiciaría disgregaciones concernientes a ideales, expectativas y expresiones características de mujeres y varones, distintivamente, lo cual repercute en la reproducción del sometimiento femenino, y en la perduración de estándares desigualitarios, en referencia a los roles masculinos.

La naturalización de la heterogeneidad de “semblantes” atribuidos al género, en numerosos aspectos de la convivencia social, es proclive a retroalimentarse, propiciando una legitimidad de hecho, e incluso la aceptación -también naturalizada- del mismo encuadre sociocultural, en desmedro de la mujer, que abarca distintos rubros, entre ellos el campo laboral. Dichas visiones, asimiladoras de los vínculos intergéneros a ubicaciones asimétricas de poder, derivan comúnmente en la acepción de los grupos domésticos cual si fueran esferas ideales, con predominio de una coexistencia armónica y consensuada, sin pujas sobre el ejercicio de la dominación. Tal abordaje evidencia de qué manera las doctrinas biologistas de la desigualdad humana coadyuvaron a sostener firmemente la noción genérica de familia como unidad natural y -por ende- núcleo universal básico de la sociedad (Stolcke, 1999).

Frente a lo expuesto, las investigaciones empíricas demuestran, en cambio, la presencia permanente de interrelaciones con una distribución inequitativa del poder intrafamiliar, según identidad de género, ya que las interactuaciones primarias -donde priman las subalternidades personales- existen domésticamente, e inciden en la función reproductora y, a posteriori, estos desequilibrios son traspolados a las posiciones y roles extrahogareños de los individuos en la estructura social conjunta (Parella, 2005).

Las mujeres migrantes, tradicionalmente, padecieron modalidades diversas de exclusión y/o heteronomía, acentuadas específicamente por su condición de género, problemática cuyo tratamiento conduce al análisis de las vivencias de aquéllas, compuestas de transformaciones, quiebres y continuidades en las funciones convencionales femeninas. El abordaje particular estos desplazamientos debe tener en cuenta a las propias unidades domésticas en tanto espacios con relaciones desiguales de poder, y donde los valores culturales autóctonos inciden en la distribución de actividades (Herrera, 2004). Los lazos intergéneros de índole patriarcal, en las comunidades nativas y dentro de los hogares, condicionan decisivamente a los factores coactivos de las estructuras de las sociedades, junto a eventuales opciones de progreso colectivo e individual, conformando diversas especies de procesos migratorios y de radicación en otras regiones (Hondagneu-Sotelo, 1994).

Los rasgos identitarios de género, en tanto causal relevante en expresiones intergrupales, incidió de modo explícito en los estudios acerca de las movilidades migratorias, mientras que enfoques anteriores elaboraron teorías paradigmáticas, alrededor de ese traslado poblacional, específicamente en alusión a las mujeres. Así, el uso arraigado del vocablo emigrante aludía en forma primordial a la figura masculina y, al evaluarse al género femenino bajo un estado subordinado como “dependientes”, focalizando su rol cuasi-excluyente de esposas y/o madres, era soslayado su protagonismo activo en las migraciones (Boyd y Grieco, 1998).

Dichas traslaciones humanas mundiales se hallan teñidas -entre otros elementos- de vinculaciones intergéneros, mientras que la identidad respectiva de mujeres y varones trasunta conexiones cambiantes en el establecimiento de pautas del accionar de grupos e individuos que emigran. La noción de género, en ese sentido, presenta distintas facetas: por un lado, asume un perfil relacional, al atender la interacción de géneros, incluyendo un componente ineludible de dominación, pues como principio de organización social aquel concepto opera de asimétricamente (Hernández García, 2006). Por otra parte, dicho término deja traslucir una construcción social en cuanto a actitudes expectantes, propósitos y conductas en una sociedad dada; en consecuencia, el significado del vocablo muta según las variados contextos culturales y sociohistóricos, sin representar una categoría universal (Magliano, ob. cit.)

En referencia a las actitudes discriminatorias que afectan a las mujeres genéricamente, ciertas visiones feministas sostienen que el trato inequitativo hacia ellas proviene de un patrón de índole patriarcal prevaleciente en la historia de las sociedades, con intensidades graduales. Adoptando una perspectiva ampliada, debe apreciarse la totalidad de elementos diversos solapados que se retroalimentan, primando algunos de ellos según los valores relativos vigentes en cada cultura.

El papel relevante del género femenino al interior de su país de origen, con relación a sus funciones hogareñas y sus ocupaciones en el mercado de trabajo, resulta transferido en gran medida a los lugares de acogida del grupo familiar. De manera que, a pesar de los roles destacados de las mujeres en distintas esferas de la vida cotidiana, existen relaciones asimétricas con los varones en los nucleamientos hogareños y comunitarios próximos. Ello obedece a que la identidad anclada al género, en tanto elemento diferenciador en los campos político, económico y culturalmente valorativos, representa un factor determinante a fin de poder evaluar el marco de inequidad contemporánea. Dicho componente identitario define el límite del empleo remunerado productivo con relación al trabajo sin retribución en los hogares (Fraser, 1997), y simultáneamente configura las actividades a partir de categorías jerarquizadas según pertenencia de género (Magliano, ob. cit.)

Las mujeres migrantes llevan a cabo un papel destacado proactivo, al desempeñar una función esencial en los desplazamientos geográficos, como soporte económico de sus unidades domésticas y promotoras de los hábitos que posibilitan la reproducción identitaria de sus ancestros, junto a su papel de apoyo del establecimiento en la región de destino. Ciertas tareas asignadas a aquéllas en los hogares y en el contexto societal, sobre todo las vinculadas con la atención de familiares, y el resguardo de valores específicos acerca de las funciones individuales en esos colectivos de emigrados, corroboran la permanencia de dimensiones de género en el lugar de asentamiento. Las interrelaciones con el marco económico-productivo y sociocultural del ámbito local tienden a impactar sobre tales grupos; esto ocurre, más que incidiendo en las conexiones desigualitarias de género, esencialmente en el reto a ciertos comportamientos arraigados en forma tradicional, lo cual induce a cuestionar determinadas posiciones y actitudes en el nuevo lugar de residencia (Magliano, ob. cit.)

Las inmigrantes contemporáneas, específicamente en el contexto de América Latina, en su mayor parte procedentes de otras naciones de la región, experimentan inconvenientes polifacéticos en aras de su inclusión en espacios localizados en el lugar de destino, así como también grandes obstáculos de cara a su integración ocupacional y educativa. Estas mujeres, junto a las personas desplazadas en general, al margen del género específico, conforman un colectivo poblacional cuya franjas etarias rondan habitualmente  entre 20 y 45 años; a veces se radica en otro país la unidad doméstica en su conjunto, aunque también lo hacen en forma aislada mujeres, con el fin de insertarse ocupacionalmente en el empleo doméstico, el subsector terciario comercial -mayoritariamente del ámbito informal (muchas de ellas en la vía pública), como operarias de la rama manufacturera textil, etc..

El género femenino representa cerca de la mitad de los seres humanos, a escala planetaria, que migraron internacionalmente, fenómeno que da pábulo a la acuñación del término “feminización de las migraciones”. La mujer, de manera progresiva, fue asumiendo roles económicos añadidos en tal movilidad geográfica, resultando creciente su cuantía en las situaciones de desplazamiento independiente en tanto sustento material en tanto jefas de familia. Ello conduce a una segregación y subalternidad por su condición de “foraneidad”, escasez extrema de recursos, e identidad de género: es habitual el comportamiento discriminatorio hacia ellas, reflejado en empleos vulnerables, retribuciones muy reducidas, y mucha mayor probabilidad de padecer “aislamiento y sobreexplotación”[1].

La absoluta mayoría de las mercancías en venta dentro de locales o ferias clandestinas, esto es cuya actividad comercial no se halla registrada legalmente, son elaboradas en talleres pequeños u hogares, de modo totalmente informal. En el caso de nuestro país, dichos establecimientos abundan en el Área Metropolitana de Buenos Aires, en el conurbano y la propia Capital Federal, siendo propiedad por lo general de ciudadanos con ciudadanía local y de nacionalidad coreana, y en menor medida de personas bolivianas, paraguayas y peruanas. Los/as operarios/as de los mismos con mucha frecuencia provienen de Bolivia, y habitualmente carecen de documentación acreditadora de su habilitación laboral. Las condiciones ocupacionales resultan prácticamente equiparables a una reducción a la servidumbre, las jornadas de trabajo diario suelen prolongarse a un total de 14 a 18 horas, en muchas casos los obreros/as conviven en el propio “galpón”, a veces con familiares incluyendo menores de edad, la alimentación que se les brinda es sumamente precaria, mientras que los jornales equivalen aproximadamente a una tercera parte del salario mínimo, vital y móvil fijado establecido para la mano de obra en situación dependiente[2].

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[1] Pogliaghi, Leticia (2007): “ Informalidad Urbana. Sus manifestaciones en el Conglomerado de Ferias de La Salada, Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires”. Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires. Esta investigación se enmarca en el proyecto Proyecto UBACYT “La economía social y las nuevas formas de gestión en la reconfiguración de las relaciones de trabajo en la Argentina” – Director: Héctor Palomino. Período 2004- 2007. Además, este estudio forma parte de la Tesis de Maestría de la autora, a la fecha en elaboración, “Informalidad urbana y desarrollo local. Una aproximación a partir de un estudio de caso: Las ferias de La Salada, Lomas de Zamora, en el año 2006”, Director: Pedro Pírez.

[2] Centioni, Romina, y Ferrin, Susana: “Investigaciones e intervenciones sobre violencia sexual desarrolladas en América Latina y el Caribe” (2011); Lima, Comité de Derechos Sexuales y Reproductivos -FLASOG-, Luis Távara Orozco -coord.-

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