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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA TRANSFORMACIÓN DEL TRABAJO [II] - Gösta Esping-Andersen*

...En el contexto del "reordenamiento globalizado" contemporáneo, el precio relativo a los servicios deviene problemática compleja debido a que ello “no crecen en productividad”, de tal forma que la diferencia existente entre la productividad y el coste de determinado servicio genera complicaciones tanto para la fijación del nivel salarial correspondiente al sector, como así también con relación a la tendencia general de los salarios en la economía.[1] Muchas ramas de servicios funcionan de acuerdo al despliegue de una lógica específica: mientras puede acelerarse el ritmo de productividad en la industria, en ciertos servicios prestados a empresas, instituciones bancarias u hogares –por ejemplo-, si debe remunerarse a los trabajadores según la productividad relativa, es evidente será retribuido mediante montos salariales inferiores respecto de los abonados a un obrero del sector industrial. Sin embargo,

"...está claro que no existe un cuarteto [musical], una lavandería, un masajista o una peluquería pagados a nivel de productividad [porque] en los servicios los salarios y costos siguen siendo los de nivel medio de la economía". Ésta es la tendencia a largo plazo en casi todos los países. Pero lleva a una crisis de costes. Es muy caro consumir un servicio, porque tenemos que pagar más debido a la nula productividad. Cuesta mucho la lavandería, la limpieza de la casa, ir a un restaurante. Siempre parece que cuesta relativamente más. A largo plazo, éste es el problema de la productividad.

En términos de la disyuntiva planteada por la opción “subsidio o desregulación”, serían dos las salidas propuestas frente a la “crisis del coste de los servicios”, consistiendo una de ellas en subsidiarlos. Tal solución remite a la “estrategia escandinava”, que significa subsidiar los servicios sociales a través de su generación por parte del Estado de bienestar, con el objeto de compensar el fracaso del mercado de producción de los mismos.[2] La otra salida conlleva la desregulación de salarios, es decir reducir relativamente el nivel del salario de los empleados en servicios de escasa productividad. “Este es el modelo de la desregulación, muy seguido en los Estados Unidos. También permite a la familia, al hogar, consumir estos servicios en el mercado”.[3]

Una fuente importante que tiende a compensar el panorama sombrío referido al problema del coste de los servicios remite a aquello que Esping-Anderson denomina la cuestión del tiempo, desde el momento en que “la estructura familiar está cambiando aceleradamente”, resultando cada vez más infrecuente la presencia del típico hogar tradicional, conformado por el hombre como jefe convencional de familia. En la actualidad, los nuevos tipos de hogares se encuentran compuestos habitualmente por una sola persona o constituyen unidades domésticas que cuentan entre sus integrantes con más de un ingreso y/u ocupación profesional. El autor interroga acerca de “¿qué es lo común entre estos dos nuevos tipos de hogares?”, responde que ambos comparten la falta de disponibilidad de tiempo a efectos de poder “autoservirse” y ejemplifica:

Si tenemos una familia con dos ingresos y dos carreras la mujer no puede ocuparse completamente de las necesidades del hogar. Debemos compensarlo con otras estrategias. Es imposible hacer la comida al mediodía, todos van al restaurante, a un McDonald’s o a un bar [...] No tenemos tiempo para limpiarlo todo, para lavar las camisas, etc. Siempre tenemos menos tiempo para estas necesidades [características] de las familias tradicionales. La mujer que trabaja a jornada completa no tiene tiempo para cuidar dos o tres niños, es imposible. En este caso la familia con dos ingresos y dos carreras busca guarderías, busca canguros, busca soluciones en el mercado o, si existe, en el Estado de bienestar. Y crean trabajo. La familia con dos ingresos también tiene más dinero, está claro: esto es el efecto Engel combinado con el efecto del tiempo, está combinado con este nuevo tipo de hogar. Esto crea una fuerte demanda de los servicios, mayormente servicios de bajo nivel de cualificación, como limpieza, guarderías, asistencias de varios tipos en el campo de servicios. Servicios para consumidores y también servicios sociales. Es una demanda muy intensiva que potencialmente puede crear un fuerte aumento de trabajo. El problema es que el coste del servicio es la barrera principal: hemos vuelto al problema de igualdad y desigualdad del trabajo.

Con respecto a las tendencias a largo plazo del trabajo en varias ramas de servicios, puede observarse el cambio general del empleo en la economía, así como particularmente en ciertos rubros del aquel sector. Se destaca el contraste manifestado en que “los países desregulados parecen más capaces de crear trabajo y aumentarlo en 1,5 por ciento al año”, lo cual representa un incremento notable, ya que en una década equivaldría a un 15 por ciento, mientras “en la Europa continental el nivel del crecimiento de trabajo es mucho más bajo: un tercio del grupo liberal. Japón es el caso intermedio”.[4]

En cuanto a la capacidad de los sectores de servicios a afectos de resolver un problema acuciante del mercado de trabajo, que reside en las formas alternativas tendientes a absorber la mano de obra escasamente cualificada, se expresa otro contraste. Al nivel del funcionamiento de la economía global, la situación ocupacional del trabajador con baja calificación se agrava, deteriorándose sus condiciones laborales en mayor proporción que otros segmentos de la mano de obra disponible. Dentro del conglomerado escandinavo, configurado por los países “socialdemócratas nórdicos”, en los servicios sociales, restaurantes, hotelería, así como además en aquellas prestaciones dirigidas a atenciones personales existe una gran fuente potencial de empleos de poca cualificación, hipotéticamente con aptitud en términos de absorción de dicha fuerza de trabajo, aunque ello no se concreta en la realidad. Por otro lado, el único caso donde ese trabajador inferiormente calificado se ubica en mejores posiciones sociolaborales se encuentra en el “grupo liberal”, y ello obedece justamente a que el reducido nivel medio salarial lo posibilita.[5]

En aquel aspecto que atañe directamente al proceso progresivo de indignificación de las actividades laborales, las alternativas para enfrentarlo se ven severamente acotadas:

"Si queremos plena ocupación, ¿debemos aceptar un mercado con mucho trabajo de bajo nivel? En América hablan mucho de macjobs [trabajo-basura]. Si queremos seguir la estrategia de la plena ocupación en una economía dominada por los servicios, es imposible evitar que tengamos un gran porcentaje de trabajos de nivel muy bajo. Si, de otro lado, queremos maximizar el cuadro de la sociedad posindustrial, bonita, muy profesional, dominada por técnicos profesionales y semiprofesionales, vamos, inevitablemente, a una exclusión fuerte, al paro estructural de masas: marginalización o plena ocupación, pero con trabajo de bajo nivel. Este es el dilema?[6]

En nuestros días, se pregunta el autor de marras, ¿resulta factible que un joven replique la trayectoria laboral, signada por una movilidad ascendente basada en la promoción, recorrida anteriormente por su progenitor? Si en el terreno hipotético esto se diera, el efecto sería el desempleo estructural: “la situación actual en Europa para los jóvenes que buscan trabajo es que les es realmente difícil encontrar [alguno] que les permita la comparación positiva con su padre”. En Norteamérica, por el contrario, las personas jóvenes encuentran frecuentemente y de un modo rápido una ocupación, pero la retribución salarial de ella remite a una equiparación desfavorable respecto de la de sus mayores. Al respecto, se añade que

...el nivel relativo en comparación con el padre, cada año es más bajo. Es una movilidad hacia abajo del nivel salarial, pero tienen trabajo. El problema más grave hoy no es el paro momentáneo, temporal; no es el trabajo-basura; ni un período de salarios bajos. El problema hoy es la duración de estas experiencias. El problema real, para entender dónde están las tendencias del mercado de trabajo posindustrial, se encuentra en las tendencias de marginalización, de exclusión, de polarización.[7]

Con relación a los rasgos estereotípicos que caracterizan al denominado fenómeno de la “exclusión social” hoy en día, el autor refiere a indicadores correspondientes a aquellos países que disponen de estadísticas al respecto, aunque pese a ello “los datos sobre una exclusión permanente y la duración de la [misma] son muy difíciles de buscar, porque debemos realizar un seguimiento de las mismas personas año por año o mes por mes”. Más allá de tal limitación en la investigación empírica, se señalan cuatro índices demostrativos de una determinada permanencia en situaciones signadas por el síndrome de los excluidos:

Probabilidad que tiene una persona, de un mes a otro, de salir del estado de desocupación.

  1. Circunstancia eventual que se permanezca en estado de pobreza, sistemáticamente, cuanto menos durante el lapso de un trienio; al respecto, se encuentra suficientemente establecido que “una persona que es crónicamente pobre durante tres años consecutivos, tiene un alto riesgo de continuarlo siendo, [constituyendo]... una experiencia realmente dura” que puede abortar en gran medida las expectativas inherentes al desarrollo de una vida plena.

  2. Enfoque de la situación desde el punto de vista de la percepción de ingresos salariales reducidos, “entendiendo por salario bajo los dos tercios del salario medio del país”; en este sentido, un hombre cuyo trabajo –a lo largo de un lustro– es insatisfactoriamente remunerado, rara vez saldría de esa situación.

  3. “Posibilidad que tiene un joven de encontrar trabajo después de su etapa educativa. Los jóvenes que no tienen carrera, no tienen trabajo de ningún tipo, y los que la tienen observan un porcentaje moderado de paro”.

Algunas cosas parecen muy claras: una estrategia de desregulación lleva a más movilidad, más creación de trabajo, muchos más trabajan, pero parece también que crean situaciones de salarios bajos y de pobreza. Si miramos el grupo Canadá, Reino Unido y, sobre todo, Estados Unidos, vemos que la probabilidad de salir del paro para un joven que busca trabajo es buena. La gran mayoría encuentran trabajo inmediatamente, pero, por contrapartida, en este tipo de modelo se genera la polarización. Estar en servicios mal pagados o en situación de pobreza es una trampa, pues no existe una movilidad fuerte para garantizar a la gente que salga de la pobreza y de los salarios bajos. Un 62% de los americanos que durante un año han estado mal pagados siguen igual cinco años después. Es un itinerario de pobreza más o menos garantizado.

Por otro lado, se manifiesta en el continente europeo una aceptable capacidad relativa para garantizar a la población la salida del estado de pobreza, eludiendo al mismo tiempo las ocupaciones mal retribuidas salarialmente. No obstante ello, Europa se encuentra en una situación desfavorable en términos de asegurar a ciertos grupos sociales salir de la exclusión. Asimismo, deberían considerarse los componentes graduales de inequidad socioeconómica, junto a las desventajas relativas que conlleva orientarse por una estrategia desreguladora, frente a la posesión de ciertos derechos laborales y el goce de una protección social adecuada. Dicho encuadre teórico conviene analizarlo no sólo a través de datos sobre el nivel del desempleo en Europa, comparándolo –por ejemplo– con el correspondiente a los Estados Unidos, o con respecto a la esfera específica atinente a la generación de puestos de trabajo, sino también teniendo en cuenta la dimensión del enquistamiento de las personas en términos de situaciones variables que responden a los distintos factores mencionados.[8]

Esping-Andersen concluye destacando que:

"Este es el punto de partida para entender por qué está en crisis el Estado de bienestar. Está en crisis porque lo están los dos elementos que son la base principal del funcionamiento del Estado de bienestar: el mercado de trabajo, de un lado, y la familia, del otro. Si estos dos elementos funcionan mal también funciona mal el Estado de bienestar, porque el peso que debe asumir el Estado es mucho más fuerte si convergen al mismo tiempo tendencias de acumulación de riesgos en el mercado de trabajo. Y, en la familia, tenemos una acumulación de fracasos, que, claramente lleva a una presión mucho más fuerte sobre el Estado, que es la única tercera posible fuente de solución de problemas sociales".

*Jornadas “El futuro del Estado de bienestar”, organizadas por la revista La Factoría y la entidad “L’Agrupació” de Sant Boi de Llobregat, Castelldefels (Barcelona), 28 y 29-05-98

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[1] G. Esping-Andersen, ob. cit.; el expositor ilustra el concepto indicando que “por ejemplo, el caso clásico es un concierto de un cuarteto, que suena igual hoy que en el tiempo de Mozart. No ha aumentado ni un milímetro el nivel de productividad en un concierto de Mozart, porque, evidentemente, son necesarios cuatro músicos y mantener el tempo de Mozart. No podemos acelerar el concierto. El nivel de productividad es el mismo de hace doscientos años. El crecimiento de productividad es igual a cero.

[2] “Para una familia normal es imposible contratar una guardería para los niños, porque cuesta mucho. En Italia cuesta un millón de liras al mes, más o menos igual que en España. La única solución en este caso es subsidiarla o integrarla al Estado de bienestar para posibilitar el consumo. Ahora en Escandinavia, como media, un tercio del mercado de trabajo está ocupado en el sector de los servicios sociales: educación, sanidad y servicios sociales a los hogares”.

[3] “Es posible para gran parte de los hogares encontrar un canguro o una guardería que cuesta poco. La calidad, probablemente, no es la máxima, pero es posible encontrarla, aquí no. Es posible llevar la ropa a lavar en la lavandería porque cuesta poquísimo, aquí no es posible. Con la desregulación del salario también aparece, potencialmente, un enorme mercado de servicios. Ésta es la fuente del milagro del trabajo americano. Es lo que ha creado mucho empleo. Si miramos, por ejemplo, cuál es el porcentaje de trabajadores americanos que trabajan en servicios personales, es más o menos un 12 por ciento del mercado de trabajo, mientras en Europa es un 4-5 por ciento, porque es muy caro. En nuestro caso, es un fracaso del mercado de trabajo “.

 

[4] “Crecen los servicios para personas y servicios sociales, y también los servicios para las empresas. Sabemos que los dos grandes sectores dinámicos en servicios son: empresariales y sociales. En América también los servicios personales son muy favorables para los hogares por su bajo coste”.

 

[5] Esping-Andersen anecdotiza tal proceso cuando relata que “un profesor americano tiene un jardinero que va a su casa tres o cuatro veces a la semana, durante dos o tres horas, para arreglarle un poco el jardín. Él le paga cuatro dólares por hora. El jardinero es un hombre que tiene treinta y cinco años y que antes trabajaba en la empresa General Motors de Ohio, donde ganaba cinco veces más. Tiene un itinerario laboral descendente y dramático, pero no es el único. Las estadísticas americanas demuestran que algo más del 50 por ciento de las personas despedidas con motivo de la desindustrialización, tienen la probabilidad de encontrarse en una situación salarial de, al menos, la mitad del anterior salario. Es un dato duro, una movilidad dramática hacia abajo. Es lo que permite sostener, continuar y también hacer crecer el trabajo en este sector y para este tipo de mano de obra”.

 

[6]. En la actualidad, sostiene el expositor, “frecuentemente hacemos comparaciones con los años de oro, cuando parecía que todo funcionaba bien. Está claro que dos o tres cosas son radicalmente distintas hoy. Una, queda demostrada con este ejemplo. Si miramos la situación de cada nuevo joven que se incorporaba al mercado de trabajo, después de dos o tres años cobraba más –comparativamente– que lo que cobraba su padre a la misma edad. Había un incremento constante del nivel salarial real. El hijo podía siempre compararse positivamente con su padre y podía contar más o menos con su plena ocupación, porque la demanda de la mano de obra poco cualificada era muy fuerte. Ir a la fábrica con trabajo poco cualificado aportaba un salario bueno, que se incrementaba cada año. Era una movilidad social al alza en casi todo, sino a nivel de profesión, si a nivel de dinero, de capacidad, de recursos de vida”.

 

[7] “En nuestra juventud, todos hemos trabajado de cualquier cosa: trabajos mal pagados, trabajos-basura poco cualificados y poco gratificantes. Pero estamos bien, creo que estamos bastante bien, hoy tenemos una carrera, tenemos estabilidad [...] El problema no es la experiencia previa de un trabajo-basura, que puede ser también una experiencia positiva, puede ser un tipo de trabajo positivo para permitir el ingreso de emigrantes, etc. El problema se da cuando puede convertirse en una trampa para tu vida.

 

[8] El autor advierte que “el dilema es mucho más fuerte de lo que parece cuando vemos solamente las estadísticas estándar. El problema se explica con mi analogía preferida: el autobús del economista Schumpeter, ... [cuando a raíz de] su crítica contra la teoría marxista de las clases sociales, decía: “Pero ustedes, ¿de qué clase social están hablando? Una clase social –el proletariado de Marx, por ejemplo-, es como un autobús siempre lleno de gente, pero siempre con gente nueva: unos entran y otros salen. La movilidad es continua. Si una clase social es como un autobús, no es un problema social, no configura clases estáticas, porque todos pueden moverse. El problema sólo existiría si el autobús cerrara sus puertas”. El gran peligro social residiría en la cronicidad en que suelen incurrir los periodos de desocupación, la persistencia de la pobreza y la recurrencia de los empleos mal pagos, porque es entonces el momento en el que “el autobús cierra las puertas para mucha gente”. Este es el reto principal para la estrategia del mercado de trabajo del futuro. Una política desregulatoria del mercado de trabajo debe valorarse en tanto engendra la proclividad a la proliferación de segmentos socialmente excluidos, más aun si frecuentemente se entrecierran la puerta de acceso del autobús.

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