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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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CONCEPCIONES ACERCA DE CLASES Y ESTRATOS SOCIALES - Juan Labiaguerre

KERBO, Harold R.: “Estratificación social y desigualdad. El conflicto de clases en perspectiva comparada”; Madrid, McGraw Hill, 1998

 

TEORÍAS FUNCIONALES DE LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL:

A) La perspectiva de Kingsley Davis y Wilbert Moore fue elaborada con el fin de demostrar “por qué la estratificación y la desigualdad sociales eran positivamente funcionales y, por ende, necesarias en todas las sociedades humanas, excepto en las más simples”. Cual si se tratase de un organismo, se requiere satisfacer las necesidades de todo sistema social complejo, a efectos de mantener su salud; entre las mismas destaca aquella referida a que las posiciones relevantes deben ser ocupadas por las personas dotadas de niveles superiores de cualificación y competencia, y en ese sentido la estratificación constituiría la garantía para cubrir esa necesidad.

A grandes rasgos, los lineamientos fundamentales de esta concepción pueden sintetizarse a través de los caracteres mencionados a continuación [Tumin]: “en todas las sociedades hay posiciones funcionalmente más importantes que otras, y su ocupación demanda una cualificación especial” y, además, existe sólo un número limitado de individuos portadores del talento suficiente de cara a la obtención de dicha cualificación; la conversión del primero en la segunda conlleva una etapa formativa durante la cual quienes están siendo formados deben hacer todo tipo de sacrificios; para incentivar a las personas talentosas con el propósito de asumir tal comportamiento y se formen adecuadamente, es preciso asegurarles un “acceso diferencial, privilegiado o desproporcionado a las recompensas escasas y deseadas que la sociedad ofrece”; estos bienes consisten en derechos y requisitos previos ligados o incorporados a las posiciones, implicando recursos que atañen al “sustento y bienestar, al humor y a la diversión, y al autorrespeto y expansión del ego”; el citado grado de acceso conduce a la diferenciación del prestigio y la estima adquiridos por diversos estratos y ello representa, de la misma manera que los derechos y requerimientos preestablecidos, la vigencia de la “desigualdad social institucionalizada”; esta última, en consecuencia, resulta funcional e inevitable en todas las sociedades.

De acuerdo a Kerbo, la visión descrita es asimilable a la comprensión de un “modelo de mercado laboral que analizara la oferta y la demanda de trabajo como si guardase relación con las recompensas” derivadas del mismo. En el planteo expuesto son desdeñadas las restricciones actuantes sobre dicho mercado, basadas en las desigualdades de poder o influencia, esto es, los factores comprendidos en los supuestos del conflicto; sin aquellas mediaciones se daría una tendencia hacia la igualdad, ya que cuando los trabajadores se pueden movilizar libremente en dirección a puestos mejor remunerados, las posiciones retribuidas con pagos más elevados atraen un excedente de fuerza de trabajo, lo cual redundaría en la disminución salarial correspondientes a esas ubicaciones. Además, al estimar otras recompensas asociadas a las posiciones, tales como un buen ambiente laboral, o alternativamente el prestigio otorgado por una cualificación alta, también se observa un “resultado opuesto a las predicciones de Davis y Moore”. En lo que concierne a estas últimas, resulta muy difícil comprobar empíricamente, es decir por vía de la medición y verificación experimentales, las proposiciones fundamentales emanadas de la teoría...

B) La teoría funcional de la estratificación social diseñada por Talcott Parsons, en comparación con la anterior, “es mucho más general y abstracta”, por lo que se pueden hacer o comprobar escasas predicciones empíricas precisas a partir de aquélla. La obra parsoniana habría servido a la perpetuación de la tradición de las escuelas de Durkheim y Warner en la sociología de los EE.UU.

Según Parsons, “es central la evaluación diferencial en sentido moral de los individuos como unidades”, de allí que el status u honor representaría la dimensión de mayor relevancia en el análisis de la estratificación social. Es decir que las personas son evaluadas y ordenadas por los demás en función de considerar “hasta qué punto viven de acuerdo con los valores dominantes de la sociedad”, lo cual significa que siempre habrá una jerarquía de honor o status en toda sociedad. Si bien este autor reconocía la existencia de diferencias de poder y riqueza, en su visión las mismas resultaban, “por definición, secundarias”. En el caso de la riqueza, sostenía que no se trataba de un criterio primario, dado que en términos del sistema de valores comunes [...] su significado principal es que [representa] un símbolo del logro. Al respecto, el sistema antedicho contribuiría a garantizar que los roles más importantes, desde el punto de vista funcional, sean ejercidos por personas competentes que pelean por su status.

En aras de la especificación del “lugar” ocupado por los individuos en la sociedad estratificada, Parsons ordenó las tareas dentro de ella según la vigencia de un respeto jerarquizado gradualmente, describiendo en primera instancia los “cuatro grandes subsistemas funcionales” con relación a igual cantidad de prerrequisitos funcionales que deben cumplir todas las sociedades para sobrevivir. Éstas deben resolver las cuestiones atinentes a la adaptación al entorno, a la capacidad en pos de alcanzar ciertas metas, a la integración y al mantenimiento de patrones latentes. Respectivamente, las instituciones por medios de las cuales son cubiertos tales prerrequisitos remiten a “la economía, el Estado, el sistema legal (en ocasiones la religión) y la familia, las escuelas y las entidades culturales”.

Kerbo trae nuevamente a colación en este capítulo la analogía orgánica acerca del funcionamiento del cuerpo social, señalando que en el funcionalismo cada uno de los tipos de institución u “órgano” desempeñaría una función en beneficio de la salud de todo el organismo, esto es la sociedad evaluada en su conjunto como si fuera una “totalidad”. Las diferentes tareas de las distintas instituciones las lleva a subrayar pautas variables y las sociedades difieren en cuanto a cuál de los cuatro conjuntos de instituciones predomina respecto a los otros. En las sociedades, donde prevalecen determinadas instituciones, su sistema de valores comunes se inclinará en mayor medida hacia los valores más coherentes con ese conjunto institucional, de forma que aquellas personas que viven de acuerdo con los valores moldeados por las instituciones principales alcanzarán un status más elevado, y también las recompensas secundarias, vinculadas a la ocupación de un status alto, como la riqueza. Asimismo, la autoridad o poder se obtiene mediante la “posición funcional de un individuo en la estructura ocupacional”, adquirida a su vez por vía del logro de status.

Existe desacuerdo con la concepción parsoniana respecto a la cuestión del por qué ciertas personas se ubican en la cúspide de un sistema estratificacional, sistema soslayado por el sociólogo funcionalista estadounidense y que, sin embargo, deviene clave para encontrar las respuestas que buscan sus críticos. Un cuestionamiento esencial a su obra apunta al supuesto acerca de que una sociedad tiene necesidades propias, enfoque según el cual las personas situadas en posiciones elevadas en el campo institucional actúan, a partir de esa ubicación, a favor de los intereses de “toda” la sociedad. Los intereses individuales y grupales o sectoriales serían secundarios, reconociéndose las divisiones de clase aunque se las evalúe poco importantes...

Las desigualdades de status, tan relevantes para Parsons, equivalen a la dimensión crucial de la estratificación “sólo en pequeñas comunidades muy integradas en torno a un conjunto sólido de principios morales”. En definitiva, el autor de marras estimaba que su teoría era analítica y no falsable, esto es una guía para ayudar a comprender fenómenos como la estratificación social, más que una teoría con hipótesis específicas que se puedan comprobar empíricamente.

La inmensa mayoría de la población en las naciones industrializadas depende de un trabajo para la satisfacción de sus necesidades, debido a lo cual la forma más visible de estratificación consiste en la estructura ocupacional, antes que las relaciones de propiedad o las diferencias de poder. Dicha evidencia, siguiendo al funcionalismo, explicaría el consenso extendido en la sociedad respecto de los niveles relativos a esa estructura, determinados por las posiciones basadas en el “status o prestigio”. A continuación Kerbo detalla las conclusiones de una serie de investigaciones tendentes a identificar las ordenaciones características de la jerarquía ocupacional en los EE.UU., destacando la existencia de un “acuerdo amplio sobre el rango de las ocupaciones” en el ámbito laboral y profesional del país.

Teniendo en cuenta la relevancia asignada a la dimensión de status ocupacional, en referencia a la estratificación social, emergió la conveniencia de construir escalas simples y útiles de status socioeconómico, de cara a la realización de estudios empíricos. Ya desde el comienzo de la sociología en esa nación, la posición de clase o el status ocupacional se ha medido de muchas maneras: entre las mismas, el autor menciona la escuela ecológica, que adopta un “enfoque residencial” (la posición de clase de una persona responde a los rasgos de la zona que habita), o el “método reputacional” desarrollado por el citado Warner, en su obra Yankee City, centrado en la investigación llevada a cabo en localizaciones pequeñas, a través de la utilización de técnicas observacionales extensivas (juicios de status emitidos por la gente sobre los integrantes de su comunidad, reveladores de la identificación de sus respectivas ubicaciones de clase: alta-alta, media-alta, media-baja -pequeños comerciantes y empleados de cuello blanco-, baja-alta y baja-baja -“pobres y parados, dotados de criterios morales inferiores”, evaluados despectivamente por sus conciudadanos próximos-).

Las investigaciones acerca del prestigio ocupacional han conseguido un grado considerable de acuerdo en diferentes naciones, en lo que atañe al ordenamiento relativo de las diferentes ocupaciones, aunque puede cuestionarse si dichos estudios corroboran que tal consenso responde a la estimación del “status”, en mayor medida que a otros factores vinculados con la situación ocupacional. En ese sentido, los teóricos del conflicto indican que las personas establecen aquella ordenación en virtud de la renta y del poder correspondientes a una ocupación determinada, relegando a un segundo plano las cuestiones referidas al nivel de status. No obstante ello, “la investigación sobre el status ocupacional no ha reconocido adecuadamente las diferencias de clase en la jerarquización de las diversas ocupaciones”.  

Clases “económicas”, status sociocultural y factores de poder

 El autor considera las diferencias existentes entre ambos paradigmas del conflicto, crítico y no-crítico entre sí, y respecto a los funcionalistas, así como también la dimensión específica de la estratificación acentuada por cada uno de ellos. Además, reconoce la incidencia de las categorías weberianas de clases, estamentos (“status”) y poder [partidos] (págs. 143-145)

Los teóricos sociales tienden a hacer especial hincapié en uno de estos factores, en desmedro de los restantes. Las concepciones que responden al paradigma no crítico del conflicto subrayan la variable centrada en el “poder”, en cuanto elemento primordial de la estratificación. En contraste frente a tal enfoque, las visiones que analizan el conflicto desde una perspectiva crítica otorgan prioridad al concepto de relaciones sociales de producción, o propiedad (económicas), basado en la elaboración teórica marxista, esto es que avalúan como dimensión relevante y crucial aquella asentada en la noción básica de “clases sociales”. Por otro lado, los sociólogos encolumnados en el funcionalismo han hecho prevalecer el componente referido al “status”, estimando que -hasta en la base de la estructura ocupacional- subyacen las diferenciaciones de raigambre estamental.

 

Supuestos paradigmáticos sobre la estratificación social: 

Un motivo que explicaría la diversificación de los sesgos asumidos por dichos abordajes alternativos acerca de la compleja problemática de la “estratificación social”, tratada integralmente, radica en la divergencia de los supuestos paradigmáticos respectivos que sustentan las posturas de las distintas escuelas o corrientes. Mientras que los representantes críticos conciben la posibilidad de reducir la desigualdad sustancialmente, mediante la transformación radical de las relaciones clasistas de propiedad-producción (más allá de la contradicción general de intereses que existe siempre “entre los seres humanos”), los analistas acríticos creen que la presencia de estratos desigualitarios en cualquier sociedad obedece, en un sentido más amplio y difuso, a la contraposición de intereses de “individuos y grupos”. Finalmente, los teóricos del orden no críticos, o funcionales, mantienen que siempre habrá desigualdad, pero tienden a resaltar que la razón [de la misma] reside en las necesidades de las organizaciones humanas complejas.

La visión radical del marxismo respecto al antagonismo clasista

Los teóricos marxistas contemporáneos deben afrontar una realidad social caracterizada por la “ausencia de revoluciones socialistas en las naciones capitalistas avanzadas. De hecho, la clase obrera a la que Marx consideraba encargada de hacer tal revolución parece haber perdido conciencia [clasista], y se ha vuelto menos crítica con el capitalismo” respecto a su actitud colectiva secular decimonónica. A pesar de que el sistema capitalista ha presentado una evolución de carácter monopólico, de alguna manera ya no existiría, de acuerdo a numerosos autores, “una clase alta en el sentido tradicional de las familias acaudaladas, [las cuales] poseen los grandes medios de producción” o, si eventualmente existiesen, dispondrían de un caudal sensiblemente inferior de poder y propiedad (pág. 145)   

Por otra parte, se ha operado un decrecimiento proporcional de las categorías ocupacionales convencionales correspondientes a las primeras fases de las sociedades industrializadas, teniendo en cuenta la emergencia y expansión de una “nueva clase media alta” a partir de la evolución del capitalismo avanzado, contraviniendo el pronóstico marxiano que aludía a un hipotético proceso de proletarización de los sectores medios, lo cual polarizaría, agudizando, la situación objetiva latente de potencialidad revolucionaria anticapitalista.

Además, los pensadores marxistas debieron confrontar las teorizaciones clásicas de su escuela con las contradicciones y efectos del surgimiento de los denominados “socialismos reales”. En ese aspecto, países tales como Rusia [posteriormente extendida a la URSS] y China no desarrollaron sus regímenes comunistas partiendo de revoluciones que hubiesen socavado los cimientos de estructuras capitalistas consolidadas, circunstancia prevista por Marx, habiéndose encontrado dichas realizaciones, asimismo, alejadas del ideal imaginado por aquél, “incluso después de las reformas de Gorbachov y la democracia en la antigua Unión Soviética” (pág. 146)

Los factores generales que explican porqué no se ha producido una crisis importante en las sociedades capitalistas, o porqué se han manejado las mismas sin cambios revolucionarios remiten al “crecimiento y la fuerza del Estado”, por un lado, y a las “influencias imprevistas de la clase obrera”, por el otro. En lo que refiere a la primera cuestión, desde el marxismo se ha procurado compensar la atención demasiado acotada -brindada por el fundador del materialismo histórico- al papel estatal en el capitalismo; ello se realizó adoptando parcialmente un esquema conceptual de raíz weberiana.

A partir de una perspectiva estructuralista, otros seguidores de la misma escuela clásica indicaron que se había desarrollado un Estado fuerte en las sociedades capitalistas, con cierta autonomía de los intereses de la clase alta. Ese ente estatal habría conseguido “dirigir los intereses colectivos de la burguesía para evitar las crisis”, controlando los desmadres provocados por las fases críticas del funcionamiento conjunto del sistema, de cara a frenar la posibilidad de transformaciones sociales radicales. Tal propósito se logró a través de la planificación económica y la regulación de aquellas condiciones proclives a generar dichas crisis, por vía del gasto social en bienestar general de la población, en aras de contener a los sectores más desfavorecidos durante los ciclos económicos recesivos y “mediante la gestión de los conflictos en el seno de la propia burguesía”.

Además, se habría institucionalizado el conflicto interclasista, por lo cual las elites de los grandes sindicatos trabajan en beneficio de los intereses capitalistas, controlando las huelgas e impidiendo que los trabajadores consideren cuestiones más amenazantes, como su influencia en la toma de decisiones en las corporaciones. Por otra parte, el relativamente elevado nivel material de vida alcanzado por las clases obreras en los países capitalistas más desarrollados derivaría en una especie de “cooptación de los trabajadores”. Asimismo, ejerció una gran incidencia en el apaciguamiento de la “lucha de clases” la fuerza del proceso de legitimación en las naciones capitalistas avanzadas.

Aquello que “Marx no consiguió prever es [la forma asumida por la] internacionalización del capitalismo, que ha supuesto un aumento de los empleos de clase obrera y el empeoramiento de sus condiciones debido a la exportación de este tipo de trabajos por parte de las naciones ricas hacia los países pobres” (pág. 147) Debe tenerse en cuenta también que, al margen de crear más divisiones en la clase trabajadora, la expansión de la estructura ocupacional y la esperanza de movilidad social han atenuado la conciencia de clase debido a la posibilidad de eludir trabajo de cuello azul, “alienante” y de bajo status (pág. 148)

Un modelo “empirista” acerca de las sociedades estratificadas

Las investigaciones de carácter empírico, realizadas a partir de un enfoque marxista -respecto a las categorías correspondientes a la noción de clase- por Erik Wright, permitieron elaborar un modelo “clasista” según el cual la estructura de la sociedad puede dividirse en capitalistas, directivos, trabajadores y pequeña burguesía. Sin embargo, “la posición de clase definida en términos marxistas no lo explica todo sobre la movilidad social y el logro de la renta”, elementos cuya estimación resultaría imprescindible para la comprensión integral de la estratificación social. Kerbo sostiene, en ese sentido, que la desigualdad puede ser reducida hasta cierto punto con la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, pero igualmente coexisten otros intereses y grupos en conflicto dentro de las sociedades modernas, más allá de aquella hipotética reducción págs. 149-150)

La incidencia de los grupos de interés y del móvil del poder: el paradigma acrítico al interior de las teorías conflictivistas, en referencia a la estratificación de la sociedad, tiende a evaluar -en general- el conflicto en tanto “aspecto más característico” de los individuos y colectivos humanos, condición que no se hallaría circunscrita al ámbito exclusivo demarcado por las relaciones de índole económica. En otras palabras, el conflicto y la explotación de una u otra forma, y en mayor o menor grado, existirán siempre entre los seres y sociedades humanos. Por lo tanto, se hace necesaria la contemplación de tal fenómeno desde una óptica amplificada del poder y de las relaciones sociales conflictivas para alcanzar el entendimiento cabal del conjunto complejo de factores que determinan la esencia estratificacional de toda sociedad. Además, con el objeto de explicar globalmente la estructura y el funcionamiento concreto de un “sistema de estratificación social”, es preciso analizar previamente la clase organizada o el grupo de interés, en lugar de los conflictos fortuitos entre individuos (pág. 151)

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