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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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ESTRATIFICACIONES, MOVILIDAD, Y DESIGUALDADES SOCIALES - Juan Labiaguerre

KERBO, Harold R.: “Estratificación social y desigualdad. El conflicto de clases en perspectiva comparada”; Madrid, McGraw Hill, 1998

 

Las limitaciones inherentes a la información alcanzada, en referencia a las pautas de movilidad predominantes en la zona superior de la escala estratificacional, se deben al carácter sesgado de las investigaciones realizadas al respecto, enfocadas primordialmente hacia la variable correspondiente al status ocupacional. Por ende, se soslaya el papel trascendente ejercido por las posiciones de propiedad y/o control de los medios de producción más importantes de la sociedad. Sin embargo, existiría “cierto acuerdo en torno a que la herencia es muy [significativa entre] las clases alta y corporativa”, aunque todavía sea materia discutible el grado de reclutamiento para estas clases al interior de los niveles inferiores de la elite. En tal sentido, se alude al fenómeno denominado “movilidad patrocinada”, que atañe a la influencia de un reclutamiento muy selectivo, en aras de asegurar que aquellos que acceden a las posiciones más altas apoyarán las desigualdades y los privilegios de clase asociados a la propia ubicación en los estratos superiores.

Las pautas de movilidad referidas a los varones blancos se habrían manifestado notablemente estables durante el lapso comprendido entre los años 1962 y 1973, de acuerdo a la copiosa información empírica recogida en dicho periodo. No obstante ello, “las ocupaciones agrícolas han disminuido considerablemente con el tiempo” y, a su vez, se ha registrado un aumento lentísimo de la movilidad ascendente. En el transcurso de la década de los ochenta la evolución de esta última pauta dejó traslucir la “disminución de los puestos de trabajo de nivel medio”, junto al incremento correlativo de las ocupaciones manuales no cualificadas con remuneraciones reducidas, Por lo tanto, la movilidad social se hizo más lenta en los años ochenta y noventa, siendo “muy probable” que en el decenio finisecular se haya generado una movilidad descendente más que ascendente.

En cuanto al género femenino, y las personas de raza negra en términos generales, las pautas vigentes de movilidad difieren respecto a las prevalecientes entre los “varones blancos”. En lo que concierne a los individuos de color, “la estructura ocupacional ha sido más rígida en la parte baja” de la pirámide estratificacional, donde el elemento hereditario constituyó la regla, así como también una tasa bajísima de herencia en la parte alta, aunque levemente aminorada a partir de los datos expuestos en 1973. A pesar de esa mejora relativa, “los beneficios que obtuvieron los negros a finales de los sesenta y en los años setenta disminuyeron o desaparecieron” a lo largo de la década ochentista.

 

Alcances concretos del “logro” en el caso de las mujeres

En lo que refiere al caso específico de las mujeres, es posible diferenciar dos pautas relativas al proceso de movilidad social, en primer lugar estimando la ubicación del género dentro del conjunto de la fuerza de trabajo, criterio según el cual su movilidad difiere con relación a aquella concerniente a los “varones blancos”. Esto es así dado que ellas tienden a concentrase en las ocupaciones no manuales de menor calificación. Al margen de la impronta sociolaboral heredada, eventualmente, de la actividad remunerada que ejercieron sus progenitores, las mujeres suelen ascender o descender a posiciones no manuales bajas, Asimismo, al evaluarse que el status ocupacional femenino presenta una correspondencia considerable con el de sus esposos, la pauta prevaleciente de movilidad del mismo se asemeja mucho a la característica general adoptada por la de los varones blancos, pese a que se produzca una movilidad vertical más intensa -tanto ascendente como descendente- por vía del matrimonio, respecto a las mujeres, que a través de la evolución laboral dentro del género masculino.

 

Adscripción y movilidad fáctica (las discriminaciones étnicas)

Pasando a las investigaciones sobre “logro de status”, que intentan hallar explicaciones a los factores que permiten a las personas alcanzar determinados posicionamientos en la estructura ocupacional, el autor reconoce, prima facie, que “los orígenes familiares contribuyen en muy buena medida” a la consecución de aquel objetivo. Además, es frecuente la vinculación de los indicadores correspondientes a tipo y grado de educación, junto al nivel de renta o ingresos económicos, con el estadio en igual sentido predominante en los respectivos ámbitos domésticos de crianza. Se señala además que “el logro educacional, la capacidad intelectual, la motivación y la situación económica de los padres influyen”, en forma notable, sobre el alcance eventual de las metas trazadas particularmente en la esfera ocupacional (pág. 197)

Luego de revisar la composición y coincidencias parciales de diversos modelos de logro de status, haciendo hincapié en aquellos elaborados conceptualmente, y operados de modo empírico, por Blau-Duncan y Wisconsin, respectivamente, Kerbo analiza de manera especial el factor educacional en tanto “estructura mediadora” en pos de la consecución fáctica de las metas socioculturales, y objetivos de orden económico, trazados por las personas a través de sus proyectos de vida. Con el propósito de realizar semejante abordaje teórico-experimental, se trata la incidencia sucesiva de la “escolaridad básica”, seguida del acceso eventual a los estudios de grado universitarios, o pertenecientes al tercer ciclo, al interior siempre de un contexto fuertemente condicionado por los caracteres elementales propios de los orígenes familiares de los individuos y, en todo caso, de grupos o colectivos determinados (págs. 197 a 205)

Reinterpretando mediante una concepción crítica la mayoría de las investigaciones llevadas a cabo alrededor de la temática sobre logro de status en su país, el autor destaca la limitación intrínseca en la aptitud explicativa de los resultados de las mismas. Ello sobre todo debido a su acotamiento a la perspectiva sesgada del status ocupacional, dejando de lado elementos relevantes tales como aquellos atinentes a la propiedad y a la renta. En vistas de tal cuestionamiento, son resaltadas las causales determinantes, de índole económica, ligadas al proceso “estructural” referido a la obtención de cierto status, elementos concomitantes a los condicionamientos vigentes propios de los factores de raigambre adscriptiva, enfoque que conllevaría una “mirada conflictivista” del citado proceso.

De acuerdo a lo expuesto, “una perspectiva de la asignación basada en la visión del conflicto” podría explicar los datos resultantes de los emprendimientos investigativos realizados en torno a la adquisición de status. Los modelos acerca de este proceso comprenden sólo una parcialidad del conjunto de elementos causales de la movilidad social, pues el peso desmesurado otorgado a la posición ocupacional, en sí misma, tiende a ignorar otras dimensiones correspondientes a la esencia sustantiva de los diferentes rangos, o “capas”, que conforman el sistema estratificacional de una sociedad concreta. De manera que los ejemplares modélicos susodichos resultan proclives a soslayar palmariamente “varios tipos de restricciones estructurales o institucionales” que afectan de manera sustancial la dinámica inherente a aquella movilidad (págs. 206 a 215)

Siguiendo la postura teórica señalada, las personas compiten mutuamente en aras de conseguir un destino exitoso, y tal “norte” lo obtendrían en virtud de sus respectivas capacidades y motivaciones individuales, aunque la búsqueda del trasfondo de la cuestión conduce al móvil de una competencia subyacente animada por las “necesidades del conjunto de la estructura corporativa”. Debido a dicho condicionamiento nodal, si bien en un nivel de análisis más individual podemos encontrar tanto logro como adscripción [...], en el proceso de prosperar aquellos que tienen padres que ya han prosperado adquieren una ventaja notoria. Con relación a este último aspecto, Christopher Jenks (junto a otros autores) llegaron a la conclusión de que la procedencia familiar explica prácticamente la mitad de la “varianza del logro ocupacional” .

Trasladándonos al proceso de legitimación, el mismo remite a la problemática referida a los medios por cuya vía permanecen las desigualdades interclasistas, en la medida en que quienes se encuentran ubicados en las posiciones elevadas de la escala estratificacional reciben una porción desproporcionadamente mayor de las recompensas, y están en una situación favorable para asegurarse que sus hijos hereden su posición privilegiada. Semejante cuestión deriva en el interrogante crucial acerca de “¿qué es lo que impide a los que están en la parte baja de la estructura social oponerse a ese estado de cosas?”, es decir ¿qué les impide a esas personas y colectivos provocar un cambio fundamental en el sistema de estratificación?

Los desniveles de poder y riqueza propios de las sociedades estratificadas modernas devienen aceptables para la población, en general, merced a la activación de mecanismos complejos que integran, “en bloque”, el proceso legitimador de aquellos desequilibrios. La incidencia de tal fenómeno no implica descartar la existencia de situaciones temporalmente prolongadas de flagrante inequidad sociodistributiva y de explotación discrecional de grandes masas de la sociedad, las cuales son rechazadas colectivamente en forma latente o implícita, ya que en la mayoría de los casos la fuerza ha servido para mantener las desigualdades en el transcurso de la historia. Pero a largo plazo, la mera represión es ineficaz y costosa, especialmente en la historia contemporánea reciente... No obstante, al margen del recurso exclusivo a la fuerza suelen otorgarse “incentivos materiales que incitan a la obediencia y  apoyar el status quo”, método más frecuente, aunque el mismo presenta determinadas limitaciones.

Tanto el uso de la fuerza como la concesión de ciertos incentivos económicos parciales manifiestan resultados discutibles y relativos a la hora de evaluarlos en cuanto procedimientos tendentes al fomento del acatamiento, o de la sumisión, ante el orden establecido imperante. En consecuencia, los medios que han demostrado mayor eficacia, de cara a conservar dicho ordenamiento social, deben conllevar algún grado de convicción, por parte de aquellos que no pertenecen a las elites privilegiadas, acerca de que la desigualdad es moralmente buena y -por ende- los sectores sociales más favorecidos “tienen justificación para dar órdenes y recibir una mayor proporción de los bienes o servicios valorados o, al menos, para hacer dudar de las alternativas posibles”. El proceso de legitimación deviene funcional, entonces, a efectos de mantener la obediencia y la desigualdad estructurada en el conjunto de la sociedad (pág. 219)

 

Componentes psicosociales de la desigualdad social

Los mecanismos de legitimación pueden estudiarse a través de un nivel “micro”, contemplando los factores psicosociológicos legitimadores de las divisiones de autoridad y las situaciones desigualitarias en general. Estos elementos implican la aceptación voluntaria de un orden dado, pues se trata en este caso de examinar las conductas humanas de aceptación y “disciplina” frente a la ausencia de una coerción directa (págs. 221 a 230)

Mientras la sociedad permanece relativamente estable, esto es cuando el conflicto social latente no propicia la rebelión y la emergencia de transformaciones radicales, la conflictividad abierta, expresa y manifiesta pasa a un segundo plano. En esas situaciones, una de las formas mediante las cuales es preservada una legitimidad básica, consiste en crear un margen considerable de consenso alrededor de las normativas vigentes referidas a la premisa teórica de la “justicia distributiva”. Resulta evidente, a partir de la investigación empírica, que existen normas al respecto y que al menos hay un acuerdo considerable entre la gente sobre ellas, aunque se presentan divergencias culturales, sociohistóricas y personales en términos de la aplicación de las mismas, que se tornan por consiguiente ambiguas, verbigracia, al procurar definir los grados de recompensa relativos a determinadas contribuciones aportadas particularmente a la sociedad. Debido a esta circunstancia, pese a que se halla evidencia factual con relación a una “desigualdad justa basada e normas de justicia distributiva”, la cuestión debería profundizarse en mayor medida con el objeto de comprender de qué manera un número elevado de personas llega a aceptar una gran desigualdad.

En lo que atañe al factor psicosocial consistente en la “autoevaluación”, vinculado de algún modo al proceso de socialización, es posible entender el concepto de uno mismo, construido mentalmente por los seres humanos, mediante el cual los individuos se autoperciben como personas que “merecen” situarse en una determinada ubicación graduada dentro de la escala jerárquica propia de todo sistema de estratificación social. Además, “en contextos (o posiciones) sociales más específicos”, pueden establecerse los mecanismos psicológicos por cuya vía la personalidad consigue asumir la pertinencia de una valoración superior o inferior de sus capacidades, y si eventualmente mereciese recompensas mayores. Una fuente destacable de la incidencia de los congéneres en el fenómeno de autoevaluación, en la edad madura del ser humano, radica en la ubicación individual asignada al interior de la estructura ocupacional, y se ha corroborado empíricamente que la posición de clase se encuentra más ligada a la propia autoestima entre las personas adultas, en comparación con igual correlatividad presente en los niños. En referencia a la sociedad vista en su conjunto, Kerbo acota que en la medida en que la gente retribuida con recompensas escasas o magras tiende a tener un nivel inferior respecto a su autoevaluación, es más probable que “la desigualdad social se considere legítima”.

Al señalar las connotaciones del elemento ideológico alusivo a la premisa de la igualdad de oportunidades, el autor sostiene que sólo una pequeña proporción de las sociedades, a través de una panorámica histórica retrospectiva y presente, han respetado ese principio valorativo. Sin embargo, una vez derrumbadas las obsoletas “ideologías” o doctrinas teológicas que apañaron las desigualdades jurídicas entre estamentos diferenciados adscriptivamente [aquí el autor utiliza la expresión clases], durante el periodo transicional desde “las sociedades feudales hacia las industriales”, la creencia en la igualdad de oportunidades ha demostrado ser una herramienta nueva y poderosa para legitimar la desigualdad. A pesar de ello, este renovado marco ideológico conlleva tanto un reaseguro como, así también, una amenaza potencial en lo que hace al sostenimiento de los privilegios clasistas de las “capas sociales” que ocupan los sitiales elevados de la estructura de la sociedad. Esto ocurre así puesto que, para poder legitimar el sistema de clases, el valor afincado en la igualdad de oportunidades (tan proclamado en los Estados Unidos, en su hipotético papel de adalid de la democracia occidental moderna) debe poseer al menos algunos visos de realidad. En caso contrario, dado que “la población alberga esperanzas y expectativas”, si los hechos concretos no responden por medio de indicios reales a la vigencia de dicho valor las consecuencias pueden llegar a ser revolucionarias.

La legitimación del desequilibrio distributivo

Más allá de los procesos psicosociológicos propiciatorios de una tendencia hacia la aceptación de la desigualdad “en un sentido abstracto o muy general”, interesa destacar los niveles de diferenciación existentes entre las “recompensas” y la dimensión respectiva de las desigualdades sociales vigentes de hecho. Ello conduce al análisis del comportamiento de las elites, teniendo en cuenta los fundamentos psicosociales previamente indicados, “para legitimarse sí mismas y a la economía política particular que ellas representan”.

Los grados relativos de desigualdad estimados en tanto “aceptables” experimentan variaciones de acuerdo a los diferentes países y estructuras socioculturales de que se trate. En ese aspecto, una investigación comparada en los Estados Unidos, Suecia y Japón ha revelado que en estos dos últimos países se acepta menos un grado alto de desigualdad. Por otra parte, desde una óptica comprensiva de las diversidades “estratificacionales”, se añade que las personas de clase alta aceptan en mayor medida la desigualdad basada en el mérito, mientras la gente de clase baja lo hace más con aquella otra asentada en la necesidad. Los distintos planos en los que pude variar la legitimación aluden, respectivamente, a la aceptación general y abstracta de la estratificación o desigualdad per se, de un sistema determinado de “economía política”, de un grupo particular de elites, y con relación a éstas en sí mismas.

Bases institucionales y simbólicas de la sociedad estratificada

El análisis de las diversas formas a través de las cuales las elites obtienen concretamente legitimidad, así como también los medios utilizados para conseguir ello, derivan en el abordaje teórico del macroproceso de legitimación (págs. 231 a 247) Al respecto, las elites, aprovechando la tendencia psicosociológica básica a la aceptación de la desigualdad que subyace en la sociedad en general, procura legitimar las instituciones sociales por vía de cuya vigencia se fundamentan su poder y sus privilegios. Para alcanzar este objetivo, los grupos elitistas usan las normas simbólicas referidas a la justicia distributiva ya mencionadas, intentando convencer a aquellos no pertenecientes a su círculo favorecido de que “las contribuciones de la elite a la sociedad son proporcionales a las recompensas que recibe”, y de que las capacidades de las elites resultan superiores a las correspondientes a quienes están excluidos del acceso a ellas.

En lo que concierne a la función legitimadora de la educación, se reconoce que la justificación de las políticas económicas puestas en práctica por los gobiernos, y defendidas por los sectores dominantes, constituye un papel relevante del sistema de escolarización pública, puesto que la mayoría de los adultos admiten la validez de aquellas políticas. Asimismo, la institución educativa oficial sustenta el sistema de estratificación, “enseñando a los niños a respetar la autoridad y a aceptar su lugar” dentro de la estructura social estratificada de manera inequitativa.

El rol más importante ejercido por los medios de comunicación masiva radica en el respaldo directo a las medidas gubernamentales vigentes - suministrando “publicidad” las mismas-, formatear aquellas cosmovisiones amplias proclives a justificar las políticas económicas promovidas por las clases que sacan réditos de ellas y descalificar las alternativas potenciales eventualmente enfrentadas a dicha forma de manejar los asuntos público-sociales. Además, muchos órganos periodísticos se encuentran subordinados a los intereses de los “estratos” ubicados en la cima de la pirámide escalonada en cuanto a posición económica, los cuales expresan las conveniencias -sobre todo- de las grandes corporaciones empresariales.

No obstante las apreciaciones antedichas, Kerbo sostiene que “el sistema educativo y los medios de comunicación de masas [representan] los instrumentos más reconocidos para moldear las opiniones” a favor del orden político y socioeconómico establecido, pero los grupos de interés forman numerosas organizaciones “voluntarias”, cuya misión consiste en que las concepciones y puntos de vista de aquéllos alcancen una poderosa incidencia sobre la opinión pública. A pesar de la influencia innegable de los tres factores señalados, el autor estima que sería errático suponer que las elites pueden hacer que cualquier cosa parezca legítima a los ojos de quienes no pertenecen a ellas. En este sentido, existen ciertos límites, aunque éstos difícilmente se encuentran definidos nítidamente y, por otro lado, son proclives al  cambio. Asimismo, no toda acción llevada a cabo por las elites requiere indispensablemente de un consenso en torno a su legitimidad, teniendo en cuenta que la mayoría del público suele no ser consciente de los propósitos reales que anidan en las actuaciones de los sectores sociales dominantes, e incluso conociendo el rechazo de la opinión pública a determinadas políticas, los círculos elitistas podrán continuarlas en la medida en que no emerja “un grupo de interés o movimiento social muy organizado” como para desafiar el poderío de aquéllos.

 

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