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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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MUTACIONES TÉCNICAS DEL TRABAJO - Juan Labiaguerre

Respecto de los cambios tecnológicos en la organización del trabajo, el estudio de las mudanzas, operadas en el espectro ocupacional, conduce al análisis de la aplicación de renovadas tecnologías en el ámbito de la generación de bienes, objetos de consumo y servicios. A su vez esa cuestión, caracterizada por un conjunto de transformaciones, tanto técnicas como económicas, repercute en las formas asumidas por el proceso laboral y la creación de fuentes de empleo[1]. Dicha situación plantea la emergencia de un modelo sociolaboral alternativo, radicalmente diferenciado del patrón organizacional propio de la industrialización convencional, predominante hasta hace alrededor de treinta años. En tal sentido, resulta evidente que las innovaciones tecnológicas posibilitan el logro de niveles superiores del volumen de producción, utilizando menor cantidad de mano de obra, lo cual impacta en el terreno ocupacional y permite hablar del ingreso a una nueva era, marcada por el nacimiento de la denominada sociedad “postindustrial” o de la información, calificativos que reflejan concepciones diferenciadas entre sí, aunque ambas igualmente discutibles, tal como se fundamentará en apartados posteriores[2]. 

Corresponde aclarar el significado de la expresión <modelo productivo>, debido a que la misma admite diversas interpretaciones. La utilización aislada del vocablo “modelo”, en cuanto tal, puede implicar una mera descripción simplificada de la realidad, de manera que “los niveles y categorías de abstracción definen la especialidad de los diferentes enfoques”[3]. También dicha palabra refiere, alternativamente, a determinada elaboración tipológica en el campo de las ciencias sociales, alusiva a cierto “conjunto organizado de conceptos [...] que se inscribe en un cuadro teórico y que se acompaña de métodos”[4]. Finalmente, una tercera acepción de aquel término refleja la noción de “ideal al que se aspira”[5]. Teniendo en cuenta la precedente especificación, precisemos que un modelo productivo puede identificarse, dentro de los procesos de fabricación, como un conjunto de dispositivos y prácticas, <coherentes entre sí y compatibles>, en los ámbitos de la gestión, de la organización y de las tecnologías, que tiende a reducir la doble incertidumbre del mercado y del trabajo[6].

Durante el último cuarto de siglo dos escuelas del pensamiento económico, las corrientes denominadas regulacionista e institucional, enfocaron desde perspectivas divergentes las transformaciones de la organización productiva. en el terreno empresarial. Si bien comparten el criterio acerca de que el “mundo laboral” manifestó un cambio profundo en ese periodo, la primera visualiza el advenimiento de una era <postfordista>, mientras la otra menciona la presencia de cierta especialización flexible, distinción terminológica que refleja una diferencia conceptual profunda[7]. Sin embargo, las dos visiones coinciden en señalar los cambios de los métodos productivos en cuanto “transformación del modelo de producción de masas”, que gira -finalmente-en torno del proceso de flexibilización, al interior del establecimiento industrial. Tal procedimiento se expresa en la forma de organización de la empresa, en la aplicación de tecnologías programables <polivalentes> y en el modo de utilización de la fuerza de trabajo[8]. En referencia a la exteriorización de esa evolución, por ejemplo, en gran parte de las empresas españolas, cabe indicar que: se perfila un tipo de empresa muy diferente a la del pasado: más pequeña, extendida horizontalmente sobre ramos diferentes, con un núcleo de trabajadores estables y una periferia amplia de inestables. En este tipo de empresa la gestión de la mano de obra y la organización del trabajo pueden ser diferentes del pasado y las relaciones laborales necesariamente tienen que reflejar estos cambios, con un debilitamiento sindical, con una aparición de formas nuevas de representación, con un desarrollo de la negociación por grupos de trabajo o de manera individualizada[9].

Por otro lado, el componente de la productividad atañe a la cantidad de mercancías fabricadas, mediante el uso de determinada “unidad” de trabajo en el mismo tiempo, e incide sobre el grado de competitividad, alcanzado por un emprendimiento empresarial -correspondiente a ciertos procedimientos y modalidades-, mediante los cuales se pretende abastecer diversos segmentos de la demanda de productos. Cabe agregar que la competencia, en la medida en que resulte positiva y según la teoría económica, tiende a favorecer la actuación, y la satisfacción de necesidades, por parte de diversos sectores productivos y agentes comercializadores de bienes o mercancías. Ambos factores entrelazados, la productividad articulada a la competitividad, constituyen elementos esenciales en términos de los comportamientos de los mercados, entre ellos el de trabajo. Además, “la capacidad tecnológica y humana de generar, procesar y producir” representa una variable clave que determina el progreso conjunto de la economía[10].      

Dentro del marco descrito, surgen procedimientos técnicos, instrumentos y tipos de producción que expresan la emergencia de <tecnologías de procesamiento de la información>, por cuya vía la electrónica reconvierte todos los equilibrios, las pericias y los arreglos, tan difícilmente establecidos y adquiridos durante los largos aprendizajes que acompañaron la introducción, y luego la generalización, del taylorismo y del fordismo[11]. El sistema económico, que giraba alrededor de la producción en serie, se ve alterado por un cúmulo de invenciones tecnológicas -aplicadas en los métodos de fabricación-, que genera tanto ventajas como inconvenientes, desde el punto de vista ampliado del proceso de trabajo en general, y de sus implicaciones sociales[12].

En el transcurso de los años ochentas, una crisis de orden específicamente industrial se superpuso a otra ya manifestada, en el campo de las relaciones laborales, durante la década anterior. Surge entonces un factor crucial que marcará en forma indeleble el devenir de la problemática ocupacional, hacia finales del siglo, radicado en la utilización de “innovaciones técnicas organizacionales o sociales”, en particular de tecnologías renovadas, sustentadas en adelantos significativos de la rama electrónica. En ese contexto, fue afectado de manera decisiva el funcionamiento coordinado del esquema fordista, cuando no se socavó directamente “en sus resortes y en el principio mismo de su eficacia”. De modo simultáneo, mientras dicho modelo organizativo del trabajo industrial demostraba un inevitable declive, a partir de los condicionantes objetivos señalados, “nuevos microcimientos y [...] configuraciones productivas -centradas en diversos usos de la flexibilidad técnica y organizacional- se constituían”[13]. La consolidación progresiva del ingreso de la electrónica en los establecimientos fabriles se expresó de la siguiente forma:

En la segunda mitad de la década de los setentas es cuando el robot -objeto rey de la nueva automatización- asegura un vigoroso avance que ya no se desmentirá: sólo algunos cientos de robots están en actividad en 1974, varias decenas de miles en 1989. Y eso para no mencionar la inmensa logística informática o electrónica, en la cual se apoyan autómatas y ordenadores programables u otras calculadoras y computadoras industriales, que pilotean en tiempo real las trayectorias de las bandas transportadoras o hacen entrar en acción, con milisegundos de diferencia, las herramientas de las máquinas[14].

Tanto el ámbito informacional específico, como así también la esfera amplia del conocimiento en general, representan indicadores insoslayables a la hora de evaluar el desarrollo productivo, en el marco de la competencia mercantil, a fines del milenio. Contando con los dos recursos mencionados, aún sin la aportación de capital, podría conseguirse la acumulación del mismo. En sentido contrario, la mera presencia de dicho aporte, pero careciente del apoyo del conocimiento, y de las tecnologías adecuadas a su procesamiento y difusión, hace factible que una empresa se descapitalice. Por lo tanto, información, tecnología, capacidad de gestión y procesamiento: ésta es la base para la creación de productividad y competitividad, [conformando] una herramienta de empleo[15].

Asimismo, debe agregarse que, a niveles superiores de tecnología incorporada por los emprendimientos económico-productivos, mayor es la participación proporcional ganada en los respectivos mercados. En ese sentido, es evidente el progreso indetenible de la microelectrónica, piedra basal en el crecimiento económico finisecular, desde que abre por sí misma nuevos segmentos rentables para la inversión, al tiempo que deviene componente esencial en términos de la reconversión productiva industrial en su conjunto, la gestión empresarial y hasta el propio rediseñamiento sistemático de la producción de bienes de consumo.

En el marco acotado de las empresas que aplican tecnologías computarizadas “de punta”, la intensificación de la flexibilidad técnico-organizativa induce a que la producción sea dirigida mediante ordenadores, controlables a través de instrumentos proporcionados por la <robótica>. Sobre tal base, en lugar de adaptarse al factor determinado por el consumo de masas, dicha modalidad incentiva la segmentación del mercado, readecuando su oferta hacia reductos -predeterminados y específicos- correspondientes a una demanda cada vez más particularizada. Esa mutación redunda en el acortamiento de las prolongadas, y complejas, series de montaje en cadenas, generando una transformación estructural del producto final, que pasa a elaborarse -también- en breves lapsos temporales.

Si bien el factor de la información ejerce desde hace tiempo un papel relevante, el surgimiento de tecnologías informáticas avanzadas potenció su trascendencia en épocas más recientes, en la medida en que los procedimientos de transmisión adquieren creciente velocidad, utilizándose al mismo tiempo técnicas cada vez más flexibles. En este sentido, el fenómeno denominado <informacionalización social> reflejaría el hecho de que las sociedades organizan su sistema de producción en torno a los principios de maximización de la productividad, basada en el conocimiento, mediante el cumplimiento de las requisitorias para su utilización (fundamentalmente, recursos humanos e infraestructura de comunicaciones).

En el contexto mundial de nuestros días, la mayoría absoluta de la fuerza de trabajo se desempeña, aún, dentro de mercados laborales locales, al tiempo que las empresas se desenvuelven prioritariamente en espacios comprendidos por regiones o países determinados. Sin embargo, las actividades nucleares de las economías se hallan <globalizadas>, debido a que éstas actúan en cuanto unidad en tiempo real a escala planetaria, a través de una red de interconexiones[16]. También la información y la tecnología inciden de manera global, al existir en la actualidad “paquetes tecnológicos”, cuya difusión y comercialización se transmiten en función de la capacidad empresarial, en orden a establecer contacto inmediato con los circuitos de la tecnología predominante. Esto ocurre al margen de las procedencias nacionales, teniendo en cuenta la necesidad de una apertura total de comunicaciones con el mundo, que permite a las firmas y corporaciones interactuar con fluidez creciente.

Asimismo, el personal dotado de una cualificación elevada -en materia informática- también se encuentra globalizado, es decir que su asesoramiento puede ser requerido en zonas del planeta alejadas entre sí, superando barreras internacionales o continentales. En tal sentido, puede decirse que la complejidad social difumina y esconde los contornos del que fuera transparente trabajo asalariado: los “trabajos”, incrustados en esa sociedad están hoy en los entresijos de lo que era hasta ahora espacio privativo del no-trabajo, o dispersos social o geográficamente pero, quizás, más centralizados que nunca. Pero, eso sí, <invisibles> a una mirada teóricamente huérfana, que no se empeña en renovar su instrumental conceptual y metodológico[17].

En la actualidad, los mercados más importantes y dinámicos operan de manera interrelacionada dado que, aunque la mayoría de ellos actúa -como vimos- en espacios localizados, un elemento decisivo en la evolución de las empresas transnacionalizadas consiste en la posibilidad de penetrar comercialmente en distintos territorios, muy distanciados geográficamente. La producción en el orden planetario es global, si nos ajustamos estrictamente a la consideración de la relevancia adquirida por ciertas firmas multinacionales, junto a sus redes productivas auxiliares, en diversos lugares del mundo.

Sin embargo, pese a que dichos grupos empresariales emplean alrededor de setenta millones de trabajadores en varios continentes, esta cifra -si bien considerable- no es demasiado significativa, comparada con la población conjunta -económicamente activa- del orbe. Sin embargo, al margen de esa proporción cuantitativa, dichas corporaciones, a través de sus filiales satélites, conforman el centro vital de la actividad industrial y de generación de servicios, hegemónicas a escala mundial. Debe apreciarse, en ese aspecto, que los principios universales de la globalización se mantendrán según las especificidades de contextos nacionales que respondan a las orientaciones y acciones de los actores involucrados, [al disponerse localizadamente] de un “margen de maniobra” [frente a cierta] heterogeneidad de situaciones, que se pueden detectar en términos de gestión de la fuerza laboral[18].

Es decir que, más allá de que la mayoría de las empresas, y de su correspondiente fuerza laboral, no se encuentran absolutamente globalizadas, el estadio relativo, junto al devenir del funcionamiento económico, del “concierto” de países, se atienen a su conexión con el eje mencionado de firmas transnacionales, que controlan el núcleo, dotado de superior dinamismo innovador, de la tecnología informática. La actuación <en red> sincroniza las esferas de decisión de las corporaciones empresariales, articulando su funcionamiento con el radio de acción de las firmas subsidiarias, los medios productivos y la mano de obra de numerosos países[19]. Tal procedimiento favorece a los agentes inversores de capital, porque dichos componentes se coordinan en forma “flexible”, adecuándose -de modo instantáneo- a las variaciones experimentadas por la demanda de artículos de consumo, o de determinados servicios, de una economía mundializada en ese aspecto. De manera que allí donde existe, coyunturalmente, un mercado fuerte, tiende a desplegarse la producción en red, mientras que cuando merma el lado de la demanda del mismo, el citado esquema productivo es desmontado, pasándose a utilizar los recursos correspondientes a otras áreas.

 

[1] La preocupación generada por la “cuestión del empleo” en Europa -hacia fines del siglo XX- quedó demostrada, por ejemplo, cuando durante el desarrollo del V Congreso Español de Sociología, llevado a cabo en la ciudad de Granada en septiembre de 1995, se realizó una sesión especial dedicada al tratamiento del impacto sociolaboral de los nuevos modelos productivos, con el objeto de difundir a escala nacional su importancia (Castillo, Juan José: A la búsqueda del trabajo perdido; Madrid, Tecnos, 1998). COLLER, Xavier: Reorganización productiva en los puestos de trabajo. Estrategias de acción y relación laboral; Madrid, revista “Sociología del Trabajo” N° 30, 1997. Al tiempo que “los regulacionistas elaboran una compleja teoría acerca de la transformación del capitalismo y la basan parcialmente en los cambios que observan en los centros de trabajo [...], los institucionalistas también sitúan las empresas en el centro de sus teorías, aunque a diferencia de los economistas ortodoxos introducen en el análisis de los procesos económicos el entorno institucional (política, estructura social) en el que éstos se desarrollan” (pág. 74) [2] CASTELLS, Manuel: Globalización, tecnología, trabajo, empleo y empresa; en Castells, M. y Esping-Andersen, Göstha, “La transformación del trabajo” (Barcelona, Factoría, 1999). Castells, autor de una trilogía de textos fundamentales, para la comprensión del fenómeno que nos ocupa, acuñó el término sociedad de la información, a efectos de abarcar el conjunto de mutaciones que afectan a la humanidad hacia fines del siglo. Véanse al respecto: La sociedad red: la era de la información (Vol. I), 1997; Economía, sociedad y cultura (vol. II), 1998 y La era de la información (vol. III), 1998 [Madrid, Alianza Editorial]. Este especialista considera que la tecnología, por sí misma, no impide la generación de ocupaciones laborales y señala que la causa de la “destrucción de empleos” no reside en la implementación de innovaciones técnico-productivas. Por el contrario, la tecnología representaría un proceso social y debiera gestionársela en cuanto tal. [3] De MONTMOLLIN, Maurice [y otros]: Modèles en analyse du travail; Lieja, 1991 (citado por Castillo, J.J., ob. cit., pág. 24) [4] De MONTMOLLIN, Maurice: Sur le travail. Choix de textes (1967-1992); Toulouse, Octarès, 1994 (citado Castillo, J.J., ídem) [5] CASTILLO, J.J., ob. cit. La última interpretación alude a un sentido de <prescriptive framework>, tal “como se reconoce [puntualmente] en el programa de la Comunidad Europea sobre modelos antropocéntricos”. Corresponde aclarar que la expresión inglesa “prescriptive framework” refiere a determinado plan o proyecto, dentro de un marco -o cuadro- prescriptivo, aludiendo figurativamente a la idea de <armazón o entramado>. El término remite, en este contexto, a las recomendaciones de la Comunidad Europea a sus países miembros, respecto las formas sugeridas para la creación de puestos de trabajo. [6] Esta definición responde al criterio adoptado por el Programa Internacional GERPISA, “Emergencia de nuevos modelos productivos”, dirigido por Robert Boyer y Michel Freyssenet, pertenecientes a la escuela denominada regulacionista en sociología del trabajo, corriente teórica que será tratada más adelante (Castillo, J.J., ídem, págs. 25-26) [7] COLLER, Xavier: Reorganización productiva en los puestos de trabajo. Estrategias de acción y relación laboral; Madrid, revista “Sociología del Trabajo” N° 30, 1997. Al tiempo que “los regulacionistas elaboran una compleja teoría acerca de la transformación del capitalismo y la basan parcialmente en los cambios que observan en los centros de trabajo [...], los institucionalistas también sitúan las empresas en el centro de sus teorías, aunque a diferencia de los economistas ortodoxos introducen en el análisis de los procesos económicos el entorno institucional (política, estructura social) en el que éstos se desarrollan” (pág. 74) [8] COLLER, X., ídem, págs. 72-73 [9] MIGUÉLEZ, F. y CARRASQUER, P.: La repercussió laboral dels Jocs Olímpics; en Moragas, M. y Botella, M. (comps.), “Les claus de l’èxit. Impacts socials, esportius, econòmics i comunicatius de Barcelona’92 [Barcelona, UAB, 1995; citado por Coller, X., ob. cit., pág. 74] [10] CASTELLS, M., ob. cit., págs. 23-24 [11] CORIAT, Benjamin: El taller y el robot. Ensayos sobre el fordismo y la producción en masa en la era electrónica; México, Siglo XXI, 1992, pág. 12 [12] Con el advenimiento de la <era electrónica>, el modelo productivo fordista “se encuentra desensamblado y reorganizado”, por lo que sobreviene la denominada crisis del trabajo industrial, equivalente a la “desestabilización fundamental y estructural del sistema de la producción en serie” (Coriat, B., ídem, pág.13) [13] CORIAT, B., ídem, págs. 13-14 [14] CORIAT, B., ídem, pág. 17 [15] CASTELLS, M., ob. cit., págs. 23-24. Al respecto, el autor expone dos ejemplos sumamente representativos de la importancia del conocimiento y de la tecnología informática, a través de los casos del enriquecimiento de Bill Gates, sin una gran capitalización inicial pero que contó con ambos elementos, frente a la decadencia de la firma RCA, portadora de capital pero sin la contribución de aquéllos. [16] CASTELLS, M., ob. cit, pág. 26 [17] CASTILLO, J. J., ob. cit., pág. 18 [18] PÉREZ SÁINZ, Juan Pablo: El dilema del nahual. Globalización, exclusión y trabajo en Centroamérica; San José de Costa Rica, FLACSO, 1994 (Conclusiones) [19] Para citar un ejemplo correspondiente a dos países limítrofes de la Unión Europea, Francia y España, puede mencionarse que “el hecho de que una empresa <experimente> las nuevas formas organizativas y competitivas para alcanzar a los japoneses en una fábrica situada fuera de la nación de la casa madre”, se refleja en el caso de la producción de motores de la firma Renault, a través de su planta industrial instalada en Valladolid (Castillo, J. J., ob. cit., pág. 13)

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