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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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RÉGIMEN MUNDIALIZADO DE ACUMULACIÓN EN EL CAPITALISMO "TARDÍO" - Juan Labiaguerre

               Una apertura del análisis de la precarización laboral, que supere los estrechos márgenes de su caracterización teniendo en cuenta sólo el respectivo grado de integración al mercado de trabajo formal, brinda un panorama que refiere a un marco extendido de heterogeneidad socioeconómica, dentro de países, regiones y localizaciones determinados. En ese sentido, debería reconceptualizarse la temática acerca de la informalidad, traduciendo sus elementos sustantivos al lenguaje del campo teórico abarcado por la problemática de la vigencia de lógicas de subsistencia alternativas y dispares[1]. No obstante ello, es necesario mantener en primer plano la visión conjunta de los mecanismos del nuevo patrón de acumulación, predominante en la presente economía mundializada, el cual determina que la lógica financiera puede más que las lógicas económicas, la renta más que el beneficio; el poder financiero, al que púdicamente se llama los mercados, se autonomiza respecto de las sociedades y de la economía real e impone sus normas de rentabilidad a los empresarios y a los Estados[2].

                Dentro de tal condicionamiento general, opera una contracción de los empleos disponibles en los sectores primario y secundario de la economía, parcialmente compensada a través de la ampliación del espectro ocupacional abarcado por actividades englobadas, genéricamente, en tanto “prestación de servicios”. Asimismo, se produce una incorporación masiva de mano de obra femenina a la población económicamente activa, junto a la proliferación de trayectorias laborales erráticas y  atípicas, si se los compara con el molde anterior del asalariamiento “estable y protegido”.

                Al interior de un panorama complejo, y en muchas ocasiones aparentemente contradictorio. Puede sostenerse sin embargo que una mayoría de los que trabajan en las áreas urbanas con un salario por debajo del mínimo legal pertenecen al sector informal. Por ejemplo, en América Latina, esta proporción se sitúa en el 73% en las principales ciudades de Colombia y en la ciudad de México; el 77% en Santo Domingo (República Dominicana); el 80% en San Salvador (El Salvador), y el 88% en Asunción (Paraguay)[3].

               Manifestaciones de descategorización y descualificación laborales: la emergencia de estratos sociales de índole cuasi servil resulta menos evidente en la actualidad, al comparársela con su presencia en épocas pasadas, cuando las clases económicamente dominantes controlaban -de manera “fija”- a grandes contingentes de trabajadores. En nuestros días, verbigracia, las tareas relativas a la prestación de servicios personales se encuentran en gran proporción “industrializadas o socializadas”, en la medida en que la mayor parte de quienes los prestan son empleados de firmas que, a su vez, alquilan su capacidad laboral a los particulares. Es decir que son utilizados por empresas intermediarias, a través de ocupaciones de tiempo parcial o retribuidas a destajo, de cualquier forma inestables y precarias.

                El variado conjunto de actividades que abarca la economía informal es vasto, sigue creciendo y ofrece un ejemplo único de la manera en que las fuerzas sociales violan la organización de las transacciones económicas... [Por ello es preciso] iluminar aquellos aspectos del fenómeno que lo convierten en objeto pertinente de un análisis sociológico[4].

                Un argumento que brega por el pleno empleo, el cual cuenta con crecientes adeptos, señala que el fin primordial por el que debería integrarse al mayor número posible de personas en el mercado de trabajo no radica en la consecución de una mayor equidad distributiva, sino que el objetivo básico de la reactivación ocupacional apunta al logro del control social. Si las personas no se encuentran vigiladas, al no trabajar en el marco normativo impuesto por obligaciones contractuales formales, se precipitarían al abismo de formas de vida caóticas y dañinas desde la perspectiva “comunitaria”. A través de este criterio, es desacreditado a fortiori el valor humano del progreso tecnológico y productivo, que posibilitó la liberación de muchos trabajadores de una labor pesada y, simultáneamente, se asume de manera implícita el deterioro de un sistema social que, en el terreno fáctico, aparenta no disponer de otro medio -exceptuando la rutinaria tarea fabril- que permita a los actores sociales comportarse en forma disciplinada, a la vez que cooperativa.

                Sobre la base del impulso adquirido por el proceso de “mundialización económica” de nuevo cuño, durante el último cuarto del siglo XX, deben señalarse las transformaciones profundas operadas por el mismo sobre la estructura ocupacional, dado que hace tan sólo tres décadas, el sector industrial constituía el eje alrededor del cual giraba la dinámica productivo-laboral. En tal sentido, los Estados de Bienestar de posguerra, en los países avanzados, aun se organizaban en torno a la figura del operario fabril, por otro lado considerado -en un sentido convencional- como único sostén de familia[5]. A fines del milenio, puede afirmarse que la actividad industrial “clásica” decayó notablemente, en cuanto fuente empleadora de fuerza de trabajo y que, a partir de un proceso de terciarización progresivo y extendido, el mercado laboral se desestabilizó y diversificó, fragmentándose el espectro a tal punto que la incidencia de la población excedente, respecto del mecanismo de acumulación, adoptó un carácter altamente complejo[6].

                Durante la década de los años ochentas se acentuó la presencia de una realidad sociolaboral signada por la disminución objetiva de la capacidad de determinación de los supuestos fácticos del trabajo, la producción y la actividad económica en relación con la constitución y el desarrollo de la sociedad en su conjunto[7].

                Este fenómeno condicionó una gradual pérdida del rol crucial, potencialmente integrador, ejercido por la esfera productivo-ocupacional, desde un punto de vista tanto estructural como evolutivo. El trabajo se convirtió, entonces, en un marco de referencia crecientemente periférico, en términos colectivos e individuales, a efectos del análisis social, pese al mantenimiento de la condición de dependencia laboral en que se encuentra la mayoría de la población económicamente activa.

                En forma paralela a la emergencia del paro y de la subocupación “visible”, se destaca la presencia de diversos modos de subempleo oculto, reflejado en aquellas ocupaciones con niveles de productividad y de ingresos bajos, desprotegidas e inseguras, de naturaleza genéricamente llamada informal. Dentro del contexto enmarcado por esa evolución, se incrementaron proporcionalmente los empleos mediante modalidades contractuales atípicas, mientras los ingresos de origen laboral -especialmente las remuneraciones salariales- experimentan una continua reducción.

                En virtud del panorama descrito, se manifiesta una clara tendencia hacia la desaparición de aquel factor que representaba la “función emancipadora”, ejercida por la posición laboral entendida en términos convencionales, es decir contrastando con las relaciones de sujeción prevalecientes en la sociedad tradicional, en la cual las relaciones sociales en general, y particularmente las de producción, resultaban inequitativas y personalizadas en un sentido cuasi-estamental.

                El estereotipo ideal y la situación habitualmente asociada a la imagen de normalidad ya no estarían más representadas por la figura del trabajador -obrero, empleado, asalariado-, sino por la de la fuerza de trabajo precarizada que <ya trabaja, ya no trabaja>, y cuyos integrantes realizan en forma discontinua variados “oficios”, despojados de su anterior connotación. Tal entorno determina que el modelo asequible del nuevo trabajador remita a la carencia de una identidad profesional, dado que “tiene como profesión el no tenerla” y él mismo debe considerar que su auténtica actividad deviene aquella mediante cuyo desempeño “se esfuerza en las intermitencias de su trabajo remunerado”[8].

                En el contexto histórico latinoamericano, los periodos signados por el crecimiento económico y los procesos modernizadores no implicaron la neutralización de las actividades  informales, desplegadas al margen del área de funcionamiento del núcleo dinamizador del aparato productivo. Asimismo, el marco recesivo internacional y la consecuente aplicación de políticas estatales de ajuste, durante la década de los años ochenta, en gran parte de los países de la región, conllevaron la extensión de diversas modalidades de ocupación informal. Respecto del encuadramiento restrictivo del empleo en las crisis desatadas en los noventa, dicho proceso desempeñó un rol crucial, dado que durante la última década del siglo se consolidó una correlación entre ciertos sectores informales y manifestaciones de pobreza. Por otro lado, la proyección a futuro de esta situación no resulta halagüeña en el marco regional, siendo percibida la informalidad en cuanto proceso perdurable y progresivo.

                Dentro de los sectores populares urbanos, la posibilidad de acceso al consumo, incluido el correspondiente a productos alimenticios vitales, se logra sobre la base de la adquisición -a través del mercado- de bienes y servicios necesarios para la subsistencia de las personas y unidades domésticas, proceso resultante de una función del ingreso respectivo, combinada con el precio de las mercaderías. En la medida en que la fijación de este último obedece sólo tangencialmente al accionar individual del consumidor, el ingreso representa, en consecuencia, la variable decisiva que posibilita alcanzar determinado nivel de satisfacción de necesidades, en términos socialmente aceptables, que garantice la continuidad del mecanismo de reproducción social.

              Es importante resaltar que el trabajo constituye la fuente esencial de ingresos para la mayor parte de los segmentos sociales, razón por la cual el desempleo representa la arista más destructiva  de la cuestión ocupacional. Aunque no es la única, en la medida en que deben considerarse otras alternativas heterogéneas que expresan la incidencia negativa, presentada por el desenvolvimiento actual del mercado laboral, sobre el aspecto retributivo o salarial y las condiciones generales en que se realizan las actividades productivas.

                En nuestros días resulta, entonces, potencialmente generalizable la figura central del precario, la que se intenta civilizar y reconocer para que, de condición sufrida, pueda convertirse en modo de vida elegido, deseable, socialmente valorizado, fuerza de nuevas culturas, libertades y socialidades: para que pueda convertirse en el derecho para todos de elegir discontinuidades de su trabajo sin sufrir discontinuidades en el ingreso[9].

                Tal evolución ambivalente obedece a un proceso mediante el cual el poder ilimitado adquirido por el capital sobre las relaciones socioproductivas, en su conjunto, deriva en que la actividad laboral mantenga una centralidad en la vida y en la conciencia colectivas, al tiempo que resulta progresivamente degradada.

                Existe una diferencia considerable entre el origen de una determinada población excedente y las consecuencias provocadas por su surgimiento en el sistema social que la genera, teniendo en cuenta que dicho contingente sobrante remite a niveles diferenciales  de desarrollo alcanzado por distintas sociedades. Por lo tanto, “cada modo de producción tiene sus propias leyes de crecimiento de la población y de la superpoblación”, debiéndose señalar el carácter general asignado por la concepción marxiana a este último concepto[10].

                Desde la perspectiva estatal varió la actitud respecto del fenómeno de la informalidad, procediéndose a estigmatizar dicho campo mediante la asignación de  un perfil preponderantemente ilegal a sus principales manifestaciones o, en todo caso, depreciándolo[11]. Asimismo, partiendo de un vértice ubicado en la problemática del bienestar social y de los ingresos, se delimita la presencia de un conjunto de hogares caracterizados esencialmente por sus condiciones de precariedad socioeconómica, interpretación que equivale a un simple reetiquetamiento que no trasciende, sustantivamente, el marco de aquellos estudios referidos a los procesos genéricos de marginalidad social.     

                Una visión ampliamente comprensiva de la diversidad de tipos de inserción ocupacional, anclados en diferentes grados de informalidad, dentro del contexto de una localización territorial específica, requiere en primer lugar la consideración de distintos momentos de existencia, referidos a la capacidad laboral de la población económicamente activa de esa zona en particular. De acuerdo a los mecanismos de control de la fuerza de trabajo, por parte del régimen de acumulación vigente, dichas instancias atañen a las variadas dimensiones adoptadas por el proceso de incorporación (o no) al mercado laboral, las cuales condicionan perfiles de ocupación típicos, característicos de las actividades económico-productivas prevalecientes dentro de ciertos espacios periféricos.

                El enfoque analítico respecto de la residualidad de un segmento de la mano de obra disponible, realizado en torno al grado de funcionalidad de la población excedente, es necesario aunque insuficiente a efectos de caracterizar el tipo de relaciones que lo unen al sector económico hegemónico. Desde una perspectiva histórica, el pasaje del régimen de producción capitalista de su estadio de “libre empresa” a su fase monopólica determina que, en esta última etapa, el espectro ocupacional se diversifica debido a la incorporación de innovaciones técnico-científicas al proceso productivo. Ello modifica la configuración de las cualificaciones, en referencia a la demanda laboral, disminuyendo simultáneamente  la sustituibilidad entre los operarios. Este cambio amortigua las “funciones directas e indirectas que cumplía la superpoblación relativa, con relación al sector dominante de la economía, [el cual] desarrolla diversas estrategias de integración del trabajador a la empresa, en el marco de una legislación social y de la acción de los sindicatos de masas”[12].

                Asimismo, en dicho contexto emergió la noción de contrato implícito, representada en el hecho de que los empleadores del sector moderno ofrecen salarios más elevados que los del promedio vigente en el mercado, junto a la estabilidad en el empleo y la generación de expectativas de movilidad ascendente, a cambio de un mayor nivel de esfuerzo por parte de la mano de obra. Corresponde agregar que, a partir de fines de los años setenta, dichos contratos tendieron a dividirse en “neotayloristas y kalmarianos” y que en la actualidad comprenden a un segmento proporcionalmente decreciente de la fuerza de trabajo ocupada[13].   

                Las profundas consecuencias sociales generadas por el agravamiento de la situación ocupacional actual responden al proceso de mutación del funcionamiento del mercado de trabajo, dentro del cual el fenómeno del paro masivo representa sólo su expresión emblemática más cruda. Resulta igualmente crucial el mecanismo signado por el incremento -cuantitativo y cualitativo- de la vulnerabilidad de las inserciones laborales, en la medida en que -como manifestación de un panorama generalizado- existe una pérdida de hegemonía del vínculo contractual por tiempo indeterminado, siendo reemplazado por distintas formas “heterodoxas” de empleo. El nuevo escenario así montado adquiere una fisonomía configurada a partir del gradual predominio de contratos a término preestablecido, ocupaciones transitorias, tareas de jornada parcial y algunas actividades remuneradas asistidas, generadas por el sector público, con el objeto de amortiguar las derivaciones socialmente deteriorantes de la extensión de las situaciones marcadas por la  desocupación abierta.

                Dentro del marco general de las contrataciones laborales, donde en muchos países todavía predominan -en términos absolutos- las ocupaciones dependientes por tiempo indeterminado, al considerar el flujo actual de los empleos esta proporción tiende a invertirse. Ello debido a que, aun en las economías desarrolladas, más de dos tercios de los puestos de trabajo, generados anualmente, se realizan a través de formas consideradas atípicas, con relación al modelo asalariado convencional[14].

                Por otra parte, si bien las mujeres y los jóvenes resultan los más perjudicados por el carácter crecientemente frágil asumido por el lazo laboral, esta situación afecta -cada vez en mayor medida- al denominado núcleo duro de la fuerza de trabajo, es decir aquella porción de la población activa masculina con edades comprendidas entre los treinta y cincuenta años. Dicho proceso se produce tanto en las corporaciones industriales como en las pequeñas y medianas empresas, teniendo en cuenta que en ambos casos la mayoría de los nuevos contratos es temporal, reduciéndose en consecuencia el peso relativo representado por los empleos estables y previéndose, además, una potenciación de dicho proceso. De manera que se tiende a un decrecimiento progresivo de los contratos indefinidos temporalmente, en favor de las otras formas alternativas de inserción ocupacional. En virtud de lo expuesto, asistimos a una mutación de la condición asalariada, por lo que la heterogeneidad e irregularidad presentadas por las nuevas formas de utilización de las capacidades laborales desplazan gradualmente la vigencia del paradigma del empleo asegurado y homogéneo[15].

               Las actividades autónomas, el trabajo en el propio domicilio y el servicio doméstico constituyen instancias fundamentales que permiten la ubicación y el uso de la oferta laboral en forma externa al mercado ocupacional “formal”. Los dos segundos se diferencian de la actividad asalariada convencional por la ausencia general de regulación normativa, el alto grado de inmovilidad social y la falta de una "equivalencia cuantitativa entre las prestaciones laborales y las pretensiones de renta o aprovisionamiento"[16]. Por otro lado, los emprendimientos autónomos difieren del asalariamiento -entre otros factores- debido a su orientación focalizada, sobre todo, hacia la demanda de bienes y servicios, no mediada por el mercado de trabajo, y al carácter extracontractual de las retribuciones, realizadas dentro de una esfera en la que predominan rentas residuales[17].


[1] Conviene señalar que no corresponde hablar de la vigencia actual de formaciones económicas tradicionales o arcaicas, en términos de regímenes de producción <extracapitalistas>, considerando que la permanencia de aquéllas conlleva una relativa absorción por parte del modelo hegemónico de acumulación. [2] GORZ, A., “Miserias...”, ob. cit. [3] SETHURAMAN, S.V., ob. cit., pág. 58 [4] PORTES, Alejandro: La economía informal y sus paradojas; en Carpio. J., Klein, E. y Novacovsky, I., ob. cit., pág.25 [5] Por caso, en la sociedad británica el trabajador típico era representado, idealmente, en cuanto operario de fábrica, jefe de hogar, ocupado de manera estable y con una retribución salarial “digna”, mientras que actualmente tiende a reflejar, en gran medida, la condición de una mujer separada, que mantiene al grupo familiar gracias a un empleo por tiempo determinado y/o intermitente y subremunerado, por lo general ocupada en el sector de servicios. Dentro de los Estados Unidos, por otro lado, en ciudades como Los Ángeles, Miami y Nueva York, “la industria de la ropa de confección da empleo a decenas de miles de trabajadores, pero no en las grandes fábricas del pasado. En cambio, los trabajadores con contratados por cientos de comercios pequeños, muchos de los cuales no observan las leyes impositivas ni laborales y, a su vez, subcontratan a trabajadores domésticos sin licencia de trabajo” (Portes, A., ob. cit., pág. 25) [6] NUN, J.: “El futuro del empleo...”, ob. cit. [7] OFFE, C., “La sociedad...”, ob. cit. [8] GORZ, A., “Miserias...”, ob. cit. [9] GORZ, A., ídem [9] BERGER, J. y OFFE, C., ob. cit. [10] En este sentido, la constancia de un exceso estructural de la oferta sobre la demanda laboral puede llegar a generar efectos no funcionales, en orden al dinamismo propio del régimen social de acumulación, sin operar necesariamente en consecuencia bajo el rol de ejército industrial de reserva, porque su presencia puede tener efectos afuncionales o disfuncionales respecto de aquella dinámica. Dentro de esta contextualización teórica el concepto de masa marginal refiere, por ende, a relaciones específicas entre el excedente poblacional y el sistema socioproductivo que lo engendra. [11] Pueden considerarse variados ángulos de enfoque analítico descritos por Raczynsky, una de las cuales, tomando como punto de partida el eje expresado a través del funcionamiento del aparato productivo, señala las características empresariales específicas que distinguirían al sector informal, interpretando su génesis histórica a la luz del contexto económico global. [12] NUN, J., “El Futuro...”, ob. cit. [13] Ambos términos refieren, respectivamente, al retorno a formas de producción determinadas por la enajenación del trabajador con respecto a la resultante de su labor, sobre la base de una división minuciosa de tareas, y -por el contrario- al involucramiento o “implicación negociada” de los operarios fabriles, en el caso de la empresa automotriz sueca Volvo (Lipietz, A., ob. cit.) [14] CASTEL, R., ob. cit. [15] En tal sentido, una investigación llevada cabo en Alemania preveía que "para los próximos años un 25% de trabajadores permanentes, calificados y protegidos, un 25% de trabajadores (periféricos) subcontratados, subcalificados, mal pagados y mal protegidos, y un 50% de desempleados o trabajadores marginales dedicados a empleos ocasionales o a pequeñas tareas" (Gorz, A., ob. cit.) [16] BERGER, J. y OFFE, C., ob. cit. [17] Existe un componente propio de cierto perfil racional asumido por los ámbitos formales, advirtiéndose en contraste una conexión del proceder informal típico con el campo de acción estatal, enfoque propuesto por la “economía política de la urbanización en América latina”. Bajo esta consideración, se destaca la emergencia de modos particulares, signados por determinadas <racionalidades sustantivas>, inherentes al universo de la informalidad, vinculado a un marco cultural específico, configurado por el tejido de entramados sociales de raigambre doméstica y/o comunitaria.

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