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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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SUB-ESTRATOS, "LUMPENPROLETARIADO", E INFRACLASES - Juan Labiaguerre

          Las transformaciones estructurales, operadas en la economía internacional, se reflejan en la metamorfosis sufrida en el significado esencial, así como en el rol sustantivo, del empleo -específica y formalmente asalariado- dentro del marco histórico finisecular. Este fenómeno mundial cristalizó palmariamente en el caso argentino. En tal sentido, al margen de una evolución favorable, limitada al comportamiento de determinadas variables macroeconómicas, en la primera mitad de la última década del siglo, tal desarrollo “progresivo” presenta una contracara crítica. La misma se manifiesta en el deterioro generalizado de las condiciones inherentes al funcionamiento del mercado de trabajo, que solamente en su expresión más cruda -o por lo menos explícita y evidente-, se emblematiza en la desocupación abierta y el subempleo horario, los cuales -agregados- alcanzaban, considerando los años noventa panorámicamente, a cerca de un tercio de la población económicamente activa, en el ámbito urbano .

                Con referencia a la articulación entre las consecuencias devenidas de las reformas macroeconómicas profundas, y la respectiva evolución del índice de desocupación, cabe destacar que en nuestro país los ajustes severos y <estabilizadores> resultaron simultáneos, aún considerando una coyuntura temporal breve. Tal sincronización condicionó el despliegue del mercado laboral en la medida en que, aunque la estabilidad coincidió con la expansión económica, las mutaciones de fondo alteraron significativamente los parámetros del empleo en el sector público, como así también en la esfera privada . 

                Cabe destacar que, si bien el diagnóstico expuesto en nuestro análisis describe los caracteres de la conformación presente del universo laboral, a escala mundial, la incidencia de la degradación de los sistemas de seguridad social y de los mecanismos protectores del trabajador, marcados por sus reformas regresivas, repercutió con mayor énfasis en las naciones periféricas y subdesarrolladas. Además, en esas regiones existe una mayor imbricación mutua entre determinadas exteriorizaciones del fenómeno de la marginalidad social, y ciertas manifestaciones de vulnerabilidad e inestabilidad del trabajo en condiciones de <informalización> ocupacional.

                La generalización de las actividades de índole informal en la Argentina remite a una situación de hecho, diseminada fundamentalmente en la órbita de ciertos nucleamientos urbanos. En dichos espacios, la falta de capitalización, así como la de una retribución salarial, y a veces la misma carencia de propiedad, no impiden que una fuerza laboral masiva, actuante en ciertos nichos de las grandes ciudades, produzca mercancías simples. Esos segmentos de mano de obra disponible desempeñan sus tareas bajo situaciones socioeconómicas sumamente heterogéneas, y en numerosas ocasiones en condiciones materiales frágiles en grado extremo, cuyos estados son proclives a derivar en el paro abierto.

                La gradual profundización de las investigaciones teórico-empíricas sobre la temática del desempleo -a escala nacional- condujo a una divergencia de perspectivas, ancladas en posiciones ideológicas diversas. Éstas, en ciertos casos fueron complementarias, y a veces contrapuestas, pero devinieron -en última instancia- coincidentes, a la hora de evaluar el <rol social> ejercido por la actividad laboral . Un abordaje profundo del problema conlleva el cuestionamiento sobre el alcance de la configuración de “infraclases”, entre la masa de trabajadores parados y sus respectivos núcleos familiares. En tal sentido, esos colectivos conforman estratos sociales consolidados, marcados por el pauperismo, o por su carácter de nuevo lumpenproletariado, en situación solapada a la estructura preexistente de la sociedad .

                Una resultante crucial derivada de la permanencia de elevados índices referidos a la tasa de desocupación, así como también del acrecentamiento de diversas variantes precarizadas de empleo, radica en la conformación de condiciones vulnerables en cuanto al atributo coercitivo y/o de negociación, según los casos, de las organizaciones sindicales argentinas. Tal debilitamiento, como si tratase de un círculo perverso, genera la proclividad al deterioro progresivo del estado actual que atraviesa la mayoría de los empleos existentes. Además, teniendo en cuenta los mecanismos de reconversión del aparato productivo, todavía vigente, ese proceso es potenciado merced a la orientación asumida por las políticas estatales, las cuales se hacen eco, en forma constante, de las demandas de los sectores empresarios .

                Por otra parte, las mismas bases de apoyo político-institucional del sistema de seguridad social, el cual incluye la cobertura y protección de la fuerza de trabajo, tienden a desequilibrarse. Recordemos que las políticas públicas, referidas al ámbito laboral, así como los resguardos de las pensiones del régimen previsional-jubilatorio, se habían afirmado gradualmente en la Argentina, en cuanto resultante de una convergencia de demandas de índole sistémico-conservadora, mixturadas con requerimientos sociolaborales progresistas . Hoy en día ese fundamento complejo de la armonía social aparentemente se erosiona en forma progresiva, debido -entre otros factores concurrentes, de igual modo cruciales- a que la transnacionalización de los flujos financieros y comerciales, sobre todo aquellos afincados en las inversiones directas, liberan a los inversionistas fluctuantes de capital “anónimo”, y volátil, de cualquier contraprestación, destinada a mejorar el estado socio-ocupacional, predominando sus propias decisiones discrecionales, arbitrarias y unilaterales, que condicionan el mantenimiento de su radicación local.

                En tal contexto, fueron severamente restringidos los márgenes disponibles de cara a la implementación políticas estatales, a escala nacional, dirigidas a resguardar un marco protectivo de la población activa, comprendiendo tanto la mano de obra ocupada, como los segmentos subempleados o, directamente parados, de la fuerza de trabajo. En definitiva, puede sostenerse que, en ese aspecto, la mundialización creciente de los mercados suprime la factibilidad de concreción de cualquier <política laboral>, que no se encuentre atada a la desregulación cada vez más incentivada del campo ocupacional, redimiéndolo de toda modalidad de normativa jurídico-legal.

II- Los avances técnicos, y sus efectos sobre las formas de organización productiva, incidieron en los cambios operados en el régimen capitalista de acumulación. Este proceso alteró el funcionamiento del ámbito ocupacional, lo cual se vio reflejado en una reconceptualización del papel, y hasta del mismo significado, del quehacer laboral. La explicación de las variaciones antedichas resultó acorde con los postulados de algunas corrientes del pensamiento sociopolítico, surgidas en el ocaso del siglo XX. El aumento de la informalización, en el campo de las relaciones de producción, como lo demuestra la realidad contemporánea, genera un marco de contingencia e imprevisibilidad permanentes. Ello afecta a sectores masivos de la sociedad, a escala mundial. Tales factores se encuentran expresados, teóricamente, en un conjunto heterogéneo de concepciones, que abarcan varias disciplinas humanísticas, esparcidas a fines del milenio.

                En particular, las perspectivas ideales mencionadas se inclinaron hacia una “desobjetualización” de los estudios acerca de las transformaciones sociales, cuyos análisis asumieron un perfil denominado, en términos genéricos, <posmoderno> . Dentro de ese renovado contexto teórico, suele tratarse la dinámica propia del “factor riesgo”, que deriva en la aceptación de la ausencia de una lógica natural, útil a efectos del ejercicio de un cálculo óptimo. Al carecer de una base firme la posibilidad de tomar decisiones racionales, de cara a la opción por cursos alternativos de accionar, tiende a predominar la emergencia de lo fortuito. El consecuente devenir azaroso, a su vez, es proclive a formar un imaginario colectivo, condicionado por el peso de una sensación de amenaza continua .    

                La polémica desatada alrededor del surgimiento –hipotético- de una era <posmoderna> se relaciona con el desafío enfrentado por la evolución “occidental” del racionalismo, a partir de la teoría social crítica, como así también desde posicionamientos liberales aggiornados, comprendiendo un espacio interdisciplinario crecientemente extendido. En un sentido general, el marco del debate sobre la vigencia actual de un supuesto postmodernismo, se ubica en la concienciación expandida acerca de la obsolescencia del pensamiento <racionalista>, debido a su ineficacia a la hora de ofrecer alternativas, renovadas en aras de una evolución progresista, y también a su fragilidad conceptual, que imposibilita cualquier tipo de predicción factible. La mayoría de dichas teorizaciones aluden, a través de diversos enfoques y objetos de estudio, a una especie de incertidumbre expandida, con relación al porvenir de la sociedad.

                Corresponde señalar que el proceso decimonónico de industrialización capitalista había forjado, en cierta medida, un ideario compartido referido al advenimiento de una sociedad progresista, asentada sobre los restos del estamentalismo de índole feudal, motorizada por la creación de mecanismos tendentes a una movilidad potencial entre las diferentes clases sociales. Sin embargo, en notable contraste con dicha perspectiva ideal, la emergencia de una nueva cosmovisión modernista desdibujó gradualmente el perfil de una sociedad predominantemente “industrial”, al tiempo que su creciente operativización apunta a configurar una estructura socioeconómica reconvertida y permanentemente mutable o tornadiza .

                La coexistencia, y entrelazamiento, de aspectos aparentemente contradictorios, caracterizan el devenir del mundo social en los comienzos del siglo XXI. Esa comparecencia simultánea tiñe, particularmente, la evolución del conflicto de intereses entre los factores del capital y del trabajo. Por un lado, aflora una perspectiva economicista, en torno a la noción de un tipo de progreso material, del cual se beneficia una porción considerable de la humanidad, asentado en un avance -innegable- del campo técnico-científico. Sin embargo, por otra parte, se manifiesta un proceso que constituye el reverso del anterior, que remite al perjuicio de una masa enorme de la población planetaria, infligido a distintos estratos socioeconómicos. En este segundo aspecto, la globalización mercantil-financiera difumina los contornos normativos preexistentes bajo cuya vigencia, de algún modo, era regulada la convivencia colectiva de acuerdo a determinadas pautas nacionales, políticas y culturales, dirigidas a amortiguar los antagonismos interclasistas latentes.

                A la modernidad típicamente “industrial” le habría sucedido, entonces, un estadio <reflexivo> de impronta inédita. A partir del universo renovado durante el periodo reciente de la llamada posguerra fría, se pretendió una reconversión de la teoría sociológica. Dicho giro responde al surgimiento y desarrollo de un debate ideológico profundo, alrededor del significado actual de la <cuestión social>, orientado por especulaciones divergentes con relación a las cosmovisiones modernas, en el sentido convencional reconocido hasta el evento histórico citado.   

                La “nueva modernidad”, vinculada a la sociedad denominada postindustrial o de la información, surgida en los albores de una supuesta era del <conocimiento informático>, alude a las resultantes de un conjunto complejo de factores mutuamente imbricados. Los cambios sustanciales, derivados de la ruptura del equilibrio entre las políticas estatales (nacionales) y el accionar, liberado de muchas restricciones regulatorias, de un mercado hipotéticamente unificado, a escala planetaria, conllevan procesos tendentes a la “flexibilización” de diversas aristas de la vida personal y colectiva. También se ve alterada una serie de factores socioeconómicos, que comprenden la amenaza de pérdida del puesto de trabajo, debido a las variantes recurrentes de la demanda ocupacional, con frecuencia originadas en vaivenes financieros, conectados a la volatilidad de las inversiones, y radicaciones, de capitales.

                En la sociedad de fines del milenio coexisten, de modo más o menos conflictivo, la expectativa generada, en determinados individuos y grupos, por la amplitud potencial, aunque no concretada efectivamente, de opciones ocupacionales alternativas, junto a la asunción de riesgos variados que las mismas implican. Un sentimiento de amenaza permanente pende sobre el estado sociolaboral de grandes masas humanas, expandido como contracara -indisociable- de la puesta en práctica de dispositivos <racionalizadores>, conducentes al ajuste o reacomodamiento, continuo, de la fuerza de trabajo utilizada en los procesos económico-productivos .

                Dentro de ese escenario marcadamente productivista, el hombre común “posmoderno” experimenta la vivencia de una escisión entre su percepción acerca del dominio racional de las nuevas perspectivas científicas, cristalizadas en el ámbito de la innovación técnica, y cierto panorama de escepticismo profundo, sobrevenido a partir de la decadencia, e inutilidad, de valores político-ideológicos sustanciales. De manera que el remanido <progresismo>, que apuntaba, desde un punto de vista ideal, a mejorar la calidad integral de la vida humana, se ve menoscabado por el potencial socialmente destructivo, inherente a las formas renovadas asumidas por el trabajo .         

                La llamada modernidad reflexiva atañe a un complejo de elaboraciones teóricas divergentes, por lo general contrapuesto de modo radical, frente a las visiones de la sociología clásica y moderna. Éstas comprenden, en algunos de sus polos ideológicos, desde el materialismo histórico hasta la concepción funcionalista parsoniana, abarcando una gama extensa y variada de escuelas. Pero también resultan cuestionados autores más recientes, al considerarse que ellos no abordaron temas candentes en el último cuarto del siglo XX, tales como -por ejemplo- la emergencia de un tipo de individualismo inédito, de cuño “posmoderno”, los efectos concretos de la aplicación de innovaciones técnicas, en diversas áreas de la vida humana, y la proliferación de desastres ecológicos en todo el planeta vez, diversificado.   

                La teoría sociológica reciente no presenta, en términos generales, una construcción conceptual coherente, orientada hacia un determinado objeto sustantivo de estudio. Sus perspectivas adolecen de ambigüedad e inconsistencia en sus enfoques, con frecuencia excesivamente parciales y fragmentados, al pretender cierto abordaje disciplinario a partir de nociones, no sólo difusas, sino también cuestionables. Éstas refieren a la emergencia de una supuesta sociedad tecnológica, de la información, postindustrial, del conocimiento, posmoderna, global o del riesgo. Tales tratamientos, a su vez, remiten al surgimiento de fenómenos, sin duda trascendentes en varios aspectos de la realidad contemporánea, a través de manifestaciones singulares de una transformación profunda en ciernes. No obstante ello, sus encuadres teóricos conllevan sólo análisis sesgados, y en algunos casos triviales, de las implicaciones sustanciales en el seno de las estructuras concretas de distintas sociedades, y colectivos, particulares.

                Dentro del marco expuesto, resultan vagas las caracterizaciones específicas, denotadas por el hipotético devenir, y aparente consolidación, de una <modernidad social> renovada en sus raíces; es decir, que la distingan nítidamente, en cuanto a sus componentes esenciales, respecto a las formaciones socioeconómicas previas a las mutaciones señaladas. Cabe mencionar, en ese sentido, que únicamente se hace alusión, de una manera recurrente, a los procesos progresivos de “complejidad y diferenciación”, los cuales marcarían el derrotero inédito de la civilización actual .  

                Corresponde destacar que los procesos sociales modernizadores, como correlato del surgimiento de la llamada sociedad postindustrial, establecieron cierta articulación, dinámica y recíproca, con el ocaso de la modernidad histórica convencional y la aparición de reacciones <contraculturales>.

                La continuidad del análisis sociológicos, que retome la sustantividad propia de su desarrollo clásico, y de su evolución durante la mayor parte del siglo XX, requiere el reestablecimiento de una conexión estrecha entre el abordaje conceptual de epifenómenos coyunturales, en ocasiones de carácter circunstancial, y el estudio empírico de la realidad estructural que subyace a los procesos sociales. En contraste con esa demanda, muchas concepciones han pretendido, hacia fines de milenio, caracterizar la esencia de la sociedad presente a través de la manifestación de un síndrome, expresado mediante la merma de las correlaciones entre tiempo y espacio, factores que devendrían “etéreos”, en virtud de su contingencia .

                Las vivencias contemporáneas de reorganización temporoespacial, inducida a individuos y grupos por vía de las sucesivas transformaciones de orden técnico, determina -siguiendo un planteo habitual- la proliferación de ciertos mecanismos de <desenclave>. Ello significa la liberación de las relaciones sociales, en lo que refiere a su anterior fijación, más o menos continua, a experiencias locales particulares. Dicho fenómeno de relocalización permanente generaría, entonces, nuevos modelos de coexistencia colectiva e interpersonal, previamente asentada en espacios territoriales específicos, y ahora diseminada. De modo que la radicalización universal del perfil socioinstitucional “moderno” conlleva un giro crucial en la dinámica de la vida cotidiana, en cualquiera de sus aspectos parciales .                 

                Algunas visiones finiseculares se autoconsideran en tanto emprendimiento cultural destinado a explicar el panorama, dinámico y complejo en grado sumo, de la sociedad mundial desde el <fin de la guerra fría>. Este renovado universo remite a un proceso corrosivo de desmantelamiento de ciertas instituciones, afirmadas históricamente hasta hace cerca de tres décadas, y de las construcciones teóricas que, de un modo u otro, las legitimaban. Al respecto, aquellas visiones llamadas posmodernas irradian una sensación acerca de que los parámetros, todavía vigente en sus términos sustanciales, del análisis político y sociológico, denotan una erosión de sus fundamentos, ante la evidencia empírica de una transformación radical. Sin embargo, la misma adopta un direccionamiento impreciso, sólo comprensible en orden a una concienciación difusa, aún vacía de contenido concreto y específico. La desacreditación creciente de los continentes normativos habituales, apoyados en doctrinas divulgadas por medio de convenciones firmes, redunda en un rechazo sistemático de cualquier tipo de creencias sacralizadas o dogmáticas, desconfiándose -metódicamente- de toda aseveración intangible y permanente .

                Por otra parte, tiende a proliferar la desconfianza hacia los supuestos efectos positivos de los emprendimientos tecnológicos avanzados sobre la existencia concreta del hombre de a pie, aún dentro del radio de acción abarcado por la órbita civilizatoria occidental. Sin embargo, a pesar de este cuadro generalizado, e internalizado en la esfera de las conciencias personales, el ser humano no acomete activamente ningún intento por develar sus múltiples interrogantes sobre la marcha del costado nocivo de tal progreso material sesgado. Hacia fines de milenio, la reformulación de la <duda radical> deriva en la presunción acerca de que cualquier tipo de conocimiento resulta hipotético, por lo cual toda afirmación es revisable y, eventualmente, descartable. Dentro de un marco gnoseológico “incierto”, los sistemas teóricos especializados, envueltos en la incidencia del factor desenclave -anteriormente descrito- responden a fuentes diversas de autoridad, a su vez expuestas a críticas internas, mecanismo que genera efectos divergentes sobre la mayoría de las elaboraciones conceptuales en el campo sociopolítico .    

                El pensamiento insustancial, acerca de la problemática de los cambios sociales recientes, procura establecer una especie de <deconstrucción nihilista> acerca del conjunto de instituciones y valores propios del “racionalismo moderno”, en su denominación genérica. Pese a ello, ese proceso deconstructivo no implica la resignación absoluta frente a una causa perdida, dado que -en algunos casos- se plantea que la misma es recuperable mediante el realineamiento del proyecto originalmente racional. Tal circunstancia resultaría factible en la medida en que se eliminen las expresiones patológicas, inherentes a la dinámica de la sociedad “posmoderna” . El fenómeno radicado en el desencanto del mundo actual obedece a la desaparición de cualquier prospectiva, que considere la <cuestión social> en su totalidad, en el transcurso de las últimas décadas del siglo XX. Este vaciamiento intelectual responde, en definitiva, a la falta de una conciencia certera sobre las opciones auténticamente “progresivas” de la historia humana .

                Sobre la base de las anteriores apreciaciones, las valorizaciones sociales emblemáticas, a comienzos del nuevo milenio necesitan, obligadamente, formularse bajo la figura de sucesos o eventos contingentes. En ese contexto, cualquier tipo de razonamiento de índole deductiva deviene no concluyente, motivo por el cual todas las formulaciones teoréticas quedan “atadas” a un determinado indicador temporal, que las constriñe en forma severa.

               El <orden social> constituye, en todo caso, un objetivo a lograr, aunque ello no signifique bajo ningún punto de vista una realidad viable, teniendo en cuenta la improbabilidad de asegurar un marco normativo consensuado, que resulta cada vez más lejano, mientras la sociedad evolucione en el sentido expuesto . Asimismo, como hemos visto, la propia noción de “contingencia” alude a la actuación de factores específicos, caracterizados por la presencia recurrente de la incertidumbre, y de las posibilidades múltiples de elección, en este último caso en referencia a personas y colectivos privilegiados de la población mundial. Por otro lado, la cotidianeidad del riesgo se manifiesta a través de los periódicos vaivenes de un sistema económico mundializado (que rebasan el marco de las crisis cíclicas convencionales), en los ya habituales desastres ecológicos en distintas zonas del planeta, y en la proliferación universal de conflictos sociales de nuevo tipo (raciales, religiosos, nacionalistas, xenófobos) que dan pábulo al resurgimiento potencial de poderes totalitarios.

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