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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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TECNOLOGIZACIÓN PRODUCTIVA Y COSTES LABORALES

Si nos atenemos al impacto generado por las reconversiones descritas, sobre la evolución del trabajo en general, y especialmente con referencia a la cuestión del empleo, resulta cuestionable estimar que las nuevas tecnologías, aplicadas a un sistema productivo modificado, generan -por sí mismas y de manera excluyente- mayores volúmenes de paro. Según esta concepción, el fenómeno inherente a las innovaciones de orden tecnológico es evaluado en tanto proceso natural, mientras que en realidad se trata de un procedimiento social, abordable en el mismo sentido, y en cuanto tal, al margen de las connotaciones específicamente técnico-productivas, presentes en la generación de puestos de trabajo. De acuerdo al último enfoque señalado, habría existido "un aumento extraordinario del empleo en el mundo en los últimos veinticinco años"; por ejemplo, la población activa femenina ingresó de manera masiva, a escala planetaria, en el ámbito de las actividades remuneradas, tanto en el ámbito asalariado, como así también bajo el rubro de pequeñas empresarias, invadiendo el espacio de la oferta laboral.

Además, las ocupaciones en el sector industrial aumentaron más de  un 70% durante el último cuarto de siglo, según indicadores suministrados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aunque ha decrecido en su dimensión absoluta en los países desarrollados, integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) Esto se debió a que las fuentes ocupacionales en ese rubro son creadas en otras naciones, tales como algunas ubicadas en el continente asiático (los "tigres del sudeste" y China) o en América Latina, verbigracia México y Brasil. En cuanto a la conexión entre grado de adelanto tecnológico y cantidad de empleos disponibles, puede indicarse -por caso- que en los Estados Unidos y en el Japón se aplica, proporcionalmente, un volumen superior de tecnología en el campo de la producción, comparado con la misma variable en Europa occidental. Aquellos países, además, presentan una difusión más extendida de ese factor en el conjunto de la sociedad. Pese a ello, ambas naciones registran los menores índices de paro en el mundo desarrollado, al margen de las divergencias de sus respectivos modelos económicos.

Las repercusiones del nuevo tipo de industrias, y de la implementación de tecnologías de avanzada en dicha órbita, se expresan mediante una tasa de desocupación considerable, por ejemplo, dentro del contexto europeo. Sin embargo, esa circunstancia obedecería no a motivos de índole tecnológica, sino al devenir de problemáticas de orden institucional, o macroeconómico, singulares. Por otra parte, la producción del conjunto de componentes de la rama informática requiere la creación progresiva de puestos laborales, los que pueden considerarse industriales, bajo un significado alternativo del término, frente al tradicional y habitual. Los niveles del monto retributivo, y de la "calidad de vida", debieran diferenciarse de la cuestión acerca de la generación de fuentes de trabajo, y de la calificación correspondiente a los empleos creados. En este sentido, hablando siempre en términos proporcionales, se crearía una cantidad muy superior de ellos en las cualificaciones más elevadas, es decir que los cargos de asesores en informática y de analistas financieros, por ejemplo, resultan aquellos que en mayor medida relativa se han incrementado, con referencia a la masa laboral conjunta. La información y comunicación que conlleva su producción, igualmente masiva y rápida que la contemplada por las teorías de la modernización de los años setenta, exige a finales de los noventa una nueva estructura ocupacional y nuevos modelos de empleo. Es así como de nuevo los avances tecnológicos (en este caso informacionales) condicionan la formación de una nueva estructura social; pero no la determinan.

A pesar de que pueda establecerse una línea de continuidad en la evolución de la estructura ocupacional y social común a las sociedades avanzadas que han experimentado la revolución informacional, la influencia de las instituciones, la cultura y los entornos políticos específicos dan lugar a modelos de empleo diversos históricamente. En virtud de lo expuesto hasta aquí, y ante los desajustes provocados por la denominada "mutación del paradigma tecnológico", entre otros factores decisivos, el universo ocupacional debe analizarse mediante un esquema, y consecuentes parámetros,  diferenciados respecto del correspondiente a la sociedad asalariada, tal como se conocía hace tres décadas. Aunque ello no obedece a que el avance tecnológico propicie el "fin del trabajo", sino a que el mismo, potencialmente, procuraría el logro de mayores niveles de producción con menor cantidad de fuerza laboral. Al respecto, la jornada semanal de treinta y cinco horas, implementada recientemente en Francia, es encomiable en tanto apunta al mejoramiento de las condiciones de vida, en el contexto de una reivindicación social, del colectivo de trabajadores. Por otro lado, al reducirse el tiempo de trabajo, las empresas disponen de recursos alternativos a la generación de empleos, verbigracia incrementando la productividad, incorporando nuevas maquinarias o importando determinados insumos.

No obstante, más allá de las consideraciones previas, es notorio que se produce un fuerte impacto sobre la cantidad, y la esencia, de los puestos de trabajo demandados en el mercado laboral, lo cual conlleva un giro en las nuevas relaciones socioproductivas, ligadas a la hegemonía progresiva de las renovadas técnicas "postindustriales", proceso expandido a escala mundial. Ello responde a la tendencia hacia una flexibilización estructural del personal utilizable, dado que al interés capitalista lo favorece instrumentar las capacidades laborales mediante el uso coyuntural de modalidades divergentes, variando las formas del empleo según sus necesidades circunstanciales y variables, ya que cuenta para ello con recursos materiales y humanos diversos. Cunde entonces la "eliminación de una serie de rigideces jurídico-institucionales y técnico-organizativas por parte de las empresas, como respuesta a las turbulencias [...] de los mercados, generando nuevas formas de división del trabajo y de gestión empresarial que se asocian a la emergencia de nuevos modelos productivos".

Corresponde especificar que la acentuación de la flexibilidad, en gran parte exigida por imposición de las nuevas tecnologías, demanda el requisito de actuar en "mercados globalizados por vínculos sucesivos", lo cual conduce a un proceso de individuación del vínculo entre los trabajadores y la firma empleadora, y de la propia actividad laboral. En la actualidad, el régimen de acumulación capitalista tiende a desorganizar a los sectores del trabajo, mecanismo inverso -desde un punto de vista objetivo- al vigente durante el periodo de plenitud del Estado de Bienestar y del esquema fordista. Ello implica una transformación sustantiva de las relaciones sociales de producción en el campo internacional, orientada a la consolidación de una flexibilización sostenida. De modo que implica un grave error de perspectiva definir el trabajo "normal o estándar", en nuestros días, como aquel quehacer realizado a través de un contrato formal por tiempo indeterminado, a jornada completa, en un solo establecimiento o esfera laboral, que posibilita un empleo relativamente bien remunerado el cual asegura, en gran medida, una trayectoria profesional previsible. Resulta ilustrativo de la apreciación anterior evaluar que, hacia fines del siglo XX, poco más de la mitad de la población activa británica llevaba a cabo tareas temporales, a tiempo parcial, o autónomas, llegando esta última categoría ocupacional a abarcar casi la quinta parte de la fuerza de trabajo total; mientras tanto, en Italia dicho índice equivale a un cuarto de la misma. Estados Unidos y Francia registran un porcentual de trabajadores no estandarizados, en referencia al descrito tipo ideal "normal", de alrededor del 40% y 35% respectivamente.

En el caso de Holanda, se produjo una expansión notable del empleo a tiempo parcial, junto a un ingreso masivo de mano de obra femenina en el mercado laboral. Por otra parte, la gran mayoría de los trabajadores españoles se encuentran empleados por tiempo indefinido, representando una cifra cercana al 10% aquellos sin plazo fijo, aunque con una tendencia al crecimiento constante.  Considerando las ejemplificaciones citadas, y a partir de la estimación de los niveles de eficiencia, productividad y competitividad interempresarias, se manifiesta entonces una inclinación hacia una flexibilidad progresiva de las inserciones laborales. La misma apunta a una supuesta mayor "racionalidad" en la asignación estratégica de los recursos disponibles, en manos de los empleadores, pudiendo reciclarse en forma continua, y de manera rotativa, la mano de obra empleada. Sin embargo, desde la perspectiva de los intereses a mediano plazo del sector empresario, emerge en ciertos rubros una contradicción entre nivel de productividad y grado de flexibilización de los puestos de trabajo, teniendo en cuenta las condiciones inestables impuestas por los nuevos modelos de empleo.

Tal situación obedece a que una porción considerable del rendimiento efectivo de la fuerza laboral depende, en primer orden, de la  esfera de la información -y de su adecuado procesamiento-, pues se desplaza a un rol subordinado, aunque no desechable, la idoneidad personal junto al conocimiento específico de cada empresa, y de sus procedimientos propios, por parte del trabajador. Ello remite a una valorización acotada de la capacidad de adaptación del personal, utilizado temporalmente, a los procesos productivos, así como también administrativos, de un establecimiento en particular. Debido a ello, las personas empleadas bajo dichas condiciones transitorias, al rotar continuamente entre distintas firmas, en algunos casos el capital profesional que va adquiriendo, que es suyo y que no es simplemente un nivel tecnológico, sino una experiencia, se lo va guardando como moneda de negociación para las próximas relaciones laborales. Teniendo en cuenta la situación previamente expuesta, la productividad de la mano de obra tendería a descender, en sentido proporcional al decrecimiento del grado de "implicación o involucramiento" de ella con la empresa empleadora, y de la duración del contrato de trabajo, generándose por ende la contradicción relativa, mencionada antes, entre las variables correspondientes a la flexibilidad y la productividad.

Dado el conjunto de circunstancias mencionadas, es imprescindible ubicar las transformaciones de orden tecnológico-productivo, en el proceso de trabajo, "dentro de una dimensión social, porque se piensa que en un mundo más complejo y menos controlable, estos nuevos modelos productivos emergentes, que enfatizan la necesidad de participación de los trabajadores, de ruptura con la vieja división del trabajo, pueden señalar hacia cambios más globales de las sociedades como un todo, hacia una modernización reflexiva..." En el contexto de nuestro subcontinente los cambios indicados, que tuvieron como eje las transformaciones operadas en las sociedades económicamente desarrolladas, se produjeron con cierto retraso. En efecto, recién hacia mediados de la década de los años ochenta, como parte de los procesos de reconversión exportadora en curso en algunos de los países de la región, la tecnología microelectrónica empieza a ser introducida de manera parcial y selectiva, principalmente en las grandes empresas dedicadas a la exportación. En términos generales, se presentaron ciertos caracteres compartidos en las distintas naciones del área referida, al margen de la diversidad económica de México, Brasil, Chile y la Argentina (aún con diferencias dentro de este grupo de países), por un lado, y el resto de Latinoamérica, por otro.

Prácticamente en toda la región se manifestó una crisis de los mecanismos históricos de construcción social de los sectores, estratos, y agentes interactuantes en forma colectiva, dentro de tan extendido espacio territorial. Más allá -como vimos- de sus notables diversidades nacionales, existieron algunos rasgos comunes, sobre todo en las zonas dotadas de mayores niveles de industrialización y medios productivos disponibles. En estos últimos casos, debe mencionarse el devenir, alrededor de los años setenta, de cierta "ruptura de la homogeneidad, en lo que se refiere a los procesos de trabajo, creada por el taylorismo-fordismo, y el amplio grado de incertidumbre en el que deben moverse los actores para hacer frente a los nuevos escenarios impuestos por la crisis económica y productiva, ante los cuales las estrategias anteriores pierden eficacia".

Como una aproximación al abordaje de la situación laboral, resultante del conjunto de transformaciones internacionales y regionales, enfrentadas por los países latinoamericanos en las últimas décadas, puede considerarse la expresión más crítica de la precariedad ocupacional, es decir el problema del paro. Si bien el mismo no responde exclusivamente a los cambios tecnológicos, sino a un cúmulo de factores complejos, y mutuamente imbricados -que serán analizados en secciones subsiguientes-, su seguimiento permite tener una visión panorámica de la dimensión de las mutaciones del universo del trabajo. Seguidamente, se considerarán las consecuencias político-económicas de la mundialización financiera "post-guerra fría".

La puesta en práctica del nuevo paradigma productivo se relacionó con la aparición de formas inéditas de transnacionalización económica, mediante las cuales el capital dispuso de modalidades alternativas y variables de utilización de mano de obra flexible, dispersa en todo el orbe. De manera que el nacimiento de la "era informática" fue complementado con el surgimiento de una esfera mundializada de inversiones, volátiles y especulativas. Puede indicarse que existió una compenetración recíproca entre el declive del modelo fordista de organización de las relaciones productivas y la emergencia de un ámbito "global" de movimientos financieros.

Tal coyuntura propició el acceso a la desregulación -y la consiguiente arbitrariedad- en la explotación de la fuerza de trabajo, más allá de los límites divisorios de naciones y continentes. Las concepciones acerca de un espacio económico mundializado, hacia fines del milenio, modificaron el contenido representado convencionalmente por el término economía internacional. El giro lingüístico refleja una conversión profunda de los tipos de vinculaciones existentes entre diferentes países y regiones. Cabe señalar al respecto que, en épocas anteriores al fenómeno de la globalización actual, existían de algún modo fundamentos -políticos y territoriales- que permitían hablar de Estados relativamente "soberanos", por lo que (aun subsistiendo dependencias neocoloniales) las relaciones entre naciones, al menos formalmente, remitían a contactos entre entidades homogéneas. Corresponde aclarar, en principio, que el proceso omnicomprensivo -implícito en el fenómeno globalizador- fue abordado extensamente, por numerosos autores, en sus aspectos generales, básicamente en referencia a sus dimensiones cultural, técnica, mediática e informacional, conjunto de factores que remiten al advenimiento de una hipotética "civilización mundializada".

No obstante, como consignáramos en la Introducción de este ensayo, aquí nos limitamos al tratamiento específico de sus efectos sobre la economía, puntualmente en las áreas financiera, tecnológica y productiva, junto a sus repercusiones en el ámbito laboral. Tales consecuencias propician que, en muchas ocasiones, la emergencia de un "mundo global" tiende a confundirse con la aplicación irrestricta de políticas neoliberales, que sólo representan una manifestación socioeconómica coyuntural, aunque propiciada -y acentuada- merced a las condiciones objetivas generadas por el ingreso en la nueva era.

Al margen de la anterior precisión, la alusión a la existencia de una economía globalizada conlleva, entonces, revisar el núcleo sustancial de la expresión "relaciones internacionales", teniendo en cuenta que los límites de las acciones realizadas por sectores o grupos, pertenecientes a un país determinado, no coinciden actualmente, en gran parte del planeta, con los espacios productivos y financieros antes vigentes, imperando en consecuencia las determinaciones de mercados transnacionalizados. Es menester indicar que un funcionamiento mínimamente armónico de la globalización requeriría el accionar de instituciones sólidas a escala nacional ya que, en ausencia de las mismas, el nuevo escenario mundial tiende a exacerbar conflictos sociales internos preexistentes. Para la comunidad del desarrollo, los años ochenta fueron también de vacilación y búsqueda de nuevos paradigmas. A finales de los setenta, las estrategias de desarrollo estadocéntricas (tanto las fundadas en el estructuralismo de Prebisch-Singer como en la teoría de la modernización de Rostow, en la teoría de la dependencia o, simplemente, en el marxismo) habían perdido gran parte de su anterior crédito intelectual y político. Todavía se mantendrían unos años en base a las poderosas coaliciones de intereses creados. Pero intelectualmente estaban derrotadas. Especialmente tras su demostrada incapacidad para entender y adaptarse a las crisis y los cambios iniciados en los setenta. Era la oportunidad para la derecha liberal neoclásica, más comúnmente reconocida como neoliberalismo. A fines de siglo se han intensificado los intercambios comerciales, junto al flujo constante de capitales que acompaña los traslados de las radicaciones productivas.

Desde la posguerra, el comercio internacional se fue incrementando en una proporción equivalente al doble del aumento de la producción, acentuándose y extendiéndose al mismo tiempo el proceso de transnacionalización de las empresas, al comienzo de origen estadounidense, y luego europeo y japonés. A partir de los años sesenta, las firmas multinacionales pugnaron por emanciparse de las restricciones impuestas por las fronteras entre países, procurando socavar las propias bases institucionales soberanas de los Estados-nación. Además, un grupo considerable de corporaciones empresariales potenció el despliegue de una estrategia planetaria, adecuándose a las circunstancias cambiantes de un mercado mundializado, bajo las nuevas formas mencionadas. En el contexto reseñado, el cuestionamiento a los atributos del Estado-nación responde a las presiones de un poder globalizado, sustentado en la hegemonía articulada del tándem riqueza-información, ante la reacción de las identidades (y consecuentes legitimades) forjadas en el ámbito específico de la localización respectiva. Los procesos de cambio estructural generan la mutación radical de los escenarios sociales y macropolíticos que configuran las acciones colectivas y los emprendimientos individuales en múltiples zonas del orbe, en muchas ocasiones enormemente alejadas entre ellas. Por otro lado, desde esta perspectiva, el colapso del comunismo soviético habría sido consecuencia de la incapacidad del sistema estatista característico de los llamados "socialismos reales", de cara a gestionar la transición hacia la era informática. En términos de dicha gestión transicional, el régimen capitalista demostró su idoneidad particular, a través de la asunción de una forma más "flexible", a la vez que más dura.

Al respecto, la reestructuración llevada a cabo por ese sistema económico durante las décadas de los setenta y ochenta fue posible a partir de la vigencia de reglas versátiles de funcionamiento, junto a la capacidad de utilización eficaz de una lógica de las redes. Dicha adaptabilidad a los cánones establecidos por la nueva faz tecnológica habría permitido al capitalismo experimentar una etapa renovada de crecimiento económico, asentada en un salto espectacular de las fuerzas productivas. Hacia mediados de la década de los setenta, Estados Unidos suprimió las barreras preexistentes, interpuestas a la libre exportación de capitales; a su vez, Francia y Japón también liberaron los obstáculos al flujo monetario, medida que posibilitó la emigración indiscriminada del ahorro nacional. Este procedimiento queda demostrado, por ejemplo, a través del hecho de que -durante los años ochenta- la nación nipona amortizó el déficit presupuestario estadounidense. Es decir que el proceso de globalización financiera conduce a un quiebre profundo del mecanismo inherente a la "mera" internacionalización, al sustentarse en un sistema unificado, que actúa como eje organizativo de la producción y del comercio, en sociedades muy distanciadas territorialmente. La idea de "aldea económica global", traspolada del campo teórico referido a los medios masivos de comunicación, a partir de la concepción de Mc Luhan, responde a una lógica específica y autónoma, desprendida de su connotación referida a relaciones entabladas entre Estados autárquicos.

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