Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog
INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

"POSTVERDAD” LEGITIMADORA DEL ORDEN NEOLIBERAL PRESENTE – Juan Labiaguerre

            La perspectiva filosófica defendida por Baudrillard se ajusta a la emergencia del “nihilismo como sino de la modernidad”, realidad manifiesta a través de la proliferación de signos surgidos de la presupuesta muerte del poder, de la verdad y del trabajo. Esta postura conlleva ineludiblemente una “crítica del fetichismo productivista de la economía política de Marx”, mutando desde una actitud meramente existencialista hacia una filosofía trágica de la sociedad, vista en términos de “gran sistema de signos”, mediante la proclamación del surgimiento de lo simbólico, enfrentado decididamente a la “semiurgia radical del signo”. La sociedad moderna asiste al despliegue de un simulacro del conjunto de finalidades referenciales, tales como el poder, la verdad, la historia y el capital, situación que aludiría a la expresión de una teorización acerca de la “mercancía cínica”. Tal conceptualización refiere, a través de la versión baudrillardiana, al “punto en que la forma mercancía, abandonando su histórica asociación con el simulacro del trabajo concreto, se revela como lo que siempre fue: un sistema de signos transparente que traza en el espacio curvo de la economía política (y luego en la teoría del consumo) el ciclo implosivo, desacumulativo y seductor del poder moderno”. Se trata, entonces, de un enfoque abordado a partir del perfil de la modernidad que manifiesta su costado oscuro, aquel que comprende la existencia de un “mundo totalmente desilusionado del trabajo, el mito y la dominación [en cuanto] signos emblemáticos”. Ejemplificando la argumentación precedente, puede señalarse que la presión estratégica promovida a través de la vigencia de la “disuasión nuclear” presenta como objetivo la garantía de consolidación del sistema protectivo, y de contralor, del acontecimiento, planteo que remite a una aplicación concreta de la teoría sobre el mecanismo consistente en la simulación. En este sentido, Picó añade que “la objetividad del sistema y su existencia puramente abstracta es lo que constituye la catástrofe..., [en la medida en que] jugar con el apocalipsis es parte de la filosofía social posmoderna, pero en realidad ya no hay lugar para una dramatización narrativa del mundo. Todo se ha convertido en eterno presente”. La postura nihilista del teórico francés, a la vez gnoseológica y político-ideológica, resulta en última instancia simultáneamente condición y antítesis a efectos de “la emancipación histórica, [si se considera que] el sentido trágico del pensamiento de Baudrillard deriva directamente de sus reflexiones acerca de nuestro encarcelamiento en el esterilizado mundo del poder abstracto”, bajo el imperio de un sistema institucional generador de consecuencias tanto técnicas como, así también, simbólicas. De cualquier forma, y aun apreciando dichos efectos, ese sistema poderoso configura un locus “en proceso de desaparición de una sociedad que se ha convertido en su opuesto: el ciclo de la muerte de lo social y el triunfo de la cultura”.

           También correspondería referir a la “ominosa vaciedad de todo discurso..., [que deriva en un proceso de] simulación por precipitación de todos los referentes perdidos. Caja negra de todo referente, de todo significado no captado, de la historia imposible, de in-rastreables sistemas de representación, la masa es lo que queda cuando se ha hecho desaparecer totalmente lo social”. La irrupción triunfal de la cultura de la significación, sobre el ámbito del conjunto de interacciones individuales y colectivas, conlleva “el eclipse de la verdadera solidaridad social (sociedad). Más allá de la teoría [weberiana] de la racionalización, en contra de la primacía de la normalización de Foucault y... del análisis dialéctico del sistema (racionalizado) y del mundo de la vida (comunicativo)”, de impronta habermasiana, cunden formas inéditas de exteriorizaciones del campo de las experiencias humanas compartidas interactivamente. Estas renovadas modalidades de relaciones, interpersonales e intergrupales, reflejan las vivencias específicas del “mundo esterilizado de la tecno-cultura avanzada”.

            El ocaso del siglo XX expresaría, por tanto, una instancia inflexiva culminante según esta concepción filosófica posmoderna, remitiendo a la existencia de un “punto de ruptura de la totalidad simbólica en que la norma sufre su inversión en un orden de signos flotante, [donde] las estrategias de la normalización son reemplazadas por la simulación de las masas, [mientras] la significación sustituye al proceso de reificación y... la hiperrealidad de la cultura indica la gran descomposición del espacio de lo social”. La prevalencia de una visión sombría, justificada en la violencia implosiva de la sociedad contemporánea, alimenta la argumentación sobre el “fin de la sociología como principio de realidad [en conexión con el] agotamiento de lo social [en tanto] efecto-de-verdad de un poder puramente nominal”. En último análisis, lo social “puede referirse sólo al espacio de la ilusión [desde que] no ha existido básicamente nunca”, o en términos de residuos, “extendiéndose a lo largo de la historia como [producción y] control racional” de los mismos. Ubicando el objetivo en la perspectiva espacial de lo social, es elucubrada el marco hipotético que gira alrededor de “la precesión de los simulacros”, lo cual implicaría el fenómeno de “ventilación del individuo como terminal de información en el espacio hiperreal de la simulación”.

            Por ende, resultan denostadas -en bloque- aquellas teorías concentradas en aspectos exclusivamente representacionales, que intentan explicar la esencia del poder, mientras en realidad éste, “abandonando su asociación con las relaciones de fuerza, actuación, estructura, y vectores distributivos, se repliega [presentándose] como un ciclo de intercambio vacío, reversible, seductor, [en cuanto] desafío y enteramente relacional”. El poder, de manera homóloga a la visión sustentada por Nietzche, equivaldría a un signo de lo que nunca fue, manifestándose únicamente bajo la “forma simulada de una unidad abstracta” impuesta al conjunto de las vivencias humanas. De allí la impronta nihilista en referencia a la noción del poder, confrontando con el “orden de representacionalidad positivo asociado” a los poderes sociológico [norma], económico [mercancía] y político [soberanía]. Finalmente, la última negación remite al denominado eclipse de la forma-mercancía, lo cual significa un rotundo rechazo del razonamiento dialéctico, en pos de una “reducción semiológica del sistema de intercambio a una ley estructural del valor”. Baudrillard sostuvo que la totalidad de “estrategias represivas y reductivas de los sistemas de poder ya están presentes en la lógica interna del signo, lo mismo que los del valor de cambio y la economía política”. Se establece, como consecuencia de la argumentación anteriormente expuesta, la supuesta vigencia de una “relación estratégica entre la ley estructural del valor y el simulacro como locus dinámico de la lógica de la modernidad..., lo cual conlleva una] gran división epistémica en la lógica estructural profunda de la acción” social, junto a la de su núcleo consciente.

         Deviene entonces una especie de quiebre del objeto teórico-empírico en la actitud investigativa, instancia a partir de cual “el principio de realidad del orden referencial de la experiencia -la producción como esquema (material) dominante” del sistema económico industrialista- cede su espacio ante la invasión del espectro emanado del accionar meramente simulado. Tal apreciación redunda en la hegemonía de un encuadre normativo ordenador, regulado por una determinada “codificación”, conformada desde la lógica de la significación; en el terreno de la facticidad, ello determina que dicha nueva “ley estructural del valor” sustituye a la afincada, y ya obsoleta, del “regateo mercantil” (marchande) referida al mismo objeto representado en el valor.

            Esta corriente del pensamiento cuestiona la aceptación implícita del realismo acerca de la “idea de lo social”, mediante la contraposición de un “esquema comunicacional de semiurgia radical”, basado en la supuesta vigencia de la lógica de la significación expresada a través del signo. Tal posicionamiento conceptual enfrenta al cuerpo teorético que apunta hacia el establecimiento de una normalización, así como también -por otro lado- contrasta con la “inscripción de la normativa como estrategia (reductora) de significado para el aparato cultural” rechazando la propia legitimidad de esa regularización justificada por el seguimiento de normas establecidas. La teorización elaborada alrededor de la función de los signos, frente a aquellos encuadres de índole productivista, se encuentra “formulada [en tanto] expresión emblemática del valor-forma en la cultura de consumo”. En razón de ello, la respuesta en el orden de los significantes remite “hacia una lógica de la significación abstracta, semiúrgica, fungible”, aunque asimismo de carácter reduccionista, orientada en el sentido de la comprensión “realista de la fusión de economía, política y sociedad”.

            Recopilando sus aspectos salientes, puede sostenerse que el postestructuralismo baudrillardiano configura un diagnóstico radicalizado, conformado en torno al rol del significado en cuanto símbolo por antonomasia de la “heteronomía de la cualidad puramente abstracta de la forma-mercancía que Marx profetiza en El Capital”, desafiando ese orden representacional actualmente obsoleto. Al respecto, Kroker señala que dentro del “esquema de simulación de la sociedad capitalista avanzada, el valor de uso y el valor de cambio se combinan en aspectos reflejos de un único proceso de reproducción semiológica abstracta”. Este encuadre combinatorio implica que “los clásicos polos de significado y significante se extienden en una homología estructural única en el núcleo de la lógica del signo”. Dicho procedimiento mental “radicalmente deconstructivista” expresa una posición antirromántica y antisubjetivista, evaluando en términos sarcásticos a la “ilusión referencial”, afincada en el nucleamiento de la “lógica puramente estructuralista del sistema del capitalismo avanzado”.                     

            En suma, el proceso de secularización de sistemas valorativos alternativos, junto a la recurrencia crónica de sus crisis sucesivas, engendran un entorno signado por una pluralidad de lenguajes que responden a los significados diferenciados y/o divergentes del discurso axiológico. Por lo tanto, tienden a acentuarse las cualidades seculares contenidas en el ideal del progreso humano, en la medida en que “las sociedades han perdido el sentido de su destino, y el devenir no tiene finalidad. El futuro ha muerto y todo ya es presente”, actitud existencial que conlleva una mutación radical de las coordenadas temporoespaciales. Al respecto, se sostiene que “la negación que hace Baudrillard de la realidad de la historia sistematizada se basa en... [el hecho de que] la nueva información de los medios de masas electrónicos o destruye directamente el significado y la significación o lo neutraliza. La información, lejos de producir una circulación acelerada semejante a la plusvalía resultante de la rotación acelerada del capital, implica la destrucción de cualquier sistema de significados coherente”.

            En este aspecto, cabe señalar que “la diferenciación de la ciencia, la moralidad y el arte ha venido a significar autonomía de los segmentos tratados por el especialista, dejando al mismo tiempo que se alejen de la hermenéutica de la comunicación cotidiana. Esta escisión es el problema que ha originado esfuerzos por negar la cultura de los expertos”. Tanto la presión continua de los sistemas abstractos, como la consecuente reflexividad propia del yo, alteran el funcionamiento biológico y los procesos psíquicos del ser humano, estableciéndose una conexión directa entre el estado -físico y mental- de los individuos y el despliegue de “estilos de vida” diferenciados.  

            El debate entablado entre Habermas y Lyotard, alrededor de sus respectivas caracterizaciones referidas a la ciencia moderna, el segundo de los autores mencionados cuestiona aquellos fundamentos que atribuyen un contenido pragmático a la actividad científica. De este modo, “se intenta destruir la creencia subyacente a la investigación [del primero de] que la humanidad, como sujeto colectivo universal ... persigue su propia emancipación común a través de la regularización de los distintos movimientos o pasos y que la legitimación de cualquier enunciado [permitido por los juegos del lenguaje] radica en su [potencial] contribución a esa emancipación”.

            Siguiendo la visión lyotardiana el consensus, en el ámbito de la ciencia moderna, no constituye un fin en sí mismo, sino meramente cierto “estadio de la discusión. La finalidad del saber o ciencia modernos es la parología. La ciencia posmoderna se ocupa de cuestiones [inescindibles con relación a] los límites del control preciso, de conflictos que se caracterizan por su información incompleta, [fragmentada], catástrofes, paradojas pragmáticas”, evolucionando conceptualmente de manera discontinua y, por tanto, irrebatible desde parámetros epistemológicos auténticamente científicos. Debe aclararse que este filósofo, perteneciente a la escuela postestructuralista francesa, concentra su óptica de estudio en el cúmulo de mutaciones del saber experimentadas sobre la base del advenimiento pleno de la “era de la informatización”, al interior del contexto de aquellas sociedades más desarrolladas desde el punto de vista económico y técnico-productivo. Los mecanismos de desenclave se forman a partir de la convergencia de señales simbólicas y sistemas expertos, ambos abstractos, que “disocian la interacción de las peculiaridades de lo local”. Los mecanismos de desenclave se forman a partir de la convergencia de señales simbólicas y sistemas expertos, ambos abstractos, que “disocian la interacción de las peculiaridades de lo local”.

            Junto a las señales simbólicas consignadas, inciden los sistemas expertos, lo cuales “dejan en suspenso el tiempo y el espacio al emplear modos de conocimiento técnico cuya validez no depende de quienes los practican y de los clientes que los utilizan”. Bajo el peso de dicha incidencia, “confianza y seguridad, riesgo y peligro, existen en combinaciones diversas e históricamente singulares en condiciones de modernidad... [y, además] los mismos mecanismos de desenclave generan nuevos riesgos y peligros que pueden ser locales o mundiales”. En vista de la argumentación precedentemente expuesta, el orden moderno es sustancialmente postradicional, porque “la transformación de tiempo y espacio, unida a los mecanismos de desenclave, liberan la vida social de la dependencia de los preceptos y prácticas establecidas”.

            En cuanto aditamento a los fenómenos de reconversión espacio-temporal y de desenclave de las instituciones, la impronta modernista engendra un hábitat generalizado donde prevalece una disposición a la reflexividad institucional, entendida ésta en el sentido de que “la mayoría de los aspectos de la actividad social y de las relaciones materiales con la naturaleza [se encuentra sometida] a revisión continua a la luz de nuevas informaciones o conocimientos” elementos constitutivos de las instituciones modernas. Este fenómeno genera la posibilidad de “utilización regularizada del conocimiento de las circunstancias de la vida social”, factor fundamental del modo organizacional y de los cambios del accionar institucionalmente reflejo. En ese sentido, el mettier científico vuelve a apoyarse preferentemente en el “principio metodológico de la duda”, dejando de lado su sustento prioritario en el ejercicio sistemático de la acumulación inductiva de pruebas. Al respecto, se advierte que “la reflexividad, como reconstrucción y redefinición (o como predicción) de una situación es central en [la] sustitución de la razón ilustrada por la ciencia o el ciencismo como nueva religión”.

            La coexistencia de múltiples lenguajes y de variados “juegos” que concatenan a los mismos responde al avance incontenible de la sociedad tecnológicamente informatizada, mediante la proliferación de elementos comunicativos electrónicos, lo cual hipotéticamente seguriá produciendo una alteración vital en la rotación circulatoria y expansiva del saber. Además, el proceso legitimador en el campo de la cultura posmoderna, correspondiente al advenimiento de la denominada sociedad postindustrial, implica que la autojustificación del sistema político y socioeconómico se funde en el principio movilizador signado por la búsqueda de la optimización de sus propios mecanismos. En otras palabras, el mismo ordenamiento sistemático “legitima la eficacia y el poder”, reconvirtiendo el nexo establecido por la ciencia con la técnica, dado que el incremento del dominio legítimo -valorativamente autoconstruido- conlleva un aumento de la productividad, paralelo al avance de “la memorización, la accesibilidad y la operatividad de las informaciones”.  

            El llamado postestructuralismo francés cuestiona la concepción habermasiana, al ubicarla dentro del campo de las metanarrativas, y aun “más general y abstracta” que las desplegadas por los discursos freudiano o marxista. Aquella corriente teórica contemporánea intenta refutar el conjunto de perspectivas conceptuales ancladas en la premisa acerca de que la humanidad representa un “sujeto universal que busca su emancipación común a través de la regularidad de los cambios permitidos en todos los juegos de lenguaje”. Además, arremete contra la creencia establecida respecto de que el contenido emancipatorio de cualquier aporte teorético propende a la legitimación del mismo, discutiendo asimismo la validez del reemplazo de la frustrada “filosofía trascendental” por el ensayo de macrocomprensión de la realidad social, implícito en el enfoque abordado desde la acción comunicativa

            Dentro de la vertiente postestructuralista mencionada, Lyotard estableció un límite divisorio tajante entre la elaboración del discurso posmoderno de los juegos de lenguaje, por un lado, y la construcción teórica de metarrelatos de diversa índole, surgidos de distintas escuelas del pensamiento, por otro. Dentro de esta última corriente, participan tanto las propuestas liberadoras reflejadas en la “tradición francesa de la modernidad ilustrada”, como así también aquellas alternativas que pretenden abarcar y comprender la totalidad, expresadas mediante las cosmovisiones de raigambre germánica, de contenido indistintamente hegeliano o marxista. La sociedad perdió entonces el sentido de su destino y el devenir, en consecuencia, no presenta ninguna finalidad, al transformarse el futuro -tomando como eje aquello que ocurre aquí y ahora- en una mera interrogación sobre condiciones específicas de representación, espacio y tiempo. Por otra parte, y de acuerdo al filósofo francés citado, el consenso resultaría únicamente una instancia particular del debate científico, aunque no su objetivo final, consistiendo éste en la practicidad anidada en la ejercitación del razonamiento falso-aparente.

            Corresponde señalar que “la ciencia posmoderna, interesándose por lo irresoluble, los límites del control preciso, los conflictos caracterizados por la información incompleta, fracciones, catástrofes y paradojas pragmáticas”, teoriza su propia dinámica conceptual en términos contradictorios, irrectificables, caóticos y discontinuos. En este sentido, Habermas responde tildando de conservadurismo juvenil a las posiciones expuestas por los representantes de aquel neoestructuralismo desarrollado en Francia, asignándoles la autoadjudicación respecto de una hipotética revelación de cierta subjetividad descentrada, “emancipada de los imperativos del trabajo y de la utilidad”, mediante el autoexilio -en referencia a la modernidad- sobre la base de un supuesto enriquecimiento filosófico. De modo que intentan justificar la necesaria emergencia de una especie de antomodernismo a ultranza, desplazando “a la esfera de lo remoto y arcaico el poder espontáneo de la imaginación, la experiencia personal y la emoción”.

          Con relación a la evolución tanto del campo teórico perteneciente a la esfera de la elaboración conceptual, como así también del ámbito ético reflejado a través de la normativa moral, existiría cierta correspondencia con el “intento fracasado de la falsa negación de la cultura”. Éste fue llevado a cabo por expresiones estéticas de un arte embebido de surrealismo, que condujeron inclusive a la negación de la filosofía, lo cual consecuentemente derivó en el ejercicio dogmático de prácticas invadidas de una extrema rigurosidad ética, tal como se habría demostrado mediante el devenir fáctico-político de la doctrina marxista en el siglo XX. Sobre ella elucubraron, entre los filósofos más renombrados, Foucault, Deleuze y Derrida, quienes avizoraron el dominio de nuevos instrumentos tecnológicos al servicio del poder, los cuales se apropian de la vida como si se tratara de un objeto podeido por los mismos. En ese campo teórico, llamado vanguardista, “las constituciones y los derechos son solamente las formas que hacen a un poder normalizador esencialmente aceptable”.

Compartir este post
Repost0
Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post