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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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OBSTÁCULOS QUE IMPIDEN EL DESARROLLO ACTUAL DE POLÍTICAS PROGRESISTAS (BALIBAR)

            Las variables causales de la coyuntura crítica internacional, desatada a partir del año 2008, habrían tenido interpretaciones relativamente concordantes, mientras que los sectores políticos “progresistas”, de diversas raíces ideológicas, no fueron capaces de aprovechar ese atolladero neoliberal a fin de obtener réditos electorales, aliándose en torno de alguna propuesta alternativa consensuada, teniendo en cuenta su dispersión insalvable. Al respecto, Balibar asume una perspectiva “aporética”, entendida por este autor -en términos filosóficos antiguos- como problema sin solución inmediata1.

            Con relación a esta última opinión, constituiría un paso adelante, en favor de los segmentos opositores al modelo del tardoliberalismo conservador prevaleciente, la precisión conjunta de los obstáculos en pos de cierta unidad, basada en el antagonismo compartido frente a aquellos gobiernos reaccionarios, en el marco de las contradicciones de hecho de la realidad vigente, tanto las secundarias como las principales. Un movimiento colectivo “antiliberal” (simplificando el mote), idóneo a fin de usufructuar el desmadre fáctico del poder institucionalizado de la derecha, requerirían de un nuevo reacomodamiento internacional.

            La proposición balibariana incluye el surgimiento eventual de un movimiento “izquierdista altermundializador”, consistente -más que en repliegues nacionales- en determinada reconversión “bifurcadora” dentro del orden globalizante. Tal innovación político-ideológica juntaría “fuerzas, convicciones y pasiones” orientadas en esa dirección, dado que existen elementos concretos, aglutinadores en el transcurrir temporal, por ejemplo el riesgo ecológico, al margen de discrepancias entre sus militantes. No obstante, es evidente que dicha idea únicamente mora -hasta ahora- en el interior de un espacio teórico-abstracto, ya que se encuentra poderosamente interferida por una intensa conflictividad de intereses económico-productivos, potenciados territorialmente en los diversos ámbitos localizados.

            En consecuencia, en la medida en que las problemáticas complejas contemporáneas, reflejadas por las instancias de la multilateralidad, las estrategias “proteccionistas neomercantilistas” (Giraud), complementadas por la cuestión álgida de las migraciones internacionales, devinieran crucialmente prevalecientes, advendría una derechización en porciones amplias de ciertos agrupamientos -hoy en día- “progresistas” o contestatarios.

            Por otro lado, las organizaciones de la izquierda se hallan fraccionadas en referencia a la concepción del papel estatal; la partición remota del ala “planificadora”, opuesta a aquella autogestionaria, o clasista libertaria, resulta inmanente desde el propio nacimiento histórico de esas corrientes “radicalizadas”. Se observa una paradoja en el panorama político internacional del milenio incipiente: mientras que los gobiernos estatistas habrían fracasado, en las variantes de una hipotética “dictadura del proletariado”, así como también en la configuración asimilada a la cogestión del Estado social, los “anarquismos idealistas” continúan albergando un nítido contenido utópico2.

            Las visiones anarquistas tienden a reverdecer el ardor que inspira el sentimiento hacia una democracia en estado idílico “juvenil”, representando una ideología apasionada, legítima y transparente, aunque soslaya en forma ingenua los factores reales, e inevitables, que hacen a las encrucijadas del poder político. La ausencia de este último, cristalizada en la hipotética inexistencia de un Estado, tornaría impracticable la implementación de normativas reguladoras al funcionamiento de la “leyes del mercado” impuestas por la economía capitalista. De todos modos, sería indispensable la elaboración y la aplicación de una nueva doctrina estatal, lo cual integra esencialmente el tratamiento perentorio del desenvolvimiento azaroso y ambiguo, proclive al incumplimiento de sus principios básicos convencionales, de las instituciones democráticas.

            Cabría preguntarse si el parámetro apropiado para la evolución de la calidad democrática debiera proseguir constituyéndolo cada territorio ocupado por las distintas naciones, interrogante invertido por Balibar planteando si acaso el ámbito de las mismas es propicio a fin de mensurar los grados del funcionamiento concreto de la democracia. Seguramente ello será plausible, aunque además existirían escalas alternativas de ponderación sobre “la institucionalización del poder y la cristalización de los intereses que requieren una participación y una capacidad de decisión colectiva”.

            Ciertos de niveles señalados obedecen a su carácter local o infranacional, a pesar de la factibilidad de prescindir de marcos referenciales exclusivamente espaciales; es irrefutable la ausencia de un auténtico talante y espíritu cuando el régimen político carece de transferencia real de poderes en las esferas geográficas cercanas a la ciudadanía, esto es -en general- las instancias. Tal requisito conforma una demanda recurrente, que apunta a la posibilidad de concretar iniciativas fundadas en la autonomía “comunal”, en la medida en que “los Estados centralizados tienden a transformar las administraciones locales en sus satélites valiéndose especialmente del arma presupuestaria”3.

            Otras escalas operan en campos supranacionales, hasta de índole federal, si se estima que el asunto que incumbe a las expresiones federativas se encuentra, en buena parte, sometido a discusión, aun vigente. En última instancia, el debate remite a la indagación acerca del modo mediante el cual es creado un contexto público determinado, a partir de su composición a través de una masa ciudadana, dejando de lado “las barreras estatales, culturales, lingüísticas y corporativas que impiden al demos enfrentar a las potencias económicas con las mismas armas”4.

            Son bastante conocidas las objeciones ante la argumentación precitada, la cual se inclina a amplificar la incidencia del factor político, cuestionamiento apoyado en la concepción -característicamente de sesgo nacionalista- con respecto a la noción de la soberanía indivisible. También difieren con relación al criterio indicado en el párrafo anterior quienes sostienen “la idea de que la voluntad general y la soberanía del pueblo no pueden manifestarse fuera de los marcos nacionales heredados del pasado”5.

            La acepción antedicha conlleva la asimilación errática entre soberanía popular y del Estado, que pretende seguir encarnándola por sí sola, mientras las administraciones estatales “nacionales” -justamente-, hasta las correspondientes a los países con mayor poderío, resultan decrecientemente. soberanas. Al respecto, “un Estado cuyas finanzas públicas están a merced de los mercados financieros, que son los que determinan las tasas de interés en función de las políticas económicas y sociales implementadas, no es verdaderamente soberano”6.

            Conviene aclarar que Balibar había propuesto el acceso a un status de soberanía compartida en términos de requerimiento con el propósito de recuperar “el poder político colectivo”7. En referencia a la situación de la Unión Europea, el autor sostuvo que emergería allí una opción de la democracia, dentro del “viejo continente”, ante la fase crítica atravesada por la construcción del bloque regional en el mismo. Surge entonces la interrogante con relación a la posibilidad de recuperación de la iniciativa política, y si los denominados “movimientos de indignados” se hallarían capacitados a los fines de encarnar la movida consistente en redemocratizar el sistema democrático.

            Relativizando su propia postura teórica mencionada, demasiado idealista, el pensamiento balibariano tuvo en cuenta las conexiones administrativo-dependiente, jurídico-legales, y económico-comerciales, al interior del conjunto de Estados nacionales europeos, dificultosamente eliminables, como lo demuestran las tratativas en alusión al “Brexit”. Sin embargo, ese entramado no coadyuvaría a la recuperación político-democrática, sino que únicamente constituiría una fuerza de inercia; por el contrario, manifiesta -de hecho- la realidad de que “la clase dirigente europea, conglomerado de financistas que se creen invulnerables e infalibles y de figuras políticas nacionales que se creen dueñas de sus electorados”, operó una división del trabajo con el propósito de la externalización de los “centros de decisión”, “sustrayéndolos a la representación democrática”, junto al control mediante los organismos intergubernamentales.

            El bloqueo de la dinámica descripta, en el contexto de la crisis iniciada hace diez años, que erosionó gradualmente la ya -de por sí- escasa legitimidad pasada en los procedimientos adoptados por la Unión Europea, en lugar de propiciar reformas institucionales progresivas, es proclive al surgimiento de “obstáculos o escenarios catastróficos”. Esta amenaza pudiera ser el preanuncio de la concreción de un proyecto, pergeñado por ciertos dirigentes políticos franceses y algunos economistas e intelectuales, de posición ideológica centrista, radicado en la configuración de una especie de “pequeña Europa”, incorporada en el marco de la eurozona, con el objeto de contrarrestar la centralización creciente por vía de la formación de un “microparlamento” que abarque el territorio comprendido por esa entidad planeada8.

            Esa propuesta en ciernes provocaría que el continente, eventualmente reducido, acotase eventualmente sus estrategias gubernamentales al seguimiento, e inclusive potenciación, de las corrientes financierizadas propias de la “globalización”. Además, hasta sería probable la oficialización de las mismas, al instituir constitucionalmente las políticas desreguladoras, cubiertas con el eufemismo del predominio de la “competencia libre y leal”. La realización de tal prognosis derivaría, en forma ineludible, en el desencadenamiento de antagonismos entre los intereses y conveniencias de las naciones integrantes de ese hipotético bloque regional, en un marco francamente inequitativo, lo cual representaría -en ese aspecto- una continuidad de lo acontecido desde la década de los noventas, devenir que condujo precisamente a la desestructuración europea.

            De modo invertido, el porvenir del continente, el de sus países, ciudadanos/as y habitantes en general (incluyendo la inmigración) pudiera “consistir en negar la transformación histórica que representa la mundialización de los intercambios, de la comunicación, de los problemas ambientales y de seguridad, etcétera”. Otra parte, la observación de la realidad actual corroboraría que el desmembramiento de la Unión Europea no generaría ningún efecto político-gubernamental favorable a una redemocratización de los Estados. De allí que solo existiría la opción de refundar los cimientos de la organización continental; en tal sentido, el conjunto de movilizaciones que procuran potenciar los grados de la democracia auténtica, en la totalidad de las naciones del “bloque”, constituye un avance.

            Resulta imprescindible hacerse, de manera colectiva, de los instrumentos dirigidos al redireccionamiento del proceso mundializador, modificando en profundidad su esencia contemporánea, lo cual únicamente sería factible en la medida en que el continente europeo fuere redemocratizado, al operar francamente en la morigeración de su composición desigual, y de su conflictividad polisémica endógena. Tal reconversión debiera manifestar explícitamente, por medio de hechos concretos, la voluntad mayoritaria de realizarla, difundiéndola “globalmente” e intentando establecer contactos y vínculos a fin de construir alianzas intercontinentales.

            Aunque sea semejante a una paradoja, dado que los requisitos a cumplir pueden asimilarse a la misma finalidad, Balibar estima que se trataría de una propuesta que remite a una especie de círculo vicioso, operante en el conjunto de “comienzos y transformaciones”, alegando que, en el fondo, es la propia historia, cuando se logra construirla y no solamente padecerla. Europa se enfrenta a esta decisión No obstante, es viable acordar que “la sociedad” de nuestros días incide decrecientemente en su propio futuro como ente colectivo, y medianamente cohesivo, deviniendo improbable que se haya externalizado su capacidad de plantear fines racionales a un sistema en el cual el ser humano no es más que el medio9.

            Ante el planteo antedicho, la respuesta balibariana consiste en evaluarlo en tanto apreciación errática, ya que la expresión “racionalidad” suele aplicarse a contenidos polisémicos. Por ejemplo esa cualidad, referida a la "instrumentalidad" del capitalismo como modo de producción, es optimizada a través de un determinado encuadre fundado en pronósticos racionalistas, en términos directrices respecto de la construcción del supuesto "eficientismo" del funcionamiento mercantil. Tal acepción del significado del vocablo "racional" fue ejemplificada, emblemáticamente, a partir de la grave coyuntura crítica desatada -internacionalmente- alrededor del año 2008, y con secuelas en la actualidad: la misma remite a una ficción apoyada en una "autogestión como eficacia pragmática", sensación que rebalsa el contexto del "mundo occidental desarrollado".

           En el marco reseñado, debiera compartirse la redefinición de la noción sobre la razonabilidad -o su reinvención sustantiva-, retomando la idea spinoziana, al recurrirse a procedimientos intelectuales, en gran medida, divergentes con relación a los que ha habituado -históricamente- una concepción crítica, anclada en una raigambre propia de un romanticismo humanista anquilosado. Esta teórica corriente había puesto en tela de juicio, con gran énfasis, las modalidades enajenantes debidas al apogeo del “racionalismo instrumental”.

            La filosofía de Spinoza no rechaza evaluar a las personas en cuanto “medio”; en cambio, propulsa en última instancia cierta ética-política fundada en la visión acerca de que cada individuo debiera encontrarse capacitado en pos de usar al, o servirse del, prójimo, con el propósito de “maximizar cierta utilidad común”. Este enfoque que gira en torno del utilitarismo, presenta un carácter relativamente sui generis, de especie universalista (“cualquier ser humano, en cierta forma, puede ser útil a cualquier otro”). Tal criterio se ubica en las antípodas de la creencia sobre que habría seres útiles y seres inútiles, incluso “desechables” (Ogilvie); en este aspecto, es relevante la articulación de la problemática del “destino colectivo” con las cuestiones concernientes al uso y los usos, y alusivos a la vida, recursos y bienes, junto a los sujetos y grupos sociales heterogéneos.

            Ciertos analistas políticos utilizan la expresión interregnum10, procurando esclarecer con ella la temática sobre los rasgos paradójicos de las vinculaciones transnacionales del presente histórico. Dicho término pretende ilustrar el estado de “suspensión del proceso de superación del capitalismo”, que se había percibido como iniciado desde la gran guerra y la revolución bolchevique durante la segunda década del siglo XX. Según Balibar, se experimenta actualmente una época de inestabilidad político-institucional, y turbulencia socioeconómica “salvaje”, mientras que las causas de la crisis que estallaron entre los años 2007 y 2008 perduran en nuestros días a escala mundializada, en medio de un escenario latentemente violento.

            Los Estados Unidos, bajo el comando de Trump, conforman una nación desbordantemente armamentística, en cuanto a su posibilidad de intervenciones en el extranjero de carácter militar, con su limitación demostrada en la actualidad, junto a la portación desenfrenada de armas que ostentan sus habitantes, lo cual refleja una violencia inherente a su sociedad, que preanunciaría -eventualmente- una escalada de mayores proporciones en caso de una “sacudida” institucional dentro de ese país.

            En forma similar al abordaje conveniente de los caracteres inmanentes de un Estado democrático, es preciso dejar de lado las diferenciaciones, de índole abstracta, de las condiciones internas, de cada país, con relación a las interconexiones allende las fronteras nacionales y continentales, sobre todo si se evalúa el papel desempeñado mundialmente por la avasallante potencia estadounidense. La estabilidad sociopolítica endógena de la misma, obedecería de manera directa de su “capacidad de conservar e incluso incrementar continuamente las ventajas ligadas a la dominación, por ejemplo, el financiamiento de su deuda a través de la tenencia de la moneda global”, o la pertenencia yanqui de gran    parte de las corporaciones transnacionales.

            Superficialmente observado, sería insólito que el nuevo presidente de los EEUU fuera electo mediando propuestas -al mismo tiempo- contrarias entre sí, en cuestiones locales e internacionales, tales como la clausura fronteriza junto a la repotenciación de sus ímpetus neocolonizadores; la reivindicación del status obrero “acompañado” de un movimiento desregulatorio irrestricto del juego de las finanzas. Además sorprendió en la propia iniciación del gobierno de Trump el rasgo “zigzagueante” de sus medidas político-económicas en los dos asuntos mencionados previamente, lo cual no implica que esa administración republicana no propugne estrategias genocidas, asimismo ecológicamente devastadoras y letales contra algunos colectivos de la población planetaria. Sin embargo, tales políticas conllevarían fácticamente que ese país ingresó a aquel interregnum, y la salida de esta instancia resultaría improbable retomando medidas del pasado, y eventualmente no será necesariamente pacífica11.

            Además de la primera potencia mundial, el conjunto de las sociedades del orbe experimenta problemáticas nocivamente complejas, ya que coexisten otras regiones y naciones poderosas atravesadas por conflictos propios y externos y, debido a su coyuntura crítica actual, la Unión Europea se encuentra inhabilitada a fin de contrapesar la arbitrariedad de las decisiones del gobierno estadounidense. En última instancia, el advenimiento y expansión de la denominada “era informática” coadyuva enormemente, adicionada a una serie de factores clave, a la impractibilidad del ejercicio de la política en sus sentidos y acepciones convencionales.

          Una convivencia colectiva masiva donde no hubiese información resulta impensable, como así también lo es un sistema democrático careciente de un aprendizaje general sobre la utilización de los mass media, que provocan desvirtuaciones conflictivas. Al respecto, “cuando la prensa comenzó a tener un papel determinante en la formación de lo que se convertiría en la opinión pública, una tradición filosófica ligada al antiguo modelo de la presencia física de los ciudadanos estatutarios en la plaza pública la consideró como un modo de fortalecer los mecanismos de delegación de poder y, en consecuencia, un peligro para la democracia”12.

            Hoy en día, operaría un desfasaje de la instancia temporo-espacial del desenvolvimiento de los internautas, con relación a una recreación institucionalizada de los ámbitos representacionales, los procesos “electoralistas”, y el resguardo de las esferas en las cuales efectivamente se toman las decisiones cruciales, la protección de los lugares de decisión, entre otras variables. En lo fundamental, habría surgido una especie de monopolio en cuanto a la estructuración y la instrumentación de las redes informático-sociales. Éstas resultan manipuladas por megacorporaciones económico-productivos, financieros y comerciales; no obstante, tales redificaciones, bajo ciertos requisitos, son funcionales en aras de la reconstrucción de habilitaciones del accionar político. Verbigracia, pueden fomentar una tendencia contestataria frente al statu-quo reinante, antagónica a los mismos medios comunicacionales monopólicos.


[1] Verzeroli, Marc - de France, Olivier (2017): entrevista a Étienne Balibar del 13-02-17, la Revue Internationale et Stratégique Nº 106, dossier Contestations démocratiques, désordre international?, titulada De la victoire du capitalisme à la défaite de la démocratie?, www.iris-france.org/publications/ris-106-ete-2017/ [2] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [3] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [4] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [5] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [6] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [7] Balibar, Étienne (2016): Europe, crise et fin ?; Paris, Le Bord de l'eau. [8] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [9] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [10] Gramsci, Antonio: “Cuadernos de la cárcel”; [11] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem. [12] Verzeroli, Marc - de France, Olivier, ídem

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