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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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RENACIMIENTO Y CIENCIAS HUMANAS - Juan Labiaguerre

Muchos conceptos de la sociología clásica del siglo XIX, e inicios del subsiguiente, remiten históricamente a la Edad Moderna, dado que escuelas tales como la positivista, el materialismo histórico y el evolucionismo, entre otras, retomaron el análisis de problemas de la humanidad ya tratados en el transcurso de los siglos XVI a XVIII en Europa occidental. Asimismo, los antecedentes de la cuestión del método de estudio en ciencias sociales, vigente en las obras de Comte, Marx, Spencer, Durkheim, etcétera, también pueden rastrearse en aquella era, a través de lo expuesto por representantes del Renacimiento, del Humanismo y de la Ilustración.
Tal periodo de la historia comprende la transición del régimen feudal al capitalismo, la colonización del Nuevo Mundo, la evolución política desde la consolidación de las monarquías absolutas hasta el estallido de la Revolución Francesa, la Reforma religiosa protestante y la Revolución Industrial iniciada en Inglaterra. En cuanto a la temática sociológica propiamente dicha, a lo largo de esa era se fueron conformando las estructuras sociales contemporáneas, estratificadas a partir de una división del trabajo generadora de inequidades específicas y conflictos consecuentes.
Por otro lado, se procura un tratamiento de la teoría sociológica clásica partiendo de las visiones conceptuales y epistemológicas, contextualizadas históricamente, de Comte y Durkheim, en términos de autores fundacionales de la disciplina. De acuerdo a dicho objetivo, es abordado de manera integrada el proceso de teorización sustantiva acerca de los fenómenos sociales y el respectivo “marco situacional” implícito en aquélla.
El positivismo francés decimonónico emerge en tanto respuesta al pensamiento racionalista-crítico de a escuela iluminista, al representar una corriente esencial en aras de comprender el surgimiento de la sociología, en cuanto ciencia independiente. El intento de adoptar un criterio investigativo de análisis de la realidad social análogo al aplicado en el campo de los eventos naturales conlleva, necesariamente, un cercenamiento de su capacidad de cuestionamiento del statu-quo y un vuelco paralelo hacia posiciones teóricas de raigambre conservadora.
La consideración de las obras de Saint-Simon y Comte es complementada con la postura teórico-metodológica de Durkheim, la cual implica un estudio de los aspectos integrativos comunitarios anidados en distintos tipos de sociedades históricas. Allí se evalúa la metodología “objetiva” específica en la investigación de los hechos sociales, que actuarían coercitivamente sobre las conciencias y conductas individuales, resultando aquellos anteriores y exteriores a las mismas, así como también su concepción respecto de la organización corporativa de la sociedad, y su expresión en la era industrial, encarnada en los “grupos profesionales”.

CULTURA RENACENTISTA: HUMANISMO ARTÍSTICO Y ÉTICO
El declive final del feudalismo y la evolución de formas socioeconómicas capitalistas, junto a la expansión de las potencias europeas a otros continentes, enmarcan la aparición y el desarrollo del Renacimiento, movimiento cultural que abarcó gran parte de los siglos XV y XVI. Este proceso intelectual, presente en las artes y en el campo científico, rescató parcialmente elementos de la filosofía antigua, cuestionando las instituciones e ideas tradicionales prevalecientes en la pasada Edad Media1.
Las visiones modernas reflejaban una mentalidad incipiente de carácter individualista y pro-burgués, a veces con un leve sentimiento anticristiano, aunque limitado a la crítica a los rasgos asumidos por la institución eclesiástica, más que a la creencia teológica en sí misma. Tal postura difiere notablemente del cuestionamiento radical que, algunos siglos después, realizará el Iluminismo dieciochesco, en referencia al orden tradicional y al dogma teológico en su integridad.
El movimiento renacentista, si bien adoptó un sesgo de índole espiritual, manifestado en valores sobre todo artísticos y éticos, generó un caldo de cultivo propicio al avance de la ciencia en sus diversas especializaciones. No obstante, esta tendencia careció de uniformidad y consistencia, de modo que generalizar sus atributos al conjunto de la sociedad de esa época es inadecuado, pues ello implica “transferir una caracterización ideal a contenidos heterogéneos” (Romano-Tenenti).
El pensamiento renacentista, al margen de sus variantes internas, interpretó un proceso consciente, aun débil e inmaduro, opuesto a la universalidad del medioevo apoyada en la autoridad todavía ejercida por la Iglesia. En consecuencia, los exponentes del nuevo ideario debieron acordar con las normas y valoraciones del viejo sistema feudal, defendido por sus estamentos sociales dominantes, un orden “político, económico, religioso y cultural de convivencia y compromiso” (Castellán).
Se trata entonces de una fase transitoria, de considerable extensión temporal, que demandó un determinado consenso entre diferentes sectores de la sociedad, coexistentes y antagónicos, en pos de evitar, mediante un equilibrio elemental, el contraste frontal entre ellos. Es así como el enfrentamiento directo entre la clase burguesa, naciente y en progresivo crecimiento, y los estratos poderosos supervivientes de la comunidad medieval, sería pospuesto hasta el siglo XVIII.
Asimismo, la denominada “revolución copernicana” significó un evento crucial en la era emergente, al enunciarse la concepción astronómica heliocéntrica, cuyo postulado afirma que el sol constituye el eje central del universo, mientras que la totalidad de los planetas, incluida la tierra, giran en torno de aquél, tesis contraria a los preceptos bíblicos, es decir supuestamente consignados en los textos de las sagradas escrituras2.
En el Renacimiento sobresalieron personalidades dedicadas al cultivo del arte y/o a la práctica científica, actividades en ocasiones realizadas por el mismo sujeto, o a la creación artística en varias ramas simultáneamente, habiéndose destacado las obras innovadoras en arquitectura, escultura y pintura3. Muchas figuras intelectuales de esa fase histórica trascendieron su tiempo, al ser mundialmente reconocidas hasta nuestros días, pues su “cosmovisión” relativamente original representó un punto de inflexión, en términos del devenir ulterior de la modernidad. Fue una etapa de particular efervescencia en Europa, donde se delinearon perspectivas, al menos, novedosas en diferentes áreas de la cultura, a pesar de que comúnmente ellas permanecían de alguna forma vinculadas, en lo sustantivo, al fuerte legado ideológico tradicional (Castellán).
Dentro de este movimiento se ubica la escuela humanista, a partir de la cual fueron elaboradas doctrinas sobre distintos tópicos, incluso de contenido sociopolítico, y obras ficticias; con frecuencia, tales creaciones presentaban un carácter mixto entre ambos géneros, dado que -por lo general- un texto de literatura comprendía temáticas de índole moral, social e institucional.
Cabe mencionar, entre innumerables autores, a Michel Eyquem, o Montaigne (1533-1592), cuyos “Ensayos” abordaron problemas históricos, filosóficos y políticos; Erasmo de Rotterdam (Desiderio, 1467-1536), quien procuró un reformismo de la organización social vigente, proponiendo a su vez que la religión cristiana asumiera menos formulismo y mayor autenticidad, mediante la eliminación de prácticas rituales y un retorno a las sagradas escrituras y a la forma adoptada por la Iglesia primitiva -su obra más reconocida fue “Elogio de la locura”-; Juan Luis Vives (1492-1540), discípulo del anterior, cuyos escritos versaron sobre asuntos psicosociales, educativos y morales. En la esfera propiamente literaria destacó, por ejemplo, François Rabelais (1494-1553), médico volcado a la novela satírica, cuyo “Gargantúa y Pantagruel” describió irónicamente las costumbres de la sociedad contemporánea, resaltando las pasiones y los vicios mundanos.
El ambiente intelectual de la época propendió a la aparición de enfoques teóricos sobre cuestiones sociales sustantivas de esa etapa; aunque habitualmente por medio del género literario, sus aportes conceptuales subyacentes constituyen un precedente innegable de planteos futuros de la sociología, y de otras disciplinas humanísticas, cuando desde el siglo XIX cada una de ellas asuma una condición de relativa autonomía4.
Además, existía un marco tenso entre pretendidas restauraciones de ideas “antiguas” y valores tradicionales medievales arraigados, junto a algunas concepciones sui generis de los nuevos tiempos. Fueron reivindicadas ciertas premisas de la filosofía clásica grecorromana, las cuales ponían en tela de juicio muchos de los rasgos salientes del ordenamiento feudal. La tendencia renovadora apuntaba a un retorno discreto a la confianza en el raciocinio humano, ya que “la vida en este planeta poseía un valor independiente de cualquier temor o esperanza relacionados con una vida ultraterrestre” (Bury).
La corriente renacentista se hallaba acotada a un grupo restringido de intelectuales, minúsculo en proporción a la población en general, el cual conformaba una elite selecta, artística y científica. Esta vanguardia sostuvo una concepción del mundo alternativa, en gran parte divergente, frente a las visiones impuestas durante siglos por los sectores dominantes del medioevo, a pesar de no haber representado un quiebre sustantivo con ese pasado ahora gradualmente vilipendiado.
Dentro de la citada escuela, las posiciones humanistas procuran reemplazar el sistema mental jerárquico de la sociedad por un abordaje, aunque basado en el individualismo, apunta a cierta unificación fraternal e igualitaria, en lo esencial, de la humanidad en su conjunto. Su “reivindicación de la dignidad del individuo” remite al reconocimiento de los valores universalistas de todas las personas, fundados en un orden natural planetario.
Se trató de una cultura abierta, libre y dinámica, autopercibida en tanto “puramente humana”, afirmando que los seres humanos no deben experimentar coerciones determinantes, opresivas o alienantes (Romano-Tenenti):
Aun manteniendo la idea clásica y cristiana de que el verdadero conocimiento es el que comporta la aprehensión y la práctica del deber ser, exige también que el saber libere en el hombre todas sus posibilidades y no sólo algunas como, por ejemplo, la de ser feliz en otro mundo y la de sufrir en éste, o la de someter su propio cuerpo y su propia inteligencia al arbitrio social y al dogma religioso. Contra el peso de la tradición cristiana y de la mentalidad escolástica, los humanistas evocaron la Antigüedad (Romano-Tenenti).
La visión humanista proponía de manera implícita recuperar cautelosamente los valores racionales, apagados en la larga oscuridad de la Edad Media; si bien no alcanzó la dimensión de revolución mental auténtica, su intento de defender y divulgar las cualidades específicas de la vida “terrenal”, incluso los placeres y vicios inherentes a la esencia de las personas, representa un germen remoto de las teorías antropológicas, sociopolíticas, económicas y psicológicas contemporáneas.
No obstante ello, su perfil incoherente, debido al propio contexto transicional, le impuso considerables limitaciones, dado que dicha perspectiva fue tan laica como cristiana, y conservadora a la vez que progresista. Además, su alcance restringido contrasta, por ejemplo, con la difusión amplia de la ideología iluminista que sobrevendrá en el siglo XVIII, que entonces sí abrió un surco tajante de ruptura con el “Antiguo Régimen” en su integridad. De modo que el proceso cultural engendrado por el Renacimiento, a partir de su postura ambigua y alcance escaso dentro de la sociedad, evidenció resultantes considerables, a pesar de su inorganicidad.
Es preciso considerar los nexos existentes entre el punto de vista del humanismo y el proceso de reforma eclesiástica anglicana, que condujo al “cisma religioso” y al surgimiento del protestantismo, durante el siglo XVI. Este suceso histórico, asociado a las doctrinas luterana y calvinista, confluía parcialmente con el ideario del Renacimiento, el cual reflejaba una decepción, y tibia rebeldía, frente a la realidad concreta de esa fase temporal. Tal postura conllevó, de modo tenue, la incursión en el campo reflexivo del racionalismo, al bregar -inútilmente- por generar cambios significativos en la sociedad prematuramente moderna.
Martín Lutero (1483-1546) fue un religioso agustino alemán que realizó estudios filosóficos y teológicos; planteó una alternativa renovadora de la Iglesia ante su decadencia, fundamentando las premisas de la salvación por la fe y del sacerdocio universal, junto a la conveniencia de suprimir los votos monásticos, el celibato, el culto a las imágenes, las jerarquías religiosas, etcétera. Juan Calvino (1509-1564), teólogo francés que propagó la reforma eclesiástica sobre todo en Ginebra, elaboró una doctrina que, partiendo del luteranismo se alejó de él, al extremar algunos de sus postulados, lo cual a la postre redundó en una creencia religiosa divergente; uno de sus puntos salientes consistió en la teoría de la predestinación.
El ethos de la religión protestante, sobre todo el correspondiente al calvinismo, resultaba compatible con la nueva cosmovisión propuesta por la burguesía, a punto tal que un estudio sociológico clásico analizará a posteriori la convergencia y la funcionalidad de las reglas morales, emanadas de aquella creencia teológica, con relación al “espíritu” capitalista (Max Weber).

1 Durante el medioevo, la coalición entre la nobleza terrateniente y la monarquía, bajo la autoridad suprema de la Iglesia, había sostenido la permanencia de un orden social estamental, controlado rígidamente por la imposición del dogma religioso, lo cual obstaculizó el progreso del libre pensamiento y del conocimiento en todas sus ramas.

2 Nicolás Copérnico (1473-1543) fue un célebre astrónomo polaco que pasó a la posteridad justamente debido a este enunciado científico, absolutamente transgresor y revolucionario teniendo en cuenta la visión del mundo defendida ortodoxamente por la entidad eclesiástica, dotada de enorme influencia política, socioeconómica y doctrinaria.

3 El ejemplo emblemático de esta multidisciplinariedad lo constituye Leonardo da Vinci (1452-1519), quien además de haber sido un eximio artista -escultor, pintor- realizó descubrimientos en el ámbito de las ciencias naturales, ejerciendo la profesión de ingeniero militar. Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), a su vez, fue un notable creador en distintas expresiones artísticas, como la arquitectura, la pintura y la escultura.

4 Las teorías del amplio campo de las humanidades todavía mezclaban cuestiones referidas a la política, la ética, la economía, la antropología, la psicología, etcétera, junto a factores que ulteriormente serían analizados de manera “aislada” por la sociología propiamente dicha.

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