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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DISGREGACIÓN LABORAL Y ESTRATOS SOCIALES SEGMENTADOS - Juan Labiaguerre

          El mecanismo inherente a la reestructuración interna, fragmentación y polarización de las capacidades laborales de la población remite a una perspectiva centrada en las transformaciones operadas en la esfera productiva y las consecuentes reglas de racionalización empresarial prevalecientes en ella; desde este punto de vista se puede comprender asimismo la diferenciación entre ciertas actividades de producción o fabricación, por un lado, y aquellas tareas relacionadas con la prestación de determinados servicios, por el otro.

El análisis realizado a partir del fenómeno de la heterogeneidad del espectro ocupacional, que conlleva una reconfiguración interna de la fuerza de trabajo global, refiere -en parte- a las variables intrínsecas al funcionamiento del mercado laboral; en este sentido, la estratificación de la masa de trabajadores se refleja en la existencia de segmentos circunscritos de acuerdo a una demarcación relativamente nítida, dotados respectivamente de disponibilidades económicas, alternativas laborales y lógicas de subsistencia material particulares, diversidad que se manifiesta en distintos grados de representación corporativa de necesidades e intereses por parte de las organizaciones sindicales o en la inexistencia de la misma.

            Los perfiles diferenciados de inserción ocupacional condicionan un modo de fragmentación social en términos de grados de estabilidad en el empleo, teniendo en cuenta la pérdida recurrente de trabajo, y de posicionamiento respecto al nivel de ingresos laborales, dimensiones que repercuten en las condiciones generales de vida en los hogares y en las formas de protección legal y previsional del trabajador; esta heterogeneidad acentuada de las situaciones ocupacionales incluye la expansión creciente del empleo no registrado y la de diferentes modalidades referidas a la temporalidad ocupacional -y sus respectivas consecuencias-, circunstancia que acentúa la proliferación de trabajos inestables y desprotegidos: dicho mosaico de inserciones laborales provoca un tipo de segmentación de la mano de obra de acuerdo a niveles de cobertura social general de los trabajadores y sus grupos familiares.

            Ciertas modalidades de relaciones entre el capital y la fuerza de trabajo se apartan del modelo paradigmático del asalariado convencional “estable y protegido jurídica y socialmente”, derivando en instancias caracterizadas por el incumplimiento del requisito de “emancipación del productor de la posición de mero accesorio de la tierra [vasallo, siervo, esclavo] o expropiación de la masa del pueblo con respecto a la tierra misma”, persistiendo formas de fijación restrictivas en términos de la libertad del obrero.

          Otra forma alternativa. respecto de aquella correspondiente al “trabajador típico”, consiste en la evolución de procesos en los cuales la mano de obra, ya constituida en asalariados libres, no encuentra, sin embargo, las condiciones que le permitan establecer una relación estable con el empleo, situación que redunda en la multiplicación de cuentapropias -debido a la imposibilidad de la venta de fuerza de trabajo a jornada completa- y en la inestabilidad ocupacional en aquellos trabajadores que sí logran acceder a empleos de tiempo completo [Murmis].

            La fuerza laboral puede segmentarse sobre la base de la división social del trabajo, en términos de la presencia de variadas ramas de actividad, como así también teniendo en cuenta el plano reflejado por los diferentes niveles alcanzados por la mencionada heterogeneidad productiva; este último indicador cobra relevancia en contextos signados por elevadas tasas de desocupación, creciente pérdida de empleos en el sector formal de la economía y tendencia hacia la tercerización de actividades económicas, sobre todo en el sector servicios, con un correspondiente incremento del cuentapropismo.

           Las diferentes segmentaciones manifestadas en el mercado ocupacional remiten entonces a la conceptualización de la precariedad del trabajo en cuanto expresión de las modalidades de inserción en determinada esfera laboral, y sus paralelas formas de integración en la estructura productiva prevaleciente, en el contexto de una sociedad determinada; los indicadores que expresan las dimensiones evaluativas respecto a la solidez y estabilidad de la relación laboral surgen, prioritariamente, de la antigüedad de la ocupación y del nivel de la cobertura social y previsional del trabajador, aunque también el aspecto retributivo debería ponderarse en razón proporcional a las horas efectivamente trabajadas, con el objeto de mensurar su significación concreta.

            La diversidad ocupacional se manifiesta, también, en el hecho de que  "los trabajadores que prestan servicios personales se diferencian de otras categorías informales, mientras que empleados públicos y asalariados de empresas privadas no se identifican, localizándose estos últimos más cercanamente a los trabajadores por cuenta propia y asalariados de microempresas" [Pérez Sáinz]. Teniendo en cuenta la complejidad presentada por los perfiles de inserción en el mercado de trabajo, un enfoque pluridimensional del mismo permite eludir aquella segmentación apriorística -con tendencia a un reduccionismo teórico y empírico- referida meramente a las distintas categorías ocupacionales, cuestionando básicamente el análisis concentrado en la excluyente bipolaridad entre los sectores formal e informal de la economía respecto de la demanda de fuerza laboral.

            Offe desarrolló un modelo sectorial en términos de la absorción relativa del total disponible de los tiempos laboral y vital en el sistema capitalista. Destaca en primer lugar la presencia del "sector monopolista", caracterizado por un elevado grado organizativo en los mercados de capital y minorista, donde desempeña un rol subordinado el juego competitivo de precios, por lo menos en lo que se refiere a los mercados nacionales; este sector presenta una alta composición orgánica del capital, por lo que los costos laborales expresan una proporción relativamente reducida en relación con los totales.

         Dentro de esta tipología de caracteres puros, el área monopólica contiene sindicatos fuertes y estructurados orgánicamente en representación de la fuerza de trabajo; además, los niveles salariales resultan elevados en comparación con los restantes sectores, debido a la posibilidad de transferir los mayores costos laborales -igualmente sub-representados teniendo en cuenta la elevada composición orgánica de capital- al aumento en los precios y también debido a la presión sindical; en el sector monopolista, en síntesis, la fuerza de trabajo es "vendida" en sentido literal.

            En el segundo sector, denominado competitivo, ejerce un papel de mayor  relevancia, comparado con el anterior, el mecanismo de la competencia de precios; la organización sindical se destaca por su debilidad, razón por la cual existe una menor probabilidad de que los empresarios cedan ante las demandas salariales. En términos generales, este sector depende del monopolista en cuanto a relaciones de poder administrativo, debido a que el margen de maniobra disponible para las empresas pequeñas y medianas se encuentra acotado de acuerdo con el grado en que puedan funcionar como proveedoras y distribuidoras de las firmas grandes, compitiendo por el patronazgo de estas.

            Al respecto, un rasgo típico de una estructura económica concebida como "dual" consiste en que los negocios medios y pequeños -con base competitiva/capitalista- se encuentran restringidos a un área concedida por los grandes bloques de capital, situación derivada de condicionantes administrativos y/o técnicos; en este contexto, la estructura costos-rentabilidad dentro del sector competitivo está predeterminada por decisiones impuestas en la órbita del gran capital financiero y bancario.

            Una variable estratégica, inherente al mecanismo de este modelo, consiste en la movilización de una protección político-administrativa a través de medios ajenos al funcionamiento pleno del mercado, tales como subsidios, tarifas preferenciales y medidas tributarias, entre otros instrumentos. La existencia de comerciantes cuentapropistas, empresarios autónomos, y asalariados que trabajan para los anteriores, demuestra que no todas las condiciones materiales de existencia se hallan determinadas por relaciones de intercambio mercantil, porque la actividad productiva y el uso de la fuerza laboral resultan condicionados crecientemente por relaciones directas de poder político y económico. Debe señalarse que, en el sector competitivo, en contraste con el monopolista, la fuerza de trabajo es "vendida de hecho", frecuentemente mediante precios determinados por relaciones de poder o a través de medidas político-administrativas.

            El tercer sector corresponde a la fuerza social de trabajo organizada en burocracias e instituciones estatales y se encuentra representado por la categoría de funcionarios o empleados a sueldo dependientes de la órbita oficial. En esta esfera prevalecen principios organizativos ligados a la noción de soberanía política, por encima de los correspondientes al ámbito del intercambio mercantil propiamente dicho. En este aspecto, la fuerza laboral puede ser encuadrada dentro de la categoría amplia de "salario-dependiente", aunque el factor remunerativo no se ajusta a un precio de equilibrio implícito en cualquier transacción motorizada por el intercambio; aquí la masa de fondos destinada al pago salarial constituye una renta, de ningún modo un capital; en definitiva, en el sector burocrático-estatal la remuneración laboral se establece según condiciones dependientes sólo en forma circunstancial del mercado.

            En el terreno de la sectorización de la mano de obra disponible en el sistema capitalista según la clasificación elaborada por Offe, de acuerdo a la absorción relativa de tiempo laboral vital, el sector residual conforma un segmento de trabajadores que no recibe su base material de existencia como compensación, ni siquiera desde el punto de vista formal, por alguna tarea realizada. Dicho fragmento social subsiste mediante la percepción de asignaciones oficiales, consistentes en recursos monetarios y/o de aprovisionamiento elemental, de manera que en este contexto las condiciones de vida se desmercantilizan; a propósito de ello, diferentes tipos de subsidios a los grupos sociales más necesitados son impuestos a través de medios políticos o institucionales, por lo que la correspondencia trabajo-remuneración no desempeña aquí el rol prefijado en cuanto criterio de equivalencia y equidad, típico del principio rector del intercambio regido por el mercado.

            En referencia al modelo sectorial esbozado, conviene aclarar que en las sociedades capitalistas predomina el principio organizativo determinado por la mercantilización de la fuerza laboral, en la medida en que este mecanismo no se tope con restricciones normativas o limitaciones impuestas a través del poder político; no obstante, evaden en cierta forma la vigencia de dicho principio hegemónico subsistemas flanqueadores que tienden a compensar los abusos propios del imperio del mercado, tales como por ejemplo los ámbitos legal y familiar [Offe].

            Dentro de la complejidad intrínseca de la estructura social -funcional al sistema capitalista- emergen “organizaciones no mercantiles o áreas extraterritoriales”, con rasgos acentuados al interior de las economías periféricas, debido a que el movimiento de capital conlleva también la producción sistemática, acumulativa e irreversible de fenómenos sociales y elementos estructurales funcionalmente irrelevantes y carentes de valor en términos del núcleo productivo correspondiente a dicho régimen. En este sentido, siguiendo a Offe, partes decrecientes del tiempo de trabajo vital se subsumen directamente bajo la relación enmarcada por la lógica inherente del capital, razón por la cual merma el potencial organizador implícito en la ecuación salario-empleo-capital en términos de la fuerza laboral considerada en su conjunto y este proceso implica, consecuentemente, una caída constante en el nivel proporcional de salarización de los trabajadores.

            Ciertas formas posfordistas de relación laboral al interior de la empresa, sobre todo en las economías desarrolladas, tales como el “toyotismo” u onhismo, “kalmarianismo” y otras, sustituyen las relaciones sociales modernas implícitas en la configuración típicamente fordista del trabajo por otras de características premodernas; el fordismo, según Gorz, reconocía el antagonismo específico entre los intereses objetivos respectivos encarnados por el capital y la fuerza de trabajo y, sobre la base de esa evidencia el tipo de interacción entablada entre el sector empresario y los asalariados era esencialmente conflictiva, exigiendo continuamente la realización de “compromisos negociados” entre ambas partes, en toda ocasión referidos al mismo oficio especializado.

         En consecuencia en el modelo fordista los trabajadores no pertenecían a la empresa, debiéndole “solo” cierta prestación fijada taxativamente mediante el contrato de trabajo: el empleado u operario tenía el deber exclusivo de prestarse al cumplimiento de determinadas tareas ordenadas por la patronal, cuyo objetivo se encontraba asegurado a través de procedimientos operativos preestablecidos contractualmente: dentro de dicho esquema articulado el compromiso subjetivo-personal únicamente es exigido de manera accesoria debido a que la pertenencia de los trabajadores a sí mismos, en cuanto sujetos, “a su sindicato, a su clase y a la sociedad prevalecía sobre su pertenencia a la empresa” [Gorz].

            Bajo la vigencia del paradigma laboral-productivo modelado por el fordismo los derechos propios de la ciudadanía política y social del trabajador preponderaban “sobre los derechos del patrón de disponer de su trabajo, de sus facultades, de su persona” y los asalariados preservaban de algún modo -en términos relativos- para sí mismos, sustrayéndolo de la instrumentación productiva tendiente a la maximización de beneficios por parte del capital, una porción considerable de su propio esfuerzo, resignándose a una “alienación condicional” en el contexto de un ámbito signado por  la acción y la negociación colectivas y por la vigencia de los derechos correspondientes al trabajador. Por lo tanto, en la visión de Gorz, aquella dinámica conflictiva -implícita en  la relación de producción bajo el modo fordista- es encaminada en dirección a una restricción gradual de la esfera temporo-espacial respecto de la cual el capital dispone discrecionalmente en aras de la explotación de la fuerza laboral, “dinámica que se bloquea [y] luego se invierte en el posfordismo”.

            En la era posfordista ciertas modalidades laborales, como por ejemplo aquella representada por la “implicación negociada” -llevada a cabo especialmente en naciones industrialmente avanzadas-, se han apartado de la esfera comprendida por el trabajo abstracto, el cual conllevaba un tipo de prestación de índole impersonal, es decir “indiferente a su contenido” e independiente de las características singulares de las partes intervinientes en el proceso productivo, esfera que en cierta forma resguardaba al trabajador de las más crudas “relaciones capitalistas de sumisión personal”.

            La configuración típica de la economía urbana correspondiente al proceso modernizador en nuestro país, dentro de un marco regional latinoamericano relativamente heterogéneo, comprende la yuxtaposición de diversas estructuras productivas articuladas recíprocamente; el mecanismo de integración al mercado de trabajo se expresa en dicha área geográfica a través de modalidades diferenciadas de inserción laboral, integradas en un tipo de relación específicamente capitalista o mediante la constitución de una fuerza de trabajo externa a la esfera mercantil propiamente dicha [Pérez Sáinz]. Sobre la base de la adopción del mencionado criterio ampliado, y apelando complementariamente al convencional enfoque analítico referido a las distintas categorías ocupacionales, se puede visualizar la articulación de cada una de ellas con lógicas pertinentes, o no, de acumulación y valorización del capital.

            El factor correspondiente a los diferentes modos de retribución de la fuerza de trabajo presenta una relevancia crucial en aquellas sociedades periféricas en las cuales el capitalismo moderno se encuentra sobreimpuesto a formas preexistentes de organización económica; dicha particular conformación genera una diversidad de fuentes de ingresos que reflejan acentuadas diferenciaciones en cuanto a los grados de integración de ciertos segmentos sociales mediante relaciones de producción capitalistas “modernas o avanzadas”, originando quiebres estratificacionales traducidos en configuraciones únicas de intereses materiales, de acuerdo a Pérez Sáinz.

            Contemplando el citado encuadre teórico, tres segmentos laborales se conforman al interior de las relaciones capitalistas propiamente dichas, es decir evaluadas en términos estrictos; en principio, los trabajadores contratados por empresas privadas representan la situación típica donde la fuerza de trabajo, controlada a través de la mediación salarial, se encuentra integrada al ciclo reproductivo correspondiente a los capitales particulares, generando en cualquier caso plusvalía y/o contribuyendo a la circulación de bienes o productos. En cambio, la capacidad laboral asalariada de los empleados públicos es controlada mediante recursos ajenos a los meramente coercitivos, característicos del manejo empresarial del ámbito privado a pesar de que el Estado, no obstante, resulta fácticamente un elemento co-constitutivo de las relaciones capitalistas.

            Finalmente, los prestadores de servicios personales contribuyen a la valorización del capital, aunque bajo una modalidad más velada en comparación con los empleados públicos, teniendo en cuenta que el modelo de acumulación sustitutivo -característico de algunos procesos de modernización concernientes a economías periféricas del sistema mundial- concede, en determinadas franjas circunscritas y restringidas de la sociedad, un rol considerable al consumo de tipo suntuario.

            Cabe acotar que la clasificación respecto de la estructura interna del sector de servicios en su conjunto remite a una diferenciación de esferas parcializadas, reflejadas mediante la fragmentación del esquema adoptado por dicho ámbito de prestaciones de acuerdo al grado de distancia estructural presentado con relación al trabajo específico de producción de mercancías; en este sentido, se toman en cuenta las particularidades socio-estructurales por encima de las características materiales de los distintos servicios en orden a una diversificación de modalidades de organización en servicios comerciales, de ordenamiento interno y público-estatales [Berger-Offe].

            Por afuera de la esfera estrictamente “capitalista”, continuando con el esquema sectorial elaborado por Pérez Sáinz, los asalariados de microempresas y los trabajadores por cuenta propia expresan en términos genéricos, aunque no excluyentes, una configuración signada por cierto espacio articulador entre capital y esfera informal de la economía. El cuentapropista dotado de una mediana capacidad de capitalización, por ejemplo, ocupa una posición relativamente ambigua en la medida en que  detenta una capacidad laboral informal insertable en el ciclo reproductivo intrínseco al mercado, representando una fuerza de trabajo indirectamente asalariada que coadyuva al proceso de valorización de determinados capitales particulares, por lo que su conformación se ubica dentro del campo de las relaciones propiamente mercantiles [Pérez Sáinz].

            Dentro del marco de algunas economías periféricas, tales como por ejemplo la mayoría de las latinoamericanas, el proceso proletarizador no significó una extensión generalizada del trabajo asalariado clásico en los conglomerados urbanos, situación que originó la existencia de una fuerza laboral masiva, ubicada dentro de la lógica inmanente a la valorización capitalista, aunque controlada a través de modalidades divergentes de la mediación salarial típica.

            En el contexto histórico marcado por el proceso de industrialización tardía llevada a cabo en las economías latinoamericanas, durante el transcurso del siglo XX y en diferentes momentos según los distintos países, la carencia de una regulación institucional extendida de las relaciones contractuales asalariadas generó un marco urbano signado por una informalidad laboral generalizada. Se crearon entonces formas divergentes en relación al mecanismo tipificado de integración social capitalista de la fuerza de trabajo -tal como el mismo se había manifestado en las economías industriales avanzadas- a través de la articulación de dos planos decisivos. Esto es, el de la salarización (o no) del trabajo y el correspondiente a la presencia de una regulación institucional -legal, jurídica- de las relaciones laborales; en este terreno de análisis, de acuerdo a Pérez Sáinz, la precariedad equivale a la presencia de diferentes grados de inserción ocupacional, dentro de la estructura productiva global, correspondiente a un determinado sector laboral careciente de una concreción efectiva en términos de una proletarización “integral”..

            En el caso de nuestro país, el alto grado de heterogeneidad estructural presentado por el aparato económico-productivo nacional se refleja de manera transparente, por ejemplo, en el contexto comprendido por un partido del conurbano bonaerense, La Matanza, que presenta una gran extensión territorial y una población -en términos cuantitativos y cualitativos- ampliamente representativa del conglomerado urbano en su conjunto, el cual a su vez alberga (incluyendo a la ciudad de Buenos Aires) a cerca de un tercio de la población total del país.

           La diversificación de la estructura productiva determina un proceso de creciente segmentación del mercado laboral, potenciado gradualmente debido a un incremento de ciertos núcleos semiurbanizados sin la presencia correlativa de un proceso de extensión del trabajo asalariado si no, por el contrario, acompañado de un achicamiento continuo en la creación de empleos. Esta característica socio-ocupacional remite -desde una perspectiva comparativa- a experiencias propias de contextos latinoamericanos más subdesarrollados económicamente y  debe destacarse que dicha configuración urbano-laboral específica incidió de manera determinante sobre las modalidades adoptadas por las inserciones laborales, conducentes a la proliferación de perfiles, o rasgos, de ocupaciones acentuadamente heterogéneas, frágiles y volátiles.

            En lo que se refiere al tratamiento de la problemática global referida a la dinámica evolutiva correspondiente al sector servicios, la cual torna aun más compleja la segmentación del mercado laboral, es preciso aclarar que la misma conduce al análisis de aquellas dimensiones significativas que condicionan la extensión del campo conjunto demarcado por determinadas actividades de vigilancia y sus transformaciones marginales; asimismo, deben considerarse ciertas magnitudes decisivas respecto de la distribución de las diferentes tareas relacionadas con la prestación de servicios en vista de las diversas formas de organización del trabajo y algunos cambios complementarios en términos de sus proporciones relativas [Berger-Offe].

            Al interior del citado espectro ocupacional diversificado, amplios segmentos de la fuerza de trabajo no llegan a convertirse en trabajadores asalariados estables al no encontrarse subsumidos bajo la forma característica típico-ideal adoptada por la extensión de la forma de asalariamiento correspondiente al mercado laboral capitalista puro, desdibujándose de esa manera la figura del trabajador normal “abstracto”, cuya situación socio-ocupacional, tal como se desarrolló anteriormente, no se encontraba determinada por status grupales heredados o adscritos: la misma respondía exclusivamente a un posicionamiento colectivo de índole clasista, condicionado por el mecanismo anónimo del mercado y –aunque sólo en términos de sus postulados básicos y condicionamientos intrínsecos- mediado por atributos puramente individuales basados en el rendimiento potencial y  la factibilidad del progreso económico y de la movilidad social ascendente.

            Actualmente resulta imprescindible reformular aquella figura ideal representada por una masa de trabajadores, compacta y dotada de un elevado grado de homogeneidad, dentro de la cual las premisas estructurales implícitas, de carácter cuasi-corporativo, y otras de raigambre también cualitativamente comunitaria, se encuentran crecientemente destinadas a ejercer un rol secundario, supeditadas a la nueva situación ocupacional descrita.

            Cabe destacar que las diferenciaciones al interior de ciertas condiciones laborales hipotéticamente normales no revisten el carácter de "supervivencias y antiguallas de estructuras sociales premodernas, sino que se han generado en el propio proceso de modernización y han sido provocadas por sus crisis", teniendo en cuenta que, al considerar la dinámica del mercado de trabajo en nuestros días, junto a los efectos inherentes a la estructuración social del mismo, se verifica que en sociedades periféricas extramercantiles aparecen configuraciones predominantemente institucionales, de acuerdo a cuya índole el aprovisionamiento material de las personas depende de factores alternativos respecto de las aportaciones individuales prestadas al trabajo social [Offe-Hinrichs].

Dentro del marco heterogéneo citado, las modalidades marginales de inserción ocupacional se vinculan a formas de sobreexplotación de la mano de obra o a la imposibilidad, por parte de determinados segmentos de la fuerza laboral, de obtener niveles de ingresos -cuanto menos- equiparables a los correspondientes a la franja asalariada considerada estable; en este sentido, parecieran repetirse las contradicciones intrínsecas al avance del industrialismo decimonónico incipiente, cuando al decir de Castel existían "poblaciones ubicadas en el corazón del aparato productivo, punta de lanza de la industrialización y a la vez excluidas de la sociedad, desafiliadas de las normas colectivas y los modos de vida dominantes".

            Tal fenómeno, proyectado al presente, desemboca en una creciente fragilidad de los lazos de pertenencia social, generando condiciones semejantes a las vigentes en anteriores contextos históricos y referidas a aquellos potenciales trabajadores arrastrados a las orillas de la sociedad sobre la base del mecanismo implícito en el proceso salvaje de modernización industrial.

            A través del proceso creciente de “inestabilidad, volubilidad, flexibilidad, inconstancia e inconsistencia” generado por el mecanismo laboral posfordista en todos los órdenes -materiales o no-, se crean “condiciones ideológicas y culturales de su dominación sobre los trabajadores comprometidos” en esta renovada instancia atravesada por la situación sociolaboral; en las “nuevas” empresas aggiornadas a la vigencia del cánon establecido por el paradigma tecnológico, y el consecuente patrón relacionado a la generación de empleos, los conocimientos técnicos y la maestría profesional sólo resultan válidos funcionalmente si se combinan con cierto estado de ánimo, consistente en un sometimiento a los dictados de la “polivalencia funcional”, la que conlleva una puesta en disponibilidad irrestricta frente a cualquier tipo de ajuste o ante cambios profundos y repentinos que repercuten en la práctica de la actividad laboral y en las condiciones generales del trabajo.

             Esta actitud cuasi-servil es incentivada por la estrategia empresarial, armada con el instrumento coercitivo brindado por el ensanchamiento del ejército de desocupados, remite -siguiendo a Gorz- incluye un requerimiento de una especie sentimiento de “ardor en el trabajo, premura por servir, celo”; a efectos de poder imponer la “ideología de la venta en sí” se hace imprescindible la producción, por parte del posfordismo, de precondiciones básicas de índole macrosocial y cultural que desplazan la eventual potencialidad liberadora del progreso tecnológico, transformando las mutaciones técnicas debidas al mismo en medios instrumentales para el logro de una dominación potenciada sobre la fuerza de trabajo.

            Extrayéndole el máximo provecho posible al conjunto de facilidades ofrecidas por el fenómeno conocido como “crisis del empleo” o, más drásticamente en términos de ocaso del trabajo a secas, cristalizado a través del mencionado contexto sociocultural, las grandes empresas enroladas en los patrones productivos de la nueva era en cierta forma “suprimen los antagonismos entre capital y trabajo para el núcleo estable de sus trabajadores de elite y desplazan sus antagonismos hacia los trabajadores periféricos, precarios o sin empleo” hecho que explicaría que en definitiva el posfordismo produce su elite al producir desempleo [Gorz].

            La modalidad de actividad laboral que tiende a decrecer aceleradamente en la coyuntura contemporánea radica fundamentalmente es, de acuerdo a Gorz, el tipo de “trabajo abstracto, en sí, mensurable, separable de la persona que lo ofrece, susceptible de ser comparado y vendido en el mercado de trabajo”. La diversidad progresiva presentada por el mismo condiciona su dualización en orden a la consolidación de un sector moderno y otro periférico, resultando el nivel de desempleo en el primero de ellos inferior en términos comparativos y la profundización de la distancia en el grado de calificaciones requerido por la demanda ocupacional obstaculiza la movilidad entre ambos; sin embargo, una visión centrada exclusivamente en este enfoque remite a la conclusión simplista acerca de que la solución tendiente a superar dicha barrera, en la mayoría de los casos infranqueable, consiste en mejorar la calificación de la fuerza de trabajo “periférica” a efectos de lograr una relativa equidad en el proceso de modernización económica.

            Los valores de “autonomía, compromiso e identificación con el trabajo” proclamados por el empresariado, una vez disueltos los lazos fordistas, representan el objetivo perseguido por el capital,  consistente en el logro de la reducción drástica del “volumen del empleo y de la masa de salarios distribuidos”, meta que permite paralelamente -aunque resulte un efecto concatenado a dicho estrechamiento- llevar la tasa de explotación de la fuerza de trabajo hacia valores límites sin techo previsible.

          En este sentido, el modelo de desregulación a ultranza aplicado por la nueva industria tendería a constituirse, de acuerdo a la previsión realizada por Gorz, en “punta de lanza” de una honda mutación del universo laboral conducente a la minimización del trabajo asalariado, que comprimiría a sólo el “2% la parte de la población activa que asegura la totalidad de la producción material”; en definitiva, aun en el ámbito ocupacional abarcado por aquellas empresas tecnológicamente de avanzada, caracterizadas por el reemplazo de la red auto-organizada descentrada por la organización jerárquica centralizada, “el posfordismo finalmente transformó la naturaleza del lazo salarial mucho más que la naturaleza del trabajo”.

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