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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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CARACTERES DEL "CIENTISMO" SOCIAL - Juan Labiaguerre

Con el fin de acceder a un panorama ampliado, en el tratamiento del dualismo entre explicación y comprensión, es preciso considerar las aportaciones más destacadas de las escuelas historicista (Dilthey), y racionalista-crítica (Popper), notablemente enfrentadas entre sí. De algún modo ubicada entre ambas corrientes, se tendrá en cuenta, asimismo, la concepción de Schütz, de raigambre fenomenológica husserliana, que ciertamente proporciona una aproximación al tratamiento de la dualidad explicación-comprensión en ciencias sociales.

Explicaciones causales frente a comprensiones interpretativas. Históricamente, han coexistido propuestas heterogéneas para resolver el problema, profundamente controvertido, acerca de la metodología adecuada que debe aplicarse en el campo investigativo de las ciencias sociales. En términos generales, puede hablarse de dos alternativas “puras”, excluyentes o complementarias según los casos, reflejadas en la defensa, respectivamente, de los métodos <explicativo> y <comprensivo>.

Estas variantes polares presentan numerosas graduaciones, de acuerdo con la dimensión relativa de la incidencia atribuida a ambas instancias del conocimiento, y según el significado que cada una de las opciones mencionadas le haya asignado a los propios conceptos de explicación y comprensión.

La corriente «explicativa» concibe un método único, adecuado a la investigación de las disciplinas del área de <humanidades>, habiendo sido Comte el autor clásico francés que, considerado uno de los “padres fundadores” de la sociología, la sostuvo firmemente en la primera mitad del siglo XIX. Ubicado dentro de una similar tendencia epistemológica, y con la misma nacionalidad que el anterior, Durkheim -hacia fines de la centuria citada y comienzos de la siguiente-, admirador explícito de los avances logrados en la medicina experimental de su época, propuso la construcción de una disciplina sociológica objetiva, específica y metódica.  

Por otro lado, respecto a la escuela «comprensiva», su pilar filosófico remite al historicismo, representado en la obra del alemán Dilthey quien, durante la segunda mitad del siglo XIX, defendió la idea acerca de que la diferencia entre las ciencias naturales y sociales radica en que las primeras se dedican a la estipulación de leyes generales, aplicables universalmente, de cara a suministrar explicaciones causales, referidas a fenómenos inherentes a la naturaleza, mientras que las segundas presentan como objeto análisis procesos histórico-sociales.

Los contenidos abordados por cada una de esas materias son distintos y, por ende, también debieran serlo sus metodologías respectivas: en marcado contraste con las ciencias naturales, aquellas correspondientes al <espíritu> tratan problemáticas humanas, anidadas en la evolución psicofísica (mente-cuerpo indisolubles) de las personas y, debido a ello, el comportamiento de individuos, y de los colectivos integrados por ellos, resulta inexplicable a partir de los caracteres biológicos, propios de la naturaleza física del ser humano.

A efectos de la «comprensión» de actitudes y conductas del hombre deviene insuficiente la simple observación de las mismas, ya que es preciso contextuarlas históricamente, procurando reconstruir las vivencias personales, sobre la base de la experiencia propia. Ello se obtendría mediante un conocimiento de orden interpretativo, pues en todo “asunto humano” intervienen dos factores elementales, la acción y el sentimiento, los cuales no se manifiestan en la naturaleza exterior. En cambio, en este último espacio el investigador de las ciencias físico-naturales establece un nexo, subyacente a los fenómenos manifiestos, a través de la articulación teórico-empírica de conceptualizaciones abstraídas y encadenadas. Por el contrario, dentro del ámbito espiritual de las disciplinas culturales e históricas, se experimenta una conectividad intersubjetiva, por vía de la <comprensividad de vivencias concretas>.

La concepción diltheana sobre el “espíritu objetivo” se asienta en la hipotética primacía de una espiritualidad activa, desplegada autointerpretativamente, al interior de los «mundos» configurados por ella. En ese sentido, el historicismo (Dilthey, Misch) y el neokantismo (Windelband, Rickert) construyeron para las ciencias de la naturaleza y del espíritu un dualismo en el plano de la oposición explicación/comprensión. La corriente historicista cuestiona, al mismo tiempo, el enfoque “dialéctico” y las perspectivas sociohistóricas evolucionistas, estas últimas criticadas por su búsqueda de <leyes evolutivas> en el campo cultural, visualizado bajo una óptica de raigambre naturalista. La noción, elaborada por Dilthey, de «forma de existencia o pensamiento», alude a la vigencia de una evolución gradual de la sociedad en cuanto todo integrado, bajo el condicionamiento de cierta impronta histórica.

A través del legado de las escuelas filosóficas historicista y neokantiana, el autor alemán Max Weber edificó una sociología “comprensiva”. Distanciándose parcialmente de la postura historicista enarbolada por Dilthey, la teoría weberiana acepta la aplicación del modelo explicativo-causal en el área de las disciplinas sociohistóricas. No obstante ello, esta perspectiva propone una metodología basada en una especie de comprensión racional, en áreas del conocimiento del devenir de los procesos culturales. Al respecto, entonces, las acciones sociales sólo podrían <interpretarse>, en la medida en que ellas expresan un sentido determinado, y éste debiera ser «explicado» partiendo del significado adjudicado a la faz motivacional de los individuos.

En virtud de lo expuesto, mientras que en la esfera abarcada por las ciencias naturales el esquema conceptual interpretativo es de “primer grado”, en las especializaciones teóricas del ámbito humano, a la hora de poder explicar algún fenómeno, es necesario interpretar aquello que ya ha sido interpretado por el agente que lleva a cabo la acción. Por otra parte, dentro del espectro investigativo de las disciplinas que estudian la regularidad de los procesos inmanentes a «la naturaleza», el marco de la interpretación respondería, únicamente, al ordenamiento estipulado por el investigador.

La explicación en las ciencias sociales empíricas consiste, siguiendo a Weber, en comprender de un modo racional, ateniéndose a los fines perseguidos por los actores particulares, los cuales intercambian experiencias a través de una relación social. Dicha comprensión resulta “endopática” cuando inciden motivos personales de índole afectiva, que presentan dificultades para ser entendidos bajo aquel encuadre; debido a ello, la interpretación -adoptando la premisa de la racionalidad- sería apta en vista de reconstruir las motivaciones que promueven la acción, y ese proceso mental ostentaría el nivel prioritario de relevancia en el análisis sociológico. 

En cuanto a las interconexiones plausibles entre causalismo, racionalidad, naturaleza y acción, existe un planteo histórico acerca del carácter epistemológico, referido al objeto de estudio específico, y a la consecuente metodología a emplearse, por parte de las disciplinas científicas naturales y “humanísticas”, respectivamente. Dicha problemática general se encuentra arraigada en el abordaje de las formas alternativas de investigación, eventualmente existentes en el campo propio de las ciencias sociales.

Las cuestiones cruciales en este aspecto atañen a los siguientes tópicos cruciales: los enfoques divergentes, en torno al tratamiento metodológico adecuado, entre las teorías analíticas, por un lado, y críticas, por el otro; el requerimiento latente de distinguir las metodologías aplicadas en el ámbito de las «humanidades», con respecto a las investigaciones específicas llevadas a cabo en la esfera del análisis de fenómenos de <la naturaleza>; la mensuración del grado relativo de diferenciación en los contenidos de ambos tipos disciplinares.

Habermas sostiene la bifurcación en el metier metodológico de las dos especies de conocimiento de la realidad, criticando las premisas básicas del punto de vista analítico, sobre todo en su versión popperiana, debido a su proclividad a asimilar “la lógica de la investigación científica” de las materias físico-naturales, a sus pares humano-sociales. Frente a esta postura, puede señalarse que se manifiestan divergencias en los procedimientos investigativos característicos de ambas, aunque quizás las mismas no resulten tan hondas como las planteadas por la visión del filósofo alemán, discípulo de la Escuela de Frankfurt.

La metodología usada en las investigaciones sociales no presenta, exclusivamente, los caracteres asignados a ellas por la concepción habermasiana. Además, la llamada teoría dialéctica no poseería elementos distintivos esenciales, en referencia a otras escuelas representativas del «comprensivismo». Sin embargo, es posible estimar la vigencia de criterios epistemológicos diferenciados entre dos orientaciones clásicas  de las disciplinas <humanas>, reflejadas en la cuestión relativa al modelo metodológico apropiado, aplicable en el ámbito de dicho ámbito científico.

En el posicionamiento teórico de von Wright, se produce una convergencia de dos tradiciones diversificadas, a saber: el enfoque poitivista-lógico emanado del núcleo conceptual elaborado por el Círculo de Viena, y la denominada filosofía analítica, cuyo eje sustantivo transita por la aportación de Wittgenstein. De modo complementario, aquel filósofo finlandés contemporáneo aborda campos variados, tales como el correspondiente a la historia del pensamiento, a la esfera literaria y al análisis comparativo de las culturas moderna y “posmoderna”.

El mismo autor señala que el tratamiento de estas cuestiones lo ha impulsado a revisar críticamente su propio modelo racionalista, aplicado en su consideración previa alrededor de la evolución de la Filosofía y de la Lógica, durante la centuria pasada. Según el autor de marras, la filosofía analítica constituye una corriente esencial, dentro del espectro global del devenir filosófico del siglo XX. Asimismo, entiende que el sesgo pragmático operado en su conceptualización respondió a la incidencia teorética que sobre él ejerció Charles Peirce, junto al giro expresado en la reubicación experimentada por el llamado “segundo Wittgenstein”. Especialmente, reconoce la puja entablada por este último frente a la impronta cientificista, evaluada en tanto característica inherente a la modernidad.

En tal sentido, von Wright explicitó la diferencia sustancial vigente entre las «explicaciones causales ordinarias», y aquellas otras «fundadas en el razonamiento», dicotomía de alguna manera reflejada en la distinción genérica de la explicación <causal>, en contraste con la <teleológica>. Ambos tipos de discriminación, concatenados de modo recíproco, si no directamente traslapados, remiten a la bifurcación taxonómica, en el horizonte epistemológico de las disciplinas científico-sociales, expresada en la polaridad “monismo/dualismo” metodológicos. 

Revisando el enfoque weberiano sobre la orientación para la acción, el último filósofo mencionado propuso un «esquema de inferencia práctica». De acuerdo con el mismo, un intérprete puede ir más allá de aquella orientación, subjetivamente racional con arreglo a fines, construyendo para una acción equivalente el caso ideal correspondiente a un “decurso objetivamente racional con arreglo a fines”, contrastándolo con el tipo puro ideal. Este modelo abstracto pudo haber sido elaborado por el intérprete, de modo coherente, pues el actor se relaciona, de forma subjetiva y racional “según sus finalidades”, con un mundo que, debido a factores de índole categorial, resulta idéntico, tanto para el agente como, así también, para el observador. Es decir que deviene accesible al entendimiento de ambos, apelando al sentido instrumental cognitivo.

Al respecto, von Wright estima que cuanto más unívocamente responde una acción a un decurso objetivamente racional con arreglo a fines, tanto menor será la necesidad de recurrir a ulteriores condiciones psicológicas para explicarla. En el caso de la acción objetivamente racional con arreglo a fines, la descripción de la acción (hecha por medio de una inferencia práctica) tiene, a la vez, una fuerza explicativa en el sentido de una explicación intencional.

Por otra parte, en una de sus obras más renombradas, Popper estimó que el derrotero de las acciones humanas sería en gran medida predecible, partiendo del reconocimiento de tendencias, leyes, modelos o rituales, los cuales -hipotéticamente- orientan la evolución general del comportamiento de las personas. En dicho aspecto, no existiría una distinción sustantiva en la metodología de las ciencias humanísticas, con relación a las abarcadas por las disciplinas naturales. Los dos «espacios» del conocimiento señalados obedecen, según esta óptica, a los intentos investigativos en aras de la construcción-contrastación de explicaciones de orden causal. Éstas conciernen a procesos, eventos y situaciones, analizables en ambos casos, más allá de las especificidades esenciales de sus objetos respectivos de estudio.

Más allá de la postura precitada, el pensador austriaco posteriormente la modificó parcialmente, proponiendo que el propio concepto de «análisis situacional», esgrimido en forma previa para caracterizar un simple recurso heurísticos efectos de interpretar (de modo nomológico-deductivo) el accionar humano, sea asimilado a la noción de <comprensión objetiva>. Esta nueva acepción alude a un procedimiento teórico-operativo específico, que resultaría compartido por el conjunto de las disciplinas que estudian el comportamiento del hombre.

Se trata de un abordaje peculiar, consistente en que, al llevarse a cabo, deja de concebirse la actitud de las personas en términos de determinada conducta, cuya descripción deviene deducible a partir de un cúmulo de precondiciones y enunciados de índole nomológica. En cambio, las acciones humanas pasan a evaluarse en tanto reacción apropiada, ante la emergencia de ciertos eventos, y su reconstrucción -conjetural- demanda apelar al denominado conocimiento comprensivo.

En lo que refiere al principio de <causalidad>, aplicado a la explicación de los fenómenos naturales, a través de la utilización del modelo «nomológico-explicativo causal», Popper estima que, en el contexto de una reflexión metodológica, no devendría necesario incorporar información alguna, respecto a la aplicabilidad universal de tal modelo. Ello queda reflejado en la presunta vigencia de un “principio de causación universal”, en términos de enunciado empírico, o en tanto normativa en aras de la constitución de la propia experiencia. Es decir que alcanzaría con la mera aceptación de la pauta metodológica que sostiene que no «abandonaremos la búsqueda de leyes universales y de un sistema teórico coherente, ni cesaremos en nuestros intentos de explicar causalmente todo tipo de acontecimientos que podamos describir».

En virtud de lo expuesto, reflexionando metodológicamente, sólo resultaría preciso contar con una norma reglamentaria tendente al logro de una explicación de carácter causal, utilizable en torno a cualquier suceso observado. Sin embargo, no en todas las ocasiones se le “pregunta” a la realidad en un sentido nomológico causacional o, en otras palabras, no siempre requerimos una explicación, propiamente dicha, acerca de situaciones y/o procesos.

A veces, se procura conocer una “cosa”, o un evento, desde una perspectiva alternativa, no contemplando el objeto en observación como consecuencia inevitable de leyes naturales y de una coyuntura establecida por una serie de condiciones originales, en tanto punto de partida del análisis. En estos casos, se abordan “las cosas” buscando respuestas concretas a cuestiones determinadas, lo cual es lo que acontece, por lo general, en los tratamientos conceptuales de problemáticas humanas y sociales.

Debido al argumento anteriormente señalado, los procederes metodológicos de las disciplinas de orden humanístico abandonan el seguimiento irrestricto de aquella máxima reguladora popperiana, que opera como recurso normativo, que de alguna manera exigía explicar causalmente todo fenómeno, de cualquier naturaleza que fuese. Ante tal circunstancia, es requerido un método relativamente afín a los dictámenes de un principio hipotético de «racionalidad», que según los cánones estipulados por Popper remite a la vigencia de cierta premisa referida a una adecuación a las acciones.

Aquí el dilema ya no reside en el propósito de obtener la <explicación intencional completa> de todo acontecimiento observable, mediante la adopción de un criterio, taxativamente riguroso, que posibilite “pronosticar” actitudes y comportamientos humanos, sobre la base de hipótesis, alusivas a intenciones y conductas epistémicas. Ahora se trata de manifestar nítidamente la cualidad característica del modelo cognoscitivo aplicado, cuya opción selectiva obedece a las propiedades intrínsecas del objeto de estudio que se pretende abordar.

Debe destacarse que el llamado principio de racionalidad no contribuye a la «comprensión» de un hecho o de una cosa dados, sino que sólo brinda información adecuada para entender la esencia del <saber comprensivo>. Ello ocurre a través del establecimiento de aquello que resulta preciso conocer, partiendo del propósito de aseverar que se ha comprendido “algo” determinado.

Entonces, si una premisa regulatoria de las investigaciones, en el campo de las disciplinas «humanas», no logra complementar el método basado en el conocimiento de tipo <explicativo>, de raigambre teleológica (descrito por von Wright), esa restricción responde a que el rol de la “máxima” metodológica mencionada previamente radica en demostrar la forma y determinar la suficiencia, o no, del segundo modelo indicado. Comprender, entonces, equivale a conocer los criterios, tanto axiológicos como epistémicos, mediante cuya evaluación ciertas actuaciones humanas pueden contemplarse en tanto apropiadas a un fin específico prefijado.

Teniendo en cuenta lo señalado hasta aquí, los planteos metodológicos correspondientes a los principios de causalidad y de racionalidad presentan algunos paralelismos. Mientras que el primero determina la operación discursiva necesaria, en pos de la inteligibilidad de los procesos naturales [explicación], el segundo lo haría con relación a aquellas problemáticas referidas a acciones del hombre, individuales y colectivas [comprensión]. Al margen de dicha bifurcación, el principio de causalidad no refuerza el componente explicativo por sí mismo, así como tampoco el de racionalidad deviene suficiente para complementar el método comprensivo. De tal circunstancia derivan, tácitamente, criterios respectivos de evaluación en términos del grado de suficiencia de los elementos disponibles de juicio, con la finalidad de poder abordar sendos objetos de estudio, a través de ambos procedimientos alternados.

Por lo tanto, el principio de causalidad sostiene que cualquier argumento desplegado, con el propósito de explicar un evento dado, debiera resultar suficiente para alcanzar la predicción del mismo, en tanto el principio de racionalidad refiere al hecho de que, si el curso efectivo de la acción seleccionado por parte del agente se torna inadecuado teniendo en cuenta los fines asignados, entonces las hipótesis conducentes al intento de comprender ese desarrollo necesitan complementarse, o rectificarse, por vía del agregado de mayor caudal informativo.

La diferenciación entre las operaciones mentales de comprensión y de explicación, bajo la miríada articulada de ambos principios citados, conduce a considerar que, así como el de racionalidad no es equiparable a un tipo degradado de “ley científica”, ello no significaría que el enfoque comprensivo represente una modalidad específica, ni siquiera eventualmente parcelada, del modelo explicativo-causal. Esta apreciación conlleva una visión excluyente y recíproca de las dos metodologías. Es decir que <comprender> no implica el reconocimiento explícito de los estímulos o motivaciones (causas) que generaron ciertas acciones o conductas humanas.

Los parámetros normativos, o axiológicos, que permitirían mensurar la esencia de un comportamiento, teniendo en cuenta su «adecuación relativa a la situación», no equivalen al entendimiento de la causa eficiente de aquella actitud. Debido a ello, resultaría prescindible una enunciación, de orden nomológico, que exprese una vinculación “necesaria” de propósitos, teorización y pautas referidas al curso seguido por las acciones, tanto personales como sociales.                   

La aproximación conceptual, característica del conocimiento comprensivo, no manifiesta una conectividad de índole causal, sino que, en cambio, podría hablarse de una <conexión teleológica>. Estos procesos mentales atañen a escenarios especiales, dentro de los cuales las vivencias experienciales aluden a la «ecuación problema/ alternativa resolutoria del mismo». De modo que dichas experiencias no son conceptualizaciones en el sentido de relación, intermediada por un elemento nomológico, establecida entre causas y efectos o consecuencias.

Al margen de la relativización predicha, tal “desviación” respecto a la forma de teorizar procesos fácticos, de ninguna manera significa subalternar ese tipo de conocimiento, pues la perspectiva anidada en la comprensión de actitudes y conductas no constituye un recurso supletorio, auxiliar o subordinado de las explicaciones <causales>, en el análisis de situaciones inherentemente complicadas. Ambos procedimientos obedecen a expectativas diferenciales, que conciernen a modalidades divergentes de acercamiento a la realidad observable, indagándose cuestiones distintas, por lo que un método sesgado hacia uno de los polos siempre deviene inútil a la hora de procurar respuestas apropiadas a los interrogantes o cuestionamientos planteados por el otro.

Si se abandona la contemplación de un evento desde una óptica físico-biologista, es decir conceptualizado en términos de un proceso asequible a un tratamiento «explicativo», intentando comprenderlo, ello no responde a la falta de recursos para aclarar temas correspondientes a las inquietudes propias de un abordaje característico de las ciencias naturales. En cambio, puede decirse que aquel alejamiento epistemológico se debe a la diferente cualidad de las cuestiones enfocadas, que incide sobre la variación en la actitud interrogadora del investigador, frente a fenómenos concretos que se pretenden conocer. De allí la distinción elemental entre las metodologías explicativas y comprensivas.

En definitiva, los principios de causalidad y racionalidad posibilitan la identificación y especificación de las operaciones mentales explicativas y comprensivas, respectivamente, sin que ello implique valorar la conformación de la experiencia en sí misma. Se trata, en ambos casos, de premisas metodológicas, relativas a las ramas investigativas “físico-experimentales” y “humano-sociales”, los cuales refieren a procederes discursivos, aunque esta diferenciación no significa ningún prejuzgamiento sobre los fenómenos que cada disciplina estudia. Así como la vigencia del principio de causalidad no garantiza la presencia efectiva de hechos naturales explicables bajo una legaliformidad, tampoco el principio de racionalidad asegura la comprensión de actuaciones humanas desde un punto de vista intencional e interpretativo.   

Una relectura fenomenológica de la ciencia social “comprensiva”. Desde el punto de vista de la fenomenología, inspirada en Husserl, el filósofo y psicólogo austriaco Schütz señaló una intuición elemental, consistente en el descubrimiento de la estructura significativa, así como también de las presuposiciones respectivas, propias del sentido común. Este autor consideraba que el universo construido por dicho sentido resulta indudable, dado que, fenomenológicamente, las personas poseen una certeza interior y todo individuo refleja una impronta biográfica, situándose en un determinado espacio temporal. Además, cualquier sujeto cuenta con un acervo disponible de conocimientos, desarrolla ciertas funciones, o cumple “papeles”, tiene una definición de las situaciones que les toca vivir, se relaciona -comunicándose- con los demás, convive con seres coetáneos (aunque también depende de sus predecesores, suponiendo tácitamente la existencia previa de ellos) y percibe realidades múltiples.

Las premisas de raíz claramente weberiana, revisadas en la obra de Schütz, conllevan el reconocimiento de una realidad, estructural, únicamente comprensible mediante la evaluación de los motivos de los agentes de las acciones sociales, a partir de los significados que los mismos les atribuyen. Según dicho filósofo, la comprensión (al igual que en Weber) deviene imprescindible, en cuanto método sociológico. Una «sociología fenomenológica del conocimiento» entendería a la sociedad en tanto “construcción social de la vida cotidiana, [resultante] de los procesos de interpretación de los sujetos agentes y que se coagula en objetividad”. En ese contexto conceptual, el <mundo de la vida>, alude a cierto horizonte atemáticamente co-dado, dentro del cual se mueven en común los participantes en la interacción, cuando se refieren temáticamente a «algo en el mundo».

Los planteos filosóficos de la fenomenología, junto a los del campo lingüístico (Winch y Wittgenstein) y de la hermenéutica (Gadamer y Heidegger) se dedicaron a la cuestión de la ubicación específica ocupada por “las ciencias sociales, frente a las ciencias naturales prototípicas, como la física, [lo cual] se justificaba atendiendo al papel metodológico que compete a la experiencia comunicativa”.

En la tercera década del siglo XX, Schütz ya había tratado las connotaciones emergentes del acceso en términos de comprensión a la realidad simbólicamente preestructurada, advirtiendo que, al optarse por el uso de categorías correspondientes a la <teoría de la acción>, “se están tomando al menos tres predicciones metodológicas”, a saber: a- descripción de la realidad social de manera tal que será entendida en cuanto “construcción del mundo de la visa cotidiana, que brota de los rendimientos interpretativos de los [agentes] directamente implicados”; b- selección de un modelo de ser individual y asignación de contenidos típicos al mismo, en aras de explicar los hechos observados, en forma derivativa respecto al carácter de aquél, dentro de un marco comprensible; c- “los conceptos teóricos con que el científico forma sus hipótesis tienen que conectar [...] con los conceptos preteóricos con que los miembros de un mundo social interpretan su situación en el contexto de acción en que intervienen”.        

El condicionamiento metodológico expuesto remite a un reconocimiento explícito de la vigencia de una articulación entre el factor temporoespacial, y el componente específicamente social, la cual incide en la conformación de las estructuras del «mundo de la vida cotidiana». Por otra parte, en una fase posterior, Schütz y Luckmann se atuvieron al modelo emanado de la filosofía de la conciencia, partiendo de la egológica [Husserl], “a la que las estructuras generales del mundo de la vida le están dadas, como condiciones subjetivas necesarias de la experiencia de un mundo de la vida social, configurado en concreto y acuñado históricamente”.

La visión schützeana conlleva la aceptación de la necesidad de considerar, en los estudios sociológicos, ciertos aspectos objetivos, así como también otros de índole subjetiva. En tal sentido, se afirma la condición interpretativa posible de la realidad social, reconociéndose asimismo el rol de la normatividad cumpliendo la función de marco significativo, en el cual se insertarían las vivencias cotidianas de las personas. De allí la preocupación del sociólogo por el alcance de las explicaciones en su área de investigación, las modalidades alternativas de aproximación a su objeto de estudio y, en definitiva, la factibilidad del <análisis científico> en las disciplinas sociales.

En virtud de lo señalado previamente, el desarrollo de una sociología «interpretativa» implica la integración del mundo cotidiano al campo investigativo, a fin de posibilitar la combinación de los estudios institucionales sobre sistemas sociales con los abordajes de las relaciones interpersonales directas (“cara a cara”). Ello, a su vez, entraña la reivindicación de la esfera de la sociabilidad, que abarca el conjunto de actitudes y comportamientos de los sujetos que, aún dependiendo de patrones internalizados de conducta, deviene reproducido de manera pragmática, o en todo caso rectificado, en el ámbito de la cotidianeidad.

Los caracteres fundamentales del mencionado mundo de la vida aluden a que éste responde a un presupuesto convencional, es intersubjetivo, se encuentra configurado por personas que conviven en el mismo de modo acrítico y práctico (“natural”), está constituido por tipificaciones abstractas, sus objetos se conforman al interior de un contexto de familiaridad y preconocimiento (“acervo de conocimientos a mano”), etcétera.

Teniendo en cuanta el marco conceptual precitado, Schütz destaca el papel especial desempeñado por los «esquemas de la experiencia», unción vinculada con la configuración de los significados propios originados en las vivencias concretas, luego de que éstas resulten objeto de atención. Dichos esquemas devienen “esenciales para el yo cuando explica lo que ya ha vivenciado desde el punto de vista posterior al aquí y ahora”. De modo que se trata de una especie de <autoexplicación>, la cual concierne a un acto de dotación de significación específica, ordenador de experiencias vivenciales, en la medida en que “toda comprensión auténtica de la otra persona debe partir de actos de explicación realizados por el observador en su propia vivencia”.      

Además, siguiendo al filósofo austriaco de marras, el conjunto de las disciplinas científicas humanas remite a «contextos objetivos de significado de contextos subjetivos de significado», debido a lo cual todo conocimiento propio de las ciencias sociales resulta indirecto, no accediéndose en ninguna ocasión al mundo de la realidad social inmediata. De manera que la <comprensión> del actuar del hombre, en copresencia colectiva habitual respondería, no a su conocimiento en tanto seres particulares portadores, cada uno de ellos, de una conciencia única, sino exclusivamente como “tipo ideal personal sin duración o espontaneidad”. En consecuencia, sólo es factible comprender la acción social, cuando ésta se encuentra fijada a un encuadre temporal objetivo, impersonal y anónimo, es decir que a aquel tipo ideal sólo le son asignadas las experiencias conscientes requeridas a efectos del acompañamiento de las motivaciones, explícitamente estipuladas con anterioridad.

El planteo metodológico correspondiente a esta formulación del problema discurre por una vía que es, al mismo tiempo, apropiada al componente significacional y causalmente adecuada, debiéndose apelar -en forma continua- al conocimiento previo del mundo social en particular, y del “universo” general. Debido a esa circunstancia, los motivos preestablecidos deben resultar compatibles con los incorporados en los tipos ideales elaborados a priori, por el observador-investigador. El propio Schütz explicitó tal posición, evaluando que la naturaleza del significado subjetivo mismo cambia con la transición de la experiencia social directa a la indirecta.

En el proceso de construcción ideal-típica, los contextos subjetivos de significado que pueden vivenciarse directamente son reemplazados en forma sucesiva por una serie de contextos subjetivos de significado. Éstos se construyen en forma gradual, cada uno con su predecesor, y se interpretan uno a uno a la manera de las cajas chinas, de modo que es difícil establecer dónde termina uno y empieza otro. Sin embargo, es precisamente este proceso de construcción lo que hace posible que el científico social, o en verdad cualquier observador, comprenda lo que el actor quiere decir, [otorgándole] una dimensión de objetividad al significado del actor, [aunque] tal proceso de constitución sólo puede develarse al intérprete por medio de su propio método tipificador.

Sobre la base de las argumentaciones esbozadas hasta aquí, puede decirse que la existencia de ciencias sociales nomotéticas, o “constructoras de leyes”, chocaría en principio con la aseveración de Schütz acerca de que el conjunto de aquellas disciplinas deviene, como consecuencia lógica de su misma naturaleza «racionalista», tipológicas, o de orden taxonómico. Dichas ciencias serían idóneas de cara a la aportación de un <conocimiento universalmente válido anterior a toda experiencia>. En ese sentido, el uso sistemático de constructos típico-ideales, por parte de las dos disciplinas teórico-sociales que habrían alcanzado un mayor grado de elaboración conceptual, la economía “pura” [von Mises] y la jurisprudencia [Kelsen], fue útil para la delimitación de sus respectivas áreas temáticas y a efectos de fijar un continente objetivo de significado.  

Con referencia a las disciplinas sociales, consideradas en su globalidad, “los contextos subjetivos de significado se captan por medio de un proceso [donde] lo que es científicamente pertinente en ellos se separa de lo que no lo es”. Tal procedimiento es realizable prácticamente a partir de la elaboración de un esquema interpretativo, caracterizado por una elevada abstracción conceptual, estipulado a priori, el cual definiría “de una vez por todas la naturaleza de los constructos” utilizables.

Las ciencias sociales, entonces, podrían clasificarse según dos tópicos. Por un lado, en <teorías puras de la forma del mundo social>, rubro que atañe a la configuración de interrelaciones y «cánones» sociales, alusivos a “objetividades-actos y artefactos”; este ítem incumbe a los procesos conscientes de los individuos que viven en el mundo social, aprehendiendo todas estas cosas por medio de un procedimiento puramente descriptivo. Por el otro, una modalidad alternativa refiere al <contenido ontológico-real del mundo social>, en tanto éste sea visualizado como constituido previamente: en este caso se estudian relaciones interpersonales y colectivas, junto a las pautas convencionales existentes, en sí mismas, es decir las actuaciones u objetos histórico-sociales, consolidados de modo independiente de las vivencias particulares en las que se han conformado. 

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