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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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ESPECULACIÓN FINANCIERA "GLOBAL" Y PRECARIEDAD SOCIOECONÓMICA PLANETARIA - Juan Labiaguerre

La "cuestión social", en la etapa capitalista marcada por la denominada globalización, se caracteriza por una elevada y creciente desigualdad distributiva en los ingresos de la población, lo cual coadyuva a la recurrencia sistemática de inequidades de toda índole. A su vez, tales rasgos constitutivos de las sociedades "mundializadas" -de comienzos del nuevo milenio- derivan en una potenciación de la pobreza preexistente y en la emergencia de nuevas modalidades de pauperización, que abarcan a sectores y estratos sociales extendidos.

En todo caso, las cuestiones sociales cruciales de nuestros días presentan como perfiles novedosos la transnacionalización a ultranza de los ámbitos económico-productivos, acelerada por la potenciación de los flujos migratorios, las transferencias financieras on-line, el traspaso veloz de "paquetes tecnológicos", y las innovaciones generales en materia informática y computacional. Además, destacan las transformaciones operadas en la posesión jurídica de activos y recursos de toda índole, acordes con los cambios profundos registrados en la economía, mientras proliferan espacios caracterizados por privaciones de bienes elementales.

Alonso sostiene que "las tesis de la sobrecarga democrática [sobre un Estado excesivamente burocratizado] y de la crisis de gobernabilidad reproduce... la vieja retórica conservadora de la reacción..., que esta vez se ha disparado ante el avance [previo] del Estado del bienestar y de la ciudadanía económica y social". Asimismo, la actual "revolución capitalista" ha vuelto a destapar también los más viejos argumentos conservadores y sus recetas para salir de lo que no serían nada más que efectos desastrosos generados por la sobreprotección y adocenamiento de aquel aparato estatal "benefactor" y de sus políticas sociales. Esta perspectiva reaccionaria promueve, en consecuencia, "el desigualitarismo, el mercantilismo, la limitación de los derechos, la falta de compromiso social y la ciega lucha por la competencia individual".

Las recomendaciones de impronta neoliberal, respecto a la necesidad de ajustes o recortes presupuestarios, y de reducción cuantitativa del estado intervencionista conllevan, de hecho, "una propuesta de transformación cualitativa de medios de asistencia estatales en elementos de control y dominación social, con las consiguientes consecuencias, tanto políticas y sociales, como éticas, morales y cívicas". De modo que, al plantear el falso conflicto entre una democracia "social", que habría alcanzado grandes dosis de defensa de la ciudadanía colectiva, y una democracia "eficiente", única y exclusivamente preocupada por la política individualista de los partidos y por la libertad económica, se abre descarnadamente uno de los puntos contradictorios puros del proceso de modernización. Éste es interpretado aquí en cuanto progreso social y no como mero mecanismo de acumulación, por lo que -fácticamente- se tiende a "subordinar nuevamente los derechos de ciudadanía a los derechos de propiedad". Por ende, la interrelación coherente propia del funcionamiento de los mercados económico y político puede hacer que los derechos de ciudadanía, de movilización social, de expresión colectiva y pública se limiten o desaparezcan, abriendo el camino a la instalación de "democracias débiles".

Teniendo en cuenta lo señalado previamente, la difusión social y el triunfo relativo de los valores individualistas ha supuesto la transición de la utopía social de la razón colectiva, reflejada a través del "pacto keynesiano", a la utopía liberal del mercado, y "el fin de la historia". De allí la emergencia de "las dos caras de la misma moneda: la razón cínica postmoderna (apocalíptica) y la razón triunfalista neoliberal (integrada)". En consecuencia, el desencanto hacia lo público ha provocado un "recrudecimiento del individualismo, y la condición política [de la posmodernidad] no aporta más que un ethos disgregado, hedonista y fragmentario, incapaz de generar ni una sola virtud pública más que la que no se derive de la trivialización de los valores consagrados en la sensibilidad moderna, [encontrándose] todavía gran parte de ellos sin pasar del estadio de proyecto inacabado".

La tendencia al predominio de la economía de mercado sobre el conjunto de valores vigentes en la sociedad contemporánea es proclive a la mercantilización de todos los procesos y actividades humanas. Entre otros numerosos campos, el cultural ha resultado severamente "agredido por el trapicheo mercantil en un contexto oligopolizado, mundializado y sometido además a la lógica de la cultura mediática de masas". Por ejemplo, la motivación del potencial consumidor de obras artísticas es construida a través de una "estrategia concertada [consistente en] polarizar la oferta en torno a un número muy limitado de productos", al concentrar alrededor de los mismos una publicidad masiva, acompañada de un sistema de distribución agresivo, dirigido no por especialistas culturales, sino por expertos en gestión empresarial.

La declamada ruptura de las barreras comerciales se contradice con la adopción de medidas, por parte de los mismos países industrialmente avanzados, que refutan, en los hechos, la teoría de las supuestas ventajas extendidas del librecambio. Para citar un ejemplo de tal actitud, "los precios del acero treparon en muchos casos hasta un 60% cuando el gobierno de G.W. Bush impuso en marzo [de 2002] lo que llama aranceles de salvaguardia de hasta un 30%, para una vasta gama de productos siderúrgicos de Europa, Asia y América Latina. La intención era protegerse contra una inundación de acero importado". Tal decisión de política económica, entre otros factores, provocó un aumento en el precio medio de los commodities, lo cual no significó "una reactivación económica, porque la economía global está demasiado débil y los bancos centrales siguen bajando las tasas de interés".

Otra causa de dicho aumento radicaría en el crecimiento acelerado del sector industrial chino, contrastando con el proceso de "desaceleración mundial". Por otro lado, "la deflación causada por la baja del costo laboral ahoga la presión provocada por la suba de los commodities". Asimismo, aunque la inflación no resulte un problema en las economías centrales de nuestros días, "parte de la compra en oro parece reflejar los temores de que [aquella] esté al acecho... Algunos inversores parecen pensar que quienes dirigen la Reserva Federal [de EE.UU.] están tan decididos a evitar la deflación que probablemente terminen causando inflación".

En otro aspecto, "el ascenso de China aparece cada vez más como un juego de suma cero para la región. Por cada paso que asciende, otras economías parecen bajar en igual proporción. La dinámica es nueva para Asia y complica las cosas para los inversores, [al] desafiar las reglas normales de diversificación y distribución de riesgos. ¿Por qué comprar acciones surcoreanas, inmuebles tailandeses o empresas indonesias si el auge de China puede perjudicar sus inversiones?". Tal situación obedece a que "el menor costo de la tierra y de la mano de obra le permiten a [su economía] acaparar una porción de los capitales mundiales mucho mayor que lo conveniente... La inversión extranjera directa en [ese país] aumentó un 20% en los primeros diez meses de 2002, en tanto que para otras naciones asiáticas, sin contar Japón, bajó un 12%". Al respecto, "Singapur, por ejemplo, ve como China atrae mercados de productos de alta tecnología que antes le creaban empleos y prosperidad. También comparte el temor de Hong Kong de que dinámicas ciudades chinas, como Shangai, la suplanten [en cuanto] centro de servicios financieros".

Algunos especialistas pronosticaron que "la economía de EE.UU. se expandirá este año [2003]. Pero el riesgo de deflación... podría estar creciendo, dado el exceso de capacidad en muchos sectores y la imposibilidad de las empresas de elevar los precios. La deflación supone un ciclo de caída de precios que induce a los consumidores a postergar la compra de productos o servicios, porque esperan caídas aún mayores". Más allá de los avances tecnológicos reflejados en el incremento de la productividad, factor solapado a la mundialización de la competencia, sobre todo en los rubros electrónico e informático, "la deflación suele producirse tras el estallido de grandes burbujas financieras. Fue así en los EE.UU. de los años '30 y en el Japón de los '90".

Los caracteres específicos e hipotéticamente inéditos de la "nueva economía" inciden positivamente sobre un núcleo minúsculo de la población mundial, considerada en su conjunto a través de los cinco continentes. Al margen de los poderosos grupos que conforman el sector hegemónico del capital, fenomenalmente enriquecido merced a la aplicación de tecnologías de punta, y a la fabulosa especulación financiera, ciertas elites de trabajadores también resultan beneficiadas en virtud de los cambios introducidos en la esfera productiva debido a la emergencia de la pomposamente llamada "sociedad de la información y del conocimiento". Estas últimas son las destinatarias de las estrategias en capital, recursos y relaciones humanos, promovidas por empresas exitosas dentro del funcionamiento del sistema económico mundial, predominante hoy en día.

La inmensa mayoría de la población activa, en el orden planetario, se ve progresivamente arrastrada a situaciones de pobreza, miseria o indigencia. Una manifestación de ello puede apreciarse, cotidianamente, en la problemática de las migraciones masivas de personas que, acuciadas por necesidades materiales extremas procuran, afanosamente y poniendo en riesgo sus vidas, emigrar desde sus propios países hacia otros, más desarrollados económicamente, en la búsqueda de empleos que les provean de medios indispensables de subsistencia. El flujo migratorio originado en México con destino a los EE.UU., y los contingentes africanos que pretenden establecerse en el sur europeo -principalmente en España- representan casos representativos en ese sentido, entre muchos otros.

El proceso señalado, junto a las migraciones intranacionales, desde los ámbitos rurales más empobrecidos hacia áreas urbanas, y el funcionamiento de las maquilas, expresan crudamente la realidad de la "economía global". Sin embargo, también se perjudica la fuerza de trabajo autóctona de las naciones centrales, en la medida en que la presión ejercida por la oferta foránea, generalmente clandestina, conlleva inestabilidad laboral y reducciones salariales, dada la oferta de mano de obra mucho más barata de los inmigrantes, o de los trabajadores asalariados en los establecimientos productivos maquiladores instalados en otros países. La nueva sociedad mundial se expresa en situaciones como las que llevaron a la Unión General de Trabajadores (UGT, España) de Cataluña a pactar más flexibilidad en los convenios colectivos, debido a la decisión de la firma automotriz Seat de trasladar una parte de su producción a Eslovaquia, dada la existencia en este país ex-soviético, justamente de un mercado de trabajo jurídicamente más "flexible".

Los desastres ecológicos forman una parte inescindible del escenario real del mundo globalizado. Desde la catástrofe nuclear de Chernobyl y el derrame petrolero en aguas de Alaska, se han sucedido periódicamente eventos de este carácter, resultantes del accionar desregulado consistente prácticas irresponsables, con efectos graves, en el campo internacional. Otros fenómenos naturales, perjudiciales para la conservación del "ecosistema" o que generan efectos nocivos graves para muchas poblaciones del planeta, presentan su origen último en la mano del hombre, al responder a intentos de explotación excesiva de determinados recursos.

El chantaje a gran escala también constituye un engranaje de las políticas estatales en la sociedad "global". Verbigracia, ante la catástrofe ecológica producida por el hundimiento del buque petrolero Prestige a fines de 2002, en proximidad de la costa española, se especuló con una posible extorsión diplomática de algunos gobiernos de la Unión Europea, a efectos de evitar una "internacionalización" y profundización de la investigación sobre la problemática del transporte marítimo de mercancía contaminantes, bajo la amenaza velada respecto a que podría perjudicar las aspiraciones de España de beneficiarse de los fondos europeos previstos para combatir la contaminación, especie desmentida por la autoridad parlamentaria de la "comunidad".

Por otra parte la estrategia chantajista funciona asimismo en referencia a la cuestión del "control atómico", en la medida en que las cinco potencias ya nuclearizadas en 1968 (cuando se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear), esto es EE.UU., Rusia, Francia, China y Gran Bretaña, son al mismo tiempo las naciones que integran, en forma permanente, el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho a veto de cualquier resolución que se tome en su seno. En ese sentido, las manipulaciones políticas del país norteamericano citado, sobre todo luego del derrumbe soviético, demuestran el manejo coercitivo que ostenta su poderío en el orden mundial, al atribuirse el derecho de inspección de eventuales arsenales de todo tipo, por ejemplo en el caso actual de Irak, bajo la amenaza de invasión militar. Tal medida, realizada a partir de inconfesables intereses de carácter geoeconómico, como el control a futuro de las reservas petrolíferas, es presentada en tanto "lucha contra el terrorismo globalizado y en defensa de la paz y seguridad planetarias".

El uso discrecionalmente arbitrario de la superioridad, en los ámbitos económico-financiero y geopolítico-militar, por parte de la potencia hegemónica post-guerra fría, en beneficio exclusivo de sus propios intereses nacionales, disfrazados de "mundiales", configura un escenario asimilable a cierto totalitarismo con barniz diplomático. Dentro de dicho panorama, cunde la sensación de estar sometidos a un poder que obra como si se tratase de un "destino", es decir, sin ofrecer margen alternativo de maniobra. En esa frontera muere toda posibilidad de libertad... humana, que por escasa que fuere, depende siempre de que nadie pueda arrogarse la encarnación del destino. Y decretar, en consecuencia, cuándo "llega la hora" de los demás, al modo típicamente terrorista.

Con base en la actitud probelicista recurrente de los EE.UU., principalmente a partir de la "guerra del golfo" de comienzos de los años noventa, junto a la autoadjudicación del derecho a las continuas introspecciones, e intromisiones, de variada índole en los asuntos internos de muchos países, "se ha acentuado con tal nitidez el dibujo de un único futuro que... queda descartado, cuando no criminalizado, cualquier sendero distinto, [siendo] abrumadora la tendencia del poder norteamericano a identificarse con el destino y a presentar su política como irremediable".

Al interior del fenómeno de la "globalización" debe destacarse el proceso de desconexión o desenganche, por el cual coexisten, frente al "mundo desarrollado", determinadas sociedades, regiones o zonas que son incapaces de seguir el ritmo de crecimiento de las otras, quedando cada vez más barridas y subordinadas por estrategias externas de todo tipo -tecnológicas, productivas, sociales, jurídicas, financieras, etc.- El espacio supranacional determinado por la competitividad económica "sin fronteras" condiciona, mediante su hegemonía, el hecho de que los Estados, "más que intervenir para garantizar los derechos de la ciudadanía, lo hagan para generar situaciones mercantiles eficientes, [atendiendo] antes los derechos de propiedad que los de bienestar".

Los mecanismos privatizadores constituyen el remate político-jurídico de un proceso más profundo de cambio en los sistemas de gobierno, de solidaridad, y en las relaciones sociales en general. Ello responde a que la economía de alto crecimiento global sólo ha funcionado, hasta ahora, rompiendo todos los contratos sociales. En tal contexto, numerosos sectores de la humanidad tienden a "quedar fuera del festín del consumo, y otros a concentrarse en redes multinacionales de producción flexible en grandes franjas regionales en el ámbito mundial", lo cual representa una nueva transregionalización de las estructuras productivas a nivel planetario.

Alonso menciona la vigencia actual de una determinada ciudadanía correspondiente a "los países, regiones y elites triunfantes, que consumen y circulan por las grandes redes de alta velocidad, sostenidas por las empresas multinacionales, a la vez que se expulsan [cada vez] más sujetos, y se somete a la vulnerabilidad a un mayor número de zonas sociales y territoriales, convertidas en [espacios] de sombra de la nueva ciudadanía del capitalismo global". Debido a esa circunstancia, la ciudadanía pasa a ser un simple reconocimiento de movilidad formal en el mercado.

Las sucesivas y recurrentes crisis del régimen capitalista globalizado se manifestaron durante la última década en el plano financiero internacional, a través de los "colapsos" asiático (1997), ruso (1998), brasileño (1999) y argentino (2001). Asimismo, un rasgo distintivo de esta fase de la economía mundial consiste en la difusión de la crisis financiera en países que no la conocían, como Japón o los del sudeste asiático. Otro nivel de la situación crítica atravesada por el sistema económico "planetario" remite a la evolución productiva estadounidense, pues durante los años noventa se creyó que con la nueva economía se había encontrado un nuevo régimen de crecimiento, liderado por las tecnologías de la información y apoyado por los mercados financieros, que traería progreso y prosperidad estables.

El aspecto novedoso que presentó la última década del siglo pasado radicó en la articulación entre los avances informáticos y aquellos correspondientes al campo de la información, por medio de la utilización expandida de "internet". Dicho proceso combinado favoreció la gestión de las empresas y la transmisión de las informaciones. Sin embargo, tal innovación resultó de carácter genérico, en la medida en que era aplicable en un conjunto amplio de áreas, aunque no se ha profundizado radicalmente en ella, excepto en lo que refiere a las vías telefónicas y al uso del fax.

El impacto generalizado de la crisis de la economía de los EE.UU. se expresa, sobre todo, en el deterioro de los balances financieros, dado que "las empresas de la nueva economía invirtieron demasiado, lanzaron acciones en el Nasdaq y se endeudaron. La consecuencia es la pérdida de riqueza de los ahorristas, la disminución de las tasas bursátiles y la quiebra de grandes firmas como Enron". La ilusión, cuasi mítica, en el desarrollo ilimitado del rubro informático obedeció a que el mismo respondía a la búsqueda, iniciada a comienzos de los setenta, de un modelo de producción que sucediera al fordismo, asentado este último en el funcionamiento de grandes fábricas de bienes uniformes dirigidos al consumo masivo. En principio, algunos especialistas en sociología del trabajo estimaron que ese reemplazo vendría de la mano del régimen productivo toyotista en la industria automotriz japonesa, el cual "modernizaba la producción al permitir la salida de productos en series menores y más diferenciadas según las distintas clientelas".

Desde mediados de la década de los noventa emergió el boom de la informática en el Silicon Valley, generando expectativas desmesuradamente optimistas en esferas de gobierno y empresariales de distintos países. Ello provocó entonces un flujo enorme de capitales financieros, provenientes de diferentes lugares del orbe, destinado al mercado estadounidense. No obstante, cuando se advirtió que las nuevas firmas no eran tan rentables, el mercado se dio vuelta de manera abrupta.

Boyer indica que "la globalización es el discurso que inventaron las multinacionales norteamericanas para hacerse abrir todos los mercados de los países emergentes", utilizando vigorosamente los Estados y las organizaciones multilaterales para conseguir esa apertura. En tal contexto, "los Estados débiles eran la premisa favorable para negociar condiciones de acceso más fáciles" y, a efectos de ello, se ha aplicado constantemente un doble rasero discursivo y político, ya que "por un lado, pretendemos que el mundo entero tiene igual receta, pero las medidas de ajuste son para los países de la periferia". Al respecto, cuando en EE.UU. la burbuja estalla, bajan las tasas de interés, para evitar que los bancos quiebren. Cuando lo mismo ocurre en Corea, el Fondo Monetario Internacional recomienda subir dichas tasas, lo que aumenta las quiebras bancarias. El objetivo consistía en abrir los bancos coreanos al capital multinacional. En consecuencia, existe "un Estado estratégico en el centro y Estados débiles en la periferia. La globalización es una falsa convergencia".

Sobre las fundamentaciones señaladas previamente, el mercado gana cuando la sociedad no es capaz de generar compromisos institucionales para organizarse. Si la sociedad está muy dividida, conflictuada y corporativizada, las elites económicamente dominantes utilizan el mercado para atomizarla y segmentarla aún más.

Como resultante del desequilibrio señalado, las estructuras sociales actuales se caracterizan por la coexistencia, crecientemente contradictoria y contrastante, de "ciudadanos de primera, grandes consumidores, redes de ciudadanía segura y con identidad económica solvente, [frente a] ciudadanos de segunda -inmigrantes, parados, precarios, pobres, etc.-, sujetos frágiles, semimarginales o directamente [excluidos], incapaces de alcanzar un estatuto social con identidad autocentrada". En cuanto a la reconversión contemporánea del rol del Estado, se desatienden, descuidan, empobrecen y precarizan los servicios públicos directamente producidos en el ámbito estatal, al mismo tiempo que son impulsados "los servicios privados, subvencionados o no, alegando su mejor calidad y disponibilidad". Además, en numerosas ocasiones las administraciones públicas se transforman, de modo directo o indirecto, en el principal financiador de lo privado.

Aquel factor que en realidad muta radicalmente con el desarrollo del "mundo global" consiste en la estructura de las diversas, y heterogéneas, sociedades que hoy en día habitan el orbe. Estas modificaciones profundas resultan promovidas, de hecho, a través del devenir de "nuevos procesos de constitución de la hegemonía" político-institucional y del poder socioeconómico. Dentro de tal panorama, han surgido actores sociales cuyo desenvolvimiento remite a la aparición de espacios dentro de los cuales interactúan sujetos fundamentalmente ligados al funcionamiento de los mercados financieros, de las grandes empresas "globales", que protagonizan un proceso de subordinación de la relación salarial a la violencia de los mercados monetarios y a la rentabilidad global -no sectorial, ni siquiera nacional- del capital.

Dicho mecanismo induce a la dinámica disgregadora provocada por la "fragmentación social general de los sujetos productivos tradicionales", esto es, los trabajadores industriales y las clases medias funcionales al desarrollo del anterior modelo de acumulación y reproducción del sistema económico. En la actualidad se asiste, por lo tanto, a la recreación continua de "nuevos proletariados a nivel universal -una nueva periferia flexible y deslocalizada-, a la vez que a la constitución en los países centrales de una economía de servicios que genera una dualización de los grupos asociados a ella".

Un perfil claramente definido de la civilización del presente histórico reside en la mixtura de globalidad económica y localismo político-social, marco que dificulta enormemente la posibilidad de tomar decisiones soberanas e, incluso, que obstruye la conformación, o mantenimiento, de identidades socioculturales de raigambre "nacional", en la medida en que los designios insoslayables de la economía planetaria hacen que cualquier situación productiva o administrativa se encuentre conectada a una intensa red de circunstancias económicas interdependientes.

Asimismo, debe señalarse la puesta en vigencia de una "cultura global" que determina crecientes pérdidas de identidad geográfica en los propios consumos culturales. No obstante, paradójicamente se manifiesta un fenómeno en aumento de "localismos políticos". Este hecho, si bien propicia ciertas probabilidades de recoger desde espacios más cercanos las demandas sociales, también es fuente de peligros, desigualdades y antisolidaridades, productos del "egoísmo local". A ello obedecería que cada vez seamos, políticamente, más particularistas.

Se advierte entonces la presencia de un "nuevo modelo de decadencia de los Estados-nación, a nivel social, y de restablecimiento de los espacios económicos", mientras que sigue operando la desconexión de otras zonas, incapaces ya de seguir la carrera tecnológica, económica y política entre las regiones de la red mundial. Ese modelo refleja una configuración de "archipiélagos tecnológicos y financieros, incrustados perfectamente en esta economía virtual, y zonas oscuras [aunque] igualmente integradas en la globalización, pero [cuya] articulación es dependiente, subordinada y marginalizada.

Más allá de los espacios vulnerables precitados, los efectos red de la desarticulación o del desorden productivo internacional a la postre generan asimismo otros espacios nítidamente determinados, las "zonas de exclusión", socialmente pauperizadas y, desde el punto de vista territorial, devenidas regiones absolutamente olvidadas e invisibles para la evolución mercantil.

La "globalización", en consecuencia, equivale -fácticamente- a una cierta articulación de nuevas diferencias sociales promovidas a través de culturas económicas unificadas por el famoso pensamiento único del neoliberalismo fundamentalista -convertido en santo y seña moral de la época-, sistema, pues, que está más próximo a una red de zonas diversas que a una simple mundialización. Ello, al margen de presentar consecuencias económicas referidas a las "estrategias empresarias mercantiles puras", también conlleva efectos redes sobre la estructura de clases y sobre su equilibrio político en los territorios concretos.

La problemática de la discriminación creciente responde, en parte, al declive de los Estados del Bienestar, contexto que le asigna a las conductas delictuales un nuevo factor causal. El fenómeno de la proliferación progresiva del paro y del subempleo, junto a otras formas de vulnerabilidad ocupacional, conforma una de las fuentes principales del delito en las sociedades contemporáneas. En ese sentido, "la nueva técnica de control social en la era de la globalización es la guerra entre criminalizados, victimizados y politizados, todos ellos pobres".

Una de las cuestiones más enigmáticas y complejas del campo cultural, en lo que concierne a determinados asuntos socioeconómicos, radica en el papel y en la significación sustantiva del instrumento monetario respecto al funcionamiento integral de la vida social, lo cual remite a variados enfoques histórico-antropológicos acerca del dinero. La monetización de la economía en la antigüedad griega coadyuvó a la transición "de la sociedad aristocrática y jerárquica a otra mercantil". Posteriormente, a partir del movimiento renacentista, la propagación de las transacciones en dinero y las operaciones asociadas a ellas proporcionaron los fundamentos de un renovado "espíritu calculador".

Al evaluar las connotaciones del medio monetario con relación a la subjetividad y dinámica de las sociedades, se estima que en el transcurso de la historia habrían ocurrido transformaciones del vínculo entre el dinero y las instituciones estatales. En una primera instancia, los Estados crearon la moneda en tanto signo de intercambio a escala nacional; sin embargo, de manera ulterior y ya acercándonos a nuestro tiempo, el dinero, circulando por vía de flujos inconmensurables de capital transnacionalizado, ha desbordado -poniendo en tela de juicio- el accionar soberano de los Estados.

El proceso de "globalización financiera" presenta antecedentes históricos, caracteres y consecuencias específicas. El mismo obedece a un claro predominio, entre los movimientos correspondientes a las finanzas internacionales, de los flujos a corto plazo de capitales volátiles, los cuales exceden con creces, en la mayoría de los países, las reservas monetarias disponibles. Este desborde, a su vez, incide sobre "las variables fundamentales de las economías locales", convirtiéndose en una causante fundamental de las reiteradas crisis financieras, en el centro y en la periferia.

El accionar de dicho ámbito global de las finanzas promueve mecanismos económicos ya fuertemente instalados, y difícilmente soslayables o eludibles en un futuro inmediato. Debido a tal condicionamiento, la mayor parte de los Estados deben adaptarse a su imperio, en la práctica concreta, como opción exclusiva, siendo las únicas alternativas factibles hacerlo desde una posición de sometimiento o a partir de la negociación.

La dinámica turbulenta con la que ha operado la esfera financiera transnacional generó, como intento de moderar su descontrol, determinados proyectos reformistas de la arquitectura mundial de las finanzas. Algunas propuestas en esa dirección incluyen el propósito de regular los movimientos monetarios "sin fronteras", a efectos de -al menos- morigerar su extrema volatilidad y los consecuentes desmanes originados en la inestabilidad permanente de muchas economías nacionales, proclives a sucesivos colapsos financieros. Más allá de esas intenciones, todavía no se han concretado cambios certeros, en la medida en que "los intereses que se amparan en las condiciones actuales de la globalización financiera son muy poderosos y resisten con bastante éxito las fuerzas reguladoras. Los mercados, hasta ahora, van ganando batalla a los Estados".

La cuestión del poder representa un elemento crucial en la incidencia del factor monetario, en particular del mundo de las finanzas, sobre la evolución de la sociedad en su conjunto. Históricamente, las sucesivas y diversas doctrinas políticas que alcanzaron mayor difusión, tuvieron en cuenta el papel del poderío económico -y dentro del mismo la relevancia del dinero-, en su articulación con la formación de los sistemas sociales y con la organización gubernamental.

En cuanto a la génesis del nexo antedicho, en la Grecia clásica "la acumulación de poder económico de una oligarquía constituía una amenaza para el equilibrio de la vida política". Al respecto, Platón consideraba que la comunidad política está condenada a muerte si la clase económica asume la hegemonía. Debe destacarse que se han producido cambios históricos en las concepciones sobre los vínculos entre el régimen estatal y los ciudadanos, así como en la evaluación general de las actividades económicas y del enriquecimiento patrimonial personal. También han variado los grados en que esas teorías condicionaron los mecanismos de representación institucional en el campo sociopolítico.

La evolución económica actual, motorizada por la fuerza expansiva de los mercados transnacionalizados, al encontrarse éstos desregulados política y éticamente, conduce a una encrucijada a la mayoría de las sociedades que habitan el planeta, irresoluble en la medida en que no se opere una mutación trascendente en la estructura de las mismas. Morin afirma, por otra parte, que "el progreso científico permitió la producción y la proliferación de armas de destrucción masiva, nucleares, químicas y biológicas". A su vez, el avance tecnológico-industrial derivó en un proceso de degradación biosférica, ampliándose el círculo vicioso existente entre el crecimiento productivo y el deterioro ecológico.

En el mismo sentido antes expuesto, "la globalización del mercado económico, sin regulación externa ni verdadera autorregulación, creó nuevos islotes de riqueza pero también zonas crecientes de pobreza; suscitó y suscitará crisis en cadena y su expansión continúa bajo la amenaza de un caos al cual contribuye considerablemente". En conjunto, los progresos mencionados son acompañados de numerosas regresiones bárbaras, una de cuyas manifestaciones representativas remite a los conflictos bélicos, que "se multiplican en el planeta y se caracterizan cada vez más por sus componentes étnicos y religiosos".

A escala mundial, las conciencias cívicas tienden a retraerse, mientras que las violencias gangrenan las sociedades. En tal contexto, "la criminalidad mafiosa pasó a ser planetaria. La ley de la venganza reemplaza la ley de la justicia pretendiendo ser la justicia verdadera. Las concepciones maniqueas se apoderan de las mentes haciendo profesión de racionalidad". Dentro de los más variados ámbitos, la barbarie rencorosa surgida de lo profundo de las eras históricas se combina con la barbarie anónima y fría propia de nuestra civilización.

Asimismo, "en todo el planeta crecen las comunicaciones pero aumenta la incomprensión. Las sociedades son cada vez más dependientes entre sí, pero están cada vez más dispuestas a desgarrarse unas a otras. La occidentalización engloba al mundo, pero provoca como reacción encierros identitarios étnicos, religiosos y nacionales".

 

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