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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DEGRADACIÓN INTERSECULAR DE LAS INSERCIONES LABORALES - Juan Labiaguerre

Soslayando la pormenorización de los factores diversos y complejos que explicarían el desarrollo de la “globalización”, abordados extensamente desde numerosos ángulos, debe indicarse que el énfasis indiscriminado en dichos elementos puede ser funcional a la legitimación del orden contemporáneo, establecido a escala internacional. Ellos representan una vuelta de tuerca complementaria, operada sobre la pretensión de justificar -de algún modo- el sistema económico, político y sociocultural de la “civilización capitalista”, en la actualidad aggiornada. De allí que resulte preciso observar las regularidades continuas que expresa dicho “modo integral de vida”, el cual que incluye la explotación recurrente del trabajo humano en forma diacrónica, más allá de los periódicos retoques -relativamente cosméticos- de sus instituciones sistémicas incólumes.

La sociedad "mundializada" del presente histórico contiene múltiples y heterogéneos espacios centrales y periféricos, a través de los niveles hemisféricos, continentales, regionales y nacionales. Coexisten en nuestros días núcleos e intersticios de distinto orden, estimando las condiciones socioeconómicas de los países más avanzados, desde el punto de vista tecnológico-productivo, junto a sociedades materialmente subdesarrolladas, que experimentan un retraso inmenso en sus procesos de industrialización, en contraste flagrante frente a aquéllos. Esta polarización extrema redunda en la acentuación de diferencias abismales en cuanto a “calidad general de vida”, ingresos económicos de la población, coberturas sociales, grados educativos, etcétera. La opulencia y el despilfarro de los sectores mayormente privilegiados de las naciones centrales confrontan con la indigencia y la hambruna de los segmentos más desfavorecidos de los países paupérrimos.

De lla apreciación anterior se desprende, además, la convivencia yuxtapuesta de zonas centrales, semiperiféricas y marginales aun dentro de los bloques regionales y de las mismas naciones con mayor poderío. En el primer caso, verbigracia al interior de la Unión Europea, España integra el furgón de cola de la “locomotora” industrial alemana, dado que en aquel país se instalan establecimientos productivos que aprovechan el menor coste de la mano de obra local y la mayor flexibilidad de su legislación laboral. A su vez, empresas españolas suelen exportar sus inversiones directas a los continentes africano y asiático, radicando plantas fabriles que usufructúan la todavía mayor desprotección socioprevisional de sus trabajadores.

Con respecto a los contrastes en el marco de la primera “potencia” del planeta puede mencionarse, a modo de ejemplo emblemático, la inequidad distributiva y la elevada proporción de pobreza que caracterizan a los Estados Unidos. Igualmente, la explotación de mano de obra por parte de capitales norteamericanos manifiesta sus aristas más abusivas a través del funcionamiento de las maquiladoras mexicanas, donde la “liberalización” de las zonas francas industriales genera condiciones de precariedad ocupacional notablemente superiores a las correspondientes al “país del norte”.

Corresponde señalar que en la historia universal de las estructuras sociopolíticas y económicas de nuestra civilización, así como también respecto a la evolución integral de su cultura, las relaciones interpersonales e intergrupales basadas en la actividad propia del trabajo desempeñan un papel crucial. Desde los estadios prehistóricos hasta las sociedades actuales, el universo laboral constituye un eje fundamental de la organización comunitaria, al mismo tiempo que un elemento básico generador de desequilibrios y conflictos colectivos e individuales entre los seres humanos.

Es preciso repasar la configuración de sucesivas y variadas esferas ocupacionales dentro de la fase industrial del sistema capitalista contemporáneo, esto es, dentro del marco delineado por las naciones del denominado mundo occidental, tanto centrales como periféricos, durante los últimos dos siglos. Este análisis no abarca puntualmente el desarrollo del trabajo humano, junto a sus diversos derivados y connotaciones político-culturales, sociales y económicas, en el conjunto de los países occidentales en el transcurso de ambas centurias. Semejante comprensión demandaría un exhaustivo y extenso estudio de casos particulares detallados, lo cual requiere una perspectiva teórico-empírica que contemple una gama muy extensa de modelos diferenciados, dotados de peculiaridades específicas e intransferibles a otras coyunturas espacio-temporales.

Por lo tanto, aquí se elude la exposición taxativa de una sociología del trabajo, sistemática y ampliamente abarcadora, referida a las sociedades industriales, en su compleja variedad de cristalizaciones en términos de sus distintas estructuras sociolaborales. En cambio, se refleja una serie de tópicos considerados -de manera selectiva- esenciales, e incluso eventualmente emblemáticos, acerca del significado sustancial, y de los efectos consecuentes, de la conformación ocupacional de las sociedades en el despertar del nuevo milenio.

Deben abordarse aportaciones sobre la temática principal, es decir el deterioro progresivo de las condiciones sociolaborales de masas crecientes de la población mundial, desde los años setentas, en contraste con la situación en igual sentido durante cerca de las tres primeras décadas de posguerra. Resulta conveniente análisis del ethos particular característico del capitalismo, concebido en su propia génesis histórica, y reacondicionado con el desarrollo de la etapa “industrialista” de ese sistema, que dio pábulo a la potenciación de su móvil económico-cultural, sesgado por el énfasis en el productivismo, que soslayó los factores sociales que también integran una corriente civilizatoria, estimada en cuanto tal por muchos apologistas de aquél.

Asimismo resulta apropiado revisar los orígenes fundacionales de las relaciones socioproductivas contemporáneas, a través del taylorismo y del esquema organizacional fordista, modelos que marcaron a fuego el perfil de las actividades laborales, y sus connotaciones múltiples, en el curso del siglo pasado. Ello implica hacer hincapié en la articulación del accionar estatal con el funcionamiento propio del mercado, en cuanto a su incidencia sobre el desenvolvimiento del ámbito ocupacional, junto a la consolidación gradual de una estructura sociolaboral determinada, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. El Estado del Bienestar, en ese sentido, significó una resolución parcial “corporatista” del conflicto entre los intereses del capital y de la fuerza de trabajo.

También es relevante el tratamiento de la transformación técnica del paradigma productivo, a partir de los años setentas, sus implicaciones socio-ocupacionales, y además los efectos de la emergencia, y ulterior expansión, de las políticas neoliberales, junto a su correlato expresado en la liberalización de las finanzas y la producción, frente a las anteriores barreras interpuestas por las soberanías nacionales. Ello fue posible sobre la base de un giro sustancial en los roles estatales y generó un nuevo tipo de vulnerabilidad en la situación laboral de la mayor parte de la población económicamente activa a escala mundial, precarizando agudamente la calidad de vida de los grupos familiares de los trabajadores.

Vinculado con el proceso antedicho, cabe estimar la inequidad inherente a la división de trabajo inherente al régimen de acumulación prevaleciente en las estructuras productivas actuales: aquélla determina la omnipresencia de una realidad social caracterizada por desigualdades multiformes, expresadas en los planos económico, político, educativo, etcétera. Finalmente, deviene subrayable el despliegue de “lógicas de subsistencia” de numerosos sectores sociales, marginados del núcleo estrecho demarcado por las áreas privilegiadas de la nueva economía, los cuales se ven coaccionados a obtener recursos mínimos para sobrevivir, muchas veces a través de operatorias informales o procedimientos “extramercantiles”.

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