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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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HISTORIA Y SOCIOLOGÍA - Juan Labiaguerre

En las dos últimas décadas del milenio surgió una nueva interpretación historiográfica, la cual asumió una perspectiva orientada a la revisión de las conexiones entre el nacimiento y desarrollo de los Estados nacionales con una serie de circunstancias regionales y localizadas, resultantes del despliegue de un tipo específico de “racionalización autónoma”, vigente en el periodo decimonónico.

            La autora citada reconoció el retorno de los estudios sociológicos a las fuentes conceptuales inspiradas en la teoría clásica weberiana, en cuanto procedimiento científico idóneo, referido al área de las ciencias sociales en su conjunto. Ello derivó en la adopción, por parte de un sector de investigadores, de un camino metodológico considerado adecuado en términos de un análisis que tuviese en cuenta la eventual compatibilidad entre el progresivo individualismo moderno y los fenómenos colectivos comprendidos por el enfoque disciplinar propio de la sociología [1].

            En torno a la interpretación histórica y sociopolítica de la Revolución Francesa, Skocpol entiende que “sólo un tema legitimador recorrió todas sus fases: una identificación de las funciones ejecutivas con la implementación de la voluntad de la Nación o del pueblo” [2]. Al margen de las aportaciones explicativas brindadas por el materialismo histórico marxista respecto a todo proceso revolucionario, de la apreciación antedicha de la autora de marras se puede inferir que los eventos radicalmente transformadores no resultan asimilables exclusivamente al desplazamiento político de determinadas elites del poder, sino que los mismos conllevan movimientos notables al interior de la sociedad civil.

            La perspectiva señalada implica aceptar la necesidad de analizar la creatividad, el protagonismo, los alineamientos y estallidos coyunturales, que afectan la institucionalidad integral configurada por el sistema vigente de relaciones sociales, problemática que tiende a resolverse teóricamente -en un sentido gramsciano- apelando a la contraposición entre los campos hegemónico y antihegemónico. Debido a la trascendencia adquirida por la participación de diversos colectivos en los cambios profundos de todo orden, incluso en la esfera de las instituciones formales relevantes, operados históricamente en las sociedades, puede evaluarse que “las revoluciones devienen igualmente fuente de legitimidad” [3]. Al respecto, Skocpol enfatizó la cuestión del rechazo de una legitimidad determinada, y los mecanismos que conforman la creación de otra alternativa y sucesora de la anterior.     

            Tilly, por su lado, observó -hacia fines del siglo XX- que “en el futuro, como en el pasado, los mismos tipos de mecanismos causales seguirán generando formas y grados de desigualdad [...] La elaboración de libretos y la acumulación de conocimiento local continuarán caracterizando la interacción social, igual o desigual. Los cambios en la organización categorial de la explotación, el acaparamiento de oportunidades, la emulación y la adaptación [proseguirán] produciendo grandes diferencias de bienestar, poder y privilegios” [4].

            Este sociólogo analizó los motivos y modos de movilización de diversos grupos políticos en la búsqueda de mutaciones revolucionarias de la sociedad. Las expresiones de disconformidad o rebelión eventualmente se desarrollan a partir de un mosaico de expectativas progresivas en aumento. Por ende, la comprensión acerca de la reconversión de los actos de mera protesta en fenómeno revolucionario requiere apreciar la forma de organizacional colectiva de los grupos contestatarios, a efectos de poder llevar a cabo emprendimientos efectivos políticamente.

            El autor señalado focaliza la temática de la protesta, conceptualizando la cuestión de los cambios sociohistóricos acaecidos en torno a ella, al estudiar los eventos revolucionarios dentro de un marco interpretativo más amplio que abarca modalidades variadas de reclamos y revueltas sociales [5]. En ese sentido, identifica cuatro elementos básicos diferenciados de las acciones colectivas encaminadas a desafiar o tratar de derrocar un orden social existente, a saber [6]:

a- “la organización del grupo o grupos implicados (los movimientos de protesta se organizan de muchas maneras, oscilando desde la formación espontánea de multitudes a los grupos revolucionarios rígidamente disciplinados)”; b- el fenómeno de la movilización refiere a los modos a través de los cuales un grupo consigue el control sobre los recursos suficientes para hacer posible la acción colectiva (provisión de de bienes, sustento político, armas); c- el interés común de aquellos actores involucrados en el movimiento, quienes evalúan las eventuales ganancias y pérdidas probables resultantes de sus tácticas o estrategias políticas alternativas (cierto tipo de dicho interés compartido “subyace siempre a la movilización para la acción colectiva”); d- el factor referido a la oportunidad adecuadamente propicia a los efectos de concretar la revolución, pues es posible que sucedan acontecimientos azarosos funcionales a las metas propuestas (“episodios incidentales”).

En el contexto teórico señalado, acción colectiva significa la existencia de “personas que actúan conjuntamente para conseguir los intereses que comparten [...] Puede haber varios niveles de activismo en quienes participan de ese comportamiento”. El movimiento conjunto eficaz, es decir aquel que logra consumar el proceso revolucionario, se desplaza generalmente a través de las sucesivas etapas indicadas.

El autor indica que “los movimientos sociales crean o activan categorías pareadas y desiguales, con una peculiaridad importante: hacen deliberado hincapié en el tratamiento injusto de personas ubicadas en el lado más débil de una línea categorial, y/o en el comportamiento impropio de quienes están en el lado más fuerte. El nosotros al que hacen referencia los activistas de [aquellos] movimientos [...] comprende toda una categoría (compuesta y heterogénea) de personas u organizaciones injustamente tratadas. El ellos son los otros [...], cuya acción o inacción causa aparentemente la condición denunciada”. Dicho accionar colectivo suele desafiar la explotación, el acaparamiento de oportunidades, la emulación y la adaptación que se producen en el otro lado de la línea categorial, amenazando con la puesta en práctica de drásticas movilizaciones masivas de sus seguidores [7].

De acuerdo a la perspectiva asumida por Tilly, “los movimientos sociales tienden a desarrollarse como medio de movilización de los recursos [grupales], bien cuando las personas carecen de instrumentos institucionales para conseguir que sus voces [sean escuchadas], o cuando sus necesidades son reprimidas directamente por las autoridades estatales” [8]. Por otra parte, la decisión respecto a si los integrantes del grupo movilizado actuarán pacífica o violentamente, en aras de acceder a sus objetivos concretos, se encuentra sujeta a la medida en que el movimiento colectivo resulte, o no, capaz de garantizar una representación efectiva de sus demandas, al interior del ordenamiento político-institucional vigente. Cualquier especie de accionar rebelde conlleva, de alguna forma, la colisión -más o menos frontal- con el sistema de dominación estatal establecido, más allá del grado específico de legitimidad que el mismo detentase. A pesar de ello, únicamente si esa actitud confrontativa recibe el apoyo de grupos sistemáticamente organizados, deviene factible su eficacia ante los patrones del poder imperante.

Asimismo, las modalidades características de los emprendimientos de índole contestataria, como de las acciones colectivas en términos generales, difieren según las variadas coyunturas histórico-culturales. Además, “quienes forman los movimientos de protesta pueden también tener en consideración ejemplos extraídos de alguna otra parte, modificando sus propias prácticas” [9].

Tilly estima que -habitualmente- el accionar colectivo que utiliza el recurso a la violencia evoluciona partiendo de comportamientos no violentos, por sí mismos, en sus orígenes. La irrupción de la violencia sistemática responde no tanto a la naturaleza de la actividad propiamente dicha, sino a la emergencia de factores circunstanciales diversos, especialmente la reacción -con frecuencia de carácter represor- de la autoridad política competente en respuesta a las actitudes de rebeldía. Según el sociólogo estadounidense mencionado, “en la experiencia europea moderna son las mismas fuerzas represivas las iniciadoras y ejecutantes más coherentes de la violencia colectiva” [10].

Por otro lado, los movimientos revolucionarios constituirían un tipo de acción colectiva que aparece en situaciones evaluadas en términos de soberanía múltiple, esto es, en presencia de “condiciones en las cuales un gobierno carece por alguna razón de un control pleno sobre los territorios que administra” [11]. Esa instancia coyuntural eventualmente surge en tanto circunstancia derivada de una guerra externa, conflictos políticos internos, o ambos a la vez. El hecho de que se obtenga en triunfo de la revolución se halla supeditado al alcance del mantenimiento del control por parte del gobierno respecto a la actitud latente de las fuerzas armadas, la existencia de antagonismos o tensiones dentro del propio sistema gubernamental, y el nivel de organización de los movimientos de protesta que tratan de tomar el poder.

La concepción de Tilly, desde la revisión crítica aportada por Giddens, “representa uno de los intentos más complejos de analizar la violencia colectiva y las luchas revolucionarias”. Su enfoque teorético permitiría una aplicación amplia y su empleo es sensible a las variaciones espacio-temporales de corte histórico. La problemática sobre los caracteres organizativos fundamentales de los movimientos sociales, la especie y volumen de recursos disponibles a usar por dichos movimientos organizados, junto a la interconexión de los diversos grupos que enfrentan al statu-quo, constituyen en bloque facetas destacables, que coadyuvan a la explicación comprensiva de los intentos colectivos de concretar cambios radicales, al margen de su consecución fáctica.

Sin embargo, se observa la carencia explicativa acerca de las coyunturas peculiares conducentes a la precitada circunstancia puntual y concreta denominada “soberanía múltiple”, momento de inflexión imprescindible de cara a consumar el acto revolucionario, teniendo en cuenta que Tilly adscribiría -sin una fundamentación empírico-conceptual apropiada- a la idea referente a que el seguimiento deliberado y consciente de intereses guía los movimientos revolucionarios. Este abordaje teórico es cuestionado por Giddens, sustentado en el enfoque ya descrito de Skocpol [12].

Toda revolución social es producto de una acción colectiva, aunque ésta se encuentra -de acuerdo a Tilly- en muchas otras circunstancias además de las del cambio revolucionario, y puede suceder dondequiera que haya la oportunidad de grandes números de personas reuniéndose conjuntamente [13]. El accionar de masas y los motines manifiestan, en un sentido prototípico, “las frustraciones de las personas que no pueden conseguir acceso a los canales ortodoxos para expresar sus agravios o presionar en favor de reformas que creen necesarias”. Cualquier especie de sistema de gobierno teme las acciones multitudinarias, debido a la amenaza directa planteada por ellas, así como también en la medida en que las mismas promueven una forma pública y tangible al sentimiento de las injusticias sociales. Además, “la acción de masa en el ámbito de las revoluciones ayuda a alumbrar cambios sociales trascendentes”: hasta los amotinamientos, que a priori resultan valorados negativamente al provocar una destrucción desenfrenada y/o la pérdida de vidas humanas, en ciertas ocasiones incentivan reformas o transformaciones, generando cuanto menos determinadas soluciones parciales a los reclamos esgrimidos por tales movimientos colectivos [14].

Las concepciones referidas a las revoluciones suelen yuxtaponerse con las teorías generales acerca de los movimientos sociales: verbigracia, la atención primordial que le concede Tilly al tema de la movilización de recursos procura su aplicabilidad extendida, siendo usado en distintos análisis respecto a los movimientos [15].    

En los albores del siglo XVI existían alrededor de medio millar de Estados en el continente europeo, mientras que cuatro centurias después esa cantidad se redujo sesenta veces, esto es aproximadamente a veinticinco [16]. Tal proceso respondió a la emergencia de “territorialidades o identidades colectivas estato-nacionales, como producto de la descomposición de los imperios” [17]. Las tendencias nacionalistas promovieron la convergencia de la herencia cultural con la forma organizacional representada por el ámbito estatal. El Estado nacional democrático, emergente de la Revolución Francesa, configuraría el modelo a través de cuyo ejemplo se ha orientado a posteriori numerosos movimientos políticos enrolados en la línea ideológica del nacionalismo “demoliberal”. Puede decirse que los Estados-nación devienen organizaciones dominantes al tiempo que el sistema capitalista de mercado se expande, y a la vez que partes del mundo son integradas en este sistema [18]

De acuerdo al autor de marras, el mundo moderno ha sido conformado a través de la intersección del capitalismo industrial y del sistema del Estado-nación, según estrategias que varían en función de la intensidad de la “coerción” (en zonas de pocas ciudades y predominio agrícola, donde la coerción directa desempeñaba un papel importante en la producción) y en función de la intensidad del “capital” (en zonas de múltiples ciudades y de predominio comercial, donde prevalecían los mercados, el intercambio y una producción orientada al mercado) [19].     

Esta visión remite a la emergencia de un conflicto expresado en la asimetría de la relación establecida entre los “sistemas” y las “comunidades simbólicas”, representado emblemáticamente a través del surgimiento y expansión de la Revolución Industrial, proceso que habría impulsado “las lógicas de acción colectiva enfrentadas del capital y del trabajo”. El intento de resguardar esta segunda lógica se operó mediante la pretensión de mantener, durante la fase capitalista liberal incipiente, el espacio sociolaboral propio de un trabajador aún no salarizado, encuadrado en los grandes gremios artesanales [20].

 La movilización, siguiendo la perspectiva de Tilly, consiste en el proceso por el que “un grupo adquiere el control colectivo de los recursos necesarios para la acción” conjunta encaminada al logro de objetivos compartidos. La acción colectiva, entonces, se encuentra orientada a la consecución de una serie de demandas planteadas a partir de la existencia de intereses grupales comunes, y es resultante de la combinación de organización, movilización, oportunidades, conductividad, tensión, poder e identidad. En el análisis de la cuestión referida destaca la percepción acerca de la borrosidad de los “límites”, dado que “la gente varía constantemente en su implicación en la acción, desde el envolvimiento intenso hasta la actitud pasiva del free rider; los intereses varían asimismo, de ser individuales a colectivos” [21].

Mediante un estudio sociohistórico profundo el enfoque del sociólogo citado comprende, de manera pormenorizada, el modo por el cual la evolución de los Estados-nación, en forma paralela al desarrollo del régimen capitalista de producción y acumulación, potencian la utilización -en el ámbito del accionar colectivo- de cálculos estratégicos-instrumentales, fundados tanto en el propio factor del “capital”, como así también en torno a la ejecución de prácticas de carácter coercitivo [22].

Tilly observa que el llamado proceso de modernización, concebido en términos de cambio estructural a gran escala, modificó en gran medida los parámetros preexistentes alusivos a la acción colectiva. En tal sentido, “las grandes transformaciones barren las configuraciones tradicionales del orden social”. Sin embargo, no quedaría claro en qué dimensiones dichas discontinuidades -características del advenimiento de la modernidad- generan habitualmente un devenir anómico y, a su vez, si la situación de anomia provoca, con cierta regularidad, un estadio de “desorden individual y colectivo” [23].

El autor procura demostrar la modalidad por vía de la cual fenómenos como las transformaciones económicas, la urbanización o la construcción del Estado producen un cambio de “largo alcance” en el carácter y en el personal de la acción colectiva. Estos procesos, junto al progreso técnico de los medios de comunicación masiva, promueven la “emergencia de nuevos tipos de movilizaciones y organizaciones, mientras se socavan otros. El cambio se produce debido a que las grandes estructuras -mercado, Estado, corporaciones comerciales- ganan el control sobre los recursos que anteriormente habían sido [patrimonio de] las haciendas domésticas, comunidades y otros grupos pequeños”. La situación de conflictividad social latente cristalizaría entonces bajo la forma de luchas proactivas-ofensivas en pos de la inclusión dentro de las estructuras de la sociedad que dominan los recursos en el plano nacional [24].

Por otra parte, la expansión gradual de la política electoral de masas habría propiciado una instancia adecuada a los efectos de la proliferación de asociaciones voluntarias y de movilizaciones de largo alcance [25]. En consecuencia, devino un desplazamiento de las “solidaridades comunales” en favor de aquellas asociaciones, teniendo en cuenta que de formas de acción colectiva de rutina asamblearia que se desplegaban en los mercados locales, en festivales o en encuentros oficiales reconocidos, se pasa a reuniones convocadas por grupos totalmente organizados. Al respecto, Tilly considera que “los pánicos colectivos, las rebeliones contra los impuestos y las llamadas de las autoridades paternalistas típicas del repertorio de acción del siglo XVIII”, resultan reemplazados por las manifestaciones y los movimientos huelguísticos, es decir acciones características del repertorio de acción del siglo XIX [26].

El denominado repertorio de acción dieciochesco supone la implicación de “pretensiones competitivas y reactivas”, al abarcar la actuación de colectivos -de raigambre comunal- que experimentaban una amenaza debida a la presión de los creadores del Estado para obtener el control sobre la población en general y sus recursos. Asimismo, dicho repertorio comprendería “la resistencia al crecimiento del mercado nacional y la insistencia [respecto a] la prioridad de las necesidades y tradiciones” arraigadas en la impronta de las esferas territorialmente localizadas [27]. De acuerdo al proceso precitado, un grupo determinado puede reaccionar frente a las pretensiones de otro, enfrentado en cuanto al control de ciertos recursos.

En los casos previamente señalados, la acción colectiva es llevada  cabo por medio de la actividad de comunidades solidarias preexistentes. Además, el accionar colectivo de carácter proactivo ratifica, fácticamente, la vigencia de pretensiones anidadas en algunos grupos, en lo concerniente a la eventual conquista del poder político, que conllevan el intento de acceder a privilegios (o recursos) inexistentes en instancias precedentes. Por ende, se procura controlar más que resistir aquellos factores correspondientes a las nuevas estructuras nacionales, comportando la gestación de complejos organizacionales portadores de objetivos específicos, los cuales ocupan el lugar paulatinamente dejado por las agrupaciones comunales [28].

Las modalidades alternativas de movilización, referidas a ambos repertorios mencionados respecto a las formas de acción, resultan -de manera respectiva- de carácter defensivo y ofensivo. Según esta concepción, “las luchas reactivas engloban movilizaciones defensivas que hacen frente a una amenaza exterior”; en cambio, las acciones movilizadoras de corte ofensivo apuntan a la provisión adecuada de recursos, a fin de conseguir una porción superior de poder y capacidad de influencia en el marco de la sociedad nacional.

El sociólogo norteamericano hace hincapié en el modo a través del cual determinados intereses grupales afloran durante el curso del proceso de movilización social, más allá de la problemática referida a la configuración de las identidades colectivas, al componente ideológico y a los diferentes tipos vigentes de solidaridad societaria [29].               

 


[1] Skocpol, T.: “Social Policy in the United States”; New Jersey, Princeton University Press, 1995

[2] Skocpol, T.: “States and Social Revolutions”; Cambridge University Press, 1979, pág. 200

[3] Gil Calvo, Enrique: “Sociología, autoridad y metacomunicación”, 1997 (en mimeo)

[4] Tilly, Ch.: “La desigualdad...”, ob. cit., pág.253

[5] Tilly, Ch.: “From Mobilization to Revolution”; Massachusets, Addison-Wesley, 1978

[6] Giddens, A., “Sociología”, ob. cit., págs. 666-667

[7] Tilly, Ch.: “La desigualdad...”, ob. cit., pág.222

[8] Ídem

[9] Ídem

[10] Tilly, Ch.: “From…”, ob. cit. -párrafo extraído de Giddens, A., “Sociología”, ob. cit.

[11] Giddens, A., “Sociología”, ob. cit.

[12] Ídem, págs. 667-668

[13] Ídem, pág, 675

[14] Ídem, pág, 678

[15] Ídem, pág, 680

[16] Tilly, Charles: “Reflections on the history of European State making”; en Tilly, Ch. (ed.), The formation of National-states in Europe; New Jersey, Princeton University Press, 1975 -el párrafo textual corresponde a Giddens, A., “Sociología” ob. cit., pág. 389-

[17] Tilly, Ch.: “Coerción, capital y los Estados europeos (990/1990)”; Madrid, 1992

[18] Tilly, Ch.: “Western State Macking and Theories of Political Transformations”; en Tilly, Ch., The formation…, ob.cit. 

[19] Ídem

[20] Tilly, Ch.: “From…”, ob. cit.

[21] Ídem

[22] Tilly, Ch.: “Coerción…”, ob. cit.

[23] Tilly, Ch.: “The Rebelious Century: 1830-1930”; Cambridge, 1975 -tomado de Beriain, J., ob. cit., pág. 173-

[24] Ídem

[25] Tilly, Ch.: “From…”, ob. cit.

[26] Ídem

[27] Beriain, J., ob. cit., págs. 173-174

[28] Ídem

[29] Tilly, Ch.: “Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes”; Madrid, Alianza, 1991. Este párrafo, relacionado a la obra referida, ha sido tomado de Beriain, J., ob. cit.; iguamente, este último autor alude en el mismo al contenido de otro par de textos, Tilly, Ch. (ed.): The Formation of National States in Western Europe [New Jersey, Princeton, 1975] y Tilly, Ch.: The Contentions French [Cambridge, 1986] 

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