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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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MARGINALIDAD/EXCLUSIÓN LABORAL Y DESOCIALIZACIÓN – Juan Labiaguerre

Los sectores económicos -“formales” o no- ubicados en áreas extramonopólicas, de acuerdo al esquema sectorial elaborado por Offe, citado en el capítulo anterior, que comprenden a la mayoría de la población, y por lo tanto de los hogares, se encuentra actualmente en una situación de vulnerabilidad social en aumento -o marcha hacia ella-, que  conlleva un deterioro radical del conjunto de aspectos que hacen a la vida cotidiana, tales como trabajo, salud, educación, esparcimiento; en consecuencia, las condiciones laborales generadas por el régimen de acumulación vigente desestabilizan el universalismo de la cobertura aseguradora, extendiendo la inseguridad social a fragmentos ampliados de trabajadores; las transformaciones experimentadas por la condición salarial determinan que alrededor de su estatuto gire la problemática esencial de la protección social, en la medida en que la crisis del asalariado coadyuva a una creciente fragilidad de las protecciones sociales [Castel].           

Dentro del mencionado nuevo ordenamiento sociolaboral, se produce la reaparición de modalidades de “subproletarización, miseria fisiológica, vagabundeo y bandidaje” que remiten anacrónicamente al proceso de pauperización que siguió en forma cuasi inmediata al desarrollo de la primera revolución industrial; en el presente renovado contexto del ámbito ocupacional, la evolución de las actividades productivas valorizadoras del capital redundó, según Gorz, en un deterioro del “trabajo de subsistencia que no lo valoriza”, mecanismo que engrosó la fila de pobladores rurales de sociedades periféricas que atiborraron las villas de emergencia de las grandes concentraciones urbanas en naciones subdesarrolladas, algunas de ellas consideradas como “economías emergentes”, caracterizadas por una redistribución del ingreso crecientemente inequitativa.

Por otro lado, una inmensa masa de capitales internacionalizados obtiene “tasas de beneficio sin precedentes en la historia”, a través de la producción de “volúmenes crecientes de riquezas consumiendo cada vez menos trabajo, distribuyendo cada vez menos salarios y pagando cada vez menos impuestos, dejando de financiar los costos sociales y ambientales engendrados por la producción”. Además, se manifiesta una tendencia creciente del nuevo patrón de acumulación a sustituir “los sistemas de protección social por seguros y cajas de jubilación (por el sistema de capitalización) privados, [hecho que] se inscribe en la lógica de reemplazar la redistribución fiscal por el seguro privado, sustituir la administración [pública] de la protección social por parte del poder político por una administración privada por parte del poder financiero” [Gorz].

Los segmentos desprotegidos de la población, en términos de carencia de coberturas sociolaborales, pueden considerarse comprendidos bajo la acepción de marginales o bien teniendo en cuenta su cualidad de informales-precarios; más allá de estas categorizaciones teóricas diferenciadas, que corresponden no obstante a divergencias conceptuales relevantes, ambas posturas comparten la evaluación respecto de la función inesencial de los mencionados segmentos, marginados o en situación precario-informal, en términos del núcleo central -vital- de la economía capitalista contemporánea, excepto en cuanto consumidores de un espectro limitado o restringido de productos.

Por lo tanto, el citado fragmento de la sociedad es potencialmente sustituible (descartable, en términos reales), aun en el corto o mediano plazo: este hecho explica la precarización que lo afecta, en orden a su tipo específico de inserción laboral, la cual se destaca por una creciente fragilidad de sus propias condiciones de reproducción social y -consiguientemente- condiciona el mantenimiento de las expectativas de estos grupos, teniendo en cuenta su grado de capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias referidas.

En este sentido, se pone de manifiesto un proceso gradual de movilidad descendente que parte de la integración y, luego de atravesar zonas de vulnerabilidad y marginalidad, recae en la exclusión social, representando una progresión dinámica dentro de una gama continua entre las diversas posiciones mencionadas, expresadas mediante distintas trayectorias laborales. Sin embargo, cabe acotar que la utilización genérica e indiscriminada del término exclusión implica la mención de un conjunto variado de situaciones desfavorecidas emparentadas por la pertenencia común a cierta posición, originada en las reestructuraciones económicas y sociolaborales actuales, no surgiendo en consecuencia linealmente de una comunidad de rasgos derivados de la descripción empírica [Castel].

En la actual coyuntura marcada por un proceso de transnacionalización económica progresiva, el poder irresistible de los mercados obedece a la “sumisión de los gobiernos al poder financiero, al que le sirve de coartada para retomar por su cuenta la guerra que el capitalismo declaró a la clase obrera, primero, a la sociedad después; en la era postindustrial el capitalismo propulsa zonas económicamente especiales que de antemano hay que defender, no ya contra la inmigración sino contra las migraciones internas, contra los campesinos sin tierra, contra el éxodo rural”. Debe tenerse en cuenta que “la casi totalidad del aumento de la población (potencialmente) activa mundial tendrá lugar en las poblaciones pobres o muy pobres de los países periféricos [y] las inversiones de las [empresas] transnacionales en esos países crean a menudo más desempleados que empleos y no atenúan para nada la extrema pobreza de la masa” [Gorz].

La época transicional atravesada durante las tres últimas décadas por el “mundo del trabajo” se caracteriza por el deterioro profundo de la situación laboral para grandes masas de la población en general: “la crisis, la ruptura del fordismo y de sus compromisos específicos se desarrollan en las condiciones de una relación de fuerzas desastrosa para los asalariados y sus representantes, [hecho que] constituye una incitación muy débil para que las empresas se comprometan en procesos innovadores; es tanto más simple endurecer lo que ya dominamos” [Coriat]. No obstante ello, “la plenitud de los derechos económicos, sociales y políticos sigue asociada sólo con los empleos, cada vez más raros, ocupados de manera regular y a tiempo completo”, persistiendo la sensación -justificada- del “riesgo de perder, con el empleo estable, todo ingreso, toda posibilidad de actividad, todo contacto con los otros; el empleo [vale] en sí, no principalmente por las satisfacciones que el trabajo procura, sino por los derechos y poderes asociados con la forma empleo del trabajo”; en este sentido, el derecho al trabajo “está reivindicado sobre todo como un derecho político de acceder a la ciudadanía social y económica” [Gorz].

La crisis generalizada del modelo de acumulación, iniciada hace alrededor de tres décadas, recrudeció el estado de vulnerabilidad laboral como consecuencia de la reestructuración del aparato productivo y la consiguiente exclusión de amplias masas de trabajadores del mercado laboral; esta situación, disparada en los países desarrollados, se proyectó exponencialmente hacia las sociedades periféricas, generando un marco ampliado de desprotección social, en virtud de la multiplicación de efectos provenientes de una desocupación creciente, sin amparo asistencial, y de un proceso de pauperización acentuado por la misma. En definitiva, se desarticularon las regulaciones estatales características del capitalismo de organización, las que propiciaban formas definidas de respuesta ante la transformación de la estructura socioestratificacional mediante referentes alternativos de poder, afectando el principio mismo de organización de la sociedad, que en última instancia se apoyaba anteriormente en la "institucionalización de un mercado de trabajo no organizado", al decir de Castel.

Por otro lado, se manifiesta cada vez más claramente una desagregación de las políticas públicas dirigidas a la creación de empleos, las cuales resultan focalizadas respecto de ciertos grupos sociales, es decir favorecen la situación ocupacional de algunos segmentos restringidos de fuerza de trabajo pero desatendiendo la búsqueda de objetivos globales que apunten al ámbito de las recalificaciones laborales y a una consecuente promoción de la movilidad social. La citada distribución crecientemente desigual de los riesgos inherentes al funcionamiento libre del mercado de trabajo resulta asimismo intensamente estructurada, obedeciendo el criterio de reparto a ciertas propiedades adscriptivas en el contexto de una política estatal que instrumenta un conjunto de medidas, tendientes al fomento de empleos estables y protegidos, apuntando sólo a segmentos minoritarios y específicos de la fuerza laboral.

Más allá de su indudable relevancia, el factor pobreza no constituye una dimensión excluyente a la hora del análisis minucioso o pormenorizado del proceso de fragmentación social, aunque pueden diferenciarse cualitativamente distintos tipos de situaciones marcadas por carencias económicas, tales como la pobreza integrada del trabajador ocupado, la indigencia integrada cuando una  población es asistida sobre la base de su inserción comunitaria y la indigencia desafiliada, condición que simultáneamente implica la marginación del mercado laboral y la exclusión de las redes comunitarias. Históricamente, a través de la emergencia del pauperismo, sostiene Castel, se reveló el peligro de una desafiliación de masas inserta en el núcleo medular del proceso de generación de riquezas, en la medida en que la voluntad de construir un aparato productivo competitivo determina -paradójicamente- la cuasi exclusión de quienes se encuentran en el centro mismo de la dinámica impuesta por la propia modernización; frente a esta realidad, deben analizarse las relaciones establecidas entre las reconversiones experimentadas por las modalidades del trabajo y el fenómeno de desocialización de masas, dado que el pauperismo "es un drama que ilustra este efecto boomerang por el cual lo que parece estar en los márgenes de una sociedad destruye su equilibrio de conjunto" [Castel].

Debe añadirse que el factor actitudinal de compromiso esencial, inherente a las actividades laborales desarrolladas dentro de un marco ético definido, se debilita adicionalmente debido a que la etificación del trabajo sólo tiene vigencia cuando se presentan condiciones conducentes, en última instancia, a que "los trabajadores se confirmen, preserven y encuentren reconocimiento en su trabajo como personas" actuantes moralmente con el rol de titulares de deberes. Al respecto, los mecanismos de racionalización técnico-organizacional, herederos temporalmente lejanos de los principios taylorianos, tienden a concentrar su estrategia en la supresión del componente humano del mecanismo de la producción industrial inmediata, en la medida en que el mismo conlleva un condicionante potencial de inseguridad y perturbación; debido a ello, desde la perspectiva de los intereses empresariales, resulta coherente la lógica inmanente representada por la emancipación del proceso objetivo de producción respecto de "la circunstancia de sí y en qué medida se cumplen normas como las del trabajo responsable y otras virtudes laborales". Cuando “las premisas y los márgenes de autonomía estructurales relativos a las orientaciones morales pueden eliminarse por vía de racionalización, se hace también inconsistente desde el punto de vista sociológico considerar como probable esperar y fomentar la persistencia de tales virtudes del trabajo” [Offe].  

Dentro de este contexto el empleo, “convertido en algo precario, flexible, intermitente, con duración, horarios y salarios variables, deja de integrar en un colectivo, deja de estructurar el tiempo cotidiano, semanal, anual y las edades de la vida, deja de ser el zócalo sobre el cual cada uno puede construir su propio proyecto de vida; la sociedad del trabajo -en la cual todos podían tener un lugar, un futuro balizado, una utilidad- está muerta” [Gorz].

Resulta conveniente, a efectos de despejar el marco teórico-conceptual relativo a la problemática en cuestión, precisar las situaciones de desafiliación, de acuerdo al significado asignado por Castel a dicho término, en cuanto sinónimo de disociación, descalificación o invalidación social, analizando empíricamente trayectorias laborales que remitan a dinámicas más amplias y haciendo hincapié en aquellos puntos de inflexión generados por ciertos estados límite; actualmente puede conjeturarse que la zona de vulnerabilidad, abierta y en expansión, "alimenta las turbulencias que debilitan las situaciones logradas y deshacen las estabilidades aseguradas". Las personas comprendidas bajo estas condiciones conforman un fragmento social inhibido en cuanto a la evolución plena de su potencialidad laboral, condición impuesta por la vigencia del actual esquema de acumulación, y distribuyen su tiempo entre la realización de ciertas actividades mercantiles y tareas de producción dirigidas a su propia subsistencia, prevaleciendo en estos casos, con frecuencia, ocupaciones desmercantilizadas, alejadas de la generación de bienes y servicios que remiten directamente a un intercambio monetario.

Asimismo, sobre la base del fenómeno extendido de desprofesionalización del trabajo, el sustento de la valoración subjetiva de la misma especialización laboral se erosiona, generando una especie de desentendimiento interno consistente en que "muchas personas, también -y justamente por ello- aquellas que trabajan duro, se han desacoplado de su experiencia de trabajo en su estilo de vida, en la imagen que tienen de sí mismos, sin que se constituya una nueva forma de identidad al margen del trabajo" [Volz].

A esta altura debe remarcarse que la compleja problemática referida al trabajo resulta insoslayable en términos de un análisis global de las políticas sociales, fundamentalmente si se tiene en cuenta que, en forma correlativa a un desarrollo inédito de las fuerzas productivas -en condiciones potenciales de solventar la sobrevivencia cotidiana de la sociedad-, los puestos generados por el mercado de trabajo se restringen de manera progresiva, incrementándose consecuentemente la presencia de modalidades diversificadas de pobreza. Cabe agregar que en la actualidad se acentuaron problemas ya vigentes durante la década de los ochenta, tales como la desocupación, la regresión distributiva de los ingresos y la marginación de fragmentos sociales excluidos de la cobertura suministrada por las prestaciones público-estatales, factores acumulativos que explican el motivo por el cual ciertas exteriorizaciones que definen la condición de pobreza persisten a través de dimensiones elevadas y crecientes.

En los finales del siglo XX las consecuencias concretas de la aplicación del modelo económico neoliberal se verifican mediante la constatación de la magnitud alcanzada por aquellos sectores de la población con necesidades básicas insatisfechas y la existencia de grupos sociales que permanecen en el límite cuasi existencial, con ingresos inferiores a las líneas de pobreza e indigencia; con relación a la conceptualización y los indicadores correspondientes a este último fenómeno, los mismos remiten a un estado de agravamiento de las carencias inherentes a dicho límite; asimismo, los criterios de índole política encaminados al plano asistencial adoptados en el marco del ajuste estructural resultan aun más restrictivos, situación manifestada plenamente en vista de las medidas focalizadas aplicadas sólo en los citados casos extremos. Debe subrayarse que las citadas políticas estatales expresan claramente una concepción de neto corte asistencialista, en la medida en que su eventual eficacia se limita al objetivo de garantizar los controles sociales, pero develando su impotencia en términos del monitoreo de la reproducción de la pobreza, tanto en lo que se refiere al aumento poblacional de los segmentos comprendidos bajo dicha condición como así también a la agudización de las condiciones en que evoluciona la misma.

Las actividades políticas y económicas contemporáneas se caracterizan con progresiva frecuencia por la presencia de relaciones sociales indirectas en la medida en que “mercados a gran escala, organizaciones y tecnología de la información” tiñen el contenido mundializado de las interacciones colectivas; en este contexto general, las relaciones directas persisten aunque en estado compartimentado, reflejadas en ciertas “regiones de creciente anonimato”. Las sociedades modernas avanzadas evolucionan dentro de un marco de diferenciación funcional que opera sobre la base de configuraciones de “interacción social indirecta”, en las que prevalecen la fragmentación y la indiferencia; no obstante ello, subsisten formas compensatorias que propenden a la articulación segmentaria de la interacción social, bajo la figura de reclamos (territoriales y/o simbólicos) que apuntan a la “construcción o recuperación de la identidad”.

Durante la primera mitad de los años ochentas, junto al proceso ya en marcha de desmantelamiento del Estado de Bienestar, con distinta intensidad de acuerdo a la particularidad de los diferentes países, pudo apreciarse más nítidamente el mecanismo inherente a la diferenciación interna de la fuerza de trabajo, en la medida en que las ocupaciones laborales contractualizadas, y la cualidad distintiva del asalariamiento estable y protegido asentada en ellas, pierden su habitualidad dado el volumen creciente de trabajadores marginados del mercado, resultando aquella cualidad incapaz de fundamentar la identidad ínsita en la labor productiva remunerada, la que en el pasado remitía a un cuadro social integrado por intereses, necesidades y conciencia compartidos [Beriain], respectivamente representados por la regulación del mismo en términos del logro de la integración social del trabajador, lo cual remite al deber, o en su defecto,  por su instalación en el orden de la integración sistémica en cuanto imperativo. Respecto al grado de vínculo motivacional de la fuerza de trabajo con una actividad laboral específica, "la moderna forma fenomenológica de esfera especial diferenciada de acción social" adquirida por el trabajo, en cuanto tal, deviene actualmente en la necesidad de considerar ámbitos exógenos al mercado propiamente dicho que remiten al área de la economía doméstica, al plano meramente consuntivo y al accionar de instituciones públicas u organismos políticos.

En determinadas áreas extraterritoriales en referencia al núcleo mercantilizado de las relaciones de trabajo asalariadas, inherentes éstas últimas a la vigencia de condiciones capitalistas “puras”, suelen emerger de manera subsidiaria mecanismos  sustentados en estrategias de sobrevivencia llevadas a cabo por amplios grupos sociales; las mismas se cristalizan en formas de obtención de ingresos –laborales o no- logrados frecuentemente en virtud de redes sociales de carácter asistencialista, muchas veces anudadas en torno a procedimientos teñidos de clientelismo político. No obstante ello, el desempleo y los diversos rasgos adoptados por el proceso de precarización laboral convergen en una realidad  que acota los márgenes viables que permitan desplegar lógicas estables de subsistencia material, situación proyectada expansivamente hacia ciertas zonas vulnerables, abriendo el camino hacia la exclusión social.

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