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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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BANALIZACIÓN POSTESTRUCTURALISTA DEL TRABAJO HUMANO - Juan Labiaguerre

            Determinados autores, tales como -por ejemplo- Marshall Berman o Jürgen Habermas, son proclives a rechazar la denominación del  presente histórico en términos de postmoderno, a pesar de ciertos consensos sobre algunos rasgos típicos que marcarían los perfiles culturales contemporáneos. Al respecto, conviene destacar las concepciones del intelectual Gilles Lipovetski, quien afirma la vigencia actual de “una nueva fase en la historia del individualismo occidental y que constituye una verdadera revolución a nivel de las identidades sociales, a nivel ideológico y a nivel cotidiano. Esta revolución se caracteriza por un consumo masificado tanto de objetos como de imágenes, una cultura hedonista que apunta a un confort generalizado, personalizado, la presencia de valores permisivos y light con relación a las elecciones y modos de vida personales. Estos cambios, novedosos a nivel de la cultura y los valores morales implican una fractura de la sociedad disciplinaria (tan bien analizada por Michel Foucault) y la instauración de una sociedad mas flexible basada en la información y en la estipulación de las necesidades, el sexo y la asunción de los ´factores humanos´, en el culto a lo natural, a la cordialidad y al sentido del humor. “La cotidianeidad tiende a desplegarse con un mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posible, con el mínimo de austeridad y el máximo de goce, con la menor represión y la mayor comprensión posible” [1].

            El objetivo de poder planificar una vida "a la carta" sería la “utopía de los tiempos postmodernos como el mito, tal cual lo señala Lipovetski, no sería Prometeo como en la modernidad, sino Narciso. La sociedad disciplinaria si bien correspondía a un sistema político democrático era de tipo autoritario. Se tendía a sumergir al individuo en reglas uniformes, en eliminar lo máximo posible las elecciones singulares en pos de una ley homogénea y universal, la primacía de una voluntad global o universal que tenía fuerza de imperativo moral que exigía una sumisión y abnegación a ese ideal. En el contraste se ve la diferencia. Lo interesante de pensar es que la Modernidad plasmada como sociedad disciplinar constituyó una subjetividad y una forma de ejercer un control de esta subjetividad. Como lo señala Foucault el control de las mentes y las conciencias permitió el control sobre los cuerpos y las prácticas sociales de los sujetos” [2].

            De acuerdo con lo expuesto, “la posmodernidad no implica una liberación del control social. La posmodernidad no nos libera de una estrategia de control global. La manera de ejercer dicho control varía. Ahora dicho control se ejerce a través de la seducción, de una oferta de consumo, de objetos o de imágenes, consumo de hechos concretos o de simulacros. La cultura posmoderna es en definitiva una pluralidad de subculturas que corresponden a diversos grupos sociales y que adquieren su propia legitimación a existir y a coexistir con otras subculturas con igual o similar reconocimiento social” [3].

            Siguiendo a Lipovetski, "la cultura postmoderna es descentrada y heteróclita, materialista y psi, porno y discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular y creativa; el futuro no tendrá que escoger una de esas tendencias, sino que, por el contrario, desarrollará las lógicas duales, la correspondencia flexible de las antinomias”. Dicho contexto es proclive a la diversificación de posibilidades de elección individual, se anulan los puntos de referencia ya que se destruyen los sentidos únicos y los valores superiores dando un amplio margen a la elección individual. Lo interesante es pensar esta lógica no como la aspiración a un paraíso terrenal sino como una nueva forma de control social. La posibilidad de la constitución de una nueva subjetividad tal vez mas controlable que la subjetividad moderna-revolucionaria. Implican nada más que tecnologías blandas de control [4].

            Dentro del citado escenario hipotéticamente “fundacional”, el denominado de manera errática fin del trabajo, provocaría el supuesto florecimiento de una cultura inédita; esta cuestión central representa el eje de los debates socioeconómicos del presente histórico, percibiéndose en términos de una especie de fantasma del futuro, esto es la caducidad definitiva de la actividad laboral convencional, “tal como lo conocemos desde hace unos 200 años”. Esta problemática sustancial fue tratada por intelectuales como Jeremy Rifkin y Robert Castel ("La cuestión de la metamorfosis social"), con perspectivas divergentes y en varios puntos antagónicas. Existen indicadores históricos que resultan sumamente contundentes a la hora de pensar el fin del trabajo. Estos datos son: que a principio del siglo XIX la agricultura constituía la ocupación fundamental de los hombres. Todas las tareas agrícolas se realizaban "a mano", arar, sembrar, carpir, regar, cosechar etc. A partir de 1850 las condiciones comenzaron a variar: Mc Cormick inventó la segadora, John Deere el arado de acero, mas adelante apareció el tractor. En la actualidad sólo un 3% de la población laboral se dedica a tareas del agro. Estos trabajadores se trasladaron a las industrias que se hallaban en pleno auge. Llegaron a ocupar el 35% de la mano de obra de la clase trabajadora [5].

            El avance tecnológico, junto al desarrollo de la robótica, determinaron que -pese a que la tecnificación industrial incrementara la producción- decayese notablemente la demanda de mano de obra. Quedaba aún el sector de Servicios: desde profesores a abogados, enfermeras y médicos cuidadores varios, funcionarios de gobierno administrativos y guardas de seguridad, este sector permitió salvar a la sociedad del terrible efecto devastador del desempleo. En nuestros días, este sector “también se está tecnificando” mediante la computadora, internet, el procesador de textos, etcétera, lo cual hace que se esté desplazando del mismo a una masa de trabajadores, situación que plantea el interrogante respecto de su destino. Además, se añade la problemática acerca de la actividad humana reemplazante de la “multidimensionalidad de efectos, vinculares, culturales, de la vida cotidiana, barriales y subjetivos que produjo el trabajo hasta ahora” [6].

            La desocupación o el subempleo progresivos, tendencia proclive al aumento del ocio forzado, desnuda el hecho de que “el trabajo es mucho más que un medio de producción económica”. Esta carencia pone de manifiesto su múltiple función de organizar la cotidianeidad, no solamente de los individuos, sino también de los grupos domésticos que los aglutinan, al crear hábitos, costumbres, horarios, constituyendo un “medio de ubicación social de sentido para la vida, generador de subjetividad”. A partir de perspectivas diferenciadas, como aquellas expuestas por Castel y Rifkin, es planteada la “necesidad de repensar la cuestión social”, revisando las eventuales condiciones de un nuevo contrato, que permita reformular la concepción de lo equitativo y de lo justo, y procure generar “formas inéditas de solidaridad”, en el marco de búsqueda de modalidades originales de recomposición del tejido colectivo [7].

            “La política mundial actual de exclusión y disgregación provoca la segregación de los circuitos sociales de producción, de utilidad y de reconocimiento de una gran parte de la población planetaria”, coyuntura que perfila de esa manera un prototipo de sociedad donde sus miembros no están ya vinculados por aquellas relaciones de interdependencia tales como aquellas que proponía -verbigracia- la teoría durkheimiana. Las mismas habrían posibilitado un proyecto de “comunidad” en tanto conjunto de sujetos que se reconocen solidariamente en términos de integrantes de un todo orgánico, debido a la semejanza de sus respectivos caracteres, aunados mediante la división del trabajo en la era industrial. La amenaza implícita en los procesos de marginalidad y exclusión sociolaborales consisten en el apartamiento de segmentos poblacionales con relación a la “ciudadanía plena”. En este sentido, el peligro no solo es encontrarnos en un nuevo tipo de sociedad sino en la descomposición de las condiciones de la democracia misma. Por ende, el desafío crucial planteado remite a la cuestión sobre si resulta factible que el ámbito ocupacional abandone el espacio central de “dignidad ciudadana” en un futuro, pregunta que remite al interrogante con respecto a cuáles serán las nuevas formas sociales que lo sustituirán [8].

            En las antípodas del marco de desempleo, subocupación, temporalidad inestabilidad laborales, se encuentra el contexto de superexplotación de la fuerza de trabajo, otra muestra alternativa de la denigración contemporánea de las condiciones infrahumanas de segmentos inmensos de la denominada “población económicamente activa”, a escala mundial. En este sentido, los "Reglamentos en las oficinas del gobierno", del burócrata nipón Masao Miyamoto, se ha convertido en poco tiempo en un verdadero "best-seller" en el país del Sol Naciente. Miyamoto se atreve a cuestionar el sistema laboral que tiene agobiados a millones de japoneses. Considera que las interminables e intensas jornadas de trabajo (los japoneses trabajan un promedio de 2.900 horas al año, siendo éste el más alto del mundo industrial), unas vacaciones que se convierten en puras ilusiones ya que nunca las pueden llegar a tomar, junto con un sentido del autosacrificio en aras de un supuesto bien común, desembocan en una vida desbordada por el "stress", la vaciedad y el cansancio tanto físico como anímico. Miyamoto exclama, "antes de la guerra, los japoneses se sacrificaban por el emperador y ahora por la empresa en que trabajan; los japoneses viven en un sistema masoquista en el que hay que matar la propia personalidad". Lo que señala el autor del "best-seller", refiriéndose fundamentalmente al Japón, refleja también en cierto modo lo que ocurre -aunque con distintos matices- en la mayoría de países industrializados. De una concepción "materialista" del trabajo, fruto de la visión calvinista, se ha derivado un ejercicio del obrar humano alejado de su verdadero significado. De ser un medio para el desarrollo y la realización personal, se ha convertido en lugar donde la persona deja de ser ella misma para pasar a ser un engranaje del proceso productivo. De ser un instrumento para posibilitar una digna calidad de vida, se ha convertido en motor de creación de falsas y superfluas necesidades. De ser un espacio de encuentro cordial, de trabajo en equipo, de diálogo y compañerismo, se transforma en pista de alta velocidad que da paso a la desenfrenada carrera de las ambiciones personales. En este contexto, la solidaridad pasa a engrosar el desván de lo inútil. Bajo esta noción del trabajo aflora un interrogante: ¿qué modo de vida anhelamos? Quizás, con tanto trajín, ni tan siquiera hemos percibido lo que significa sentirnos existir, palpitar, amar... Partamos de aquí: ¡existo!, ¡existimos! Esta primigenia y gozosa constatación me sumerge en una nueva pregunta: ¿qué sentido le encontramos a la existencia? El trabajo es una buena herramienta para hacer de la vida algo más que un "ir tirando". Pero hay que dignificar el trabajo para que sea propio de la dignidad del ser humano. Habría que preguntarse: ¿por quién trabajamos, a quién o a qué estamos sirviendo?, ¿a qué estamos contribuyendo con nuestro trabajo? El trabajo tiene un para qué, tiene unas nobles finalidades -algunas de las cuáles ya se han mencionado- y que pueden resumirse en preparar la fiesta. Fiesta en el más hondo sentido del término, es decir, espacio álgido de la convivencia humana. Espacio de alegría compartida, de ocio constructivo, de encuentro y ágape; todo ello sin frivolidad. Algo que en la sociedad puede parecer una "pérdida de tiempo", un "sin sentido", es lo que sin embargo posibilita que la persona reencuentre el sentido de su ser. Los analistas indican que las tecnologías de diseño y gestión de organizaciones y procesos productivos predominantes en Occidente durante el siglo XX, apoyadas fundamentalmente en el racionalismo cartesiano, no están siendo capaces de lidiar con las nuevas realidades que marcan el inicio del tercer milenio. Los esquemas jerárquicos de administración, la línea mecanizada de producción, los sistemas estandarizados de trabajo, la especialización funcional y, en general, todos los esquemas de "management" basados en la matriz cartesiana mente-cuerpo, objeto-sujeto, no están permitiendo generar organizaciones capaces de innovar y adaptarse al ritmo que impone el vertiginoso contexto económico mundial. Coinciden en señalar, por otro lado, que el factor fundamental de la eficacia y calidad de las empresas será su capacidad para articular equipos humanos comprometidos con una misión común. Capacidad que dependerá, a su vez, de la disposición y capacidad de la organización para hacerse cargo de los intereses trascendentes y permanentes de las personas que la constituyen. Trabajemos y soñemos delineando nuevas sendas más acordes con los nuevos tiempos que vivimos. El objetivo es apasionante, ¿no les parece? [www.proclamadelcauca.com]

            Más allá de las múltiples variantes que operan en la degradación de las inserciones ocupacionales en nuestros días, corresponde resaltar que “la crisis del trabajo -como valor social central- y la crisis de la ciudadanía, van unidas porque así lo han estado ambos aspectos en las sociedades occidentales desde la segunda postguerra, sustentadas en la institucionalización de los planteamientos fordistas y keynesianos. Los cambios en los procesos productivos y la estratificación social, así como la fragmentación de los grupos asalariados de origen fordista, han hecho que gran parte de las representaciones del trabajo clásicas (masculinas, normalizadas, estables, juridificadas, etcétera) se encuentren con dilemas irresolubles para presentar un relato coherente y con sentido de lo que son las bases laborales actuales. Por otra parte, la diversificación de las condiciones laborales y contractuales -trabajadores dispersos y difusos- conduce a la multiplicación de microestrategias y a una lógica de la supervivencia en la diferencia”. Es preciso analizar los espacios donde se presentan los retos para la creación de un nuevo modelo de acción colectiva laboral, atento a la reconstrucción de redes de bienestar y al diálogo con los nuevos movimientos sociales e iniciativas ciudadanas multiculturales. Si la posmodernidad como movimiento intelectual planteó en su día un pensamiento débil, el resultado real de esa sociedad postmoderna -y posfordista- no ha sido más que un empleo débil y unos sujetos frágiles [9]. 

 

[1] Adamson, Gladys: Posmodernidad y la lógica cultural del capitalismo tardío; portal web “Psicología Social”, Escuela Argentina de Psicología Social - Colegio Universitario, 1997

[2] Adamson, G. ob. cit.

[3] Adamson, G. ob. cit.

[4] Adamson, G. ob. cit.

[5] Adamson, G. ob. cit.

[6] Adamson, G. ob. cit.

[7] Adamson, G. ob. cit.

[8] Adamson, G. ob. cit.

[9] Alonso, Luis Enrique: Trabajo y posmodernidad, el empleo débil; Ed. Fundamentos, 2001

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