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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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MODERNIDAD Y POSTMODERNISMO EN EL DISCURSO GLOBALIZANTE - Juan Labiaguerre

            “Llegar a un concepto o definición de lo que es la posmodernidad ha sido motivo de discusión en los círculos académicos. En principio porque uno de los rasgos -quizás el más sobresaliente-, es esa imposibilidad de definirla, de encasillarla en una terminología y de sistematizarla, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un orden, un sistema, una totalidad, una... valga la redundancia, unidad...El concepto implica necesariamente diferencia en el sentido más amplio de la palabra. Ello quiere decir que, lejos de lograr una identidad posmoderna -en otras palabras, que se apunte a un tipo de vida o forma de ser determinados-, lo posmoderno sería aquello donde caben una infinidad de identidades, todas ellas diferentes...El hombre posmoderno no puede definirse como se definía al moderno; como aquel que proclamaba el triunfo de la razón y la ciencia, y que rechazaba la Edad Media y la religión por ser símbolos de estancamiento y atraso. El hombre posmoderno no se define por nada en particular. Ésta es la era en donde todo se vale, y de ahí que todo sea relativo...Aunque es difícil encontrar definiciones exactas, es más fácil encontrar características que nos ayuden a comprender qué es la posmodernidad”:

“a) Quizás uno de los conceptos que más resaltan en este tema es el de la diferencia, entendida como una multiplicidad de identidades culturales o realidades que existen en nuestro planeta y que cobran voz a través de las comunicaciones haciéndonos partícipes de su existencia. Este reconocimiento de las diferencias genera una conciencia en nosotros mismos de que somos una entre muchas culturas. A esto podemos llamarlo pluralidad.

b) La pluralidad, aunque es una idea muy similar a la idea de la diferencia, se distingue de ésta en que aquélla denota una cierta actitud ante la vida, una voluntad política que no se queda en la aceptación o reconocimiento de lo otro como diferente, sino que pretende una comunicación con esta alteridad, una coexistencia y voluntad para compartir un mundo en común. La pluralidad denota una multiplicidad de racionalidades: ya no se va a pensar en una razón universal unificadora sino en muchas racionalidades, y en muchas maneras de ver y vivir el mundo.

c) Al aceptar las diferencias y vivir en un mundo plural es inevitable caer en un relativismo; si no hay una razón unificadora de valores y conocimientos, lo que cada quien crea será válido según la cultura o la realidad en que se viva. Esto de alguna manera genera un vacío de ideales en el que no existe un modelo de perfección humana, un tipo ideal. El relativismo se opone así al universalismo, que plantea como tal una escala de valores universales que no tienen lugar en la sociedad plural.

d) En palabras del filósofo Gianni Vattimo (uno de los pensadores más importantes de la postmodernidad), los medios de comunicación masiva son el principal factor de la sociedad posmoderna. Éstos han convertido al mundo en un lugar más complejo; se encargan de mostrar las diferentes realidades, las múltiples identidades en toda su individualidad y peculiaridad; pero también nos muestran irrealidades o, en otras palabras, realidades artificiales, a veces producto de la imaginación de todos aquellos que participan en y de estos medios...En un mundo donde la comunicación rompe todas las fronteras, en donde podemos conocer a través del internet, el cine y la televisión, culturas y diferencias que en otros tiempos habrían sido impensables y ajenas a nuestra realidad, el sentido de la historia y de la razón se ve alterado de manera definitiva...El reconocer la diferencia, en otras palabras, el hecho de reconocer en los otros lo que nos es ajeno, lo que no compartimos con una determinada cultura y manera de ver el mundo, nos afirma por un lado en nuestra identidad; es decir, en lo que sí somos (nuestro lenguaje, religión, costumbres, ideología, etcétera). Pero también nos pone a pensar acerca de todo lo que podríamos ser...Las guerras de la era posmoderna se han caracterizado por ser guerras de civilizaciones, cuyo argumento es religioso, nacionalista, racista. Esto nos lleva a la última y, quizá, más importante de las características de la posmodernidad que es el vacío de ideologías.

e) Tal vez lo que más destaca de este fin de la modernidad o de la historia es el vacío o inexistencia de ideologías. Como consecuencia del relativismo, de la pluralidad, del reconocimiento de la diferencia y de la comunicación en masa y del mundo en el que “todo se vale”, se acaban las ideologías (por lo menos en el sentido en el que estábamos acostumbrados en la modernidad): como un sistema ordenado de ideas. Donde surgen y tienen cabida muchas maneras de pensar se acaba lo que conocemos como mentalidad, es decir un conjunto de valores e ideas compartidas con un grupo de personas dentro de una sociedad”.

        “Las relaciones hombre-mundo son de conocimiento (la verdad es asunto epistemológico), acción, sensación, experiencia, y sentimientos (la felicidad es asunto ético)”. La postura relativista debe plantearse dentro de la esfera ético-política, y no en el ámbito epistemológico-filosófico; aquello que sostiene el relativismo consiste en que cualquier posición es tan buena como cualquier otra en cuanto a la calidad de su fundamentación […] son equivalentes […] pero esto no implica que el relativista tenga que renunciar a que ciertas posiciones son mejores que otras. Este posicionamiento conlleva el convencimiento con relación a la “imposibilidad de fundamentar sus propios valores”, reconociendo que ellos se apoyan exclusivamente en la propia actividad que desarrolla para instaurarlos como tales, dado que los principios y certezas “son relativos a las prácticas que los establecen”, puesto que no existiría otros modo de sustentación de dichos conceptos o teorías [1].

            El relativismo resulta antagónico a una presuposición tridimensional absolutista, anclada respectivamente en el universalismo, el objetivismo y el fundacionalismo. En tal sentido, el relativista no renuncia de ninguna manera a la utilización de la noción de verdad, aunque considera que ella deviene en cualquier instancia referida a ciertas condiciones específicas de carácter veritativo auténtico, o situación adecuada a “un determinado contexto de enunciación”. Además, estos últimos se articulan siempre sobre la base de un conjunto de convenciones que resultan de decisiones, implícitas o explícitas, pero que no son por ello arbitrarias. Por lo tanto, “nuestras convenciones se encuentran constreñidas por el tipo de resultado que pretendemos conseguir con ellas, o por el tipo de práctica que pretendemos llevar a cabo, o por el tipo de relaciones que pretendemos habilitar”. Esta perspectiva remite de facto a un “dispositivo antidogmático y antiautoritario”; como vimos, la legitimación de la postura no tiene por qué situarse en el campo epistemológico, y “es en el ético-político donde la discusión se hace más interesante”; al respecto, el relativismo no puede despreocuparse de las relaciones de fuerza y, en definitiva, de las relaciones de poder [2].

            Deleuze y Guattari sostenían que se trata de “vivir el mundo natural en tanto proceso productivo”: ya no existiría ni ser humano ni naturaleza, sino sólo el proceso que los genera a uno dentro del otro, acoplando las máquinas. Por ende operan, en cualquier instancia, “máquinas productoras o deseantes”, esquizofrénicas, que abarcarían al conjunto de la vida genérica, de manera que “yo y no-yo, exterior e interior, no quieren decir nada”. Esta concepción apuntaba, a comienzos de los años setenta, a un cuestionamiento a la obra de Lacan en pleno auge del psicoanálisis estructuralista. Puede percibirse la incidencia sobre ambos filósofos del enfoque foucaultiano, contenido sobre todo en Las palabras y las cosas, en cuanto a la “invención burguesa del ser humano”, que remite al estudio de los mecanismos productivos dentro de la sociedad contemporánea. En tal sentido, operaría una disección de la maquinaria social capitalista, desde el punto de vista de la presencia de un fenómeno de “descodificación y territorialización” [3].

            Es posible entonces apreciar cierto grado de complementariedad de algunas partes de El Anti-Edipo con respecto al texto citado de Foucault, así como también el aporte implícito de Deleuze-Guattari a la visión posterior de aquél en su libro “Vigilar y castigar”. La obra conjunta de los dos autores mencionados apunta a la explicitación del esquizoanálisis, el cual propicia la “desedipización del inconsciente” a fin de acceder a cuestiones relevantes y auténticas de la actualidad, metodología que procura desbrozar el hipotético funcionamiento de las máquinas deseantes y sus productos sociales. En dicho aspecto, aquello que “el esquizofrénico vive de un modo genérico, no es en absoluto un polo específico de la naturaleza”; en cambio, equivaldría a ella misma en términos de proceso de producción [4].

            De acuerdo a lo expuesto, eventualmente el ámbito industrial difiere de los factores naturales, oponiéndosele, al extraer materiales físicos, y reintegrándole componentes residuales; en consecuencia, esa relación distintiva entre sociedad, persona, industria, por un lado, frente a la naturaleza, por el otro, condiciona (incluyendo el campo social) la diferenciación de esferas relativamente autónomas, formadas, verbigracia por las áreas “producción, distribución y consumo” [5]. No obstante ello, el citado “nivel de distinciones, considerado en su estructura formal desarrollada, presupone [Marx], además del capital y de la división del trabajo, la falsa conciencia que el ser capitalista necesariamente tiene de sí y de los elementos coagulados de un proceso conjunto”. Entonces, no existirían circuitos parcialmente independientes: la dinámica productora resulta acompañada estrechamente de “consumo y registro”, variables que determinan de un modo directo esa dinámica, aunque al interior la producción misma [6].

            Teniendo en cuenta la interpretación precedente, se deduce que “todo es producción”, tanto de los productos propiamente dichos, como así también de acciones y pasiones, registros, distribuciones y anotaciones, consumos, voluptuosidades, angustias y dolores. Ello implicaría, incluso, que “los registros son inmediatamente consumidos, consumados, y los consumos directamente reproducidos”. Según los filósofos indicados, no existe ahora la diferencia entre ser humano y mundo natural, en la medida en que “la esencia humana de la naturaleza y la esencia natural del hombre se identifican en la naturaleza como producción o industria”, esto es con la vida genérica de las personas [7].

            La actividad industrial no es apreciada en cuanto a su relación extrínseca de utilidad, mientras que sí lo es en referencia a su “identidad fundamental con la naturaleza como producción del hombre por el hombre”. Sin embargo, éste no resulta visualizado bajo la figura de rey de la creación, sino como “el que llega a la vida profunda de todos los géneros y formas, … que no cesa de empalmar una máquina-órgano a una máquina-energía, … eterno encargado de las máquinas del universo”. Ser humano y mundo natural constituirían “una misma y única realidad esencial del productor y del producto”, pues la producción en tanto proceso desborda todas las categorías ideales y forma un ciclo que remite al deseo (principio inmanente). Por ende, “la producción deseante resultaría la categoría efectiva de una psiquiatría materialista que enuncia y trata al esquizo en términos de “homo natura”, aunque no debe considerarse como un fin… [8]

            Siguiendo con este enfoque, “no existe ninguna especificidad ni entidad esquizofrénica, la esquizofrenia es el universo de las máquinas deseantes productoras y reproductoras, la universal producción primaria”, equiparada a una especie de realidad esencial del hombre y de la naturaleza. Dichas máquinas “son binarias o de régimen asociativo: una siempre es acoplada a otra”, porque la síntesis productiva posee una forma conectiva [“y”, “además”]. Cualquier objeto implicaría la “continuidad de un flujo”, y la misma conlleva la fragmentación de aquél; es decir que “cada máquina-órgano interpreta el mundo entero según su propio flujo”, en consonancia con la energía fluyente [9].

            El “esquizofrénico” representaría por tanto la imagen del productor universal, siendo totalmente asimilables el producir y su producto, dado que “el objeto producido se lleva su aquí a través de un proceso productivo nuevo”; la regla de producir siempre el producir, de incorporar el producir al producto, define a las “máquinas deseantes” o de producción primaria, esto es “producción de producción”. La identidad producto-producir concierne a un enorme objeto indiferenciado [10]; según esta perspectiva, “las máquinas deseantes forman un organismo, aunque en el seno de la misma producción el cuerpo sufre por estar organizado de este modo, por no tener otra organización, o por no tener ninguna” [11].

            Entre las supuestas eras de la “modernidad y postmodernidad” existirían ciertas continuidades y rupturas, representadas a través de sus respectivos discursos y características sociales. La primera de ellas emergió en forma paralela y concomitante al surgimiento del conocimiento científico verdadero, promoviendo las innovaciones tecnológicas, fruto de determinadas operaciones inéditas del conocimiento humano.

            Los inventos sucesivos que marcaron el avance del “mundo moderno” fueron, históricamente, la escritura, que incidió sobe el procesamiento del entendimiento y generó consecuencias socioculturales (sus instrumentos sucesivos habrían resultado tecnologías de la inteligencia); la imprenta, facilitadora de la circulación de textos, y que asimismo coadyuvó a elaborar la noción de objetividad, al contribuir a solidificar la ideología de la representación, en la medida en que “el conocimiento es transcripción de lo real”; finalmente, la computadora, que modificó la dinámica productiva, dispersando las unidades de ella mediante la fragmentación de los procesos de producción. Además, el ordenador permite gestionar de manera descentralizada, procurando la reconversión veloz y la innovación de productos. La modernidad habría creado una “nueva sociedad”, generando al mismo tiempo un vínculo entre realidad y conocimiento dotado de caracteres inéditos: “ya no se apunta a representar la primera sino de elaborar modelos posibles tendientes a optimizar su tratamiento” [12].

            Dentro del precitado contexto, la fuerza de trabajo deviene de menor relevancia que la posesión de conocimiento e información, por lo cual el régimen capitalista de acumulación y producción es fundado y reconvertido; el proceso de industrialización impone nuevas modalidades de inserción laboral de la PEA. Por otro lado, en la era moderna el raciocinio fue realzado en términos de núcleo esencial del “yo”, en referencia a la libertad, al progreso y a la emancipación, estableciendo dicotomías. Predominaba una centralidad de la conciencia y del sujeto, en el marco de la “creencia en la igualdad, en la libertad individual y en el valor del individuo”, tendiendo a  reducir las diferencias, mediante su anulación, la unificación de las personas, o la eliminación de la pluralidad. Se trata de un discurso totalizante con eje en la fe respecto del progreso, al creer “encarar los valores fundamentales”, bajo la orientación de un proyecto inmerso en procesos de secularización, al sustituir las divinidades por otros principios absolutos [13].

            La modernidad, de algún modo, colocó el eje de la vida social en el trabajo, promoviendo también la evolución urbana y comercial “mercantilizada”, junto al proceso inevitable de burocratización. Por otra parte, en un sentido hipotético defendió los regímenes políticos democráticos; asimismo, de acuerdo a esta corriente histórica “el presente es, necesariamente, mejor de lo que había antes y peor de lo que acontecerá en el futuro, siempre que no se pongan obstáculos al proceder de la razón” [14].

            Frente al conjunto de rasgos modernos reseñados, la llamada postmodernidad remite a una posición cuestionadora más o menos integral, sustentada en un “discurso crítico, demoledor o deconstructivo”, al pretender legitimar las características de la nueva época. Para ello, articula un lenguaje novedoso, exponiendo problemáticas supuestamente sui generis, recurriendo al uso de numerosos neologismos. Procura demostrar la “fragmentación de la realidad y del sujeto”, proyectada en la relativización tanto de valores como, así también del conocimiento de los fenómenos o sucesos. Dicho talante incide sobre las manifestaciones de subjetivación humana, nuestros entornos y “mundo real”, a la vez que justifica “nuevas formas de dominación” [15].

            La era postmoderna es proclive a que el trabajo cumpla cada vez menos una función vertebradora del entramado colectivo, al dejar de conformar un valor crucial para la sociedad. Podría escrutarse el modo de interrelación y la complementación del "relativismo" en referencia a la "diversidad", así como las implicaciones significativas de asumir dicha postura desde la esfera ético-política más que a partir de lo epistemológico-filosófico… [16]

 


[1] IBAÑEZ, Tomás: Municiones para disidentes; Barcelona, Gedisa, 2001 (“Variaciones sobre el relativismo”, págs. 55/71). “…El relativista proclama que ciertas posturas son mejores que otras, que prefiere ciertas formas de vida a otras y que está, eventualmente dispuesto a luchar por ellas, pero declara al mismo tiempo, sin el menor rubor, que esas posiciones y esas preferencias carecen de fundamentación última, siendo equivalentes a cualquier otra en esa ausencia de fundamentación que las iguala”.

[2] IBAÑEZ, T., ob. cit.

[3] Deleuze, Gilles y Guattari, Félix: “El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia”; Bs.As., Paidós, 1972 (pág. 12)

[4] Deleuze, G. y Guattari, F., ibídem

[5] Deleuze, G. y Guattari, F., ob. cit., pág. 13

[6] Deleuze, G. y Guattari, F., ibídem

[7] Deleuze, G. y Guattari, F., ob. cit., págs. 13 y 14

[8] Deleuze, G. y Guattari, F., ob. cit., pág. 14

[9] Deleuze, G. y Guattari, F., ob. cit., págs. 14 y 15

[10] Deleuze, G. y Guattari, F., ob. cit., pág. 16

[11] Deleuze, G. y Guattari, F., ob. cit., pág. 17

[12] Ibañez, T., ob. cit., “Adiós a la modernidad”, págs. 91-103

[13] Ibañez, T., ob. cit.

[14] Ibañez, T., ob. cit.

[15] Ibañez, T., ob. cit.

[16] Ibañez, T., ob. cit.

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