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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DE LA “IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICA” A LA “INVENCIÓN DE LO POLÍTICO” [V] - Juan Labiaguerre

            Teniendo en cuenta la evolución de la coyuntura trans-secular postmoderna, se indicó que “un diccionario completo político y social envejeció súbitamente y tiene que ser reescrito”. En este sentido, La invención de lo político diagnostica que “el modelo de la modernidad occidental -esa mezcla de capitalismo, democracia, Estado de derecho y soberanía (nacional/militar)- es anticuado, debe ser nuevamente discutido y descartado”. Dicha problemática constituiría el núcleo básico de la progresiva deslegitimación, junto al consiguiente descrédito, atravesada por los partidos políticos, en aquellos sistemas democráticos guiados por el faro ideológico ubicado en la cultura civilizatoria construida en “occidente”, a lo largo de dos siglos [1].

            En vista del panorama trazado, en nuestros días deberían crearse determinadas “formas de la democracia global”, siendo factible argumentar libremente respecto de la eventualidad de las mismas y proyectarlas al ámbito de la conciencia colectiva. Es decir que devendría posible “inaugurar el concepto de lo político para los desafíos de la civilización industrial globalizada” a comienzos del nuevo siglo, en “respuesta a los desafíos de 1989, el año del Y”. La carencia de “soluciones de ayer”, sumadas al mismo déficit resultante de los proyectos diseñados anteayer, reclaman la aparición de cierto dominio que apunte a un porvenir diferente, programado dentro de un marco teórico (y político) contextual radicalmente alejado de los ensayos fracasados del pasado, antes y después del advenimiento del hipotético “fin de la historia” y de la supuesta vigencia del pensamiento único. Se propone entonces desnudar esas perspectivas falaces a través de la promoción de una, “al menos pensable”, radicalización de la modernidad [2].

            De acuerdo a la postura beckiana ningún tipo de dicotomía cerrada “permite inferir una clara contraposición y conformación de grupos sociales”, en la medida en que los ejes conflictuales de la sociedad mundializada actual se diseminan mediante heterogéneas cristalizaciones. Por ejemplo, también el extranjero o foráneo resulta “destradicionalizado en la sociedad mundial de riesgo; los límites entre lo propio y lo ajeno se vuelven imprecisos. Lo que no elimina los conflictos, sino que los agudiza, [tornándolos] erráticos”. El envejecimiento de la sociedad industrial conduce a la aparición de su sucesora, aquella otra correspondiente a la omnipresencia del riesgo, etapa evolutiva de la modernidad económico-social en la cual el conjunto de “riesgos sociales, políticos, ecológicos e individuales, generados por la misma dinámica de la renovación, se sustraen crecientemente a las instituciones de control y aseguramiento [características] de la sociedad industrial” [3].      

            Atento a la perspectiva expuesta, la noción de modernidad reflexiva “no significa, empírico-analíticamente entendida, reflexión” sino que, en cambio, alude -tal somo se explayó anteriormente- a la idea de autoconfrontación. Bajo el significado de tal precisión conceptual, quiere decirse que la transición desde la fase industrialista hacia la era reciente del riesgo “se consuma involuntariamente”, de manera imprevista y ante la fuerza impresa por transformaciones objetivas, “en el curso de la dinámica independizada de la modernización según el modelo de efectos concomitantes paralelos”. En otras palabras, se interpreta que “la sociedad de riesgo [no constituye una mera] opción que pudiera aceptarse o rechazarse”, por medio del desarrollo del ámbito conformado por los debates y decisiones de carácter político-institucional. Por el contrario, dicha conformación social arriesgada es engendrada por las mismas mutaciones inherentes al mecanismo “independizado”, propio de la modernidad tardía, que representa un proceso “ciego en cuanto a sus consecuencias y sus peligros”, el cual produce -a través de su esencia acumulativa y su potencialidad latente- amenazas intrínsecas al mismo, socavando y removiendo los cimientos básicos de la sociedad industrial ya superada [4].    

            En consecuencia, si se denomina reflexividad, en contraste con el sentido semántico atribuido convencionalmente al vocablo reflexión, al descripto “tránsito independiente, voluntario e imprevisto [reflejo] de la sociedad industrial [hacia la] de riesgo, entonces “modernidad reflexiva significa autoconfrontación” ante los efectos del devenir riesgoso causado por las transformaciones apuntadas. Corresponde remarcar que en el sistema anterior, a través de la vigencia -y relativo respeto- de normativas, institucionalizadas jurídicamente, la mayoría de los riesgos inmanentes del proceso clásico de industrialización podía ser controlada, o al menos sus derivados más perniciosos morigerados [5].     

            Mediante la aparición de la sociedad de riesgo los factores distributivos, anclados en la vigencia de “bienes sociales”, tales como el sistema de seguridad socioprevisional, el resguardo de las condiciones de trabajo y el aseguramiento de un nivel determinado de ingresos laborales, remiten a la presencia del “conflicto básico de la sociedad industrial de clases”, y a la consiguiente creación de mediaciones institucionales tendientes a su neutralización, aunque ésta fuera parcial. Hoy en día, en cambio, aquel mecanismo resulta desplazado, debido a la propagación de aquellos “males” generados por el propio proceso de modernización independizado, reflejado en la reconversión de la misma dinámica industrialista [6].

            El término “sociedad de riesgo” ubica en el terreno conceptual la mencionada relación dialéctica establecida entre reflejo y reflexión, dado que -partiendo de una aproximación “teóricosocial y diagnóstico cultural”- la expresión refiere a cierto estadio de la modernidad en el cual prepondera, fácticamente, un cúmulo de “amenazas causadas por el camino utilizado hasta ahora por la sociedad industrial”. La relación del proceso renovado reciente, de industrialización ultra-avanzada, con los recursos naturales (y culturales), que derivan en un conjunto de problemáticas y factores riesgosos, generados a través del mismo, superan el ámbito de incidencia de aquellos elementos, aferrados a la representación colectiva, determinantes de la vigencia de mecanismos, relativamente protectores, desarrollados anteriormente en el campo de la seguridad social. En la medida en que la pérdida de tales referencias deviene plenamente consciente, tienden a socavarse las bases político-ideológicas sustentadoras del ordenamiento socioeconómico moderno, como resultante de la emergencia de la -discutiblemente denominada- “sociedad postindustrial” [7].

            Al respecto, cabe precisar que “la disolución, la destrucción y el desencantamiento de las fuentes de pensamiento colectivas y específicas de ciertos grupos”, cuestionan -por ejemplo- la creencia en el progreso de raigambre positivista o el ideal de la conciencia de clase en el marxismo, ambas representaciones nacidas de la prevalencia de una determinada “cultura social industrial”. Los estilos de vida de esta última, reflejados en cierta percepción -para algunos grupos de la población y aun de manera tenue- de la cobertura protectiva propia de los sistemas de seguridad y control, sirvieron de apoyo a “las democracias occidentales y las sociedades económicas” durante el transcurso del siglo XX. La gradual erosión de ese contexto -dotado de una relativa legitimación política- deriva en la situación actual, conducente a que “todos los trabajos de definición se les asignen e imputen a los mismos individuos: esto significa el concepto de proceso de individualización” [8].

            El mecanismo expuesto conlleva un marcado contraste respecto de las conceptualizaciones clásico-modernas, pergeñadas aproximadamente una centuria atrás y emblematizadas en la obra weberiana, mediante la noción sustantiva de “racionalidad occidental”, y a través de la versión de Durkheim, en torno al devenir “anómico” de la sociedad industrial. En cambio, a fines del milenio el accionar humano ya no resulta abandonado, por parte de las “certezas religiosas trascendentales”, dentro del universo invadido por la burocratización y la división industrial del trabajo, sino que queda apartado, es decir al margen del círculo decisional, al desamparo de la intemperie propia del turbulento riesgo mundializado.

            La mencionada externalización refiere al marginamiento del marco mercantil, considerado en su acepción estricta, en cuanto a su correspondencia con la progresiva concentración de un núcleo económico-industrial, claramente hegemónico. Ese proceso de marginalización, el cual en casos extremos desemboca en la incidencia de mecanismos directamente excluyentes, en referencia al contexto social predominante, acontece alrededor de situaciones donde, en un pasado relativamente inmediato, han prevalecido los dictámenes políticos de cierto Estado de Bienestar, sobre todo en las naciones avanzadas occidentales. Corresponde señalar que el conjunto de componentes que fomentaban, en dicha instancia, la inclusión al interior de un estado de ciudadanía social, apuntaban a “la expansión de la educación, mayores exigencias de movilidad del mercado de trabajo y un gran desarrollo jurídico de las relaciones laborales, las que justamente no consideraban al individuo [como tal], sino sólo como portador de derechos (y deberes)” [9].

            Al respecto, Beck sostiene que “las posibilidades, los peligros y las ambivalencias de la biografía, que antes podían ser superados en el marco de la unión familiar, de la comunidad aldeana, en el repliegue de la clase o grupo social, cada vez más tienen que ser atendidos, interpretados y elaborados por los individuos mismos”. Debe destacarse que con el nacimiento de la modernización reflexiva, o respuesta condicionada a la emergencia de la sociedad del riesgo, mutaría el centro de las contradicciones y conflictos socioestructurales, teniendo en cuenta que “la probabilidad de catástrofes y desgracias toma el rol de los provocadores políticos” [10].

            El punto esencial de arranque que identifica a la modernidad de riesgo, y que además define el espacio de sus cuestiones políticas, radica en la saturación experimentada por “el crecimiento lineal de la racionalidad”, caracterizada específicamente por la dinámica del tecnicismo, de la burocracia omnipotente e invasora, de la economización de la vida social. En este aspecto, el racionalismo es comprendido en sentido weberiano e interpretado de acuerdo a la posterior revisión crítica efectuada, sobre el devenir del pensamiento ilustrado, por parte de dos fundadores de la escuela de Frankfurt [11]. Conviene aclarar que el proceso convencional de industrialización capitalista, en conexión con los valores implícitos en la modernidad simple, determinó que su marco institucional clave dispusiera de “un potencial de ajuste e innovación para poder disolver y amortiguar, al menos en principio, los más amenazantes problemas de la modernización económica técnica, mediante nuevos incrementos en la racionalidad orientados en función de las nuevas amenazas”, derivadas de tal desenvolvimiento [12].

            Las diversas formas de pensamiento y acción, ajustadas a las normas de aquellas categorías convencionales referidas al incremento lineal de las conductas racionales, resultan severamente cuestionadas mediante el advenimiento civilizatorio del riesgo, como constante del hábitat cotidiano de la humanidad “posmoderna”. El conjunto de peligros que se ciernen sobre las actividades del hombre contemporáneo afecta no solamente el comportamiento diario de la persona en cuanto individuo, sino que también alteraría la propia estabilidad de los sistemas político-institucional y socioeconómico. La sociedad de fin de siglo se encuentra inmersa, entonces, en el marasmo de un descontrol generalizado promotor de incertidumbres, producto de la etapa reciente del proceso racionalizador.      

            Por otro lado, Beck insiste en el hecho consumado acerca de la imposibilidad práctica de concreción de la “ocupación laboral plena” en la aldea global, y en que, por lo tanto, esta creencia equivale a un mero  reflejo ilusorio. En ese aspecto, evalúa que toda la parafernalia conceptual tejida en torno de la cosmovisión posmoderna no resultó de utilidad en términos de la búsqueda de salidas pragmáticas frente al fenómeno emblematizado a través de la “crisis del empleo”. Sin embargo, el autor de marras aclara que

                tampoco funcionan ya las soluciones de la "primera modernidad". Tomemos por caso la desocupación, que en Alemania alcanza también índices muy altos. Llama la atención que el pleno empleo, que hasta ahora era uno de los conceptos fundantes de la democracia, se haya vuelto esa ilusión de la que hablé. Si uno analiza Estados Unidos, cuyo modelo es considerado por tanta gente un ejemplo a seguir, se puede mostrar que deberíamos distinguir claramente entre dos concepciones de la plena ocupación. Tenemos por un lado el pleno empleo normal, aquel que conocemos de los años cincuenta y sesenta en el marco del Estado de bienestar. En cambio, si analizamos la situación laboral de aquellas sociedades contemporáneas consideradas de pleno empleo -como Estados Unidos y Gran Bretaña- observamos que una gran parte de la gente tiene un  empleo precario, flexible. Trabaja con contratos a término, como trabajador autónomo. En suma, tiene un trabajo inseguro. Bajo las condiciones que impone la globalización, el empleo precario parece ser el tipo de trabajo dominante, y no sólo en el sector de los puestos de baja calificación, sino también en aquellos de alta exigencia. Esto implica un cambio en el significado del trabajo tal como lo conocíamos hasta ahora. En un libro que acabo de concluir hablo de la brasileñización del trabajo [13].

            Dicha “brasileñización laboral” refiere a la vigencia de condiciones degradadas del trabajador, remitiendo por otro lado a la evidencia de que el mundo occidental avanzado “ha perdido su carácter ejemplar para la evolución del trabajo. Ya no podemos partir del supuesto de una universalización de la sociedad del trabajo; todo lo contrario: los centros desarrollados occidentales comienzan a acercarse a la situación latinoamericana”. El autor se explaya, abarcando campos temáticos que exceden el ámbito de la dinámica ocupacional posmoderna, precisando que 

            aquello que conocemos como primera modernidad -la sociedad industrial, el capitalismo industrial, el Estado nacional, el Estado de bienestar- comienza a disolverse en los países centrales de Occidente y, por eso, se vuelve a plantear la pregunta por el futuro en todas sus dimensiones: en lo que hace al trabajo, a la convivencia, a la organización política. La diferencia con la primera modernidad consiste en que seguimos pensando en categorías "zombies", aquellas categorías que en algún momento se murieron pero siguen vivas y nos impiden percibir la realidad tal como es. No sólo el pleno empleo es una categoría "zombie" -que camina muerta en la mente colectiva-, sino también la familia, el Estado-nación. Todas aquellas categorías centrales en cuyos términos pensamos el futuro [14].

           Dentro del contexto europeo, la mitad de las decisiones trascendentes ya no serían tomadas a partir de la esfera del “Estado nacional democrático”, sino en un marco decisorio transnacionalizado a nivel continental. Las legislaciones promovidas en el seno de los parlamentos de los respectivos países integrantes de la Unión Europea, en el terreno fáctico únicamente reafirman aquellas medidas propuestas en el centro del poder unificado y concentrado en Bruselas.

            Por un lado, el Estado nacional no ha perdido atractivo para los grupos étnicos; también en Europa oriental podemos observar cómo, en reacción frente a la globalización, a las nuevas dependencias, se da precisamente una recuperación de la nacionalidad étnica. Hay que subrayar que esto supone una respuesta adaptativa ante dicha mundialización y que no se trata del mismo nacionalismo étnico de los siglos XVIII y XIX. En segundo lugar, pensar en alternativas al Estado nacional no significa que éste pierda todo significado. El Estado-nación está transformando su significado. Lo podemos observar en Europa, aunque no sé si esto vale también para Latinoamérica. No es que el Estado pierda poder, sino que bajo el signo de la globalización incluso lo amplía. Está más orientado hacia la cooperación; en cierto sentido, se trata más bien de un nuevo Estado transnacional que de un Estado nacional [15].

            Bajo una configuración “globalizada”, Beck opina que se tiende frecuentemente a concebir que la misma conlleva la existencia de un único Estado con facultades políticas suficientes como para imponer inevitablemente sus designios unilaterales. Sin embargo, el sociólogo alemán discrepa con tal aseveración, teniendo en cuenta que ni siquiera EE. UU. logra hacer prevalecer su hegemonía contrariando los intereses de sus países aliados, aunque ninguno de estos últimos -considerados aisladamente- consigue la atribución de una incidencia crucial en la toma de decisiones relevantes en la arena de la política internacional. Al respecto al autor apunta que “surgió una organización en el espacio transnacional -la OTAN- que tiene una relativa independencia de cada uno de los Estados nacionales y que no puede ser reducida a alguno de los integrantes. Es un mecanismo complejo y no nos queda demasiado claro cómo funciona en detalle esta política transnacional porque estas organizaciones no requieren de la legitimación pública”.

           Desde su punto de vista particular, estima que respecto de recientes intervenciones militares de la dicha organización supranacional...

            no estuvieron dados los elementos esenciales de una guerra entre naciones. No se trataba de intereses nacionales (¿por qué Estados Unidos habría de intervenir en un país que apenas conoce?), tampoco estuvo en cuestión el territorio. Ni siquiera [se trató] de intereses económicos: no hay petróleo ni es de esperar que Kosovo suponga alguna vez un factor importante en la economía mundial. Por el contrario, se trataba de un cambio que me parece sumamente peligroso. Estamos acostumbrados a hablar en términos muy idealistas de los derechos humanos; entretanto, estamos viendo que los derechos humanos se han transformado en elemento esencial de la política exterior e incluso de la política militar. Ya en la primera modernidad la relación entre los derechos humanos y el derecho internacional era sumamente compleja, pero la prioridad le correspondía al derecho internacional -esto es, a la soberanía- y con ello, a la soberanía del Estado nacional. En la segunda modernidad, los derechos humanos predominan sobre el derecho internacional. Esto significa que los derechos del individuo a la libertad reciben una inmediata garantía internacional. Esta es una situación completamente nueva. El problema que se plantea es que la interpretación occidental de los derechos humanos puede terminar transformándose en la base de una política militar y que, en consecuencia, se termine por tratar de imponer a culturas que no necesariamente comparten esos valores [16].

_____________________________

[1] BECK, U., ídem, pág. 16 (Puede agregarse al respecto que exactamente dos centurias separan temporalmente la eclosión expresada en la Revolución Francesa de la victoria de los “valores occidentales” frente al régimen soviético).

[2] BECK, U., ídem, págs. 17-18

[3] BECK, U., ídem, págs. 20 y 32 (El autor de marras indica que el Tercer Mundo también se encuentra “en medio de nosotros. En las ciudades de los Estados Unidos, también en las ex-metrópolis coloniales de Europa Occidental, surgen zonas de miserias locales, en las que la desocupación, la mortalidad infantil, la atención médica y la seguridad social se hundieron al nivel de los países en desarrollo” (Beck, U., ídem, pág.29)

[4] BECK, U., ídem, pág. 33

[5] BECK, U., ídem, págs. 33-34

[6] BECK, U., ídem, pág. 34

[7] BECK, U., ídem, págs. 34-35

[8] BECK, U., ídem, pág. 35

[9] BECK, U., ídem, págs. 35-36

[10] BECK, U., ídem, págs. 36 y 38

[11] ADORNO, T., Y Horkheimer, M. (1967): Dialéctica del iluminismo; CABA, Sudamericana.

[12] BECK, ob. cit., pág. 41

[13] Diario “Clarín”, ob. cit.

[14] Ibídem

[15] Ibídem

[16] Ibídem

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