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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

DE LA “IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICA” A LA “INVENCIÓN DE LO POLÍTICO” [IV] - Juan Labiaguerre

ECOLOGIZACIÓN DEL ANÁLISIS SOCIOPOLÍTICO MODERNO TARDÍO (“SOCIEDAD DEL RIESGO” BECKIANA)

            El contexto espaciotemporal que enmarcó la obra de Wright Mills se ubicaba en las vivencias experimentadas por una sociedad correspondiente a una de las dos potencias emergentes, vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, y en el ambiente de la “guerra fría” desatada justamente contra su anterior aliado soviético. En cambio, la temática que inspira la concepción de Ulrich Beck remite a las “nuevas amenazas” de fines de siglo, elaborada desde el escenario de la nación europea más avanzada, y una vez superado el potencial conflicto atómico subyacente entre los defensores del orden occidental y el régimen comunista, cerca de medio siglo después de iniciada la posguerra.

            Dentro del conjunto de concepciones denominadas posmodernas, que constituyen un aglomerado teórico heterogéneo y fundamentalmente surgido de las usinas intelectuales de los países más desarrollados, tiende a predominar una visión resignada -promotora de cierto quietismo político y social-, frente a la supuesta inercia representada por el despliegue de un “mercado global”. En este sentido, tal actitud de resignación se refleja en la perspectiva de un exponente, entre tantos otros contemporáneos, del pensamiento europeo enraizado en una revisión de la modernidad, operada a partir del hipotético “fin de las ideologías”, como lo es el sociólogo alemán citado.

            Beck, en algunas ocasiones, enfatiza las conceptualizaciones terminantes y absolutas, apelando a una pretendida renovación de categorías esencialmente apriorísticas, no corroboradas aun empíricamente, tales como aquella que lo lleva a sostener que "el pleno empleo es una ilusión", o a definir los caracteres -todavía no confirmados fácticamente- de un emergente "Estado transnacional" [1]. Asimismo, cala más hondo al afirmar contundentemente que concebir el devenir futuro de la humanidad mediante el uso de nociones tradicionales, las cuales abarcarían “desde la familia hasta el Estado-nación”, implica estancarse en la consideración de términos zoombies, o “muertos en vida”. Al respecto, el autor explicita: "No recurramos a categorías muertas en la mente colectiva, como familia, pleno empleo o Estado".

            No obstante su relativa afiliación a la avalancha político-ideológica embarcada en el posmodernismo, Beck dice desconfiar de aquellas definiciones tajantes que aluden de algún modo a enfoques milenaristas, es decir que hacen hincapié en conceptos tales como lo de "más allá y "pos". Desde su enfoque, los mismos representan fórmulas de compromiso que sólo se ocupan de aquello que no acontece, en lugar de expresar lo que efectivamente sucede; el mismo sociólogo suscribe que

            en este sentido, me preocupo precisamente por dar respuesta a la pregunta por lo que podría estar surgiendo en ese más allá. Y mi tesis central es que vivimos en una transición entre lo que denomino “primera modernidad” y lo que comienza a vislumbrarse como la “segunda modernidad”. Aquella primera modernidad consistía en recetas claras: políticos y científicos creían tener respuestas para todos los interrogantes. Los principios sobre los que se fundamentaba la primera modernidad eran la plena ocupación como modelo básico para la integración del individuo; las identidades colectivas claras, como la identidad de clase, de etnia, de religión; el Estado-nación como aquel gran paréntesis capaz de contener la sociedad. Toda esta constelación es puesta en cuestión por la modernización radicalizada. En consecuencia, ya no podemos dar por supuesto que existan colectividades que puedan ser movilizadas en términos políticos. Por eso el título de mi nuevo libro alude a "la invención de lo político" [2].

            Las profundas transformaciones experimentadas en la esencia de los procesos productivos, y sus consecuencias en las formas organizativas del trabajo, reflejan -en última instancia- una mutación radical del régimen de acumulación capitalista. El conjunto de tales cambios trascendentales derivó en una reconceptualización acerca del significado y de las funciones del universo laboral, cuya explicación resultó acorde con los postulados teóricos de las corrientes de pensamiento (filosófico, político, sociológico y económico) prevalecientes durante el ocaso del siglo XX.

            La polémica desatada acerca del hipotético surgimiento de una era posmoderna se relaciona con el desafío enfrentado por la evolución “occidentalista” del pensamiento racional, “tanto desde la filosofía negativa como desde las posiciones neoconservadoras”, abarcando un campo interdisciplinario crecientemente extendido. En términos genéricos, el marco del debate que gira, entonces, alrededor del eje de la vigencia actual de un supuesto posmodernismo se ubica en la “conciencia generalizada del agotamiento de la razón, tanto por su incapacidad para abrir nuevas vías del progreso humano, como por su debilidad teórica para otear lo que se avecina” [3].  

            En ese sentido, las denominadas cosmovisiones posmodernas abarcan un bloque de concepciones, heterogéneas desde el punto de vista de las diversas temáticas, respectivamente abordadas mediante sus diferentes expresiones. Sin embargo, al margen de cierta ambigüedad -junto a una considerable dispersión- en el tratamiento de fenómenos y procesos emergentes en el mundo contemporáneo, se puede decir que, estimadas genéricamente, comparten una perspectiva central. La misma consiste en que la mayoría de dichas teorizaciones aluden, a través de diversos enfoques y objetos de estudio, a una especie de incertidumbre extendida con relación al porvenir de la sociedad.

            La centuria decimonónica, junto a la primera mitad del siglo XX (hasta el inicio del periodo inmediato de posguerra), fue caracterizada como “época del este o lo otro”, debido a la prevalencia de dicotomías cerradas, verbigracia pretérito/porvenir, mundos bárbaro/moderno y régimen comunista/sistema capitalista. A partir del año 1945, era del “Y” (es decir esto junto a lo otro), entendida en cuanto manifestación de la potencial superación de cualquier tipo de realidad fija dada, el núcleo prescriptivo de la socialidad transitó por la consigna productivista, representada en el lema más vale más. Este emblema moviliza un “cambio acelerado en todas las esferas sociales”, pese a lo cual -simultáneamente- refleja el talante propio de una instancia transitoria coyuntural, articuladora de diferentes tiempos, espacios y situaciones coexistentes [4].

            El contorno ambiguo, difuso y vago, delineado borrosamente por el advenimiento del síndrome existencial (con proyecciones de carácter epistemológico), signado por el “Y”, conformaría una temática central del universo conceptual contemporáneo. En este sentido, Beck apunta a los elementos cruciales del posmodernismo, tales como “su despedida del orden, su desmesurado caos, sus exagerados deseos de unidad, su incapacidad para adicionar, sus límites [junto a] sus faltas de límites, la extendida ilusión de fronteras y el miedo resultante. Al respecto, en términos de referentes históricos, tanto el derrumbe del muro de Berlín (en la faz sociopolítica), como el desastre nuclear desatado en Chernobyl, Ucrania, en tanto expresión socioecológica, dieron pábulo a un radical descrédito de las instituciones que sustentaron la vigencia, secular, de la denominada sociedad industrial, a través de la desvirtuación de la eficacia de sus componentes, controladores y protectivos, puestos en práctica en el dominio expandido del ámbito de la “seguridad”. El punto cronológico de inflexión. representado emblemáticamente en ambos acontecimientos mencionados, liberó el paso hacia una sociedad globalizada de riesgo, transición que habría significado la erosión del pasado ordenamiento político, bifurcado en “derechas e izquierdas ideológicas”, y anexado a la paradigmática escisión, en ciertas ocasiones reducida a la incentivación de un imaginario colectivo simbólico, del Occidente “avanzado y libre” frente al Este “bárbaro y dictatorial” [5].        

            La emergencia avasallante de un mundo globalizado, en forma paralela y correlativa a la progresiva difusividad derivada de la carencia de contornos estructurales fijos -en los campos político, socioeconómico y cultural-, provoca una inquietud temerosa, fundada fácticamente en el hecho de que la prevalencia de “la enajenación de lo ajeno y, con ello, la expropiación de lo propio, que genera involuntariamente el Y se experimenta como amenaza”. Al respecto, se distingue el estadio moderno-reflexivo, que conduciría a la invención de lo político, respecto del momento simple de la modernidad “industrial”: debido a tal circunstancia, la teorización sociológica, a partir del renovado universo demarcado por el periodo reciente de la “posguerra fría”, debiera reconceptualizarse, lo cual remite al surgimiento y continua evolución de un profundo debate ideológico que gira alrededor del significado actual de la cuestión social, orientado por “ideas directrices teóricas y políticas” sustancialmente diferenciadas con relación al pensamiento convencional moderno [6].  

            En las naciones avanzadas, desde el punto de vista del elevado grado de desarrollo tecnológico-productivo alcanzado, el proceso de modernización industrial modifica los propios fundamentos y condiciones básicas sobre los que se asienta el mismo renovado sistema, desde el momento en que tal dinámica modernizadora comienza a ser visualizada en tanto interrumpida, merced al gradual establecimiento de un “gobierno de los accidentes”. La progresiva disolución del núcleo económico industrialista de la estructura social alimenta la teoría sobre el surgimiento de un nuevo perfil moderno de carácter reflexivo, instancia de ruptura macrocultural evaluada a partir de dos ángulos de enfoque conceptual-epistemológico, que obedecen a sendas perspectivas argumentales e investigativas diferenciadas. Las mismas tienen puesto el objetivo en los aspectos referidos, respectivamente, a los mecanismos de desintegración, por un lado, y de separación, por otro, remitiendo ambas al cuestionamiento acerca de “qué es lo que surge cuando ... las ideas vigentes del valor se esfuman [o] desaparecen [7].  

            Por otro lado, la llamada modernidad reflexiva corresponde a una elaboración teórica divergente, cuanto no contrapuesta de manera radical, en referencia a las visiones modernas de la sociología clásica decimonónica, además de aquellas elaboradas durante la primera mitad del siglo XX, que comprenden desde el materialismo histórico hasta el funcionalismo parsoniano, pasando por una extensa y variada gama de escuelas teóricamente diferenciadas. Pero también su radio de cuestionamiento abarca la discusión con autores representativos de corrientes del pensamiento más reciente y, a la vez, diversificado, que van de Foucault a Giddens. Asimismo, la explicitación -medianamente nítida- de aquellas peculiaridades que destacan al punto de vista sustantivo, y gnoseológico, abordado desde el nuevo campo teorético (afirmado en la modernización reflexiva), implica orientarse hacia la realización de “descripciones socioestructurales, y puede ser desarrollada como diagnóstico temporal fenomenológico”. El espectro temático considerado por esta concepción se extiende por un abanico heterogéneo de problemáticas, tales como las del individualismo inédito de cuño posmoderno, las consecuencias de la aplicación técnica de innovaciones científicas en diversas áreas de la vida humana y los desastres de origen ecológico, entre otras muchas cuestiones candentes del presente finisecular [8].   

            En tal sentido, debe advertirse sobre el reconocimiento claro, por parte de algunos de los autores identificados con esta nueva ola del pensamiento, respecto de la existencia de una relativa separación de la construcción teórica con relación al plano empírico, debido a que -por ejemplo- el concepto de “modernidad reflexiva” no presenta un correlato fáctico nítidamente aprehensible en el terreno investigativo. La impracticabilidad de una experimentación minuciosa, sobre la base de indicadores operacionalizables, obedece a la fragmentación del objeto de estudio, diseminado en problemáticas múltiples y heterogéneas. No obstante ello, en el caso de Beck, verbigracia, se sostiene que, más allá de abandonar el intento ambicioso de construcción científica de una gran teoría, interesa fundamentalmente el análisis de aquellos efectos palpables de la modernización, de índole reflexiva, que inciden sobre el accionar de los procesos políticos, dejando de lado por ende el proyecto de diseñar un macromodelo conceptual comparativo. En este sentido, para el autor citado la “segunda modernidad” resulta un fenómeno básicamente cristalizado en la realidad política [9].      

            Al margen de la noción “simple” del término modernización, Beck lo concibió en un sentido “reflexivo”, acepción esta última que alude a la presencia de un carácter normativo específico, reflejado en la “autoconfrontación de la modernidad consigo misma [dado] que la transición de la sociedad industrial a la sociedad del riesgo se consuma como no deseada, [adoptando] la forma de una dinámica modernizadora independiente, bajo el modelo de consecuencias colaterales latentes”. Partiendo de dicha premisa, la modernización reflexiva no equivale a un corte abrupto del modernismo, representado por el retorno regresivo al mundo tradicional -propuesto por cierta contrailustración neoconservadora-, la actitud acendradamente negativista propia de un ecologismo radical o, en su defecto, el discurso emblemático posmoderno enfrentado a cualquier tipo de metarrelato. En cambio, la reflexión moderna implicaría que “la expansión de las opciones no se disocia de la atribución de los riesgos” [10].

            Conviene precisar que la sociedad del riesgo se inicia en el momento en el cual el cuadro socionormativo, proveedor de un sistema de “seguridad social”, fracasa frente a la emergencia de amenazas surgidas a partir de la toma de ciertas decisiones. Este proceso anida en el mecanismo de secularización del mundo “teológico” tradicional, realidad nueva que no conlleva su definitiva supresión sino, de manera alternativa, la creación humana -participativamente activa-, interviniendo en forma directa en la generación de su destino o futuro. Dentro de este contexto teórico, la imposibilidad acerca del logro de un cálculo exacto de los riesgos deviene concepción mitológica, en la medida en que “el margen de lo incalculable forma parte del nóumeno social”, de modo que la condición de incalculabilidad configura el conjunto de factores técnicos o móviles humanos indeterminados, que cristalizan en la realidad. Sobre tales elementos impredecibles, el mero ejercicio teorético resulta impotente a efectos de reconciliarse con la práctica intelectual determinada por el dominio de la “previsión racional”, es decir el optimista saber para prever nacido del positivismo decimonónico, de raíz primordialmente comteana [11].     

            Los perjuicios eventualmente adjudicados a la sociedad responderían, entonces, a los derivados de índole perversa correspondientes a efectos resultantes de “acciones intencionales que constituyen un riesgo calculable estadísticamente”. Sin embargo, el supuesto control racionalista sobre hipotéticos eventos universales tiende a generar la producción de cierto difuso nuevo destino, ya no atribuible a los fenómenos naturales, sino -por el contrario- engendrado en el espacio ocupado por las manifestaciones de carácter cultural. Siguiendo este razonamiento, cabe agregar que “la apertura e indeterminación del futuro no significa la erradicación del destino, sino más bien el comienzo de su producción social, [debido a] la multiplicación de la franja de posibilidades de riesgo de altas consecuencias” [12].

            El proceso referido a la modernización, interpretado sesgadamente en cuanto incrementos opcionales, es consumado “a costa de la ruptura de las ligaduras”, de raigambres política, ética o religiosa, que sujetaban recíprocamente a diferentes ámbitos y sectores sociales. El modernismo reciente, expresado en la dinámica del conjunto de la sociedad, determinaría que cualquier evento presente un elevado grado de contingencia, en virtud de que todos aquellos acontecimientos, anteriormente considerados improbables, en nuestros días devienen probables. En consecuencia, la evidencia acerca de la “probabilidad de lo improbable” obedece a la construcción social de un proceso signado por su carácter ambivalente y, además, expresado en el despliegue de la disyuntiva creada en torno al eje del orden, frente al caos, como alternativas excluyentes. Desde la óptica trazada por ese encuadre limitativo, no existe por lo tanto una predilección determinada por el acuerdo consensual o por el ejercicio del disenso [13].

            Beriain aduce que el aumento del comportamiento racionalista únicamente puede atribuirse a la convergencia de un conjunto de operaciones, llevadas a cabo al interior de los subsistemas, con la contrapartida manifestada en el desenvolvimiento deficitario del todo social o de “la naturaleza considerada como entorno de los entornos”. De allí que la acechanza permanente del riesgo remita, en el caso de Beck, a una categoría conceptual codificada en clave ecologista. Desde el momento en que, mientras “la sociedad industrial de clases se centraba en la producción y distribución de la riqueza de los recursos”, en el universo contemporáneo “la sociedad del riesgo se estructura [alrededor del mundo de] la producción, distribución y división de los riesgos que conlleva la modernización industrial” [14].

            Sobre la base del argumento anteriormente expuesto, la misma esencia de la sociedad moderna “tardía” impide una representación de contenido holístico, motivo por el cual “las amenazas ecológicas son tematizadas y fragmentadas por los subsistemas funcionales de acuerdo a sus códigos binarios específicos”. Tal reduccionismo, de figuración dicotómica, contrapone lo verdadero a lo falaz en el campo del conocimiento científico, el gobierno a la oposición dentro de la esfera del accionar político y la propiedad a la desposesión económicas. El tratamiento mencionado reemplaza, de hecho, el abordaje de la totalidad del sistema social, al tiempo que “los riesgos globales tienden a sobrecargar las capacidades para resolver problemas de cada subsistema” [15].

            En última instancia, por ende, la dinámica motorizada por el cúmulo de diferenciaciones, de orden funcional, conlleva una específica “pérdida de redundancia entre los subsistemas, [pudiendo] ocasionar reacciones en cadena incontroladas en los otros subsistemas”. Esta eventual evolución generaría que el discurso asentado en la sensación omnipresente de angustia-miedo se convierta en teorización sucedánea respecto de cualquier cosmovisión de impronta holista [16].

            La modernización reflexiva, en el sentido beckiano del término, produce convulsiones profundas que, en código contramoderno, pueden engendrar el resurgimiento de formas aggiornadas de regímenes de raigambre fascista, inductoras de políticas xenófobas de distinta índole. Ello acontece cuando las masas reaccionan frente a las inseguridades derivadas de la, aparentemente, incontenible “flexibilidad” a la que tienden las diferentes instituciones sociales. Por otro lado, aquellas conmociones “pueden ser utilizadas para la reformulación de las metas y fundamentos de la sociedad industrial occidental”. Resulta preanunciado, por tanto, el devenir de conflictos “entre renovación y radicalización de la modernidad”, en contraposición a manifestaciones expresas de contramodernización [17].

            Corresponde acotar que, a partir del corte definitivo con el universo de la “guerra fría”, a partir de la caída del muro de Berlín acaecida en 1989, el mundo occidental -en virtud de su propio triunfo sobre el sistema “comunista”- también debió afrontar una instancia crítica, surgida de la necesidad imperiosa de repostular objetivos de desarrollo humano y social, al margen de seguir cumpliendo, a rajatabla, las metas prefijadas hacia un horizonte ilimitado en el sentido del progreso técnico-productivo. 

 


 

[1] )- Ulrich Beck, director del Instituto de Sociología de la Universidad de Munich, publicó varios estudios, entre ellos el recientemente editado La invención de lo político.

[2] )- Diario “Clarín”.

[3] PICÓ, Josep: Modernidad y postmodernidad; en Picó. J. (comp.). “Modernidad y postmodernidad” (Madrid, Alianza Editorial, 1998). Prefacio, pág. 9, e Introducción, pág. 13.

[4] BERIAIN, Josetxo, El doble “sentido” de las consecuencias perversas de la modernidad; en Beriain, J. (comp.), Las consecuencias perversas de la modernidad (Barcelona, Anthropos, 1996).Prólogo , pág. 15

[5] BECK, Ulrich: La invención de lo político. Para una teoría de la modernización reflexiva; Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999, págs. 9-10

[6] BECK, U., ídem., págs. 10 a 12

[7] BECK, U., ídem., pág. 12

[8] BECK, U., ídem., pág. 13

[9] BECK, U., ídem., pág. 13

[10] BECK, U., ídem (la concepción central referida a esta temática fue tomada del texto comprendido entre las págs. 32 y 85). Las citas entrecomilladas corresponden a Beriain, J., ob. cit., págs. 22-23

[11] BERIAIN, J., ob. cit., pág. 23

[12] Este planteo converge con la postura de Giddens, Anthony, Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea (Barcelona, Península, 1998), cuyo resumen parcial fue extraido de Beriain, J., ob. cit., pág. 23

[13] BERIAIN, J., ob. cit., págs. 23-24

[14] Esta apreciación fue rescatada de la visión elaborada por Beck, en Beriain, J., ob. cit., pág. 24 (por otro lado, aquel autor señala que “en Europa es posible una modernización del apartheid [teniendo en cuenta que] los ricos se amurallan. El Estado social es también un hijo ilegítimo del comunismo, surgido básicamente del temor a éste ... es difícil imaginar como el tercer Mundo se puede esarrollar sin una amenaza semejante de las seguridades sociales” (Beck. U., ob. cit., pág. 28)

[15] BERIAIN, J., ob. cit., pág. 28

[16] BERIAIN, J., ídem, pág. 28 

[17] BECK, U., ob. cit., págs. 14-15

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