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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DESAFILIACIÓN SOCIAL BASADA EN LA DESINTEGRACIÓN LABORAL-PRODUCTIVA - Juan Labiaguerre

            ...Se ha observado insistentemente, sobre la base de variados estudios de la problemática inherente a la dualización del mercado de trabajo, la presencia de dos segmentos diferenciados en cuanto a los tipos de empleo vigentes en la actual coyuntura laboral; por un lado, un mercado primario, integrado por asalariados calificados, relativamente mejor remunerados, con mayor estabilidad, protegidos social y previsionalmente, y -por el otro- un mercado secundario conformado por personal inestable generalmente menos calificado, cuya inserción ocupacional responde en forma directa a las fluctuaciones de la demanda y con niveles retributivos inferiores respecto de los anteriores. Dentro del marco de esta visión dual, en coyunturas específicas marcadas por el subempleo y un exceso relativo de oferta laboral, ambos mercados se enfrentan, en la medida en que los asalariados secundarios resultan prioritariamente convenientes y ventajosos para el empleador, quien busca eludir las rigideces o "ataduras" -en definitiva, mayores compromisos y costos laborales- implícitos en las contrataciones regulares; además, el proceso intensivo de terciarización de las actividades económicas presenta una incidencia directa sobre los márgenes relativos de productividad del trabajo.

            La característica esencial de la problemática actual planteada por el universo del trabajo radica no sólo en la estructuración de una periferia precaria, sino además en la desestabilización de los estables, generándose una yuxtaposición de condiciones laborales que acentúan el estado de vulnerabilidad de masas referido por Castel, el cual no expresa un fenómeno meramente marginal; en dicho sentido, "la precarización del trabajo es un proceso central, regido por las nuevas exigencias tecnológico-económicas de la evolución del capitalismo moderno". Se manifiesta entonces un mecanismo de aleatorización de las inserciones ocupacionales por cuanto el trabajo fortuito representa una nebulosa de contornos inciertos, con tendencia a autonomizarse, conformándose trayectorias erráticas constituidas por la alternancia de empleo y no-empleo, circunstancia bajo la cual la desocupación recurrente es una variable crucial del mercado. En este contexto, un segmento poblacional considerable -principalmente compuesto por jóvenes- resulta parcialmente empleable en términos de actividades provisorias, que comprenden algunos meses o semanas, y más fácilmente aun despedible; en consecuencia, adquiere gradual relevancia una nueva categoría ocupacional representada por una especie de "interino permanente".

            Partiendo de la progresiva degradación del rol de integrador social experimentada por el trabajo, Castel analiza el delineamiento gradual de un eje determinado por la integración en el trabajo sobre la base del empleo alternativamente estable, precario o la desocupación, complementado con la densidad de la inscripción relacional mediante redes familiares y de sociabilidad, categorizada en términos de dimensiones fuertes, frágiles o de aislamiento social; las combinaciones recíprocas entre las distintas variables citadas determinan zonas de diferente densidad referidas al ámbito de las relaciones sociales, evaluadas en cuanto a sus niveles de integración, vulnerabilidad, asistencia y exclusión/desafiliación [Castel].

            Para el autor citado, la inserción profesional equivale a la integración, es decir a aquella instancia ubicable en un espacio pleno dentro de la sociedad, inscribiéndose en la sociedad salarial, caracterizada por servidumbres y garantías; en cambio, "una inserción puramente social se abre a un registro original de existencia que plantea un problema inédito", presentando -respecto de la primera- formas nítidamente diferenciadas. Refiriéndose a los beneficiarios de los programas de ingreso mínimo de inserción, llevados a cabo en Francia desde comienzos de los ochenta, Castel indica que sólo un 15% de ellos encuentra empleo, ya sea estable o precario; otro porcentaje similar recorre el laberinto de los empleos ayudados y pasantías, mientras que "el 70% restante se reparte entre el desempleo, en general no subsidiado, y la inactividad"; de acuerdo a este análisis, la mayoría de los beneficiarios que conseguían trabajo no lo hacía mediante el dispositivo correspondiente al ingreso mínimo de inserción, sino a través de sus propias estrategias profesionales, siendo probable que dicho ingreso les procurara algún margen para el logro de la mera subsistencia.

            Por otro lado, cualquier tipo de ocupación laboral que no derive en una forma de integración de alguna manera profesionalizada equivale a una condena a la inserción perpetua; un insertado permanente, en este sentido, representa a "alguien a quien no se abandona por completo, a quien se acompaña en su situación presente, tejiendo en torno a él una red de actividades, iniciativas, proyectos". En relación a estas modalidades de empleos creados artificialmente desde el aparato estatal para solivianar los efectos más degradantes surgidos de la desocupación masiva y crónica, "el éxito del ingreso mínimo de inserción consistiría en su autodisolución, con la transformación de su clientela de sujetos a insertar en sujetos integrados" debido a que, para muchos beneficiarios, la inserción ya no representa una etapa sino que se ha convertido en un estado, lo cual conlleva una modalidad inaudita de existencia social, al tratarse de un estado transitorio-duradero equivalente a un estatuto intermedio entre la exclusión y la inserción real.

            Por lo tanto, la mera inserción apunta a un tipo de socialización secundaria, vinculando al individuo con un "mundo institucional o basado en instituciones", resultando estas prácticas frágiles e intermitentes al contrastarlas con aquellas inherentes al universo del trabajo asalariado propiamente dicho, y conllevan una vulnerabilidad socio-ocupacional potenciada por la carencia, simultánea, de una socialización de tipo primario en las mismas personas dependientes de las citadas políticas de inserción laboral mínima; dicha carencia es acompañada asimismo, en un sentido general, por la ausencia de una "interiorización de las normas generales de la sociedad a través de la familia y la escuela". Partiendo de una reconceptualización de la crisis social contemporánea, Habermas sostuvo -hace ya un cuarto de siglo- que "las perturbaciones de la integración sistémica amenazan el patrimonio sistémico sólo en la medida en que está en juego la integración social, en que la base de consenso de las estructuras normativas resulte tan dañada que la sociedad se vuelva anómica. Los estados de crisis se presentan como una desintegración de las instituciones sociales" [Habermas].

            En términos histórico-comparativos, la esencia del pauperismo característico del siglo XIX radicaba en la inexistencia de relaciones organizadas del trabajo, carencia compensada mediante la fuerte presencia de vínculos familiares sólidos y la integración social en comunidades estructuradas. Contrastando con dicha situación, el presente demuestra un vivo cuestionamiento de la articulación compleja de los mecanismos comunitarios, las protecciones y los regímenes de individualización, hecho que determina el carácter irreversible de las transformaciones que van en el sentido de una mayor flexibilidad, en la medida en que la segmentación de los empleos y el incesante incremento del sector servicios conllevan "una individualización de los comportamientos laborales totalmente distintas de las regulaciones colectivas de la organización fordista" [Castel].

            Actualmente, se conjugan los rasgos distintivos del individualismo negativo, enraizado en la falta de marcos normativos adecuados, generando un estado anómico de desafiliación de masas; el individualismo de fines del siglo XX responde a patrones inéditos aunque, diacrónicamente, "en el ejemplo del joven toxicómano de arrabal podría verse el homólogo de la forma de desafiliación encarnada por el vagabundo de la sociedad preindustrial", según Castel; dicho caso extremo se asienta en rasgos exacerbados al límite, pero que no obstante subyacen en muchas vivencias signadas por la precariedad e inseguridad cotidianas, reflejadas en trayectorias erráticas y temblorosas, construidas en base a inquietudes permanentes de búsquedas balbuceantes con el exclusivo objeto de arreglárselas día por día. Como forma compensatoria ante el acentuado grado de desarraigo comunitario basado, entre otros factores, en la desestructuración del universo continente del trabajo -producto a su vez de la reconversión laboral-productiva-, en la moderna sociedad desindustrializada "la localización de las intervenciones recobra una relación de proximidad entre los participantes directamente afectados, que las regulaciones universalistas del derecho habían desdibujado" [Castel].

            La época actual se encuentra marcada, entonces, por una notoria fragmentación del derecho laboral en términos de un proceso de recontractualización, en la medida en que "por debajo de las regulaciones generales que otorgan un estatuto y una identidad fuerte a los colectivos de asalariados, la multiplicación de las formas particulares de contrato de trabajo confirma la balcanización de los tipos de relación con el empleo: contratos por tiempo determinado, provisionales, de jornada parcial, etcétera" [Castel]. El autor precitado sintetiza su concepción acerca de la situación sociolaboral contemporánea, predominante desde mediados de la década de los setenta, indicando que "la contradicción que atraviesa el proceso actual de individualización es profunda. Amenaza a la sociedad con una fragmentación que la haría ingobernable, o bien con una polarización entre quienes pueden asociar el individualismo y la independencia, porque su posición social está asegurada, por un lado, y por el otro quienes llevan su individualidad como una cruz, porque ella significa falta de vínculos y ausencia de protecciones".

            En dicho sentido, emerge progresivamente un sistema de seguridad social que, en su componente previsional y en lo que atañe a la cobertura médica de la fuerza de trabajo, secciona radicalmente al conjunto social debido a que por un lado se encuentran quienes tienen acceso a alguna prestación, aunque por lo general ésta resulta insuficiente, mientras que por el otro proliferan aquellas personas sin perspectivas en el futuro mercado de trabajo y que contarán con sus propias fuerzas o quizás con la ayuda de un determinado servicio público de salud o de asistencia, también sumamente precarios de continuar los lineamientos básicos de la política social vigente, como únicos recursos para hacer frente a los crecientes riesgos sociales y vitales originados en la aplicación del actual modelo de acumulación.

            Desde comienzos de la década de los setenta del presente siglo se ha operado una mutación, en el sentido de transformación radical y sustantiva, de las condiciones de reproducción del capital consideradas globalmente, cambio crucial que determina -en forma concomitante- una modificación profunda de las propias condiciones de existencia de la masa asalariada. En este sentido, el estudio de la mera reproducción conjunta de las relaciones económicas sólo  contempla el mercado de trabajo en cuanto ente aislado donde se enfrentarían partes contratantes iguales; sin embargo, los niveles diferenciales representados por los salarios individuales resultan un sucedáneo parcial dentro de la complejidad de los mecanismos actuales inherentes a la reproducción del trabajo, situación que conlleva la temática de la estratificación ocupacional y remite -simultáneamente- a las condiciones concretas mediante las que se cristaliza la relación salarial.

            En este terreno de análisis operan diversos tipos de diferenciaciones inestables superpuestas, debidas a ciertos factores surgidos de los propias transformaciones experimentadas por el proceso de trabajo en sí mismo, que impulsan cambios cualitativos en los modos particulares adoptados por la efectivización del pago salarial; además, inciden los desniveles cuantitativos entre salarios individuales correspondientes a trabajadores rotativos. La forma más antigua y clásica adoptada por el salario industrial consistió en la remuneración horaria, establecida mediante la vigencia de un salario base surgido de negociaciones colectivas, cuya esfera superaba ampliamente lo estipulado por cualquier tipo de contrato individual, implicando -por ende- que el salario expresara globalmente una relación entre clases, instrumentada mediante la fijación de un contrato salarial típico y de cierta jornada laboral horaria predeterminada. Como alternativa frente a la anterior modalidad de salarización, la remuneración a destajo constituye un mecanismo que responde parcialmente a la aplicación de los principios taylorianos y que -eventualmente- puede coexistir con el salario por tiempo, sobre todo en algunos procesos de trabajos complementarios correspondientes a una misma industria, expresando una pauta salarial base que contempla algunas variaciones referidas a la intensidad del trabajo.

            En forma paralela, la producción capitalista del modo de consumo incide sobre la reconversión de las condiciones de existencia del asalariado a través de las formas de reproducción de la fuerza de trabajo social y, en especial, de la relación salarial; en este sentido, la crisis en la organización del trabajo representa una ofensiva general del capital para reducir los gastos sociales, coincidiendo con graves trastornos financieros de los organismos públicos, fenómenos que expresan una instancia crítica atravesada por el ámbito propio de la reproducción de la condición asalariada. Tomando como modelo el caso del desarrollo capitalista estadounidense, se indica que "la conquista de tasas de plusvalor cada vez mayores entraña prácticas creadoras de factores de diferenciación en el seno del trabajo asalariado" [Castel]. En la medida en que el fundamento de la estratificación ocupacional radica en las formas organizativas asumidas por el proceso intrínseco correspondiente al trabajo, el esquema fordista, en su aplicación pura de acuerdo al parámetro de la economía norteamericana, entrañaba la extensión del trabajador fragmentario, no calificado e intercambiable, al tiempo que una paralela generalización de la norma de consumo obrera hacia el sector comprendido por las actividades terciarias.

            De acuerdo a la incidencia de factores expuestos anteriormente, una diferenciación central entre los asalariados emerge sobre la base de la tendencia por parte de un segmento de ellos -cuantitativamente decreciente en términos proporcionales- al logro de una relativa estabilidad, al resultar beneficiarios de conquistas gremiales asentadas en la vigencia de los convenios colectivos de trabajo; este mecanismo institucional permitió que en los países capitalistas más avanzados, a partir de la posguerra, se lograra mantener en estado latente el conflicto clasista en los reductos obreros potencialmente críticos en cuanto a su nivel de cuestionamiento radical del orden social [Habermas]. Además, existe en la actualidad escaso margen para sostener la existencia de una "acción disciplinante y sancionadora individual e inmediata de la necesidad económica" en cuanto procedimiento apropiado a efectos de la integración de la fuerza laboral dentro del marco de la sociedad del trabajo, en vista del carácter crecientemente heterogéneo presentado por las inserciones laborales; dicho nuevo condicionamiento incide en la pérdida de virtualidad general del mecanismo relacionado con la supuesta presión social ejercida por el "ejército de reserva" [Offe].

            Por otro lado, un factor anexo que coadyuva a la fragmentación -y consecuente debilitamiento- del movimiento obrero consiste en la incidencia de ciertas "relaciones político-ideológicas sobre el ciclo de mantenimiento de determinadas categorías de la fuerza de trabajo", generadoras de un efecto de status en determinadas condiciones asalariadas que desconocen la norma social de consumo, agrietando aun más a la masa laboral; en este sentido, ciertas categorías ocupacionales se encuentran conformadas por minorías étnicas oprimidas que experimentan una discriminación sistemática respecto al conjunto de sus condiciones de vida y trabajo. Asimismo, la organización del consumo referida a la estructura familiar asigna a ciertas categorías de trabajadores, reclutados entre mujeres y jóvenes, un salario reducido, denominado complementario; cabe agregar, además, que la estratificación del sector asalariado constituye una de las bases en las que se sustenta el proceso de centralización del capital apoyado en redes de subcontratación [Aglietta].

            Hacia mediados de la década de los ochenta ya se manifestaba la presencia de una realidad sociolaboral signada por la "disminución objetiva de la capacidad de determinación de los supuestos fácticos del trabajo, la producción y la actividad económica en relación con la constitución y el desarrollo de la sociedad en su conjunto", fenómeno condicionante de una gradual pérdida del rol crucial -potencialmente integrador- ejercido por la esfera productivo-ocupacional, desde una perspectiva tanto estructural como evolutiva; en este contexto, el trabajo se convirtió en un punto de referencia crecientemente periférico, en términos colectivos e individuales, a efectos del análisis social, pese al mantenimiento de la condición de dependencia laboral en que se encuentra la mayoría de la población [Offe].

            Dentro de los sectores específicamente urbanos, la posibilidad de acceso al consumo, incluido el correspondiente a productos alimenticios vitales, se logra sobre la base de la adquisición -a través del mercado- de bienes y servicios necesarios para la subsistencia de las personas y unidades domésticas, proceso resultante de una función del ingreso respectivo combinada con el precio de las mercaderías; en la medida en que la fijación de éste último obedece sólo tangencialmente al accionar individual del consumidor, el ingreso representa en consecuencia la variable decisiva que posibilita alcanzar determinado nivel de satisfacción de necesidades, en términos socialmente aceptables, que garantice la continuidad del proceso de reproducción social. El trabajo constituye la fuente esencial de ingresos para la mayor parte de los segmentos sociales, razón por la cual el desempleo representa la arista más negativa de la cuestión ocupacional, aunque no la única, en la medida en que deben considerarse otras alternativas heterogéneas que expresan la incidencia individual presentada por el mercado laboral en el aspecto retributivo o salarial.

            La denominada implosión de la categoría del trabajo, siguiendo la conceptualización y la terminología utilizadas por Offe, se ve reflejada a través de la diversidad empírica de la acción consistente en trabajar, elemento que socava la hipótesis acerca de la centralidad del ámbito laboral productivo, evaluada morfológica y funcionalmente respecto a la sociedad en su conjunto; asimismo, íntimamente conectado a la evolución del trabajo dependiente se desarrolla el proceso que induce a su diferenciación interna, no aprehensible integralmente por la conceptualización convencional referida a la división del trabajo, teniendo en cuenta que incluye también la distinción entre aquellos que se encuentran plenamente afectados por la racionalidad impuesta mediante dicha división y quienes lo están en escasa o nula medida: se manifiestan entonces dimensiones crecientemente variables entre las diferentes situaciones ocupacionales respecto de los ingresos, calificaciones, seguridad en el empleo, posibilidades de movilidad sociolaboral y grado de autonomía del puesto de trabajo, entre otros factores.

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