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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DEVENIR SOCIOHISTÓRICO DEL UNIVERSO LABORAL [X] - Juan Labiaguerre

            Con relación al proceso de marginalidad social en la región latinoamericana, se destaca la irrelevancia histórica de una parte sustancial de la población excedente en orden a la reproducción del sector capitalista hegemónico, dentro de una conformación socioeconómica signada por el desarrollo desigual y dependiente. Dicha particularidad propició el desenvolvimiento de una variante referida a la evolución económica general a nivel local, tendiente a la generación de un esquema extremadamente inequitativo en la distribución de ingresos. Además, a los inconvenientes crónicos en cuanto a la absorción de la población activa por parte del mercado laboral, se adiciona el ensanchamiento progresivo en la brecha de productividad, contrastada con la correspondiente a la de los países industrializados centrales.

            La evolución típica de la economía urbana en la Argentina, derivada del proceso modernizador, dentro de un escenario subcontinental relativamente heterogéneo, remite a la yuxtaposición de diversas estructuras productivas articuladas recíprocamente. El mecanismo de integración al mercado de trabajo se expresa a través de modalidades diferenciadas de inserción laboral, integradas en un tipo de relación específicamente capitalista, o mediante la constitución de una fuerza de trabajo externa a la esfera mercantil propiamente dicha. Ello responde a que el factor correspondiente a los diferentes modos de retribución de la fuerza de trabajo presenta una relevancia crucial en las sociedades periféricas, en las cuales el capitalismo moderno se encuentra sobreimpuesto a formas preexistentes de organización económica. Dicha combinación particular genera una diversidad de fuentes de ingresos, que refleja acentuadas diferenciaciones, en función de los grados de integración de ciertos segmentos sociales, mediante relaciones de producción capitalistas “modernas o avanzadas”, originando quiebres estratificacionales profundos [1].

            En el contexto histórico marcado por el proceso de industrialización tardía llevada a cabo en las economías de la región, durante el transcurso del siglo XX y en diferentes momentos según los distintos países, la carencia de una regulación institucional extendida de las relaciones contractuales asalariadas generó un marco urbano signado por una informalidad laboral extendida. Se crearon entonces formas apartadas del mecanismo tipificado de integración social capitalista de la fuerza de trabajo, tal como el mismo se había manifestado en las economías industriales avanzadas. Devino entonces la articulación de dos planos decisivos: el de la salarización (o no) del trabajo y el correspondiente a la presencia de una regulación institucional -legal, jurídica- de las relaciones de producción [2]. En este campo analítico, la precariedad equivale a la presencia de diferentes grados de inserción ocupacional, dentro de la estructura productiva global, correspondiente a un determinado sector laboral carente de una concreción efectiva en el sentido de una proletarización “integral”.

            La aplicación de un modelo teórico dualizador, con las reservas propias de todo ejercicio deductivo que soslaya las complejidades fácticas, induce al análisis de la segmentación del mercado laboral en nuestro país, a través del reconocimiento de la existencia de la citada esfera moderna del aparato económico-productivo, en cuyo interior prevalecen relaciones de trabajo típicamente “capitalistas”, legales o clandestinas desde el punto de vista jurídico-normativo. Frente a este polo, convive un sector secundario -o cuasi marginal- en el que la demanda de trabajo se origina en establecimientos pequeños, escasamente capitalizados y con reducida productividad, la mayor parte de ellos operando "en negro", o directamente en las unidades domésticas. El sector moderno de la fuerza de trabajo se encuentra constituido esencialmente por el sector asalariado formal, estable, y trabajadores autónomos consolidados y capitalizados; la mayoría de este conjunto se encuentra legalmente registrado y realiza tareas permanentes. En marcado contraste con tales posicionamientos, del lado periférico deben considerarse los empleos provisorios y desprotegidos, el servicio doméstico y todo tipo de actividades discontinuas e intermitentes [3].

            Dentro del marco específico de las sociedades subdesarrolladas o periféricas, claramente diferenciado respecto del correspondiente a las economías avanzadas, el fenómeno de la marginalidad remite a un proceso signado por un escaso nivel relativo de integración de ciertos grupos sociales al núcleo central del sistema económico-productivo hegemónico, condición que contrasta nítidamente con la versión elaborada por la visión clásica del ejército industrial de reserva [4]. Corresponde señalar que esta última planteaba la problemática integrativa en términos de las relaciones sistemáticas existentes entre diferentes actores o clases sociales, en el seno de una forma capitalista “ortodoxa y pura” [5].

            En términos de una especie de bisagra articuladora entre el radio de acción hegemonizado por el capital moderno formalmente considerado, de un lado, y aquellas actividades en las cuales predomina nítidamente la esfera de la economía informal, del otro, pueden ubicarse, con un relativo grado de precisión, un segmento de asalariados en microempresas y un sector parcial de trabajadores autónomos descapitalizados. Ambos estratos socio-ocupacionales, no obstante representar eventualmente una capacidad laboral informal, resultan insertables en el ciclo reproductivo correspondiente al capitalismo privado. En este sentido, puede estimarse que los sectores autonomizados constituyen una fuerza laboral indirectamente asalariada, que coadyuva de una manera u otra al proceso de valorización capitalista [6].

            En la actualidad, al margen de las reconceptualizaciones implícitas en la vigencia de modalidades diferenciadas de proletarización, junto a las implicancias de la vulnerabilidad en aumento de las inserciones ocupacionales, se manifiestan lógicas de subsistencia orientadas a la misma reproducción de la fuerza de trabajo. Ellas suponen el cuestionamiento del mecanismo proletarizador básico -el cual refiere a un universo atomizado de trabajadores-, en orden a la emergencia del hogar o de la localización territorial, en cuanto ámbitos concretos en los que se desarrollan las lógicas mencionadas. Por otro lado, la obtención de ingresos de origen no laboral, aunque mantiene el proceso reproductivo dentro de la esfera correspondiente a lógicas de acumulación capitalista, conlleva cierta independencia del núcleo familiar o de la unidad doméstica con relación al funcionamiento meramente económico del mercado de trabajo. Dicho proceso de desproletarización se encuentra potenciado sobre la base de la movilización de recursos extramercantiles, considerando que la realización de actividades exclusivas tendientes a la sobrevivencia, además de la inserción en determinadas redes sociocomunitarias, colocan en tela de juicio la hegemonía del principio asentado en la figura del valor de cambio, fenómeno inherente a la lógica económica signada por el capital.

            Conviene señalar la incidencia sociocomunitaria presentada por el fenómeno de heterogeneidad, típico de las estrategias económicas de la población más pauperizada - desplegadas ante la degradación de su estado situación ocupacional-, teniendo en cuenta que ellas inducen a una diversificación de respuestas y alternativas ante la crisis del mercado de trabajo. Ello acontece en tanto que, si bien los mecanismos de supervivencia remiten a cierto condicionamiento cultural arraigado en el círculo familiar, existen otras instancias mediadoras que demuestran el desarrollo de los mismos en diferentes esferas organizativas. Dichas realizaciones se cristalizan en los respectivos barrios o asentamientos poblacionales, adquiriendo en estos casos relevancia las características específicas de la localización correspondiente. Al respecto, en determinados núcleos urbanizados o semirrurales del conurbano bonaerense se manifiestan claramente las consecuencias derivadas de la segregación y el aislamiento característicos de los enclaves territoriales marginados [7].

            El concepto de sector informal urbano alude a la presencia de cierto excedente de fuerza de trabajo tendiente a demostrar que, aunque la modalidad de industrialización “sustitutiva” había conseguido un incremento considerable del producto bruto interno -por ejemplo en los procesos modernizadores concretados en América Latina-, el mismo no sentó las bases para el logro de un ritmo paralelo de aumento en la creación de fuentes de empleo. Las causas de dicho desajuste radicaron en una determinada orientación del aparato productivo, dirigida en torno a la demanda de bienes correspondientes a un mercado restringido, proceso agravado mediante el avance de la mundialización económica –acorde con tal dinámica industrializadora-, que gradualmente impuso los patrones tecnológicos y las pautas referidas a los tipos de productos que debían priorizarse. En el contexto signado por una mutación progresiva y expansiva del paradigma tecnológico, promotora de inversiones capital-intensivas, enroladas en la aplicación de técnicas ahorradoras de mano de obra, el conjunto de factores puntualizados coadyuvó a una creciente absorción de la población activa “sobrante” por parte de sectores externos al núcleo moderno del sistema económico, generando la proliferación de segmentos diferenciados en el mercado de trabajo urbano [8].  

            Dentro del contexto latinoamericano, y particularmente en el caso argentino, la búsqueda de mayores ingresos por parte de los sectores sociales más pobres se sustenta en diferentes alternativas, representadas mediante la extensión de la jornada laboral de los asalariados ocupados y/o la realización de trabajos secundarios por parte del jefe de hogar -más allá del sexo-, la inserción ocupacional del mayor número posible de miembros familiares -incluyendo al “ama de casa” y los hijos más jóvenes- y la prosecución de fuentes de ingreso marginales en referencia a aquellas otras específicamente laborales. Las variadas estrategias de supervivencia se inscriben al interior de un espacio macrosocial condicionante en términos restrictivos, teniendo en cuenta que los indicadores acerca del desempleo, la subocupación y las actividades inestables y desprotegidas resultan expresiones nítidas de los obstáculos que se ven obligados a sortear los segmentos populares, a efectos de poder desarrollar las distintas estrategias mencionadas.

            En dicho aspecto, la recurrencia de índices elevados de subempleo evidencia la situación de aquellos hogares que deben compensar la desocupación de alguno de sus miembros y sólo consiguen insertarse laboralmente a tiempo parcial. Por otro lado, las mayores tasas de paro corresponden a aquellas ramas de actividad que absorben principalmente a franjas determinadas de la fuerza de trabajo, las cuales históricamente experimentaron inserciones precarias en el mercado. Desde una perspectiva analítica alternativa, aunque complementaria de los puntos de vista anteriores, el desempleo afecta sobre todo a las mujeres y a los jóvenes, situación que agrava la condición de aquellas unidades domésticas en las que no existe la figura masculina del jefe de hogar o "padre de familia".

            Teniendo en cuenta el conjunto de factores distintivos de la realidad histórica latinoamericana, y en especial de la argentina, corresponde subrayar las diferenciaciones presentadas en el devenir de sus modelos postfordistas de organización productiva con relación a los correspondientes a las economías avanzadas. En nuestro país las relaciones laborales fueron flexibilizadas de hecho, en segmentos marginales considerables de la fuerza de trabajo, con mucha anticipación respecto de su legitimación jurídica devenida a partir de sucesivas reformas institucionales de la condición asalariada. De modo que la “informalización ocupacional”, entendida bajo un significado multifacético, que abarca actividades extracontractuales, subempleo, temporalidad, ausencia de derechos sociales, desprotección sindical, falta de cobertura previsional, autonomía precaria, etcétera, tiende a manifestar expresiones más agravadas y críticas, en lo referente a la denominada crisis del empleo, que aquellas cristalizadas en naciones económicamente desarrolladas y con un pasado reciente de salarización institucionalizada y Estado de Bienestar generalizados.  

 

 


[1] Corresponde señalar que dentro del marco de algunas economías periféricas, tales como por ejemplo la mayoría de las latinoamericanas, el proceso proletarizador no significó una extensión generalizada del trabajo asalariado clásico en los conglomerados urbanos, situación que originó la existencia de una fuerza laboral masiva, ubicada dentro de la lógica inmanente a la valorización capitalista, aunque controlada a través de modalidades divergentes respecto de la mediación salarial típica.

[2] La convivencia de procesos diferenciados de acumulación afectó de manera particular la configuración del mercado de trabajo, donde sólo en el ámbito del capital industrial surgió la proletarización propiamente dicha. Asimismo, en este sector se manifestó una expresión desdoblada en términos de la forma de asalariamiento desde que, mientras en la órbita monopólica se produjo una integración estable del trabajador a la empresa -lo cual redundó en salarios relativamente elevados, observación de la legislación laboral y cumplimiento de los convenios colectivos de trabajo-, en el área abarcada por el capital industrial competitivo se produjo una tendencia a la compresión retributiva, la evasión de la normativa jurídica y la ausencia de protección legal y cobertura social gremiales debido, entre otros factores, a la escasa afiliación sindical.

[3] La diversificación de la estructura productiva determina un proceso de fraccionamiento continuo del mercado laboral, potenciado gradualmente debido a un incremento de ciertos núcleos semiurbanizados, sin la presencia correlativa de un proceso de universalización del trabajo asalariado sino, por el contrario, acompañado de una restricción constante en la creación de empleos. Esta característica socio-ocupacional remite -desde una perspectiva comparativa- a experiencias propias de contextos latinoamericanos más subdesarrollados económicamente, y debe destacarse que dicha configuración urbano-laboral específica incidió de manera determinante sobre las modalidades adoptadas por las inserciones laborales, conducentes a la proliferación de perfiles, o rasgos, de ocupaciones acentuadamente heterogéneas, frágiles y volátiles.

[4] La reducción de la incidencia del sector industrial en América Latina, en términos de la generación de fuentes de empleo, se produjo en un escenario condicionado por la tendencia al estancamiento económico, característica de una región donde la estructuración del aparato productivo se fue conformando históricamente de acuerdo a un modelo tricotómico. El mismo comprende las ramas monopolizadas que -sobre la base de exigencias técnicas específicas- sólo pueden operar en gran escala; en segundo lugar, aquellas actividades flexibles con relación a la escala donde también penetra el capital monopólico, coexistiendo en este rubro unidades grandes, medianas y pequeñas; finalmente, un sector muy fragmentado de baja productividad, que comprende un radio dentro del cual las economías de escala resultan cuasi irrelevantes y que representa el espacio por excelencia propio del capital competitivo.

[5] En el marco latinoamericano, desde la perspectiva teórica de un enfoque “dual” que necesariamente debe readecuarse -teniendo en cuenta la especificidad mencionada de su conformación socioeconómica-, coexisten al menos dos mercados de trabajo divergentes que coadyuvan al desarrollo de un elevado grado de heterogeneidad de las condiciones laborales, referidas éstas al status legal del trabajador y a sus niveles salariales. En consecuencia, la funcionalidad de la superpoblación relativa en el área del capital monopólico determina que una fracción considerable de ella resulte superflua, constituyendo de este modo una masa marginal en orden al proceso hegemónico de acumulación.

[6] El tratamiento de la gradual conformación de una masa marginal en el ámbito de las economías latinoamericanas alude a cierto vínculo de orden estructural, establecido entre los mecanismos periféricos de acumulación capitalista y los procesos de pauperización y de creciente inequidad distributiva, proclives a la intensificación del carácter desigualitario de la estructura social, y paralelos a una heterogeneización y segmentación progresivas del espectro ocupacional. Fueron consignados en ese sentido los efectos, respecto de los imperativos de integración del sistema, del requerimiento básico por parte del capital de “afuncionalizar” la incidencia de la población excedente, a efectos de evitar que se tornen disfuncionales, cuestión que refiere a la emergencia de ciertos mecanismos de dualización y segregación sociolaborales, que resultan exteriorizaciones propias del sistema capitalista contemporáneo, más que resabios de tradiciones pretéritas.

[7] Además, ante el desfase entre oferta y demanda laboral, un segmento creciente de la fuerza de trabajo activa se ubica al borde del mercado ocupacional, constituyendo un sector marginal consolidado como tal, por lo que adquiere carácter crucial la cuestión acerca de los modos adoptados por la generación alternativa de ingresos de las personas y grupos sociales que conforman el mismo. Podría mencionarse, como ejemplo de esta tendencia, que en las zonas más pobres del Gran Buenos Aires se manifiesta una sostenida extensión de las ocupaciones autónomas, relacionadas preferentemente a la mera producción de subsistencia.

[8] La visión desarrollada por el Programa Regional del Empleo para América Latina (PREALC), con relación al concepto de informalidad, refiere a una concepción del mercado de trabajo en cuanto ente conformado por segmentos heterogéneos, variando los mecanismos atinentes a la determinación del nivel de empleo y salario, de acuerdo a ciertas características propias de las diferentes áreas segmentadas. Dentro de este marco teórico-empírico, la sectorización del mercado laboral es entendida como un fenómeno continuo y progresivo, y no meramente coyuntural. Asimismo, el carácter subordinado del sector informal se expresa a través de la facilidad de acceso al mismo, elemento considerado en términos de rasgo clave de su comprensión; esta última dimensión responde a la escasez de recursos tecnológicos disponibles y a la presencia de unidades productivas reducidas y poco capitalizadas. Finalmente, las actividades resultan accesibles al encontrarse localizadas en “mercados competitivos o en la base de la estructura productiva en el caso de mercados oligopólicos concentrados”, por lo que puede deducirse que las actividades informales obtienen ganancias de origen básicamente no monopólico.

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