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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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EL MERCADO DE TRABAJO ARGENTINO DURANTE EL "MENEMISMO" - Juan Labiaguerre

En la etapa del capitalismo considerada tardía, los reclamos y demandas de naturaleza defensiva, correspondientes al sector del trabajo, se articulan alrededor de un eje, centrado en el ámbito de las recompensas exclusivamente económicas, a través de aumentos salariales y ciertas mejoras sociales. Tales compensaciones, sin embargo, no refieren necesariamente a la situación específica de clase, es decir que operan en forma desvinculada de la identidad de aquel sector en su condición de vendedor de fuerza de trabajo, reflejando el resultado de una “individualización de los riesgos que surgen dentro de un espacio social de contingencia total, producto de un desencantamiento de la conciencia revolucionaria de la clase obrera” [Beriain].

En las sociedades modeladas por el régimen de producción, y de distribución de bienes, del <sistema industrial>, opera un juego de acumulación-explotación entre el capital y el trabajo, que consigue un beneficio creciente para el “conjunto social”, pero a la vez un perjuicio colectivo expandido masivamente. En este sentido, una modernización reflexiva promueve la conexión de los riesgos, considerados en términos de efectos no deseados, con las actividades particulares de los respectivos ámbitos sociales, divididos de acuerdo a un proceso de evolución social, dentro del cual se produce una creciente diferenciación.

No obstante, desde algunas posiciones teóricas ubicadas en la perspectiva de los países desarrollados, se ha indicado que la relativa falta de obstáculos frente al avance del neoliberalismo, a partir de fines de los años setenta radicó, en un sentido general y más allá de otros motivos relevantes, en el rechazo, por parte de la clase obrera, tanto de la <normalización propia del fordismo>, como así también de la dictadura de las necesidades, que caracterizó el orden burocrático del Estado benefactor.

Por otra parte los vínculos interpersonales, y aquellos establecidos entre distintos colectivos, pueden interpretarse, en forma alternativa a su explicación “funcional”, a través del plano correspondiente al accionar específico de los sujetos, espacio emergente de <lo social>, representado por la vigencia de conductas solidarias. Aquí surge el sentido del comportamiento comunitario, que responde a la “alteridad del sistema, el ser frente al mero tener”. Debe destacarse que ambos puntos de vista analíticos resultan complementarios, aunque son guiados por lógicas y dinámicas alternativas divergentes [Beriain].

De modo que las sociedades modernas se encuentran integradas desde un punto de vista normativo, de acuerdo a valores y reglas consensuados, y sistemáticamente, sobre la base del accionar del mercado y de la administración pública. Por ende, el mecanismo mercantil y el poder político lograrían la cohesión colectiva, “apoyados en la objetividad de procesos de interacción a distancia y en la coordinación de las consecuencias no intencionadas de la acción”, realizada ésta en la mayoría de las ocasiones a espaldas de los actores [Beriain].

Partiendo de una perspectiva moral, la búsqueda del equilibrio frente a los conflictos originados en las relaciones interpersonales o en el accionar de las organizaciones, en orden a una evaluación imparcial de las demandas en pugna, alude a la vigencia de cierto principio ético justo e igualitario, referido a la existencia de derechos y deberes recíprocos entre las partes contendientes, y a la confianza mutua como presupuesto básico de cualquier tipo de acción social. Refrendando esta situación relativamente armónica, el componente simbólico o “construcción conjunta de sentido” remite a la esfera demarcada por la identidad colectiva y a la promoción de la autorrealización social e individual ligada a la satisfacción de necesidades, bregando por la “concordancia en las representaciones de valor, en los arquetipos e imágenes primordiales sobre la existencia”.

Se manifiesta, entonces, cierta articulación de formas integradoras realizadas en tiempos diferentes, es decir siendo cada una de ellas condición de las otras, pero sin existir simultaneidad entre distintos procesos superpuestos. Por ejemplo el derecho, dentro de este conjunto, cumple la función de bisagra, imponiendo criterios normativos a través del ejercicio de la autoridad política y estableciendo cierto “anclaje de solidaridad” comunitaria mediante la legitimación de un orden, asentado en algún elemento nómico integrador implícito. En este sentido, la vigencia de normas y valores compartidos refiere a la presencia de vinculaciones no sólo regulativas, sino también de raigambre constitutiva.

La desestructuración progresiva del fordismo, en cuanto eje de las relaciones entre capital y trabajo, junto al declive de los Estados de Bienestar, a partir de fines de la década de los sesenta, provocaron la transición a una nueva era, que comprende las últimas tres décadas del siglo. En esta instancia se modificó sustancialmente el ámbito de integración propiciado por los empleos asalariados regulares, característicos de la etapa previa. Ahora, serán la <flexibilidad> creciente y la precarización las variables predominantes y constantes del “mundo del trabajo”.

A través de nuestra segunda hipótesis se estimaba que desde los años setenta y, sobre todo, a partir del auge de las políticas neoliberales, la función social y el significado personal del quehacer laboral sufrieron una mutación profunda. Al respecto, puede señalarse que en tal fase emergen nuevos espacios, o resultan potenciados allí donde preexistían, de informalidad en las situaciones ocupacionales, tanto aquellas en relación de dependencia como las autónomas.

Durante la década de los ochenta, con el avance del neoliberalismo, y en la siguiente, mediante el proceso de “globalización”, la intensificación en la mudanza del escenario laboral desembocó en una situación de anomia generalizada en el espectro ocupacional, ya a fines del milenio.

En el caso particular de la Argentina, el problema del empleo ha adquirido dimensiones no conocidas previamente en el país y que solo son comparables a escasas experiencias mundiales en épocas de crisis. Y, por cierto, más paradójica resulta esta situación cuando la ... política económica ha sido exitosa en modernizar las estructuras económicas y llevar la inflación a niveles también inéditos en la historia argentina...

El desempleo urbano alcanzó en octubre de 1995 una tasa de 16,4 %, y el subempleo visible llegó a 12,6 % en ese mismo mes. Es decir, uno de cada 3,5 argentinos que está en condiciones y quiere trabajar, no lo puede lograr plenamente. Esta es la cara visible del problema que hoy no puede ignorarse, pues está en las ciudades, y si bien afecta más a jóvenes (2,8 veces más que a los adultos) y a mujeres (1,3 veces más que a los hombres), también contribuye a debilitar a los trabajadores organizados [1].

Siguiendo a Tokman, contrariamente a la percepción generalizada, el problema no surge en el corto plazo, sino que se viene generando a través del tiempo y, particularmente, a partir de 1980 ... la tasa de desempleo [anterior a ese año] fluctuaba en promedio entre 2 y 3 %, en la década de los ochenta llega a casi 6% en promedio, y en primer quinquenio de los noventa se ubica cerca del 11 % ... [mientras] que el sector informal pasa de niveles inferiores al 40% [antes de] 1980, al 42,5 % en los ochenta y al 50 % promedio durante el primer lustro de la última década del siglo, datos que evidencian de algún modo un ascenso sostenido, y a ritmo creciente, de los indicadores que denotan la presencia “invisible” de la subocupación. Esta misma tendencia se registra con los autónomos que, de menos de 20 %, llegan al 26 % en el periodo 1990-1995 [2].

La situación de empleo en la Argentina [a partir de mediados del siglo] presenta características particulares que la diferencian de la prevaleciente en América latina en su conjunto. Las condiciones iniciales y la dinámica, tanto de la oferta como de la demanda de mano de obra, permiten identificar un comportamiento diferente. Sin embargo, particularmente durante la década pasada disminuyen las diferencias, y si bien el país continúa presentando ciertas especificidades, la situación se ha ido acercando a la de otros países de la región...

Hacia 1950 la Argentina ya era un país más urbanizado, con relaciones laborales y una estructura de empleo más moderna y con mano de obra con alto grado de escolarización. Todo ello en relación con el promedio latinoamericano y con la mayoría de los países de la región. La población económicamente activa (PEA) ya se encontraba mayoritariamente en los centros urbanos (72 %), mientras que en promedio sólo el 44 % lo estaba en América Latina... Las relaciones laborales y la estructura ocupacional también registraban un estado de modernización mayor que en otros países... [por otro lado] esta situación inicial de mayor urbanización y modernización estuvo reforzada por el mayor grado de educación de la población [3].

En lo que hace a la dinámica demográfica argentina, la tasa de crecimiento poblacional fue durante el periodo de alrededor de 1,5 % acumulativo anual, mientras que países como México y Brasil experimentaron tasas superiores al 2 %. Asimismo, se registraron reducciones menores en las tasas de natalidad y mortalidad, a partir de un nivel ya más bajo que en los otros países. Dado un comportamiento bastante similar de las tasas de participación en la mayoría de los países de la región, las diferentes dinámicas poblacionales se trasladaron al comportamiento de la PEA, la que en la Argentina creció al 1,4 % anual, siendo muy inferior al 2,6 % anual de la región en su conjunto [4].

El autor de marras indica que a partir de las profundas reformas de comienzos de 1991, la Argentina enfrenta la aparente paradoja de éxito económico frente a la creciente desocupación. Dicho éxito es mensurable tanto por el crecimiento acelerado registrado hasta 1994, como por el control creciente de la inflación. Todo ello se produce, además, en un contexto de modernización caracterizado por la apertura comercial y financiera, la liberalización y la privatización. Esta mezcla de ajustes profundos estructurales y de estabilización se produce no sólo de manera simultánea, sino que se introduce en un periodo muy corto, sometiendo a la economía argentina a un “shock”... El año 1995 muestra una interrupción derivada fundamentalmente de la volatilidad de los capitales externos que contribuían a mantener el ritmo de expansión... [5]

¿Esta situación paradójica es inédita desde una perspectiva internacional?... la situación argentina se caracteriza por una expansión del producto de casi 35 % hasta 1994, seguida por una contracción del 2,5 % en 1995. A su vez, la tasa de inflación desciende paulatinamente del 84 % en 1991 a 1,8 % en 1995. La tasa de desempleo, que en octubre de 1990 era de 6,3 %, crece durante todo el periodo, aunque su crecimiento se acelera a partir de 1993...[6]

En cuanto a la conexión entre el factor referido al crecimiento económico y el proceso de generación de puestos de trabajo, Tokman aclara que aun con tasas de actividad constantes, el crecimiento acelerado no logra disminuir la tasa de desempleo entre 1991 y 1993 y se revierte en 1994-1995, con lo que se presenta una situación de crecimiento económico con destrucción de empleo ... La situación de 1995, año de contracción económica y caída en la tasa de desocupación, tampoco es irregular sino que refleja un comportamiento recurrentemente registrado. Lo variable, sin embargo, es la intensidad con que se produce la contracción del empleo, lo que depende de la coyuntura económica y de la institucionalidad que regula el mercado de trabajo [7].

Un reconocimiento del alcance del desempleo y unido a éste el de la pérdida de calificación y el de la precariedad de nuevas ocupaciones, en especial con relación a la tercerización, se da a propósito de los numerosos escritos (y versiones) acerca de la sociedad de los dos tercios, o sea la sociedad en la que un tercio de la población queda excluida de las ocupaciones que otorgan la posibilidad de lograr un empleo estable y en condiciones laborales protegidas. Más aun, algunos autores comienzan a hablar de la “dualización” de las economías avanzadas, que llevaría a una cierta homogeneización planetaria, de sentido opuesto al de los planteos evolucionistas vigentes en la sociología del desarrollo [8].

El problema de las variedades de situaciones ocupacionales no ligadas a la demanda de trabajo vinculada a la expansión mundial del gran capital dio lugar al análisis de la marginalidad, que plantea también con fuerza la noción de excedentes laborales no recuperables. El surgimiento, y aun la primacía, de los trabajadores no vinculados a relaciones salariales modernas, ni insertos en relaciones tradicionales, [fomentó el] análisis de ocupaciones que, sin caer en ninguna de estas dos variantes, proveían de acceso al consumo a vastas masas de los países dependientes: el trabajo informal. En cierta medida esta noción se convirtió en una bisagra entre las categorías utilizadas en los países centrales y los periféricos. Hace referencia al hecho de que la entrada en el mundo económico es posible a través de caminos caracterizados por muy diversas dotaciones de capital, hasta llegar incluso al caso de la entrada sin presencia inicial de capital [9].

Teniendo en cuenta la concepción de los autores de marras, una mayor radicalidad en la visión acerca de la desocupación emerge al plantearse que si el trabajo constituye un cemento fundamental en la construcción del lazo social que mantiene relativamente integradas a las sociedades, su pérdida de importancia, así como la falta de acceso a él de generaciones enteras, obligaría a la búsqueda de formas de integración social capaces de sustituirlo o revitalizarlo ... Una visión más radical plantea que es necesario modificar el concepto de trabajo o más bien aceptar que los lazos sociales se mantendrán sobre la participación en actividades, sobre todo de tipo social, no reconocidas tradicionalmente como trabajo [10].

La desocupación inhibe las condiciones de organización de los trabajadores; en primer término, de los segmentos que quedan desocupados. Debido a la falta de inserción laboral tienden a desestructurarse las condiciones sobre las que se articula en general la organización sindical (en el lugar de trabajo, en la empresa, en el sector). El propio ámbito de trabajo es el lugar cotidiano e inmediato de relación, así como el referente básico respecto de las condiciones de empleo. El sector de actividad es también un referente central, tratándose de un sindicalismo organizado predominantemente sobre la base de sindicatos por rama de actividad. Sobre las condiciones de organización de los desocupados inciden su especialización laboral (o no) y la identificación con ella, sus vínculos con determinada actividad y, en particular, con el sindicato en el que se nuclean los trabajadores de la misma, factores cuya incidencia se encuentra en decisiva relación con el tiempo de permanencia en el desempleo. De modo concurrente, son muy desfavorables las condiciones para la organización de los desempleados como tales. [Es evidente que dichos vínculos no existen en el caso de los nuevos trabajadores, o de aquellos que realizan actividades no calificadas, o se encontraban no registrados así como sin afiliación y relación con el sindicato, pero que constituyen segmentos importantes de la fuerza de trabajo]. De hecho, la experiencia comparada muestra que el alto desempleo es un factor desestructurante de la organización de los trabajadores y de su movilización...

Asimismo, "los altos niveles de desempleo, junto a la expansión del empleo no registrado, así como el incremento del trabajo temporario y ocasional, son factores que contribuyen a generar condiciones más difíciles para la organización de los trabajadores ocupados" [11].

Cabe agregar que no se trata de una segmentación basada en un sector social que queda al margen de cualquier inserción laboral y económica mientras se fortalecen las posiciones de amplias porciones de la sociedad. Ni un conjunto amplio de los desempleados se estaría constituyendo en parte de una subclase, como suele identificarse en ciertas interpretaciones sobre los Estados Unidos, que quedaría instalada en un círculo vicioso de marginalidad y pobreza, así como desenganchada de cualquier arrastre originado en la dinamización del mercado de trabajo, ni la situación de los ocupados expresaría la de un amplio conjunto consolidado a partir de su inserción laboral. No nos estaríamos acercando a la imagen de una sociedad de un tercio de desenganchados frente a dos tercios bien establecidos ... [sino que se trata] de un proceso abierto, en el que el patrón de desenvolvimiento económico y la intervención social del Estado tienen un papel relevante...

Nuestra imagen se acerca más a la imagen no dicotómica que propone Harrington para los Estados Unidos, que identifica un sector que se consolida y fortalece, un segundo sector medio y medio-bajo, que pierde posiciones, y un sector que registra crecientes problemas para acceder a empleos relativamente estables y que brinden las coberturas de la seguridad social [12].                

En referencia a la última problemática abordada, Goldín destaca que “el sistema de protección del trabajo se encuentra ante una encrucijada. Se ha puesto en cuestión su propia legitimidad teórica, su sustentabilidad política, y su viabilidad operativa. Se hace cada vez menos sencillo reconocer e identificar a sus destinatarios. Sus técnicas operativas están sujetas a revisión y a constantes críticas” [13]. El autor citado reconoce explícitamente el carácter sumamente complejo que tiñe a la lógica de la protección laboral, pretendiendo realizar un aporte al cuestionamiento de las corrientes teóricas, ubicadas en polos ideológicos opuestos, que intentan abstraer el tema respecto de la práctica epistemológica necesariamente complicada requerida por el ejercicio de un auténtico pensamiento crítico.

Aquel enfoque conceptual que tiende a subsumir el mecanismo propio de la dinámica de los mercados de trabajo al que es característico del funcionamiento de los mercados de productos, pese a su relativa antigüedad, concitó en los últimos decenios una renovada y extendida atención. Dicha perspectiva apuntala la evaluación respecto de que el mercado laboral es ajustado “automáticamente” en términos del coste de la fuerza de trabajo, representada en los montos salariales, o con relación a las magnitudes correspondientes al personal empleado. Partiendo de tal premisa, los organismos institucionales responsables de la cobertura social de los trabajadores únicamente son considerados en cuanto obstáculos que dificultarían los “sabios” ajustes promovidos por el pilotaje mercantil. De manera que las restricciones al reacomodamiento desrregulado de los salarios, incluyendo sus tendencias cíclicas al descenso, se solucionarían mediante el incremento de la desocupación, es decir agrandando el número desempleados. Por lo tanto, cualquier tipo de regulación de índole política que interfiera en el mercado, bajo una modalidad alejada de las reglas de justa conducta” mencionadas por Friedrich von Hayek, sólo conducirá al deterioro del sistema económico en su conjunto [14].

Goldín parafrasea a Alain Supiot, aseverando que el antedicho acercamiento teórico a la realidad de la economía del trabajo manifiesta, en el mejor de los casos, exclusivamente una parcialidad en referencia al complejo sustantivo constituido por la actividad laboral. Existe “otra parte del conocimiento que incide, con no menor energía, sobre el funcionamiento de los mercados de trabajo, y se procede con  limitado rigor cuando [ello] se pasa por alto”. Los sistemas de protección laboral remiten al funcionamiento multifacético comprendido por la interacción sistémica de ciertos factores, tomando en cuenta inclusive la legitimidad teórica de las “leyes económicas”, así como en determinadas situaciones su improcedencia empírico-conceptual, aunque en ningún caso puede la mera consideración de las reglas del mercado sustentar un diagnóstico real.  En este sentido, se subraya la incidencia de los fenómenos de la mente humana (como el entusiasmo y el compromiso o, alternativamente, la indiferencia), las regularidades sociológicas científicamente comprobadas, las reacciones del mercado político, las reglas de la ética social, si es que han sido “internalizadas” por una sociedad, y las señales de la cultura [15]. Es decir que “si de un lado satisface reclamos históricos de la clase trabajadora, por otro ha servido para suavizar los rigores del capitalismo -para hacerlo tolerable- y de ese modo ha contribuido a preservarlo” [16].

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[1] TOKMAN, Víctor (1996): "La especificidad y generalidad del problema del empleo en el contexto de América Latina"; en Beccaria, L. y López, N., Sin trabajo, CABA, UNICEF/Losada, pág. 47

[2] Ídem, pág. 48

[3] Ídem, págs. 49-50

[4] Ídem, pág. 51

[5] Ídem, pág. 55

[6] Ídem, págs. 55-56. El autor fundamenta su diagnóstico en las mediciones e interpretaciones efectuadas por Adolfo Canitrot ("Empleo y desempleo en la Argentina", CABA, Universidad Torcuato Di Tella, y prólogo del "Libro blanco sobre el empleo en la Argentina", CABA, MTSS), y por Alfredo Monza ("Situación actual y perspectivas del mercado de trabajo en la Argentina", en “Libro blanco...”, ob. cit.); estos artículos fueron publicados en el año 1995. 

[7] TOKMAN, V., ob. cit., págs. 57-58

[8] MURMIS, Miguel y FELDMAN, Silvio: De seguir así; en Beccaria, L. y López, N., “Sin trabajo”, ob. cit., pág. 191

[9] Ídem, págs. 191-192

[10] Ídem, págs. 193-194. Al respecto, en el texto citado se indica que “Pierre Rosanvallon asume esta posición. Frente a ella, Robert Castel insiste en que, por un periodo que irá más allá del medio siglo, el trabajo será siguiendo la base de la cohesión social, y que solo la solución del problema de la integración en el trabajo, y no apenas de la inserción en las actividades sociales, puede enfrentar esta cuestión”. Las referencias bibliográficas de ambas posturas teóricas se encuentran en Rosanvallon, P., "La nueva cuestión social", CABA Manantial (1995) y Castel, R., "La metamorfosis de la cuestión social", CABA, Paidós (1997)    

[11] Ídem, págs. 195-196. La cita encerrada entre corchetes se inspira en la concepción explicitada por Gyldenfeldt, C.A., Sindicalización y organización de los trabajadores, Bs. As., IDEP/ATE/CTA, 1995

[12] Ídem, pág. 196. En lo  referente a la visión sobre la “infraclase”, ver Giddens, Anthony, "La estructura de clases en las sociedades avanzadas"; Madrid, Alianza, 1983. Por otro lado, en la versión “tricotómica” mencionada, los autores se basan en el enfoque de Harrington, M., New York, The next left (Henry Holt), 1986

[13] GOLDIN, Adrián (1999): "La protección del trabajo en la encrucijada del fin de milenio"; CABA, “Escenarios alternativos. Revista de análisis político”, N° 7, págs. 114 y ss. 

[14] Ídem. Este postulado dogmático liberal continúa orientando las posturas de muchos economistas contemporáneos, inspirados en la obra teórica clásica elaborada por la escuela neomarginalista desarrollada durante la primera mitad del siglo XX por el citado von Hayeck y a través de la concepción de Joseph Schumpeter, entre los renombrados dentro de un círculo más amplio de autores ultraliberales en el campo de las ciencias económicas.

[15] El autor ejemplifica mediante las cuestiones inherentes al área temática tratada por la biocronología, en sus estudios sobre los efectos vitales, además de sus consecuencias en la productividad, producidas por los trabajos diurnos y nocturnos, así como los factores relacionados a la fatiga y el descanso. Respecto de la visión de Supiot, Alain, se cita su obra Critique du Droit du Travail, París, Presses Universitaires de France, 1994

[16] GOLDIN, A., ob. cit.; se indica que “roto aquel equilibrio, será necesario sustituirle por otro, que de algún modo exprese análoga aptitud inclusiva. Podría tal vez formularse la hipótesis de que ese equilibrio deba cristalizarse esta vez en una instancia más extendida: los reclamos crecientes de equidad que encuentran su cauce en la lógica democrática y mayoritaria y se expresan en el sistema político, tal vez encuentren su contrapartida en las urgencias de legitimación social de la economía, que algunos de sus agentes parecen ya advertir”.

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