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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA "EVANESCENTE" REALIDAD SOCIAL POSTMODERNA - Juan Labiaguerre

            La irrupción posmoderna en el campo estético, representado por las manifestaciones artísticas, alcanzó cierta repercusión hacia finales de la década de los años setenta y, casi en forma simultánea, el debate acerca de las premisas de orden epistemológico de ese talante se trasladó a la esfera de las disciplinas teóricas sociopolíticas. Tal mudanza fue expresada, entre otras corrientes del pensamiento contemporáneo, por el “postestructuralismo francés (Lyotard), la teoría crítica alemana (Habermas) y la sociología neoconservadora americana (Bell)” [Picó]. Debe señalarse que la concepción habermasiana emplea el discurso racional, al continuar sosteniendo los presupuestos básicos del movimiento intelectual anclado en la Ilustración, de raigambre dieciochesca. Contrapone dicho punto de partida al neoconservadurismo estadounidense, representado en las tesis expuestas por Bell [1], así como también a la escuela  postestructuralista de procedencia francesa, a través de su vertiente radical, en cuanto expresión de un antimodernismo esencialmente negativista [Picó].

            De manera que “la ciencia entendida debidamente no [tendría] sentido para la orientación de la vida cotidiana”, dado que en esta acepción extremadamente sesgada el accionar político debería mantenerse apartado de “las demandas de justificación moral-práctica” [Solé]. El postestructuralismo francés intenta reemplazar a las mismas mediante el ejercicio de juegos múltiples, referidos a la utilización del lenguaje, apuntando a una sistemática “deconstrucción” de los pilares de la lógica modernizadora [Picó]. 

Corresponde agregar que, ante el acrecentamiento de determinadas “posibilidades de experiencia y acción”, por otra parte continuamente actualizables, el hombre enfrenta el imperativo de elegir, optando entre un amplio abanico de acciones, pero en dicha selección cabe el riesgo implícito en la factibilidad de que no acontezca la resultante esperada, ocurriendo un evento alternativo u opuesto, es decir una manifestación contingente respecto del objetivo trazado. En este aspecto, Beriain sostiene que "la indeterminación del mundo nos obliga a desplegar una configuración de la experiencia” humana, interpretada complementariamente en tanto representación colectiva o habitus, cosmovisión de carácter secularizado proclive a generar efectos contrapuestos con relación a las metas proyectadas originalmente [Beriain]. la noción de “representación colectiva” remite al acervo conceptual durkheimiano, así como el concepto de habitus responde al término acuñado dentro de la teoría de los campos de Pierre Bordieu, mientras que “cosmovisión” alude al sentido que le adjudicó Max Weber.    

            Contrastando con el enfoque suministrado por las corrientes divergentes del neoconservadurimo y del postestructuralismo señaladas previamente, sobre la base de argumentaciones teórico-ideológicas diferenciadas en cada caso, se ubica la escuela -denominada por Picó reconstructora reformista- expresada en las obras de Habermas y Berman [2]. La misma critica ambos discursos, mediante el análisis de un proceso racionalizador selectivo que permite ubicar, y denunciar, las manifestaciones “patológicas” e la impronta existencial moderna evaluada en su conjunto. Tal corriente proyecta la reconfiguración, de acervo racionalista, de determinadas “condiciones universales de desarrollo de la razón”, actuantes en la función de faro directriz, orientativo en pos de la consecución de una programática ideal modernista, tendiente al logro de cierta unanimidad logística [Picó].

            En tanto aporte de uno de los integrantes de esa vertiente del pensamiento contemporáneo, corresponde mencionar la presencia actual de “una experiencia vital... espacio-temporal de [uno] mismo y de los demás, de las posibilidades de la vida y de sus angustias y peligros”, compartida por la humanidad en su conjunto en nuestros días. Por lo tanto, “ser modernos es situarnos en un ambiente que promete aventuras, poder, placer, transformación de nosotros y del mundo, y al mismo tiempo ese amiente amenaza destruir todo lo que tenemos, lo que conocemos y lo que somos”. En este aspecto la modernidad, considerando tal significado específico, abarca a la sociedad mundial aunque, no obstante ello, dicha crucial instancia de la coyuntura de fin de siglo conforma una “unidad paradójica, [amalgama] de la desunión, puesto que nos lanza a un remolino de perpetua desintegración y recomposición de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia” [3].     

            El carácter específico asumido por el proceso de modernización capitalista determinó que “al ansia por dominar la naturaleza subyacía la inevitable realidad de la dominación de unos seres sobre otros y el triunfo de una razón que se convertía de liberadora en instrumental” [4]. De allí que el progreso occidentalista evolutivo auténtico, implícito en ese devenir, “aun cuando transforme la tierra devastada en un espacio física y socialmente próspero, recrea la devastación dentro de sí mismo" [5].

            En el fondo de la cuestión tratada, debe resaltarse que “si la modernidad estuvo marcada por el paso del capitalismo liberal al organizado, la posmodernidad se caracteriza por una expansión sin precedentes del capital, que ha invadido espacios sociales que hasta ese momento no habían sido mercantilizados, [ampliando] dos mecanismos básicos del sistema: la reproducción y el consumo, es decir ... la lógica cultural del capitalismo tardío [en términos de Jameson]. Vivimos un capitalismo multinacional [renovado, signado] por nuevos modelos de consumo, por un ritmo de producción más rápido en las áreas de la moda y el estilo, por una obsolescencia planificada de los productos y por una omnipresencia de la publicidad y de los medios de comunicación” [6]. Nos hallaríamos entonces ante la presencia de una “posmodernidad relacionada con una serie de cambios sociales que indican que o se está formando un nuevo tipo de sociedad cuyos contornos se perciben vagamente, o se está comenzando una nueva fase del capitalismo” [7].   

            Partiendo desde cierto enfoque alternativo, uno de los más destacados analistas de las reconversiones operadas en los sistemas sociales, y en sus consecuentes encuadres lógicos, evaluaba que la vivencia propia de la “posmodernidad” remitía -en definitiva- a una palpable erosión de la confianza, en cuanto a la veracidad de sus autodescripciones, por parte de  [8]. La impractibilidad del ejercicio de un metarrelato, según Luhmann, se origina en la autopercepción sobre la carencia de unificación del discurso propio, o de sus preceptos básicos, existente en las variadas alternativas surgidas de las ramificaciones del tronco común, enarbolado sobre la raíz común del racionalismo característico de la modernidad. Debido a la presencia de innumerables emergencias imprevistas en la realidad social de hoy en día, la misma sociedad se ve privada de una “representación vinculante” adecuada, en torno a la imagen de su eventual coherencia.

            Precursor insoslayable a la hora de considerar esta reciente corriente de pensamiento, con un siglo de anticipación, Nietzsche había criticado el tipo de modelo civilizatorio de su época mediante su cosmovisión de corte nihilista respecto de de la inmanencia universalista de la eternidad del retorno. Su ideario revulsivo configuró una respuesta a la evidencia de que “el proyecto ilustrado de la emancipación humana” denotaba una acentuada deslegitimación, siendo gradualmente reemplazado por la progresiva consolidación de “un proceso de incesante racionalización, burocratización y cientifización de la vida social”. La corrosiva crítica nizstcheana a los errores de la metafísica remite a un sentimiento de desconfianza profunda hacia la diagramación de “visiones globales del mundo”, que deriva en el escepticismo sobre la existencia de una racionalidad intrínseca en la historia de la humanidad [9]

            Revisando críticamente, desde una postura marxista, la discusión entablada por el nuevo conservadurismo con el postestructuralismo, manifestada en principio en el plano artístico, Callinicos enfrenta el ataque realizado a la corriente materialista histórica por parte de Lyotard. Este último autor se habría limitado a informar acerca del “estado actual del espíritu de un sector de la intelectualidad occidental traumatizado por las decepciones sufridas desde 1968”, es decir la sensación de evanescencia del fervor innovador y contestatario representado en los acontecimientos del mayo francés. Tal frustración lo llevaría entonces a calificar al marxismo, en última instancia, en términos de una mera metanarrativa alternativa de índole emancipatoria. Por otro lado, Callinicos defiende los principios del materialismo dialéctico marxiano, depreciando el enfoque meramente “textualista” desplegado por Derrida [10]

            Refiriéndose al campo estético, es decir al espíritu inherente a las expresiones del arte en general, Habermas considera que la intelectualidad moderna refleja actitudes comunes, compartidas, ancladas en cierta “conciencia transformadora del tiempo”, representada metafóricamente a través del concepto de vanguardia. Ésta se autopercibe en tanto invasora de un determinado terreno, desconocido hasta su propia aparición, como si se expusiera “a los peligros de encuentros repentinos y sorprendentes... conquistando un futuro “aun inexplorado, debiendo por lo tanto encontrar una dirección precisa en torno de un paisaje en el que nadie parece haberse aventurado todavía” [11].

            Sin embargo, el avance arrollador “a tientas, [la] anticipación de un futuro indefinido y el [mero] culto de lo nuevo significan de hecho la exaltación del presente... El nuevo valor atribuido a lo transitorio, lo esquivo y lo efímero, la propia celebración del dinamismo revela los anhelos de un presente puro, inmaculado y estable”. Corresponde tener en cuenta que la relativización parcializada de un lenguaje abstraído, mediante el cual se menciona al pasado desde la perspectiva inspirada en el “talante moderno”, niega la peculiaridad de las etapas cronológicas particulares. En este sentido, se aprecia que “la memoria histórica [resulta reemplazada] por la afinidad heroica del presente con los extremos de la historia... [remitiendo a] un sentido del tiempo en el que la decadencia se reconoce a sí misma inmediatamente en lo bárbaro, lo salvaje y lo primitivo”. De allí aflora la “intención anarquista de construir el continuo de la historia, [explicable por] la fuerza subversiva de esta nueva conciencia estética” [12].     

            La transmutación del imaginario sociocultural, proyectado en un sentido futurista, conlleva una trivialización (superficial, “liviana” y superflua, obviando la redundancia) de la hipotética transición orientada al advenimiento de la postmodernidad. Al respecto, Luhmann describe esta instancia en términos análogos a los de un discurso vaciado de contenido. La percepción confusa acerca de la ignorancia de aquellos hechos que realmente acontecen se encubre entonces de un ropaje meramente descriptivo, concerniente a una esquematización de carácter temporal exclusivo que alude al lema axiomático encarnado en la obsolescencia de los valores y de las creencias anticuados. Mediante este giro hiperbólico, los pensadores autocalificados como “posmodernos”, pretenden resolver la cuestión compleja del abordaje de la sociedad contemporánea desde las elaboraciones conceptuales inherentes a ella misma.

            Partiendo de una perspectiva relativamente divergente, se afirma que “la modernidad de revela contra las funciones normalizadoras de la tradición... [viviendo] de la experiencia de rebelarse contra todo lo que es normativo. Esta revuelta es una manera de neutralizar las pautas de la moralidad y la utilidad, [al realizar] continuamente una representación dialéctica entre lo secreto y el escándalo público; es adicta a la fascinación de ese horror que acompaña al acto de profanar y, sin embargo, está siempre [escabuyéndose] de los resultados triviales de [dicha] profanación” [13].

            Beriain añade en ese sentido que “la modernización se origina primariamente en el proceso de una diferenciación y delimitación frente al pasado, [separándose] de la hasta ahora tradición predominante”. Su marca distintiva radica en la premisa acerca de que debe fundamentarse a sí misma de manera exclusiva, al erigirse sobre sus propios cimientos teórico-conceptuales     y configurar “una representación social de encadenamiento precario entre la tradición y el futuro”. De modo que la continuidad de los estereotipos significantes instaurados, y desplegados, en forma pretérita promueve -en virtud de una actitud mental contestataria- la respuesta modernista, asentada en una ambigua “discontinuidad instituyente de un horizonte [conformado por] nuevas opciones”, el cual conlleva la aceleración imprevisible de las transformaciones recurrentes en las esferas político-institucionales, socioeconómicas y, genéricamente, normativas [Beriain].

            En las naciones avanzadas, desde el punto de vista del elevado grado de desarrollo tecnológico-productivo alcanzado, el proceso de modernización industrial modifica los propios fundamentos y condiciones básicas sobre los que se asienta el mismo renovado sistema, desde el momento en que tal dinámica modernizadora comienza a ser visualizada en tanto interrumpida, merced al gradual establecimiento de un “gobierno de los accidentes”. La progresiva disolución del núcleo económico industrialista de la estructura social alimenta la teoría de sobre el surgimiento de un nuevo perfil moderno de carácter reflexivo, instancia de ruptura macrocultural evaluadas a partir de dos ángulos de enfoque conceptual-epistemológico, que obedecen a sendas perspectivas argumentales e investigativas diferenciadas. Las mismas tienen puesto el objetivo en los aspectos referidos, respectivamente, a los mecanismos de desintegración, por un lado, y de separación, por otro, remitiendo ambas al cuestionamiento acerca de “qué es lo que surge cuando ... las ideas vigentes del valor se esfuman [o] desaparecen [Beck].  

            Con el objeto de ejemplificar la esencia de los recursos intelectuales denominados postmodernos, puede señalarse que la conciencia temporal, emanada de la coyuntura específica representativa de los productos artísticos vanguardistas, al manifestar una posición prevaleciente de carácter ahistórico, “se dirige contra [la llamada] falsa normatividad en la historia”. No obstante, aunque “dispone de los pasados que la erudición objetivadora del historicismo ha hecho asequibles”, sin embargo simultáneamente rechaza la idea de una historia neutralizada, la cual permanecería archivada en “el museo [de ese mismo] historicismo”. Por otra parte, pese a que aún se estima que “la vanguardia se está extendiendo, se supone que ya no es creativa”, razón por la cual la modernidad dominaría, pero careciendo de una esencia vital innovadora, tal como la portaba en el pasado [14].

            De manera que tal conjunto de concepciones equivaldría a una especie de “puzzle donde las orientaciones epistemológicas y los enfoques son tan plurales y fragmentarios como la propia postmodernidad [explícitamente lo] predica”. La generalidad de dichas visiones remite en consecuencia a un “terreno oscuro [en el cual] las seguridades se pierden, los conceptos se hacen resbaladizos y las salidas a la luz apenas se vislumbran, [cundiendo] la unanimidad del [mero] rechazo..., la negación del camino dejado atrás, pero no conseguimos ponernos de acuerdo en el futuro, que para algunos no existe puesto que todo ya es presente” [15].

            Luhmann remarcó la opacidad del panorama científico en las disciplinas sociopolíticas, reflejada en el hecho consistente en que “falta una teoría suficiente para... [la elaboración de] una semántica de la relación entre estructura y semántica, una teoría de la autodescripción de una sociedad que se reproduce por medio de estructuras” [16]. Corresponde agregar, en referencia al ámbito tecnológico correspondiente a las innovaciones en la esfera informática, la incidencia de la mutación profunda sufrida por el conjunto de aquellas experiencias que remiten a la percepción cronológica de los procesos históricos [17].

            Mientras tanto, al valor de la igualdad le es asignado el rol -esencialmente abstracto- de regular “la esfera del poder y la justicia social” [18]. Cabe indicar que, contradiciendo dicha concepción, Habermas enfrenta “la tendencia actual neoconservadora de relativizar el concepto universal de racionalidad y de negar el racionalismo occidental” [Solé].   

            De acuerdo al anterior contexto teórico, se pone de manifiesto el “funcionamiento asimétrico de la sociedad actual, la incompatibilidad de las lógicas contrarias que rigen muchas de las estructuras e instituciones modernas” [19]. Debe tenerse en cuenta que esos desfasajes conducirían a un comportamiento movido básicamente por el hedonismo, en épocas precedentes exclusivo de un círculo elitista, componente crucial de una cultura dominada por el standard del consumismo masivo [20]. Por otro lado, asistimos a una instancia donde “la vanguardia ya no suscita indignación, [en la cual] las búsquedas innovadoras son legítimas, en que el placer y el estímulo de los sentidos se convierten en los valores dominantes de la vida corriente” [21].

            Como consecuencia de la vigencia de tal premisa, se arguye que “cuanto más se retraiga el Estado del proceso económico, mejor podrá huir de las demandas de legitimación que se desprenden de su responsabilidad en el peso de la crisis que reacae sobre los ciudadanos. Así, la crisis de ingobernabilidad, que tiene su origen en la economía y el Estado, es presentada como una crisis cultural” [22].

            Tal reacción gnoseológica deriva en la pérdida irremediable de las convicciones respecto de todo “sistema de valores, institución, norma, actitud o modelo de comportamiento”. Frente a dicho fenómeno, una concepción de tinte positivista aduciría que la “plena vigencia de un sistema de creencia y valores vividos acríticamente [constituye] el cemento espiritual de [toda] sociedad, mediante la conversión de un determinado “agregado de individuos en una comunidad moral dominada por el mismo sentir” [compartido]. En otras palabras, ninguna colectividad podría “prescindir de un núcleo ideológico prescriptivo, capaz de legitimar las instituciones y de garantizar que los cambios se desarrollen sin rupturas traumáticas” [23].

            En respuesta a la crisis manifiesta del modernismo, la reacción adoptada desde los comportamientos individuales asume la formatura de “extremo narcisismo, hedonismo, cinismo o [directamente] nihilismo, [productos] de la intuición de la irrealidad del bienestar y paz social garantizados por los resultados de la aplicación de la tecnología en las sociedades industrializadas”, bajo la égida del régimen capitalista....

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 [1] BELL, Daniel (1976/1977): “El advenimiento de la sociedad postindustrial” y “Las contradicciones culturales del capitalismo”; Madrid, Alianza Universidad.  [2] BERMAN Marshall (1988): "Todo lo sólido se desvanece en el aire", Madrid, Siglo XXI.  [3] BERMAN, M., ob. cit. (citado por Picó, Josep: Cultura y modernidad. Seducciones y desengaños de la cultura moderna; Madrid, Alianza Editorial, 1999, pág. 265).  [4] PICÓ, J., "Cultura y modernidad...", ob. cit., página 266.  [5] BERMAN, M., ob. cit. (también alude a esta temática Harvey, D., The condition of postmodernity; Cambridge, Basil Blackwell, 1989).  [6] PICÓ, J., "Cultura y modernidad...", ob. cit., pág. 269 (el autor fundamenta sus apreciaciones conseiderando los aportes de Jameson, F., "El potmodernismo o la lógica del capitalismo avanzado" -Barcelona, Paidós, 1991-, y de Bertens, N., The idea of postmodern -Londres, Routledge, 1995-).  [7] PICÓ, J., "Cultura y modernidad...", ob. cit., pág. 270 (esta noción toma en cuenta el texto de Lyon, D., "Postmodernidad"; Madrid, Alianza Editorial, 1996).  [8] LUHMANN, Niklas: "Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la sociedad moderna"; Barcelona, Paidós, 1997 (Esta apreciación inicial corresponde al prefacio y al capítulo 1 de la obra).  [9] PICÓ, J., "Cultura y modernidad...", ob. cit., págs. 17-18.  [10] CALLINICOS, Alex: "¿Postmodernidad, postestructuralismo, postmarxismo?"; en Picó, J., ob. cit., págs. 263-292. Además, véase PICÓ, J., ídem, págs. 10-11.  [11] HABERMAS, Jürgen (1999): “Modernidad versus posmodernidad”; en Picó, J., ob. cit., pág. 89.  [12] Ídem, págs. 89-90.  [13] Ídem, pág. 90.  [14] HABERMAS, J., “Modernidad...”, ob. cit., págs. 90 y 91.  [15] PICÓ, J., ob. cit., pág. 14.  [16] LUHMANN, N., ob. cit., pág. 19.  [17] PICÓ, J., ob. cit., pág. 46.  [18] Ídem, pág. 37.  [19] Ídem, pág. 38.  [20] LIPOVETSKY, Gilles (1990): “La era del vacío (Ensayos sobre el individualismo contemporáneo)”; Barcelona, Anagrama.  [21] PICÓ, J., ob. cit., pág. 38.  [22] BELL, D., "Las contradicciones...", ob. cit.  [23] PICÓ, J., ídem, pág. 46. 

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