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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA TRANSFORMACIÓN DEL TRABAJO [I] - Gösta Esping-Andersen*

Durante el transcurso de las décadas del 60 y el 70 “las grandes teorías de la sociedad posindustrial contemplaban un futuro muy optimista, una sociedad de profesionales dirigida por los técnicos de la sabiduría”. En cambio, hacia mediados de 1998, este autor consideraba que las concepciones tejidas alrededor de tal sociedad incluían una elevada dosis de pesimismo, en la medida en que ellas debían referirse no sólo a la emergencia de nuevas clases sociales (entre las mismas la de un nuevo proletariado), sino también al aumento de la marginalidad y exclusión sociales, proceso que ocasionaría el surgimiento de “nuevas clases bajas”, correspondientes a los perdedores.

Los elementos fundamentales causantes del antedicho giro en el carácter de la evaluación y de las perspectivas respecto del futuro social comprenden, en primer lugar, el fenómeno de la globalización y sus consecuencias, estimado como el “más debatido y probablemente el menos importante”. En este sentido, se indica:

Nos lo presentan como un gran movimiento internacional que limita mucho la libertad de los gobiernos para tener autonomía en la gestión de la economía, en especial, a nivel macroeconómico. Al mismo tiempo nos dicen que la economía global lleva a un nuevo y fuerte dilema, que no existía en los viejos tiempos: de un lado, la igualdad, y del otro lado, el empleo. Nos dicen que si queremos un creciente desarrollo del empleo debemos aceptar mucha más desigualdad, mucha menos seguridad social y mucha menos protección del trabajador.

Al respecto, “el hecho de que el trabajador forme parte, no sólo del mercado de trabajo nacional, sino del internacional”, implica que el mismo compite con la fuerza de trabajo tailandesa o malaya, residente en países donde los salarios representan montos muy inferiores a los vigentes en los países europeos más desarrollados económicamente. Por lo tanto, en Europa los obreros con bajas calificaciones se ven obligados a aceptar niveles salariales reducidos a efectos de lograr insertarse en el mercado laboral.

El segundo factor que coadyuva a una visión pesimista radicaría en la aparente necesidad (absoluta y urgente) de “una desregulación de la economía, especialmente en el mercado de trabajo”. La flexibilización de la normativa jurídico-legal con relación a los estatutos o convenios que regían la actividad laboral conlleva menor grado de protección y mayor “fluidez”, es decir una superior “capacidad de ajustarse”, en forma simultánea a una liberalización del componente retributivo salarial.[1]

La tercera fuente de pesimismo se afirma en la evidencia sobre que actualmente el trabajo se concentra en el sector de servicios, que crea el 90 por ciento de los nuevos empleos.

Sin embargo, continuamos hablando de crear trabajo industrial, como si no tuviéramos conciencia de que el modelo de economía industrial tradicional ya no existe. Los servicios generan un cierto pesimismo por varios motivos. La capacidad de aumentar la productividad en servicios es mucho más baja que en la economía industrial. [Pareciera que deseáramos] un futuro con la riqueza que aporta una industria que ya no crea trabajo. Y, viceversa, el trabajo lo debemos buscar en los servicios, que no aportan mucha riqueza productiva. Hoy, este es un gran dilema, que será mucho mayor en el futuro. La cuestión está en buscar una política de plena ocupación y ver si es posible encontrarla en los servicios. Creo que es posible, pero conlleva plantearse el aumento de la productividad a largo plazo.

Numerosos economistas coinciden en la apreciación acerca de la existencia de una posible solución frente a la realidad planteada por el mencionado dilema, sosteniendo que, si bien es cierto que “casi todo el empleo nuevo está en los servicios, podremos evitar los problemas de la globalización, pues gran parte de nuestros servicios [de las economías europeas más industrializadas] no están en competencia con Tailandia o Malasia”. Es decir que un empleado malayo no compite con un camarero español, razón por la que –dentro de ese sector específico– sólo incide la competencia internacional a través de la emigración de trabajadores.

En nuestro caso, los servicios están protegidos del impulso de las fuerzas internacionales globales. Eso es verdad, pero no podemos obviar que los servicios tienen una competencia aún más fuerte que la generada por la economía internacional: la familia. Los servicios avanzan en dos direcciones: unos van hacia empresas, especialmente de finanzas, seguros, consultoras, ... y otros –la mayor parte-, van al consumo familiar, a los hogares. El problema se encuentra en que los servicios deben competir con la capacidad adquisitiva del hogar, de la familia. Y ésta es una gran competencia. La familia es quien decide donde come: en el restaurante o en casa. Y el precio es muy importante en el momento de decidir. Los precios de un restaurante, como los de otros servicios, pueden ser muy caros. Entonces, el autoservicio familiar es la alternativa, pero no crea trabajo. Este es un dilema importante, y, desde la perspectiva de la competencia, lo considero más problemático que el impacto internacional.

 A renglón seguido, Esping Andersen aborda las principales conclusiones arribadas por las investigaciones referidas a la temática comprendida por “el efecto de la globalización en la regulación del mercado de trabajo”, debido a que el tratamiento de tal cuestión es proclive a generar visiones mitológicas, principalmente de índole política. En primer lugar,

...el impacto de la globalización es, básicamente, el impacto del comercio global sobre todas nuestras economías. Sabemos que en los últimos veinte años aproximadamente y dependiendo de las particularidades nacionales], hemos perdido del 30 al 50 por ciento del trabajo industrial. Algunos países pierden más que otros, como por ejemplo el Reino Unido. Es un efecto importante. En muchos casos está relacionado con la industrialización, sobre todo en Asia del Este, y, al mismo tiempo, al milagro de la industrialización en otros países.

A simple vista la nueva competencia internacional conduce, en especial a la “industria simple” europea, como por ejemplo la rama textil, a aceptar mayores grados de desigualdad y pobreza, derivados de la reducción salarial o, de manera alternativa, a resignarse ante el desempleo estructural. La dinámica globalizadora “conlleva bajos niveles de cualificación. Todos conocemos familias que son víctimas de la globalización, de la disminución del trabajo y de la industria. Pero la globalización también crea trabajo. Casi todos los estudios que conocemos nos llevan a una conclusión bastante optimista, porque la diferencia es positiva para nosotros” es decir que en la competencia con “el Tercer Mundo y Asia”, la economía europeo-occidental crea más puestos de trabajo, en proporción a la pérdida de los mismos.[2]

Si pretendemos que Europa sea los Estados Unidos de Europa tenemos que tener una economía integrada, y vemos que en el total de la importación y la exportación el 8 por ciento de todo el comercio es extraeuropeo y el 92 por ciento intereuropeo: Alemania-Holanda, Holanda-Dinamarca, Dinamarca-Italia. Solamente el 8 por ciento de todo el comercio europeo es con países no europeos. La mayor parte es con América y Japón. La competencia, la importación europea de los países como Malasia es verdaderamente marginal en el cuadro comparativo de nuestras economías.

La encrucijada central que plantea el mecanismo de la globalización no consistiría en la emergencia de “un futuro sin trabajo”, sino que el problema principal remite a un porvenir en el cual prevalecerán ciertos tipos de empleos más cualificados, y en este factor radicará la auténtica crisis devenida del proceso globalizador, promotora de graves consecuencias para los trabajadores con menores niveles de calificación laboral.

La regulación de los mercados de trabajo ha generado mucha literatura e investigación. El campo de la regulación, el debate sobre la regulación y su verdadero impacto comprenden tres ámbitos distintos. Uno es la regulación de la estructura salarial. El problema principal es el salario mínimo, o la diferencia entre los salarios en el mercado de trabajo, sobre todo, para la gente poco cualificada o para la juventud. El segundo campo de la regulación es su efecto en el Estado de bienestar, [el cual] puede mantener el paro [desempleo] de larga duración, y, a la vez, llevarnos a un coste muy elevado de la mano de obra, porque las contribuciones a la financiación del sistema son muy caras. Esto está en la mente de las empresas, que el coste de trabajo es muy elevado, sobre todo para la gente de productividad baja. Jóvenes, gente con poca cualificación, mujeres, especialmente madres con niños pequeños. El tercer campo de la regulación es la protección del trabajador, los derechos del trabajo, los costes del despido, las reglas que reglamentan el ajuste de las fuerzas de trabajo.

Los resultados originales de los estudios actuales acerca del funcionamiento del mercado laboral apuntan a sostener, en términos generales, que la problemática del desempleo no reside en el ámbito de la regulación, teniendo en cuenta que ésta no puede explicar el nivel de la desocupación, ni la diferencia de las tasas indicadoras del “paro” entre diferentes países. Economías tales como la italiana, francesa o española se encuentran más reguladas y sus mercados de trabajo presentan mayor rigidez que, los correspondientes a Inglaterra, Estados Unidos o las naciones escandinavas. Sin embargo, dicha situación “no explica que el nivel del paro en España sea mucho más alto que en Dinamarca o en el Reino Unido, aunque la regulación explica algo muy importante” que consiste en determinar quiénes “pagan” el desempleo, quiénes son los culpables y qué grupos resultan víctimas del mismo: respecto del último ítem, quedaría claro en principio que “son jóvenes poco cualificados y mujeres”. No obstante, es imposible aseverar que en el caso español, verbigracia, caracterizado por detentar el índice de desocupación más elevado, dentro del mundo económicamente desarrollado, la variable causante de tal fenómeno obedezca a los mecanismos regulatorios de su mercado de trabajo.

Se procede a continuación al análisis de los datos referidos al supuesto dilema entre la existencia de promedios salariales reducidos, por una parte, y la permanencia de la desocupación, por la otra. Son evaluadas y comparadas las medias respectivas que refieren a tres grupos de países: el liberal, conformado por naciones con raigambres anglosajona, tales como Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Nueva Zelanda, conjunto que en las últimas dos décadas “ha seguido la estrategia más desreguladora”; el segundo grupo, nórdico o socialdemócrata, sigue contando con una apoyatura muy firme de políticas activas que operan sobre el mercado laboral, ostentando “el nivel de participación laboral más alto del mundo y también la más alta participación de las mujeres” en la estructura ocupacional; finalmente, el conglomerado de Europa continental, que comprende –entre los países más avanzados– a Alemania, Bélgica, España, Francia e Italia, adopta estrategias diferenciadas entre sí.

El modelo de desregulación se da en los países liberales, y el modelo de máximas garantías posibles en el mercado de trabajo se da en la Europa continental... [En referencia al] dilema entre los salarios bajos y el paro ... el nivel de salarios bajos –a nivel de pobreza– está muy acentuado en los países del régimen liberal: un 22 por ciento de la media de este grupo. Precisamente en los Estados Unidos, según varias apreciaciones, son cerca del 20 por ciento de la población laboral quienes tienen un trabajo a pleno tiempo todo el año con un salario que no supera la línea oficial de la pobreza americana. En los Estados Unidos se han creado veinte millones de nuevos puestos de trabajo en los últimos quince años, una transformación muy importante, pero basada en el bajo nivel del salario. Cuesta poco contratar a una nueva persona y es muy fácil despedirla cuando ya no se la necesita.

Europa, y sobre todo los países nórdicos, tiene un Estado de bienestar con un fuerte régimen de garantías sociales, estructura salarial, derechos de los trabajadores ... A la vez, tiene un campo de trabajadores mal pagados y un paro mucho más fuerte, [principalmente] entre jóvenes, inmigrantes y mayores de cuarenta y cinco años, especialmente en la Europa continental. Inclusive en España es dramático. La probabilidad de paro de los jóvenes es casi cinco veces más elevada que el de un hombre maduro, adulto. Es el mismo caso de las mujeres, [fundamentalmente] en la Europa continental, y también en España. Es [entre 3 y 4] veces más alto en comparación con el cabeza de familia. El único caso donde Europa parece observar una transformación mejor que los países liberales es en el del trabajador poco cualificado. ¿Cómo es posible que la probabilidad de paro de un poco cualificado sea más elevada en los Estados Unidos, donde tienen una desregulación que hace que la mano de obra cueste poco? En Europa tenemos poco paro en este grupo, aunque el precio es muy elevado. Sólo es un enigma hasta que se recuerda al trabajador insider y outsider. En Italia, Francia o Alemania es muy difícil despedir al trabajador que ya es improductivo. La estrategia alternativa que hemos vivido en la Europa continental es la jubilación anticipada, que no se contempla en las estadísticas del paro ni en las de jubilados y pensionistas.

El autor subraya que “el futuro del empleo depende casi totalmente de los servicios”, debido a tal circunstancia, debería comprenderse profundamente un conjunto de indicadores que evidencian la realidad contemporánea del universo del trabajo, es decir:

...cuál es la estructura lógica, la naturaleza de la economía de servicios y distinguir cuatro sectores principales, con una lógica muy diferente [entre ellos]. Uno es la venta a domicilio, un campo que no crece mucho, que está estabilizado. No es importante para esta reflexión. Es en otros grupos donde está, potencialmente, la fuente del aumento de trabajo para el futuro: servicios para empresas, financieras, etc. –como he dicho al principio–, y servicios sociales, que incluyen educación, sanidad y, también [destinados a los] hogares, para ancianos, para cuidar a los niños [...] Son campos de servicios potencialmente muy amplios. Los servicios para empresas, en los últimos veinte años son un sector muy dinámico. Los servicios sociales han crecido, sobre todo, en los países nórdicos y con la ayuda de un Estado de bienestar basado en los servicios para los hogares. El tercer campo, son servicios para personas o consumidores. es un servicio mixto, como limpieza, lavandería ... y servicios de tiempo libre, como Disneylandia, cines, restaurantes, teatros, etcétera. En gran parte de Europa ha sido en los últimos veinte años un sector de servicios estancado porque este es el sector más sensible al coste en los hogares. Ahora los dos campos de servicios sociales y personales tienen mayor posibilidad de desarrollo y creación de trabajo, también a nivel de cualificaciones bajas. Son, al mismo tiempo, los servicios destinados directamente a los hogares. Son los que hoy compiten en las decisiones económicas de los hogares en los países avanzados.

Partiendo del diagnóstico precedente, resulta necesario hacer hincapié en la naturaleza esencial de la dinámica competitiva, prestando asimismo atención a los factores relevantes y específicos que originan un aumento o a una caída de la oferta de trabajo en aquellos servicios dedicados a los hogares. En ese sentido existen varios elementos causales, uno de los cuales, muy reconocido entre los economistas, es el contemplado por las denominadas “leyes de Engel” que –en términos simplificados– afirma que “cuanto más ricos somos y más podemos consumir individual y familiarmente, menos pagamos relativamente, por las necesidades fundamentales de la supervivencia”.[3]

 

* Jornadas “El futuro del Estado de bienestar”, organizadas por la revista La Factoría y la entidad “L’Agrupació” de Sant Boi de Llobregat, Castelldefels (Barcelona), 28 y 29-05-98.

 

[1] Esping-Andersen, G.; en este punto se aclara que “si seguimos un modelo de desregulación, es inevitable desmantelar, paralelamente, el Estado de bienestar. Al menos en parte, porque no es posible mantener las promesas y las garantías sociales en un nivel alto y que, al mismo tiempo, los salarios sean muy desiguales en el mercado de trabajo”.

[2] Ídem; el expositor señala complementariamente que “el balance es positivo, aunque el tipo de trabajo que genera riqueza en la exportación a países como Asia, es un trabajo de otro tipo. Es, sobre todo, trabajo de servicios avanzados o de cualificaciones muy elevadas. El impacto global siempre tiene dos vías al mismo tiempo. El balance en casi todos los países avanzados de Europa es positivo. Y para Europa, en general, el impacto de la competencia del Tercer Mundo es marginal”.

[3] Ernest Engel, econometrista clásico alemán del siglo XIX, cuya tesis refiere a los “presupuestos de las distintas clases sociales y la forma en que gastan su dinero y se ha probado una notable concordancia general en cuanto a su modo de proceder” (Paul Samuelson, Curso de economía moderna, Madrid, Aguilar, 1961, pp. 175-176). A su vez, nuestro autor explica una teoría derivada de la ley general del siguiente modo: “siendo más ricos podemos consumir más servicios como, por ejemplo, ir al cine, al restaurante, a parques de atracciones, haciendo viajes, en resumen, podemos consumir más servicios. Es un impulso claramente positivo para la demanda y la creación de trabajo en los servicios. Es distinto del impulso negativo, que es el coste relativo de los servicios”.  

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