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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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OMNICOMPRENSIVIDAD DE LAS OCUPACIONES LABORALES - Juan Labiaguerre

Las polémicas contemporáneas alrededor de la noción acerca del trabajo humano sólo en forma ocasional plantean, taxativamente, ciertos aspectos cruciales de la conceptualización crítica basada, en última instancia, a partir del marxismo clásico. Al respecto, se ha enfatizado con frecuencia la problemática de las relaciones sociolaborales, junto a los ideales emancipatorios de los seres humanos. En referencia a la corriente teórica precitada, destacan algunos puntos clave suplementarios de la dicotomía convencional entre valorización y desprecio del ámbito ocupacional; los mismos aluden a los conceptos enfrentados respectivamente “amplio y reducido”, “productivismo y antiproductivismo”, y “centralidad normativa y descentralización”, todos ellos referidos a la práctica laboral. Teniendo en cuenta las variables mencionadas, resultan cuestionables determinadas interpretaciones acerca de la visión ortodoxa del materialismo histórico, lo cual permitirá vislumbrar diferentes vías por cuya orientación diversas vertientes marxistas ulteriores reelaboraron el encuadre teorético sobre la cuestión de marras, por ejemplo, en el abordaje y tratamiento conceptual del trabajo expuesto en la obra habermasiana [1].

El propio núcleo sustantivo de la definición de ocupación -o empleo- admite concepciones sumamente heterogéneas, debatiéndose en la esfera internacional en nuestros días, tanto teórica como operativamente, las transformaciones radicales del universo del trabajo. Tal confrontación de ideas implica la apreciación de ítems temáticos portadores de enorme diversidad de ángulos analíticos, los cuales aluden al sentido existencial de la actividad laboral, la instancia crítica atravesada por la “centralidad” eventual de aquélla, las modalidades ocupacionales extramercantiles, las reconversiones del empleo asalariado y de la estructura organizacional socioproductiva, los efectos de dichas mutaciones sobre la estratificación de las sociedades, “las propuestas políticas de reducción del tiempo laboral o de disociación de trabajo y renta, etcétera”. Ha proliferado una enorme cantidad de visiones, a escala mundial, acerca de esas problemáticas, perspectivas que conllevan -por lo general- un acuerdo tácito relativo, en ocasiones caracterizado por su ambigüedad, alrededor de la conveniencia de revisar de modo amplio el significado propio del trabajo típico, en su acepción asumida convencionalmente [2].

Al margen de las antedichas elucubraciones, es preciso comprender, en principio, las derivaciones conceptuales de la noción sustancial del trabajo humano, en sí misma, subyacentes en aquellas apreciaciones, lo cual remite a los distintos aportes de la teoría social crítica de cuño filomarxista. Ese abordaje debe preceder, desde un punto de vista lógico, a los enfoques teóricos concretos y a los análisis empírico-experimentales acerca de la cuestión tratada; ello resultaría útil a los efectos de aclarar ciertas presuposiciones dogmáticas, latentes en numerosos tratamientos contemporáneos, revisando asimismo la interpretación de indicadores mensurables al respecto.

La concepción del materialismo histórico, a través de sus fundadores y de sus innumerables exégetas, representa una corriente teórica inspirada en “valores emancipatorios al servicio de una transformación social que aumente los grados de autonomía y autorrealización de los individuos”; por otro lado, corresponde a la tradición que ha renunciado en mayor medida a cualquier tipo de esencialismo ahistórico, que decida de antemano sobre la “naturaleza” de un factor como la actividad laboral trabajo humana, cualidad que presenta implicaciones profundas [3].

Ciertos aportes teóricos relevantes, de cara a la revisión conceptual del trabajo, se deben a dos enfoques conceptuales alternativos, que responden en última instancia a algunas visiones del “marxismo occidental” [4], en términos de corrientes significativamente divergentes con relación a las expresiones dogmáticas del tronco común materialista-histórica; esa perspectiva aggiornada remite a encuadres revisionistas en referencia a la doctrina ortodoxa clásica, eludiendo su sacralización como conjunto de “recetas intelectuales listas para el uso” [5].

En definitiva, aquello que las vertientes filomarxistas heterodoxas rescataron positivamente constituye una faceta crucial, con frecuencia soslayada dentro de la discusión “moderna”, esto es el problema concerniente al nexo de la actividad laboral y la libertad de los seres humanos. Esta vinculación alude a una serie de cuestiones importantes interconectadas recíprocamente, tales como los interrogantes sobre si el trabajo posibilita eventualmente la realización de un quehacer portador de sentido auténtico y esencial, si la lógica ocupacional se agota en la racionalidad instrumental o puede superarla, y cuál es el límite de un retroceso idealmente deseable del proceso cosificador dentro de las prácticas laborales, desde una perspectiva de corte ontológico. La temática precitada configuraría el núcleo de la divergencia sustantiva del planteo habermasiano, expuesto durante la centuria próxima pasada, con respecto al encuadre integral marxiano del siglo XIX.

Como se indicó anteriormente, podrían trazarse coordenadas esenciales aplicables al tratamiento analítico del significado multidimensional del trabajo humano, correlativas a sendos ejes teóricos: “valorización/desprecio” de la praxis laboral; nociones extensiva o acotada de ella; productivismo frente a antiproductivismo concernientes a las relaciones sociolaborales; y “centralidad o no” de las ocupaciones.

El vector “valorización o desprecio” del trabajo constituye el más reconocido tradicionalmente, de manera que devino prevaleciente en gran parte de los análisis históricos en la materia; el mismo trata sobre si el ámbito ocupacional resulta dignificado y revestido de valor social y cultural positivo o, por el contrario, es despreciado como una actividad innoble. Ambos posicionamientos enfrentados proyectan concepciones opuestas predominantes, “respectivamente, en las sociedades modernas y en las antiguas” [6]. Dicha controversia representa un tema demasiado remanido de cara a la evaluación de la noción de trabajo y, debido a ello, resaltarla deriva corrientemente en una especificación deficiente de diversas especies posibles de estimación o menosprecio de aquél, junto a los diferentes motivos y filosofías que los impulsan. En este aspecto, verbigracia, “el liberalismo burgués y el socialismo suelen ser clasificados en una misma categoría de valorizadores del trabajo, haciendo abstracción de todas sus diferencias al respecto”; es preciso en consecuencia identificar variables alternativas, de mayor profundidad teórica, para lo cual conviene tener en cuenta la consideración de las otras tres dicotomías señaladas [7].

En cuanto al segundo elemento crucial citado, el concepto amplio de trabajo aprecia que “una actividad laboral puede tener recompensas intrínsecas” y que, por ende, la misma no necesariamente consiste en una ocupación pura y exclusivamente instrumental, sino eventualmente -al menos en forma parcial- autotélica, presentando por sí sola una finalidad propia [8]. En cambio, la noción reducida únicamente evaluaría la potencialidad de “recompensas extrínsecas” al quehacer en cuestión, las cuales adoptan alternativamente modos diferenciados; por ejemplo, entre retribuciones de otros tipos, dinero, supervivencia, reconocimiento social y salvación religiosa. De acuerdo con tal visión, “el trabajo es una actividad puramente instrumental, que no puede dar lugar a autorrealización personal alguna, y que supone necesariamente una coerción para la libertad y la autonomía del ser humano”. Siguiendo a Habermas, podrían manifestarse tres dimensiones posibles de la acción, sustentadas en sendos criterios de validez correlativos, teniendo en cuenta la probable aplicación de cara a esa acción humana específica.

Considerando la clasificación precitada, en primer término, incide el factor cognitivo-instrumental, tendiente a procurar ciertas metas a partir de la utilización de criterios de eficacia o eficiencia que, con relación a las ocupaciones de alguna manera rentadas, “correspondería a la producción o creación de valores de uso”. En segundo lugar, se menciona la dimensión práctico-moral, concerniente a los aspectos significativos y al sentido social y moral que tiene toda acción, y se regiría por pautas de corrección o adecuación moral y social; aplicada a la esfera laboral, ello cristaliza, en general, a través de las siguientes variantes: “concibiendo el trabajo como deber social o disciplina coercitiva” (criterio vinculado a un principio ético tradicional), o en tanto medio de solidaridad colectiva y de creación de vínculos sociales. Finalmente, la instancia estético-expresiva comprende las actitudes referidas a la autoexpresión-realización latentes en gran parte del accionar humano, y que estarían regidos por valores que apuntan a la autenticidad; con respecto a su reflejo en el trabajo, el mismo es equiparado a una especie de vía en aras de que las personas puedan autorrealizarse [9].

Una noción dotada de superior elaboración conceptual acerca de la problemática ocupacional ampliada remitiría, entonces, a comprender extensivamente el concepto de trabajo, superando la visión instrumental acotada, al estimar la actividad laboral más allá de la producción meramente utilitaria de bienes de uso. Ello implica además apreciar aquélla, de manera simultánea, en cuanto “medio de solidaridad social y de autorrealización personal”, por lo cual esta amplitud de miras apunta a integrar las dimensiones o racionalidades eventualmente intervinientes en las acciones de las personas, es decir los factores “cognitivo-instrumental, práctico-moral y estético-expresivo” [10].

En alusión al tercer eje, conformado por el binomio contrapuesto productivismo frente a antiproductivismo, con relación a la esfera ocupacional, el vocablo “productivista” se presta a interpretaciones parcialmente divergentes, lo cual requiere aclarar su significación con cierta minuciosidad. Dado el sentido específico del término, debe precisarse que las concepciones productivistas del trabajo se hallan fundadas en aquellas presuposiciones teóricas referidas al modo por el cual la ética del trabajo de raigambre protestante constituiría en última instancia una expresión emblemática de “racionalidad instrumental” [11].

Los enfoques anteriormente mencionados asumen la producción de bienes económicos como una meta en sí misma, o en todo caso prioritaria sobre cualquiera otra, de manera que esa actividad persigue la producción por la producción; ello significa que tal planteo deviene proclive a equiparar las acciones principales de la humanidad con la generación de objetos materiales, alcanzándose el extremo consistente en evaluar que esta última actividad representa el paradigma en aras de abarcar la esencialidad del propio género humano. Finalmente, estima “las actividades mercantiles como único modelo posible y/o deseable de producción de bienes y servicios”; la perspectiva netamente productivista aprecia por ende las tareas laborales, de manera intrínseca, sesgando determinados fines compulsivos existenciales de las personas [12].

En referencia a la última coordenada mencionada, “centralidad o descentralidad socioculturales del trabajo”, al margen de la necesidad del mismo de cara a la sobrevivencia material, dicho eje apunta a la cuestión acerca de hasta qué punto constituye aquella actividad una instancia básica que estructura las instituciones sociales y la vida de los individuos. Debería diferenciarse con nitidez, por lo tanto, el requerimiento económico de las “ocupaciones” respecto del tipo de centralidad señalado puesto que, obviamente, el trabajo siempre será central en cuanto necesidad material para la subsistencia del género humano. Más allá de ese carácter relevante, las labores rentadas -sobre todo en la era contemporánea- representan un espacio clave, social y culturalmente, en la convivencia cotidiana de las personas y de las comunidades que integran.

Además, es preciso diferenciar las centralidades descriptiva y normativa de la esfera ocupacional; mientras que la primera de ellas concierne a “la constatación, como una cuestión de hecho, de que el trabajo tiene ese puesto central en la existencia” [13], la segunda, por otro lado, alude a la problemática ético-política acerca de si el trabajo debe tener esa importancia sociocultural, y de si debe existir un vínculo claro entre trabajo y beneficios sociales diversos (ingresos, supervivencia, ciudadanía, estatus, etc.). Esta última asume contornos de mayor relevancia teniendo en cuenta las finalidades esgrimidas, teniendo en cuenta que sus derivaciones, tanto político-operativas como también conceptuales, respecto de la noción de trabajo devienen más importantes que las referidas a “una simple constatación empírica y/o descriptiva sobre la centralidad del mismo” [14]. A partir de lo señalado, una concepción de la ciudadanía será «trabajocéntrica» cuando asocie normativamente al trabajo la obtención de beneficios sociales como los ingresos económicos, la subsistencia material, el prestigio social, etcétera. En cambio, dicha centralidad normativa sería soslayada en la medida en que es propuesta la “disociación entre trabajo y subsistencia, u otro tipo de beneficios” [15].

Debe aclararse que las tres últimas coordenadas indicadas operan de manera autónoma desde el punto de vista teórico, esto es -por caso- puede sostenerse la noción ampliada de trabajo tanto a partir de perspectivas basadas como en el productivismo, y así también en su versión antinómica. De modo similar, resulta factible apoyar la idea sobre la centralidad normativa que presentan las actividades laborales mediante la asunción del criterio amplio o del acotado según la clasificación de marras. La articulación compleja de la tríada mencionada posibilita una visión particular en referencia a los tratamientos por medio de los cuales la noción de trabajo se construyó desde el punto de vista teórico-social” [16].

Frente a las ideas de ciertos autores, por ejemplo Arendt o Habermas, se puede llegar a sostener una perspectiva consistente en la pérdida de centralidad normativa del accionar laboral, afirmando de manera simultánea la ubicuidad del concepto amplio sobre el mismo. Ello significa que eventualmente es probable la coherencia teórica de un posicionamiento a favor de que la esfera ocupacional no podría o debería constituir el “vínculo central de la sociedad”, y que la racionalidad instrumental no tiene por qué ser la única que estructure el proceso de trabajo [17]. Por otra parte, en sentido inverso, aquello que afirman que el acto laboral “debe seguir siendo algo central en las vidas de los individuos y de cara a la cohesión social, lo suelen hacer muchas veces desde un concepto amplio de trabajo, como actividad necesaria para el reconocimiento social, la autoestima o la autorrealización, cuando no necesariamente ambas cosas van lógicamente ligadas”. En otras palabras, verbigracia, una estrategia política que busque reducir la centralidad social del trabajo no tiene por qué apoyarse en una imagen puramente instrumental y degradante del mismo [18].

Marx y Habermas expresaron posturas inclinadas a avalar “un concepto amplio y uno reducido de trabajo”, de manera respectiva; la visión del primero admite que dicha actividad contiene potenciales de autonomía y autorrealización, son reducirla a pura instrumentalidad o a una disciplina sociopsicológicamente coercitiva. Su noción del ámbito ocupacional resulta además “antiproductivista”, mientras que tampoco asume la centralidad normativa del trabajo en la sociedad, proponiendo disolver la conexión de las tareas laborales respecto de la sobrevivencia económica. En consecuencia, serían “incorrectos algunos tópicos que han ido extendiéndose” acerca del encuadre marxiano en referencia a esta problemática; el enfoque del autor decimonónico era esencialmente ajeno a una especie de glorificación del trabajo [19], en la medida en que éste constituye una “precondición material de la existencia humana”, aserto equivalente a una constatación empírica para Marx, lo cual no implica que esa labor resulte “fuente de cualquieras riqueza, moral o progreso” [20].

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[1] Noguera, José Antonio: “ El concepto de trabajo y la teoría social crítica”; Barcelona, Papers. Revista de Sociología, vol.68, 2002

[2] Noguera, J.A., ob. cit.

[3] Noguera, J.A., ob. cit.

[4] Anderson, Perry: “Consideraciones sobre el marxismo occidental” (Madrid, Siglo XXI, 1979); “Tras las huellas del materialismo histórico” (Madrid: Siglo XXI, 1986). Jay, Martin: “Marxism and Totality. The Adventures of a Concept from Lukács to Habermas”; Cambridge: Polity Press, 1984

[5] Noguera, J.A., ob. cit.

[6] Noguera, J.A., ob. cit. Al respecto, “el grado extremo de valorización del trabajo podemos definirlo como glorificación del mismo: glorificar el trabajo sería constituirlo en fuente de todo bien y de todo progreso humano; normalmente tal creencia viene acompañada de un canto retórico o poético que elogia las virtudes de todo tipo que acompañan a la actividad laboral en general. Ejemplos de glorificación del trabajo serían los discursos de algunos predicadores protestantes como Baxter o Wesley, que inspiraron la moderna «ética del trabajo» del capitalismo industrial, o las ideas al respecto de Benjamin Franklin, que la aplicaban a la perfección, o las de filósofos y humanistas renacentistas como Bacon y Buonarotti, moralistas victorianos como Thomas Carlyle, o novelistas como Conrad, Víctor Hugo, Zola o Tolstoi”.

[7] Tanto el estudio de Adriano TILGHER, Homo faber, como el de Herbert APPLEBAUM, The Concept of Work, se estructuran básicamente en torno a esta dicotomía teórica. Otros ejemplos son los de ANTHONY (1977), ARENDT (1958), BATTAGLIA (1951 y 1973), DEGRAZIA (1962), JACCARD (1960), KWANT (1960) NAREDO (1977 y 1997), PIEPER (1952) o TRANQUILLI (1979). Y que por tal motivo fueron citadas por clásicos como MARX (1872) o WEBER (1904-05). Véase también, sobre el nacimiento y la consolidación de la «ética del trabajo», el excelente estudio de RODGERS (1978) [Noguera, J.A., ob. cit.]

[8] Noguera, J.A., ob. cit. Debe aclararse que “el concepto de actividad autotélica procede de Aristóteles (está conceptualmente implicado en su distinción entre praxis y poiesis), y ha sido recuperado y aplicado al trabajo por autores contemporáneos como ELSTER (1989) o CSIKZENTMIHALYI (1975, 1990)”

[9] En el primer caso, tenemos una concepción del trabajo que tiende más hacia la racionalidad cognitivo-instrumental, mientras que en el segundo se abriría el campo para un tipo de racionalidad autónoma respecto de la instrumental, y orientada en un sentido más comunicativo en términos habermasianos. El concepto reducido, por el contrario, sólo podría considerar el trabajo bien como acción instrumental destinada a la producción de valor de uso, bien como deber social o disciplina coercitiva; en ambos casos, el concepto reducido supone que el trabajo no puede dar lugar a ningún potencial de autonomía ni de autorrealización individual [Noguera, J.A., ob. cit.]

[10] Noguera, J.A., ob. cit.

[11] HABERMAS (1981, I: 292 s.) o ZOLL (1991)

[12] Tanto “cuando se toma un modelo laboral de acción como punto arquimédico de la existencia humana, como cuando se reduce el trabajo únicamente a la realización de actividades económicas valorables en términos mercantiles; y sería antiproductivista cuando no realiza tales suposiciones. Nótese, a este respecto, que no cabe confundir producción y productivismo: la producción material siempre será necesaria y básica para cualquier sociedad; el productivismo, la producción por la producción sin importarlos objetivos, la glorificación de la producción como tal, es un fenómeno cultural y social específico de una determinada etapa histórica” [Noguera, J.A., ob. cit.].

[13]  “Se trataría, en el fondo, de una versión más de la discusión sobre el teorema de la base y la superestructura, o del debate entre idealismo y materialismo, pero hoy aplicado a la vigencia o la crisis de la sociedad del trabajo” [Noguera, J.A., ob. cit.]

[14] Verbigracia, “quienes suscriben esta centralidad normativa rechazarán la posibilidad de una renta básica garantizada o incondicional, independiente del trabajo, y favorecerán alguna versión de la ética del trabajo moderna” [Noguera, J.A., ob. cit.]

[15] Noguera, J.A., ob. cit.

[16] Por otro lado, también es posible, entre otras alternativas, “partir de un punto de vista antiproductivista tanto si se está a favor como en contra de la centralidad normativa del trabajo” [Noguera, J.A., ob. cit.] Al respecto, y en tanto ejemplificación, el autor remite a SAHLINS (1974) o THOMPSON (1967) para corroborar la ausencia de centralidad del trabajo en épocas premodernas.

[17] Esta observación resulta importante por cuanto casi todos los pensadores actuales que defienden la tesis de una «crisis de centralidad» del trabajo, o simplemente del empleo (Habermas, Offe, Gorz, Méda...), suelen asumir un concepto reducido de trabajo como algo que se infiere y se deduce de esa posición, con lo que nos abocan a una estrategia basada únicamente en la liberación “del” trabajo, y no tanto “en” el trabajo [Noguera, J.A., ob. cit.]

[18] Noguera, J.A., ob. cit.

[19] Ello interpretarían Arendt (1958), Baudrillard (1973), Habermas (1968b y 1985), Jaccard (1960), Méda (1995), Naredo (1977 y 1987), o Tilgher (1929)

[20] Noguera, J.A., ob. cit.. Ver al respecto Marx, 1872: 53 y 1875: 13 [“No encontramos nunca en la obra de Marx cantos elegíacos como los de los pensadores liberales o los predicadores protestantes. Tampoco se entiende el trabajo, en Marx, como la esencia del ser humano: éste no es homo faber sino animal social (1872: 397), su socialidad es lo que determina su naturaleza y no al revés; es la praxis —entendida como un actuar por el que se va construyendo el mundo—, y no el trabajo —que sería una forma específica de praxis—, lo que define al ser humano y le diferencia de otras especies animales”]

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