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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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RECURSOS EXTRAMERCANTILES DE SUBSISTENCIA VITAL - Juan Labiaguerre

            El citado incremento de la marginalidad sociolaboral obliga a la redefinición del rol del sector público, y del referido a gran parte de las instituciones que integran la sociedad civil en el sistema capitalista-industrial contemporáneo, con relación a los paradigmas utilizados hasta mediados de la década de los años setenta; entre las mencionadas instituciones, al grupo familiar -en sentido amplio, los hogares- se le asignaban roles residuales, tales como los meramente reproductivos, de socialización temprana, o típicamente consuntivos en términos de la categorización weberiana: dichas concepciones, dejando a un lado sus matices diferenciados, coincidían en asignar a la familia una tendencia universal hacia la adopción de una estructura nuclear de los convivientes, es decir reducida en tamaño y parentesco. Actualmente, la precariedad progresiva presentada por las inserciones laborales alcanza, aunque con diversos niveles de intensidad, no sólo al sector residual o competitivo sino también a segmentos crecientes incluidos en los sectores monopólicos y/o públicos; en virtud de ello, el tipo de adaptación de las unidades domésticas más carenciadas a este nuevo encuadre socioeconómico, en la búsqueda de alternativas sobrevivencia, adquiere variadas modalidades a efectos de poder cumplimentar su rol de reproductoras sociales [UNMP].

            La manifestación quizás más significativa de los efectos heterogéneos surgidos de la polarización entre ocupación formal e informal se expresa a través de las prestaciones sociales, debido al desconocimiento estatal respecto de los trabajadores informales, lo cual cuestiona los principios de libertad y equidad inherentes al mecanismo generalizado del intercambio mercantil esencialmente capitalista; asimismo, la conexión del Estado con segmentos ocupacionales informales, sin la presencia mediatizadora de lógicas abstractas ciudadanas, se consuma fuera del mercado de trabajo, provocando un desplazamiento de las actividades generadoras de ingresos al ámbito de la mera reproducción social, donde predominan estrategias concretas, tales como las del asistencialismo, ligado con frecuencia a procedimientos clientelistas surgidos de la arena política.

            Tomando el concepto de calidad de la participación [Coraggio], las políticas sociales pueden modificar (o cuestionar) el curso previsto en la progresividad/regresividad de la citada “redistribución secundaria”, pero además corroborar el sentido y diseño de la misma, alienando la perspectiva. Los sujetos a quienes de dirigen las políticas sociales siempre participan -“toman parte”- en el proceso de constitución de ellas: esta premisa supone un punto de partida objetivo en términos de la redefinición de las condiciones desde las cuales disputar su sentido, es decir como hacerlas “genuina y efectivamente participativas” (Hintze). En última instancia, la lucha por el sentido incumbe al ámbito político.       

            Remedando la estructura medieval, "la asistencia se organiza sobre una base territorial, y su gestión deja de ser un monopolio clerical, si acaso lo fue alguna vez. Junto a la Iglesia regular o secular, el conjunto de las autoridades, tanto laicas como religiosas, asumen su parte en esta gestión de lo social [por lo que] la caridad se convierte en una especie de servicio social local en el que colaboran todas las instancias que comparten la responsabilidad del buen gobierno". De manera similar actualmente, salvando el anacronismo, en referencia al asistencialismo se produce un "apuntalamiento recíproco entre una economía cristiana inspirada por la caridad y una economía laica de la asistencia, regida por exigencias administrativas"; la configuración socio-asistencial interfiere en aspectos de la problemática social derivados de la cuestión específica del trabajo, en parte para hacerse cargo de él, y también para ocultarlo. La actitud predominante de las posturas liberales al respecto, desde sus formulaciones ortodoxas hasta sus representaciones contemporáneas parcialmente aggiornadas, radica en el sostenimiento de políticas sociales sustentadas en el plano de los principios éticos y no específicamente políticos, remitiendo a un conjunto de obligaciones morales etéreas en relación a ciertos mecanismos de ayuda a los sectores más carenciados de la población, derivados de un sentimiento de deber protectivo hacia las clases inferiores y llevados a cabo mediante la beneficencia,  símbolo representativo de determinada virtud moral de utilidad pública que refleja un mecanismo tutelar [Castel].

            Por otro lado, debe tenerse en cuenta que la consideración de la fuerza laboral de una sociedad determinada, y las respectivas estrategias de reproducción de los diferentes grupos ocupacionales, conlleva ineludiblemente el abordaje ampliado de la estructura social que los abarca y las condiciones socioeconómicas generales en que se encuentra la masa trabajadora; los distintos elementos interactuantes sobre esta última inciden de algún modo en la diversidad de lógicas potenciales que la misma debe desarrollar para subsistir y reproducirse. Dentro de la esfera articuladora entre capital y ámbito informal correspondiente al ámbito de las actividades económicas pueden ubicarse, con cierto nivel de aproximación, un segmento de trabajadores asalariados correspondientes a microempresas y un determinado sector de cuentapropistas, los cuales, no obstante representar eventualmente- una capacidad laboral informal, son insertables en el ciclo reproductivo perteneciente al capitalismo privado; en este sentido, puede estimarse que los trabajadores por cuenta propia constituyen una fuerza laboral indirectamente asalariada que coadyuva a la valorización capitalista, de acuerdo a la investigación citada, realizada en el marco de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Mar del Plata.

            La conformación característica de la mayoría de las economías latinoamericanas, sobre todo en sus márgenes periféricos, derivó en procesos de proletarización que no conllevaron necesariamente una extensión generalizada del asalariamiento clásico en muchos conglomerados urbanos; de esta forma, se fue generando una fuerza de trabajo masiva, operando frecuentemente dentro del ámbito específico de la acumulación capitalista, aunque controlada a través de procedimientos alternativos en relación a los correspondientes a la mediación salarial convencional; es decir que, en este contexto, no se concretó la generalización del vínculo salarial típico, creándose alternativamente un marco habitual de proletarización sin salarización [Pérez Sáinz]; cabe mencionar que en dichos espacios urbanos, caracterizados por un marco de informalidad laboral extendida, en los cuales ésta expresa el eje alrededor del cual gira la mayor parte de las inserciones ocupacionales, sobresale nítidamente la carencia de una regulación institucionalizada en la esfera jurídico-legal, ya se trate de posiciones asalariadas o cuentapropistas.

            El abordaje de la problemática de la segmentación laboral desde el lado de la oferta de trabajo deriva en la necesidad de un análisis pormenorizado acerca de modalidades diversificadas de inserción que implican, directa o indirectamente, el desarrollo de estrategias familiares adecuadas en términos de respuesta al nuevo cuadro referido a la situación ocupacional; en este sentido, un aspecto habitualmente característico de la economía informal radica en la presencia predominante de procedimientos generadores de ingresos caracterizados por la falta de una regulación normativa; asimismo, la indiscriminación entre los factores capital y mano de obra en el quehacer productivo y/o la desregulación contractual respecto a la interacción entre ambos -en cuanto a condiciones laborales, en general, y remunerativas, en particular- refieren a relaciones de trabajo informales; bajo este encuadre analítico conceptual ampliado, dicha noción resulta sólo parcialmente asimilable a la manifestación ilegal del vínculo entre empleador y asalariado, aun encubierto este último como cuentapropista.

            El excedente estructural de fuerza de trabajo en determinadas economías capitalistas periféricas condiciona la conformación típica de rasgos urbanos específicos moldeados por experiencias modernizantes; dentro de un marco concentrado de carencia de equipamientos colectivos básicos en ciertos nucleamientos urbanos, afloran modalidades diversificadas y atípicas de inserción ocupacional. En dichos conglomerados se reproducen efectos segregadores y círculos viciosos de la pobreza, localizada territorialmente, consolidándose en un espacio geográfico determinado; en ellos resultan frecuentes las rupturas de trayectorias laborales -asalariadas y/o regulares-, generando un perfil heterogéneo de reinserciones en el mercado de trabajo [Forni y Roldán]. Al respecto, el concepto de estrategias de supervivencia refiere a la articulación de mecanismos, relaciones y comportamientos -considerados globalmente- desarrollados a efectos de lograr la reproducción integral de las unidades domésticas, atendiendo a determinado nivel de satisfacción de las necesidades básicas.

            El tratamiento de la gradual conformación de una masa marginal en el ámbito de las economías periféricas alude a cierta “relación estructural entre los procesos latinoamericanos de acumulación capitalista y los fenómenos de la pobreza y de la desigualdad social [y a la] heterogeneidad y fragmentación crecientes de la estructura ocupacional”; Nun resaltaba las formas de incidencia, respecto de la integración del sistema; de la “necesidad de afuncionalizar los excedentes de población para evitar que se volviesen disfuncionales”, cuestión que remite a mecanismos de dualización y segregación que resultaban “mucho menos supervivencias de un pasado todavía tradicional que expresiones de un presente ya moderno” [Nun].  

            Las diversas modalidades contemporáneas de marginalidad social son clasificadas por Castel a partir de la combinación de dos variables, expresadas mediante la situación laboral y el tipo de inserción relacional, respectivamente; la primera dimensión abarca condiciones variables enmarcadas en el trabajo estable, la precariedad ocupacional o el desempleo; la segunda, por otro lado, comprende grados de integración comunitaria fuerte, frágil y la carencia de ella o aislamiento. El acople del conjunto de estas categorías permite identificar diferentes grados de integración caracterizados por la combinación de estabilidad laboral e inscripción relacional fuerte, de vulnerabilidad originada en el trabajo precario y un soporte relacional frágil, de desafiliación referida al desempleo junto al aislamiento social y, finalmente, de asistencia; los componentes de esta última zona coinciden con los correspondientes a la desafiliación pero implican la condición de indigencia inválida, equivalente a la impedimento para  trabajar debido a  razones de salud, edad o situación familiar crítica [UNMP].

            Desde la perspectiva de las sociedades económicamente desarrolladas, el citado autor interpreta entonces la situación de pobreza en términos de manifestación de un estado a partir de cuyas formas es posible formular un inventario de carencias, las cuales resultan efectos resultantes de la convergencia de ciertos ejes definidos mediante el nivel de integración referido al tipo de inserción ocupacional, que determina la reproducción de la existencia relativa a la esfera económica, y por el modo primario de inserción socio-relacional, el cual remite a un continente de proximidades de índole cuasi afectiva; la combinación de las condiciones variables correspondientes a ambas dimensiones permite la demarcación de las mencionadas zonas de progresivo riesgo social, resultando entonces la desafiliación producto de la superposición de una falta de integración en el terreno laboral y de la ausencia de inscripción en una red relacional cercana y socialmente protectiva.

            En la actualidad, al margen de las reconceptualizaciones implícitas en la vigencia de modalidades diferenciadas de proletarización y de las consecuencias resultantes de la vulnerabilidad en aumento de las inserciones ocupacionales, se manifiestan lógicas de subsistencia orientadas a la misma reproducción de la fuerza de trabajo; ellas suponen el cuestionamiento del mecanismo proletarizador básico -el cual remite a un universo atomizado  trabajadores- en orden a la emergencia del hogar o de la localización territorial en cuanto ámbitos concretos en los que se desarrollan lógicas de subsistencia.

            Por otro lado, la obtención de ingresos de origen no laboral, aunque mantiene el proceso reproductivo dentro de la esfera correspondiente a lógicas de acumulación capitalista, conlleva cierta independencia del núcleo familiar o de la unidad doméstica con relación al mercado de trabajo; dicho proceso de desproletarización se encuentra potenciado sobre la base de la movilización de recursos extramercantiles, considerando que la realización de actividades de mera sobrevivencia y la inserción en determinadas redes sociocomunitarias colocan en tela de juicio la hegemonía del principio asentado en la figura del valor de cambio, fenómeno inherente a la lógica económica signada por el capital.

            Murmis y Feldman señalaron que “la entrada en el mundo económico es posible a través de caminos caracterizados por muy diversas dotaciones de capital, hasta llegar incluso al caso de la entrada sin presencia inicial de capital”; la mecánica de este proceso se inscribe dentro de situaciones fácticas prevalecientes en ciertos nucleamientos urbanos pertenecientes a sociedades subdesarrolladas desde el punto de vista económico. En este sentido, los autores citados apuntan que “ni la ausencia de capital, ni la de salario, y en algunos casos prácticamente ni de propiedad, inhibe que masas urbanas generen productos simples”, tratándose en estos casos de modalidades de producción de tipo trabajo-intensiva, expresión de variantes ocupacionales heterogéneas, “en muchos casos muy precarias y cercanas a la desocupación” [Murmis y Feldman].

            Más allá de la existencia de conflictos sociales derivados de la disparidad de fuerzas entre capital y trabajo, el propio régimen de acumulación genera mediaciones institucionales que los moderan en gran medida; en el mercado de trabajo, a diferencia del mecanismo inherente a  otros mercados, se produce un desequilibrio entre el lado de la oferta y el de la demanda, conformando un "sesgo estructural en orden a las respectivas posibilidades de llevar a cabo una estrategia racional", situación que requiere una relación estable de poder, sustentada en sí misma y que se reproduce normalmente, a cuya inmutabilidad se fueron habituando gradualmente las respectivas partes [Offe y Hinrichs].

            Dentro del proceso de reproducción de la fuerza de trabajo urbana, se generaliza gradualmente la inexistencia del salario familiar, hecho que remite hacia opciones alternativas de sobrevivencia de las unidades domésticas, diversificando -en una esfera de análisis ampliada- los tipos de procedimientos encaminados a la obtención de ingresos vigentes en una  localización territorial específica; los grupos familiares correspondientes a distintos estratos sociales despliegan, de acuerdo a sus respectivas condiciones materiales de existencia, determinadas conductas orientadas a garantizar su reproducción biológica y social, plasmadas en ciertas estrategias consistentes en prácticas realizadas a efectos de enfrentar las condiciones requeridas para el sustento vital, horizonte que en muchos casos equivale al mero alcance de niveles mínimos de subsistencia.

            En ese sentido, el logro de recursos económicos de variado origen remite crecientemente a modalidades diferenciadas destinadas a la satisfacción de necesidades reproductivas básicas en un contexto ampliado de condiciones de pobreza aunque, considerando la perspectiva de las ocupaciones de algún modo desmercantilizadas, los diversos -y sumamente heterogéneos- puestos de trabajo existentes dentro de esta esfera resultan en cierta forma funcionales al sistema productivo en su conjunto, razón por la cual aun el empleo marginal coadyuva -aunque fuera indirectamente- al proceso global de valorización y acumulación capitalistas [UNMP].

            Conviene señalar la incidencia socio-comunitaria del fenómeno de heterogeneidad típico de las estrategias económicas de la población más careciente, desplegadas frente a la degradación de la situación ocupacional, teniendo en cuenta que ellas inducen a una diversificación de respuestas y alternativas ante la crisis del mercado de trabajo en tanto que, si bien los mecanismos de supervivencia remiten a cierto condicionamiento cultural arraigado en el ámbito familiar, existen otras mediaciones instancias que demuestran el desarrollo de los mismos en diferentes esferas organizativas; dichas instancias se ven corporizadas en el barrio o asentamiento poblacional, adquiriendo en estos casos relevancia las características  específicas de la localización correspondiente; al respecto, en determinados núcleos urbanizados o semi-rurales del cinturón periférico del Gran Buenos Aires se manifiestan claramente las consecuencias derivadas de la segregación y el aislamiento característicos de los enclaves territoriales marginados.

            Kessler destaca el “impacto psicosocial del desempleo, [su] influencia en la salud, en las relaciones familiares y en el uso del tiempo, [así como también] la relación entre desempleo y criminalidad” y la incidencia y efectos de la desocupación entre los jóvenes; en este sentido, retoma la concepción elaborada mediante la teoría de la privación de Jahoda, según la cual el trabajo ofrece al ser humano la “posibilidad de acceder a cuatro categorías de experiencia: estructuración temporal de la jornada, provisión de contactos sociales regulares por fuera de la familia nuclear, imposición de objetivos que trascienden al individuo [y] un status e identidad social”. Por lo tanto, la permanencia de un estado de no-trabajo recorta sustancialmente la factibilidad de acceso a dichas categorías, “provocando una desestructuración temporal, restringiendo los contactos sociales y el espectro de objetivos a mediano y largo plazo, así como [también] erosionando las bases del status personal y la identidad social” [Kessler].

            Partiendo de este cuadro sociolaboral sumamente heterogéneo, emergen formas diversificadas de inserción en el mercado de trabajo, categorías ocupacionales mutables y/o ambiguas, y una profunda segmentación de la fuerza laboral en términos de la dualidad representada por el “empleo formal o informal”, diagnóstico que conduce necesariamente a relativizar la vigencia de la condición asalariada en cuanto factor socializador; en razón de lo expuesto, asume un papel preponderante el hábitat económico particular de la propia ubicación territorial, reflejado en las condiciones generales del barrio, localidad, distrito o partido, en términos de su incidencia en la configuración de “espacios de sobrevivencia”.

            Además, ante el desfase entre oferta y demanda laboral, un segmento creciente de la fuerza de trabajo activa se ubica al borde del mercado ocupacional, constituyendo un sector marginal consolidado como tal, por lo que resulta relevante la cuestión acerca de los modos adoptados por la generación alternativa de ingresos de las personas y grupos sociales que conforman el mismo; cabe indicar, por caso, que en las zonas más pobres del conurbano bonaerense se manifiesta una sostenida extensión de las ocupaciones autónomas, relacionadas preferentemente a la mera producción de subsistencia.

            Un elemento de considerable peso que coadyuva a la progresiva diversificación experimentada por los mecanismos de obtención de ingresos monetarios o recursos económicos de variada índole, y a la creciente diferenciación salarial al interior del sector de la población activa ocupada de manera relativamente estable, radica según Aglietta en “la estructuración del proceso de consumo en la célula familiar restringida"; en este orden, la reproducción social de la fuerza de trabajo llevada a cabo en el ámbito del hogar determina una forma elemental de cooperación, la actividad doméstica, que condiciona la norma de consumo al proporcionar el gasto de trabajo necesario para la concreción de aquel proceso reproductivo [Aglietta]. Al respecto, la forma de producción doméstica asigna a la mujer un lugar específico dentro del espacio social en su conjunto, teniendo en cuenta que el trabajo de la población femenina se encuentra comprendido globalmente en el proceso de recomposición de la fuerza laboral asalariada pero no puede considerarse estrictamente en términos de producción de mercancías, motivo por el cual  "la cooperación simple de la actividad doméstica proporciona indirectamente al modo de producción capitalista un trabajo gratuito". En lo que atañe a las unidades domésticas, “la innovación evolutiva del mercado de trabajo consiste en que la reproducción individual no viene garantizada por derechos y deberes tradicionales, sino que depende completamente del éxito de actos de venta individuales” realizados en aquel mercado, condicionamiento que fuerza a una máxima intensidad de trabajo y obligando a una predisposición adaptativa [Berger y Offe].

            La organización del trabajo inherente al capitalismo remite a la presencia del “salario complementario” en la medida en que, mientras predomine la célula familiar restringida, el nivel del salario individual de la fuerza laboral femenina no calificada se encuentra condicionado por el rol de la mujer dentro de la actividad doméstica; por otro lado, el proceso moderno de urbanización convierte a la norma de consumo en una forma crecientemente rígida y dependiente de la producción capitalista, desde el momento en que elimina las redes sociales mediante las cuales pueden extenderse eficazmente las tareas productivas domésticas; de manera que "la urbanización capitalista tiende a lanzar a la población femenina al trabajo asalariado"; la labor remunerada de la mujer, entonces, responde al valor  relativo correspondiente al precio de las mercancías necesarias para garantizar el proceso de consumo mediante una menor cantidad de trabajo doméstico. Tal mecanismo implícito en la reproducción de la fuerza de trabajo determina que se transfiera un tipo de actividad doméstica escasamente productiva, aprovechada indirectamente por el régimen de producción vigente, hacia el trabajo asalariado y de mayor productividad, el cual es utilizado en forma directa en el proceso de acumulación, mientras la fuerza de trabajo femenina es remunerada de acuerdo al trabajo doméstico economizado; dicha configuración prevaleciente del perfil ocupacional de la mujer motiva su incorporación al mercado de trabajo asalariado de manera intermitente, condicionada por la coyuntura económica, que experimenta variaciones cíclicas, debiendo optar alternativamente entre la labor doméstica o o el asalariamiento según ciertas instancias cambiantes recurrentes, oscilando a través de una equivalencia estructural.

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