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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA ESTRUCTURA CLASISTA EMERGENTE A PARTIR DEL AUGE NEOLIBERAL - Juan Labiaguerre

                 El fundamento económico actual para la consecución de mayor productividad, y por ende de superior competitividad, reside en el avance informático asentado en el desarrollo tecnológico, junto al anexo imprescindible representado por la capacidad de gestión y procesamiento. Ante el progreso incesante de nuevas tecnologías informáticas, los sectores ligados a las mismas tornan a desempeñar un rol más decisivo dentro del aparato económico-productivo evaluado en su conjunto. Por otra parte, y en forma yuxtapuesta al factor descrito, el fenómeno de la globalización económica difiere sustancialmente del significado atribuido a los términos convencionales “economía mundial o fuertemente internacionalizada”..             

                Hacia fines de siglo se evidencia una tendencia globalizadora -manifiesta y explícita- de las áreas tecnológico-informáticas, debido a que existen centros de tecnología intercambiables según el grado de operacionalidad empresarial, a efectos de contactarse con esos circuitos mundializados. Asimismo, la mano de obra dotada de cualificación ocupacional más elevada, no así la fuerza de trabajo en general, también es demandada en forma “global”. Además, la mayoría de los mercados opera regionalmente, pese a que deviene esencial la aptitud de las firmas transnacionales en orden a interpenetrar los reductos mercantiles situados en otros países y continentes. De allí la relevancia, si bien de índole relativa y sujeta a la acción convergente de los factores complementarios expuestos, de las estrategias trazadas por el capital en el ámbito del comercio internacional. En definitiva, la esfera productiva trasciende globalizadamente en función de la dimensión presentada por las distintas firmas que operan en la órbita multinacional, de manera concomitante al desarrollo de sus “redes auxiliares de producción” en todo el planeta .

                Durante parte del transcurso de las décadas de los años sesenta y setenta, “las grandes teorías de la sociedad postindustrial contemplaban un futuro muy optimista”, conducido por profesionales elevadamente capacitados técnicamente. En cambio, hacia fines del siglo, las concepciones tejidas alrededor de la cuestión social incorporan una alta dosis de pesimismo, en la medida en que ellas deben referirse, no sólo a la emergencia de nuevas clases (entre las mismas, la de un nuevo proletariado), sino también al aumento de la marginalidad y exclusión sociales, proceso que provoca el surgimiento de renovados “estratos bajos”, correspondientes a los sectores perdedores, dentro de las reglas actuales de juego establecidas por el sistema capitalista  .

                Los elementos fundamentales, causantes del mencionado giro en el carácter de la evaluación (y de las perspectivas) respecto del futuro social, remiten por lo general -en primer término- al fenómeno de la “globalización y sus consecuencias”, proceso estimado como el más discutido y que, no obstante, probablemente resulte el de menor importancia en la coyuntura presente. En este sentido, se indica que nos lo presentan como un gran movimiento internacional que limita en gran medida la libertad de los gobiernos para tener autonomía en la gestión de la economía, en especial, a nivel macroeconómico. Al mismo tiempo se sostiene que el sistema global conduce a un nuevo y fuerte dilema, inexistente en épocas pasadas, de un lado la igualdad y del otro el empleo, indicándose que, si deseamos lograr una creciente demanda de empleo, debemos aceptar mayores grados de  desigualdad y menores márgenes de seguridad social, por tanto de protección del trabajador.

                Al respecto, el hecho de que la fuerza de trabajo forme parte, no sólo del mercado laboral nacional, sino también del mundial, significa que ella compite -en distintos países- con la mano de obra tailandesa o malaya, residente en regiones donde los salarios representan montos muy inferiores a los vigentes, verbigracia,  en los países europeos más desarrollados económicamente. Debido a esta circunstancia, en algunas naciones de Europa occidental los obreros con bajas calificaciones se ven obligados a aceptar niveles salariales reducidos a efectos de lograr insertarse ocupacionalmente.

                El segundo factor que coadyuva a una visión pesimista radicaría en la aparente urgencia de una desrregulación ilimitada de la economía, sobre todo en la esfera comprendida por el mercado de trabajo. La flexibilización de la normativa jurídico-legal, con relación a los estatutos o convenios que regían anteriormente la actividad laboral, deriva en una drástica reducción de la cobertura socioprevisional y en el logro de mayor fluidez, es decir superior capacidad de ajuste a los requerimientos del empleador, en forma simultánea a una progresiva liberalización del componente retributivo salarial .

                La tercera fuente de pesimismo se afirma en la evidencia acerca de que actualmente el trabajo tiende a concentrarse en el sector de servicios, que crea el 90% de los nuevos empleos. Sin embargo, continuamos hablando de crear trabajo industrial, como si no tuviéramos conciencia de que el modelo productivo tradicional ya no existe. El incremento de dicho sector genera cierta decepción, respecto de las expectativas puestas en el mismo, por variados motivos. La capacidad de aumentar la productividad en servicios es mucho más baja que en la economía industrial, de manera que pareciera que deseáramos un futuro dotado de una riqueza que aporta una industria que ya no crea trabajo. Y, viceversa, el trabajo lo debemos buscar en los servicios, que no aportan mucha riqueza productiva. Hoy, este es un gran dilema, que será mucho mayor en el futuro. La cuestión referida a la búsqueda de una política de plena ocupación, determinando si es posible encontrarla en los servicios, obligaría a plantearse el aumento de la productividad a largo plazo .

                El proceso económicamente crítico atravesado a nivel mundial durante los años setenta, seguida de la poscrisis desatada en la década siguiente, quebraron el modelo de equilibrio, aunque fuera inestable, “entre sociedad del bienestar, producción en masa y clase obrera desmiserabilizada”. Tal realidad indujo a cuestionar radicalmente la mayoría de las premisas sobre las cuales se cimentaron el llamado pacto keynesiano, como así también el propio sistema de fabricación industrial. En principio, debe indicarse que el esquema productivista implantado en los años ochenta dejó de mantener “al obrero-masa como sujeto social central”. Además, el punto de inflexión del keynesianismo coincidió con el momento en el cual el capital, en cuanto bloque social y debido a los requerimientos objetivos demandados por la reestructuración productiva, rechazaba cualquier límite a la acumulación impuesta por el Estado “benefactor”. El carácter flexible de las modalidades posfordistas de organización del trabajo incorpora un sistema asentado basado “en la informalización, deslocalización y relocalización de la estructura productiva”, implante de orden técnico que deriva en el logro de mayores velocidad, especialización y difusividad. El fraccionamiento de la producción genera una segmentación sociolaboral progresiva, desestructurante de homogeneidad, característica y elemental, de los actores y estratos convencionalmente configurados por el fordismo .

                La cualidad específica de la producción especializada, en contraste con aquella típicamente fordista, radica en que el conjunto de consumidores resulta potencialmente heterogéneo, es decir que existen segmentos correspondientes a la demanda ampliamente diversificados, a los cuales las empresas -que se pretenden innovadoras- deben adecuarse. Para ello, necesitan maquinarias muy flexibles y, en forma consecuente, “mano de obra adaptable, que se ajuste rápidamente a las nuevas pautas de organización y a la turbulencia y rápida variabilidad de los mercados”. El neofordismo tiende a desplegar una flexibilidad acorde con la satisfacción de determinadas demandas, correspondientes a mercados más articulados, se trate del establecimiento fabril robotizado y modularizado, o de redes formadas por pequeñas empresas coordinadas en distritos industriales, manteniendo los niveles de productividad de la “era fordista”.

                Asimismo, se generan mutaciones de fondo “en la estructura sectorial y en la composición de ramas productivas motoras en el despliegue de la nueva economía industrial”, presenciándose la declinación de aquellos sectores en los que se basó el auge económico de posguerra, tales como las ramas del acero, metal-mecánicas y  eléctricas, otras dedicadas a bienes de consumo durables convencionales, etcétera) .  En forma yuxtapuesta a este proceso, las sucesivas crisis financieras de las últimas tres décadas impactaron fuertemente sobre el funcionamiento del mercado de trabajo, provocando una gradual precarización de las situaciones laborales, que incluyen la desocupación, el subempleo y la informalización de las inserciones ocupacionales, subyacentes en los mecanismos de reconstrucción de los fundamentos de una nueva economía posfordista”. De modo tal que “la incertidumbre, la inseguridad, los contratos eventuales y la degradación de las condiciones generales de contratación son realidades absolutamente generalizadas y determinantes del actual” contexto que enmarca la evolución de las relaciones sociales de producción  .

                La implantación del modelo posfordista desencadenó continuas fracturas de los diferentes mercados de trabajo, mecanismos socialmente dualizadores, situaciones extendidas de paro de corte estructural, ofertas de bienes y servicios diversificadas crecientemente segmentadas, hasta llegar a su “personalización”, y la emergencia de un aparato estatal actuante en términos de mero agente mercantil empresarializador. Como consecuencia de las transformaciones mencionadas, los perfiles correspondientes a las diferentes identificaciones sociolaborales, y por ende culturales, devienen erráticos, dejando el andarivel libre a la expansión de actitudes personales enroladas en una especie de subjetividad nómade. En definitiva, “de los mecanismos centralizados de todo tipo hemos pasado a las redes de producción, de distribución, de consumo, de información” .

                La mundialización financiera de los sistemas económicos, junto al surgimiento de ciertos tipos de empleos relativamente especializados en la gestión empresarial, y elevadamente remunerados salarialmente, proveyeron la cristalización de un estrato social conformado por capas medio-altas. Estos grupos expresan cierta remodelada cultura promocionista e individualista, movilizadoras de comportamientos orientados básicamente hacia el logro de mayores niveles de ingreso y de consumo, denotando una ambición desmedida por el incremento de su poder económico. El ascenso estratificacional de dicha subclase coadyuvó al quiebre del “unificador simbólico” basado en el consumo masivo, referido a la autovalorización sociocultural de la clase trabajadora-media anteriormente integrada progresivamente a la sociedad, y actualmente en vías de extinción. Al tiempo que tal proceso conduce a la relegitimación y encumbramiento de un nuevo elitismo meritocrático, encaminado hacia la adopción de conductas consumistas, tienden a proliferar “infraclases” en cuanto manifestación emblemática y dinámica de modernización de la pobreza .

                La clase obrera tradicional se desustancializa, siendo reemplazada por una “nueva subclase funcional”, formada por jóvenes desocupados o precariamente empleados, inmigrantes, fragmentos residuales de estratos obreros y de capas medias que descendieron en la escala social debido a las continuas reconversiones industriales y comerciales, etcétera. Como consecuencia de tal mecanismo tienden a proliferar vivencias marcadas por la desafiliación, consistente en la escisión de una masa considerable de actores sociales respecto de los factores económicos y jurídicos que los integraban a los ámbitos productivos. De allí existe un paso hacia la caída en zonas de vulnerabilidad social, en las cuales la pobreza, anteriormente circunscrita a una esfera localizada, se convierte en una realidad expansiva. Dicho proceso se desarrolla asimismo a escala espacial, de modo que amplias regiones de Europa por caso, situadas al margen de los nucleamientos hegemónicos en las áreas tecnológica o financiera, pueden experimentar la dinámica descrita..

                La evolución mencionada, crecientemente representativa del mundo actual, remite al fenómeno de incrustación local de la globalización o glocalización, es decir mixtura del devenir de la economía global y de los campos de acción particulares prefigurados por ciertos localismos sociopolíticos. Más allá de los “designios insoslayables de la economía planetaria”, condicionantes de todo tipo de situaciones administrativas o productivas, la misma globalidad se conecta a una extensa red formada por circunstancias económicamente interdependientes, tendiendo a incrementarse -en consecuencia- determinadas demostraciones circunscritas a la peculiaridad emergente de los espacios locales. De manera que “culturalmente somos más globales, utilizamos consumos más internacionales, tenemos situaciones de uniformidad” aunque, al mismo tiempo, actuamos de forma más particularista en el terreno político, lo cual propende a generar eclosiones sociales producidas por la aparición de “localismos y nacionalismos agresivos” .

                Si bien territorial y socialmente se fortalecen zonas históricas, o emergentes, crecientemente poderosas, coexisten frente a ellas áreas distanciadas -no siempre desde el punto de vista espacial geográfico- de las regiones munidas de mayor dinamismo económico. Por otra parte, surgen reductos específicamente vulnerabilizados sobre la base de su propia ubicación territorial, interpenetrados con la cuestión social pero que a la vez presentan una problemática superpuesta. Ello significa que “aparecen zonas que cada vez generan mayor riesgo, mayor empleo precarizado, menores situaciones de seguridad, ninguna hegemonía en lo económico, ninguna capacidad de decisión; son zonas absolutamente movilizadas por decisiones de otros, y que tienden a generar una dinámica de tipo secundario, una dinámica de características residuales, donde se concentran de manera porcentualmente significativa las actividades más degradadas y los mayores niveles de actividad precaria, imperfecta, de baja innovación y de malas condiciones de contratación y realización del trabajo .

                El remodelado régimen de acumulación económica, que tiende a consolidarse en nuestros días, conlleva una transnacionalización profunda de todo tipo de flujos financieros y actividades productivas, caracterizada por “una fuerte extraversión hacia las semiperiferias avanzadas de la fabricación en serie de los productos industriales, la postindustrialización y rápida dispersión/reducción cuantitativa del tejido industrial en los países centrales y por fin el hundimiento y depresión en la más absoluta miseria, olvido y ostracismo a grandísimas zonas del planeta históricamente subdesarrolladas o más recientemente deprimidas, porque sus materias primas ya no tienen valor como factores de producción en la industria avanzada”. La cristalización de este nuevo modelo de economía globalizada genera movimientos migratorios incesantes a escala continental y mundial, descualificación ocupacional, inagotable mano de obra excedente, precariedad laboral, subempleo y paro de raigambre  estructural .

               La tendencia hacia la heterogeneización de la estructura de clases, manifestada en mecanismos de fraccionamiento, parcelación, polarización entre mano de obra sobre y subcualificacada, desocupación y empleo subterráneo o informal, asociado a una permanente terciarización del proceso de trabajo, determinan que las convencionales identidades -junto a sus expresiones solidarias- clase, relativamente homogéneas en un pasado no demasiado lejano, pierdan en forma sustantiva sus alineamientos cohesivos colectivos. La profunda segmentación de las posiciones -y condiciones- ocupacionales, provocadas tecnológica e institucionalmente, deriva en que el análisis de tales situaciones fragmentadas, en muchas ocasiones enfrentadas mutuamente de modo total o parcial, deba descartar el ideal representado por “un agente unificado automáticamente y homogéneo tal como se componía la clase obrera del discurso clásico” .

                  Las sociedades emergentes del quiebre del paradigma fordista de organización del trabajo, más allá de la diferenciación de las modalidades adoptadas en el pasado por el mismo -de acuerdo a los niveles de desarrollo económico de los distintos países en los cuales manifestó algún grado de vigencia-, quedaron expuestas a un paulatino (aunque constante) proceso de disgregación. En forma simultánea a la proliferación de nichos sociales “descomunizados”, un reducido grupo socioeconómico tiende a controlar, de hecho, en términos oligopólicos, el proceso de generación y apropiación de bienes y riqueza. Además, la imposición ideológica de un modelo neoliberal excluyente -funcional a los intereses de los sectores económicamente dominantes- provoca el naufragio de cualquier intento concebido en aras de la permanencia, o restablecimiento, de  vínculos colectivos de índole comunitaria .     

                Específicamente al interior de ciertas áreas extraterritoriales, respecto del eje mercantilizado de las relaciones de trabajo asalariadas, inherentes a la vigencia de condiciones capitalistas idealmente <cuasi puras>, suelen confluir -de manera subsidiaria- mecanismos sustentados en estrategias de supervivencia. Éstas se expresan a través de diversas formas de obtención de ingresos -laborales o no-, logrados muchas veces en virtud de redes sociales de carácter cuasi asistencialista, generalmente anudadas en procedimientos teñidos de clientelismo político. No obstante ello, el paro laboral -prolongado y crónico-,  junto a los distintos rasgos adoptados por el proceso de vulnerabilización del empleo, convergen en dirección a la consolidación de una realidad que acota los márgenes viables, a efectos de desplegar lógicas estables de subsistencia. Tal situación es proyectada exponencialmente en zonas o reductos socialmente frágiles y marginados, abriendo el paso hacia la exteriorización plena del fenómeno de la exclusión.

               El despliegue de estrategias alternativas de supervivencia material, conectadas a la dinámica de la reproducción biológica de crecientes grupos de la población mundial, emerge frente a la gradual erosión del rol de los lazos sociolaborales, en términos de factor de inclusión comunitaria. Tal cuestión condiciona la aparición de nuevas y cambiantes configuraciones de la estructura social, plasmadas en una reorientación de los antagonismos entre clases y estratos, enfrentados sobre la base de sus intereses económicos contrapuestos radicalmente. En ese orden, el mantenimiento, y refuerzo, del esquema de acumulación imperante determina que las mejoras en los niveles de competitividad requieran fuertes recortes salariales, a la vez que una profundización de la "flexibilidad laboral". En la medida en que la esencia del régimen económico es incompatible con una resolución estructural de la problemática del desempleo y, al resultar funcional a dicho régimen la presencia de un contingente destacable de parados, a efectos de disciplinar la fuerza de trabajo acotando los salarios, la evolución sin tropiezos del modelo es acompañada, necesariamente, de expresiones crecientes de marginalidad sociolaboral.

           Actualmente se cuestiona si el modelo guiado por la competencia puede considerarse como la representación, siquiera en forma aproximada, de los parámetros consensuados referidos a una concepción de la esfera del trabajo, evaluada  en cuanto "mercado competitivo del que se pueda esperar una eficiente y/o justa solución" a las cuestiones derivadas de las contrataciones laborales . Las cualidades inherentes a la naturaleza específica de la <mercancía>, actuante en el campo laboral, determinan que la fuerza de trabajo sólo lo sea en sentido ficticio pues las estrategias desarrolladas por los partícipes de juego entre oferta y demanda de población activa, complementadas mediante la acción estatal, apuntan a un cierre, cartelización y desapoderamiento del mercado , propiciando una regulación establecida al margen de los precios, lo cual deriva en la relativización del desenvolvimiento del esquema competitivo.

                Las mutaciones históricas de los patrones de comportamiento económico-productivos, institucionales y culturales de la “sociedad del trabajo” producidos a partir de la década de los años setenta, configuran el eje temático alrededor del cual gira el tratamiento teórico de la problemática laboral y de las políticas sociales en nuestros días . En ese contexto, resulta improbable que los rendimientos de las ocupaciones dependientes convencionales provean los medios necesarios a efectos de satisfacer las necesidades económicas de una población mundial creciente.

                Por otro lado, la decisión de producir la mercancía ficticia fuerza de trabajo no se toma en empresas orientadas por el mercado, sino en familias y otras agencias socializadoras, y sigue a motivos enteramente distintos al de su posibilidad de juego en el mercado .

                Partiendo de tal premisa, los desequilibrios propios de la interacción netamente mercantil no remiten de manera inmediata a un ámbito de predominio de las decisiones de producción, de orden tanto cuantitativo como cualitativo, respecto de la utilización de las capacidades laborales . Asimismo, la aplicabilidad de la ficción del mercado al uso de mano de obra se encuentra acotada debido a que las ocupaciones remuneradas de amplios grupos sociales no se refleja nítidamente en una inserción regular en el mercado de trabajo, ni aun bajo circunstancias en las cuales su reproducción se materializa mediante mecanismos implícitos en el mismo . Frente a los mecanismos de valorización capitalista “auténtica”, es decir productores de <mercancías genuinas>, son generadas entonces estrategias de adaptación autodefensiva de la sociedad. Ello ocurre a partir de la misma institucionalización social del mercado de trabajo, como reacción ante las repercusiones del propio comportamiento mercantil, cristalizadas a través del conjunto normativo jurídico-legal y cultural .

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