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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA LÓGICA FINANCIERA DEL CAPITALISMO NEOCONSERVADOR-LIBERAL ACTUAL - Juan Labiaguerre

Sobre todo en zonas o espacios pertenecientes a la periferia, "la nueva etapa de mundialización hace desaparecer las últimas apariencias de clases sociales, definidas en la formación social local por su posición". Ello remite a que las clases dirigentes constituyen el relevo subalterno e impotente del capital mundializado. Asimismo, "las propias clases populares [obreros, pequeño campesinado, etcétera] pierden su identidad para perderse en un magma cuyos contornos son imprecisos", hecho que cristaliza en una forma molecular de la nueva estructura social[1].

Teniendo en cuenta lo expuesto, la transnacionalización de las firmas, su éxodo del espacio político nacional, representa un imperativo de supervivencia para aquellas empresas que procuran competir eficazmente en el mercado mundial. En ese sentido, "la firma es una red transnacional, y su centro de coordinación y de decisión estratégica no tiene nacionalidad más que en apariencia, por sus orígenes: su sede social puede situarse en cualquier parte. Por el juego de los precios de transferencia, la firma realiza beneficios allí donde paga menos impuestos [o ninguno]. Negocia de potencia a potencia con los Estados nacionales, los pone en competencia e implanta sus unidades de producción donde obtiene las subvenciones y las desgravaciones fiscales más importantes, las mejores infraestructuras, una mano de obra disciplinada y barata. Se asegura así una especie de extraterritorialidad, desposeyendo al Estado nacional de [sus] atributos soberanos"[2].

A partir de finales de la década pasada, un factor superpuesto agudizó la crisis económico-productiva y social: la caída de precios internacionales de la mayor parte de los commodities compuestos por la producción agroindustrial procedente de zonas extrapampeanas, declive trasladado  a los segmentos más débiles de las respectivas cadenas de productores medianos y pequeños. La destrucción del tejido productivo generó una marginación ampliada hacia nuevos grupos de la sociedad, lo cual representó una de las consecuencias más perjudiciales de la implementación del modelo de política económica impuesto en los inicios de dicho decenio, con notorias implicancias perjudiciales en el entramado social de diversas regiones, ciudades y localizaciones.

En las últimas décadas de la centuria pasada, el desempleo aumentó -tanto en las naciones centrales como en las periféricas e industrialmente subdesarrolladas- al margen de los vaivenes cíclicos de la evolución particular de los indicadores productivos. Además, en forma paralela y simultánea a la expansión del número total de trabajadores desocupados, tienden a prolongarse los periodos en los cuales tales personas se mantienen involuntariamente inactivas. Los economistas ortodoxos atribuyen esa realidad al decrecimiento operado en la creación de fuentes de empleo, debido al progreso tecnológico aplicado a la esfera de la producción. No obstante, pese a tratarse hipotéticamente de una cuestión en rigor comercial y, sobre todo, técnica, los mismos portavoces del ideario liberal recomiendan -en tanto panacea universal-, la flexibilización a ultranza de las relaciones laborales, medida equivalente a la concreción de un retroceso secular de los derechos sociales conquistados históricamente por el movimiento obrero, proyectados al conjunto de la fuerza de trabajo. Esto es, mediante un planteo estratégico de profunda raigambre ideológica político-social, nítidamente favorecedor de los intereses y conveniencias de los sectores capitalistas y empleadores en general[3].

Corresponde subrayar la vulnerabilidad de las estrategias basadas en la inserción deliberada dentro de la división internacional del trabajo. En ese aspecto, la crisis del desarrollo económico-productivo, inscrita en la crisis generalizada del sistema mundial, llevó a replantear las estrategias de desarrollo extravertido fundadas sobre una participación profundizada dentro de aquella división. Dada la situación geopolítica y económica internacional, a partir de los años ochenta, frente a la opción política de un desarrollo nacional autocentrado, tendieron a prevalecer estrategias orientadas por las leyes de la acumulación del capital en una sociedad de clases integrada en la división internacional del trabajo. A través de ellas se considera la rentabilidad comparada de las elecciones económicas determinadas por la ley del valor capitalista mundial, en tanto referencia superior de la eficacia. Este modelo manifiesta "la estrecha ligazón que une la estructura de clases a la elección del desarrollo extravertido, y la vulnerabilidad exterior del mismo no es más que una limitación aceptada"[4].

Desde los mismos inicios de la década de los ochenta, por lo general, el excedente de mercaderías disponibles en stock, o puesto en venta en el mercado, así como del capital invertido en su producción, imposibilitaron que el modelo económico-productivo vigente utilizase una gran franja -en constante aumento-  de capacidades laborales latentes, las cuales devinieron "sobrantes" dada su remanencia fáctica, causada en principio -y bajo una óptica superficial parcelada- por la mutación de orden técnico adjudicable a los métodos renovados de elaboración o fabricación del artículo u objeto producido.

En el régimen capitalista de acumulación, la valorización del capital constituye el fundamento del proceso de producción, debido a lo cual la cuestión tecnológica referida a la generación de bienes de uso queda supeditada a los caracteres básicos de la estructura social propia del funcionamiento adecuado de aquel régimen. El incremento sostenido del desempleo representa un procedimiento afín al restablecimiento de la tasa de ganancia por vía de la restricción recurrente de y sistemática de los niveles salariales, de modo directo o a través de la prolongación e intensificación de la jornada laboral.

La progresiva precarización ocupacional, que implica -a partir de su masividad y extensión- una desvalorización gigantesca de la fuerza de trabajo, incluye la flexibilidad de las condiciones generales de su utilización y la tendencia a la reducción cíclica del salario efectivo, así como la de su componente indirecto (obras sociales, cobertura previsional, indemnización en caso de despido o accidente laboral). Asimismo, los susodichos "ajustes" abarcan la puesta en práctica de la llamada polivalencia funcional, la temporalidad contractual, las ocupaciones de tiempo parcial y los efectos degradantes de la tercerización de las relaciones industriales adjudicada a la "nueva economía". Los casos emblemáticos de esa vulneración integral de la situación de los trabajadores, a escala intercontinental, se ven reflejados en el funcionamiento productivo de las zonas francas y de los establecimientos fabriles "maquiladores" instalados en África, América Latina y Asia[5].

Más allá de la trivialidad inherente a la interpretación economicista anteriormente mencionada, hurgando el trasfondo del problema aparece la condicionalidad impuesta por restricciones de carácter esencialmente socioproductivo y distributivo, manifestadas en la pobreza, miseria o indigencia crecientes de una masa humana incalculable, repartida en el conjunto del orbe, aunque condensada -en especial- en las regiones mayormente marginales respecto al sistema económico hegemónico en el escenario mundial[6].

El deterioro sufrido por las condiciones de vida de la sociedad argentina en el transcurso de los últimos cinco años se refleja en los guarismos nacionales sobre niveles de pauperización. En ese aspecto, una estadística relevada por el Banco Mundial (1998, “Pueblo pobre en un país rico”) consigna que los índices de población de áreas urbanas por debajo de la “línea de pobreza” [LP] alcanzaba el 48,8% -NE-, 46% -NO-, 36% -Cuyo- y 24,9% -GBA- y el promedio del conjunto del país equivalía a un 29,4%. Posteriormente, en el lapso 1998-2002, la situación económico-social adquirió componentes dramáticos que eclosionaron en diciembre del 2001. Para entonces, se había acumulado un serio déficit fiscal y externo, con la consiguiente imposibilidad de enfrentar los compromisos financieros internacionales.

En un contexto de sucesivo deterioro se agudizaron los  problemas en el mercado laboral dejando a más de 4,5 millones de personas con problemas de desempleo, subempleo, precariedad laboral, etc. (...) Se sumaron nuevos agravantes a la situación padecida por los sectores de menores recursos, ya que ellos no sólo experimentaron los más agudos niveles de desempleo, sino que además se aquellos que lograron permanecer en el mercado de trabajo lo hicieron en condiciones de informalidad sumamente inestables y precarias. Lo anterior se refleja en un aumento de la cantidad de hogares con ingresos por debajo de la línea de pobreza: se estima que actualmente existen 15 millones de habitantes en esa situación, representando el 31% de hogares pobres en las áreas urbanas.

Los efectos socioeconómicos del régimen de acumulación impuesto en la Argentina en los años noventa, a través de la aplicación de políticas estatales neoliberales, presentan secuelas cristalizadas una década después a escala nacional. El abandono por parte del Estado de las funciones y responsabilidades, asumidas durante décadas, junto a las transformaciones del aparato productivo -vinculados en gran medida a ese cambio de rol estatal- deterioraron sustancialmente las condiciones materiales de vida, ocupacionales, sociales, culturales y educativas de la mayoría de la población, residente en áreas tanto urbanas como rurales de diversas regiones del país.

El sistema capitalista mundial no puede ser analizado como una yuxtaposición de formaciones nacionales interdependientes más o menos avanzadas o retrasadas, sino que constituye una unidad cuyos centros desarrollados son inseparables. La lógica de dicha afirmación radica en que las nociones fundamentales acerca del valor, y específicamente de aquel correspondiente a la fuerza de trabajo, se aplican directamente al campo planetario, y no a las esferas particulares de las diversas formaciones nacionales. Ello responde al hecho de que la “mundialización del sistema productivo” conlleva que la fuerza laboral no tenga más que un único valor para el conjunto del sistema mundial. De modo que los diferentes sistemas productivos nacionales pierden progresivamente su realidad específica.

Sin embargo, la fuerza de trabajo tiene precios variables de acuerdo a los distintos países, los cuales dependen de las condiciones políticas y sociales propias de cada formación social nacional. En este sentido, "la masa relativamente más importante del trabajo mercantil no capitalista (de los productores rurales) y del trabajo no mercantil (economías de subsistencia y doméstica) en la periferia -el Sur- conlleva una transferencia de valor hacia el centro dominante". Es decir que las leyes económicas que parecen condicionar con el mismo carácter que las de la naturaleza son el producto de la alienación mercantil que opera en una formación social de clases. Al desconocer la apreciación precitada, estimando que las técnicas de producción resultan exógenas, se podrá establecer entonces modelos económicos de crecimiento que "demuestren" que el valor de la fuerza de trabajo está determinado por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas[7].

La prioridad acuciante que representa, para los intereses de los factores del capital, la revalorización de sus activos, a efectos de contrabalancear la mengua coyuntural y/o relativa de su rendimiento efectivo, ante el proceso consignado de sobreacumulación, configura la piedra de toque de la degradación socioeconómica de las actividades laborales, tanto salarizadas como cuentapropistas. Al respecto, "la lógica financiera puede más que las lógicas económicas, la renta más que el beneficio. El poder financiero, al que púdicamente se lo llama los mercados, se autonomiza respecto de las sociedades y de la economía real, e impone sus normas de rentabilidad a las empresas y a los Estados"[8].

Las estrategias gubernamentales tendientes a la apertura externa y a la desregulación del funcionamiento “libre” del mercado, así como las privatizaciones de empresas del sector público y/o correspondientes a áreas de cobertura social, la mercantilización de servicios, etc., repercutieron de manera peculiar en las ciudades bonaerenses de San Nicolás y Ramallo, y sus territorios aledaños.  La mutación del ámbito de la producción del sector industrial en general, y en este caso de la rama siderúrgica en particular, en los planos mundial, nacional y regional, se reflejó en el espacio antedicho a través del impacto de la privatización de la firma SOMISA en la estructura laboral y sociodemográfica, y en la composición de los hogares.

En cuanto a la desregulación contractual. La proliferación del trabajo informal, precario o <flexible> condiciona el devenir de cambios sustanciales en los mecanismos reproductivos de numerosos colectivos, obligados a readecuar sus formas de obtención de medios de vida, ante el giro radical experimentado por el marco de referencia industrial “moderno” del escenario ocupacional.

Mecanismos de reproducción social en los “entresijos” informales suburbanos: la esencia de la problemática actual del <mundo del trabajo> radica, no sólo en la estructuración de una periferia precaria, sino –además- en la desestabilización de los estables, generándose una yuxtaposición de condiciones laborales que acentúan el estado de vulnerabilidad de masas, el cual no expresa un fenómeno meramente marginal[9]. Se manifiesta entonces un proceso de aleatorización de las inserciones ocupacionales, por cuanto el trabajo fortuito representa una nebulosa de contornos inciertos, con tendencia a autonomizarse, conformándose “trayectorias erráticas constituidas por la alternancia de empleo y no-empleo”[10].

Bajo tales circunstancias, el paro elevado y masivo representa una falencia vital del mercado laboral, conducente a que un segmento poblacional considerable, sobre todo compuesto por jóvenes, resulta eventual y parcialmente empleable en actividades provisorias. Éstas consisten en pasantías de corta duración, y dicha mano de obra resulta fácilmente despedible, por lo que adquiere gradual relevancia una nueva categoría ocupacional, reflejada en una especie de trabajador <interino permanente>.

Por otra parte, la subordinación frecuente del accionar de ciertos agentes “empresariales”, respecto de la valorización de capitales individuales, induce a evaluarlos ambiguamente en cuanto al estrato sociolaboral específico en el que se ubican[11].

Sobre la base de la tendencia al decrecimiento proporcional de los trabajadores asalariados regulares, el capitalismo intenta abolir casi la totalidad de los límites que, en dos siglos de luchas, el movimiento obrero logró imponer a la explotación: reemplazando la negociación colectiva por la individual, los salarios convencionales por las remuneraciones individualizadas y revisables, la relación salarial por la comercial[12].

En tal orden, las retribuciones particularizadas o personalizadas, junto a la conversión de operarios estables dependientes en mano de obra <a destajo> o autónoma, apuntarían a la eliminación gradual del mismo trabajo abstracto, en forma concomitante al declive del asalariamiento formalizado. A los trabajadores ya no se les considera más como un colectivo relativamente uniforme, o portadores de una profesión definida por un estatuto público especial. Ellos ya no brindan “trabajo” en su sentido genérico convencional, es decir separable de su persona, actividad que les categorizaba en tanto actores sociales y útiles: su estatuto ya no está más regido por el derecho del trabajo, gracias al cual la pertenencia del trabajador a la sociedad prevalecería sobre su pertenencia a la empresa[13].

 

[1] Amin, S., ob. cit. 

[2] Gorz, A., ob. cit. 

[3] Gorz, A., ob. cit. 

[4] Amin, S., ob. cit. 

[5] Gorz, A., ob. cit. (- - -)

[6] Gorz, A., ob. cit. (- - -)

[7] Amin, S., ob. cit. (- - -)

[8] Gorz, A., ob. cit. (- - -)

[9] Teniendo en cuenta dicho planteo, la precarización del “empleo” constituye un mecanismo crucial, condicionado por los nuevos requerimientos técnico-económicos, inherentes al progreso capitalista contemporáneo.

[10] CASTEL., R., ob. cit.

[11] Resulta imprescindible, entonces, enriquecer el concepto ortodoxo de clase social, ampliando la perspectiva de análisis al margen del proceso productivo en sí mismo, con la mira puesta en superar una concepción rígidamente estructural, centrada en determinados límites entre diferentes clases, establecidos <a priori>. Frente a este abordaje anquilosado, la propuesta de un renovado enfoque elástico conlleva una reconceptualización del término "proletarización".

[12] GORZ, A., “Miserias...”, ob. cit. págs. 62-63

[13] GORZ, A., ídem

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