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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA REDISTRIBUCIÓN REGRESIVA DE LOS INGRESOS EN EL NEOLIBERALISMO - Juan Labiaguerre

              El procedimiento central, en pos de conservar o incrementar la tasa de plusvalía por parte del capital, radica en la mayor restricción posible del coste representado por la mera subsistencia material de la fuerza de trabajo, mecanismo realizable dentro de la organización de las relaciones laborales propias del régimen social de acumulación vigente. La diferencia entre el monto salarial y aquel costo básico de supervivencia, que incluye los bienes y servicios producidos en el propio hogar, como así también aquellos obtenidos mediante otros canales informales, constituye la cantidad de excedente o plusvalor extraído a los trabajadores en el conjunto del sector informal[1].

                Partiendo de la progresiva degradación del rol <sociointegrador> desempeñado por el trabajo, analizamos anteriormente el delineamiento gradual de un eje determinado por la integración respectiva, a través del mismo, sobre la base de la ocupación  alternativamente estable, precaria o la situación de paro. La inserción profesional procura una posición integrada, es decir a aquella ubicación al interior de un espacio plenamente definido dentro de la sociedad, inscrito en la “sociedad salarial”, condicionada por la vigencia de servidumbres y garantías. Por el contrario, "una inserción puramente social se abre a un registro original de existencia que plantea un problema inédito" presentando, con relación a la anterior, formas nítidamente diferenciadas[2]. Al respecto, cualquier tipo de ocupación laboral que no derive en una forma de inscripción, de alguna manera profesionalizada, equivale a una condena a la inserción perpetua. Un “insertado permanente”, en este sentido, representa a alguien a quien no se abandona por completo, a quien se acompaña en su situación presente, tejiendo en torno a él una red de actividades, iniciativas, proyectos[3].

                En consecuencia, la mera “inserción “laboral” apunta a un tipo de socialización secundaria, vinculando al individuo con un <mundo institucional o basado en instituciones>, por lo que resulta frágil e intermitente, si se la compara con el tipo de integración socio-ocupacional inherente al universo del trabajo asalariado, propiamente dicho[4]. Al respecto, partiendo de una reconceptualización de la crisis social contemporánea, las perturbaciones de la integración sistémica amenazan el patrimonio sistémico sólo en la medida en que está en juego la integración social, en que la base de consenso de las estructuras normativas resulte tan dañada que la sociedad se vuelva anómica. Los estados de crisis se presentan como una desintegración de las instituciones sociales[5].

                Por otro lado, debe destacarse la presencia de “entresijos”, ambiguos desde el punto de vista sociolaboral, o espacios libres actuantes como colchones dentro de los cuales se reproducen, en primer lugar en la esfera doméstica, aquellas personas que, sin ser propietarios, tampoco integran una masa asalariada regular[6].

                De acuerdo a lo expuesto, pueden observarse  combinaciones diversas del patrón organizativo del asalariamiento con otras modalidades, practicadas habitualmente, de aprovechamiento socioeconómico y procuración de mano de obra. En un orden paralelo, muchas actividades autónomas, por lo general informales, eventualmente ocultan una relación de algún modo asalariada, bajo la cual la mano de obra depende de las atribuciones del capital. En consecuencia, un conjunto de empleos del sector informal resulta funcional al régimen productivo de acumulación, visión contrastante con aquel enfoque de la teoría de la dependencia que concibe la afuncionalidad de determinados trabajos “marginales”.

                Además, el desarrollo de los servicios personales sólo es factible dentro de un marco de inequidad social creciente, “en el que una parte de la población acapara las actividades bien remuneradas y obliga a la otra parte a desempeñar el papel de servidor”[7]. En este sentido, la profesionalización de las tareas domésticas libera a una minoría privilegiada de gran parte del quehacer “para uno mismo”, haciendo de dicha labor remunerada el medio exclusivo de sustento de un nuevo sector social, compuesto por trabajadores mal retribuidos, quienes se ven coaccionados a hacerse cargo de las tareas domésticas de otras personas, además de las suyas propias[8].

                Una característica sociológica peculiar del sector de servicios consiste en la presencia de actividades laborales escasamente estandarizadas, con frecuencia sólo definibles in situ, que aluden a competencias variables, demandando cualificaciones ocupacionales y retribuciones específicas[9]. Además, el status socioeconómico referido al sector terciario resulta heterogéneo, al comprender tanto posiciones directivas de alto nivel como así también, en el otro extremo, puestos de trabajo claramente subalternos[10].

                Más allá de la incidencia creciente de dicho sector, la actividad laboral dedicada a los servicios se ubica en el punto de intersección que delimita la racionalidad económico-industrial, dotada de una elevada especificación de fines y medios, controles verticales directos del comportamiento del trabajador, márgenes reducidos de disposición y alto grado de esquematización -por tratarse de trabajo lucrativo dependiente-, con la lógica característica de la mediación implícita en las prestaciones, la que conlleva "márgenes de actuación interpretables en términos situacionales”[11].

                Dentro del marco particular de la economía argentina, la condición asalariada convencional, considerada en cuanto modelo clásico de inserción de la fuerza de trabajo en el mercado laboral, fue configurándose gradualmente a partir de la incorporación del aparato productivo nacional -en función de proveedor de productos primarios- al contexto de la división mundial del trabajo. Sin embargo, en la etapa inicial ese proceso sólo se circunscribió a un segmento minoritario de empleados en determinados servicios específicos, desarrollados en áreas urbanas. El asalariamiento generalizado logró su apogeo en la medida en que el proceso industrializador se convirtió en eje articulador de la dinámica económica y factor determinante en la conformación evolutiva de la estructura social de nuestro país.

                En el nuevo orden capitalista mundializado el trabajo se ha vuelto <abstracto>, por lo que tiende a evaluarse, crecientemente, en tanto mera categoría de cierta estadística descriptiva, y no como elemento clave para el análisis de la estructura y los conflictos sociales. La progresiva heterogeneidad ocupacional merma la relevancia del papel de las actividades asalariadas regulares y/o en relación de dependencia formal, junto al significado valorativo del ámbito laboral por sí mismo, de acuerdo a la percepción de intereses objetivos, la conciencia y el comportamiento asociativo o político de las diferentes clases y estratos que componen la sociedad[12]. En dicho aspecto, emergen procesos de diferenciación multidimensionales, de segmentación del mercado laboral y de polarización de las calificaciones ocupacionales, todo ello al compás de un ritmo acentuado de transformaciones técnicas, económicas y organizativas de las condiciones de producción[13].

              Corresponde especificar que el <régimen social de acumulación> atañe a una totalidad compleja de normativas y prácticas, dentro de las cuales la regulación equivale a intervenciones, en gran medida estatales, que procuran normalizar distintas esferas interactivas, aun sin constituir necesariamente instituciones oficiales[14].

                Los indicadores sustantivos que permiten evaluar el nivel de precarización de los diferentes tipos de ocupaciones asalariadas pueden subsumirse, combinando los efectos interrelacionados de tres dimensiones centrales[15]. Una de ellas está representada por la incidencia de la rotación sobre el desgaste de la capacidad de la fuerza laboral, que determina el grado de estabilidad del trabajador, mensurable según la correspondiente antigüedad presentada por la ocupación. En segundo lugar, influye la remuneración percibida por el asalariado, expresada en el nivel de ingresos provenientes de la retribución particular de sus tareas. Finalmente, debe considerarse la existencia de alguna regulación institucionalizada, respecto de la inserción de la población activa en el proceso productivo, manifestada a través del grado de cobertura legal, social y previsional[16].

                Hacia fines del siglo que culmina, la generación de bienes y servicios tiene lugar, de manera creciente, al margen del espacio delimitado, institucionalmente, por el radio de acción de los ámbitos económico-productivos formalizados a partir de una instancia contractual. Debido a tal circunstancia, adquiere protagonismo progresivo el trabajo en unidades cuasi domésticas, muchas veces realizado por miembros del grupo familiar, y en términos generales llevado a cabo mediante la participación en economías subterráneas, actuantes en los bordes de la legalidad[17].  

                El crecimiento proporcional del trabajo autónomo, en detrimento de posiciones asalariadas, acentuado por el fenómeno de terciarización de actividades y servicios, contribuye a la aceleración del mecanismo de informalización del mercado laboral. Esta dinámica comprende tanto a los trabajadores en relación de dependencia no registrados, o en negro, como así también a aquellos autónomos descapitalizados o "precarios".

                Cabe destacar que, desde un punto de vista funcional, el sector servicios comprende al "conjunto de actividades que sirven a la protección y al aseguramiento de las estructuras formales institucionales y culturales del proceso de reproducción social"[18]. Dentro de la totalidad de funciones inherentes a la prestación de servicios, su diferenciación interna refleja la contracara del mecanismo racionalizador contemporáneo, típico  del capitalismo “postindustrial”, cuya progresión en términos de los roles laboral-productivos redunda en la proliferación de áreas competitivas, imprescindibles a efectos del ajuste de las instituciones oficiales de la sociedad y de la absorción de riesgos contingentes[19].

                El incremento proporcional del trabajo correspondiente a prestaciones de servicios responde, desde una perspectiva funcional, al crecimiento de necesidades <sistémicas>, concernientes a dicha actividad. Esa tendencia también puede explicarse, de manera complementaria o alternativa, mediante la presencia de un exceso estructural del lado de la oferta en el mercado laboral, el cual genera un déficit ocupacional que es compensado por vía de la absorción de mano de obra correspondiente al sector terciario. Desde un punto de vista analítico, este último enfoque explicativo contrasta con el primero, en la medida en que se circunscribe al proceso de inserción de ciertos segmentos de la población activa general, considerados prescindibles para el desenvolvimiento del modelo de acumulación. El sector de servicios desempeñaría, entonces, el rol de factor de estabilización del circuito económico en los mercados de bienes, por lo que ya no se trata, en consecuencia, de derivar -como en el primer caso- el aumento del volumen de trabajo social de servicios de su papel necesario en términos de la evolución del régimen productivo capitalista[20].

                Asimismo, una hipótesis de carácter evolucionista, aceptada en gran medida durante la década de los años ochenta, ubica el eje de la dinámica expansiva del sector servicios en las transformaciones ocurridas en la estructura interna del consumo de las economías domésticas. Sin embargo, se trataría básicamente de cambios operados en las condiciones externas a ellas, por ejemplo de carácter político, organizacional y técnico, o referidas al ámbito de la salud pública, factores que determinan la necesidad creciente de acudir a los servicios para la satisfacción de necesidades.

                El fenómeno de “descualificación laboral” en aumento, que experimentan fragmentos considerables de la mano de obra disponible, conlleva la necesidad de reunir alrededor de diversas funciones de servicio ciertos trabajos de mantenimiento, históricamente comprendidos bajo roles laborales específicos y regulares, tal como se expresaba en el pasado a través de la producción agraria y artesanal. En ese sentido, la "particularización de las funciones administrativas, políticas y culturales de ordenación"[21] permite la estandarización-rutinización y el control general del trabajo propiamente productivo, incrementando su rendimiento, aunque a su vez determina el apareamiento de los costos correspondientes a las actividades de producción y puesta a punto, debido al retraso relativo del nivel de productividad característico del sector terciario, situación que demanda un nuevo tipo de estrategias racionales a efectos de compensarlo.

                En cuanto a los mecanismos de formación de rentas o salarios, correspondientes a la retribución de capacidades laborales utilizadas en el rubro servicios, sólo en algunos reductos pequeños, en un sentido proporcional dentro del conjunto de prestaciones, pueden fijarse ingresos monetarios equivalentes a sus concreciones efectivas. En consecuencia, "el criterio de los resultados se revela como una base inadecuada para la medición del salario"[22]. Además, muchas ramas del sector manifiestan inestabilidad en el ritmo de volumen del trabajo, y otras irregularidades referidas al reclamo específico de las realizaciones prestacionales, no coincidiendo habitualmente la remuneración percibida con el nivel de la tarea particular desarrollada.

                


[1] Cabe indicar que este último tipo de ocupación no genera directamente <plustrabajo>, aunque afecta el nivel relativo del salario y, por ende, la tasa de plusvalía en el sector formal, propiciando un nivel promedio salarial de las empresas formales por encima del nivel de sobrevivencia. En consecuencia, el trabajo no remunerado de los trabajadores familiares e informales acrecienta, de manera tangencial, el beneficio de las grandes firmas (Pérez Sáinz). [2] Refiriéndose a los beneficiarios de los programas de ingreso mínimo de inserción, llevados a cabo en Francia desde comienzos de los ochenta, se indica que sólo un 15% de ellos encuentra empleo, ya sea estable o precario; otro porcentaje similar recorre el laberinto de los empleos ayudados y pasantías, mientras que "el 70% restante se reparte entre el desempleo, en general no subsidiado, y la inactividad"; de acuerdo a este análisis, la mayoría de los beneficiarios que conseguían trabajo no lo hacía mediante el dispositivo correspondiente al ingreso mínimo de inserción, sino a través de sus propias estrategias profesionales, siendo probable que dicho ingreso les procurara algún margen para el logro de la mera subsistencia (Castel, R., ob. cit.) [3] GORZ, A., “Miserias...”, ob, cit. Por otra parte, las modalidades de empleos creados artificialmente, desde el seno del aparato estatal, tienen por objeto amortizar de un modo parcial los efectos más disolventes para la integridad del cuerpo social, emanados de la desocupación masiva y crónica. En tal sentido, "el éxito del ingreso mínimo de inserción consistiría en su autodisolución, con la transformación de su clientela de sujetos a insertar en sujetos integrados", debido a que para muchos beneficiarios la inserción ya no representa una etapa sino que se ha convertido en un estado, lo cual conlleva una modalidad instancia de existencia social, al tratarse de un estado transitorio-duradero, equivalente a un estatuto intermedio entre la exclusión y la inserción real. [4] Ello responde a que conlleva una vulnerabilidad potenciada por la carencia, simultánea, de una socialización de tipo primario en las mismas personas dependientes de las citadas políticas de inserción laboral mínima. Tal carencia es acompañada asimismo, en términos generales, por la ausencia de una internalización de un cuerpo normativo compartido, generado en el contexto del grupo familiar y del sistema educativo. [5] HABERMAS, J.,  “Problemas...”, ob. cit., pág 18 [6] Este grupo heterogéneo encuentra su ubicación, dentro del marco de una sociedad particular, en virtud de normas  político-culturales que establecen, con cierto grado de continuidad, quienes -y bajo que tipo de condicionamientos vitales- pueden aportar su capacidad ocupacional en el ámbito funcional operativo del mercado de trabajo. [7] CASTEL, R., “Metamorfosis...”, ob. cit. [8] Por otro lado, la actividad para uno mismo encuentra su proyección en el trabajo “para nosotros”, de igual modo que la comunidad familiar se prolonga en esferas informalizadas, tales como las cooperativas de servicios relativos a espacios próximos o las asociaciones de ayuda mutua entre vecinos, ligados por la cercanía física. [9] Dichas tareas, mayormente, son realizadas por empleados y funcionarios o llevada a cabo en el contexto de economías domésticas, de manera que tal prestación no debe atribuirse, necesariamente, a un colectivo determinado  predefinido, en cuanto a su situación respecto de la cobertura legal por parte del sistema de seguridad social. [10] En ese sentido, la proporción correspondiente a las actividades de servicios, con relación al trabajo social global, experimenta un incremento incesante desde hace cerca de dos décadas, lo cual constituye un factor significativo de cara a evaluar las condiciones laborales y las relaciones de producción generales, los niveles diferenciados de consumo en cuanto al goce de “bienestar social”, la distribución del poder y las estructuras políticas de dominación (Berger, J. y Offe, C., ob. cit.) [11] BERGER, J. y OFFE, C., ídem. [12] OFFE, C.,  “La sociedad…”, ob. cit. [13] La situación del trabajador “en cuanto tal”, entonces, resulta cuestionada en su validez como referente básico y crucial, o en función de factor explicativo de agregaciones institucionales o culturales, mediante distintas interpretaciones del accionar colectivo. [14] Tal concepto representa un instrumento idóneo a efectos de indagar sobre temas como el de la reproducción social, que abarca el conjunto de componentes económicos y sociopolíticos, que caracterizan procederes y conductas propios de cada modelo de sociedad. En este sentido, se reconocen instancias particulares, conformadas por entidades, normas y reglamentaciones específicas, mediante es abordaje de la noción de “estructura”, en cuanto actividad humana y medio de su constitución como tal, que hace hincapié en los factores microsociales de los macroprocesos políticos y sociales. [15] PÉREZ SÁINZ, J.P., ob. cit. [16] La conformación de un marco ocupacional heterogéneo refleja variados tipos de rasgaduras en el entramado de relaciones laborales, supuesta y convencionalmente unitario, determinado por el perfil del trabajo asalariado, lo cual repercute en las conductas individuales, así como también en el comportamiento político-organizativo colectivo. La difuminación de las categorías de trabajadores, resultante de tal proceso, ha ocupado un lugar preponderante en el estudio de la estratificación y las clases sociales, y en el campo teórico de la sociología industrial y del trabajo, sobre todo en los análisis empíricos, e interpretaciones conceptuales, realizados en la década de los años setenta. Cabe agregar que en dicha época se prestó especial atención a la diferenciación entre inserciones laborales primarias y secundarias, sectorizadas según su correspondencia con mercados de trabajo internos o externalizados. [17] También destaca la vigencia de un proceso de escisión vertical, dentro del conjunto de la población activa, situación que coadyuva al incremento de ubicaciones de clase mixtas o intermedias, de acuerdo a la conexión entre la condición asalariada y el grado de formalidad presentado por el respectivo emprendimiento económico. [18] BERGER, J. y OFFE, C., ob. cit. [19] A partir de cierto enfoque neomarxista, la cuestión de la informalidad es centrada en su nudo articulador con la dinámica propia del régimen social de acumulación vigente, considerando la funcionalidad del sector, en diferentes planos de análisis, con relación al capital. De esta manera se vería refutada la concepción dependentista sobre la supuesta afuncionalidad intrínseca del sector informal. Aquel planteo alude a un marco determinado por “procesos de modernización periférica”, y el eje conceptual pasa por los mecanismos informales de uso de mano de obra. Debido a ello, más allá del ámbito productivo, la perspectiva es proyectada hacia la esfera marcada por la reproducción social de la fuerza de trabajo (Pérez Sáinz). [20] OFFE, C.: El crecimiento del trabajo en el sector de servicios: cuatro ensayos de interpretación sociológica; en Offe, C., “La sociedad...”, ob. cit. [21] OFFE, C., ídem. [22] OFFE, C., ídem. BERGER, J., y OFFE, C., ob. cit., págs. 278-279 

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