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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA POBLACIÓN ACTIVA "REMANENTE" - Juan Labiaguerre

           La premisa básica que determina la conversión de los desempleados periféricos en reservorio contingente de oferta de fuerza laboral radica, siguiendo este ángulo parcial de análisis, en la condición ineludible de que su nivel de cualificación se ajuste a los requerimientos correspondientes a la demanda del sector moderno. De esta manera se produciría una transferencia de mano de obra al mismo sin presiones salariales, lo cual no implica necesariamente un aumento de la productividad .

                La franja empresarial perteneciente al núcleo concentrado y dinámico del aparato productivo debe partir de la consideración de la limitación cuantitativa de la mano de obra cualificada disponible, a efectos de poder desarrollar estrategias económicas dentro del juego competitivo establecido por el margen del mercado, adecuadas a las transformaciones en los cánones de productividad . Además, en lo que refiere a la perspectiva política y macrosocial, el Estado debería asumir que un crecimiento sostenido del Producto Bruto Industrial puede ensanchar, en forma concomitante, la brecha preexistente de la inequidad distributiva de los ingresos laborales .

                Dentro de zonas marcadas por una condensación de la pobreza, mensurada a partir de la presencia de un índice elevado de necesidades básicas insatisfechas, consolidado históricamente en áreas geográficas específicas, y enmarcadas en un contexto signado por la generalización de profundas carencias materiales, se yuxtapone una situación de precariedad en el orden laboral, que potencia dicho estado. Al interior de ese contexto, el proceso creciente de marginación respecto del mercado de trabajo “formal” tiende a cristalizarse estructuralmente, proyectándose en vivencias personales caracterizadas por rupturas relativamente recientes de relaciones asalariadas, u ocupaciones autónomas estables y regulares, o en experiencias concretas de exclusión social, atravesadas por algunos <núcleos duros> de parados crónicos y desalentados .

                No obstante lo anteriormente expuesto, es probable que un crecimiento económico mínimamente sostenido en el mediano plazo incida, en un sentido residual, sobre cierto leve y momentáneo descenso del desempleo, en lo que refiere a la fuerza de trabajo con  niveles inferiores de cualificación profesional. Sin embargo tal mejora coyuntural, acaecida en el sector informal periférico, y montada -por lo general- en inserciones ocupacionales precarias, resulta sensiblemente menor que la registrada en el núcleo capitalista <modernizado>. Bajo tal circunstancia, la aparición de grupos problemáticos del mercado de trabajo no puede explicarse por un pretendido “menor valor” de su oferta sino en virtud de sus oportunidades, empeoradas [en] razón de factores político-normativos .

                Estos factores remiten al problema del déficit en el poder de negociación del sector asalariado, desestructurado sindicalmente, teniendo en cuenta el menoscabo de sus posibilidades de adaptación al renovado mercado laboral, con respecto a la vigencia de determinados mecanismos institucionales, que anteriormente regulaban las relaciones entre los factores del capital empresarial y del personal contratado. En ese sentido, el mensaje del discurso social dominante exalta el lugar central del trabajo, lo presenta como un bien, es decir como una mercancía rara .

                Para gozar, entonces, del “privilegio” de encontrar un empleo debe estarse dispuesto al sacrificio, la concesión, la sumisión, la humillación y hasta a la competencia feroz y la traición egoísta frente al compañero, para conseguir o mantener un empleo, por precario que el mismo fuere .

                Transcurridas varias décadas desde la elaboración del análisis sobre la forma de estructuración clasista de las sociedades económicamente desarrolladas , en la actualidad puede considerarse que la desocupación y la precariedad laboral no representan fenómenos atípicos, e <irracionales>, dentro del modelo de acumulación “postindustrial”, crecientemente mundializado. Por el contrario, la existencia de una fuerza de trabajo ociosa creciente, junto a la profundización de la vulnerabilidad e inestabilidad de las inserciones ocupacionales, emergen como efectos necesarios de las nuevas modalidades adquiridas por la configuración del empleo .

                La flexibilidad laboral, cuya imposición reclaman los sectores empleadores en tanto requisito para abrir fuentes de trabajo, comprende tanto la adecuación interna de la organización empresarial como, así también, la utilización de firmas satélites adaptadas rápidamente a los cambios tecnológicos, encuadradas en los principios ineludibles de la rentabilidad y, por consiguiente, con ventajas dentro de la dinámica competitiva . Asimismo, la tendencia progresiva hacia la terciarización de las actividades económicas incluye la subcontratación de servicios extraempresariales, situación que da pábulo a la proliferación de relaciones intermitentes, entre empleador y trabajador .

                Se advierte, en forma paralela y coherente respecto del descrito cuadro ocupacional, una radical mutación desde políticas “integradoras”, típicas del Estado social de Bienestar, hacia estrategias públicas orientadas en términos de la mera inserción laboral, subsidiaria y circunstancial . Debe destacarse la progresiva implementación de medidas “asistencialistas” -transitorias o provisionales- en el terreno ocupacional, las que tienden a llenar el espacio, en nuestros días vacío, convencionalmente asignado al seguro social, característico de la condición asalariada típica del Estado Benefactor, cuya constitución emblemática presenta cierta correspondencia con la modalidad fordista de relaciones industriales.

                Las políticas de empleo limitadas a los mencionados tipos asistidos de inserción ocupacional, de carácter frágil y provisorio, diseñadas con la mira puesta en un fragmento crónicamente desocupado y vulnerable de la fuerza de trabajo, se llevan a cabo en un terreno donde el perfil errático de ciertas trayectorias laborales no constituye, específicamente, el resultado predominante de dificultades adaptativas individuales . Esta realidad obedece a que en el desarrollo evolutivo histórico de la sociedad industrial no se produjo un encadenamiento lineal entre las condiciones proletaria, obrera y salarial, las que representaron tres figuras recíprocamente irreductibles, referidas a las implicaciones del <estatuto del asalariado>, en cuanto "soporte de la identidad social e integración comunitaria" .

                Al respecto, la condición proletaria clásica había ocupado históricamente un lugar de cuasi-exclusión, con respecto a la sociedad tradicional en su conjunto, dentro de un universo dividido, en orden a las contradicciones entre capital y trabajo, por un lado, y entre el ámbito seguro de la propiedad y la vulnerabilidad de masas, por el otro . Posteriormente, en el marco de la <sociedad salarial> propiamente dicha, una fracción sustancial de los operarios disponibles fue absorbida, en el mercado de trabajo, mediante la extensión generalizada del asalariamiento, que vuelve a subordinar al obrero, manteniéndolo en la escala inferior de la pirámide estratificacional . Con el transcurrir del tiempo dicha estructura, a la vez refinada y endeble, se tornó particularmente incierta, a partir de la década de los setenta del siglo XX, respondiendo a una "lógica de la promoción del sector asalariado en su fuerza y debilidad" .

                Tal como desarrolláramos con anterioridad, el modelo de organización productiva fordista fue gradualmente socavado, relativizándose en forma creciente el peso de los obreros asalariados, dentro del conjunto de la población activa ocupada. Dicha instancia progresiva resultó clave, dado que puede considerarse como momento de inflexión, o coyuntura puntual rupturista, en términos del patrón vigente hacia esa época . Debe tenerse en cuenta que, en los países desarrollados, durante alrededor de dos décadas de posguerra, el conflicto social generado por la contradicción entre capital y trabajo había sido considerablemente apaciguado,  a través de la aplicación de un esquema sociopolítico alternativo a la oposición clasista “descarnada” . Bajo tal ordenamiento, el fragmento laboral desplazado, que constituía un bloque periférico dentro de la estratificación ocupacional de la <sociedad del trabajo> fordista, se encontraba conformado por un sector de la población activa marginada, con relación a una mayoría compacta de obreros y empleados mensualizados, o autónomos de alguna forma integrados al funcionamiento del mercado laboral . Corresponde indicar que, en las naciones industrialmente avanzadas, dicha fuerza laboral “residual” fue conformada a partir de los inmigrantes, mujeres o jóvenes sin cualificación y los trabajadores maduros no aggiornados a las sucesivas transformaciones técnico-productivas del mercado de trabajo .

                La problemática crucial de la sociedad postindustrial radica, entonces, en el derrumbe de la condición asalariada regular, producido por la erosión del principio de la centralidad del trabajo estable y socialmente protegido, mediante el desplazamiento de las bases sobre las que se asentaba la relativa armonía característica del universo <keynesiano y fordista>. El último cuarto del siglo XX representa un periodo transicional, y ambiguo, orientado hacia una aparente reestructuración irreversible del mercado laboral, y de las inserciones ocupacionales en general, expresando una mutación radical de la relación del hombre con el trabajo y, por ende, respecto al mundo que le rodea . El marco de fragilidad social, que caracteriza al grueso de las posiciones laborales actuales, condiciona el surgimiento de estrategias de supervivencia ancladas en el presente inmediato, promoviendo el desarrollo de una cultura de lo aleatorio, simbolizada a través de la consigna de <vivir al día>, situación que deriva en el planteo de la emergencia de nuevas formas de pauperismo .

                Este nuevo escenario del trabajo se encuentra superpoblado de trabajadores envejecidos laboralmente en forma prematura, personas marginadas de la actividad productiva, jóvenes en búsqueda infructuosa de un empleo estable -luego de recurrentes “pasantías” temporales- y parados crónicos, a quienes se intenta sin éxito recalificar o remotivar . Esta imagen realista y cruda contrasta sustancialmente con el optimismo implícito en la visión schumpeteriana, contemporánea de la Segunda Guerra Mundial, acerca de las bonanzas originadas en la supuesta movilidad social perpetua, inherente al capitalismo .

                Corresponde señalar que los ámbitos de identidad colectiva pueden construirse en torno al trabajo, debido a los vínculos de sociabilidad establecidos en la esfera laboral, o en la representación de la instancia sindical. También responden a la comunidad fijada por el <hábitat>, tal como se expresa mediante mecanismos integradores, generados al interior de “barriadas populares”, o a distintas formas de pertenencia, propias de expresiones diferenciadas de socialización, las cuales remiten a determinados modos de vida. Al respecto, adquieren gradual importancia ciertas formas de sociabilidad popular a través de las cuales la proximidad geográfica forma la base constitutiva de solidaridades que funcionan como red de seguridad contra los azares de la existencia .

                En tal sentido, el término <asocial-sociabilidad> refiere a aquellas configuraciones relacionales relativamente evanescentes que no se inscriben, o sólo lo hacen de forma cuestionable o intermitente, dentro del marco  institucional  reconocido -en términos colectivos- con respecto a su legitimidad, “y que ubican a los sujetos que las viven en situaciones de ingravidez" . Las políticas encaminadas al logro de meros paliativos ante la problemática ocupacional, tales como -por ejemplo- la creación de empleos artificiales y provisorios subvencionados estatalmente, no han conseguido integrar de manera genuina a sus destinatarios. Ello obedece a que, en los casos “del ingreso mínimo de inserción, del crédito para la formación y del conjunto de las políticas de inserción de las poblaciones en vías de exclusión” , dichas estrategias sólo contribuyen a frenar el eventual desencadenamiento de manifestaciones contestatarias violentas, en coyunturas socialmente críticas, sin generar dinámicas consistentes y profundas que apunten a una auténtica integración sociolaboral.

                Un sentimiento de amenaza constante pende sobre aquellos trabajadores ocupados temporalmente, y de una manera precaria o deficitariamente integrados en el orden relacional, frente a las tensiones provocadas por circunstancias socioeconómicas desfavorables. Sin embargo, resulta aún mayor la dificultad de reintegración de quienes ya han sido marginados estructuralmente del mercado de trabajo, potenciándose la fragilidad de su situación, debido a su propio ambiente de origen y a sus condiciones de vida particulares . En definitiva, la aceptación de la coacción derivada de la internacionalización del mercado, junto a la búsqueda -a cualquier precio- de competitividad y eficiencia empresariales, determinaron que amplios segmentos de la población se vieran perjudicados gravemente en la consecución de medios para la obtención de ingresos .

                Dentro del conjunto de trabajadores que dependen de las políticas de empleos mínimos asistidos, algunos se incorporan o reintegran al mercado laboral “común” regular. En cambio el resto, en cuanto transfundidos permanentes, se mantiene en una situación ocupacional intermedia, que refleja la presencia de un estatuto nuevo, producto del desmoronamiento de la <sociedad salarial> y del fracaso de los procedimientos parciales llevados a cabo a efectos de enfrentar el cuadro masivo de paro e inestabilidad del trabajo. . Es decir que no existiría un adentro y un afuera, sino que -en su lugar- convive un conglomerado de posiciones solapadas, las cuales participan en un mismo conjunto interactivo .

                Dichas situaciones no están separadas tajantemente respecto de otras, comparativamente menos frágiles y precarias, caracterizadas por la posibilidad de conseguir ciertos trabajos -aunque quizás inestables-, de alquilar una vivienda medianamente digna, o de acceder a determinado nivel de estudios, aún sin perspectivas de progreso material a través de un horizonte visible .

                Por otro lado, en los entresijos ubicados en el espacio intermedio, y maleable, entre las zonas de vulnerabilidad e integración también operan mecanismos de intercambio, proclives a la desestabilización de aquellos que ocupaban posiciones sociolaborales relativamente seguras, al convertirse los trabajadores regulares en precarios, y al caer los empleados jerarquizados en el paro o en la subocupación . En consecuencia, debieran considerarse también las condiciones de aquella población que oscila, de manera ambigua, entre el retorno al empleo o el establecimiento dentro de un status <flotante>, ubicado a mitad de camino entre el trabajo genuino y la ayuda humanitaria, encubierta como ocupación asistida .

                En lo que refiere a la carencia de regulación normativa de las relaciones laborales, ella se expresa -entre otras resultantes- en la tendencia a que la fuerza de trabajo sea retribuida mediante niveles inferiores a los correspondientes al salario mínimo. Asimismo, sus beneficios sociales resultan deficitarios, cuando no están ausentes por completo, lo cual repercute en diversas privaciones. Además, este proceso anómico puede remitir a condiciones precarias de seguridad e higiene, inherentes a ciertas ocupaciones, en la medida en que se omiten requisitos indispensables al respecto, y determina la habitualidad de determinada gestión empresarial, caracterizada por la evasión fiscal y/o niveles elevados de siniestralidad e insalubridad laborales.

                Es posible abordar un núcleo de rasgos compartidos dentro del radio de acción signado por el funcionamiento de la informalidad laboral, al margen de la heterogeneidad de sus manifestaciones, dado que el sector informal se articula sistemáticamente a la economía nacional, no representando por ende un “mero apéndice marginal” de ella. La fuerza de trabajo, involucrada en el sector ocupacional mencionado, manifiesta una capacidad  laboral <fragilizada y degradable>, tendiendo este sector a ampliarse, debido al desamparo en que la deja una política estatal permisiva. Por lo tanto, la informalización no es un proceso que se desarrolla fuera del horizonte estatal sino que, por el contrario, representa una modalidad renovada de control social, caracterizada por la desregulación de un amplio sector de la clase obrera, a menudo con la benevolencia del Estado .

                En última instancia, el núcleo de la cuestión social actual radica en la presencia creciente de nuevos inútiles para el mundo, supernumerarios, y en torno a ellos la emergencia de una constelación de situaciones marcadas por la precariedad y la incertidumbre acerca del futuro, las cuales dan fe de la renovada expansión del fenómeno consistente en la vulnerabilidad masiva. Es decir que el edificio se agrieta precisamente en el momento en que la civilización del trabajo parecía imponerse de modo definitivo bajo la hegemonía del salariado, y vuelve a actualizarse la vieja obsesión popular de tener que vivir al día .

                La problemática acerca de la centralidad o valoración subjetiva, representada por el trabajo, desde la perspectiva de quienes lo realizan, se proyecta en cierta situación paradójica, la cual deriva en que mientras una parte cada vez más numerosa de la población participa, al menos a tiempo parcial, en el trabajo económico dependiente, desciende la medida en que ese trabajo de carácter lucrativo participa en los individuos .

                Dichos sujetos, trabajadores potenciales, resultan involucrados y <marcados> en forma específica, de acuerdo a sus respectivas y diversas inserciones ocupacionales. Tal proceso conduce a una desconcentración del ámbito laboral, esfera que cede su papel central convencional a otros referentes vitales alternativos, mediante el relegamiento de la acción del trabajo a los márgenes estrictos encuadrados dentro de las biografías personales .       Asimismo, la demanda de ciertos valores de uso, evaluada desde un enfoque sociopolítico, se sustrae de la <forma-mercancía>, aunque aquella sea satisfecha mediante recursos monetarios . De acuerdo a lo señalado, el desenvolvimiento integral de la sociedad industrial capitalista conlleva la producción, acumulativa, de algunas instancias no incididas por el interés -específico- de las unidades económicas individuales, orientadas primordialmente hacia la explotación del plustrabajo, correspondiente al personal utilizado por las empresas .

                La expansión de modos extramercantiles perturba la dinámica del núcleo hegemónico -central- del sistema económico, por lo que los sectores dominantes del mismo intentan lograr medios a efectos de neutralizar, o al menos limitar las consecuencias, de dicho accionar en gran parte autónomo . Por otra parte, en la medida en que el aparato estatal compensa las fallas de un sistema económico proclive a autobloquearse, emprendiendo actividades complementarias a aquellas realizadas por el mercado, se encuentra obligado -por la propia lógica de sus medios de autogobierno- al reconocimiento creciente de elementos extraños a aquel sistema .

                Es decir que, dentro de la evolución de la conformación social interna de los países capitalistas, se manifiestan fenómenos funcionalmente irrelevantes o inútiles en el terreno del crecimiento económico intrínseco a dicho régimen de producción . En este sentido, dado que -desde hace alrededor de tres décadas- partes decrecientes del tiempo laboral, esencialmente de aquel considerado vital, son subsumidas directamente por la relación capitalista, se produce una merma en el potencial organizador, implícito en la condición salarial “formal”, respecto de la fuerza social global de trabajo .

                Es necesario aclarar que la clasificación sectorial del uso de las capacidades laborales tiene en cuenta el grado de mercantilización, característico de los diferentes sectores. Sobre la base de tal ordenamiento taxonómico, la evaluación de las interrelaciones cualitativas entre los mismos, por otra parte históricamente cambiantes, debe considerar la proporción del conjunto del tiempo dedicado al trabajo, disponible o vital, correspondiente a cada uno de ellos, dejando de lado el número de personas que los conforman en particular .                     El tratamiento de la problemática de la inserción de la mano de obra en la estructura productiva o, en otras palabras, de la cuestión referida a la incorporación de la población económicamente activa al mercado ocupacional, remite a un análisis pormenorizado de dos procesos destacados dentro de este ámbito. Ellos equivalen, respectivamente, al fenómeno de la heterogeneidad estructural inherente al sistema productivo y al mecanismo progresivo de segmentación del mercado de trabajo . Complementando el enfoque analítico anterior, es necesario reconceptualizar la noción misma de <proletarización>, surgida de una evaluación de los trabajadores urbanos, en tanto agentes sociales componentes de los sectores populares. Al respecto, los procesos modernizadores llevados a cabo en América Latina indujeron una modalidad de urbanización careciente de un proceso paralelo de universalización del trabajo asalariado, fenómeno que fue gestando gradualmente una estructura productiva urbana heterogénea que, a su vez, afectó la conformación del espectro ocupacional .

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