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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA SOCIEDAD "POST-ASALARIADA" - Juan Labiaguerre

La fragilidad presentada por el ámbito ocupacional, en el seno de extensas franjas de la sociedad mundial, responde al deterioro del estado inherente al asalariamiento regular. Ello acontece en el marco de una inclinación de la mayoría de los gobiernos a promover el privilegio y beneficio empresariales, vulnerabilizando las condiciones -y restringiendo el alcance temporal- del trabajo, factor potenciador de los efectos señalados. Cabe señalar que, desde una perspectiva notablemente sesgada, se ha estimado la emergencia de una era finisecular marcada por el "fin del trabajo", la cual induce a buscar opciones alternativas frente al mismo, orientadas por los patrones actuales de la economía mundializada y del nuevo paradigma tecnológico.

Corresponde indicar que esta última concepción, con pretensiones de supuesta "objetividad", intenta transmitir una visión relativamente optimista acerca del futuro de los trabajadores, procurando -en definitiva- la aceptación resignada de un desarrollo inevitable, consistente en el desplazamiento de la labor humana, en aras del desempeño de la maquinaria avanzada. Semejante tratamiento teórico soslaya las consecuencias de las estrategias económicas, surgidas de una acentuada competitividad entre capitales transnacionales, tales como las manifestaciones crecientes de violencia, la desintegración del núcleo familiar tradicional, el sentimiento de desarraigo y expresiones individuales de stress, junto a la progresiva configuración nómade de amplios grupos sociales, que bregan por insertarse laboralmente, emigrando de sus lugares nativos.             

Bajo la concepción utópica acerca de la posibilidad de liberación del esfuerzo físico, implícito en el quehacer laboral, subyace la legitimación de una hipotética instancia, donde el progreso tecnológico determinará la prescindencia del trabajador. De modo que un logro importante de la racionalidad del hombre, como lo es la aplicación de las innovaciones técnicas a la generación de bienes, se vuelve perjudicial para la mayoría de la humanidad. 

Si nos atenemos a la realidad actual del universo del trabajo, despejada de interpretaciones idílicas como las descritas, se comprueba que franjas sociales crecientes, colocadas fuera del juego de un mercado de trabajo restringido, pasan a ser consideradas en términos de grupos marginales. Debido a ello, la atención hacia esos colectivos se concentra en meras medidas paliativas, tales como "subsidios" estatales ínfimos, y acotados a segmentos parciales de los mismos.

Existe, efectivamente, una disminución proporcional -y progresiva- de los contratos laborales por tiempo indefinido, a jornada completa, aún sin un descenso correlativo del empleo industrial total, el cual incluye actividades de servicios asociados a dicho sector. Ese proceso se corresponde con la ampliación del espectro productivo abarcado por las subcontrataciones, que a su vez implican una externalización generalizada de ciertas tareas anexas a la industria. Dentro de ese contexto emergen ocupaciones autónomas, o independientes, lo cual desde una visión idealizada -cuando no ingenua- significa la emancipación del sometimiento inherente a la condición salarial. Sin embargo, "el trabajo asalariado en la gran organización, con el acompañamiento del sindicalismo obrero, no sólo ejercía un efecto de integración forzada, sino también otro más enriquecedor por la asociación, la camaradería del trabajo, la cultura común que se desarrolla en el sindicalismo y sus luchas, la formación dispensada en el seno de la asociación obrera u otras formas de asociación profesional".

Dadas las connotaciones de la imposición del nuevo paradigma tecnológico, en cuanto a la tendencia hacia la polarización entre trabajadores favorecidos y perjudicados, la visión "resignada" expuesta pronostica una gradual equiparación de ambos grupos. No obstante esta predicción parcial, y a efectos de eludir el molde teórico aludido, por otro lado funcional a los intereses sectoriales del capital, es preciso verificar la incidencia auténtica del patrón de la tecnología sobre las nuevas modalidades de empleo. En tal sentido, puede sostenerse que no existe tal primacía insoslayable, cual si fuera un determinante objetivo que conduce indefectiblemente al "fin del trabajo humano".

El predominio del informacionalismo en la esfera productiva conllevó, de hecho, un incremento de la desigualdad y la marginalidad sociales, debido a la reestructuración paralela del régimen de acumulación capitalista. El fortalecimiento de la lógica centrada en la competitividad económica respondió a la vigencia de condiciones organizativas y tecnológicas renovadas, propias de la denominada "era del conocimiento informático". Teniendo en cuenta el diagnóstico antedicho, pueden distinguirse mecanismos variados de diferenciación social, asimilables a dos procesos imbricados mutuamente, pero que no obstante lo cual obedecen a factores de origen diverso. Por un lado, los fenómenos de inequidad distributiva, polarización estratificacional, pauperismo e indigencia crecientes remiten a las relaciones de consumo y distribución, típicas del modelo económico hegemónico en nuestros días; las mismas determinan una apropiación progresivamente desequilibrada de los bienes, productos y riqueza generados mediante el esfuerzo colectivo de una masa importante de la población activa. Por otra parte, la sobreexplotación laboral, el trabajo "individualizado", la ampliación de los grupos excluidos del funcionamiento del mercado ocupacional "moderno y formal", junto a expresiones de "integración perversa" a través de la economía "criminal", refieren -considerados en bloque- a los nuevos caracteres asumidos por las relaciones socioproductivas.

En principio, es conveniente deslindar empíricamente ambos planos precitados, a partir de una visión analítica, con el objeto de establecer, a posteriori, su estrecha y recíproca conexión causal, en aras de la comprensión integral de las dinámicas de diferenciación, marginación y explotación de la fuerza de trabajo en la sociedad redificada global. El mecanismo de "individuación laboral" alude al aporte particular de la mano de obra al quehacer productivo, correspondiente a cada trabajador, autónomo o asalariado, este último mediante contrataciones por lo general desreguladas. Dicha modalidad de inserción ocupacional constituye la práctica predominante en el contexto de la economía urbana informal, ámbito que ofrece una gran parte del empleo en los países subdesarrollados, aunque también incide considerablemente al interior de ciertos mercados de trabajo pertenecientes a las economías avanzadas.

En segundo lugar, la sobreexplotación del trabajo humano remite a la existencia de aquellos "acuerdos laborales que permiten al capital retener sistemáticamente la distribución de pagos/recursos, o imponer a ciertos tipos de trabajadores condiciones más duras de lo que es la norma/regulación en un mercado ocupacional determinado, en un tiempo y un espacio precisos". Este proceso resulta potenciado en el caso de la discriminación tajante de mano de obra inmigrante, o la correspondiente a mujeres, jóvenes, algunas minorías étnicas en particular, o cualquiera categoría de trabajadores definidas por caracteres de distinta índole. Respecto a la exclusión social, la misma responde a que "a ciertos individuos y grupos se les impide, de manera sistemática, el acceso a posiciones que les permitirían una subsistencia autónoma, dentro de los niveles sociales determinados por instituciones y valores en un contexto dado".

En tanto complemento insoslayable de los factores señalados, la integración perversa característica del capitalismo informacional atañe a la expansión de los procedimientos concernientes a la llamada "economía criminal", junto a la interdependencia creciente de ella con las instituciones políticas oficiales y el ámbito económico propio de la informalidad. Debe destacarse la vigencia de nexos sistémicos entre la nueva fase capitalista citada, el aparato productivo reconvertido, la modificación de las inserciones laborales y "las nuevas tendencias en las relaciones de distribución, y entre la dinámica de la sociedad-red, la desigualdad y la exclusión social".        

             El capital hegemónico, a escala mundial, establece vínculos de diverso tipo con numerosos segmentos de la masa laboral no constituidos en tanto trabajadores auténticamente  libres, esto es asalariados regulares. En cierta medida, puede decirse que dichos sectores de la mano de obra no fueron absorbidos en forma integral, de acuerdo al modelo típico que el capitalismo moderno procuró, objetivamente, universalizar. Esa variante alternativa de inserción ocupacional cristaliza en un conjunto de modos marginales, y variados, de utilización de la fuerza de trabajo por parte de la patronal. La recurrencia de irregularidades, presentes en el dominio de las relaciones productivas, puede derivar en la consolidación de capas sociales gradualmente "excluidas", ubicadas en posiciones asimilables a una especie de situación cuasi estamental.

A su vez, la mencionada conformación de las vinculaciones sociolaborales se articula con el papel ejercido por el Estado, combinación que deja traslucir los efectos de las transformaciones estructurales, acaecidas en muchas zonas del planeta. Esos cambios profundos responden, actualmente, a cierta lógica desplegada por los grupos económicos dominantes, la que cuestiona la legitimidad de los compromisos colectivos, contraídos mediante la aceptación de pactos sociales. La dinámica "globalizadora" incentiva el accionar competitivo entre distintos mercados regionales, propiciando nuevas formas de marginalidad, originadas en la extensión del desempleo y de las ocupaciones laborales frágiles e inestables, junto al creciente déficit de las prestaciones públicas, y en la cobertura de los sistemas de seguridad social y previsionales.

Con respecto a las áreas periféricas del sistema económico mundial, fue extensamente tratada -durante varias décadas- a expansión imperialista de las naciones industrializadas, que impulsó la exportación de capitales, e inversiones directas en radicaciones productivas, hacia regiones con mano de obra menos costosa, proceso que responde a la ley de acumulación en escala mundial. En el caso particular latinoamericano, se consolidó una masa marginal, no absorbible por el sector económico hegemónico, debido a limitaciones -externas e internas- que restringieron, de manera prematura, la expansión del capitalismo moderno, tal como éste evolucionó en los países "centrales". Debido a ello, el desarrollo desigual y combinado determinó que, en ciertas formaciones económico-sociales, las limitaciones del modelo capitalista industrial trabaron, desde su mismo origen, un crecimiento equilibrado de los factores de la producción.

La incidencia decreciente del sector industrial en América Latina, en la generación de fuentes de empleo, devino dentro de un cuadro de estancamiento económico, en una zona donde la estructuración del aparato productivo se conformó, históricamente, de acuerdo a un modelo tricotómico. El mismo comprende, en primer lugar, las ramas controladas por monopolios que, sobre la base de exigencias técnicas específicas, sólo pueden operar a gran escala. Por otra parte, existe un área de actividades flexibles, que proceden en forma variable, acorde con la "ley de la competencia" y según los alcances coyunturales del mercado respectivo, donde también penetra el capital monopólico, coexistiendo en este rubro empresas de dimensiones heterogéneas. Finalmente, actúan subsectores fragmentados de baja productividad, que abarcan un radio dentro del cual las economías de escala resultan cuasi irrelevantes, en un espacio determinado básicamente por la dinámica competitiva.

La cuestión de la marginalidad social en la región latinoamericana retrotrae, históricamente, a la irrelevancia de una parte sustancial de la población activa, en términos de la reproducción del sector capitalista predominante, debido a cierta configuración socioeconómica marcada por una especie de desarrollo evolutivo "desigual y dependiente". Dentro del marco específico de las sociedades subdesarrolladas o periféricas, claramente diferenciado respecto del correspondiente a las economías avanzadas, el fenómeno de la marginación sociolaboral obedece, entonces, al escaso nivel de inserción de numerosas franjas sociales en el núcleo del sistema productivo, condición que contrasta con la visión clásica del "ejército industrial de reserva".

Al respecto, en el contexto de América Latina, puede observarse la evolución de la composición ocupacional urbana, que demuestra un sucesivo incremento proporcional de los trabajadores autónomos y de aquellos otros empleados en microempresas, correspondientes al sector informal de la economía.

La generación de reductos sobrantes de población trabajadora, o "masa marginal", en el marco de una evolución económica despareja, responde a la mixtura de diversos procesos productivos, y de sus colaterales regímenes de acumulación. Esa mezcla condicionó, de antemano, el perfil típico de la mayoría de las sociedades de la región, que refleja la coexistencia de diferentes grados de funcionalidad de la "superpoblación relativa", la que no necesariamente, como ya hemos indicado, constituye un ejército de reserva bajo su significado convencional.

El régimen de producción capitalista genera una población activa supernumeraria, aún en situaciones donde la composición orgánica del capital permanece invariable, por lo que dicho "sobrante demográfico" representa la palanca del mecanismo de acumulación, en la medida en que la reserva de capacidades laborales constituye un contingente disponible, en épocas de crisis inacabable, de fuerza de trabajo. La problemática del excedente de mano de obra conduce, entonces, al concepto de marginalidad, que alude a la presencia de sectores trabajadores prescindibles, en el ámbito de las relaciones entre el núcleo "moderno" del sistema económico y la masa laboral residual o remanente.

Asimismo, la dinámica propia del nuevo orden internacional mundializado agrava las condiciones de pobreza e indigencia en distintas zonas del planeta, históricamente subdesarrolladas, o deterioradas en tiempos recientes, porque sus materias primas ya no constituyen un elemento central, en tanto insumos para las regiones industrialmente avanzadas. Estas expresiones localizadas de la aldea global determinan que la generación potencial de nuevas fuentes de trabajo se concrete a costa de una profundización de las diferencias, preexistentes, referidas a la situación ocupacional y, en última instancia, al reparto de la riqueza nacional.

Los obstáculos para el logro de  inserciones laborales estables y protegidas consisten en las limitaciones a causa de la edad, y/o los tipos de cualificación adquiridos mediante determinados oficios, que resultan inadecuados de acuerdo a las nuevas tecnologías aplicadas al campo de la producción. Ello implica la obsolescencia de determinadas especializaciones, dadas las mutaciones de la estructura productiva, factor al que se adiciona la exigencia de cierto grado educativo, junto a los prejuicios culturales respecto de la procedencia del trabajador. En tal sentido, los segmentos desprotegidos de la población activa pueden considerarse en términos de grupos marginados, de acuerdo a su condición social vulnerable, marcados por la inesencialidad de su función como agentes económicos. Dicho posición refiere a su alejamiento en referencia al centro vital del aparato productivo de muchas sociedades, excepto en cuanto consumidores de un espectro acotado de mercancías.

El conjunto de elementos reseñados genera un proceso de movilidad descendente, que experimentan distintos sectores de la población, representado en trayectorias individuales asentadas en la integración como punto de partida y que, luego de atravesar -sucesivamente- zonas de vulnerabilidad y marginalidad, caen en la exclusión social. Dicho recorrido refleja una dinámica involutiva, plasmada en una gama continua entre las diversas posiciones mencionadas.

Los cambios progresivos, operados en las esferas político-institucional, social y productiva, repercutieron sobre las estrategias estatales en el ámbito de las respectivas economías. El modelo agroexportador convencional, sostenido por los sectores "liberales" tradicionalmente dominantes, y caracterizado por un proceso de crecimiento hacia afuera, mudó hacia una orientación gubernamental gradualmente proteccionista, con relación a las industrias propias. Al respecto, en los años de la posguerra, especialmente durante el decenio de los cincuenta, la escuela estructuralista latinoamericana desafió a la teoría neoclásica en general y a la teoría ortodoxa del comercio en particular. La feroz crítica del estructuralismo latinoamericano hacia la teoría neoclásica y los debates que esta crítica generó eran parte de un proceso más general que [alumbró] el surgimiento de la economía del desarrollo. Hacia comienzos de los años sesenta, ante el descrédito en que habían caído las doctrinas desarrollistas, el campo teórico dedicado al análisis de los procesos económicos cuestionó la creencia en la factibilidad  del progreso del "tercer mundo", en la medida en que no se remodelaran, de manera estructural, sus relaciones con los países más industrializados. Cabe destacar que un factor central en los mecanismos redistributivos de los ingresos de la población, desde la perspectiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), radica en las políticas dirigidas a la creación de empleos. El incremento de las ocupaciones laborales en el sector industrial moderno, a través de "una tasa más elevada que el conjunto de la fuerza de trabajo, es el medio principal para eliminar la pobreza mediante la absorción de mano de obra de los sectores de baja productividad de la agricultura campesina, los talleres artesanales y los servicios menores. Para esto es necesario que la producción (y el acervo de capital) crezcan más rápidamente que la suma del crecimiento de la productividad y el crecimiento demográfico. En otras palabras, no hay una fácil sustitución de capital por trabajo como en el modelo neoclásico". En tanto reflejo de la caracterización general, mencionada al inicio del capítulo, respecto de la evolución de "la periferia" en su conjunto, el cimiento de esta renovada política económica residía, en gran medida, en la clase obrera sindicalizada -junto a ciertos estratos medios autónomos-, por lo que dicha estrategia comprendió, asimismo, la implementación de procedimientos redistributivos de la riqueza generada a escala nacional. A continuación se señalarán los efectos de la reconversión del paradigma tecnológico-productivo.

Numerosos enfoques conceptuales pretendidamente sociológicos, en algunos casos denominados posmodernos, han proliferado durante las dos últimas década, interpretando las transformaciones operadas en la sociedad finisecular, a escala mundial. Tales perspectivas teóricas, sobre todo desde los años noventa, se hicieron eco de los cambios ocurridos en el contexto internacional a partir de la disolución de la Unión Soviética, los cuales presentaban como trasfondo la expansión planetaria de las políticas neoliberales.

Bajo formas explícitas o latentes, dichas visiones reflejaron el impacto de las ideas-fuerza extremas elaboradas, superficialmente y sin sustento empírico, acerca del hipotético "fin de la historia y/o de las ideologías". Estos abordajes especulativos y oportunistas, proclives a la creencia en el acceso a una era marcada por la vigencia de un pensamiento único, en última instancia resultan funcionales a la legitimación del orden geopolítico, económico y sociocultural establecido, fácticamente, en las postrimerías del siglo pasado.

Muchos exponentes de la sociología contemporánea, en especial aquellos pertenecientes a los países económicamente avanzados o centrales -aunque a veces imitados en el mundo subdesarrollado o periférico-, adoptaron puntos de vista acordes a ese giro conceptual espurio. Ello implicó el gradual abandono del tratamiento crítico de los problemas sociales fundamentales de la disciplina, en aras de la atención hacia determinados análisis que desobjetualizan el estudio de la materia sustancial de investigación en el área.

En virtud de lo expuesto, tendieron a abundar las estimaciones sobre cuestiones ecológicas que remiten al devenir de una sociedad contingente sujeta al riesgo permanente, o respecto a temas imbuidos de un virtual psicologismo, enmarcadas por el proceso de "racionalización progresiva". En este último caso, se enfatizan tópicos tales como el de la reflexividad del sí-mismo, o la autoidentificación del yo, dentro de un universo ideal de posibilidades de opción entre múltiples alternativas, por parte del individuo en la "posmodernidad".

Asimismo, se tienen en cuenta las divisiones de género, el nacimiento de nuevos movimientos sociales con demandas sectoriales limitadas, el choque de civilizaciones y, con relación a la problemática ocupacional, la importancia del desarrollo del "capital humano", entre otros rubros.

El cuestionamiento integral de las teorías mencionadas no conlleva un menosprecio de la relevancia de los conflictos raciales, étnicos o nacionalistas, ni tampoco significa soslayar la amenaza real de desastres que deterioran profundamente el ecosistema del planeta. De cualquier manera, esas cuestiones primordiales de la "actualidad orbital", y en menor medida los ítems más triviales señalados anteriormente, constituyen factores que coadyuvan a la comprensión panorámica de las sociedades de nuestros días, pero de ningún modo enfocan el núcleo sustantivo propio de la sociología, aunque entrañen una evaluación destacada en términos de otras ramas académicas.

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