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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

LOS "ESTADOS DEL MALESTAR" LIBERAL-NEOCONSERVADORES - Juan Labiaguerre

Tras el manto omnicomprensivo del trillado fenómeno de la "globalización", la mayoría de los encuadres sociológicos mencionados citados no profundizan en las causas subyacentes de la reconversión del escenario social internacional acaecida a fines del milenio. Más allá de la "mutación" experimentada, de hecho, en las prácticas y en los valores característicos de la simplificadamente llamada sociedad mundial del presente, se manifiestan ciertas regularidades respecto a la configuración histórica de la civilización capitalista.

Los procesos y eventos epidérmicos de mayor notoriedad en la era actual, v.g. las guerras étnicas y religiosas, las crisis económicas mundializadas recurrentes, el "flagelo del terrorismo global" y el peligro del advenimiento de renovados totalitarismos, entre muchos otros, son visualizados por lo general mediante el prisma -erigido en dogma excluyente- elaborado por los exegetas del sistema social predominante, hegemonizado con nitidez por la cosmovisión occidental evolucionada, sobre todo de la dirigencia política, económica y militar estadounidense.

Gran parte de los fenómenos y sucesos trascendentes indicados previamente, recubiertos con la pátina sesgada, simplificadora, errática e interesada del progreso globalizado de la humanidad, son concebidos en cuanto trasiego ineludible de un proceso natural determinado por leyes universales. En realidad, prácticamente la totalidad de esos hechos responden a la creciente imposición del paradigma indiscutible forjado en las usinas ideológicas del capitalismo neoliberal imperante y, en lo esencial, a sus implicaciones y resultantes concretas.

El presente ensayo procura trazar una línea de relativa continuidad y coherencia, desde una óptica de largo plazo histórico, a efectos de contribuir a explicar los problemas sociales más graves y acuciantes de la actualidad, que afectan masivamente a la inmensa mayoría de la población mundial, en distintos continentes, más allá de las vivencias exclusivas de un círculo privilegiado de la misma. Tal planteo es realizado al margen de la panoplia argumental tejida alrededor de las temáticas adyacentes o superfluas mencionadas, si se tiene en cuenta el eje nodal que deberían atender las investigaciones sociológicas. Esto no supone despreciar los estudios interdisciplinares del campo social, sino resaltar los problemas cruciales atravesados hoy en día por numerosos y extensos colectivos de la humanidad.

Las cuestiones alusivas a la inequidad distributiva, desigualdad socioeconómica, pobreza, miseria e indigencia en aumento, así como a las migraciones laborales compulsivas, la marginalidad y exclusión sociales, al hambre de grupos extendidos de la población planetaria, etc., conforman el nudo gordiano de la realidad social actual. Un conjunto multiforme de aproximaciones teoréticas de fines del milenio, en su afán por tomar clara distancia del ideario marxista, dada la supuesta obsolescencia absoluta de éste tras la caída del muro de Berlín, han diluido, dispersado o vaciado de contenido profundo sus análisis, lo cual las hace retornar implícitamente a las fuentes del funcionalismo sistémico.

La degradación de la masa crítica de la sociología acerca los abordajes teóricos descritos a posturas complacientes, economicistas, utilitarias, pragmáticas y "proempresariales", tendencia que ha derivado -exceptuando expresiones minoritarias y aisladas- en la formación de una corriente conceptual en sintonía casi incondicional con los dictámenes aparentemente irreversibles de los "tiempos posmodernos".

Más allá de las especificidades que presenta el modelo de acumulación desplegado en el terreno internacional, durante la última década de la centuria pasada, sus formas operativas pueden rastrearse desde los orígenes del capitalismo comercial y financiero. Si bien la expansión de la renovada economía de mercado alteró las estructuras sociales de todo el orbe de una manera inédita, debido al progreso técnico-productivo y comunicacional -y a la incorporación de los países que habían integrado el bloque soviético-, los lineamientos básicos del sistema socioeconómico capitalista manifiestan una continuidad histórica notable en gran parte de sus procedimientos.

La distribución inequitativa del poder y de la riqueza, fundado en el grado de posesión de medios productivos, la especulación abusiva propia del comercio, la imposición de intereses usurarios en el campo de las finanzas y las políticas nacionales de carácter mercantilista, es decir elementos vigentes ya en la misma génesis del reinado del capital, se encuentran presentes de algún modo, aggiornados y con variaciones cuantitativas más que de cualidad esencial, en el mercado "mundializado" del naciente milenio.

El intercambio entre países y continentes, caracterizados por la desigualdad de las situaciones de las distintas sociedades que participan del mismo, inherente a los procesos de colonización, neocolonialismo o avasallamiento imperial, continúa operando en la actualidad, por medio de nuevos formatos, frecuentemente dotados de mayor sutileza que antaño. No obstante, las ingerencias político-militares de los Estados Unidos en diversas regiones del planeta, sumadas a las coacciones estrictamente económicas, recuerdan fases anteriores de dominio directo de una naciones sobre otras.

El tipo de explotación laboral, especialmente a partir de la instauración y crecimiento del industrialismo, mediada por el asalariamiento de la mano de obra, al margen de sus sucesivas reconversiones puntuales en el transcurso de dos centurias, conserva en nuestros días la estructura liminar del sometimiento de la fuerza de trabajo al factor del capital. Sin embargo, cabe acotar que dicha subordinación ha experimentado ciertas relativizaciones, aunque oscilantes, sobre todo a lo largo del siglo XX.

La problemática ocupacional, junto a la correspondiente al ámbito de la seguridad social, la prestación de servicios públicos, la regulación de los diferentes mercados, los derechos del consumidor, etc., entronca con la disyuntiva ambigua planteada entre economía de libre empresa e intervencionismo estatal. Es cierto que el involucramiento parcial y relativo del Estado en tópicos convencionalmente "mercantiles", ha morigerado temporariamente las aristas discrecionales o arbitrarias extremas del afán de lucro de empresas y patronales privadas, aún con el objetivo estratégico de resguardar, como última ratio, el bastión del sistema predominante de mercado. A pesar de ello, determinadas prácticas emergentes a partir del resurgimiento liberal, en el tramo final del siglo pasado, remiten a algunos mecanismos operantes en el periodo decimonónico, a través de la aplicación rigurosa del lema del laissez-faire.

A partir de la nueva era histórica llamada "global", los principios fundacionales del sistema socioeconómico de mercado readquieren plenitud, casi al estilo decimonónico del dejar hacer libreempresista, una vez superada la etapa de mayor intervencionismo estatal sobre las hipotéticas leyes de oferta y demanda. Actualmente, el campo de maniobra de las firmas y capitales privados, transnacionalizados y en gran medida volátiles, se encuentra liberado de reglas y obstáculos extramercantiles, políticos y/o jurídicos, lo cual les permite actuar con arbitrio y, prácticamente, absoluta discrecionalidad. Esta situación se manifiesta con nitidez, sobre todo, en aquellas sociedades periféricas donde la soberanía concreta de sus Estados han alcanzado una expresión mínima.

Las transformaciones políticas, económicas y sociales ocurridas a partir de los años setenta del último siglo han tenido vastísimas explicaciones e interpretaciones. En este texto no se trataran las circunstancias puntuales que, considerando como punto temporal de inflexión el lapso 1968-1973, determinaron cambios profundos en el terreno internacional, referidos a las áreas señaladas. Ellos modificaron la situación geopolítica y el funcionamiento del sistema financiero mundial, la esfera productivo-industrial de numerosos países, el papel de los respectivos Estados y la cuestión ocupacional, entre otros aspectos.

Durante la década de los ochenta emergió el neoliberalismo, encarnado en los gobiernos de dos potencias económicas del bloque capitalista, Estados Unidos y Gran Bretaña, y se expandieron los modelos postfordistas en las relaciones laborales. En el último decenio del siglo, tras la desintegración de la URSS, fue proclamada la supervivencia de una única vía del progreso político-económico, consistente en la vigencia del binomio "democracia y mercado", mientras proseguían socavándose gradualmente las bases del Estado de Bienestar en muchos países. Fue principalmente en el curso de ese final de milenio cuando el fenómeno de la globalización devino utilizable en pos de intentar comprender, o justificar, los procesos y acontecimientos más variados en distintos campos de la evolución de la humanidad.

Se deja también de lado el detalle minucioso de los componentes diversos y complejos que explicarían el advenimiento del "mundo global", por otra parte tratados extensamente desde diferentes ángulos. A los efectos del presente trabajo tales elementos, teniendo en cuenta el conjunto heterogéneo de factores concurrentes a los que aluden, representan una vuelta de tuerca complementaria operada sobre el sistema económico, político y sociocultural que caracteriza a la "civilización capitalista" desde su fundación, y a partir de su desarrollo histórico. De allí que son evaluadas las regularidades que manifiesta dicho modo integral de vida a lo largo del paso del tiempo, a pesar de los retoques -más o menos cosméticos- de sus instituciones fundamentales e intocables.

La supuesta sociedad mundializada abunda en espacios centrales y periféricos en todo el orbe, y a niveles hemisféricos, continentales, regionales y nacionales. Coexisten en la actualidad centros y periferias de distinto orden -estimando las situaciones socioeconómicas de los países más avanzados desde el punto de vista tecnológico-productivo-, por un lado, y sociedades materialmente subdesarrolladas que experimentan un retraso inmenso en sus procesos de industrialización, en contraste flagrante frente a aquellos. Esta polarización extrema cristaliza en diferencias abismales en cuanto a "calidad de vida", ingresos económicos de la población, coberturas sociales, grados educativos, etc. La opulencia y el despilfarro de los sectores mayormente privilegiados de las naciones centrales confrontan con la indigencia y la hambruna de los colectivos más desfavorecidos de los países paupérrimos.

De la apreciación anterior se desprende, además, la convivencia yuxtapuesta de ámbitos centrales, semiperiféricos y marginales aún dentro de los bloques regionales y de las mismas naciones poderosas. En el primer caso, verbigracia, al interior de la Unión Europea, España y Portugal integran el furgón de cola de las "locomotoras" industriales alemana y francesa, dado que en los primeros se instalan establecimientos productivos que aprovechan el menor coste de la mano de obra local y la mayor flexibilidad de su legislación laboral. Respecto a los contrastes en el marco de una nación económicamente avanzada puede mencionarse, a modo de ejemplo emblemático, la inequidad distributiva y la elevada proporción de pobreza que caracterizan a los Estados Unidos, primera potencia mundial hoy en día.

En una medida importante, el funcionamiento de tal sistema obedece a los vaivenes de una inmensa y artificial "burbuja" financiera, cuya evolución responde a la variación cíclica, en el corto o mediano plazo, de los valores de la "nueva economía". Por otro lado, las inversiones directas mudan permanentemente de escenario, de acuerdo a las conveniencias circunstanciales y oscilantes que remiten a las oportunidades cambiantes brindadas por el coste relativo de la fuerza de trabajo y los diferentes grados de protección ofrecida a la mano de obra por parte de la legislación laboral en la propia localización de los emprendimientos. Además, las radicaciones industriales establecidas por el capital global dependen de las alternativas coyunturales correspondientes a la "liberalización" aduanera e impositiva de los diversos países y bloques geoeconómicos.

En engranaje de dicha poderosa maquinaria del mundo de los negocios financieros es motorizado por una serie de organismos multilaterales de crédito, siendo algunos de los principales entre ellos el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Club de París. Estas entidades, manejadas en forma entreligada con los intereses políticos y económicos concretos de las naciones industrialmente avanzadas, por lo general nucleadas en el "Grupo de los Siete" países más desarrollados del planeta -que aportan la parte del león- a aquéllas, arbitran medidas encaminadas al disciplinamiento fiscal y presupuestario coherentes con el recetario ortodoxo del dogma neoliberal. Éste les es impuesto coercitivamente a los países deudores, que se ven encadenados a estrategias proclives a la pérdida progresiva de soberanía en la administración pública de sus propios recursos. De manera que los Estados de las naciones satélites deben ajustarse, en el más amplio sentido del término, a los dictados de las potencias, abandonando la atención hacia las prioridades de los diversos sectores que integran las poblaciones locales.

Las prescripciones impuestas a las sociedades externamente "deudoras" por los citados organismos financieros internacionales, sujetas a las premisas subrogantes del llamado Consenso de Washington, tienden a incentivar la desregulación del funcionamiento mercantil en todos los ámbitos posibles. Tal proceso, generador de una anomia institucionalizada, posibilita la actuación incontrolada del "capital", privado o mixto, en este último caso cuando coparticipan los Estados centrales en la propiedad y explotación económica de ciertas empresas. A su vez, ello da pábulo a la connivencia de intereses espurios, debida a la complicidad imprescindible de dirigentes políticos, empresariales y -en ocasiones- también sindicales situados localmente, lo cual deriva con frecuencia en actos de corrupción compartida.  

El avasallamiento de las estructuras sociales por la dinámica mercantil presenta tal envergadura que se considera decisiva la conducta o eventual reacción de "los mercados" ante cualquier situación, contingencia o cambio que acontezca en el plano sociopolítico, como si se tratase de actores vivientes. De esa forma, la fuerza invisible del mercado opera en términos de factor real concurrente, a la par -y muchas veces por encima- del accionar de sectores, instituciones y clases sociales que configuran, en lo concreto y palpable, la base de las reconversiones de las colectividades.

En la esfera de la organización sociolaboral, "la flexibilidad del modelo postfordista introduce... un sistema fundamentado en la informalización, deslocalización y relocalización de la estructura productiva, en una fabricación mucho más ligera, difusa y especializada". Por otro lado, y acorde a dicho proceso, la noción de estilos o modos de vida diferenciados remite a la fragmentación del modelo de articulación entre la producción y el consumo social.

Desde los años setentas, el aumento incesante del desempleo y de la precariedad ocupacional, junto a la reducción salarial media, incrementaron la cantidad de prestaciones correspondientes a los sistemas de seguridad social y, en forma simultánea, fueron contraídos los ingresos de las mismas. La crisis setentista del régimen capitalista de producción y acumulación arrastró a dichos sistemas, los cuales a partir de entonces experimentaron un notable deterioro en la mayoría de los países, aún en algunos de aquellos donde el Estado del Bienestar había alcanzado un desarrollo amplio.

El desmantelamiento de la seguridad social, al cercenarse la cobertura jubilatoria, el cobro de indemnizaciones por despido arbitrario, el subsidio de desempleo, el seguro por accidentes de trabajo, etcétera, destrabó las limitaciones -precisamente impuestas a través de esos medios- a la competencia desenfrenada dentro de la población activa, en aras de conseguir, o mantener, un puesto laboral. Tal proceso despejó el camino para el manejo discrecional y abusivo de la abundante mano de obra disponible, más allá de su nivel de calificación, por parte de los sectores empleadores, al tiempo que les permitía restringir de manera incontrolada el monto de los salarios.

El desguace de los mecanismos reguladores estatales, aprovechado desmesuradamente por los factores del capital, significa la pérdida del fundamento económico de las políticas reformistas, que alentaban en su momento la posibilidad de que los trabajadores pudiesen obtener progresos continuos en sus condiciones generales de existencia, comenzando por las materiales básicas, dentro de la propia estructura del esquema distributivo funcional al capitalismo.

Asimismo, "la tendencia a reemplazar los sistemas de protección social por seguros y cajas de jubilación privados (por capitalización) se inscribe en la misma lógica: [sustituir] la redistribución fiscal por el seguro privado, la administración social de la [cobertura previsional] por parte del poder político, por una administración privada [a cargo] del poder financiero".

La noción de exclusión social remite a un proceso articulador de fenómenos diversos, aunque mutuamente imbricados, tales como el pauperismo, las privaciones de variada índole, la inaccesibilidad a determinados bienes y servicios, y la vulnerabilidad en el ejercicio práctico de ciertos derechos sociales, entre otras causales concurrentes. A partir de este abanico de elementos, con frecuencia solapados, se comprende la "pauperización" desde una perspectiva polifacética. La problemática de la exclusión de numerosos individuos y colectivos de una sociedad dada se halla ligada, en forma inextricable, a las carencias económicas, socioculturales y educativas, derivadas de las condiciones integrales que emergen de la pobreza, o vinculadas de alguna manera a ellas.

El análisis de la dinámica excluyente o expulsora de las sociedades en la fase "global" del capitalismo conduce, necesariamente, al tema de las vinculaciones recíprocas y estrechas vigentes entre los procedimientos asequibles de integración, la cuestión de las relaciones socioproductivas, y las diferentes manifestaciones que presenta el pauperismo. Subrayar la problemática referente a la "exclusión" implica el reconocimiento tácito de que la existencia humana, en sus connotaciones múltiples, responde a los componentes interactivos del marco institucional respecto a los procesos de reconversión del modelo de acumulación imperante. El punto de vista normativo, atinente al encuadre conceptual expuesto, refiere de modo ineludible a la evaluación sustantiva de las expresiones de inequidad colectivas y personales.

El enfoque precitado considera asimismo el ámbito de las relaciones sociales, en un sentido omnicomprensivo, incluyendo los grados variables de participación, por parte de particulares y grupos, en esferas socializadoras como las actividades laborales -al margen de su necesidad estrictamente económica-, junto a los nexos establecidos por aquellos con algún "círculo de poder" o influencias, y la factibilidad de integración a los núcleos dinámicos de la sociedad. Dicha perspectiva no debe soslayar las diferenciaciones territoriales dentro de un país determinado, como así tampoco los desequilibrios internacionales al interior de los distintos bloques regionales que configuran el sistema mundial en la actualidad.

La fragmentación social vigente en nuestros días "se vuelve a recrear en el desarme ideológico" operado en la sociedad postmoderna, al reproducirse sistemáticamente, en nombre de la más absoluta modernidad técnica, elementos de poder y de dominación muy regresivos. Frente a tal situación, muchos analistas sociales no elaboran conceptualmente la problemática actual "más que hasta donde el mercado lo permite, y refugiándose en un realismo descarnado que, al fin y a la postre, no supone otra cosa que la disolución de la sociedad en el mercado". Debido a ello, dichos teóricos consienten la supresión de las alternativas políticas substantivas, para sustituirlas por una simple alternancia de los modelos de gestión tecnocrática o burocrática.

La "cohesión social", en la etapa capitalista marcada por la globalización, se caracteriza por una elevada y creciente desigualdad distributiva en los ingresos de la población, lo cual coadyuva a la recurrencia sistemática de inequidades de toda índole. A su vez, tales rasgos constitutivos de las sociedades "mundializadas" de comienzos del nuevo milenio derivan en una potenciación de la pobreza preexistente y en la emergencia de nuevas modalidades de pauperización, que abarcan a sectores y clases sociales extendidos.

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