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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

METAMORFOSIS DEL TRABAJO / REGULACIÓN Y CRISIS DEL CAPITALISMO - Gorz / Aglietta

"METAMORFOSIS DEL TRABAJO. Búsqueda del sentido (Crítica de la razón económica)" - Gorz, André; 1991, Madrid, Sistema

“El núcleo estable de trabajadores debe, a cambio de la seguridad en el empleo, aceptar la movilidad profesional tanto a corto plazo (cambios de puesto, ampliación de las competencias) como a largo plazo (reciclaje, modificación del plan de carrera). Su cualificación es esencialmente una cualificación de la casa que la firma garantiza, completa y amplía permanentemente mediante la formación interna. La firma depende estrechamente, pues, del personal que ella ha formado, y a la inversa. La mano de obra periférica se compone de dos capas: la primera está empleada a título permanente para trabajos de oficina, vigilancia, mantenimiento y prueba de las instalaciones, pero no posee cualificaciones de peso y puede ser renovada, completada o reemplazada a voluntad [a través del] reclutamiento de parados. De ahí la existencia de una segunda capa de trabajadores periféricos, empleada a título precario y, a menudo, a tiempo parcial cuando la coyuntura lo exige. Aumentando y disminuyendo [a discreción] la proporción de los trabajadores interinos, temporales y a tiempo parcial, la empresa puede ajustar de forma óptima sus efectivos a las fluctuaciones del mercado. La existencia de una cantera prácticamente inagotable de [desocupados] le da la posibilidad de hacerlo. La mano de obra externa, por último, comprende tanto profesionales muy cualificados (informáticos, expertos en contabilidad) como personal sin cualificación especial (servicios de limpieza, transporte, restauración, etc.) y la mano de obra fluctuante, ocasional, de numerosos subcontratantes” [p. 94].

“La figura del trabajador de nuevo tipo, orgulloso de su oficio, soberano en su trabajo, capaz de evolucionar al mismo ritmo que las técnicas no ha nacido [por ende] de una concesión tardía del empresariado al humanismo del trabajo. Corresponde a una necesidad [surgida] de los cambios de la técnica. De esta necesidad, el capital ha hecho una palanca para desintegrar la clase obrera, el movimiento sindical y lo que quedaba de solidaridad y cohesión sociales. Ha bastado para esto que vuelva a hacer suyos los valores de la utopía del trabajo: dominio (es decir, reapropiación técnica) por los trabajadores de los medios de producción; pleno desarrollo en el trabajo de las capacidades individuales; valoración del oficio y de la ética profesional. Esta revalorización de la imagen del obrero se funda, del lado patronal, en un cálculo racional: no se trata únicamente de vincular a las empresas e integrar en ella a una elite obrera de la que no puede prescindir; se trata también de separar a esa elite de su clase de origen y de las organizaciones [clasistas], confiriéndole una identidad y una dignidad social distintas […] En la misma medida en que se corresponde en gran parte con el ideal del obrero omnicualificado y soberano que obsesiona a la utopía del trabajo, este discurso patronal y la estrategia que recubre han provocado al sindicalismo la crisis más grave de su historia…” [p. 95-96].

“La división del trabajo ha permitido, gracias a la especialización de las tareas, el empleo, a escala de la sociedad, de cantidades inmensas de saber. La rapidez de las evoluciones técnicas, la potencia del aparato productivo y la riqueza de las sociedades industrializadas tiene en aquélla su origen. Pero de la masa creciente de saberes empleados, cada uno de los individuos no domina más que una ínfima parcela. La cultura del trabajo, fragmentada en mil pedazos de saber especializado, se ha separado así de la cultura de lo cotidiano. Los saberes profesionales no proporcionan ni los puntos de referencia ni los criterios que permitían a los [sujetos] dar sentido al mundo, orientar el curso de éste, orientarse en él. Descentrados de sí mismos por el carácter unidimensional de sus tareas y [conocimientos], violentados en su existencia corporal, [deben] vivir en un medio en vías de dislocación y fragmentación continuas, sometidos a la agresión megatecnológica…” [p. 123-124].

Gorz especifica que “las sociedades industrializadas producen cantidades crecientes de riqueza con cantidades decrecientes de trabajo […] No existe `sujeto social´ capaz cultural y políticamente de imponer una redistribución del trabajo tal que todos y todas puedan ganarse la vida trabajando, pero … cada vez menos y recibiendo, en forma de ingresos crecientes, su parte de la riqueza [en aumento] que es socialmente producida […] A medida que se amplía el tiempo disponible se desarrollan la posibilidad y la necesidad de estructurarlo mediante otras actividades y relaciones en las que [las personas despliegan] sus facultades de otra manera, adquieren otras capacidades, llevan una vida distinta. El lugar de trabajo y el empleo pueden entonces dejar de ser los únicos espacios de socialización y las únicas fuentes de identidad social; el dominio del fuera-del-trabajo puede dejar de ser el [espacio] de lo privado y del consumo. En el tiempo disponible pueden tejerse nuevas relaciones de cooperación, de comunicación, de intercambio, y abrirse [una nueva instancia] social y cultural, [a partir de] actividades autónomas, con fines libremente elegidos…” [p. 124-125].

“Todo está en suspenso en nuestra libertad, comprendiendo en ese todo a ella misma. La condición del hombre postmarxista es que el sentido que Marx leía en el desarrollo histórico sigue siendo … el único sentido que el desarrollo puede tener, pero [se debe] perseguir [aquél] independientemente de la existencia de una clase social capaz de hacerlo realidad […] los únicos fines no económicos, post-económicos, susceptibles de dar sentido y valor a las economías de trabajo y de tiempo, son fines que los individuos tienen que encontrar en sí mismos. La revolución reflexiva que la posición de esos fines supone que no nos es impuesta por ninguna necesidad. La voluntad política capaz de realizar esos fines no descansa no descansa en ninguna base social preexistente y no puede apoyarse en ningún interés de clase, tradición o norma [vigente], pasada o presente. Esta voluntad política y la aspiración ética que la alimenta no pueden apoyarse más que en sí mismas, su existencia [implica] y deberá demostrar `las autonomías de la ética y de lo político” [p. 129-130]. 

Habermas tematizó no sólo “el desigual desarrollo de los criterios y de los medios de regulación, sino el modelo de la modernización capitalista [que] sigue un patrón, a consecuencia del cual la racionalidad cognitivo-instrumental desborda los ámbitos de la economía y el Estado, penetra en los ámbitos de la vida económicamente estructurados … [lo cual] provoca perturbaciones en la reproducción simbólica del mundo de la vida […] la racionalidad económica, que es una forma particular de racionalidad `cognitivo-instrumental´, no [solamente] se extiende abusivamente a acciones institucionales a las que es inaplicable, sino que también llega a colonizar, reificar y mutilar hasta el tejido relacional del que dependen la integración social, educación y socialización de los individuos […] Habermas ve la razón de esta `colonización´ en la incontenible dinámica que desarrollan `los subsistemas económico y administrativo´, es decir, la heterorregulación por el dinero y el poder del Estado…”  [p. 142].

“La autonomización de [dichos] subsistemas conduce a la escisión de las culturas profesionales especializadas y de la cultura de lo cotidiano. Ésta ya no posee los criterios y las evidencias que permiten a los individuos orientarse en el mundo y autorregular sus relaciones. El deterioro y la creciente falta de pertinencia de la cultura de lo cotidiano abren [la misma] a la penetración de las expertocracias y a la colonización del mundo de la vida por los saberes profesionales especializados. La `infraestructura comunicacional´ es desagregada, y la reproducción del mundo de la vida de las relaciones sociales autorreguladas, fundadas en el entendimiento mediante el libre debate, la comunicación y la elaboración de normas comunes entra en crisis” [p. 142].

“Habermas no delimita el campo en el que la racionalidad económica es aplicable más que de manera sumaria y esencialmente sociológica. Lo mismo que sucede con la regulación administrativa [según aquél], la regulación por el dinero no puede ser aplicada al dominio de la reproducción simbólica del mundo de la vida, [esto es] reglamentar administrativamente o monetizar (transformándolas en empleos remunerados) una actividades que tienen como fin `dar o transmitir sentido´ es inevitablemente ponerlas en crisis” […] Gorz indica que “los trabajadores sólo descubrirán los límites de la racionalidad económica si su vida no está enteramente ocupada y su espíritu preocupado por el trabajo; si, en otros términos, se abre ante ellos un espacio suficientemente amplio de tiempo libre para que puedan para que puedan descubrir una esfera de valores no cuantificables, la del tiempo de vivir, la de la soberanía existencial. A la inversa, cuanto más opresivo por su intensidad y su duración es el trabajo, menos capaz es el trabajador de concebir su vida como un fin en sí misma, fuente de todos los valores; y más, en consecuencia, se ve inducido a venderla, es decir, a concebirla como el medio de obtener algo distinto que valdría en sí mismo, objetivamente: el dinero” [p. 142-143/155].

Gorz explicita “la raíz común de la racionalidad económica y de la `razón cognitiva-instrumental´: al ser esta raíz una formalización (matemática) del pensar que, codificando éste en procedimientos técnicos, lo blockea contra toda posibilidad de un reflexivo examen retrospectivo sobre sí mismo y contra las certidumbres de la experiencia vivida. La tecnificación, la reificación, reificación, monetización de las relaciones tiene su anclaje cultural en esta técnica del pensar cuyas operaciones funcionan sin la implicación del sujeto, y cuyos sujetos, ausentes, son incapaces de dar cuenta de sí mismos. Así puede organizarse esta civilización cuyas relaciones frías, funcionales, calculadas, formalizadas, hacen de los individuos vivos unos extraños para el mundo reificado que, sin embargo, es su producto, y en el que una formidable inventiva técnica va a la par con el deterioro del arte de vivir, de la comunicatividad, de la espontaneidad. Porque lo vivido está como incapacitado para la palabra, una cultura tecnicista y cuantificante tiene como compañera esa `incultura del vivir´” [p. 165].

“El trabajo y la sociedad de trabajo no están en crisis porque no haya bastantes cosas que hacer sino porque `el trabajo en un sentido muy preciso´ ha llegado a ser escaso y porque lo que hay que hacer no responde más que a una parte decreciente de ese trabajo […] el trabajo no ha tenido siempre el sentido que ha tomado en las sociedades de trabajo. En particular, no siempre ha sido una actividad realizada, con miras a su intercambio comercial, en la esfera pública. No siempre ha sido fuente de ciudadanía para los `trabajadores´…” [p. 197-198].

“La profesionalización de las tareas domésticas es … todo lo contrario de una liberación. Descarga a una minoría privilegiada de todo o parte del trabajo para uno mismo y hace de ese trabajo el medio de sustento exclusivo de una nueva clase de servidores mal pagados, obligados a asumir las tareas domésticas de otros además de las suyas propias […] `si todo el mundo trabajara menos, todo el mundo podría asumir sus propias tareas domésticas y ganarse la vida trabajando´” [p. 202].

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"REGULACIÓN Y CRISIS DEL CAPITALISMO. La experiencia de los Estados Unidos" - Aglietta, Michel - 1979 -  México, Siglo XXI

"La mecanización del trabajo: la producción capitalista es la unidad de un proceso de trabajo y un proceso de valorización, unidad en la cual es dominante este segundo […] la transformación del proceso de trabajo crea relaciones internas en la producción que adaptan la cooperación de las fuerzas de trabajo a la dominación de la relación salarial […] cuando la lucha de clases llega a ser intensa, resulta difícil circunscribirla al contrato salarial, es decir a la magnitud del salario en dinero […] tiende a poner  en tela de juicio las relaciones internas de la producción centrándose sobre las condiciones de trabajo, las modalidades de clasificación de los puestos de trabajo, y las normas de organización del trabajo; es decir, crea nuevas relaciones sociales [por ende, es preciso] disipar las ilusiones divulgadas por los ideólogos de la burguesía sobre el supuesto carácter liberador de los nuevos tipos de organización del trabajo, […] acogidas por amplias capas de la opinión pública…” [p. 88-89].

“El análisis del proceso de trabajo deberá … disipar otra ilusión, la del carácter liberador de la técnica, o de la `revolución científico-técnica´ [que] se manifiesta formalmente […] a través de la teoría neoclásica, según la cual las fuerzas productivas son independientes de cualquier condicionamiento social. Y alimenta toda una serie de ideologías productivistas […] Produzcamos lo más posible y así cada uno tendrá más; una consigna tan breve como fácilmente persuasiva. Otra variante más insidiosa es la idea [de que] el carácter capitalista habrá de desaparecer gracias exclusivamente a la aplicación de la ciencia a la producción. Son éstas las adormecedoras odas a la automatización a la automación [donde] los profetas modernos nos describen una sociedad en la que habrán desaparecido los trabajos penosos. Esta amalgama de la explotación capitalista y el carácter penoso de los trabajos concretos es utilizada hábilmente en las grandes maniobras de la revalorización del trabajo manual…” [p. 89].

“La realidad … es muy distinta. La división técnica del trabajo está sujeta a la división social del trabajo. La técnica es el sustrato material de las relaciones internas del proceso del trabajo que convierten al colectivo de las fuerzas de trabajo en una fuerza única productora de plusvalor. La división técnica del trabajo progresa buscando la fragmentación del trabajo vivo, y … sólo considera esencial la norma de rendimiento de las fuerzas de trabajo medida en tiempo de trabajo. De esa forma se produce la colectivización del trabajo según la valorización del capital […] la homogeneización del trabajo abstracto se realiza en la producción…” [p. 89-90].

“El neofordismo, término propuesto por Palloix, es una evolución de las relaciones de producción capitalistas … que tiene por objeto responder a la crisis de la reproducción de la sociedad salariala a fin de salvaguardar esa relación fundamental, es decir, para perpetuar el capitalismo […] se basa en un principio de organización de las fuerzas productivas por el cual están sujetas a las exigencias de la dirección capitalista del colectivo de trabajo. El nuevo complejo de fuerzas productivas es el control automático de la producción, que se conoce [como] automación; el principio de organización del trabajo en gestación [sería] la recomposición de tareas. El casamiento de esas dos líneas de evolución ha desencadenado la propaganda más desfachatada sobre la liberación del hombre en el trabajo. Es posible que la automación a muy largo plazo pueda permitir la desparición del trabajo productivo de ejecución. Sin embargo, sin la abolición de las relaciones de producción capitalistas esos efectos positivos no podrán realizarse nunca […] El capitalismo modela la automación al igual que cualquier otro sistema de fuerzas productivas, a fin de convertirlas en una infraestructura material de la producción de plusvalor de la que dependen crucialmente la reproducción de las relaciones de producción capitalistas…” [p. 99-100].

Aglietta sostiene que “las diferencias entre los salarios individuales forman parte de los fenómenos complejos de la reproducción del trabajo asalariado […] nos enfrentamos a la fundamental cuestión de la estratificación del proletariado. La definición del concepto de salario y su inserción en la teoría del valor caracterizan el trabajo asalariado como producto de una relación social, y por tanto, genérica y uniforme, que es el fundamento del capitalismo. La estratificación del trabajo asalariado forma parte del análisis de las condiciones concretas de reproducción de la relación salarial…” [p. 114].

“Los `factores diferenciadores´ [remiten] a las transformaciones [cualitativas] básicas del proceso de trabajo […] en las formas concretas bajo las que se paga el salario, y por consiguiente en los principios a los que obedecen las diferencias cuantitativas entre los salarios individuales de obreros intercambiables, … que se manifiestan a pesar de su homogeneidad […] el surgimiento del neofordismo es el soporte de los debates y experiencias que tienden a flexibilizar, e incluso a disociar completamente, la relación entre salario y rendimiento…” [p. 114-115].

El autor aclara que “el hecho de que el capital se presente como una relación de competencia entre capitales individuales autónomos provoca una diferenciación de los salarios individuales. La masa salarial global se distribuye de forma desigual entre los trabajadores individuales, debido al mecanismo del salario por tiempo. Esa variabilidad en la formación de los salarios individuales es un elemento importante de la ley de la competencia. Permite a los capitalistas individuales, cuya valorización padece los saltos propios de un modo de producción que sólo funciona a través de la regulación ciega de las relaciones de equivalencia en el intercambio, amortiguar parcialmente esos saltos gracias a la fuerza de trabajo que emplean” [p. 117].

“El salario a destajo está ligado a un puesto de trabajo, cuyas características están rigurosamente especificadas. Se basa en la medición elemental del rendimiento que es el tiempo necesario para realizar un ciclo de movimientos para un puesto de trabajo concreto. Conociendo la norma de rendimiento del puesto, es posible determinar el número de piezas que es posible producir en condiciones de trabajo normales …, utilizando la fuerza de trabajo con una intensidad media para el ciclo de movimientos considerado, a lo largo de una jornada laboral de duración determinada…” [p. 119].

Se observa que “el proceso de reducción del salario base … ha de profundizarse desde tres puntos de vista: 1- La distribución de los salarios individuales, para un mismo puesto de trabajo, en torno al salario base asignado a ese puesto, no arroja la curva de distribución que sería de esperar de un comportamiento individualista por parte de los trabajadores, según el razonamiento neoclásico […] 2- El margen de maniobra de la dirección aumenta con la con la diversidad de puestos de trabajo que resulta de la intensificación de la división técnica del trabajo por la especialización y parcelación de las tareas […] 3- La transformación del proceso de trabajo modifica el contenido de los puestos de trabajo y provoca una permanente refundición de las normas de rendimiento de los puestos…”  [p. 121 a 123].

El fin del análisis de la reproducción de la fuerza de trabajo social no consiste en “el comportamiento individual en el consumo, sino [en] la creación y transformación de las condiciones de existencia de la clase obrera. Se trata del fundamento mismo de la acumulación de capital, del contenido material de la generalización de la relación salarial. Sobre esta base [es posible] profundizar la teoría del salario, identificando las fuerzas cuya interacción determina el salario nominal […]”. Deben también estimarse “las condiciones sociales del trabajo asalariado, y la forma en que el capitalismo agrava esas condiciones [e] interpretar la creación por la lucha de clases, de relaciones sociales nuevas, organizadas en instituciones cuyo funcionamiento global constituye el procedimiento de convenios colectivos, y la incidencia de éste sobre la evolución del salario medio a largo plazo” [p. 129]. 

“Los ideólogos de la sociedad de consumo han despertado bruscamente a las realidades del capitalismo, merced a la profunda crisis que se desata, y posteriormente se acentúa, a partir de la segunda mitad de la década de los años 60 […] la crisis del fordismo es, en primer lugar, la crisis de un modo de organización del trabajo. Y se manifiesta sobre todo por el endurecimiento de las luchas de clase en la producción. Poniendo en tela de juicio las condiciones de trabajo propias de la parcelación de tareas y la intensificación del trabajo, esas luchas sientan los límites de la elevación de la tasa de plusvalor específica de las relaciones de producción organizadas en ese tipo de proceso de trabajo. Esta es la raíz de la crisis. Se traduce en la detención de la disminución del coste salarial, la explosión de conflictos esporádicos y la subversión endémica de la disciplina del trabajo característica del fordismo […] la crisis alcanza al conjunto de las relaciones de producción e intercambio y perturba el régimen de acumulación intensiva. Es posible hablar de crisis orgánica del capitalismo, sin que ello signifique la desaparición irremediable del mismo…” [p. 139].

“A fin de poder continuar su desarrollo, el capitalismo debe proseguir hasta el fin las condiciones de existencia de la clase trabajadora, algo que no ha podido hacer el fordismo. Las condiciones de producción deben ser transformadas de tal manera que el valor de la reproducción social de la fuerza de trabajo descienda dentro del marco de un proceso que permita el desarrollo del consumo colectivo. Puede que ese proceso se esté gestando con la aparición de un proceso de trabajo designado con el nombre de neofordismo. Este implica una profunda transformación del proceso de trabajo, [reemplazando] el principio mecánico del trabajo parcelizado y disciplinado en base a directrices jerárquicas por el principio de información del trabajo organizado en grupos semiautónomos, disciplinados según los imperativos directos de la producción…” [p. 144-145].

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