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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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PROCESOS ESTATALES MEDIADORES INTERCLASISTAS - Juan Labiaguerre

De acuerdo al "carácter crecientemente social de las fuerzas productivas, la extracción ha cobrado mayor relevancia para la mediación estatal del carácter privado de las relaciones de producción". Dicho incremento suministra los recursos a través de los cuales el Estado realiza una función cada vez más importante, esto es el sostén público de la acumulación de capital privado. Se había indicado anteriormente que "la mediación, aunque asimétrica, no es unilateral, y el aumento de los niveles y cargas fiscales afecta también a las clases dominantes, provocando en ellas la oposición, la obstrucción y el conflicto".

 

La cooptación también es llevada a cabo tanto a través del Estado como por medio de aparatos no estatales, y se trata de un fenómeno antiguo. El Estado burgués sustituyó los modelos feudales de absorción (patriarcalismo, religión, imagen de familiariedad) por la legitimidad basada en la "igualdad legal de oportunidades del conjunto de los ciudadanos". Tales fórmulas no responden sólo a meras ideologías, sino que se concretan en instituciones y prácticas políticas. En tanto fuentes legitimadoras, el orden divino fue progresivamente reemplazado por la "comunidad nacional". El nacionalismo, en general, presenta su concreción en una "nueva unificación estatal no dinástica". Durante el siglo pasado, la cooptación apelando al "crecimiento económico" representó un fenómeno original y de importancia creciente, al agrupar a todas las clases detrás de las políticas e instituciones que enarbolan dicha bandera [verbigracia, el modelo soviético de industrialización].

 

En la posguerra, "la eficacia del Plan Marshall y del crecimiento temporalmente bien administrado de las economías capitalistas logró proyectar, con considerable éxito, la imagen de una comunidad multiclasista, edificada sobre la base de una riqueza sin precedentes". La democracia burguesa constituye una modalidad compleja de cooptación, especialmente significativa respecto al movimiento obrero en los países capitalistas más desarrollados. En suma, la cooptación representa un proceso social a gran escala, el cual implica la incorporación al sistema, de modo relativamente temporal, de "clases sociales enteras o grandes sectores de ellas".

 

Un aspecto específico de la cooptación radica en la legitimación política. Dentro de las sociedades clasistas la unidad siempre resulta asimétrica, siendo "una realidad y una apariencia que oculta diferencias y antagonismos fundamentales". De allí la opción por el término cooptación [connotaciones asimétricas], en lugar de "incorporación, inclusión", etcétera. La cooptación refleja un proceso contradictorio, dado que la imagen de que "las clases dominadas forman una unidad con sus dominadores representa a la vez un medio para que éstos cuenten con la sumisión consciente y activa de aquéllas, al tiempo que una plataforma para las demandas y la oposición de los dominados".

 

Remitiendo a la judicatura de modo particular, el significado de la totalización de las relaciones sociales por el Estado se reflejaría claramente en el proceso judicial, pues el aparato jurídico estatal media en las relaciones entre dominadores y dominados, proporcionando instituciones de apelación a las cuales pueden presentarse para su resolución los conflictos entre individuos o grupos de las diferentes clases. En los Estados capitalistas rigen la legislación y la jurisprudencia, las leyes son presentadas bajo un carácter universal y abstracto (no referidas específicamente a ninguna clase social), "aún cuando su contenido está condicionado, de manera más o menos rígida, por las relaciones capitalistas de producción". 

 

En los factores vinculados al apoyo, pese al carácter clasista del ente estatal, y a que sus políticas se encuentran determinadas por los intereses de la clase dominante, ello no implica que "el Estado no pueda apoyar a las clases dominadas ni que, de hecho, no lo haga". En las naciones capitalistas desarrolladas, la preocupación estatal por el bienestar popular, al margen de los distintos matices políticos, se ha incrementado enormemente durante el siglo XX. Sin embargo, el apoyo que reciben las clases explotadas, más que una mediación de la dominación de clase, sería una "concesión arrancada a la clase dominante, una mitigación de su dominio, e incluso una manifestación de la benevolente neutralidad del Estado". El apoyo a los débiles y a los pobres podría resultar una expresión del dominio de los fuertes y los ricos, dada la condescendiente superioridad que conlleva la caridad.

 

Por otro lado, "el apoyo estatal a las clases dominadas, dentro de la reproducción del poder de la clase dominante, supone la mediación de la dominación clasista". Ello ocurre fortaleciendo la conexión entre dominadores y dominados, aumentando la colaboración de estos últimos al sistema de explotación y al de dominación política. En segundo término [judicatura], vincula a las clases dominantes con el sistema global de dominación al oponerse a las particularidades y arbitrariedades de los miembros de la clase gobernante. Finalmente, media entre los individuos de las clases dominadas, resolviendo sus conflictos y problemas.

 

Therborn señala que la clase obrera, para producir plusvalor, "debe poder reproducirse, día a día, y de generación en generación". Por ello, deben aplicarse medidas sanitarias, subsidios por hijos para aumentar la población, enseñanza gratuita o subvencionada, etc. Al respecto, "gran parte de la política moderna de bienestar está condicionada por las exigencias del mercado de trabajo, de la regulación de la movilidad laboral de acuerdo con las necesidades de la economía (acumulación de capital)". Además, la distribución del bienestar es útil a efectos de obtener la colaboración con el sistema de dominación política, ya sea en el plano nacional como. Así también, respecto a los enemigos externos.

 

El apoyo estatal a las clases dominadas conlleva una "totalización", pues el Estado tiene una visión total de lo que el sistema global de explotación y dominación requiere para su eficaz mantenimiento y expansión. Ello implica superar "los criterios estrechos y miopes de determinados individuos y grupos de la clase dominante". No obstante, aunque el apoyo estatal permite una participación parcial de las clases trabajadoras en el fruto de su trabajo, existen mecanismos de reproducción que garantizan que dicho apoyo "no amenace, en mayor medida que la caridad privada, la apropiación de plusvalía por las clases dominantes". En ese sentido, los ministros de finanzas y los acreedores del Estado vigilan continua y atentamente los gastos públicos. En definitiva, la política estatal de bienestar constituiría "una prueba de la naturaleza inevitablemente contradictoria y conflictiva de la dominación clasista".

 

Recapitulando, puede decirse que la clase dominante domina logrando que su posición favorecida en lo económico, en el aparato estatal y en las superestructuras ideológicas sean reproducidas por el Estado. Tal logro operaría "tanto en relación con los otros modos de producción existentes dentro de la formación social, como en relación con el sistema internacional de formaciones sociales". Dichas intervenciones reproductivas del Estado se hallan insertas en la dinámica estructural del modo de reproducción, pero también debe garantizarse su realización en "los momentos más duros de la lucha de clases".

 

El autor subraya que ni un modelo de fuerza y consentimiento, ni otro basado en la dinámica estructural de la economía [capitalista] -combinada con la legitimación política-, pueden explicar las modalidades de la dominación clasista. De manera que "los conceptos de consentimiento y legitimación no cubren todo el campo del complejo funcionamiento ideológico". La ideología comprende lo que existe y lo inexistente, lo factible y lo imposible, estructurando de ese modo las identidades, el conocimiento y la ignorancia, las ambiciones y la autoconfianza. Asimismo, "la fuerza es una noción demasiado primitiva como para cubrir todas las alternativas al consentimiento o a la aquiescencia".

 

Los procedimientos o sanciones reproductivos abarcan la coacción económica, la violencia y la excomunión ideológica; en ese sentido, "la problemática de la clase dominante [lucha de clases] no se caracteriza fundamentalmente por la necesidad de conseguir la legitimación de su dominación, sino por el intento de asegurar su representación en el aparato especial del Estado, junto con la mediación estatal de su dominación sobre otras clases". Ello se consigue a través de diversos formatos de representación institucionalizados y por vía de determinados procesos mediadores, cuyo sentido es controlar las manifestaciones específicas de la contradicción política fundamental entre la dominación de clase y la ejecución de las tareas sociales del Estado. Se trata entonces de dilucidar "la base y el funcionamiento complejos de la dominación burguesa en los países capitalistas avanzados". El poder estatal de la clase dominante se ejerce dentro de una totalidad contradictoria y compleja, que está sometida a un constante fluir y desarrollo. 

 

Resulta relevante comparar y contrastar la esencia de las relaciones productivas, sus implicaciones sociolaborales y la situación ocupacional durante el apogeo del fordismo, con el devenir de las mismas desde los años setenta. Asimismo, deben estimarse los caracteres adoptados por una especie de comunización mercantil, típica de los Estados de Bienestar, en consonancia con aquel esquema organizacional del trabajo. En cuanto reflejo de los cambios consignados, algunos ámbitos de las ciencias sociales advirtieron sobre la orientación unilateral adoptada por el progreso, meramente técnico y material, experimentado por la sociedad industrial. En este sentido resultó cuestionada la aceptación del criterio limitado, sobre la base de un reduccionismo economicista, que deja de lado elementos integrales del ser humano, indispensables en aras de su potencial evolución plena.

 

A comienzos del siglo XX se asistió a los últimos destellos del supuesto mercado autorregulador, dado que en la década de los años veinte el prestigio del liberalismo económico alcanzó su cénit, mientras grandes masas de la población mundial experimentaban “el azote de la inflación [y] clases sociales y naciones enteras fueron explotadas”. Por entonces, la estabilización de las monedas se transformó en el punto focal del pensamiento de los pueblos y de los gobiernos; la restauración del patrón-oro constituía el objetivo supremo de todos los esfuerzos organizados en el terreno de la economía. Las premisas innegociables de las políticas económicas liberales remiten históricamente, por lo tanto, al mantenimiento prioritario de “monedas sólidas y presupuestos saneados”[1].

 

Es preciso tener en cuenta "las profundas consecuencias que tuvo el hundimiento económico mundial del periodo de entreguerras en el devenir histórico del siglo XX"; sus efectos en el mundo no europeo-occidental fueron dramáticos. EE.UU. se constituyó en "epicentro del mayor terremoto: la Gran Depresión", ocurrida entre las dos guerras mundiales. La economía capitalista pareció derrumbarse... Tanto el proceso de mundialización económica como el flujo internacional de capitales experimentaron una abrupta desaceleración. Por otro lado, "los sistemas públicos de seguridad social (incluido el subsidio de desempleo) no existían, o eran insuficientes", o abarcaban sólo parcialmente a la población. Debido a ello, la desocupación extendida generó un impacto traumático en las políticas de los países industrializados. El paro era visto como "una herida profunda, que podía llegar a ser mortal, en el cuerpo político". La falta de soluciones en el marco teórico de la doctrina liberal clásica complicaba la situación de los responsables en la toma de decisiones económicas[2].

 

Habiendo disminuido el comercio internacional un 60% (1929-1932), los Estados comenzaron a levantar barreras cada vez mayores para proteger los mercados locales y sus monedas nacionales frente a los ciclones económicos mundiales, aunque eso significaba desmantelar el sistema mundial de comercio multilateral. El efecto más relevante a largo plazo de la Gran Depresión consistió en desterrar "el liberalismo económico durante medio siglo". El patrón oro, evaluado hasta entonces en tanto fundamento de un intercambio internacional estable, fue abandonado por EE.UU., Canadá, Gran Bretaña y las naciones escandinavas entre 1931 y 1932, e hicieron lo propio, cuatro años después, Bélgica, Holanda y Francia. El hecho de que Gran Bretaña haya renunciado al libre comercio (1931) refleja la veloz generalización del proteccionismo en dicha coyuntura histórica.

 

En concreto, la citada depresión económica "obligó a los gobiernos occidentales a dar prioridad a las consideraciones sociales sobre las económicas en la formulación de sus políticas", dado que el peligro que entrañaba no hacerlo así -radicalización de la izquierda y de la derecha nazifascista- era excesivamente amenazador. Dentro de tal escenario, "los gobiernos no se limitaron a proteger la agricultura imponiendo aranceles frente a la competencia extranjera aunque, donde ya existían, los elevaron aún más..."[3]

 

Concluida la Segunda Guerra Mundial, el logro del pleno empleo se convirtió en el "objetivo básico de la política económica en los países en los que se instauró un capitalismo democrático reformado". El keynesianismo propuso la eliminación permanente del desempleo generalizado, por razones tanto de beneficio económico como político, al afirmar que la demanda generada por los ingresos de los trabajadores ocupados tendría un efecto estimulante sobre las economías deprimidas. No obstante, el motivo por el cual se priorizó esa estrategia de incentivar la demanda radicó en la evaluación de que la expansión del paro resultaba "social y políticamente explosiva, tal como había quedado demostrado durante la Depresión". Otra medida profiláctica adoptada durante, después, y como consecuencia de la crisis de los años treinta, consistió en la implementación de sistemas modernos de seguridad social. Este hecho habría evitado que sobrevinieran graves conflictos sociales derivados de la enorme recesión económica de inicios de la década de los ochenta. En EE.UU., por ejemplo, la ley de seguridad social se había promulgado -anticipadamente- en el año 1935.

 

El trauma originado en las connotaciones y resultantes de la Gran Depresión fue potenciado porque "el único país que había rechazado el capitalismo, la Unión Soviética, parecía ser inmune a las consecuencias de aquélla"; además, allí no existía la desocupación. Como contraste ante el fenómeno del crecimiento industrial de la URSS, y la citada ausencia de desempleo, se percibía fuera de ella el hundimiento del propio sistema económico, la profundidad de la crisis del capitalismo occidental. Debido a la vigencia de los planes quinquenales rusos, el término "planificación" se encontraba en boca de todos los políticos. Asimismo, "los partidos socialdemócratas comenzaron a aplicar planes" [Bélgica, Noruega].

 

También en Inglaterra se mencionaba la necesidad de "construir una sociedad planificada", y se hablaba incluso en círculos conservadores de planificación económica y política. Hasta "los nazis plagiaron la idea cuando Hitler inició un plan cuatrienal", pese a que el éxito del nacionalsocialismo en la superación de la depresión a partir de 1933 presentó una menor repercusión internacional que en el caso soviético[4].

 

Un sistema mundial configuraría una sociedad a escala planetaria que posee límites, estructuras, grupos, miembros, reglas de legitimación, y coherencia. Su vida resulta de las fuerzas conflictivas que lo mantienen unido por tensión y lo desgarran en la medida en que cada uno de los grupos busca eternamente remodelarlo para su beneficio. Teniendo en cuenta que la vida en el seno de un sistema social, en gran parte, se encuentra “autoincluida” -pues presenta una dinámica interna de desarrollo-, la autoinclusión de los sistemas mundiales, en cuanto entes económicos, se basa en una división extensiva del trabajo, abarcando múltiples espacios socioculturales. En ese sentido, en la “economía-mundo” no existe un régimen político único que gobierne el conjunto del territorio comprendido por la misma[5].

 

La economía mundial moderna perdura desde hace cinco siglos sin haber llegado a convertirse en “imperio-mundo”, esto es sin un control institucional unificado y directo sobre los territorios donde aquélla tiene vigencia. Tal fenómeno responde a una peculiaridad radicada en los caracteres políticos de la forma capitalista de organización económica, en tanto “el capitalismo ha sido capaz de florecer... porque la economía-mundo contenía dentro de sus límites... múltiples sistemas políticos”. Dicho modo organizacional conlleva la apropiación de las ganancias materiales por parte de sectores privados, y los factores económicos operan en un escenario de dimensiones superiores a las que cualquier entidad política pueda controlar totalmente. Ese atributo constituye el fundamento de la amplia libertad de maniobra con que cuenta el sector del “capital”, que ha permitido la expansión económica constante del sistema mundial, aunque con una distribución muy desigual de sus frutos[6].

 

Dentro de la economía capitalista “occidental”, originariamente europea, aquella división territorial del trabajo no presenta sólo un aspecto ocupacional funcional, sino también un carácter geográfico, en la medida en que la gama de tareas económicas no está distribuida uniformemente a lo largo y a lo ancho del sistema mundial. Más allá de las apreciaciones de orden natural-ecológico, ese reparto desigual obedece principalmente a la organización social del trabajo, elemento que legitima, potenciando al mismo tiempo, la capacidad de determinados grupos en términos de la explotación laboral de otros, por lo cual los primeros perciben una porción nítidamente superior del excedente económico producido socialmente. Este hecho obedece a que “en una economía-mundo la estructura política tiende a ligar la cultura con la localización espacial, [ya que] el primer punto de presión accesible... es la estructura local (nacional) del Estado”. La homogeneización cultural es proclive a servir a los intereses de ciertos sectores claves de la sociedad, y las presiones se ensamblan para crear identidades culturalmente nacionales[7].

 

En el precitado sistema económico mundial, las regiones centrales favorecidas se caracterizan por la combinación de un aparato estatal sólido con una cultura nacional firme, factores mutuamente implicados, hecho que en cierto modo posibilita la regulación de las desigualdades sociales propias de la economía-mundo, a la vez que desempeña el rol de fachada ideológica, justificadora del mantenimiento de tales disparidades. Del otro lado, en cambio, al interior de las áreas periféricas los Estados autóctonos suelen resultar frágiles; además existirían regiones semiperiféricas, ubicadas entre el centro y la periferia respecto a variables como la complejidad de las actividades económicas, la fuerza estatal, o la integridad cultural, entre otras[8].

 

Los ámbitos correspondientes a la semiperiferia conforman un elemento relevante en función de los mecanismos de la economía-mundo moderna, al representar “puntos de recopilación de cualificaciones vitales, a menudo políticamente impopulares”, o instancias mediadoras que desvían parcialmente las presiones políticas que los grupos localizados primariamente en las áreas periféricas podrían en otro caso dirigir contra los Estados del centro y los grupos que operan en el seno y a través de sus aparatos estatales. Asimismo, los intereses radicados originariamente en esferas semiperiféricas operan al margen del campo político propio de los Estados centrales, por lo que ven obstaculizada la consecución de sus objetivos por medio de alianzas políticas, eventualmente factibles si participaran de dicho campo[9].

 

[1] Therborn, Göran: "¿Cómo domina la clase dominante? Aparatos de estado y poder estatal en el feudalismo, el capitalismo y el socialismo"; México, siglo XXI, 1997 [1977], pág. 233

[2] Hobsbawm, Eric: Historia del siglo XX; Bs.As., Crítica, 2002 [1994]

[3] Hobsbawm, E., ob. cit.

[4] Hobsbawm, E., ob. cit.

[5] Wallerstein, Immanuel: "El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI"; México, Siglo XXI, 1991, págs. 489-490 

[6] Ídem, pág. 491

[7] Ídem, págs. 491-492

[8] Ídem, pág. 493 

[9] Ibídem

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