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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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LA REFUTACIÓN DENTRO DEL "FALSACIONISMO" POPPERIANO (VII) - Juan Labiaguerre

La falsabilidad, en tanto criterio de cientificidad, se complementa con la aseveración sobre la inconsistencia lógica del propio concepto de «inducción». En este sentido, “una inferencia afirmada inductivamente sólo sería válida si existiera una regla universal, el <principio de inducción>, que justificara dichas formas inferenciales, desde la constatación de casos particulares de realización de una hipótesis, a la afirmación de la existencia de una ley universal que siguen tales casos” [1]. En la medida en que una regla inductiva, de supuesta aplicabilidad universal, debería encontrarse formulada mediante una proposición que, asimismo, tendrá que ser general, es difícil encontrar “un tipo de proposición adecuada para formular tal principio”. Efectivamente, el mismo no puede remitir a una proposición de índole <analítica>, “cuya validez se infiriera a partir del mero análisis de los términos de la proposición general; en este caso, la conclusión no sería ya inductiva sino deductiva. En cambio, si se tratase de una proposición <sintética>, ella debiera apoyarse, respetando el precepto elemental del empirismo, en la experiencia. No obstante, esta última, “a no ser que se cometa petición de principio, exigiendo la validez previa de aquello que hay que demostrar, no justifica el paso de lo particular a lo general, [es decir] que el mismo principio de inducción debería demostrarse inductivamente” [2].

La cuestión acerca de la validación del principio inductivo conlleva el problema sobre la justificación de que existen hipótesis generales, excepto que se recurra a una explicación basada en una premisa de aquel tipo, de nivel superior, el cual -a su vez- demandaría otro de orden más elevado, y así sucesivamente. Además, la misma expresión probabilidad de una hipótesis tampoco aportaría un significado claro [3].

Teniendo en cuenta que si una <hipótesis general> es concebida en cuanto serie indefinida de proposiciones, la frecuencia relativa de las verdades de las mismas debería permitir evaluar la probabilidad de certeza de aquella hipótesis, esto podría derivar en la consecuencia absurda de que, v.g., “una hipótesis tuviera una probabilidad de ½ si, por término medio, una de cada dos proposiciones contradijera tal hipótesis” [4]. Dado que la verificabilidad de las leyes naturales resultaría, en consecuencia, una instancia imposible de llevar a cabo a través de una práctica inductiva (ante la ausencia de sentido de la propia noción de inducción), el único método válido es, de acuerdo a esta perspectiva, el «deductivo». De modo que “la ciencia, para Popper, o es deductivista en su forma de justificar los enunciados, o ni siquiera podrá ser una construcción racional. La afirmación a cargo de algunos representantes del Círculo de Viena, que sostenía “la necesidad de una verificación empírica (presuponiendo la posibilidad de la inducción), se apoyaría así en el <dogma empirista>: la certeza última es aquella proporcionada por la percepción sensible”. Según el empirismo lógico, el conocimiento científico se elabora sobre la base de ciertos pilares fundamentales, que consisten en enunciados elementales radicados en evidencias suministradas por los sentidos.

Frente al último enfoque señalado, la visión popperiana evalúa que aquellos enunciados elementales únicamente resultan justificables a través de otros enunciados y, además, que «toda percepción es también interpretación». Debido a tal aserto, se indica que “el saber es, desde su mismo comienzo, algo conjetural, hipotético, revisable” [5]. En la medida en que se pretenda aplicar el método deductivo a la comprobación de teorías empíricas, es necesario, diferenciar, a priori, dos tipos de problemáticas, a saber: ¿cómo se llegan a configurar hipótesis o teorías? Y ¿mediante qué clase de procedimiento comprobamos, o verificamos, teorías? La primera cuestión presenta un carácter psicológico, es decir que no se plantea en el terreno de la lógica de la ciencia, pues una teoría, en cuanto sistema de proposiciones, es formulada aunque ella no sea verdad, ni exista un camino racional desde la teorización hacia la faz observacional ya que, por ejemplo, puede obedecer a una ocurrencia circunstancial. Entonces, lo comprobable serían las hipótesis y, en este marco, los enunciados científicos solamente equivaldrían a “ensayos, esbozos arbitrariamente creados, como mero valor de conjetura”, los cuales podrían alcanzar valor, en términos del conocimiento específico de la ciencia, después de su correspondiente corroboración. No obstante, a partir de que dicha comprobación “no puede ser exhaustiva en su verificación [mostrando la verdad], sólo queda el método de la falsación, el <refutar> las afirmaciones de esa teoría, contrastándolas con los datos empíricos” [6].

En virtud de lo expuesto, la factibilidad de falsación de proposiciones universales es sustentada en su cualidad de convertibilidad en una forma de proposición negativa, esto es, en <proposiciones-no-se-da-x>. Ya que sería imposible «verificar» la proposición “todos los cisnes son blancos”, resta la vía exclusiva de comprobar otra reconvertida, tal como “no hay ningún cisne no blanco” (por ejemplo, de color negro). Al presentarse, eventualmente, el caso de que efectivamente existiese un cisne no blanco, sería posible formular una proposición <singular>, por ejemplo “en un lugar y momento determinados existe un cisne no blanco”, la cual implica una contradicción en referencia a la proposición transformada (universal) acerca de la inexistencia de cisnes no blancos. Esto último demostraría la falsedad de la hipótesis, por lo que de un enunciado singular se seguirá la negación de una proposición, o enunciado, general, aunque no la verificación de una de carácter universal [7].

El requerimiento del empirismo en torno a la imprescindibilidad de la existencia de hipótesis comprobables mediante la experiencia concreta deviene, entonces, en la “exigencia de proposiciones falsables, en el sentido de la posibilidad lógica de tal demostración de su falsedad, prescindiendo de su facticidad empírica” [8]. Ello conduce a la determinación de criterios respecto a la discriminación establecida entre proposiciones empíricas (falsables) y «metafísicas» (no-falsables). De modo que, una vez rechazado el recurso impracticable de la vía inductiva, la salida reside en optar por el camino de la <deducción>, lo cual significa que, en vez de la premisa verificacionista, es aplicado el principio de la falsación.

El replanteo epistemológico antedicho deriva en el problema crucial referido a la confirmación positiva de una teoría empírica, cuestión que surge a partir del hecho de que tal teoría “se haya mantenido firme en todos los intentos anteriores de falsación” [9]. Debe indicarse que, según esta concepción, “en la base del conocimiento científico no habría un fundamento infalible, sino sólo problemas, convenciones críticas apoyadas en la confianza o fe sobre la fuerza de la razón” [10]. Además, tampoco resultaría realizable, prácticamente, “desarrollar todo el examen de los saberes en un lenguaje especial, sino que deberá recurrirse al lenguaje ordinario, y a conceptos no claros. La ciencia no es, así, posesión de una verdad definitiva, sino proceso incesante de búsqueda crítica, sin concesiones”.

Karl Popper, nacido en 1902 [Viena], fue un pensador relevante de la corriente positivista lógica, aunque se desempeñó al margen de esta escuela dentro de la denominada tradición analítica. Al comienzo de su carrera intelectual siguió las ideas, e incluso la militancia política, de la concepción marxista, y también se interesó en las propuestas surgidas del “movimiento psicoanalítico” fundado por Adler. Asimismo, estudió el contenido teórico del psicoanálisis ortodoxo freudiano, en el contexto de su preocupación generalizada por las temáticas científicas y filosóficas;  una de sus principales obras, “La lógica del descubrimiento científico”, publicada durante el año 1934, resultó un cuestionamiento -relativo y parcial- respecto del positivismo lógico. De acuerdo a un texto autobiográfico de Popper (1976), ciertos autores caracterizaron su aporte en términos de positivismo alternativo y divergente; además, determinados filósofos, pertenecientes al Círculo de Viena, lo tildaron en cuanto adherente a este último grupo, aunque reemplazó la premisa del “verificacionismo” por la del “falsacionismo”, en tanto patrón de sentido gnoseológico.

El planteo popperiano arranca a través de un repaso del problema de Hume, referido al posicionamiento “inductivo” del mismo, el cual procuraba corroborar que cualquier magnitud de enunciaciones de indicios empíricos singulares resulta insuficiente, en aras de expresar una inferencia lógica irrestricta una ley científica, en tanto enunciado generalizable. En consecuencia, el canon convencional esgrimido por el positivismo lógico, cuya propuesta de “acumulación y justificación del conocimiento” explicita el requerimiento de proceder desde los datos particulares observados hacia lo teórico-conceptual general.

No obstante lo expuesto, la postura antedicha resulta insustentable desde un punto de vista lógico, en la medida en que todavía quedaría pendiente la resolución acerca de qué tipo de instancia constituye el enunciado final dentro de la secuencia de indicadores empíricos operables, o del enunciado original al interior del conjunto de proposiciones teóricas. Es decir que el procedimiento citado deja irresuelto de qué manera un indicio observable singular muta lógicamente en ley universal.

El enfoque popperiano abordó la cuestión inductiva estimando la ilegitimidad de la divergencia entre la esfera observacional y el análisis teórico, lo cual representa una reevaluación del planteo empirista clásico con respecto a la tabula rasa. El tratamiento diferenciado “experimentación/conceptualización” conlleva la factibilidad de operar en orden secuencial la faz empírica en primer lugar, y luego recién la instancia de la teorización.

El criterio sobre la tabula rasa sostiene que el entendimiento de los “objetos reales” implica que la mente humana fungiría cual si fuese una tabla absolutamente plana o “vacía” de cualquier contenido sustancial. Cuando el sujeto comprende algún vestigio concreto de lo investigado, su intelecto -hasta entonces una “tabla rasa”- recibe dicha data, que marca ese “conocer” mentalmente.

En términos de la crítica al paradigma inductivo referido a la configuración de ideas y a la evolución de las ciencias, es posible entablar una analogía de aquel patrón con la contrastación empiria / reflejo teórico, en alusión a la argumentación de la “tabla mental plana”. El inductivismo, junto a la escisión entre momento experimental y conceptualización, consensúan en el sentido de la factibilidad de orientarse desde lo singular hacia la generalización, observando primero y concibiendo comprensivamente a posteriori.

En la medida en que se han observado una serie de objetos del conocimiento, ello posibilitaría -en forma exclusiva- esbozar conceptos, y probablemente alcanzar la formulación de enunciados teóricos de carácter universal. El proceder inductivista, a la par que la diferenciación entre observación empírica y abordaje conceptual, significarían que el pensamiento que entiende los hechos concretos suspende su razonamiento, a fin de evitar la “contaminación” de los indicadores fácticos, para retomarlo -únicamente- a partir del momento de contarse con un cúmulo aceptable de datos empíricos, con el objeto eventual de enunciar leyes generales.

Vinculado a tal requisito epistemológico, emerge el nexo con el planteamiento concerniente a la figura de la “tabla rasa”, dado que las personas cognoscentes vivencian un contacto pleno con la experiencia real y concreta, al tener en cuenta en forma minuciosa los indicios singulares. Asimismo, el perceptor de evidencias fundadas en la “empiria”, inductivamente, en primer término observaría y, posteriormente, conceptualizaría por vía de la operacionalización y de los indicadores y variables “de hecho”.

Al retomar el prisma popperiano, es posible acordar que su abordaje crítico de la temática inductiva, tornando improcedente el contraste entre instancia experiencial y elaboración teórica, equivale a apreciar que este autor, dado su cuestionamiento hacia el positivismo científico, y su desarrollo, deslegitima el proceder inductivista, la separación observación empírica / conceptualización, y hasta la propia argumentación sobre la tabula rasa.

En su tratamiento alusivo a “conjeturas y refutaciones”, Popper subestima la contribución sustantiva del empirista clásico Francis Bacon, que representaría -según la evaluación más benevolente, un encuadre del proceso cognitivo teñido de ingenuidad. Al respecto, resultaría inviable la aplicación efectiva del recurso analógico de la “tabla rasa”, en la medida en que el estudioso-investigador que aprehende mentalmente el “universo de las cosas reales” es imposible que “deje al margen” sus prenociones y background ideológico, cuando pretende acceder a aquella “realidad”.

Además, incluso los individuos neonatos presentarían, en la mirada popperiana,  determinados rasgos elementales de expectativas subjetivas, merced a la transmisión genética recibida de sus padres. De cualquier modo, devendría esencial el hecho de que los seres humanos se encuentran, de manera continua, concibiendo idearios atinentes a los eventos y contingencias que los circundan, y también permanentemente someterían a “prueba” esas creencias.

La mentalidad humana no sería, entonces, una mera tabula rasa que asimila indicadores experimentales, y luego “teoriza”, porque las personas -inevitablemente- se hallan incididas por cuantiosos preconceptos, condicionamientos, valoraciones, y expectativas, los cuales las conducen a “conjeturar” de modo ininterrumpido acerca de múltiples aspectos de sus entornos respectivos, y del mundo en general. Esas opiniones avalarían la disidencia profunda frente a la acepción baconiana del conocimiento y, simultáneamente, en consecuencia, refutan la premisa inductiva junto a la dicotomía “empiria/concepción teorética”.

Esta última escisión representaría una utopía ante la percepción de la inexistencia de experimentaciones puras, carecientes de prismas sesgados, y prejuicios subjetivos; el acercamiento observacional al objeto de análisis, al encontrarse interferido -bajo cualquier circunstancia- por los condicionantes a priori antedichos, inmanentes al intelecto. Por otra parte, debiera interrogarse el motivo por el cual existiría el intento de dejarlos de lado, teniendo en cuenta que el objetivo prioritario consiste en la pretensión de corroborar las “cosmovisiones” de los sujetos cognoscentes, más allá de la base fundamental de las mismas en términos de presunciones teóricas, expectativas, etcétera. Ello significa soslayar u obviar la observación empíricamente pura de la “realidad” a entender, lo cual además resultaría imposible de hecho.

El cuestionamiento popperiano al método inductivo clásico, abarcando desde Hume hasta la escuela del positivismo lógico, gira en torno a la contrastación de las premisas del verificacionismo y de la denominada falsacionista. Ambos enfoque lógicos serían nítidamente asimétricos, debido a que -por ejemplo- a pesar de que ninguna cantidad de enunciados sobre el avistamiento de cisnes conduce al planteo todos los cisnes son blancos, una única observación de un solo cisne negro habilitaría a sostener que “no todos los cisnes son blancos”. Por lo tanto, las enunciaciones generalizadoras -con base empírica- devienen falseables, aunque de ningún modo “verificables”; en consecuencia, leyes de carácter auténticamente científico resultarían contrastables aunque sea imposible verificarlas probadamente, mientras que podrían contrastarse a través de “intentos sistemáticos de refutación”[11].

Cabe subrayar que el aporte de Popper a la lógica del descubrimiento habría consistido en la percepción respecto al propósito que alberga cualquier “cientista” en referencia a su metier teórico investigativo, esto es de que la finalidad de sus estudios no radica en la corroboración (verificable) de sus hipótesis, sino que corresponde ciertas instancias, en pos del logro de evidencias empíricas proclives a refutar aquéllas, comprobando su falsedad.

Determinadas visiones críticas frente al argumento “falsacionista” alegan que la revisión popperiana de la temática inductiva no resuelve la cuestión ni total ni aceptablemente, y hasta el mismo autor de marras indica que su propio enfoque no recurre al procedimiento metodológico inherente al planteo lógico del estado cognitivo, sino a este último factor.

Bajo el supuesto precedente, la lógica es extremadamente sencilla: si se ha observado un cisne negro "no puede" ser que todos los cisnes sean blancos. Lógicamente, por lo tanto, es decir, si nos atenemos a la relación entre enunciados, una ley científica es rotundamente falsable, aunque no sea rotundamente verificable. Sin embargo, el caso es diferente si lo consideramos "metodológicamente", pues en la práctica siempre es posible poner en duda un enunciado: puede haber algún error en la observación registrada; puede ser que el pájaro en cuestión no haya sido correctamente identificado; o podemos decidir, precisamente "porque" es negro, no clasificarlo como cisne, sino llamarlo de otro modo. De modo que siempre es posible rechazar, sin caer en contradicción alguna, la validez de un enunciado de observación. Así podría descartarse cualquier experiencia falsadora[12]

De acuerdo a lo señalado, el criterio “falsacionista” de Popper afronta una serie de inconvenientes u obstáculos de índole metodológica, algunos de los cuales revistan aristas notablemente complicadas, desde el punto técnico. Al margen de ello, pueden analizarse ciertas anomalías derivadas del falsacionismo, junto a las correspondientes respuestas del autor ante las mismas...

Con relación al enunciado de la tesis nominada “Duhem-Quine”, teniendo en cuenta la existencia de un caudal imaginativo considerable del sujeto cognoscente, toda composición conceptual, integrada por una proposición única, o por un cúmulo de enunciados teóricos, eventualmente elude la refutación, a través de la realización de un aggiornamiento oportuno y a apropiado dentro del contenido sustantivo respectivo, tal como lo sostuviera Lakatos.

Ante la observación precitada, la perspectiva popperiana afirma que, en principio, los “hombres de ciencia” debieran hacerle frente a las refutaciones, evaluando a priori cuál evidencia empírica forzaría a dejar de lado la teorización elaborada, Además, devendría indispensable prescindir de enunciaciones ad hoc, rechazar como desconfiable las resultantes de las experimentaciones inadecuadas -referidas a las teorías que procuran corroborarse-, además de formular “leyes” dotadas de la menor ambigüedad factible, conjunto de reglas que tienden a promover la refutación de las teorías.

 

[1]              Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.

[2]              Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.

[3]              Por ejemplo, si dicho término concierne a su connotación matemática, indicándose que es probable que al arrojar un dado salga un seis, debiera estimarse no la sucesión de eventos posibles, sino “la serie de proposiciones referidas cada una de ellas a uno de esos eventos, y entonces tendríamos que enfrentarnos con la probabilidad de que se de una proposición de tal tipo (ha salido un seis), frente a un conjunto de otras propiedades (ha salido un uno, etcétera) [Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.]

[4]              Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.

[5]              En este sentido, “presuponer que los enunciados de la ciencia tuvieran una última fundamentaciónen tales enunciados elementales presupone <la fe> en su validez” (Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.)

[6]              Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.

[7]              Popper llama, a las proposiciones singulares, de base, en la medida en que las mismas sustentarían la evaluación (falsación) de hipótesis generales (Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.)

[8]              Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.

[9]              Al respecto, sostener que una teoría posee una base empírica sólida no implicaría más que afirmar que han fracasado todos los ensayos previos en aras de refutar su hipótesis inicial, recurriendo a la experiencia. En este sentido Carnap, contraviniendo dicho postulado popperiano, procuró posteriormente elaborar una teorización sobre el campo de la inferencia inductiva.

[10]            Rodríguez de Rivera, J., ob. cit.

[11] Magee, Brian (1985): Philosophy and the real world: an introduction to Karl Popper; Nueva York, Open Court.

[12] Magee, Brian (1985): Philosophy and the real world: an introduction to Karl Popper; Nueva York, Open Court.

 

 

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