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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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SEGMENTACIÓN ECONÓMICA Y DISGREGACIONES SOCIOPRODUCTIVAS - Juan Labiaguerre

             Más de un siglo después de la elaboración del planteo marxiano sobre la conformación del ejército industrial de reserva, de acuerdo a la ley general de acumulación capitalista, Giddens sostuvo que las transformaciones operadas en los países desarrollados que promovieron la división convencional entre trabajo manual y no manual fueron gradualmente relativizadas, sobre todo a partir de fines de la década de los sesenta, frente a la aparición de una infraclase manual y los efectos de una planificación estatal neocapitalista a largo plazo (Giddens). En Estados Unidos, tomado como modelo de desarrollo capitalista en la posguerra, así como Inglaterra lo fue durante el siglo pasado, dicha infraclase se encuentra constituida por diferentes grupos étnicos, configurados históricamente por la raza negra y -en forma más reciente- por inmigrantes latinoamericanos, quienes ocuparon los puestos de trabajo que requieren menor calificación y resultan inestables, desprotegidos e inferiormente remunerados; esta creciente división básica de intereses implica la diferenciación progresiva entre un "nuevo ejército de reserva del capitalismo, empleado en ocupaciones inseguras que sólo producen un bajo índice de ganancias económicas, y aquellos que ocupan puestos de trabajo manuales estables que producen ingresos elevados".

                Aun en ciertas sociedades que no engendraron una infraclase diferenciada sobre la base de discriminaciones étnicas profundas, a partir de la década de los setenta fue consolidándose la presencia de una underclass nativa y en el ámbito del "primer mundo" considerado en sentido genérico, dicho fenómeno se encuentra estrechamente vinculado a la modalidad neocapitalista adquirida por el tipo específico de planificación económica, llevado a cabo mediante políticas públicas de los países industrialmente avanzados, que condiciona una división característica del sector asalariado, la cual resulta en gran medida superadora de las formas tradicionales determinadas por los niveles de calificación. Asimismo, cabe acotar que dentro del núcleo de operarios calificados se manifiesta una marcada tendencia a disponer de niveles sustancialmente más elevados de seguridad en el empleo, en contraste con otros trabajadores manuales, debido a que el empresario estima que la contratación de los primeros implica una inversión de capital redituable a mediano plazo, condición inexistente en términos de los restantes. En este sentido, dentro de las naciones constituidas en vanguardia de la industrialización capitalista, el ofrecimiento de mejores condiciones laborales, salariales y referidas a estabilidad y cobertura social a un segmento relativamente privilegiado de trabajadores -representados tradicionalmente por los sindicatos de oficio- generó la formación de una aristocracia obrera; sin embargo, como consecuencia de la gradual hegemonía lograda por las grandes corporaciones sobre el conjunto de las economías nacionales -sumada a la ejecución de una planificación estatal de tipo neocapitalista- Giddens estimaba, a comienzos de la década de los años setenta, que un sector de la fuerza de trabajo no calificada alcanzaría superiores niveles de estabilidad en sus inserciones ocupacionales dentro de las respectivas empresas.

                Dentro del régimen capitalista desarrollado, característico de los países centrales, el Estado y las grandes corporaciones presentan un interés objetivamente compartido respecto de la potenciación de un proceso macroeconómico estabilizado logrado sobre la base del control y regulación de los procesos inflacionarios; al respecto, el medio más potable por parte del empresariado para obtener el apoyo sindical consiste en la participación regular de los asalariados, asentada mediante la negociación colectiva de contratos laborales a largo plazo. Dicho esquema institucional resulta coherente con los requerimientos operativos de las grandes empresas que proceden a invertir en un "núcleo de la fuerza de trabajo comprometido con la organización", promoviendo de esta forma una diferenciación elemental entre empleos de tipo primario y secundario; el citado mecanismo opera en dirección a la consolidación creciente de una infraclase escindida del conjunto de trabajadores manuales, provocando nuevas fuentes de conflictos internos al interior del sector asalariado en su conjunto, reflejados a su vez en las modalidades de estratificación social neocapitalista característica de los países altamente industrializados. Corresponde agregar que la fragmentación de la fuerza laboral en dichas economías, de acuerdo a la mencionada categorización en ocupaciones primarias y secundarias, se intensifica cuando existe una infraclase netamente discriminada, situación que constituye una "fuente significativa de escisión en los niveles inferiores de la estructura de clases, que trasciende en parte las líneas tradicionales del conflicto" (Giddens).

                Dentro del contexto específico de las sociedades subdesarrolladas o periféricas, claramente diferenciado respecto del anterior, el fenómeno de la marginalidad remite a un proceso signado por un escaso nivel relativo de integración de ciertos grupos sociales al núcleo central del sistema económico-productivo hegemónico, condición que contrasta nítidamente con la versión referida a través de la visión clásica del ejército industrial de reserva (Nun); cabe destacar que esta última planteaba la problemática de la integración en términos de las relaciones sistemáticas existentes entre diferentes actores o clases sociales en el seno de una forma capitalista “ortodoxa y pura”, mientras que la cuestión de la población excedente o masa marginal, en el marco de la evolución económica desigual y combinada, es tratada partiendo de la mixtura de diversos modos de acumulación y producción: dicha "mezcla" determina la configuración de formaciones sociales singulares, cuya estructura condiciona diferentes grados de funcionalidad de la superpoblación relativa, la que no necesariamente constituye un ejército, el cual implica en última instancia una relación funcional del excedente poblacional respecto del sistema económico predominante.

                El régimen de producción capitalista genera una superpoblación relativa aun en situaciones en las cuales permanece invariable la composición orgánica del capital, por lo que dicho excedente "demográfico" representa la palanca de la acumulación, en tanto el ejército de reserva equivale a un contingente disponible conformado por mano de obra remanente; en la etapa competitiva del capitalismo, el proceso de expansión y contracción de aquella superpoblación obedecía a las alternancias periódicas correspondientes a los ciclos industriales, resultando la misma funcional al mencionado régimen al operar como "ejército" en la citada fase; sin embargo, durante la fase monopolista el análisis en términos de funcionalidad resulta insuficiente en orden a la caracterización de las interacciones entre la superpoblación relativa y el sector predominante del aparato económico-productivo de una sociedad determinada. Por otro lado, la conceptualización acerca de la problemática referida a la funcionalidad de aquella superpoblación remite a la categoría de masa marginal, la cual designa manifestaciones no funcionales inherentes a la existencia de un excedente poblacional, reflejadas en la esfera de las relaciones entre el eje central del sistema económico y el respectivo nivel cuantitativo de los segmentos sociolaborales supernumerarios; siguiendo esta línea de análisis, un fragmento de la masa fundamental de desocupados -según la terminología utilizada por Trotsky- eventualmente puede volver a encontrar empleo, por lo que cierto sector de la superpoblación continúa desempeñando el rol de ejército de reserva, motivo por el cual resulta conveniente diferenciar nítidamente en el terreno conceptual a dicha masa respecto de la "marginal" en sentido estricto (Nun).        

                Compartiendo la visión de distintos autores Nun estima que, si bien el tipo dominante de organización productiva en el estadio monopólico del capitalismo se constituye a partir del sector formado por las grandes corporaciones, éste representa el centro vital pero no exclusivo del sistema económico, teniendo en cuenta que coexisten junto a dicho núcleo un sector de pequeñas y medianas empresas que operan de acuerdo a modalidades cercanas a las formas características del capitalismo libreempresista, hecho que condiciona la superposición y combinación de dos modelos -cualitativamente diferenciados- de acumulación; este proceso conlleva la fragmentación del mercado de trabajo debido a que, considerando la relación entre las variables representadas por el esquema singular de acumulación en una sociedad determinada y el grado de funcionalidad económica del excedente poblacional, los trabajadores desocupados pueden ejercer -simultáneamente- el rol de "ejército" para el sector competitivo y representar una masa marginal en referencia al núcleo hegemónico monopólico. Además, en la medida en que la fuerza laboral sobrante en referencia a la esfera monopolista no se encuentra siempre y necesariamente desocupada, al desempeñarse de manera alternativa en otro sector de la economía, una tasa de desempleo general reducida puede ser compatible con la presencia de una considerable superpoblación relativa ofertante de trabajo en la esfera industrial "moderna".

            Un factor importante que contribuye a explicar el proceso de tercerización de algunas actividades productivas, y en ciertos casos la emergencia del “empleo informal” radica en la incidencia que, sobre la funcionalidad de dicho contingente disponible, presenta el grado de satelización desarrollado en el sector competitivo, debido a que un fragmento considerable del mismo puede encontrarse ligado al ámbito productivo propio de las grandes empresas; en este caso, el campo de acción específico delimitado por las pequeñas y medianas empresas coadyuva a reducir los costos laborales correspondientes al núcleo monopólico a través de la provisión de insumos o servicios logrados sobre la base del reclutamiento de mano de obra "barata y desprotegida", mediante el procedimiento habitual representado por el denominado putting out system (Nun). La operatoria característica de dicho procedimiento consiste en que la firma madre suele emplear sólo un porcentaje mínimo de “mano de obra que concurre para la fabricación del producto completo”, representando la cima  de una simbólica pirámide formada por una gran cantidad de empresas subcontratistas, progresivamente taylorizadas siguiendo una escala descendente, las cuales se ubican en rangos “jerarquizados” y ocupan una cantidad de personal en proporción directa al grado de apartamiento de la figurada cúspide: cuánto más separadas se encuentran estas firmas de la empresa madre, decrecen “el nivel técnico, los niveles de calificación requeridos y los salarios”, en razón de que la entidad productiva principal “externaliza todas las tareas especializadas que otras empresas pueden asumir igualmente bien y a mejor precio. La dependencia en la cual se mantiene a las subcontratistas les permite imponer constantes bajas de precio y hacerles soportar las fluctuaciones de la demanda, [las cuales] repercuten para la mano de obra en la flexibilidad de horarios y empleados efectivos de las subcontratistas” (Nun)

                Fue ampliamente señalado por diversos autores el hecho consistente en que la expansión imperialista de las naciones industrializadas impulsó la exportación de capitales hacia regiones con mano de obra menos costosa, proceso que responde a la ley de acumulación en escala mundial; en el caso específico latinoamericano, se consolidó estructuralmente una masa marginal, no absorbible por el sector económico hegemónico debido a limitaciones externas e internas que acotaron prematuramente la fuerza expansiva manifestada originariamente por el capitalismo en los países centrales; en este contexto, el desarrollo desigual y combinado determinó que en ciertas formaciones económico-sociales la configuración particular adquirida por el capitalismo industrial trabó en forma temprana un crecimiento equilibrado de las fuerzas productivas. Los obstáculos que impidieron una evolución plena del régimen de producción capitalista en la región, es decir de acuerdo a condiciones aproximadas a aquellas alcanzadas en los países inicialmente industrializados, radicaron en las discontinuidades del proceso de acumulación primitiva característico de la periferia y en el concomitante fenómeno posterior de "colonialismo tecnológico"; el progreso de este desarrollo económico-social distorsionado provocó la alteración de los parámetros convencionales de industrialización en contextos nacionales dependientes, induciendo la implantación directa de grandes empresas con tecnología de avanzada -controladas por el capital monopolista- en las zonas periféricas; bajo esta conformación definida, las economías de escala -y las transformaciones tecnológicas introducidas por las mismas- resultaron en gran medida incongruentes con el costo relativo de los factores locales (Amin, Assadourian, Gunder Frank).

                La reducción de la incidencia del sector industrial en Latinoamérica, en términos de la generación de fuentes de empleo, se produjo en un escenario condicionado por la tendencia al estancamiento económico característico de una región donde la estructuración del aparato productivo se fue conformando históricamente de acuerdo a un modelo tricotómico, siguiendo a Nun; el mismo comprende las ramas monopolizadas que -sobre la base de exigencias técnicas específicas- sólo pueden operar en gran escala, actividades flexibles con relación a la escala donde también penetra el capital monopólico (coexistiendo unidades grandes, medianas y pequeñas) y un sector muy fragmentado de baja productividad, esfera en la cual las economías de escala resultan cuasi irrelevantes y que representa el espacio por excelencia propio del capital competitivo (Nun). La convivencia de los citados tres procesos diferenciados de acumulación afectó de manera particular la configuración del mercado de trabajo, donde sólo en el ámbito del capital industrial surgió la proletarización propiamente dicha; asimismo, en este sector se manifestó una expresión desdoblada en términos de la forma de asalariamiento desde que, mientras en la órbita monopólica se produjo una integración estable del trabajador a la empresa -lo cual redundó en salarios relativamente elevados, observación de la legislación laboral y cumplimiento de los convenios colectivos de trabajo-, en la esfera del capital industrial competitivo se produjo una tendencia a la compresión retributiva, la evasión de la normativa jurídica y la ausencia de protección legal y cobertura social gremiales debido a la escasa afiliación sindical.

                Por su parte, Gorz alude a la división de la fuerza de trabajo en dos categorías esenciales: un núcleo central conformado por asalariados permanentes que cumplen jornada completa, dotados de movilidad según su adecuación a un esquema de polivalencia funcional, por un lado, y una masa de mano de obra periférica, dentro de la que proliferan trabajadores precarizados en sus condiciones laborales generales e interinos con horarios y salarios variables; a estos últimos se integra un segmento creciente de “externos o prestatarios de servicios independientes”, quienes son remunerados por tiempo trabajado o a destajo (en proporción al producto realizado); la carga de trabajo de dicha categoría varía según necesidades coyunturales, no encontrándose la mano de obra correspondiente cubierta por el derecho laboral ni protegida a través de alguna obra social, quedando de esta manera expuesta a la incertidumbre generada por las contingencias económico-comerciales cíclicas (Gorz).   

                En América Latina, desde la perspectiva teórica de un enfoque “dual” que necesariamente debe readecuarse -teniendo en cuenta la especificidad mencionada de su conformación socioeconómica-, coexisten al menos dos mercados de trabajo divergentes que coadyuvan al desarrollo de un elevado grado de heterogeneidad de las condiciones laborales, referidas éstas al status legal del trabajador y a sus niveles salariales; en dicho contexto la funcionalidad de la superpoblación relativa en el área del capital monopólico determina que una fracción considerable de ella resulte superflua, constituyendo de este modo una masa marginal en orden al proceso hegemónico de acumulación. En tal sentido, un fragmento creciente de dicha superpoblación no mantiene relaciones funcionales con el sistema integrado por el sector de las grandes empresas, espacio económico este último formativo del perfil asumido por el proceso global de producción, el volumen del excedente  poblacional, el consecuente marco ocupacional en particular y la modalidad bajo la cual esas firmas prevalecientes en el mercado tienden a combinar los factores conformados por la inversión de capital intensivo y la utilización de fuerza de trabajo; en consecuencia, el contingente constituido por la masa marginal, en relación al mercado laboral correspondiente a las empresas monopólicas, se compone de un segmento de la mano de obra empleada por el capital industrial competitivo, gran parte de los trabajadores que se refugian en actividades terciarias de baja productividad e ingresos, la mayoría de la franja desocupada y el conjunto de la capacidad laboral de alguna forma fijada por el capital comercial; por lo tanto, cabe señalar que el desarrollo desigual, combinado y dependiente alimenta la formación de diversos tipos de fragmentos marginales (Nun).

                Se ha observado entonces insistentemente, sobre la base de variados estudios de la problemática inherente a la dualización del mercado de trabajo, la presencia de dos segmentos diferenciados en cuanto a los tipos de empleo vigentes en la actual coyuntura laboral; por un lado, un mercado primario, integrado por asalariados calificados, relativamente mejor remunerados, con mayor estabilidad, protegidos social y previsionalmente, y por el otro un mercado secundario conformado por personal inestable generalmente menos calificado, cuya inserción ocupacional responde en forma directa a las fluctuaciones de la demanda y con niveles retributivos inferiores respecto de los anteriores. Dentro del marco de esta visión dualista, en coyunturas específicas marcadas por el subempleo y un exceso relativo de oferta laboral, ambos mercados se enfrentan en la medida en que los asalariados secundarios resultan prioritariamente convenientes y ventajosos en todos los órdenes desde la perspectiva de los intereses del empleador, quien busca eludir las rigideces o "ataduras" -en definitiva, mayores compromisos y costos laborales- implícitos en las contrataciones regulares; además, el proceso intensivo de terciarización de las actividades económicas presenta una incidencia directa sobre los márgenes relativos de productividad del trabajo.

             Desde comienzos de la década de 1970 se ha operado una mutación, en el sentido de transformación radical y sustantiva, de las condiciones de reproducción del capital consideradas globalmente, cambio crucial que determina -en forma concomitante- una modificación profunda de las propias condiciones de existencia de la masa asalariada; al respecto, el estudio de la mera reproducción general de las relaciones económicas sólo  contempla el mercado de trabajo en cuanto ente aislado donde se enfrentarían partes contratantes iguales; sin embargo, los niveles diferenciales representados por los salarios individuales resultan un sucedáneo parcial dentro de la complejidad de los mecanismos actuales inherentes a la reproducción del trabajo, situación que alude a  la temática compleja referida a la estratificación ocupacional y remite -simultáneamente- a las condiciones concretas mediante las que se cristaliza la relación salarial.

                En este terreno de análisis operan diversos tipos de diferenciaciones inestables superpuestas, debidas a ciertos factores surgidos de las propias transformaciones experimentadas por el proceso de trabajo en sí mismo, que impulsan cambios cualitativos en los modos particulares adoptados por la efectivización del pago salarial; además, inciden los desniveles cuantitativos entre salarios individuales correspondientes a trabajadores rotativos. La forma más antigua y clásica adoptada por el salario industrial consistió en la remuneración horaria, establecida mediante la vigencia de un salario base surgido de negociaciones colectivas, cuya esfera superaba ampliamente lo estipulado por cualquier tipo de contrato individual, implicando -por ende- que el salario expresara globalmente una relación entre clases, instrumentada mediante la fijación de un contrato salarial típico y de cierta jornada laboral horaria predeterminada; en cuanto alternativa frente a la anterior modalidad de salarización, la remuneración a destajo constituye un mecanismo que responde parcialmente a la aplicación de los principios taylorianos y que -eventualmente- puede coexistir con el salario por tiempo trabajado, sobre todo en algunas actividades  productivas complementarias correspondientes a una misma industria, expresando una pauta salarial base que contempla algunas variaciones referidas a la intensidad del trabajo.

                En forma paralela, la producción capitalista del modo de consumo incide sobre la reconversión de las condiciones de existencia del asalariado a través de las formas de reproducción de la fuerza de trabajo social y, en especial, de la relación salarial; en este sentido, la crisis en la organización del trabajo representa una ofensiva general del capital para reducir los gastos sociales, coincidiendo con graves trastornos financieros de los organismos públicos, fenómenos que expresan una instancia crítica atravesada por el ámbito propio de la reproducción de la condición asalariada. Tomando como modelo el caso del desarrollo capitalista estadounidense, se indica que "la conquista de tasas de plusvalor cada vez mayores entraña prácticas creadoras de factores de diferenciación en el seno del trabajo asalariado" (Habermas); en la medida en que el fundamento de la estratificación ocupacional radica en las formas organizativas asumidas por el proceso intrínseco correspondiente al trabajo, el esquema fordista, en su aplicación pura de acuerdo al parámetro de la economía norteamericana, entrañaba la extensión del trabajador fragmentario, no calificado e intercambiable, al tiempo que una paralela generalización de la norma de consumo obrera hacia el sector comprendido por las actividades terciarias.

                De acuerdo a la incidencia de factores expuestos anteriormente, una diferenciación central entre los asalariados emerge sobre la base de la tendencia por parte de un segmento de ellos -cuantitativamente decreciente en términos proporcionales- al logro de una relativa estabilidad, al resultar beneficiarios de conquistas gremiales asentadas en la vigencia de los convenios colectivos de trabajo; este mecanismo institucional permitió que en los países capitalistas más avanzados, a partir de la posguerra, se lograra mantener en estado latente el conflicto clasista en los reductos obreros potencialmente críticos en cuanto a su nivel de cuestionamiento radical del orden social (Offe). Además, existe en la actualidad escaso margen para sostener la existencia de una "acción disciplinante y sancionadora individual e inmediata de la necesidad económica" en cuanto procedimiento apropiado a efectos de la integración de la fuerza laboral dentro del marco de la sociedad del trabajo, en vista del carácter crecientemente heterogéneo presentado por las inserciones laborales; dicho nuevo condicionamiento incide en la pérdida de virtualidad general del mecanismo relacionado con la supuesta presión social ejercida por el "ejército de reserva".

                Por otro lado, un factor anexo que coadyuva a la fragmentación -y consecuente debilitamiento- del movimiento obrero consiste en la incidencia de ciertas "relaciones político-ideológicas sobre el ciclo de mantenimiento de determinadas categorías de la fuerza de trabajo", generadoras de un efecto de status en determinadas condiciones asalariadas que desconocen la norma social de consumo, agrietando aun más a la masa laboral; en este sentido, ciertas categorías ocupacionales se encuentran conformadas por minorías étnicas oprimidas que experimentan una discriminación sistemática respecto al conjunto de sus condiciones de vida y trabajo. Asimismo, la organización del consumo referida a la estructura familiar asigna a ciertas categorías de trabajadores, reclutados entre mujeres y jóvenes, un salario reducido, denominado complementario; cabe agregar, además, que la estratificación del sector asalariado constituye una de las bases en las que se sustenta el proceso de centralización del capital apoyado en redes de subcontratación (Aglietta).

                Hacia mediados de la década de los ochenta ya se manifestaba la presencia de una realidad sociolaboral signada por la "disminución objetiva de la capacidad de determinación de los supuestos fácticos del trabajo, la producción y la actividad económica en relación con la constitución y el desarrollo de la sociedad en su conjunto", fenómeno condicionante de una gradual pérdida del rol crucial -potencialmente integrador- ejercido por la esfera productivo-ocupacional, desde una perspectiva tanto estructural como evolutiva; en este contexto, el trabajo se convirtió en un punto de referencia crecientemente periférico, en términos colectivos e individuales, a efectos del análisis social, pese al mantenimiento de la condición de dependencia laboral en que se encuentra la mayoría de la población (Offe).

                Se manifiesta entonces una nítida tendencia a la desaparición de aquello que representaba la “función emancipadora que el salariado cumplía” en referencia a las relaciones de sujeción prevalecientes en la sociedad tradicional, en la cual “las relaciones sociales eran fundamentalmente desiguales y personalizadas”; proyectualmente, “la figura central y la condición normal no son más la del trabajador -obrero, empleado, asalariado-, sino la del precario que ya trabaja, ya no trabaja [ejerciendo] de manera discontinua múltiples oficios, de los cuales ninguno es un oficio, no tiene profesión identificable y tiene como profesión el no tenerla; no puede por lo tanto identificarse con su trabajo y no se identifica, sino que considera como su verdadera actividad aquella por el ejercicio de la cual se esfuerza en las intermitencias de su trabajo remunerado” (Gorz)

                Dentro de los sectores específicamente urbanos, la posibilidad de acceso al consumo, incluido el correspondiente a productos alimenticios vitales, se logra sobre la base de la adquisición -a través del mercado- de bienes y servicios necesarios para la subsistencia de las personas y unidades domésticas, proceso resultante de una función del ingreso respectivo combinada con el precio de las mercaderías; en la medida en que la fijación de éste último obedece sólo tangencialmente al accionar individual del consumidor, el ingreso representa en consecuencia la variable decisiva que posibilita alcanzar determinado nivel de satisfacción de necesidades, en términos socialmente aceptables, que garantice la continuidad del proceso de reproducción social. El trabajo constituye la fuente esencial de ingresos para la mayor parte de los segmentos sociales, razón por la cual el desempleo representa la arista más negativa de la cuestión ocupacional, aunque no la única, en la medida en que deben considerarse otras alternativas heterogéneas que expresan la incidencia individual presentada por el mercado laboral en el aspecto retributivo o salarial.

                La denominada implosión de la categoría del trabajo, siguiendo la conceptualización y la terminología utilizadas por Offe, se ve reflejada a través de la diversidad empírica de la acción consistente en trabajar, elemento que socava la hipótesis acerca de la centralidad del ámbito laboral productivo, evaluada morfológica y funcionalmente respecto a la sociedad en su conjunto; asimismo, íntimamente conectado a la evolución del trabajo dependiente se desarrolla el proceso que induce a su diferenciación interna, no aprehensible integralmente por la conceptualización convencional referida a la división del trabajo, teniendo en cuenta que incluye también la distinción entre aquellos que se encuentran plenamente afectados por la racionalidad impuesta mediante dicha división y quienes lo están en escasa o nula medida: se manifiestan entonces dimensiones crecientemente variables entre las diferentes situaciones ocupacionales respecto de los ingresos, calificaciones, seguridad en el empleo, posibilidades de movilidad sociolaboral y grado de autonomía del puesto de trabajo, entre otros factores.

                Resulta entonces potencialmente universalizable la figura central del precario, la que se intenta “civilizar y reconocer para que, de condición sufrida, pueda convertirse en modo de vida elegido, deseable, socialmente valorizado, fuerza de nuevas culturas, libertades y sociabilidades: para que pueda convertirse en el derecho para todos de elegir discontinuidades de su trabajo sin sufrir discontinuidades en el ingreso”. El poder ilimitado adquirido por el capital “sobre el trabajo, la sociedad y la vida de todos” deriva en que el trabajo  “conserve en la vida y en la conciencia de cada uno su carácter central, aunque sea masivamente eliminado, economizado y abolido en todos los niveles” (Gorz).

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