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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DESIGUALDADES SOCIOECONÓMICAS Y CONFLICTIVIDAD - Harold KERBO [IV]

Harold R. KERBO: “Estratificación social y desigualdad. El conflicto de clases en perspectiva comparada” [Madrid, McGraw Hill, 1998] - Síntesis, comentarios y observaciones del texto.

 

El sistema (capitalista) industrial de clases: la caída del feudalismo y el nacimiento paralelo de las sociedades capitalistas implicaron un proceso de cambio complejo que varió en cada nación, de acuerdo a la competencia internacional en el sistema mundial y a los alineamientos clasistas repectivos. En Europa, durante los siglos XV y XVI, continuó el ciclo de perfeccionamiento de los métodos agrícolas, que producían un excedente cada vez mayor, liberando del trabajo de la tierra a cada vez más personas que podían ocuparse de lograr un aumento del nivel tecnológico. A partir de allí, paulatinamente, iría gestando un sistema productivo que cambiaría la naturaleza de la sociedad con una velocidad inédita... 

Deben mencionarse previamente los cambios que provocaron el conflicto entre tres actores principales: a- la vieja nobleza aristocrática, cuyos beneficios e influencia dependían en última instancia de la propiedad de la tierra; b- la elite política cuya posición respondía a la enorme burocracia estatal creada, en principio, para proteger los intereses de la nobleza; c- una clase nueva, progresivamente poderosa, de comerciantes (y productores autónomos) que daría pábulo gradualmente al futuro “industrialismo”. Mientras tanto el pueblo llano, debido a su creciente miseria ante las transformaciones socioeconómicas, se rebelaba o aportaba por otros medios a la crisis político-social impulsada por los tres actores colectivos citados, que pretendían orientar a las masas en su propio beneficio. En el siglo XVI la evolución comercial y productiva en el contexto mundial arrojó a los Estados más poderosos a un conflicto en la economía internacional, consistente en la cuestión acerca de qué potencias explotarían colonialmente a las regiones subdesarrolladas, entablándose una serie sucesiva de países hegemónicos: España, Portugal, Holanda, Inglaterra, Francia...

El desarrollo de la revolución industrial, a partir del siglo XVIII, configuró un nuevo sistema estratificacional, el sistema de clases; ciertos caracteres del mismo han existido antes (verbigracia, en el imperio romano), pero sólo con el surgimiento de las sociedades industriales este tipo de sistema estratificacional logró sobrevivir y extenderse mundialmente. Hay muchas diferencias entre los distintos sistemas clasistas, aunque todas las naciones industrializadas suelen tener características similares referentes a la estratificación. Sin embargo, pese a la posibilidad de identificar un tipo ideal de sistema de clases, se presenta una mayor variedad en el mismo respecto a los de castas y estamental-feudal. 

Un aspecto muy importante de las “sociedades de clase” consiste en que su base económica es industrial. Cuando la vieja nobleza europea perdió su posición dominante en política y economía, cedieron las desigualdades por adscripción y, consecuentemente, las divisiones estamentales rígidas. Las nuevas sociedades industriales requerían un sistema diferente de estratificación con el propósito de que la burguesía, nueva clase dominante pudiera expandirse y prosperar. Cundía entonces la necesidad de un modelo estratificacional adecuado a una fuerza laboral más cualificada y formada, que trabajaba en un sistema productivo industrial dotado de mayor complejidad, esto es que permitiese que la ubicación de clase dependiera más de la capacidad, o del mérito, que de los criterios adscriptivos propios de las sociedades anteriores. Se trataba por lo tanto de posiciones normativamente abiertas basadas, en mayor medida, en el logro que en la adscripción, aunque ésta todavía constituye un medio importante de ubicación social.  

No obstante, del énfasis que las sociedades de clases ponen en la apertura y en el logro no se sigue que exista también un énfasis normativo equivalente respecto a la igualdad; pero existe esta última en cuanto a la presencia de oportunidades o a la libre competencia, dado que los individuos más capaces o meritorios recibirían recompensas superiores, y el nivel de desigualdad entre las elites y la población general es menor en comparación con los tipos previos ideales de sistemas de estratificación. Las elites en la sociedad clasista no obtienen menos beneficios materiales que sus equivalentes en el feudalismo, sociedades de castas o esclavistas, aunque la mayoría de la población, en términos generales, se encontraría en mejores condiciones, al menos desde el punto de vista material. Se produce una reducción de la distancia existente entre elites y masas, lo cual no obsta para que la desigualdad esté creciendo nuevamente en muchas sociedades industriales como consecuencia de los cambios operados en el sistema económico mundial...

El proceso de legitimación en estas sociedades presenta una gran relevancia, ya que debe convencerse a los menos favorecidos que su posición baja es, de alguna manera, justa o adecuada. Las desigualdades se justifican sobre todo por medio de la ideología de la igualdad de oportunidades, desde el momento en que el acento normativo en las categorías abiertas, y en el logro, pasa a formar parte del proceso de legitimación. En cierto grado dicho precepto ideológico se ha institucionalizado mediante el sistema legal, al no existir sanciones jurídicas que apoyen abiertamente las desigualdades adscritas, como ocurría en las colectividades estamentales o feudales, sino leyes de fomento de la libre competencia o de la igualdad teórica de oportunidades, verbigracia contra las prácticas monopólicas de las empresas, de promoción de la igualdad de acceso a la educación y al mercado laboral. Es necesario resaltar, sin embargo, que esas leyes son en parte un aspecto complementario de la legitimación de la desigualdad y que, con frecuencia, las mismas se eluden “de hecho”.

Durante los siglos XIX y XX se desarrollaron nuevas sociedades industriales, tanto capitalistas como socialistas, existiendo muchos tipos intermedios entre ellas: en todas surgieron elites con nuevas bases de poder. Pese a sus diferencias de ideología política, grado de democracia y de alguna manera (“hasta cierto punto”) nivel de desigualdad y movilidad sociales, la nueva tecnología industrial y la organización sociopolítica emergente impusieron límites generales al tipo de sistema estratificacional factible.

Sociedades industriales y posindustriales: en los “sistemas de clases tempranos” la forma de desigualdad más importante era económica: tanto la propiedad -control- de los medios de producción (capital industrial), como así también la cualificación profesional, proporcionaban una considerable recompensa material, que incidía en el status y en el poder político. No obstante, actualmente el predominio de las desigualdades económicas se habría debilitado: las sociedades posindustriales o avanzadas están sustituyendo a los primeros sistemas sociales surgidos del proceso clásico de industrialización. Aquéllas siguen presentando la mayoría de los caracteres del sistema convencional “de clases”, pero la forma dominante de desigualdad (o la base de ésta) habría cambiado: en nuestros días las desigualdades económicas no serían tan importantes como las correspondientes al poder burocrático. Ello debido a que la propiedad de los medios de producción (capital o fábricas) ha dejado de estar en manos de las familias ricas, habiendo crecido las burocracias públicas y las grandes corporaciones. Es decir que las posiciones más altas de estas instituciones burocráticas serían las formas más importantes mediante las cuales se sustenta la superioridad de clase en las sociedades industriales avanzadas.

El autor considera que en estas dos fases ulteriores de evolución socioeconómica de la humanidad, en un sentido genérico, se ha reducido la desigualdad social. La historia de las distintas civilizaciones pasadas había demostrado el desarrollo de desigualdades crecientes. Sin embargo, en la progresión hacia las sociedades agrarias avanzadas, la vida del pueblo llano mejoró relativamente, en algunos casos, mientras la riqueza y el poder de las elites se multiplicaron rápidamente. Aquella tendencia general habría variado en las sociedades industriales maduras: tras un periodo inicial de aumento de la desigualdad al comienzo del “industrialismo” en la mayoría de los países, la misma luego ha decrecido: sigue existiendo un gran nivel de desigualdades de todo tipo, pero ellas varían entre las sociedades industriales de manera significativa. Destaca EE.UU. por la potenciación de su estructura social desigual, alcanzando el grado más alto entre las naciones industrializadas.

La población general habría podido, en definitiva, beneficiarse de la revolución asociada al incremento del rendimiento de los sistemas cada vez más avanzados de producción económica. Lo mismo puede decirse, grosso modo, de las naciones que han experimentado un desarrollo económico reciente. Aunque las elites de los países industriallizados, más o menos democráticos, hayan podido perder algo del poder político del que disfrutaban sus antecesoras, los avances materiales de la sociedad en su conjunto no se han producido a expensas de aquéllas, puesto que la posición económica de las elites ha mejorado debido, en parte, a que el nivel de vida la de las masas también lo habría hecho.

En las sociedades posindustriales de las últimas décadas, tomando como parámetro las naciones económicamente más avanzadas, se registra una proporción menor de producción industrial pesada y un sistema económico-productivo basado, esencialmente, en servicios e industrias de tecnología “de punta”. El conocimiento y la formación educativa resultan en la actualidad más decisivos que la propiedad de la tierra o la riqueza en la determinación de las oportunidades vitales de una persona [Bell, Galbraith]. Se ha generado, en suma, un  cambio ocupacional desde los trabajos industriales de clase obrera hacia los empleos de clase media (“cuello blanco”), los cuales requieren una capacitación superior.

Corresponde indicar la variedad del grado de desigualdad existente entre las distintas sociedades posindustriales: en los EE.UU., contrastando con Alemania y Japón (cuyas poblaciones tienen niveles más altos de formación), las numerosas personas que se ubican en los estratos más bajos se encuentra crecientemente incapacitada para ascender a puestos de trabajo más cualificados, que requieren una mayor formación; en consecuencia, el advenimiento de la era posindustrial ha generado diferencias progresivas respecto a la desigualdad. Por otro lado, el cambio de la posición comparativa de las naciones, en el marco de la moderna economía mundial, ha incrementado la variación de la desigualdad entre esas sociedades...

Los motivos de la inversión de la tendencia histórica hacia una creciente desigualdad serían los siguientes: 1) la complejidad de la tecnología (máquinas y organizaciones) de las sociedades industriales, por la cual las elites debieron hacer concesiones en su autoridad, dentro de la gran empresa industrial, en pos de la eficiencia productiva, y de ello han derivado mayores recompensas para los empleados subordinados; 2) la cesión a las clases bajas de más excedente económico ha elevado la productividad, deviniendo una clase obrera menos hostil, al percibir más beneficios personales de la expansión de la productividad industrial, por lo que tiende a recurrir menos a la huelga, al “tortuguismo” y al sabotaje de la producción [además, si los salarios se mantienen al nivel de subsistencia no existiría mercado para la colocación de los bienes industriales en aumento]; 3) un rápido aumento de los bienes materiales y de la riqueza alcanza pronto el nivel de utilidad marginal (cuando se tiene una renta de varios millones de dólares, el siguiente millón aporta poco valor), debido a lo cual las concesiones económicas a los trabajadores reducirían los peligros y pueden granjearles a las elites algún respeto por parte de las clases bajas; 4) importancia, sobre todo para las clases bajas, de la tasa reducida de crecimiento demográfico en las sociedades industriales, es decir que cuando la producción crece y la población se mantiene estable, existiría un excedente superior para repartir entre las elites y las masas; 5) como la complejidad creciente de la industria obligó a las elites a confiar más en los expertos técnicos -punto “1”-, el sistema industrial requiere por doquier mucho más conocimiento y cualificación, motivo por el que deben hacerse concesiones para contar con una fuerza de trabajo más cualificada; 6) la difusión de una ideología más igualitaria y de los sistemas democráticos “ha seguido a esta revolución industrial” [Kerbo recuerda al respecto que la nueva clase de comerciantes que reemplazó a la poderosa nobleza agraria, en el ocaso del feudalismo, sólo pudo hacerlo con la ayuda de las masas], situación que conlleva la necesidad de llevar a cabo cesiones políticas democráticas; 7) el conflicto internacional creciente que promueve el desarrollo de la “guerra total”, de modo que las elites no pueden permitirse perder la lealtad de la población (por caso, para arriesgar la vida por la patria hay que creer que merece la pena luchar por la nación); 8) mientras el nivel de desigualdad en las naciones industriales es menor, la desigualdad a escala planetaria está creciendo velozmente [“puede ser que ambas cosas estén, de hecho, relacionadas”], dado que la división del trabajo se ha convertido en un fenómeno mundial, pues la mayoría de los empleos peor pagados se encuentran en las naciones menos desarrolladas, mientras que las sociedades industriales avanzadas se benefician de los empleos de alta tecnología y remuneraciones elevadas, y un nivel de vida superior, factible a través de la explotación laboral y de los recursos baratos del tercer mundo.-

A los fines de analizar la evolución de la desigualdad, y la cristalización de modelos de estratificación, sociales es preciso comprender que un sistema estratificacional de una sociedad determinada abarca un conjunto de instituciones que sirven para mantener las desigualdades de clase, status y poder. Ello lo hace, en parte, justificándolas como si fueran correctas y/o útiles para el bien común y, a veces, definiendo reglas “justas” mediante las cuales quienes se encuentran en la cima alcanzan esa posición. Pero cuando se dan niveles muy altos de desigualdad y grados muy limitados de movilidad social suele ser difícil conservar el statu quo. Las desigualdades extremas y rígidas excepcionalmente se hacen tolerables por y para siempre, y cuando la riqueza y el poder se concentran en pocas manos, comúnmente la estrechez de miras de los poderosos deteriora la “salud de toda la sociedad”.

Estudiando la dimensión histórica del fenómeno en forma más detallada, a través de una visión descriptiva panorámica, se comprueba la inexistencia de una progresión lineal uniforme, desde las sociedades comunales primitivas hasta el sistema de clases industrial, sino únicamente una tendencia en esa dirección durante el transcurso de los siglos.

La perspectiva teórica del autor remite a la concepción de Lensky, cuya postura señala que el nivel de desigualdad en una sociedad dada se encuentra vinculado con el nivel tecnológico alcanzado y la cantidad de bienes excedentes producidos por aquélla, ambos factores habitualmente interrelacionados. De manera que cuanto más avanzada es la tecnología, mayor es la cantidad generada de bienes excedentes y servicios: “en las sociedades más simples o tecnológicamente más primitivas, los bienes y servicios disponibles se distribuyen mayormente sobre la base de la necesidad, mientras que con el avance tecnológico una proporción creciente de los mismos lo hacen sobre la base del poder”.

Mediante un grado bajo de desarrollo tecnológico, condicionante que implica la existencia de un escaso o nulo excedente, nadie tendría el poder para dominar los recursos de la sociedad, por lo que se tendería hacia un nivel general de igualdad. En cambio, a medida que progresa la tecnología y se produce más excedente las elites, liberadas de la producción cotidiana, encuentran los medios para controlar dicho valor excedentario de bienes, factor que daría poder sobre los demás, así como una porción mayor de ese excedente. En última instancia, por ende, el nivel de desigualdad aumentaría habitualmente con la evolución tecnológica.  

En las primeras sociedades cazadoras y recolectoras el excedente de producción de alimentos y otros bienes era pequeño; a través de la aparición de los métodos agrícolas de producción de alimentos, los niveles de desigualdad comenzaron a incrementarse incesantemente [hace unos 10.000 años comenzó a crecer de manera significativa el grado de desigualdad en los primeros asentamientos agrícolas: su expansión y desarrollo, junto a la aparición de las grandes civilizaciones, ocurrió hace alrededor de 6.000 años. La tendencia comenzó a invertirse ligeramente sólo después de la revolución industrial...

Cabe subrayar que no existe una única trayectoria lineal de evolución social que hayan seguido, o vayan a seguir, todas las sociedades, sino sólo una tendencia muy general orientada a la formación de sociedades más complejas y tecnológicamente más avanzadas. Ello depende de la diversidad de culturas y entornos físicos y sociales; asimismo, cuando las sociedades cambian, no lo hacen conforme a una sola pauta establecida por los respectivos citados entornos (por ejemplo, los países subdesarrollados deben enfrentarse a un sistema internacional de poder económico que suele influir negativamente en sus oportunidades de avanzar económicamente). 

La desigualdad constituye un aspecto perdurable en la mayoría de las sociedades: debido a tal circunstancia, es preciso comprender los conflictos que, generalmente, actúan al interior de los sistemas de estratificación social. La existencia de la desigualdad y el conflicto por los recursos escasos es lo que hace necesarios dichos sistemas; sin ellos, existiría un conflicto abierto y una agresión perpetua por la distribución de los recursos mencionados. Sin embargo, una vez que se ha establecido con firmeza un sistema estratificacional, “tiene lugar sólo una ligera disputa por la distribución de los recursos, [pues la misma] ya ha tenido lugar y se ha consolidado al menos por algún tiempo” [Van der Berghe]. Teniendo en cuenta lo expuesto, la cuestión acerca de quién obtiene qué y por qué tiene respuesta, pero temporalmente, si se observa la evolución histórica de la desigualdad.-

Un interés históricamente temprano por la desigualdad y las divisiones sociales se encuentra en los textos más remotos sobre la condición humana: el tema ha sido objeto de una discusión intensa desde entonces. La problemática de marras ya se manifestaba, por ejemplo, a través de los antiguos profetas hebreos [800 a.C.] y la filosofía griega elaborada por Aristóteles [350 a.C.] Haciendo un gran salto en el tiempo, durante los siglos XVII y XVIII Locke, Rousseau y Montesquieu, entre otros autores, criticaron las viejas desigualdades del periodo feudal. En el siglo XIX Bonald, De Maistre y Saint-Simon construyeron teorías sistemáticas sobre la sociedad, en las cuales la naturaleza de la desigualdad humana se convirtió en el asunto central de la nueva ciencia, sostiene Kerbo siguiendo a Dahrendorf.

Las primeras ideas sociológicas acerca de la estratificación de las sociedades se reflejan en las concepciones modernas de Marx, Weber y Durkheim. Subyacen una serie de supuestos en dichas teorías, por lo que el autor analiza algunos conceptos clave de las obras de los citados exponentes de la sociología clásica, concentrándose en aquellos que habrían aportado en mayor medida a la comprensión de los sistemas contemporáneos de estratificación social.

Comienza reseñando los PARADIGMAS ALTERNATIVOS en el análisis de la cuestión, dado que el científico debe trabajar, en buena medida, a partir de un conjunto de supuestos precientíficos y no comprobados sobre el fenómeno en estudio. En ese sentido, “paradigmas” serían las imágenes generales de la realidad que configuran las teorías específicas, mientras que los supuestos correspondientes son denominados paradigmáticos. El autor precisa que se presentan visiones contrapuestas al respecto: sin embargo, no sólo encontramos debates de carácter político en ellas, puesto que existe una realidad “ahí fuera”, por muy compleja y múltiple que la misma resultare, compitiendo por su comprensión las diversas teorías. Debido a esa circunstancia, el científico social debe proceder igual que el físico, quien intenta comprender su objeto [recurriendo a] ciertos supuestos no comprobados, o incluso no comprobables, tal como lo había demostrado el enfoque de kuhneano sobre los paradigmas en la ciencia. En consecuencia, debería preguntarse su un paradigma deviene útil, o lo es de modo escaso, a la hora de responder interrogantes puntuales acerca del objeto de análisis científico. No obstante la apreciación antedicha, “si en el marco del estudio de la estratificación social lo que más nos preocupa es la pregunta de quién obtiene qué y por qué, en sociología se reconoce cada vez más que es algún tipo de teoría del conflicto la que ofrece las respuestas más útiles”.

Desde los comienzos de la sociología como disciplina independiente han coexistido dos macroteorías o paradigmas generales, las cuales incidieron en el desarrollo de las conceptualizaciones respecto a la estratificación: las teorías del conflicto y las funcionales de la sociedad constituyen intentos por contestar la cuestión básica de la sociología, esto es ¿cómo es posible la sociedad?

Kerbo selecciona tres supuestos principales que determinan las divergencias entre ambos paradigmas mencionados: 1) El funcionalismo afirma que la sociedad se mantiene unida debido al consenso generado alrededor de sus valores y normas, mientras que los teóricos del conflicto consideran que la unión social, en el marco de intereses enfrentados, obedece a que uno de los grupos de la sociedad tiene el poder de hacer cumplir las reglas establecidas, o a que conviven tantos grupos de interés solapados -y divididos- que los individuos o colectivos deben aprender a cooperar entre sí. 2) Los teóricos funcionales tienden a evaluar las sociedades en cuanto sistemas holistas, es decir dotados de una dinámica similar a la de los organismos biológicos, y los del conflicto se concentran en las partes y en los procesos específicos que conforman a aquéllas. 3) Los funcionalistas abordan las sociedades como sistemas sociales con ciertas necesidades intrínsecas que deben satisfacerse, para que funcionen adecuadamente y se autoconserven, al tiempo que sus oponentes tratan la sociedad en términos de determinado contexto en que varios grupos de intereses contrapuestos interactúan y compiten.

Otro conjunto divergente de supuestos paradigmáticos alude a las valoraciones críticas y no críticas sobre la estratificación social (planteo tomado de Lensky, que usa los términos radicales y conservadores, respectivamente), y es combinado con el precedente, permitiendo la construcción de una tipología de paradigmas alternativos. Los supuestos valorativos “críticos” refieren a i] que la desigualdad es evitable, ii] una visión optimista de la naturaleza humana y iii] la concepción de “sociedades mejores y más justas” en tanto objetivo de la ciencia social. En cambio, los “acríticos” indican i] la inevitabilidad de la sociedad desigualitaria, ii] la desconfianza en la naturaleza del ser humano, y iii] la vigencia del principio acerca de que la sociología debería ser una disciplina científica desprendida de valoraciones subjetivas.

La compaginación combinada de ambos conjuntos señalados suministra un cuadro taxonómico compuesto de cuatro casillas, conteniendo los siguientes paradigmas [Strasser]: I- crítico del orden; II- no-crítico del orden; III- crítico del conflicto; IV- acrítico del conflicto. Esta tipología permitiría una clarificación mayor de la problemática enfocada, pudiéndose agrupar teorías específicas de la estratificación social que ofrecen explicaciones o caracterizaciones de propiedades semejantes. Tales similitudes se expresan al compartirse algunos supuestos paradigmáticos elementales sobre la naturaleza de la sociedad y de la desigualdad social. La utilización del encuadre tipológico, no obstante, debe reconocer los argumentos más matizados de cada concepción, por lo que el mismo remite sólo a un método particular en aras de lograr una comprensión superior de la temática tratada...

En cuanto al examen de las respectivas lógicas de los paradigmas explicativos de la naturaleza de la estratificación en las sociedades, el autor advierte que el tipo “crítico del orden” no se encuentra representado en las teorías recientes al respecto. Ello obedecería a que las visiones contemporáneas más relevantes en torno a la problemática socioestratificacional se condensan en las tres “casillas” restantes, a saber:

a) Paradigma general no crítico del orden: combina los supuestos valorativos acríticos (escaso o ningún cuestionamiento al status quo) con el modelo de sociedad que subraya la vigencia del orden. Respecto a la estratificación social, las desigualdades presentes resultarían inevitables debido a que la naturaleza humana es fundamentalmente egoísta, y/o a que el sistema social requiere la existencia de aquéllas para satisfacer algunas de sus necesidades básicas [teoría “funcional” sobre la sociedad estratificada].

b) Paradigma acrítico del conflicto: comparte con el anterior la desconfianza hacia la naturaleza humana y el supuesto de que la desigualdad es, en gran parte, inevitable. Dado que en la sociedad coexisten intereses en conflicto, el factor que mantiene el orden social radicaría en el poder de un grupo sobre los demás. También, igual que en el caso previo, se sostiene la neutralidad valorativa del análisis social, orientada a descubrir las leyes sociales elementales que rigen el funcionamiento de la sociedad, antes que a promover la transformación de ella [unas de las concepciones pertenecientes a este eje paradigmático con las teorías del “conflicto sobre el poder”].    

c) Paradigma crítico del conflicto: del mismo modo que el modelo no crítico precedente, tiene una imagen de la sociedad donde el conflicto y el poder resultan las claves del orden social, al menos en las sociedades actuales. El poder de un grupo (clase alta o elite) genera dicho orden: un grupo poderoso puede coaccionar o manipular a las clases subordinadas, dada su influencia predominante en la economía, el gobierno, los tribunales judiciales y la institución policial. Sin embargo, tal apreciación es combinada con supuestos valorativos críticos, teniendo en cuenta que esta postura teórica deviene más optimista que el posicionamiento acrítico previamente señalado, porque al considerar que la naturaleza humana es más altruista, cooperativa y generosa (o aunque fuera sólo más flexible en función de los factores externos), una sociedad más humanista e igualitaria sería factibles. No obstante, a diferencia de los paradigmas anteriores, esta postura “desconfía de las instituciones sociales restrictivas”, cuestionando en gran medida el statu quo, ya que sus supuestos valorativos derivan en que el fin de la ciencia social consiste en comprender la sociedad para poder cambiarla, motivo por el cual hace hincapié en la evolución histórica progresiva de las colectividades humanas [los representantes de esta corriente se dividirían en “marxistas” y “no marxistas”, en este último caso por ejemplo Charles Wright Mills].       

Teniendo en cuenta que la tipología expuesta constituye una simplificación, las teorías nunca deben ubicarse en categorías excluyentes que reflejen una dicotomía, pues -verbigracia- la dimensión referida a los supuestos críticos representa un continuum...

ANÁLISIS MARXISTA DE LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL (un paradigma crítico del conflicto):

Durkheim y Weber construyeron sus teorías, en parte, como reacción frente a las obras marxianas. Anteriormente, a comienzos del siglo XIX, puede situarse el inicio de la conceptualización sociológica moderna a través de la concepción de Saint-Simon, donde pueden rastrearse las “semillas de las teorías funcionales y del conflicto”. Mientras Durkheim habría trasladado la perspectiva saintsimoniana a la sociología académica occidental, bajo la forma de un paradigma acrítico del orden, Marx elaboró a partir de aquélla un eje paradigmático crítico del conflicto, madurando su teoría en torno a una explicación de las clases -y de la dominación de éstas- en tanto fuerzas históricas trascendentes en la evolución de las sociedades.

Uno de los supuestos paradigmáticos fundamentales del marxismo consiste en que la base de la sociedad, en el transcurso de la historia humana (al menos hasta la hipotética fase “final” comunista), está constituida por el mencionado dominio clasista y el consiguiente conflicto social. El enfoque de esta escuela es dinámico, en la medida en que se dedica a analizar los cambios: al respecto, el orden social se apoya en la existencia de una clase dominante, favorecida en sucesivas etapas históricas específicas del desarrollo económico, que puede mantener la estabilidad de la sociedad mediante el poder detentado sobre las clases subordinadas. El supuesto valorativo reside en que la actividad de la ciencia social no remitía únicamente a entender la sociedad, sino también a transformarla. Marx criticó las desigualdades, contradicciones y explotación existentes en el sistema capitalista, estimando que dichas condiciones serían cambiadas: el optimismo de su visión radicaba en la creencia de que las estructuras sociales sustentadoras de esa situación se encontraban sujetas a transformación.

Muchos debates confusos generados alrededor de la obra marxiana se deben a su complejidad, pero también a que Marx fue, simultáneamente, activista político y científico social: algunos de sus textos reflejan el primer rol señalado, dado que fueron escritos de manera simplificada con el propósito de que su ideario resultare accesible a la población en general (tal es el caso, verbigracia, del “Manifiesto Comunista”, redactado junto a Engels en el contexto de las revueltas contestatarias europeas acaecidas en 1848). Kerbo indica, en tal sentido, que “comprender la riqueza marxiana es más difícil cuando se intenta captar la esencia de sus ideas a partir de esos escritos que responden a una motivación política”. Además, el acceso limitado que han tenido los teóricos sociales a las obras completas de Marx representa otro obstáculo para una comprensión plena de su concepción, teniendo en cuenta que sus textos más conocidos corresponden al “costado político” del autor alemán, lo cual redunda en la conveniencia de soslayar las interpretaciones vulgares de su teoría.

En cuanto a los fundamentos básicos del enfoque marxiano, debería considerarse aquellos que se ha denominado, con cierta inexactitud, la tendencia general determinista y materialista histórica: para entender el funcionamiento de las sociedades, sería preciso comenzar estudiando las condiciones “materiales” de la subsistencia humana (economía de las necesidades primarias). La clave de este análisis remite al progreso histórico de dichas condiciones de producción, mientras que el resto de los aspectos sociales, desde la organización política hasta las estructuras familiares, la religión y las ideologías, son en general -aunque no siempre- fenómenos secundarios, al resultar configurados por los medios particulares de producción [base económica de la sociedad]. Tal determinismo rígido se encontraría sólo en las obras más políticas de Marx, al tiempo que los “Grundisse” manifiestan una mayor flexibilidad cuando se tratan los factores materiales y los culturales o ideológicos de la sociedad. Aunque comprender la relación entre infraestructura y estructura es importante a efectos de explicar la teoría marxista, no debería exagerarse el condicionamiento determinista...

En la teoría marxiana es relevante la forma en que las pautas de propiedad pueden moldear los aspectos superestructurales, ya que cuando un grupo posee y/o controla los medios esenciales de producción social, el poder que ese factor otorga a la clase propietaria, o controladora, le permite manipular ciertos elementos de la superestructura con el fin de promover sus intereses clasistas. Asimismo, las relaciones de propiedad dan forma al sistema político. Las sociedades históricas, “espoleadas por el conflicto de clases y las contradicciones internas surgidas de la explotación de una clase por otra, evolucionan a través de una serie de etapas hasta llegar a la sociedad comunista final”. Respecto a la concepción del materialismo histórico acerca del cambio social, las transformaciones infraestructurales conducirían a un “cambio social revolucionario o más completo”. De acuerdo a esta visión, los tipos principales de sociedad, a lo largo de la historia son el comunismo primitivo, el modo de producción antiguo o esclavista, el régimen feudal, el sistema capitalista, y la sociedad comunista [precedida por el modo de producción socialista], a los que se agrega el sistema asiático.   

Cada uno de los tipos mencionados de sociedad se basa en una infraestructura o modo de producción peculiar: en el comunismo primitivo la mayor parte de las posesiones son colectivas y la generación de bienes es una actividad comunitaria (escasas desigualdades); el modo de producción antiguo se caracteriza por el trabajo de los esclavos [propiedad de los amos]; en el feudalismo el medio predominante de producción es la tierra, poseída principalmente por la nobleza (los siervos trabajan aquélla, entregando el excedente de su labor al “señor” terrateniente); dentro del régimen capitalista, “los medios de producción son primordialmente industriales” [1], con relaciones socioproductivas que responden, en su esencia, a la propiedad privada de aquellos medios; en el comunismo, “los medios de producción continúan siendo industriales, pero las relaciones” productivas correspondientes han pasado a convertirse en propiedad colectiva. Por su parte, “el modo de producción asiático implica menos propiedad privada de la tierra y la existencia de una elite política más poderosa”, desarrollada en virtud de la necesidad de administrar colectivamente los proyectos de riego; las relaciones de producción conllevan aquí que dicha elite “controlase la producción (en lugar de la propiedad privada de los medios), apropiándose del excedente del trabajo social”.


[1] Aquí Kerbo soslaya un paso fundamental de la transición feudal-capitalista, el correspondiente a la vigencia transitoria del capitalismo comercial, junto a la diferenciación entre la producción manufacturera en talleres, mediante el uso de herramientas, y la específica -posterior- basada en la fábrica “industrial” propiamente dicha, que incorpora la utilización de maquinarias.

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