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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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FASE HISTÓRICA RENACENTISTA DE LA TEORÍA SOCIOPOLÍTICA - Juan Labiaguerre [I]

Muchos conceptos de la sociología clásica del siglo XIX, e inicios del subsiguiente, remiten históricamente a la Edad Moderna, dado que escuelas tales como la positivista, el materialismo histórico y el evolucionismo, entre otras, retomaron el análisis de problemas de la humanidad ya tratados en el transcurso de los siglos XVI al XVIII en Europa occidental. Asimismo, los antecedentes de la cuestión del método de estudio en ciencias sociales, vigente en las obras de Comte, Marx, Spencer, Durkheim, etcétera, también pueden rastrearse en aquella era, a través de lo expuesto por representantes del Renacimiento, del Humanismo y de la Ilustración.

Tal periodo de la historia comprende la transición del régimen feudal al capitalismo, la colonización del Nuevo Mundo, la evolución política desde la consolidación de las monarquías absolutas hasta el estallido de la Revolución Francesa, la Reforma religiosa protestante y la Revolución Industrial iniciada en Inglaterra. En cuanto a la temática sociológica propiamente dicha, a lo largo de esa era se fueron conformando las estructuras sociales contemporáneas, estratificadas a partir de una división del trabajo generadora de inequidades específicas y conflictos consecuentes.

Cultura renacentista: el humanismo artístico y ético. El declive final del feudalismo y la evolución de formas socioeconómicas capitalistas, junto a la expansión de las potencias europeas a otros continentes, enmarcan la aparición y el desarrollo del Renacimiento, movimiento cultural que abarcó gran parte de los siglos XV y XVI. Este proceso intelectual, presente en las artes y en el campo científico, rescató parcialmente elementos de la filosofía antigua, cuestionando las instituciones e ideas tradicionales prevalecientes en la pasada Edad Media [1]. Las visiones modernas reflejaban una mentalidad incipiente de carácter individualista y pro-burgués, a veces con un leve sentimiento anticristiano, aunque limitado a la crítica a los rasgos asumidos por la institución eclesiástica, más que a la creencia teológica en sí misma [2]. Si bien tuvo un sesgo de índole espiritual, manifestado en valores sobre todo artísticos y éticos, generó un ámbito propicio al avance de la ciencia en sus diversas especializaciones. No obstante, esta tendencia careció de uniformidad y consistencia, de modo que generalizar sus atributos al conjunto de la sociedad de esa época es inadecuado, pues ello implica transferir una caracterización ideal a contenidos heterogéneos [3].

El “pensamiento” renacentista, al margen de sus variantes internas, interpretó un proceso consciente, aun débil e inmaduro, opuesto a la universalidad del medioevo apoyada en la autoridad todavía ejercida por la Iglesia. En consecuencia, los exponentes del “nuevo ideario” debieron acordar con las normas y valoraciones del viejo sistema feudal, defendido por sus estamentos sociales dominantes, un orden político, económico, religioso y cultural de convivencia y compromiso [4]. Se trata entonces de una fase transitoria, de considerable extensión temporal, que demandó un determinado consenso entre diferentes sectores de la sociedad, coexistentes y antagónicos, en pos de evitar, mediante un equilibrio elemental, el contraste frontal entre ellos. Es así como el enfrentamiento directo entre la clase burguesa, naciente y en progresivo crecimiento, y los estratos poderosos supervivientes de la comunidad medieval, sería pospuesto hasta el siglo XVIII.

Por otro lado, la denominada “revolución copernicana” significó un evento crucial en la era emergente, al enunciarse la concepción astronómica heliocéntrica, cuyo postulado afirma que el sol constituye el eje central del universo, mientras que la totalidad de los planetas, incluida la tierra, giran en torno de aquél, tesis contraria a los preceptos bíblicos, es decir supuestamente consignados en los textos de las sagradas escrituras [5].

En el Renacimiento sobresalieron personalidades dedicadas al cultivo del arte y/o a la práctica científica, actividades en ocasiones realizadas por el mismo sujeto, o a la creación artística en varias ramas simultáneamente, habiéndose destacado las obras innovadoras en arquitectura, escultura y pintura [6]. Muchas figuras intelectuales de esa fase histórica trascendieron su tiempo, al ser mundialmente reconocidas hasta nuestros días, pues su “cosmovisión” relativamente original representó un punto de inflexión, en términos del devenir ulterior de la modernidad. Fue una etapa de particular efervescencia en Europa, donde se delinearon perspectivas, al menos, novedosas en diferentes áreas de la cultura, a pesar de que comúnmente ellas permanecían de alguna forma vinculadas, en lo sustantivo, al fuerte legado ideológico tradicional [7].

Dentro de este movimiento se ubica la escuela humanista, a partir de la cual fueron elaboradas doctrinas sobre distintos tópicos, incluso de contenido sociopolítico, y obras ficticias; con frecuencia, tales creaciones presentaban un carácter mixto entre ambos géneros, dado que -por lo general- un texto de literatura comprendía temáticas de índole moral, social e institucional [8]. El ambiente intelectual de la época resultó propicio a la aparición de enfoques teóricos sobre cuestiones sociales sustantivas de esa etapa; aunque habitualmente por medio del género literario, sus aportes conceptuales subyacentes constituyen un precedente innegable de planteos futuros de la sociología, y de otras disciplinas humanísticas, cuando desde el siglo XIX cada una de ellas asuma una condición de relativa autonomía [9].

Asimismo, existía un marco tenso entre pretendidas restauraciones de ideas “antiguas” y valores tradicionales medievales arraigados, junto a algunas concepciones sui generis de los nuevos tiempos. Fueron reivindicadas ciertas premisas de la filosofía clásica grecorromana, las cuales ponían en tela de juicio muchos de los rasgos salientes del ordenamiento “feudal”. La tendencia renovadora apuntaba a un retorno discreto a la confianza en el raciocinio humano, ya que la vida en este planeta poseía un valor independiente de cualquier temor o esperanza relacionados con una vida ultraterrestre [10]. La corriente renacentista se hallaba acotada a un grupo restringido de intelectuales, minúsculo en proporción a la población en general, el cual conformaba una elite selecta, artística y científica. Esta vanguardia sostuvo una concepción del mundo alternativa, en gran parte divergente, frente a las visiones impuestas durante siglos por los sectores dominantes del medioevo, a pesar de no haber representado un quiebre sustantivo con ese pasado ahora gradualmente vilipendiado.

Dentro de la citada corriente de pensamiento, “el humanismo pretende sustituir el sistema mental jerárquico de la sociedad con una perspectiva que, si bien es individualista, tiende a una unión fraterna y sin desigualdades sustanciales entre todos los hombres. Su reivindicación de la dignidad del individuo se refiere y corresponde... a la afirmación del valor universal de la humanidad y de la naturaleza en que está asentado”. Se trató de una cultura abierta, libre y dinámica,... consciente de que es puramente humana y de que, como tal, no puede imponer al hombre opresiones o alienaciones fundamentales [11].

La visión humanista procuró recuperar cautelosamente los valores racionales, apagados en la larga oscuridad de la Edad Media; si bien no alcanzó la dimensión de revolución mental auténtica, su intento de defender y divulgar las cualidades específicas de la vida “terrenal”, incluso los placeres y vicios inherentes a la esencia de las personas, representa un germen remoto de las teorías antropológicas, sociopolíticas, económicas y psicológicas contemporáneas. No obstante ello, su perfil incoherente, debido al propio contexto transicional, le impuso considerables limitaciones, dado que dicha perspectiva fue tan laica como cristiana, y conservadora a la vez que progresista. Además, su alcance restringido contrasta, por ejemplo, con la difusión amplia del ideario iluminista que sobrevendrá en el siglo XVIII, que entonces sí abrió un surco tajante de ruptura con el “Antiguo Régimen” en su integridad. De manera que este gran movimiento -por reflejo de su desigual aceptación en la sociedad...- llegó a resultados muy valiosos, pero frecuentemente inorgánicos [12].

Es preciso considerar los nexos existentes entre el punto de vista del humanismo y el proceso de reforma eclesiástica anglicana, que condujo al “cisma religioso” y al surgimiento del protestantismo, durante el siglo XVI. Este suceso histórico, asociado a las doctrinas luterana y calvinista, confluía parcialmente con el ideario del Renacimiento, el cual reflejaba una decepción, y tibia rebeldía, frente a la realidad concreta de esa fase temporal. Tal postura conllevó, de modo tenue, la incursión en el campo reflexivo del racionalismo, al bregar -inútilmente- por generar cambios significativos en la sociedad prematuramente moderna [13]. El ethos de la religión protestante, sobre todo el correspondiente al calvinismo, resultaba compatible con la nueva cosmovisión propuesta por la burguesía, a punto tal que un estudio sociológico clásico analizará a posteriori la convergencia y la funcionalidad de las reglas morales emanadas de aquella creencia teológica con relación al “espíritu” capitalista [14].

Entre la sociedad utópica y el realismo estatal. Un ejemplo representativo del humanismo renacentista puede encontrarse en la obra de Tomás Moro (1478-1535) [15], reconocido históricamente por su ensayo abreviadamente denominado “Utopía”. Allí se planteaba la búsqueda de una organización social armónica, al criticar de manera correlativa el statu quo existente en la sociedad europea, especialmente inglesa, del siglo XVI. Esta situación era contrastada con las condiciones razonables de convivencia humana colectiva, vigentes en un hipotético sistema “republicano”, instaurado en una isla ideal. La explicitación y el análisis, de un modo consciente y sistemático, de las divergencias entre ambas instancias, una real y la otra imaginaria, “ante la opinión de los hombres cultos, hacen de su Utopía uno de los más significativos documentos del compromiso social que el Humanismo podía asumir” [16].

Moro estimaba que la propiedad privada, junto al poder oligárquico, habían acrecentado la pobreza en la mayor parte de la población, mientras que atribuía los delitos a causas socioeconómicas, lo cual era una trasgresión de las creencias habituales en esa coyuntura histórica [17]. Incidía sobre esta idea el conocimiento que se tenía entonces de la existencia de formas de “comunismo primitivo” dentro del Nuevo Continente americano, descubierto y en proceso de conquista por parte de Europa [18]. El marco temporal de su obra correspondía a la transición del régimen feudal al modo de producción capitalista, acompañada por la decadencia de los valores cristianos predominantes en la Edad Media. Al cuestionarse ciertas premisas del orden tradicional, surgían nuevas orientaciones teóricas vinculadas a la lógica de la libre iniciativa individual y a la incentivación de la competitividad económica. Todo ello ocurría en un contexto de consolidación del poderío político de los “príncipes soberanos”, frente a la Iglesia y la nobleza terrateniente, de manera simultánea a la progresión de una clase social burguesa, correlativa al aumento de la franja de la sociedad luego llamada proletaria.

Ante la preponderancia creciente del principio de “razón estatal”, Moro cuestionó la legitimación de formas renovadas de poder institucional encarnadas en el totalitarismo del “Estado moderno” [19]. Evaluaba idealmente la posibilidad de una reconciliación interna de la sociedad civil, viable además en el mundo terrenal, y no en el “más allá de la vida celestial”. A través de la citada isla imaginada, delineó esa conformación político-social utópica, contrapuesta a la realidad observada, ya que, en esta última, el propio autor del ensayo no encuentra el menor rastro de justicia y de equidad, porque ¿qué clase de justicia es la que consiente que cualquier noble, banquero, prestamista, u otro de esos parásitos que nada hacen o lo que realizan no tiene gran valor para la república, lleve una vida de lujo y placer, sin ocupación de ninguna clase o entreteniéndose en trabajos superfluos, mientras que el obrero, el carretero, el artesano y el campesino han de trabajar tanto y tan duramente, como si fuesen bestias, a pesar de que su trabajo sea tan necesario que sin él ningún Estado duraría más de un año? [20].

Esta postura teórico-política presenta alguna afinidad con el pensamiento ulterior de Rousseau en el siglo XVIII, como así también con el modelo “socialista utópico” (Owen, Fourier, Saint Simon), elaborado posteriormente. También varios pasajes de la Utopia de Moro fueron tomados en cuenta en el análisis del sistema capitalista realizado por el marxismo clásico, transcurridos más de tres siglos desde la publicación de aquella obra [21].

El desarrollo de la burguesía dentro del escenario socioeconómico europeo evidenciaba las transformaciones experimentadas durante el pasaje del medioevo a la modernidad. Existía un desfase entre las formas institucionales vigentes, expresadas en la realidad del momento, y los principios esenciales de un individualismo liberal aun incipiente, acorde con los intereses materiales de aquella clase social ascendente. Debido a ello, “de un universalismo político centrado en torno a la autoridad de la Iglesia, se pasa a una política de acento nacional apoyada en un gobierno fuerte cuya encarnación es el monarca” [22].

La alianza entre los reyes y los grupos burgueses apuntaba a gestar las instituciones que reemplacen la organización política arcaica del medioevo, revocando el parlamentarismo disgregante y defensor de los estamentos privilegiados, que gobernaban en nombre de Dios, el honor, o el nacimiento. Su objetivo consistía en crear un marco institucional acorde al cambio de valores originado en la nueva estructuración de las relaciones de dominación social, que giraban en torno al capital, a los intereses individuales y a una “racionalidad” sin obstáculos, elementos fundados crecientemente en el poder económico; la forma política que la clase burguesa naciente utilizó a efectos de lograr sus metas sectoriales fue el Estado. Éste, tanto en sus modalidades absolutistas como democráticas, es hijo de la burguesía, producto de sus intereses revolucionarios, frente a la estructura feudal de la sociedad, y el marco político dentro del cual se desarrolló el liberalismo. La instauración del Estado implica la despersonalización de la autoridad política: se obedece a un orden legal constituido, reconocido por los gobernantes en virtud de su estructuración racional y no de su autoridad personal. Al mismo tiempo, a través de la emergencia y la evolución del mercado, “el dinero se ha vuelto el vehículo formal y universal de la lucha competitiva de los individuos por la preeminencia. El valor de cambio reducirá a una apreciación cuantitativa hasta al mismo trabajo humano”. El valor exclusivamente mercantil de los bienes, en general, tiende a reemplazar gradualmente al valor de uso de los mismos, proceso que redundará, en definitiva, en la reconversión del propio trabajo, en una mercancía más, sujeta al vaivén mecánico de la oferta y la demanda [23].

La heterogeneidad del pensamiento renacentista se manifiesta con nitidez a partir del contraste de la visión utópica de Moro y la concepción realista de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) [24], figura emblemática del periodo y coetáneo de aquél. A través de su obra “El príncipe”, este autor abordó pragmáticamente las cualidades necesarias del gobernante eficaz, dejando de lado valoraciones basadas en principios éticos y/o religiosos. Dicha visión resalta el papel relevante de la experiencia histórica y, fundada en ella, el maquiavelismo elabora instrucciones sobre procedimientos prácticos y eficientes en aras del mantenimiento y consolidación del poder político [25]. Este tratamiento no pretendió exponer una metodología empírica explícita, lo cual se intentará hacer recién en el siglo XVII, sino que la misma subyace en el texto mencionado y, veladamente, preanuncia sus caracteres básicos. Su aporte fundamental consistió en plantear un análisis del manejo concreto de la política, desde un entendimiento estrictamente “técnico”, que explicase objetivamente el funcionamiento de los resortes del Estado en los inicios de la edad moderna de la historia [26].

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[1] Durante el medioevo, la coalición entre la nobleza terrateniente y la monarquía, bajo la autoridad suprema de la Iglesia, había sostenido la permanencia de un orden social estamental, controlado rígidamente por la imposición del dogma religioso, lo cual obstaculizó el progreso del libre pensamiento y del conocimiento en todas sus ramas. [2] Tal postura difiere notablemente del cuestionamiento radical que ulteriormente realizará el Iluminismo, durante el siglo XVIII, respecto del orden tradicional y del dogma teológico en su integridad. [3] Ruggiero Romano y Alberto Tenenti: “Los fundamentos del mundo moderno. Edad Media tardía, Renacimiento, Reforma”; Madrid, Siglo XXI, 1974 (pág. 129). [4] Ángel Castellán: “Filosofía de la historia e historiografía”; Bs. As., Dédalo, 1961 (pág. 115). [5] Nicolás Copérnico (1473-1543) fue un célebre astrónomo polaco que pasó a la posteridad justamente debido a este enunciado científico, absolutamente trasgresor y revolucionario teniendo en cuenta la visión del mundo defendida ortodoxamente por la entidad eclesiástica, dotada de enorme influencia política, socioeconómica y doctrinaria. [6] El ejemplo emblemático de esta multidisciplinariedad lo constituye Leonardo da Vinci (1452-1519), quien además de haber sido un eximio artista -escultor, pintor- realizó descubrimientos en el ámbito de las ciencias naturales, ejerciendo la profesión de ingeniero militar. Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), a su vez, fue un notable creador en distintas expresiones artísticas, como la arquitectura, la pintura y la escultura. [7] A. Castellán, A., ob. cit., pág. 121. [8] Cabe mencionar, entre innumerables autores, a Michel Eyquem, o Montaigne (1533-1592), cuyos “Ensayos” abordaron problemas históricos, filosóficos y políticos; Erasmo de Rotterdam (Desiderio, 1467-1536), quien procuró un reformismo de la organización social vigente, proponiendo a su vez que la religión cristiana asumiera menos formulismo y mayor autenticidad, mediante la eliminación de prácticas rituales y un retorno a las sagradas escrituras y a la forma adoptada por la Iglesia primitiva -su obra más reconocida fue “Elogio de la locura”-; Juan Luis Vives (1492-1540), discípulo del anterior, cuyos escritos versaron sobre asuntos psicosociales, educativos y morales. En la esfera propiamente literaria destacó, por ejemplo, François Rabelais (1494-1553), médico volcado a la novela satírica, cuyo “Gargantúa y Pantagruel” describió irónicamente las costumbres de la sociedad contemporánea, resaltando las pasiones y los vicios mundanos. [9] Las teorías del amplio campo de las humanidades todavía mezclaban cuestiones referidas a la política, la ética, la economía, la antropología, la psicología, etcétera, junto a factores que ulteriormente serían analizados de manera “aislada” por la sociología propiamente dicha. [10] John Bury: “La idea del progreso”; Madrid, Alianza, 1971 (pág. 37). [11] Aun manteniendo la idea clásica y cristiana de que el verdadero conocimiento es el que comporta la aprehensión y la práctica del deber ser, exige también que el saber libere en el hombre todas sus posibilidades y no sólo algunas como, por ejemplo, la de ser feliz en otro mundo y la de sufrir en éste, o la de someter su propio cuerpo y su propia inteligencia al arbitrio social y al dogma religioso. Contra el peso de la tradición cristiana y de la mentalidad escolástica, los humanistas evocaron la Antigüedad (Romano, R. Tenenti, A., ob. cit., pág. 131). [12] R. Romano, y A. Tenenti, ob. cit., pág. 132. [13] Martín Lutero (1483-1546) fue un religioso agustino alemán que realizó estudios filosóficos y teológicos; planteó una alternativa renovadora de la Iglesia ante su decadencia, fundamentando las premisas de la salvación por la fe y del sacerdocio universal, junto a la conveniencia de suprimir los votos monásticos, el celibato, el culto a las imágenes, las jerarquías religiosas, etc. Juan Calvino (1509-1564), teólogo francés que propagó la reforma eclesiástica sobre todo en Ginebra, elaboró una doctrina que, partiendo del luteranismo se alejó de él, al extremar algunos de sus postulados, lo cual a la postre redundó en una creencia religiosa divergente; uno de sus puntos salientes consistió en la teoría de la predestinación. [14] Max Weber: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. [15] Nacido en Londres, y habiendo alcanzado la función de canciller inglés, murió ejecutado en la misma ciudad debido a su rechazo al reconocimiento como jefe supremo de la iglesia británica al monarca Enrique VIII. Escribió la obra “La mejor República y la isla de Utopía”, publicada en el año 1516 (Tomás Moro: “La mejor República y la isla de Utopía”; Madrid, SARPE, 1984). [16] R. Romano, y A. Tenenti, A., pág. 149. Por otro lado, en un marco predominantemente moral, algunas obras de Erasmo de Rotterdam -entre ellas Elogio de la locura- demuestran que “acaso por primera vez en Europa se comienza a contraponer un conjunto de juicios éticos laicos a los cristianos”. Este autor manifiesta un modo de ver que no coincide ya con la tradición: el de un moralista laico, tras varios siglos de moral religiosa. [17] Esta concepción arraigaba de alguna manera en el Estado ideado por Platón en “La República”, al sostener una visión comunitaria de la vida social, aun persistiendo la esclavitud. [18] Dicho proceso, iniciado hacia finales del siglo XV, fue narrado por textos como las narraciones de Américo Vespucio. [19] En el sentido expuesto, significativamente, por Nicolás Maquiavelo y Thomas Hobbes. [20] ¿No es injusto el país que a los nobles, que así llaman a los banqueros y demás gente parásita, o aduladora, les concede placeres frívolos y sin necesidad, mientras contempla sin pestañear a los labradores, carboneros, peones, carreteros y artesanos, sin los cuales no habría ninguna república? T.Moro: “La mejor República...”, ob. cit. [Cap. IX, Libro 2°, págs. 173-174] Ulteriormente, el humanista italiano Campanella diseñaría otra construcción utópica, a través de la idealización de un Estado político-religioso, en su texto La ciudad del sol. [21] Karl Marx: “El Capital”. [22] Camusso, G. G. y Schnait, N.: “Thomas Hobbes y los orígenes del Estado burgués”; Bs. As., Siglo XXI, 1973 (págs. 16-17) En dicha era emergente, el descubrimiento simultáneo del poder social de la razón y del dinero responde ... a una motivación histórica profunda: ambos cumplen ... una función instrumental imprescindible para canalizar los nuevos valores utilitarios [...], en un mundo cada vez más despojado de connotaciones personales e inmediatas en lo que se refiere a las relaciones humanas derivadas de sus marcos institucionales. Al interior de tal contexto, “los cambios económicos que introduce el Renacimiento se basan... en una reivindicación de los valores individuales, por encima de los de todo grupo estratificado [estamentalmente]: gremio, nobleza o clero”. [23] Camusso, G. G. y Schnait, N., ob. cit., págs. 18-19. [24] historiador y político italiano que desempeñó funciones diplomáticas durante el gobierno de los Médici en la ciudad de Florencia. Entre sus obras destacadas cabe mencionar “El príncipe” (1512), “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” (1513-1519) e “Historia de Florencia” (1520-1525). También, como muchos otros renacentistas, incursionó en el terreno literario, a través de la poesía en “Las decenales” (1506-1509) y de la comedia satírica en “La Mandrágora” (1520), entre otros títulos. [25] Ello se efectúa, entonces, más allá de valoraciones morales o teológicas, al describirse crudamente la realidad tal cual es, y no su “debería ser”, abstrayendo las dotes personales inherentes al ejercicio del buen gobierno. El objetivo consistía en “captar la oscura racionalidad de la historia, para comprenderla como pasado y poder crearla, al mismo tiempo, como porvenir. Para llegar a este resultado no bastaba recurrir a la lúcida perspicacia del observador, sino que era necesario buscar también un nuevo plano, sobre el cual pudieran reorganizarse los frutos de la indagación positiva...” (Romano, R. Tenenti, A., ob. cit., pág. 153). [26] Cabe precisar que “la base mental sobre la cual Maquiavelo, como los artistas del Quattrocento florentino, construyó su doctrina fue el concepto de naturaleza... humana..., como realidad orgánica regida por determinadas y rigurosas leyes, y funcionando según un complejo pero racional mecanismo” Romano, R. Tenenti, A., ob. cit., pág. 153.

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