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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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UTILITARISMO Y EVOLUCIONISMO "BIOLOGISTA" CLÁSICOS EN SOCIOLOGÍA POLÍTICA (I) - Juan Labiaguerre

La doctrina utilitaria

Aproximadamente hacia la misma época en la cual eran publicadas las principales obras de Comte en Francia, Jeremy Bentham (1748-1832) expuso su concepción en Inglaterra [1]. De acuerdo a su punto de vista, la moralidad del accionar humano se encuentra determinada por su utilidad; además, el objetivo de cualquier legislación consistiría en proporcionar grados superiores de felicidad al “mayor número posible” de individuos.

Bajo dicho prisma utilitarista, la sociedad es considerada en términos de un campo de batalla extendido, caracterizado por el enfrentamiento recíproco de intereses individuales. Esta postura diferenciaba la sociedad política respecto de la “natural”, radicando el criterio de distinción entre ambas instancias en que dentro de la primera se presentaría el hábito de la obediencia hacia una autoridad superior, factor ausente en la segunda [2].

Un modelo teórico representativo de la psicología social propia del utilitarismo benthiano refiere a su estimación del cálculo de la felicidad; según tal enfoque, el ser humano no resulta afectado sustancialmente por consideraciones o presiones sociales al momento de sus “elecciones” [3]. La actitud sistemáticamente calculadora de las personas es reflejada en el principio acerca del estado feliz expandido, interpretación del comportamiento de los sujetos que soslayaba la influencia de los “usos” y costumbres, junto a los elementos convencionales y otros numerosos factores colectivos que condicionan la toma de decisiones racionales por parte de los individuos. No obstante ello, dicha creencia incidió notablemente en varias teorías psicosociales decimonónicas [4].

El enfoque citado respecto de las conductas de los individuos cristalizó, de algún modo, en la filosofía política y las perspectivas sociológicas desarrolladas por Spencer, Sumner y Ward [5]. Bentham estimaba que toda su propia construcción teórica, sobre la legislación o cualquiera otra rama de la ciencia moral, es un intento de extender el método experimental de razonamiento del mundo físico al moral; este último habría tenido ya “su Bacon, pero su Newton está aun por venir” [6].

El autor de marras afirmaba que “la naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el imperio de dos señores soberanos, el dolor y el placer. A ellos únicamente corresponde señalar lo que debemos hacer, así como determinar lo que haremos. Por una parte el patrón de lo bueno y lo malo, por otra la cadena de causas y efectos, están ligadas a su trono”. La sustancia natural de las personas resultaría, entonces, inherentemente hedonista, dado que ambas sensaciones nos gobiernan en todo lo que hacemos, decimos y pensamos [7]; es decir que “nada sino la esperanza del goce eventual de alguna forma de placer, o de la exención de alguna forma de dolor, puede funcionar con carácter de motivo[8].

Sin embargo, la naturaleza humana sería también racional, dado que en el mencionado “cálculo de la felicidad” sólo tienen vigencia los factores a los cuales se conforman perfectamente las prácticas de los sujetos, dondequiera que ellos tengan una concepción clara de su propio interés. Dicha condición natural, además, es caracterizada por su pasividad, teniendo en cuenta que “los hombres no tienen propensiones a obrar sino que son impulsados y reprimidos por las fuerzas del dolor-placer que les rodean” [9]. Por otro lado, debido a que el conjunto de déficits o falencias en los criterios, y comportamientos efectivos, del género humano respondería a la debilidad intelectual de las personas, la educación debería constituir el “instrumento principal de reforma”, siendo su objetivo fundamental el de formar y fortalecer las asociaciones de ideas adecuadas.

Bentham fue el exponente más representativo de la interpretación utilitarista del accionar político y de la legalidad jurídica, en la cual subyace cierta perspectiva sociológica, fundada -junto a la diferenciación entre las sociedades natural y política- en una crítica puntillosa hacia las doctrinas contractuales y el reconocimiento correlativo de la existencia de derechos naturales [10]. En ese sentido, se ha afirmado que “aunque el lugar atribuido a Bentham en la historia de la ciencia del derecho se basa generalmente en su formulación de tal teoría de la soberanía, desde el punto de vista de la teoría social tiene más importancia por haber sido uno de los primeros en concebir el Derecho como una forma de tecnología social, [al sostener que] una legislación sana era el camino lógico de la reforma social” [11].

El utilitarismo británico defendido por Bentham conllevó la aplicación del enfoque liberal económico a la teoría sociojurídica y política; este autor elaboró una filosofía general reformista, mientras que su programa práctico tomaba en cuenta el accionar competitivo irrestricto y la conducta egoísta, parcialmente consciente, en términos de senderos conducentes a la realización concreta de su propuesta utilitarista. Su preocupación esencial apuntaba a la eliminación de las “legislaciones restrictivas”, aunque además habría propugnado determinadas reformas positivas, tales como por ejemplo la extensión del alcance educativo, leyes sanitarias, la propagación de las entidades de ahorro y medidas carcelarias “progresistas”.

Las visiones utilitarias evalúan, en un sentido genérico, que gran parte de las acciones colectivas de las personas resulta proporcionalmente más instintiva que racional, por lo cual “las formas y proyectos de organizaciones sociales y políticas” deberían juzgarse no a la luz de la pura razón deductiva, sino en relación con su atractivo para los instintos y pasiones del hombre [12]. Tal perspectiva se articula con la concepción acerca de que el sistema democrático liberal, en cuanto régimen político protectivo frente a las eventuales, y frecuentes -de acuerdo a esta posición-, arbitrariedades cometidas por el aparato estatal, se asienta en una visión netamente individualista [13].

Es evidente la inserción del pensamiento benthamiano en el contexto del proceso de industrialización europea, con epicentro en Inglaterra, instancia histórica crucial donde se estaba forjando una nueva estructura de las sociedades, caracterizada por la gradual polarización económica entre clases sociales “modernas” crecientemente enfrentadas sobre las bases de su posicionamiento dentro del aparato productivo. Al respecto, dicha concepción devenía funcional al desarrollo progresivo de la burguesía industrial británica y a la legitimación de la expansión colonialista del imperio.

El evolucionismo biologista

El punto de vista utilitario se articuló, en la Gran Bretaña industrializada -y expansionista en el terreno internacional-, con la postura socioevolucionista, asimilada en cierta forma de la disciplina biológica, sostenida por Herbert Spencer (1820-1903) en el mismo país [14]. De acuerdo al mismo, la división del trabajo reflejaría una dinámica subsumida a los procesos generales característicos del campo científico de la biología, más que un fenómeno de orden propiamente económico, social y cultural, ya que sus condicionamientos responden a atributos fundamentales de la “materia organizada”.

Como cualquier otro tipo de vida, la correspondiente a las personas interactuando en sociedad sólo puede organizarse naturalmente a través de una “adaptación inconsciente y espontánea, bajo la presión inmediata de las necesidades, y no según un plan meditado de la inteligencia reflexiva”. Las colectividades humanas se hallarían regidas por la relación económica, exenta de toda reglamentación y tal como resulta de la iniciativa enteramente libre de las partes; ella habría sido creada “entre los individuos por el intercambio de los productos de su trabajo”, sin encontrarse regulada por ninguna acción específicamente social [15].

En base a la argumentación precitada, “Spencer explica el carácter unificador de la división del trabajo con la ayuda de un mecanismo sistémico, el mercado”; por medio del mismo se establecen relaciones de intercambio en que los individuos entran según los cálculos egocéntricos que realizan de sus actividades en el marco del derecho privado burgués. En consecuencia, “el mercado es el mecanismo que produce espontáneamente la integración de la sociedad, armonizando entre sí no orientaciones de acción por vía de reglas morales, sino efectos agregados de las acciones a través de nexos funcionales” [16].

En cuanto al llamado darwinismo social, en el transcurso de la década previa a la aparición de la obra cumbre de Darwin, “El origen de las especies”, Spencer se había concentrado en el análisis exhaustivo del proceso de la evolución. El mismo concernía a la generación de especies naturales diferenciadas sobre la base de formas preexistentes dotadas de un menor grado de especificación funcional. Tal devenir organicista integraría un fenómeno evolutivo “cósmico” extendido del universo natural, a través del cual -por otra parte- las manifestaciones heterogéneas y caóticas tienden a convertirse en homogéneas y ordenadas, mediante el seguimiento de mecanismos adaptativos.

La teoría spenceriana enfatizó con gran crudeza dicha visión “naturalista” del campo sociológico, proclividad ya expresada desde los inicios del pensamiento moderno, y acentuada a lo largo del siglo de las luces. La incorporación de este marcado sesgo condujo al intento de indagar las cuestiones sociales en términos orgánicos, como si la sociedad fuese un organismo asimilable a los entes “con vida” estudiados por la ciencia biológica. Esta concepción adoptó parcialmente del modelo darwiniano en biología la premisa respecto de la supervivencia del más apto, traspolándola al abordaje teórico de las sociedades, lo cual tenía como objetivo legitimar el dominio de algunas naciones y clase sociales sobre otras, bajo el supuesto de portación de distintos niveles de “aptitudes”. Asimismo, el funcionamiento armónico de un cuerpo social determinado constituía un factor indispensable en aras del logro de la “perfección” gradual del mismo.

Teniendo en cuenta el citado tratamiento analógico entre las temáticas de la biología y la sociología, Spencer consideró las nociones de estructura anatómica y función fisiológica, aplicadas a las expresiones institucionales dirigidas a la integración de las personas, en tanto individualidades, dentro del accionar colectivo.

La imagen proyectada de una sociedad de mercado integrada de forma exclusivamente sistémica remite a determinado “ámbito del comportamiento económico regido por el mercado, que es el que principalmente han tenido a la vista las explicaciones empiristas desde Locke hasta Spencer” [17]. Las concepciones evolucionistas decimonónicas, que culminan en la interpretación spenceriana, emprendieron una revisión fundamental del enfoque de la filosofía de la historia sobre el proceso de racionalización, al evaluar “los progresos de la civilización, en términos darwinistas, como evolución de sistemas orgánicos” [18].

El evolucionismo de carácter biologista procuró la asimilación de la historia de las sociedades al modelo evolutivo que Darwin había introducido para la filosofía de la naturaleza, en este sentido, Spencer planteó una teoría de la evolución social que puso fin al idealismo ambiguo de la filosofía histórica precedente, estimando los progresos civilizatorios en tanto “continuación de la evolución natural”, lo cual implicaba la subsunción -ahora unívoca- del estudio de los problemas de la sociedad al análisis de las leyes de la naturaleza [19]. La noción de progreso se entrecruza con la idea de evolución cósmica, dado que en el universo todos los fenómenos se hallarían en trance evolutivo, perspectiva desde la cual el filósofo inglés avizoraba no solamente “progresismo”, sino también decadencia. A pesar de ello, expresaba una visión optimista de índole cosmológica, pues la mención del proceso evolucionista equivale por lo general al significado del progreso, teniendo en cuenta sus leyes de integración de la materia y diferenciación de forma y función [20].

En virtud de lo expuesto, “Spencer no creía que el hombre pudiese cooperar eficazmente en la tarea de acelerar el progreso de la evolución mediante una legislación positiva”, en la medida en que defendía el laissez-faire (“dejar hacer”) de manera similar a la postulación del mismo por parte de los economistas fisiócratas, esto es fundándose en deducciones socioteológicas, inspiradas en la “mecánica celeste” newtoniana [21].

Desde mediados del siglo XIX, varios teóricos sociales abrevaron en la disciplina biológica señalando la supuesta analogía del funcionamiento de la sociedad con respecto al de los organismos vivos. Tal comparación respondía al apogeo del conocimiento creciente de la estructura y procesos correspondientes a los mismos, cuyas premisas básicas pretendieron aplicarse a los fenómenos e instituciones propios del campo de la convivencia colectiva de las personas, elaborándose una teoría de índole “organicista” en esta esfera científica [22].

Spencer expuso uno de los primeros planteos sistemáticos de la perspectiva sociológica basada en dicho encuadre orgánico, al indicar que tanto la sociedad como el ente biológico se diferenciaban de la materia inorgánica “por un aumento de masa y un crecimiento visible durante gran parte de su existencia”, experimentando ambos una complejidad progresiva de sus estructuras en la medida en que se incrementan sus dimensiones [23]. Ese tratamiento analógico se vuelve más evidente cuando se reconoce que todo organismo es, a su vez, una sociedad; asimismo, en las dos identidades sería factible la destrucción de la “vida del todo” y que continúen viviendo, aunque fuera por cierto tiempo, algunos de sus elementos.

No obstante las semejanzas mencionadas, debe precisarse la existencia de determinados caracteres distintivos entre el todo social y el conjunto orgánico vital. Al respecto, por un lado, “las partes componentes de un organismo individual forman un todo concreto, cuyas unidades vivas están ligadas entre sí en contacto íntimo, mientras que en el organismo social las partes componentes forman un todo discreto, y las unidades vivas están separadas y más o menos dispersas” [24]. Además, esencialmente dentro de los organismos individuales opera tal diferenciación de funciones que algunas partes se convierten en sede del sentir y del pensar, en tanto que otras son prácticamente insensibles; en cambio, en el organismo social no se presenta esa diferenciación, dado que no hay una psique o sensibilidad social distintos de los individuos que constituyen la sociedad. En consecuencia, mientras que en organismo “las unidades existen para el bien del todo, en la sociedad es el todo el que existe para bien de los individuos componentes”.

De acuerdo a lo señalado previamente, Spencer desconocía la realidad específica del organismo social, del modo en que la había aceptado Comte, y tal como lo sostendría con firmeza Durkheim a posteriori, debido a que el pensador británico tenía en cuenta la relevancia de las divergencias apuntadas. Es decir que la teoría spenceriana recurrió a “las analogías de los sistemas nutritivos, distribuidor y regulador, las estructuras, funciones y metamorfosis sociales” en tanto paralelos que ayudasen a la imaginación, no como explicaciones ni descripciones [25]. Ello significa que no establece un parámetro analógico taxativo “entre el cuerpo político y un organismo vivo”, aparte del impuesto por la dependencia recíproca entre los elementos integrantes de la totalidad. En ese sentido el ente orgánico social, no concreto sino discreto, asimétrico en lugar de simétrico, como así también “sensitivo en todas sus unidades en vez de tener un solo dentro sensorial”, deviene incomparable con relación a cualquier especie de estructura orgánica biológica [26].

Por otro lado, al contrastar los rasgos específicos de las sociedades respectivamente militar e industrial, el sociólogo inglés evaluó que “aunque la sociedad, el Estado y el gobierno tuvieron su origen en la guerra primitiva, que produjo la amalgama e integración de los primeros grupos sociales, había una tendencia inevitable a sustituir la base militar de la vida social y la actividad política, por una base industrial, y a reemplazar la guerra por la competencia” dentro de este último ámbito [27].

Merced a la argumentación anteriormente consignada, la filosofía spenceriana acerca de la evolución cósmica no equivale en términos exactos a la hipótesis darwinista general sobre la evolución orgánica, a pesar de que puede percibirse un nexo innegable entre ambas teorías [28]. En referencia a la evolución sociopolítica de la organización estatal, el autor suponía, en una primera instancia, que la sociedad había existido remotamente como una horda indiferenciada y desorganizada Posteriormente, el inicio de las formas organizativas asentadas en el surgimiento de la autoridad remite a la subordinación temporaria de un grupo determinado a un caudillo, en tiempos bélicos; las hazañas llevadas a cabo por este “jefe guerrero” durante los conflictos armados habrían sido resaltadas en virtud de la creencia en su poder en aras de controlar el designio de los dioses, obteniendo su ayuda, lo cual legitimaba mediante una justificación sobrenatural su dominio [29].

Con el paso del tiempo, mediante el avance de la organización social, de contextos caracterizados por fases más prolongadas de enfrentamientos bélicos y progreso correlativo de las técnicas militares, el líder guerrero provisional devino monarca con poder político vitalicio, esto es “de por vida”. Más adelante, “las dificultades y el desorden producidos a la muerte de un jefe y en el periodo de elección de su sucesor, tendieron a establecer el principio de la jefatura hereditaria”; de esta manera habría sido alcanzada tradicionalmente la estabilidad del liderazgo [30].

Mientras tanto, los procesos de integración y diferenciación, desarrollados en la evolución en general, se producen también en el devenir paulatino de la institución estatal, dado que el periodo extenso de actividad militar que marco las etapas originales del progreso político derivó en la consolidación de los pequeños grupos primitivos y de sus respectivos territorios. En la medida en que los grupos dotados de superior grado de organización comúnmente eran los que triunfaban en las contiendas bélicas, los procesos sociales de integración y la ampliación del espacio de poder del Estado vencedor se realizaron “por acumulación” [31].


[1] Filósofo y jurisconsulto británico, autor -entre otras obras- de “Introducción a los principios de la moral y de la legislación” y representante central de la escuela utilitarista en ciencias sociales.  [2] Jeremy Bentham: “A Fragment on Government”. Cabe mencionar que el utilitarismo sostenido por este pensador culminó en la visión de John Stuart Mill, anteriormente citado, quien justificó la existencia de los gobiernos a partir de las ventajas materiales aportadas por ellos.  [3] Bentham “aceptaba la premisa hedonista de que el hombre escoge siempre entre dolor y placer, y de que selecciona conscientemente aquel tipo de conducta que le ha de producir un máximo de placer y un mínimo de dolor”, encuadre teórico representado en la imagen de una máquina calculadora humana (Harry Barnes y Howard Becker: “Historia del pensamiento social”; México, FCE, 1945 -pág. 521-).  [4] Esta incidencia puede comprobarse nítidamente en algunos integrantes de la llamada “escuela psicológica de la economía” -S. Jevons, K. Menger, F. Von Wieser y E. Böhm-Bawerk, entre otros-, la cual trató el vínculo de la esfera de las decisiones económicas con la naturaleza esencial del ser humano.  [5] “El hecho de que muchos de los sociólogos estadounidenses fuesen descendientes de ministros protestantes les salvó de la influencia benthamista por la naturaleza non sancta de su decidido hedonismo”. Ellos compraron su inmunidad a cambio de una concepción esencialmente teológica de la naturaleza humana, alejada del hombre real em um grado mucho mayor que la sostenida por Bentham (H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 521).  [6] El procedimiento mediante el cual trataba Bentham de convertirse en el “Newton del mundo moral” consistía en la propuesta del mencionado “cálculo felicífico” (H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 522)[7] “Introducción a los principios...”, ob. cit.  [8] “A table of the Springs of Action”.  [9] En la medida en que las personas deben seguir el camino que les asegure el mayor saldo de placer, y que siguen el mismo cuando comprenden sus propios intereses, los únicos defectos de la naturaleza humana tienen que ser de comprensión[10] Asimismo, tiende a justificar cualquier tipo de gobierno y/o legislación partiendo del principio de utilidad, esto es, de su contribución al aumento de la felicidad del mayor número de individuos posible (“Fragment of Government”)[11] H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 543[12] G.D.H. Cole: “La organización política. Doctrinas y formas”; México, FCE, 1961 (pág. 56).  [13] Por otro lado, respecto de los principios del Derecho, Bentham diferenciaba los tipos imperativos de prescripciones con relación a los punitivos.  [14] Filósofo inglés, autor de “Principios de Sociología” y “Estática Social”, entre otras obras, Spencer fue defensor de un individualismo acérrimo, procurando a la vez aplicar la doctrina del evolucionismo biológico a la problemática sociológica.  [15] Èmile Durkheim: “La división del trabajo social”[16] Jürgen Habermas: “Teoría de la acción comunicativa. Crítica de la razón funcionalista” (Vol. II; Madrid, Taurus, 1999 (pág. 164) Este autor aclara, siguiendo el pensamiento spenceriano, que la división del trabajo social regida a través del mecanismo no-normativo que es el mercado encuentra en el “vasto sistema de contratos privados” simplemente su expresión normativa.  [17] J. Habermas, ob. cit., págs. 165 y 301.  [18] De manera que “ya no es el progreso teórico de las ciencias el que sirve de paradigma a la interpretación de los cambios acumulativos, sino la evolución natural de las especies” (J. Habermas, ob. cit., pág. 207)[19] J. Habermas, ob. cit., pág. 208 [La obra “El origen de las especies”, de Charles Darwin, había sido publicado en el año 1859][20] H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 496.  [21] Se concebía, entonces, que la evolución de la sociedad, de modo semejante al desarrollo orgánico, constituía un “proceso puramente naturalista y genético”, el cual no podía ser acelerado por los seres humanos, a través de la legislación, aunque si podían desviar o retrasar notablemente. Es decir que Spencer habría considerado que la evolución cósmica conduce, en términos generales, al progreso, interpretando “la evolución social como un proceso puramente natural que no podía ser fomentada por la legislación ni por la planificación”, de manera que se trataría de una especie de desarrollo “automático” (H. Barnes y H. Becker, ob. cit., págs. 496, 499 y 511).  [22] H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 659[23] Además, la diferenciación gradual de funciones es acompañada en los dos casos por una división funcional correlativa, al mismo tiempo que el proceso evolutivo determinaría, en los cuerpos sociales al igual que en los organismos vivos, divergencias nítidamente “conexas, de tal carácter que se hacen recíprocamente posibles” (H. Barnes y H. Becker, ob. cit., págs. 660-661).  [24] H. Spencer: “Principios de Sociología”.  [25] H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 661.  [26] H. Spencer: “Principios de Sociología” (Parte II, Vol. I, pág. 592)[27] H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 689.  [28] La “teoría de la lucha” defendida por Spencer se habría inspirado, en forma parcial, en la concepción de Walter Bagehot (1826-1877), discípulo de Darwin, quien realizó la primera aplicación sistemática de las tesis de este último a la esfera de la problemática de las sociedades.  [29] H. Barnes y H. Becker, ob. cit., págs. 690-691. Ulteriormente, Max Weber analizará en su sociología historia de la dominación dicha instancia temporal en la formación de los liderazgos tradicional y carismático.  [30] Junto con este desarrollo del gobernante se generó una evolución paralela de cuerpos consultivos y representativos, los cuales fueron al comienzo solamente reuniones espontáneas realizadas cuando resultaban necesarias, y que se fueron transformando gradualmente en asambleas y senados (H. Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 691) [31] “Con la integración de la autoridad política, tanto por lo que hace a su aplicación como por el aumento del área a la que se extendía su control, se produjo un aumento paralelo de diferenciación y coordinación” (Barnes y H. Becker, ob. cit., pág. 691).

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