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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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EL "ORDENAMIENTO POSITIVO" DE LA SOCIEDAD DE ACUERDO A COMTE [III]

El fundamento correspondiente al esquema comteano de clasificación científica, según cierto orden jerárquico, consiste justamente en dicha interpretación evolutiva de la transformación histórica progresista del “campo de las ideas”, reflejada asimismo en diversas formas humanas de organizarse social y políticamente. Stuart Mill señala que el positivismo comteano advierte “cierto orden de sucesión según el cual entrarían las diferentes ciencias primero en el estadio metafísico y después en el puramente positivo”. En este sentido, el progreso de la metodología científica es representado a través de una sucesión cronológica que parte del desarrollo gradual -sobre la base del conocimiento abstracto aportado por las matemáticas- de la astronomía y de las ciencias física y química, cuyo conjunto de leyes verificables, a través de la aparición ulterior de la fisiología, sustentada en las “certezas” de las disciplinas anteriores, permitirían el surgimiento de la física social.

Esta última disciplina, denominada luego “sociología”, indica la culminación del abordaje de la totalidad de la problemática científica que puede abarcar el conocimiento humano, y su construcción únicamente es posible a partir de la elaboración de las materias anteriores en la escala consideradas globalmente, puesto que el conocimiento sociológico aplicaría el mismo criterio metodológico que sus antecesores. Se trata de una escala de subordinación científica determinada por un orden sucesivo de dependencia lógica. La evolución conjunta representada por el avance de las disciplinas científicas físico-naturales había demostrado que el progreso de la investigación experimental derivó en el descubrimiento de un “creciente número de leyes invariables de fenómenos”; la corriente positivista parte del presupuesto del reconocimiento universal de que todos los eventos indistintamente, aun los referidos a la compleja problemática inherente a la sociedad, son gobernados por dicho tipo de leyes, no interferidas por la acción ejercida por voluntades naturales o divinas. Al respecto, Comte señala que “la regla de formación de los fenómenos sociales es la misma que la de los físicos”; debe agregarse que la sociología, configurada en dichos términos, tenía la función de reemplazar el rol integrador que había desempeñado la religión durante varios siglos.

La corriente positivista promueve el reemplazo del estudio de las causas mediatas por el análisis comparativo de leyes, en la medida en que todos los eventos o hechos deben verse en cuanto “sujetos a leyes naturales invariables”; así es como en la clasificación comteana de las ciencias los fenómenos resultan categorizados de acuerdo a pautas de índole natural, por lo que cada nivel de desarrollo científico creciente -expresado a través de una disciplina particular- se dispone de tal manera que, siguiendo a Marí, “el estudio racional de cada categoría está fundado en el conocimiento de las leyes principales de la categoría precedente y se convierte, a su turno, en el fundamento del examen de la siguiente”. En consecuencia, la dirección se orienta progresivamente desde los hechos más generales o simples hacia los más singulares o complejos, que son los acontecimientos sociales y políticos, el estudio de los cuales depende de todos los otros.

Considerando la fundamentación anteriormente expuesta, “la ciencia política debe contemplarse como una física particular fundada en la observación directa de los fenómenos relativos al desarrollo colectivo de la especie humana” porque la sociología equiparada a una física social es tan positiva “como cualquier otra ciencia de la observación”. Al respecto, Marí destaca el carácter política y socialmente conservador implícito tanto en la “ley de los tres estados” como así también en la escala científica -clasificada según un ordenamiento genealógico-, debido a que el peldaño inicial “responde a una ficción encontrada en la etapa teológica” que remite a una supuesta sociedad organizada sobre la base de un molde extrapolado de la astronomía o la física mecánica, o surgido de los avances científicos logrados por la medicina experimental de su época.

De la forma antedicha, la organización social “hereda un tipo estable donde el equilibrio sólo se pierde para ser recuperado en un movimiento idéntico al de la ley natural, cuya noción filosófica consiste en localizar la constancia de la variedad”; la invariabilidad, entonces, configura el componente dogmático, por ende “intocable”, que caracteriza al conocimiento científico en su estadio avanzado positivo, generador de una actitud de pasividad “observadora” frente a lo que viene dado aun con relación a los problemas sociopolíticos. El resquebrajamiento de las estructuras comunitarias tradicionales había originado la emergencia de “nuevas formas de vida asociativa en Europa occidental, [las que acompañaron al] industrialismo y la democracia social”, conducentes a una división conflictiva y anárquica de los miembros de la sociedad desde la visión de Comte, para quien “la restauración de la comunidad es una cuestión de urgencia moral; los derechos individuales, la libertad y la igualdad eran según él meros dogmas metafísicos, sin solidez suficiente para sostener un orden social genuino” [1].

La concepción de la sociedad partiendo de los parámetros metodológicos de las ciencias físico-naturales deriva en la situación inevitable consistente en que el tratamiento de ambos objetos de estudio “se cohesiona en un mismo crisol”, siguiendo a Marí, constituyendo un todo indivisible donde “la práctica social referida al cambio y a la transformación estructural no tiene otro espacio que el condicionado por una regulación inexorable”; el punto referencial de ésta radica en definitiva en la “necesidad físico-social que somete a la voluntad a una regla inmutable, estática social que aplica la noción de progreso a la consolidación del orden”. Esta perspectiva teórico-metodológica determina que “la idea de revolución, de conflicto y de antagonismo social se absorbe en la de armonía, en la de una sociedad coherente que señala al mejoramiento de las condiciones sociales los márgenes de adecuación a la disciplina industrial”.

Recapitulando, las reglas de procedimiento científico marcadas por el positivismo, entre otras, recomiendan la “sujeción de los fenómenos sociales a leyes, renuncia a explicaciones teológicas o metafísicas, limitación del objeto de conocimiento a lo dado en la experiencia, principio de la universalidad y de la unidad de la ciencia”. Ante la necesidad de aclarar el significado del término positivo, Comte lo subsume al contenido de aquello que resulta “real, útil, cierto, preciso, verificable y opuesto a lo negativo”, las cualidades contrarias serían entonces respectivamente lo “quimérico, ocioso, indeciso, vago, no comprobable y destructivo”; el espíritu positivo sería por lo tanto constructivo y organizador y dicho atributo lo consigue sustituyendo el conocimiento certero de “lo absoluto por lo empíricamente relativo”.

Las obras más reconocidas de Comte, Sistema de política positiva y Curso de filosofía positiva, expresan una posición más conservadora que la de Saint-Simon, al sobrevalorar los “beneficios y ventajas” del orden industrial por encima de las reformas sociales, propuestas por su antiguo maestro con el objeto de atenuar las condiciones más explotadoras del nuevo régimen productivo. Así como la teoría saintsimoniana constituye el nexo entre el pensamiento revolucionario de raíz rousseauniana, al conservar ciertas aristas “románticas”, y la realidad más cruda representada por la evolución del industrialismo capitalista, el contexto histórico que enmarcó el ideario elaborado por su alumno estuvo teñido por la lucha entablada por la burguesía para mantener una estructura social férreamente “dividida por el trabajo”, en resguardo de sus intereses económicos y privilegios de clase.

La trascendencia de la doctrina comteana radica en el hecho de haber configurado un encuadre ideológico de los sectores más conservadores en el ámbito europeo, si se tiene en cuenta que “la filosofía de Comte, no católica, supuestamente republicana y orientada hacia el progreso, logró atraer durante todo el siglo XIX a los tradicionalistas y reaccionarios [de su país] anteriores a la Acción Francesa” [2]. Sin embargo, la admiración del fundador de la física social por el ordenamiento estamental prerrevolucionario es relativa, en la medida en que “no alcanza el repudio categórico del modernismo, ni una concepción pesimista del futuro” sostenidos por la escuela retrógrada; este autor respetaba el pensamiento iluminista en la circunstancia puntual de “haber enterrado de una vez y para siempre los preceptos caducos del sistema teológico feudal”, por repugnantes que hubieren resultado los principios disolventes de los filósofos de la Ilustración enciclopedista.

En la perspectiva de la sociedad positivista del futuro diseñada por Comte, no obstante, Nisbet visualiza “un orden que presenta una notable y minuciosa analogía, no con el medio democrático-industrial que lo rodea sino, por el contrario, con el sistema cristiano feudal que lo precedió”, motivo por el cual dicha sociedad no sería más que medievalismo sin cristianismo; es decir que una vez reemplazados el gobierno monárquico por el sistema político republicano, la aristocracia terrateniente por la burguesía industrial y la creencia religiosa por el dogma científico, el enfoque comteano “tiene mucho más en común con las categorías espirituales y sociales” del Medioevo que con cualquier otra manifestación moderna, “posterior a la reforma protestante, a la que Comte condena junto con el individualismo, el derecho natural y la secularización”. Dejando de lado las teorías desarrolladas en la última etapa de la vida de este autor, invadidas por una revalorización religiosa disfrazada de cientificismo, resulta más apropiado ubicar su obra en el terreno marcado por su significación funcional respecto de la gradual consolidación del orden capitalista y de su incidencia sobre la construcción científica de otras disciplinas. En este aspecto, “no dejó de influir en el pensamiento jurídico positivista, reacio sin embargo, en general a admitir la herencia comteana” dejando sus huellas en el tratamiento de dicha problemática en el amplio espectro temporal y temático abarcado desde la filosofía utilitarista de Bentham hasta el conceptualismo expresado en la “teoría pura del derecho” de Kelsen; “en esta esfera, los caracteres más fuertes del positivismo se manifestaron en la criminología y la antropología penal” y en el ámbito específicamente sociológico el legado teórico comteano incidió en las obras de Tarde, Durkheim, Simmel y Spencer, con diferentes grados de peso y reconocimiento del mismo [3]. Dentro del campo de una incipiente “economía del bienestar”, el pensamiento comteano fue tenido en cuenta por Sismondi, al coincidir ambos en la crítica a los economistas políticos liberales clásicos; también existen rastros del positivismo original en la psicología conductista o behaviorismo, así como en otras disciplinas mencionadas extensamente por Marí, aún del ámbito científico-natural.

Como reflejo lejano de aquella impronta comteana, pueden observarse en el mundo contemporáneo reminiscencias de su planteo, aunque negando su paternidad, en “la actitud de algunos de los positivistas vieneses más radicalizados que propusieron abandonar desde el primer momento el término filosofía, según lo refiere el mismo Manifiesto científico universal del Círculo de Viena”, en oposición frontal con las concepciones metafísicas [4]. Cabe señalar que el positivismo lógico, vigente en la actualidad en cuanto expresión intelectual de un grupo de defensores de la rigurosidad extrema que debe caracterizar a la metodología científica, representa además una forma del pensamiento presente en el sentido común de gran parte de la sociedad, desde el momento en que la generalidad de los individuos reconocen las virtudes del progreso "propio y de la sociedad en su conjunto”, siempre y cuando el mismo se realice dentro de un marco ordenado que garantice el mantenimiento del statu quo, es decir que no peligren la posición social ocupada ni los ingresos y propiedades obtenidas gracias a la vigencia del sistema capitalista.

El liberalismo europeo clásico, principalmente desde el extremo de su versión republicana ortodoxa, apuntó el derrumbe definitivo de las trabas interpuestas por los resabios corporativos, feudales, religiosos y comunitarios, sobrevivientes del viejo orden medieval; la desintegración de dicha vetusta estructura social, económica y político-institucional constituía una condición sine-qua-non para el desenvolvimiento -libre de obstáculos- por parte de la clase social que acumulaba riquezas, sobre la base de la explotación del trabajo de la mayoría de la población, y que establecería una sociedad solamente regulada por una “mano invisible” representada por el libre juego de la oferta y demanda estipulado por el mercado.

Por otro lado, la corriente del pensamiento positivista emergió cuando los “viejos fantasmas del pasado feudal” decrecían, reapareciendo solamente a través de expresiones cada vez más aisladas y en forma atenuada, mientras el riesgo de desestabilización social ahora residía en los antagonismos de clase incubados por el mismo proceso que determinó el crecimiento del poder económico y político de la burguesía. El esquema de acumulación capitalista “industrial” demandaba un nuevo ropaje cientificista a medida, en reemplazo de la vestimenta liberal usada en la etapa inicial de gestación de un nuevo modelo de dominación del hombre sobre el hombre. La “física social” calzó justo a dicho propósito, sobre todo teniendo en cuenta el surgimiento paralelo de diferentes movimientos político-sociales revolucionarios portadores de ideología obrerista radical o, en términos más moderados, de amplios sectores que reivindicaban los principios del contrato rousseauniano, ya enviado al archivo de los recuerdos.

 


[1]- NISBET, Robert: La formación del pensamiento sociológico [Tomo I]; Bs. As., Amorrortu, 1996 (Págs. 82 a 88). Parte del párrafo reseñado por el autor pertenece al texto comteano “Sistema de política positiva” y coincide con la afirmación previa de Burke acerca de la falsedad política y moral de los derechos naturales ensalzados durante la etapa inicial de la Revolución Francesa,

[2]- NISBET, Robert: ibídem. La Acción Francesa, como se verá en el capítulo VI, representaba a un grupo ultranacionalista y xenófobo.

[3]- MARÍ, E., ob. cit., págs. 182 y 183

[4]- MARÍ, E., ibídem

 

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