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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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DE LA “IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICA” A LA “INVENCIÓN DE LO POLÍTICO” [III] - Juan Labiaguerre

La tendencia generalizadora de las grandes teorías sociales

            Wright Mills no se identifica con la gran teoría parsoniana, cuestionando la práctica consistente en la elaboración de “grandes teorizaciones” sin sustento empírico. Reafirma la necesidad del impulso, de raigambre ética, orientado por el conocimiento preciso de la historia, al señalar la falta de toda lógica anidada en la compartimentación estricta de las disciplinas científicas “humanas”. Dicha corriente del pensamiento sociológico apunta a la conceptualización que tiene por objeto resultar útil en cuanto instrumento tendiente a la clasificación de las relaciones sociales, consideradas globalmente, comprendiendo sus caracteres hipotéticamente invariables. En otras palabras, esta vertiente teórica priorita una concepción que privilegia los componentes estáticos de la estructura social, por el camino de la abstracción de sus elementos supuestamente constantes mediante un grado elevado de generalización.

            Si bien los exponentes ortodoxos de dicha corriente fueron los enfoques formalistas diseñados por Simmel y Von Wiese, en términos de reacción moderadora, frente a la desmesurada distorsión “transhistórica” sufrida por la primera tendencia descripta, surgió un movimiento intelectual en el cual la historia llega a ser totalmente dejada de lado, cayéndose en el extremo opuesto. En ese nuevo ensayo teorético, la teoría sistemática de la naturaleza del hombre y de la sociedad se convierte con facilidad excesiva en un formalismo complicado y árido en el que la descomposición de conceptos y sus interminables recomposiciones y combinaciones se convierte en la tarea central. Entre lo que llamaré Grandes Teóricos, las concepciones se han convertido verdaderamente en conceptos. El ejemplo contemporáneo más importante en la sociología norteamericana es la obra de Talcott Parsons [1]

            La práctica intelectual consistente en la mera “asociación y disociación de conceptos”, característica de los exponentes de la gran teoría, se encuentra emblemáticamente expresada y contenida en la obra “El sistema social”, escrita por Parsons -representante típico del funcionalismo sistémico estadounidense-, incidió en los hábitos intelectuales de un considerable número de cientistas sociales. Wright Mills describe el estilo lógico de la concepción parsoniana, advierte sobre “cierta confusión genérica en este ejemplo particular” y señala las formas de planteo y resolución de la cuestión central del orden, tratada por el representante funcionalista, en términos del análisis sociológico. Es decir que, pretendiendo exponer “una teoría sociológica general”, los grandes teóricos exponen en realidad una esfera de conceptos de los cuales están excluidos muchos rasgos estructurales de la sociedad humana, rasgos reconocidos durante mucho tiempo y de manera exacta como fundamentales para comprenderla [2].

            Uno de los objetivos de tal pretensión radicaría en el intento de transformar el mettier del sociólogo en un asunto especializado, divergente con relación a la temática sustantiva abordada por politólogos y economistas. El acotamiento en la formulación del área y objeto específico de estudio resulta de utilidad en términos de liberar a la investigación sociológica de su involucramiento en cuestiones referidas al poder y a las instituciones tanto políticas como económicas.             

            Lo que Parsons y otros grandes teóricos llaman “valores-orientaciones o estructura normativa” se refiere principalmente a los símbolos de legitimación del amo ... Las relaciones de esos símbolos con la estructura de las instituciones cuentan entre los problemas más importantes de la ciencia social. Pero esos símbolos no forman ninguna esfera autónoma dentro de una sociedad; su significación social está en su uso para justificar la organización del poder y las situaciones que dentro de ella ocupan los poderosos, o para oponerse a ella. Su importancia psicológica está en el hecho de que se convierten en la base de la adhesión a la estructura del poder o de la oposición a ella...

             A menos que justifiquen las instituciones y muevan a las personas a representar papeles institucionales, "los valores” de una sociedad, aunque sean muy importantes en diversos medios privados, histórica y sociológicamente son insignificantes. Hay, naturalmente, una acción recíproca entre los símbolos justificativos, las autoridades institucionales y las personas que obedecen. A veces no titubearíamos en asignar un papel causal a los símbolos del amo; pero no debemos emplear la idea como “la” teoría del orden social ni de la unidad de la sociedad. Hay mejores modos de interpretar una “unidad”, ... modos que son más útiles para la formulación de problemas importantes de la estructura social y más cercanos a los materiales observables [3].

            Según Wright Mills, Parsons se encuentra “poseído por la idea de que el modelo de orden social que él ha construido es una especie de modelo universal porque, en realidad, ha convertido en fetiche sus conceptos”. Aquel ítem que en verdad resulta especialmente “sistemático”, en la gran teoría parsoniana, sería el procedimiento formalista mediante el cual elude cualquier clase de abordaje empírico de cuestiones concretas:

            La retirada al trabajo sistemático sobre concepciones sería sólo un momento formal dentro del trabajo de la ciencia social. Es útil recordar que en Alemania el rendimiento de ese trabajo formal no tardó en ser orientado hacia un uso enciclopédico e histórico. Ese uso, presidido por el “ethos” de Max Weber, fue el clímax de la tradición clásica alemana. En parte muy importante, lo hizo posible un cuerpo de trabajo sociológico en que las concepciones generales acerca de la sociedad iban estrechamente unidas a la exposición histórica. El marxismo clásico ha sido fundamental para el desarrollo de la sociología contemporánea. Max Weber, como otros muchos sociólogos, desarrolló gran parte de su obra en diálogo con Karl Marx. Pero hay que reconocer siempre la amnesia del erudito norteamericano. En la gran teoría nos hallamos ahora delante de otra retirada formalista y, una vez más, lo que propiamente es sólo una pausa parece haberse hecho permanente... [4].

Los tratamientos empiricistas microsociológicos

            Mills tampoco acuerda con el empirismo abstracto enarbolado, entre otros, por Lazarsfeld, rechazando el abordaje pragmático de casos individuales y aislados, como así también el ejercicio de una “moral burocrática profesional”. Esta escuela se inclina por el análisis, de pleno corte empírico, de ciertos “fenómenos sociales” del presente inmediato, orientación con neto predominio en la sociología estadounidense, a partir de su misma gestación, nutrida por la herencia teórico-metodológica tanto comteana como spenceriana, reconociéndose asimismo la influencia del pensamiento sociológico alemán, principalmente a través de la obra de Max Weber. Al respecto, Wright Mills señala que, en parte, el predominio de esta tendencia, marcadamente “experimentalista”, obedeció a la consolidación académica previa de las disciplinas científicas política y económica. Teniendo en cuenta estos antecedentes, y en la medida en que es definida como el estudio de algún sector especial de la sociedad, la sociología se convierte fácilmente en una especie de trabajo suelto entre las ciencias sociales, ocupado en estudios de misceláneas de sobrantes académicos. Hay estudios de ciudades y de familias, de relaciones sociales y étnicas y, desde luego, de “pequeños grupos” [5].

            La concentración en temas dispersos, variados y -en ciertas ocasiones- intrascendentes o minúsculos, devino estilo y formato de pensamiento, determinado por una impronta signada mediante el principio de pragmatismo o “practicidad liberal”. El estudio de hechos de candente actualidad tiende a cristalizar “en una serie de datos de ambiente sin relación entre sí y con frecuencia insignificantes ... los sociólogos han tendido a hacerse especialistas en la técnica de la investigación de casi todo. Entre ellos, los métodos se han convertido en metodología”, inclinados como se encuentran sus cultores a dispersar la atención y/o a cultivar el método por el método, mencionando nuestro autor como ejemplos de tal tendencia empirista y de su “ethos” subyacente, carente de contenido sustantivo, la obra de sus contemporáneos Stuart Dodd, Paul Lazarsfeld, George Lundberg y Samuel Stouffer. Quizás viene a cuento citar el caso referido al “análisis sociológico”, por parte de la escuela empirista norteamericana, respecto de los hábitos de compra de las amas de casa neoyorquinas.

            De manera que Mills rechaza las premisas generales y los principales caracteres identificatorios de dicho quehacer investigativo, propio del trabajo académico correspondiente a los citados científicos sociales, denominados “empiristas abstraídos”. Considera que el estereotipo relativamente homogéneo de esta escuela adopta -como fuente elemental de sus variables indicadoras, apreciadas en términos de datos de la realidad- el modelo conformado por entrevistas efectuadas a una serie de personas, seleccionadas de acuerdo a la aplicación de un procedimiento de muestreo estadístico. En referencia a esta corriente, el autor señala que aparte de la publicidad y de la investigación de medios, la “opinión pública” quizás es la materia más trabajada en este estilo, aunque no se ha asociado con él ninguna idea que replantee los problemas de la opinión pública y de las comunicaciones como un campo de estudio inteligible. El armazón de dichos estudios ha sido la simple clasificación de preguntas [por lo que se tiende] a confundir lo que se quiere estudiar con la serie de métodos sugeridos para su estudio...[6].

             Es decir que, como estilo de ciencia social, el empirismo abstracto no se caracteriza por ninguna proposición o teoría importante. No se basa en ningún concepto nuevo de la naturaleza de la sociedad ni del hombre, ni sobre ningún hecho particular acerca de ellos. Dentro del campo de las ciencias sociales, la práctica ejercida por esta escuela remite a un proceso de “inhibición metodológica”, dado que el tipo de cuestiones atendidas, junto a sus modos de planteo o formulación, se encuentran fuertemente restringidos en aras de la aplicación rigurosa de un determinado y específico método científico, de manera que la metodología pareciera determinar el contenido sustancial de los problemas analizados. Tal método especial no surgió a partir de los considerados -convencionalmente- lineamientos clásicos de los estudios de las disciplinas sociales, ni tampoco constituye una generalización respecto del desarrollo o evolución de los mismos, sino que fue extraido, en gran medida y a través de ciertas readecuaciones, de una filosofía del conocimiento inherente al área de las ciencias naturales.

            Al respecto, la exposición más explícita y clara del empirismo abstracto como estilo de trabajo, y del papel que representa en la ciencia social, la hizo Paul F. Lazarsfeld, que figura entre los portavoces más sofisticados de esta escuela [al definir a] la “sociología” como una especialidad, no en relación con ningún método que le sea peculiar, sino porque es la suya la especialidad metodológica. Según esa opinión, el sociólogo se convierte en el metodólogo de todas las ciencias sociales... [7]  

            La compenetración recíproca entre reflexión teorética e investigación empírica es desplazada, en la visión de Mills, por la dicotomía entre las “teorías grandilocuentes y el empirismo abstracto”, debido a lo cual tiende a escindirse notoriamente del núcleo predominante en la sociología academicista estadounidense, vigente hacia mediados del siglo XX

            Concluyendo el capítulo inicial de “La imaginación sociológica”, Wright Mills indica que las peculiaridades de la sociología pueden entenderse como deformaciones de una o más de sus tendencias tradicionales ... la tradición sociológica contiene las mejores formulaciones de la plena promesa de las ciencias sociales en conjunto, así como algunas realizaciones parciales de ellas [8].

 PODER POLÍTICO Y ELITES

            En su obra “La elite del poder”, Wright Mills consideraba que el dominio potencial de los ciudadanos comunes se halla circunscripto al ámbito cotidiano dentro del cual desarrollan su existencia, espacio limitado a las esferas doméstica, laboral y barrial, “territorios” por otro lado controlados a través de fuerzas ciegas, inaccesibles en términos de su comprensión y dominio por parte de numerosos grupos sociales; las personas “del llano” únicamente reconocen el predominio de la elite de la potencia.

            El proceso de gestación y crecimiento del grupo elitista conlleva el desplazamiento del dirigente político convencional, quien resulta relegado hacia estratos intermedios dentro de la simbólica pirámide conformada por niveles jerarquizados, en cuanto al grado de influencia en el campo de la toma de decisiones cruciales que afectan de algún modo al conjunto de la colectividad. Esta situación remite a una especie de “empate semiorganizado de los intereses locales en que ha caído la función legislativa (y) en el secreto oficial cada vez mayor que oculta las decisiones trascendentes, sin someterlas al debate de la opinión pública” [9].

            El autor tiende a consolidar la desviación teórica respecto del enfoque clasista, de raíz marxiana, en dirección a la tesis acerca del papel fundamental de las elites, tendencia iniciada por Vilfredo Pareto [10] y retomada también por Lundberg, entre otros autores. Respecto de la versión clásica paretiana, se trata de una teoría general que pretende aplicarse al conjunto de formaciones sociales y de una manera anacrónica; en cambio, el análisis efectuado por Mills se limita a la elaboración de un diagnóstico realizado a través de “cierta generalización empírica para un tipo de sociedad determinada en un momento (dado) de su historia” [11]. En el texto mencionado intentó demostrar que la sociedad norteamericana de su tiempo presentaba en la cúspide de sus puestos directrices “la mayor concentración de poder que jamás haya conocido la historia”.

            Mientras el ciudadano común continuaba aun teniendo en cuenta el accionar de los dirigentes reconocidos en la esfera política formalmente institucionalizada, se habían coalicionado a espaldas de la opinión pública general grandes industriales, jefes militares y directores políticos. Sus ubicaciones resultaban rotativamente intercambiables, en la medida en que los caudillos castrenses ocupan puestos de conducción en el directorio de las megaempresas y los directores de éstas son designados en la función ejecutiva de ministros del gabinete gubernamental. Tal “elite del poder” detenta discrecionalmente la facultad rectora en la toma de decisiones vitales para el conjunto de la humanidad, desde el momento en que “la piedra angular del estudio analítico de Mills sobre los Estados Unidos no es sólo la existencia de un pequeño grupo de poderosos invisibles, sino sobre todo el peso de las decisiones que estos poderosos son capaces de adoptar en la era atómica[12].    

            En vista de lo anteriormente expuesto, existían tres grandes órdenes institucionales caracterizados por unidades administrativas inmensas y centralizadas respecto del ámbito restringido en el cual se toman decisiones transcendentales para el destino de la sociedad en su conjunto. En el terreno económico, una vez que los emprendimientos productivos pequeños y autónomos fueran dominados por alrededor de trescientas corporaciones gigantes, éstas controlan en bloque los resortes de la economía internacional. El orden político se ha convertido en una institución de índole ejecutiva, también centralizada, que ha tomado por sí misma el dominio y control de varias naciones desarrolladas previamente dispersas, incidiendo relativamente en la conformación de sus estructuras sociales internas. Finalmente, la órbita militar representa una esfera decisiva y sumamente onerosa para el ejercicio del poder gubernamental, portador de una eficacia contundente a la hora de allanar el camino al imperio burocrático.

            El estudio acerca de la estructura del poder en la sociedad norteamericana y sus sucesivas transformaciones aluden a los cambios acontecidos en las posiciones relativas de los factores económicos, militares y políticos. En el contexto de ese análisis, la elite configura un “grupo relativamente coherente por su común origen social, por sus estrechas relaciones personales y familiares y por el intercambio de tres personas entre los tres órdenes” [13]. Más allá del carácter homogéneo presentado por tal elite del poder, se han producido mutaciones en la incidencia respectiva de cada uno de sus componentes a través del devenir histórico del siglo XX: mientras durante la década de los años treinta el dirigente político tradicional ejercía la hegemonía, en la última posguerra los directores de empresas y los jerarcas militares pasaron a ocupar puestos de control y dominio sobre las instituciones políticas

            La abundancia no remite necesariamente a la persona del rico y la celebridad no es inherente a ninguna personalidad, sino que para poseer poder se requiere el acceso a determinadas entidades relevantes, debido a que las posiciones institucionales ocupadas por los hombres condicionan en gran medida sus oportunidades económicas y la posibilidad de llevar a cabo realizaciones y experiencias valoradas mediante el reconocimiento social y el acercamiento a los círculos de dominio político. En este sentido, “el factor decisivo en las determinaciones definitivas es un alto grado de comunicación entre los miembros que manejan los grandes intereses económicos y militares, ya que la elite no está organizada formalmente” [14].

            Mills advierte que mucha gente de gran poderío económico ha ganado una posición prestigiosa y posteriormente pierde esa situación de clase debido a circunstancias que escapan a su radio de acción, aunque luego recuperan a corto plazo su ubicación privilegiada, a veces en forma súbita y vertiginosa, como si existiera una “fórmula mágica" para acceder a los puestos de riqueza y poder general. Sin desdeñar la concepción acerca de que las personas pertenecientes a la elite nacen con un carácter específico, resulta evidente que sus mismos training y trayectoria coadyuvan a que se desarrollen en ellas modalidades propias. 

            Teniendo en cuenta la perspectiva teórica antedicha, puede sostenerse que el autor de marras, más que seguidor heterodoxo de la corriente marxista, representa una continuidad de la tendencia radicalizada de la escuela de Pareto, porque “la elite del poder no se transforma para él en un aguijón de la lucha de clases” [15]. El propio Mills señala al respecto:

             La punta de la moderna sociedad americana aumenta progresivamente en unidad, y con frecuencia parece estar coordinada de una manera consciente: en la punta ha surgido una elite del poder. Los niveles intermedios están constituidos por una masa de fuerzas que se anulan y equilibran mutuamente y que vagan sin meta fija: el centro no une lo de abajo con lo de arriba. El fondo de esta sociedad está políticamente fragmentado y carece cada vez más de poder, aun considerado como un hecho pasivo: abajo surge una sociedad de masas...[16].

             La pérdida de pluralismo político-ideológico en el ámbito norteamericano obedecería entonces a la fusión creciente entre determinados grupos directivos en dirección a una conformación elitista monopolizadora del poder real, por encima de una sociedad de masas fragmentada o atomizada. Mills opina que esa elite se caracteriza por su inmoralidad, ignorancia e irresponsabilidad, por lo que debería neutralizarse su poderío en pos del beneficio de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, el autor reconoce que su existencia responde a “tendencias institucionales de la estructura social, tales como el ascendiente militar en una economía de empresas privadas, donde coinciden los intereses objetivos de esas empresas y los de las instituciones militares y políticas” [17].

            Por otro lado, existen semejanzas sociales y personales entre los individuos que se encuentran ubicados en las esferas directrices, lo cual coadyuva al incremento progresivo de la interrelación de los hombres que detentan cargos o puestos de comando dentro de los respectivos ámbitos referidos. El poderío mencionado de la elite implica una estructuración de índole corporativa, en virtud de la “ramificación de las decisiones que se toman en la cima y al ascenso al poder de una serie de organizaciones profesionales que no tienen las restricciones del adiestramiento de los partidos” políticos ordenados de acuerdo a una institucionalización demoliberal de origen republicano auténtico.

_________________________

[1] )- WRIGHT MILLS, Ch., ob. cit.  [2] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem.  [3] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem.  [4] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem.  [5] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem[6] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem.  [7] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem.  [8] )- WRIGHT MILLS, Ch., ídem.  [9] )- RODRIGUEZ SANCHEZ, Carlos (1989): Diccionario de Ciencias Políticas y Sociales (T.S. Di Tella et al.), Bs.As., Puntosur.  [10] )- PARETO, Vilfredo (1968): Forma y equilibrio sociales; Madrid, Revista de Occidente.  [11] )- RODRIGUEZ SANCHEZ, C., ob. cit.  [12] )- DAHRENDORF, R., ob. cit.  [13] )- RODRIGUEZ SANCJEZ, C., ob. cit.  [14] )- RODRIGUEZ SANCHEZ, C., ídem.  [15] )- DAHRENDORF, R., ob. cit.  [16] ). WRIGHT MILLS, Ch. (1969): La elite del poder; México, Fondo de Cultura Económica.  17] )- RODRIGUEZ SANCHEZ, C., ob. cit.

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