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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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ALIENACIÓN, COSIFICACIÓN, ENAJENACIÓN Y FETICHIZACIÓN DE LA "MERCANCÍA-TRABAJO"- Juan Labiaguerre

La inmensa mayoría de la población activa mundial ejerce desde épocas inmemoriales ocupaciones a los efectos cuasi-excluyentes de enfrentar el apremio impuesto por la exigencia de sustento económico en aras de la supervivencia material. Se trata de tareas fácticamente obligatorias en el sentido de llevarse a cabo “bajo amenaza de ruina”, según la noción marxiana. Por otro lado, un círculo ínfimo privilegiado de personas, en cualquier sociedad, puede desarrollar actividades remuneradas acordes con su vocación, formada por inclinaciones particulares en términos del valor estimado como “realización integral” del ser humano.

Una premisa básica del capitalismo radicaría en la libertad de trabajar, de tal modo que proliferen sujetos coercionados -desde los puntos de vista tanto económico como jurídico- a “vender libremente su actividad en el mercado”; de allí que sólo teniendo en cuenta ese segmento de trabajadores, al existir obreros formalmente libres, aunque “acuciados por el látigo del hambre”, los empleadores pueden calcular con precisión, a priori, los costes de la producción [Weber].

Al margen de las relaciones de esclavitud y servidumbre, predominantes históricamente durante siglos, y a partir del proceso de industrialización capitalista occidental, emergieron numerosas conceptualizaciones en torno de los fenómenos de “objetivación, enajenación y alienación” de la esfera laboral, experimentados masivamente por la fuerza de trabajo en las diversas, coexistentes o sucesivas, formaciones económico-sociales del capitalismo. Tampoco resultó ajena a este proceso la experiencia de los socialismos reales, patrocinados por la Unión Soviética, durante gran parte de la centuria pasada.

El funcionamiento del mercado laboral es proclive a reprimir, incluso “simbólicamente”, dado que -por ejemplo- aun sin la existencia de coacción física el desempleo tiende a actuar en términos de “disciplinador social” contundentemente eficaz. El sistema capitalista fue engendrado sobre la base de los mecanismos opresores y represivos implícitos en el trabajo vivo subsumido con el propósito de apropiación del trabajo abstracto, lo cual representa un procedimiento inherente y continuo de su evolución a través del devenir histórico.

Los ámbitos escindidos de las labores manuales e intelectuales, y la esfera del diseño aislada de la ejecución, equivalen a dominio, funciones enajenadas, proceso que conlleva controlar personas, imposibilitando que las ocupaciones rentadas resulten aunque fuera mínimamente creativas y de alguna forma gratificantes. En consecuencia, prevalecen las tareas forzadas generadoras de alienación personal y colectiva, puesto que el trabajo en el sistema significa “apropiación de la libertad (salvo la de morirse de hambre) del hacer”, constituyendo el poder sobre el poder hacer [Dussel].

De acuerdo a lo expuesto, “el trabajador se torna más pobre cuanto más riquezas produce”, deviniendo una mercancía o cosa desrealizada, cuyo costo resulta inversamente proporcional a la cantidad de productos generados. Esta cosificación construida con el trabajo del propio trabajador, ¿no es represión-opresión-dominación del trabajo muerto sobre el trabajo vivo? La des-realización hasta morir de hambre, ¿no es represión-dominación, aun bajo el Estado de bienestar más democrático que haya existido o existiera jamás?

Un perjuicio fundamental debido a la alienación laboral consiste en suprimir la vida esencialmente “genérica” del ser humano, acotando su existencia a un mero juego de egoísmos. Al respecto, mediante sus “Manuscritos económico-filosóficos de 1844”, Marx profundizó conceptualmente la esencia estructural de la sociedad capitalista, teorización que representaría una auténtica ontología implícita con una metafísica de la realidad histórica unida a una crítica de la economía política clásica [Luckács]. En tal sentido, “objetivar” significa asignarle a determinada concepción la cualidad de objetividad, es decir no referida a las ideas singulares, sino basada en el mismo objeto, al margen de distintas subjetividades. El devenir de la enajenación conduce a procesos mediante los cuales determinadas personas, y/o grupos de ellas, transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de sus potencialidades particulares.

Se ha interpretado que la actividad laboral, en cuanto hecho primigenio de la humanidad, o “modelo del ser social”, equivale a una especie de sustancia principal o pura, argumentación alusiva a la esencia perceptible en los propios fenómenos. En tal sentido, el carácter objetivado del trabajo remite -en principio- a su atributo intrínseco de “forma básica, fundamento, o caso modelo vital”. En última instancia, la esfera ocupacional constituiría un factor clave a partir de cuya evolución se expresan ciertas predisposiciones y actitudes complejas, inherentes a los sujetos interactuando colectivamente [Luckács].

La problemática acerca del trabajo cosificado puede considerarse, analíticamente, por medio de la estimación de tres grandes instancias histórico-sociales, en términos abstractos de “modelos puros”, compuestas por la etapa del capitalismo industrial libreempresista, la fase del Estado regulador y la era neoliberal, sucesivamente.

En cuanto a la esencia capitalista de la enajenación de los trabajadores, la actividad laboral resulta proclive a asimilarse a la “forma mercancía”, manifestada en el empleo asalariado y alienado, involución que representa una figura cosificada y enajenada de la praxis bajo el capitalismo, lo cual remite a una perspectiva fenomenológica. Más allá de este enfoque, las ocupaciones remuneradas equivaldrían también a cierta premisa básica del subjetivismo particular de cada individuo, esto es al ser humano que hace historia, reproduciendo en su conciencia y en la práctica misma de su vida cotidiana la propia esencia, desde un punto de vista ontológico, de la condición inmanente del género humano. Por otra lado, a través de una mirada de índole teleológica, el fin puesto en el trabajo resulta equiparable al “momento en que lo ideal se convierte en elemento fundamental de la realidad social y material”, al condicionar una serie causal de las determinaciones del individuo y de los grupos sociales [Luckács].

Asimismo, en el contexto del mundo contemporáneo la producción social evolucionó con gran velocidad, factor que generó relaciones interclasistas nuevas, sobre la base de la desaparición de sus precedentes. De manera que el factor “que determinó el desarrollo social no fue la lucha natural por la existencia, sino el combate por una u otra forma de organización" [Mattick]. En la medida en que la modernización industrial progresiva desarrollaba, ensanchaba y profundizaba un conflicto de clases sociales, derivado de la contradicción creciente de los intereses de la fuerza de trabajo con respecto a los correspondientes al capital, el poder estatal asumió gradualmente la función de controlar aquella fuerza a partir de las conveniencias y necesidades de los sectores capitalistas, en tanto organización pública destinada a la subordinación de los trabajadores, como una máquina de despotismo clasista [Marx].

Corresponde señalar que la objetivación naturalista, en cuanto al "uso de mano de obra”, pretende legitimar la explotación masiva del esfuerzo humano, a partir de la apropiación del excedente productivo -generado socialmente- por parte de un núcleo reducido, a escala mundial y en términos proporcionales, portador del capital, mediante extracción de plusvalor. En forma simultánea, los procesos de cosificación, alienación o enajenación de la labor retribuida de numerosos grupos de la población activa implican el “extrañamiento" de estos últimos con relación al producto de su quehacer, junto a la esencia del mismo.

El reconocimiento del fetichismo de la mercancía, según el enfoque marxiano, obedece a un abordaje abstracto sobre las relaciones interhumanas, las cuales devendrían interacciones “entre cosas”; este tratamiento conceptual, procedente del campo de la economía política, se proyecta al ámbito filosófico. Al respecto, aquel “fetiche mercantil” configuraría una especie de mónada del capitalismo [Bolognesim], frente al interrogante sobre la génesis de esa “dimensión metafísica que domina el trabajo de los hombres y sus productos”.

De acuerdo a lo expuesto, la mercancía no constituye meramente una simple cosa, significando únicamente aquello que demuestra su apariencia superficial, sino que la adherencia de valores externos la convierten en “portadora de sutileza metafísica y mañas teológicas” [Marx]. Por ende, dicho carácter difiere del correspondiente al valor de uso, representando éste el fin específico de los productos respecto de la satisfacción de las necesidades humanas, mientras que aquella adherencia resulta prototípica de la forma mercancía en sí misma, relativa a la instancia en la cual “el trabajo humano (que es alienado) es dado a la sociedad como mercancía, en el valor de cambio”.

El proceso de fetichización mercantil consiste entonces en la reconversión del producto social en un objeto metafísico, dado que esta mutación es resultante de las “relaciones objetivas de producción”, alcanzando en el sistema económico propio del capitalismo un papel mediador de los productores entre sí, al refractar los vínculos colectivos interpersonales en cuanto conexión de objetos, es decir una relación objetiva entre cosas, puesto que la forma precitada configura la “síntesis de la relación social que nace con el trabajo [Marx].

En definitiva, la mercancía sólo es fetichizada sobre la base del procedimiento intrínseco que la genera, es decir a través de la labor humana enajenada; en tal contexto, el factor hipotéticamente “racional” de la dinámica productiva conlleva de manera indisoluble la segmentación de la fuerza de trabajo, siendo la mano de obra nada más que una parte de dicho “engranaje”, como cualquier otro objeto componente de la producción en su conjunto. El producto mercantil elaborado, cuando ya ha sido ofrecido en el mercado para la operación de compra-venta de un determinado artículo, preserva cierto significante unitario inexistente en la persona trabajadora y en la relación productiva en sí mismas.

 

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