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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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CENTRALIDAD VITAL Y SOCIOCOMUNITARIA DEL TRABAJO HUMANO - Juan Labiaguerre

Es preciso diferenciar las centralidades descriptiva y normativa de la esfera ocupacional; la primera de ellas concierne a la corroboración fáctica acerca del hipotético valor existencial de la actividad laboral, determinante en la configuración integral de la vida humana y de su entorno social. Se trataría, en el fondo, de una versión más de la discusión sobre el teorema de la base y la superestructura, o del debate entre idealismo y materialismo, aplicado a la vigencia o la crisis de la sociedad del trabajo [Noguera].

La centralidad normativa, por otro lado, alude a la problemática ético-política sobre si aquella actividad debiera portar dicha relevancia sociocultural, y también respecto a la eventual existencia de un vínculo claro entre las inserciones ocupacionales y los variados beneficios sociales, tales como ingresos, supervivencia, ciudadanía, estatus, etcétera). Esta segunda facultad asume contornos de mayor trascendencia dados sus caracteres específicos, teniendo en cuenta que sus derivaciones, tanto político-operativas como también conceptuales, referidas a la noción de trabajo, superan en importancia a aquellas alusivas a “una simple constatación empírica y/o descriptiva sobre la centralidad del mismo”. Verbigracia, quienes suscriben a esta centralidad normativa rechazarán la posibilidad de una renta básica garantizada o incondicional, independiente del trabajo, y favorecerán alguna versión de la ética del trabajo moderna [Noguera].

A partir de lo señalado, una concepción de la ciudadanía sería de carácter trabajocéntrico cuando asociare normativamente tal quehacer remunerado a la obtención, por ejemplo y de acuerdo a lo ya mencionado, de (1) retribuciones económicas, (2) medios para la sobrevivencia material, y/o (3) prestigio social. En cambio, esa centralidad normativa resultaría soslayada en la medida en que se conciba una “disociación entre trabajo y subsistencia, u otro tipo de beneficios” [Noguera].

Las tres coordenadas indicadas precedentemente operan de manera autónoma, desde el punto de vista teórico abstracto, esto es -por caso- puede sostenerse una concepción ampliada de la órbita laboral desde perspectivas basadas en el productivismo, y así también a partir de su criterio antinómica. De modo similar, es posible apoyar la idea sobre la centralidad normativa que presenta el trabajo humano a través de la adopción de la versión extendida o de la acotada, de acuerdo a la clasificación enunciada. La articulación compleja de la tríada citada posibilita un enfoque particular en referencia a los tratamientos por medio de los cuales la acepción el término "trabajo" se reelaboró en cuanto proceso o fenómeno de índole preeminentemente social.

Frente a las ideas de algunos intelectuales, verbigracia Arendt o Habermas, se puede llegar a aceptar una perspectiva consistente en la pérdida de centralidad normativa del accionar laboral, aunque afirmando de manera simultánea la ubicuidad del concepto amplio sobre el mismo. Ello significa que eventualmente es probable la coherencia teórica de un posicionamiento a favor de que la esfera ocupacional no pudiera o debiera conformar el “vínculo central de la sociedad”, y a la vez que la racionalidad, de tipo instrumental, no tiene por qué ser la única que estructure el proceso de trabajo.

La observación antedicha resulta importante, ya que la mayoría de los pensadores contemporáneos, defensores de una supuesta crisis de centralidad del "empleo", tales como -entre otros- el citado Habermas, además de Offe, Gorz, y Méda, son proclives a contornear ciertas nociones reducidas del quehacer remunerado, en tanto función inferida y deducida de esa postura teórica, lo cual conduce a la proposición de iniciativas alternativas, fundamentadas unilateralmente en la necesidad de liberación “del” trabajo, y no tanto “en” el mismo [Noguera].

Por otra parte, en sentido divergente, quienes afirman que el acto laboral “debe seguir siendo algo central en las vidas de los individuos y de cara a la cohesión social, lo suelen hacer muchas veces desde un concepto amplio de trabajo, como actividad necesaria para el reconocimiento social, la autoestima o la autorrealización, cuando no necesariamente ambas cosas van lógicamente ligadas”. En otra palabras, ejemplificando, una estrategia política que busque reducir aquella centralidad no tiene por qué apoyarse en una imagen puramente instrumental y degradante del mismo [Noguera].

Marx y Habermas expresaron posturas inclinadas a avalar una concepción ampliada y otra acotada de este quehacer retribuido, de manera respectiva; la visión del primero admite que dicha actividad contiene eventualmente potenciales de autonomía y autorrealización, convertidos por el capitalismo sobre la base de pura instrumentalidad, impulsada mediante una disciplina sociopsicológicamente coercitiva. La noción marxiana alrededor del ámbito ocupacional deviene también “antiproductivista”, mientras que tampoco asume la centralidad normativa del trabajo en la sociedad, proponiendo disolver la conexión de las tareas laborales respecto de la sobrevivencia económica.

En consecuencia, variadas interpretaciones extendidas resultarían erráticas con relación al encuadre del fundador del materialismo dialéctico, concernientes al tratamiento de tal compleja problemática. El enfoque de dicho autor decimonónico era esencialmente ajeno a una especie de glorificación del trabajo, en la medida en que éste constituye una “precondición material de la existencia humana”, aserto equivalente a una constatación empírica en la visión marxiana, lo cual no implica que esa labor signifique una fuente de todo "progreso, moral, o riqueza". Ello lo sostendrían, entre los principales exponentes de esa teoría conceptual, Arendt, Baudrillard, Habermas, Jaccard, Méda, Naredo, y Tilgher.

En cuanto a la doctrina marxista clásica, Noguera aclaró que "no encontramos nunca en la obra de Marx cantos elegíacos como los de los pensadores liberales o los predicadores protestantes. Tampoco entiende el trabajo como la esencia del ser humano: éste no es homo faber sino animal social, su sociabilidad es lo que determina su naturaleza y no al revés; es la praxis -entendida como un actuar por el que se va construyendo el mundo, y no el trabajo -que sería una forma específica de praxis-, lo que define al ser humano y le diferencia de otras especies animales”.

La óptica del marxismo ortodoxo no adopta, como se apuntó previamente, una ubicación conceptual anclada en el productivismo, del modo tal cual lo hacía el pensamiento liberal-burgués de su época. Ello obedece a que esta última mirada, junto a aquellas correspondientes a la mayoría de los académicos del área político-económica del siglo XIX, no alcanzaba a contemplar nítidamente, en términos semejantes a los de la actualidad, ni la imposibilidad de un desarrollo indefinido de las fuerzas productivas, ni las implicaciones de la destrucción de recursos naturales agotables. Según el propio Marx, “la producción económica nunca se planteó como un fin en sí mismo, por el contrario, la prioridad para él era el desarrollo humano, de tal manera que el ser humano domine y controle la producción, en vez de verse controlado por ella: mediante un afortunado juego de palabras, [el autor clásico] solía despreciar el goce de la acumulación para oponerlo a la acumulación de goces, en un giro casi hedonista” [Noguera]. .

La observación marxiana, propensa en forma nítida al planteo del achicamiento de la jornada laboral, y correlativamente al incremento del tiempo libre, pone de manifiesto y refuerza -de modo suplementario- su criterio de índole antiproductivista. Su definición de “riqueza” remitía al goce de tiempo ocioso y condiciones de vida autorrealizada, no así en cuanto consumo y acumulación; además cuestionó con énfasis el sesgo excluyente del sistema capitalista hacia lo “puramente mercantil, en el valor de cambio, relegando a un segundo plano el valor de uso de los bienes producidos”.

Por otro lado, fundamentalmente, la acepción marxiana acuerda con la noción de trabajo ampliada, ya que el panorama teórico alrededor del mismo, dentro de su horizonte conceptual extendido, abarca las dimensiones de la acción precitadas. Esto es, la actividad laboral se encuentra orientada hacia la realización de una finalidad determinada, lo cual reconoce el aspecto “cognitivo-instrumental o teleológico”; asimismo, se trata de una interacción sociocomunicacional, factor que conlleva la instancia “práctico-moral o social”, mientras que dicho quehacer constituye cierta autoexpresión práctica del ser humano, que permite llevar a cabo “el libre juego de las fuerzas vitales físicas y espirituales”, elemento alusivo a la faceta “estético-expresiva”. Dentro del conjunto de la obra de Marx, éste enfatizó en grados diferenciados cada una de dichas aristas, y sin embargo todas ellas se encuentran presentes en la integralidad de su bibliografía.

El reconocimiento de una conceptualización ampliada sobre el factor-trabajo, en la perspectiva marxiana, implica también acordar que una instancia esencial dentro de tal visión radica en el sostenimiento de una idea de autorrealización activa, proceso eventualmente plausible mediante la concreción de tareas laborales, lo cual difiere del enfoque acerca de la mutación de esa actividad en una especie de “juego” (Fourier, Marcuse, Schiller). En cambio, aquella apreciación se apoya en el presupuesto de que el trabajo humano conlleva esfuerzos, inclusive ciertos padecimientos, necesarios a fin de superar obstáculos en aras del autodesarrollo de las capacidades y los potencialidades de las personas.

De acuerdo a Noguera, tal argumento atinente a una supuesta "autorrealización activa a través del trabajo (Marx), concuerda con estudios psicológicos y sociológicos contemporáneos, que muestran cómo el esfuerzo y la autosuperación son componentes necesarios en la obtención de un sentimiento de plenitud vital” (Csikzentmihalyi / Ronco-Peattie / Stebbins). Al respecto, la actividad autorrealizadora no radicaría en el simple consumismo o "goce pasivo", en la medida en que aquella implica algún tipo de quehacer esforzado, y por esto mismo la situación mencionada sería factible a través del propio trabajo. Hasta puede indicarse, siguiendo el enfoque señalado, que el trabajo libre y creativo es una de las vías más indicadas -aunque desde luego no la única- para alcanzar la autorrealización.

Frente a las estimaciones de determinados autores, la consideración de la posibilidad de un trabajo libre no representa una idea contradictoria en la obra integral de Marx, sino específicamente una eventual “factibilidad histórica”; los comentarios de dicho autor acerca de la diferencia entre los reinos de la necesidad y de la libertad no deben interpretarse en el sentido de que estuviese oponiendo allí el trabajo al ocio o al tiempo libre. En el encuadre marxiano, “se opone el trabajo necesario (no libre) al plustrabajo libre”, de manera que el tiempo dedicado eventualmente a este último, en una sociedad hipotéticamente comunista, se extendería sobremanera, debido a la reducción del trabajo necesario permitida a partir de la aplicación de innovaciones tecnológicas. Sin embargo, de todos modos, el plustrabajo seguiría existiendo, en la forma de actividades libre y conscientemente elegidas por cada individuo para desarrollarse y autorrealizarse como tal [Noguera].

“Si se interpreta la obra de Marx desde estas coordenadas, resulta entonces inevitable concluir que ésta mantiene una clara continuidad en la defensa del concepto amplio de trabajo. De hecho, la dicotomía alienación-objetivación ya implica la idea de un trabajo libre o desalienado: el trabajo es actividad objetivadora, productora de mundo, pero no por ello debe ser actividad necesariamente alienada”. Por ende la libertad no se halla -en forma exclusiva- fuera del ámbito laboral sino que responde, “entre otras instancias, al trabajo no alienado”; tal planteo se diferencia del concepto reducido del empleo típico entre los economistas liberales clásicos, y asimismo de la apreciación “desvalorizada y elitista” del mismo, propia de los intelectuales de la antigüedad.

Lo expuesto precedentemente fue ilustrado por la filosofía aristotélica, mientras que desde la versión marxiana del asunto "es en la praxis real y material -que incluye el trabajo- donde debe darse la buena vida y la liberación, y no sólo en la política, el lenguaje, el pensamiento o el arte, como creía Aristóteles, o como creyeron, siglos más tarde, Habermas o Arendt” [Noguera].

Debe agregarse que el planteo marxiano soslayaba en términos relativos la centralidad normativa del trabajo a lo largo del eje sustantivo de su obra estimada panorámicamente, el cual sostiene el hecho de que la sobrevivencia económica no se hallaría vinculada al “rendimiento laboral en la sociedad comunista”. Ello se encuentra conectado a la defensa de un principio de justicia distributiva igualitaria, dejando de lado el aspecto meritocrático, hipotéticamente vigente en el sistema capitalista, teniendo en cuenta su marco ideológico: “la diferencia en cuanto a las actividades, a los trabajos, no justifica ninguna desigualdad, ningún privilegio en cuanto a la posesión y al goce” [Marx-Engels].

Dentro de esa interpretación, el apotegma tan trillado que proponía la premisa acerca que de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades manifiesta nítidamente el enfoque antedicho. En ese sentido, algunos estudiosos actuales de la problemática ocupacional propulsan la implementación una renta básica mínima de inclusión social, autónoma con relación a las prestaciones laborales efectivas, en cuanto medio a los efectos de acercarse a la concreción del principio citado [Van Parijs]. Entonces, podría afirmarse que “este concepto amplio, no productivista y que no asume la centralidad normativa del trabajo es una de las aportaciones más originales de la obra de Marx” [Noguera].

La concepción marxista clásica, teniendo en cuenta su carácter disperso y complejo, junto a los avatares históricos de su publicación, dio pábulo al surgimiento de criterios conceptuales heterogéneos, a veces contradictorios en sí mismos, en referencia a la noción sobre el trabajo elaborada por aquella visión. Emergió por lo tanto el interrogante acerca de si el accionar laboral podría alcanzar cierta naturaleza “libre y desalienada”, o si -en contraposición- la libertad y la autorrealización humanas están ubicadas eventualmente al margen del ámbito ocupacional como tal. La primera opción resultaría más fiel a la letra y el espíritu de la obra de Marx, mientras que las interpretaciones alternativas a la misma presentan grandes inconvenientes en pos de su desarrollo explicativo.

Al margen de lo expuesto, en el ideario exégeta de la cosmovisión marxista con frecuencia se optó por alguna de tales posturas, generando de este modo una especie de “dos corrientes o tradiciones teóricas distintas en cuanto a la concepción del trabajo”. En consecuencia, aquellos autores que avalan la dicotomía trabajo alienado/libre, en tanto característica típica de la teoría marxista ortodoxa, reconocerían la validez de un concepto amplio de trabajo, que idealmente sobrepasa la pura instrumentalidad; bajo dicha interpretación, sería factible “la liberación en el trabajo”. Por otro lado, el posicionamiento referido a la alienación intrínseca del acto laboral, adoptaría una noción restringida sobre el mismo, limitándolo a su aspecto instrumentalista o teleológico, debido a lo cual quedaría como fin político excluyente en esa cuestión en torno a la “liberación del trabajo”.

 

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