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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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PRODUCTIVIDAD LABORAL Y LIBERTAD HUMANA - Juan Labiaguerre

Mientras que en Historia y conciencia de clase, Luckács aludía al “carácter reificante y alienante” de la actividad laboral, desde un enfoque ontológico el trabajo social constituye la premisa del proceso histórico-social de hominización de las personas, dado que tal quehacer permitiría al individuo pasar de un estadio animal hacia aquel otro superador donde emergen los caracteres peculiares integrales del género humano. En tal sentido, las ocupaciones rentadas a efectos de la supervivencia material no admitirían una escisión “entre objetos y modelos mentales”, puesto que estos últimos resultan en cualquier situación específicamente reflejos, mientras que la acción laboral configura “la traducción en la realidad de fines que son, a su vez, modelos generados en la mente humana, aunque bajo control del factor necesidad”. Debido a ello, el planteo de una finalidad determinada a concretar debe pasar a través del conocimiento de los nexos naturales usados dentro del contexto del quehacer laboral [Noguera].

Por otro lado, “el límite que la gnoseología plantea a la ontología consiste en la adecuación del conocimiento a la realidad para la realización del fin y la satisfacción de la necesidad”; en consecuencia, la comprensión cabal de los medios e instrumentos de trabajo deviene, en términos de vehículo de sociabilidad, más importante que la misma satisfacción de la necesidad, puesto que la sociedad cumple la búsqueda en torno a la naturaleza del medio con el cual se garantizan los resultados del proceso de trabajo, pero también la posibilidad de su continuidad y perfeccionamiento [Noguera].

Además, “la necesidad es el verdadero principio que pone en movimiento el proceso de trabajo”; la presencia de aquélla conlleva una relación profundamente heterogénea entre fines y medios, en aras de conseguir los objetivos, aunque existe en los extremos de dicho proceso la satisfacción de determinadas necesidades. A partir de una instancia dada opera una diversidad de momentos proclive, sin embargo, a cierta homogeneización, la cual se desarrolla al interior de la actividad laboral, previendo un conocimiento apropiado “de los nexos causales naturales, transformación de éstos y, así, reconocimiento de su carácter puesto” [Noguera]. A propósito de ello, según Lukács, únicamente podría considerarse racionalmente el ser social al concebir que su génesis, diferenciación respecto de su base, su autonomización, resultan fundamentadas en el acto de trabajo, esto es en la “realización continua de posiciones teleológicas” [Anderson].

Las polémicas contemporáneas alrededor de la noción acerca del trabajo humano sólo en forma ocasional plantean, taxativamente, ciertos aspectos cruciales de la conceptualización crítica basada, en última instancia, a partir del marxismo clásico; al respecto, se ha enfatizado con frecuencia la problemática de las relaciones sociolaborales junto a los ideales emancipatorios de los seres humanos. En referencia a la corriente teórica precitada, destacan algunos puntos clave suplementarios de la dicotomía convencional entre valorización y desprecio del ámbito ocupacional; los mismos aluden a los conceptos enfrentados respectivamente “amplio y reducido”, “productivismo y antiproductivismo”, y “centralidad normativa y descentralización”, todos ellos referidos a la práctica laboral.

Teniendo en cuenta las variables mencionadas, resultan cuestionables determinadas interpretaciones acerca de la visión ortodoxa del materialismo histórico, lo cual permitirá vislumbrar diferentes vías por cuya orientación diversas vertientes marxistas ulteriores reelaboraron el encuadre teorético sobre la cuestión de marras, por ejemplo en el abordaje y tratamiento conceptual del trabajo expuesto en la obra habermasiana.

El propio núcleo sustantivo de la definición de ocupación -o empleo- admite concepciones sumamente heterogéneas, debatiéndose en la esfera internacional en nuestros días, tanto teórica como operativamente, las transformaciones radicales del universo del trabajo. Tal confrontación de ideas implica la apreciación de ítems temáticos portadores de enorme diversidad de ángulos analíticos, los cuales aluden al sentido existencial de la actividad laboral, la instancia crítica atravesada por la “centralidad” eventual de aquélla, las modalidades ocupacionales extramercantiles, las reconversiones del empleo asalariado y de la estructura organizacional socioproductiva, los efectos de dichas mutaciones sobre la estratificación de las sociedades, “las propuestas políticas de reducción del tiempo laboral o de disociación de trabajo y renta, etcétera”.

Ha proliferado una enorme cantidad de visiones, a escala mundial, acerca de esas problemáticas, perspectivas que conllevan -por lo general- un acuerdo tácito relativo, en ocasiones caracterizado por su ambigüedad, alrededor de la conveniencia de revisar de modo amplio el significado propio del trabajo típico, en su acepción asumida convencionalmente [Noguera].

Al margen de las antedichas elucubraciones, es preciso comprender, en principio, las derivaciones conceptuales de la noción sustancial del trabajo humano, en sí misma, subyacentes en aquellas apreciaciones, lo cual remite a los distintos aportes de la teoría social crítica de cuño filomarxista. Ese abordaje debe preceder, desde un punto de vista lógico, a los enfoques teóricos concretos y a los análisis empírico-experimentales acerca de la cuestión tratada; ello resultaría útil a los efectos de aclarar ciertas presuposiciones dogmáticas, latentes en numerosos tratamientos contemporáneos, revisando asimismo la interpretación de indicadores mensurables al respecto.

La concepción del materialismo histórico, a través de sus fundadores y de sus innumerables exégetas, representa una corriente teórica inspirada en “valores emancipatorios al servicio de una transformación social que aumente los grados de autonomía y autorrealización de los individuos”; por otro lado, corresponde a la tradición que ha renunciado en mayor medida a cualquier tipo de esencialismo ahistórico, que decida de antemano sobre la “naturaleza” de un factor como la actividad laboral trabajo humana, cualidad que presenta implicaciones profundas [Noguera].

Ciertos aportes teóricos relevantes, de cara a la revisión conceptual del trabajo, se deben a dos enfoques conceptuales alternativos, que responden en última instancia a algunas visiones del marxismo occidental [Anderson], en términos de corrientes significativamente divergentes con relación a las expresiones dogmáticas del tronco común materialista-histórica; esa perspectiva aggiornada remite a encuadres revisionistas en referencia a la doctrina ortodoxa clásica, eludiendo su sacralización como conjunto de “recetas intelectuales listas para el uso” [Noguera].

En definitiva, aquello que las vertientes marxistas heterodoxas rescataron positivamente constituye una faceta crucial, con frecuencia soslayada dentro de la discusión “moderna”, esto es el problema concerniente al nexo de la actividad laboral y la libertad de los seres humanos. Esta vinculación alude a una serie de cuestiones importantes interconectadas recíprocamente, tales como los interrogantes sobre si el trabajo posibilita eventualmente la realización de un quehacer portador de sentido auténtico y esencial, si la lógica ocupacional se agota en la racionalidad instrumental o puede superarla, y cuál es el límite de un retroceso idealmente deseable del proceso cosificador dentro de las prácticas laborales, desde una perspectiva de corte ontológico. La temática precitada configuraría el núcleo de la divergencia sustantiva del planteo habermasiano, expuesto durante la centuria próxima pasada, con respecto al encuadre integral marxiano del siglo XIX.

Como se indicó anteriormente, podrían trazarse coordenadas esenciales aplicables al tratamiento analítico del significado multidimensional del trabajo humano, correlativas a sendos ejes teóricos: “valorización/desprecio” de la praxis laboral; nociones extensiva o acotada de ella; productivismo frente a antiproductivismo concernientes a las relaciones sociolaborales; y “centralidad o no” de las ocupaciones.

El vector “valorización o desprecio” del trabajo constituye el más reconocido tradicionalmente, de manera que devino prevaleciente en gran parte de los análisis históricos en la materia; el mismo trata sobre si el ámbito ocupacional resulta dignificado y revestido de valor social y cultural positivo o, por el contrario, es despreciado como una actividad innoble. Ambos posicionamientos enfrentados proyectan concepciones opuestas predominantes, “respectivamente, en las sociedades modernas y en las antiguas” [Noguera].

Dicha controversia representa un tema demasiado remanido de cara a la evaluación de la noción de trabajo y, debido a ello, resaltarla deriva corrientemente en una especificación deficiente de diversas especies posibles de estimación o menosprecio de aquél, junto a los diferentes motivos y filosofías que los impulsan. En este aspecto, verbigracia, “el liberalismo burgués y el socialismo suelen ser clasificados en una misma categoría de valorizadores del trabajo, haciendo abstracción de todas sus diferencias al respecto”; es preciso en consecuencia identificar variables alternativas, de mayor profundidad teórica, para lo cual conviene tener en cuenta la consideración de las otras tres dicotomías señaladas [Noguera].

En cuanto al segundo elemento crucial citado, el concepto amplio de trabajo aprecia que “una actividad laboral puede tener recompensas intrínsecas” y que, por ende, la misma no necesariamente consiste en una ocupación pura y exclusivamente instrumental, sino eventualmente -al menos en forma parcial- autotélica, presentando por sí sola una finalidad propia [Noguera]. En cambio, la noción reducida únicamente evaluaría la potencialidad de “recompensas extrínsecas” al quehacer en cuestión, las cuales adoptan alternativamente modos diferenciados; por ejemplo, entre retribuciones de otros tipos, dinero, supervivencia, reconocimiento social y salvación religiosa. De acuerdo a tal visión, “el trabajo es una actividad puramente instrumental, que no puede dar lugar a autorrealización personal alguna, y que supone necesariamente una coerción para la libertad y la autonomía del ser humano”. Siguiendo a Habermas, podrían manifestarse tres dimensiones posibles de la acción, sustentadas en sendos criterios de validez correlativos, teniendo en cuenta la probable aplicación de cara a esa acción humana específica.

Considerando la clasificación precitada, en primer término incide el factor cognitivo-instrumental, tendiente a procurar ciertas metas a partir de la utilización de criterios de eficacia o eficiencia que, con relación a las ocupaciones de alguna manera rentadas, “correspondería a la producción o creación de valores de uso”. En segundo lugar, se menciona la dimensión práctico-moral, concerniente a los aspectos significativos y al sentido social y moral que tiene toda acción, y se regiría por pautas de corrección o adecuación moral y social; aplicada a la esfera laboral, ello cristaliza, en general, a través de las siguientes variantes: “concibiendo el trabajo como deber social o disciplina coercitiva” (criterio vinculado a un principio ético tradicional), o en tanto medio de solidaridad colectiva y de creación de vínculos sociales. Finalmente, la instancia estético-expresiva comprende las actitudes referidas a la autoexpresión-realización latentes en gran parte del accionar humano, y que estarían regidos por valores que apuntan a la autenticidad; con respecto a su reflejo en el trabajo, el mismo es equiparado a una especie de vía en aras de que las personas puedan autorrealizarse [Noguera].

Una noción dotada de superior elaboración conceptual acerca de la problemática ocupacional ampliada remitiría, entonces, a comprender extensivamente el concepto de trabajo, superando la visión instrumental acotada, al estimar la actividad laboral más allá de la producción meramente utilitaria de bienes de uso. Ello implica además apreciar aquélla, de manera simultánea, en cuanto “medio de solidaridad social y de autorrealización personal”, por lo cual esta amplitud de miras apunta a integrar las dimensiones o racionalidades eventualmente intervinientes en las acciones de las personas, es decir los factores “cognitivo-instrumental, práctico-moral y estético-expresivo” [Noguera].

En alusión al tercer eje, conformado por el binomio contrapuesto productivismo frente a antiproductivismo, con relación a la esfera ocupacional, el vocablo “productivista” se presta a interpretaciones parcialmente divergentes, lo cual requiere aclarar su significación con cierta minuciosidad. De acuerdo al sentido específico del término, debe precisarse que las concepciones productivistas del trabajo se hallan fundadas en aquellas presuposiciones teóricas referidas al modo por el cual la ética del trabajo de raigambre protestante constituiría en última instancia una expresión emblemática de “racionalidad instrumental” [Habermas].

Los enfoques anteriormente mencionados asumen la producción de bienes económicos como una meta en sí misma, o en todo caso prioritaria sobre cualquiera otra, de manera que esa actividad persigue la producción por la producción; ello significa que tal planteo deviene proclive a equiparar las acciones principales de la humanidad con la generación de objetos materiales, alcanzándose el extremo consistente en evaluar que esta última actividad representa el paradigma en aras de abarcar la esencialidad del propio género humano. Finalmente, estima “las actividades mercantiles como único modelo posible y/o deseable de producción de bienes y servicios”; la perspectiva netamente productivista aprecia por ende las tareas laborales, de manera intrínseca, sesgando determinados fines compulsivos existenciales de las personas [Noguera].

En referencia a la última coordenada mencionada, “centralidad o descentralidad socioculturales del trabajo”, al margen de la necesidad del mismo de cara a la sobrevivencia material, dicho eje apunta a la cuestión acerca de hasta qué punto constituye aquella actividad una instancia básica que estructura las instituciones sociales y la vida de los individuos. Debería diferenciarse con nitidez, por lo tanto, el requerimiento económico de las “ocupaciones” respecto del tipo de centralidad señalado puesto que, obviamente, el trabajo siempre será central en cuanto necesidad material para la subsistencia del género humano. Más allá de ese carácter relevante, las labores rentadas -sobre todo en la era contemporánea- representan un espacio clave, social y culturalmente, en la convivencia cotidiana de las personas y de las comunidades que integran.

 

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