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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

EL TRABAJO INDECENTE INHERENTE AL NEOLIBERALISMO - Juan Labiaguerre

   A partir de los condicionamientos generados por la -erráticamente- denominada postmodernidad, en el marco de la sociedad presente se conjugan los rasgos distintivos de un “individualismo negativo”, enraizado en la falta de marcos normativos sociolaborales adecuados, generando un estado anómico de desafiliación de masas. En cuanto forma compensatoria ante el acentuado desarraigo comunitario basado, entre otros factores, en la desestructuración del continente universal del trabajo, consecuencia -a su vez- de la reconversión laboral-productiva-, en la moderna sociedad postindustrial, la localización de las intervenciones recobra una relación de proximidad entre los participantes directamente afectados, que las regulaciones universalistas del derecho habían desdibujado[1].

   La matriz individualista característica de fines del siglo XX responde a patrones inéditos aunque, bajo una consideración diacrónica, en el joven drogadependiente de zonas o espacios marginados actuales se proyecta la imagen remota del mendigo de las sociedades preindustriales. Dicho caso extremo se asienta en rasgos exacerbados al límite, pero que no obstante subyacen en muchas vivencias signadas por la precariedad e inseguridad cotidianas, reflejadas en trayectorias erráticas y temblorosas, construidas sobre la base de inquietudes permanentes, movilizadas por búsquedas balbuceantes, con el exclusivo objeto de “arreglárselas día por día”

   El comienzo del nuevo milenio se encuentra marcado, entonces, por una notoria fragmentación de la normativa jurídica de las relaciones laborales, en términos de un proceso de recontractualización. Ello obedece a que, de un modo subyacente al marco regulatorio general, que brinda un posicionamiento y cierta identificación a los trabajadores asalariados, considerados colectivamente, la proliferación de modalidades singularizadas de tipos contractuales del trabajo ratifica la emergencia de un universo “balcanizado” de inserciones ocupacionales alternativas.

   Con relación a la situación sociolaboral contemporánea, la contradicción que atraviesa el proceso de individuación es profunda, constituyendo una amenaza a la sociedad, reflejada en el riesgo de una fragmentación que conduciría, eventualmente, a la ingobernabilidad política de aquélla. Subsidiariamente, crece la polarización entre los grupos de personas a las que les resulta factible articular, de manera complementaria, el individualismo y la autonomía, debido al aseguramiento estable de su posición social, frente a quienes cargan con su propia individualidad como una condena, en la medida en que ella equivale a la carencia de lazos sociales y de coberturas protectoras en el orden institucional.

   La cuestión compleja del paro refiere a una situación generalizada en el sistema capitalista de nuestros días, constituyendo una temática socioeconómica predominante, con innegables aristas político-institucionales. En el presente, la cuestión que gira alrededor de la desocupación ya no es visualizada en tanto problema social particular, como se le concebía aproximadamente hace tres décadas, durante el apogeo del Estado de Bienestar, sino que resulta abordada como rasgo estructural, y primordial, de las mutaciones sociales de los últimos tiempos[2].

   El proceso de marginalidad social, en cuanto efecto de la insuficiente absorción de mano de obra por parte del sistema productivo, implica que el desempleo evoluciona dentro de las más diversas expresiones de organización social, motivo por el cual es preciso caracterizar las contradicciones específicas que engendran la escasez de demanda de trabajo. Asimismo, con relación tal requerimiento, debe aclararse que los caracteres singulares de determinada institución económico-social no derivan tanto de las leyes inherentes a su modo de producción dominante como de la forma en que [el mismo] se inserta en un sistema económico dotado de leyes de movimiento específicas[3].

   En vistas de ello, el mecanismo que origina una población activa supernumeraria, en términos relativos, responde en consecuencia no sólo a la vigencia del funcionamiento “pleno” del mercado, sino a su readecuación a una economía que va más allá del régimen productivo imperante, la cual condiciona el devenir de éste. Tal circunstancia cristaliza en un auténtico encuadre de raíz estructural, cuyo pormenorizado análisis resulta crucial a la hora de comprender de las causales originales y las especificidades del paro masivo.

   Con respecto al modelo capitalista de producción, las leyes evolutivas dinámicas que rigen el proceso de reunificación de sus diferentes elementos determinan el establecimiento de una “tasa media de ganancia”, la cual opera asimismo a partir de la perduración de factores correspondientes a formaciones socioeconómicas precapitalistas, actuantes en localizaciones y ámbitos retrasados. La conservación de aquellos garantiza al capital una creciente explotación de plustrabajo ya que, al contribuir a elevar el índice promedio del rendimiento de sus inversiones, la presencia de dichos factores tiende a acelerar el ritmo del proceso de acumulación, en los países centrales de la economía mundo actual.

   Además, los procedimientos orientados a la reproducción constante del esquema económico-social vigente incluyen la permanencia de relaciones de dependencia personal, no sólo en circunstancias como la representada por la subsistencia de vínculos de índole precapitalista, al interior de ciertas sociedades periféricas. En tal sentido, dicho fenómeno puede manifestarse a través de la interacción económica entre dos naciones con poderío asimétrico, en las que el modo de producción regido por el capitalismo resulta hegemónico.

   Aunque en el país menos desarrollado o “dependiente” existe una menor composición orgánica del capital o, en su defecto y/o en forma concomitante, cierta categoría capitalista marginal, tal como la expresada mediante la existencia relevantes de la renta como medio de obtención de ingresos, la economía nacional subdesarrollada ocupa una esfera y cumple una función central dentro del proceso de acumulación referido a los sectores capitalistas del país avanzado.

   Por otra parte, el predominio de las políticas económicas de cuño neoliberal, proyectadas en sus aristas más excluyentes hacia las sociedades periféricas, condiciona la gradual emergencia de un sistema de seguridad social que, en su componente previsional y en lo que atañe a la cobertura general de la fuerza de trabajo, secciona radicalmente la población activa.

   Debe tenerse en cuenta, al respecto, que por un lado se encuentran quienes tienen acceso a alguna prestación, aunque por lo general ésta resulte insuficiente, mientras por el otro proliferan aquellas personas sin perspectivas -presentes o futuras- en el mercado laboral regulado. Este segmento de la sociedad sólo contaría con su propio esfuerzo, o quizás con la ayuda de un determinado servicio público de salud o de asistencia, también sumamente precario -de continuar los lineamientos básicos de la política social vigente- como únicos recursos para hacer frente a los crecientes riesgos sociales y vitales, originados en la aplicación del actual modelo de acumulación.

   Las transformaciones macroeconómicas inducidas por el Estado neoliberal, dentro de un contexto periférico, concentran aún más el incremento de la productividad, profundizándose la heterogeneidad en el desarrollo tecnológico, por lo que la mutación experimentada por la estructura de cualificaciones, desde el lado de la demanda ocupacional, acelera la dinámica progresiva del desempleo.

   La categoría compuesta por los desempleados abarca al conjunto de personas que no realizan ningún tipo de trabajo durante un lapso determinado y que, además, se encuentran en la búsqueda laboral. En el ámbito sociolaboral específico de las economías avanzadas, los trabajadores desocupados cuentan con un sistema estatal de seguro que les concede derecho a determinadas coberturas sociales, y/o a una asignación monetaria pública, mientras permanezcan en esa condición. Como contrapartida, en los países subdesarrollados las necesidades de los trabajadores parados sólo son cubiertas en una proporción reducida de ellos, y mediante montos sumamente estrechos. Debe señalarse en tal sentido la interconexión que se establece entre informalidad ocupacional y actuaciones de la esfera institucional pública, teniendo en cuenta que los nexos entre sector formal e informal no son estáticos y su dinámica viene condicionada -en última instancia- por procesos políticos dependientes del control estatal[4].

   Por ejemplo, diversos estudios realizados en la Argentina durante los últimos años determinaron que, sobre una tasa media general de desempleo cercana al 15% y relativamente consolidada, el paro en el sector moderno del aparato productivo no alcanza el 10%, mientras que en el “periférico” supera la cuarta parte de la población económicamente activa, correspondiente a dicho ámbito. No obstante, debe destacarse que, dentro del núcleo dinámico de la economía, se incluyen los asalariados permanentes, pero sin cobertura previsional, el personal contratado de acuerdo con modalidades temporarias y los trabajadores insertos ocupacionalmente bajo los regímenes de <prueba o aprendizaje>, es decir -en conjunto- expresiones de empleos precarios a través de distintas variantes. Otras estimaciones indicaron, además, que cerca de la mitad de los desocupados se ubica al margen del núcleo capitalista central del mercado laboral.

   Asimismo, si se considera que -hipotéticamente- los parados pertenecientes a la órbita periférica representan una reserva de mano de obra oferente, respecto del sector moderno del sistema económico, resultaría adecuado el postulado que vaticina un periodo prolongado signado por cierta fluidez relativa de la oferta de trabajo. En cambio, dicha población activa remanente no es evaluada en términos de <ejército de reserva> con relación a la esfera moderna, motivo que explica la tendencia a la marginación de grupos crecientes de la población, en referencia a tal espacio.

    La premisa básica que determina la conversión de los desempleados periféricos en reservorio contingente de oferta de fuerza laboral radica, siguiendo este ángulo parcial de análisis, en la condición ineludible de que su nivel de cualificación se ajuste a los requerimientos correspondientes a la demanda del sector moderno. De esta manera se produciría una transferencia de mano de obra al mismo sin presiones salariales, lo cual no implica necesariamente un aumento de la productividad.

   El proceso progresivo de exclusión sociolaboral es potenciado en la medida en que se ensancha la brecha existente entre los perfiles ocupacionales demandados y los niveles de capacitación del lado de la oferta de mano de obra, teniendo en cuenta que el elevado grado de desocupación de los trabajadores periféricos, en el terreno fáctico, no incide sobre el funcionamiento del mencionado núcleo hegemónico capitalista. La mayor parte de la franja informal de parados dispone de alternativas extremadamente restringidas, en el orden de la competencia entre cualificaciones laborales, desde la perspectiva de la sectorización por rama de actividad, como así también considerando el nivel respectivo de formación por oficios o profesional.

   La franja empresarial perteneciente al núcleo concentrado y dinámico del aparato productivo debe partir de la consideración de la limitación cuantitativa de la mano de obra cualificada disponible, a efectos de poder desarrollar estrategias económicas dentro del juego competitivo establecido por el margen del mercado, adecuadas a las transformaciones en los cánones de productividad.

   En ese aspecto, con el objeto de impedir que el aumento eventual del costo salarial nominal de ese tipo de trabajo redunde en un incremento del costo laboral real, las empresas deberían inclinarse a reproducir ese capital humano específico, operando dispositivos tendientes a su retención. No obstante ello, las vicisitudes recurrentes atravesadas por el funcionamiento económico, que responden también a los ciclos comerciales, sumadas a las aspiraciones de corto plazo, las cuales muchas veces apuntan al logro de una rentabilidad inmediata, condicionan severamente la permanencia de la mano de obra en puestos fijos determinados. En lo que refiere a la perspectiva política y macrosocial, el Estado debería asumir que un crecimiento sostenido del Producto Bruto Industrial puede ensanchar, en forma concomitante, la brecha preexistente de la inequidad distributiva de los ingresos laborales.

   Tal realidad se manifiesta, verbigracia, a través de los indicadores económicos correspondientes a la última década del siglo XX en el caso argentino, en parte debido a la carencia de políticas oficiales orientadas hacia el progreso los niveles de cualificación de la fuerza de trabajo periférica, factor conducente a la emergencia de procesos de creciente marginalidad, o exclusión, sociolaboral de carácter estructural, referidas a la configuración del espectro ocupacional.

   Dentro de zonas marcadas por una condensación de la pobreza, mensurada a partir de la presencia de un índice elevado de necesidades básicas insatisfechas, consolidado históricamente en áreas geográficas específicas, y enmarcadas en un contexto signado por la generalización de profundas carencias materiales, se yuxtapone una situación de precariedad en el orden laboral, que potencia dicho estado. Al interior de ese contexto, el proceso creciente de marginación respecto del mercado de trabajo “formal” tiende a cristalizarse estructuralmente, proyectándose en vivencias personales caracterizadas por rupturas relativamente recientes de relaciones asalariadas, u ocupaciones autónomas estables y regulares, o en experiencias concretas de exclusión social, atravesadas por algunos “núcleos duros” de parados crónicos y desalentados.

   En virtud del diagnóstico detallado, la marginalidad social es retroalimentada a partir del agravamiento de una condición altamente vulnerable, referida a la transformación del universo ocupacional. Ello redunda en la configuración de un segmento de la población que trabaja sólo en forma intermitente e irregular en la esfera productivo-mercantil propiamente dicha, mediante la venta de su capacidad laboral por vía de inserciones frágiles, temporales y en muchas ocasiones sumamente magras desde el punto de vista de los niveles de retribución y/o productividad.

   Pese a lo anteriormente expuesto, es probable que un crecimiento económico mínimamente sostenido en el mediano plazo incida, en un sentido residual, sobre cierto leve y momentáneo descenso del desempleo, en lo que refiere a la fuerza de trabajo con niveles inferiores de cualificación profesional. Sin embargo, tal mejora coyuntural, acaecida en el sector informal periférico, y montada -por lo general- en inserciones ocupacionales precarias, resulta sensiblemente menor que la registrada en el núcleo capitalista <modernizado>. Bajo tal circunstancia, la aparición de grupos problemáticos del mercado de trabajo no puede explicarse por un pretendido “menor valor” de su oferta sino en virtud de sus oportunidades, empeoradas [en] razón de factores político-normativos[5].

   Estos factores remiten al problema del déficit en el poder de negociación del sector asalariado, desestructurado sindicalmente, teniendo en cuenta el menoscabo de sus posibilidades de adaptación al renovado mercado laboral, con respecto a la vigencia de determinados mecanismos institucionales, que anteriormente regulaban las relaciones entre los factores del capital empresarial y del personal contratado. En ese sentido, el mensaje del discurso social dominante exalta el lugar central del trabajo, lo presenta como un bien, es decir como una mercancía rara[6].

   Para gozar, entonces, del “privilegio” de encontrar un empleo debe estarse dispuesto al sacrificio, la concesión, la sumisión, la humillación y hasta a la competencia feroz y la traición egoísta frente al compañero, para conseguir o mantener un empleo, por precario que el mismo fuere. Dentro del dispositivo ideológico neoliberal, el trabajo ya no es factor creador de riqueza, sino que, por el contrario, sería la riqueza de los grupos capitalistas concentrados aquel elemento que genera fuentes de trabajo. En consecuencia, el sector patronal inversor, es decir el colectivo empleador, debería ser desde esta perspectiva el destinatario del reconocimiento generalizado, debiéndosele por lo tanto incentivar, mediante la concesión de subvenciones y desgravaciones fiscales, con el objeto de que pueda incrementarse la demanda ocupacional. 

   Transcurridas varias décadas desde la elaboración del análisis sobre la forma de estructuración clasista de las sociedades económicamente desarrolladas[7], en la actualidad puede considerarse que la desocupación y la precariedad laboral no representan fenómenos atípicos, e <irracionales>, dentro del modelo de acumulación “postindustrial”, crecientemente mundializado. Por el contrario, la existencia de una fuerza de trabajo ociosa creciente, junto a la profundización de la vulnerabilidad e inestabilidad de las inserciones ocupacionales, emergen como efectos necesarios de las nuevas modalidades adquiridas por la configuración del empleo.

   Hacia comienzos del siglo XXI es evidente la amenaza de un cuestionamiento radical a la propia estructura de la condición salarial, de manera las nuevas -y extendidas- expresiones, transitorias y frágiles, de inserción laboral recuperan su ancestral rasgo característico, por el que se concebía el reclutamiento de mano de obra en términos de una especie de alquiler temporal de la misma. De tal modo es distorsionado, y tiende a desaparecer, el estatuto protector del trabajador, frente a los cambios profundos introducidos por las reconversiones técnico-productivas, las cuales exigen la flexibilización del mercado y -por ende- de las contrataciones laborales.

   Hacia comienzos del siglo XXI se potenciaba la amenaza de un cuestionamiento radical a la propia estructura de la condición salarial, de manera las nuevas -y extendidas- expresiones, transitorias y frágiles, de inserción laboral recuperan su ancestral rasgo característico, por el que se concebía el reclutamiento de mano de obra en términos de una especie de alquiler temporal de la misma. De tal modo es distorsionado, y tiende a desaparecer, el estatuto protector del trabajador, frente a los cambios profundos introducidos por las reconversiones técnico-productivas, las cuales exigen la flexibilización del mercado y -por ende- de las contrataciones laborales.

   La flexibilidad laboral, cuya imposición reclaman los sectores empleadores en tanto requisito para abrir fuentes de trabajo, comprende tanto la adecuación interna de la organización empresarial como, así también, la utilización de firmas satélites adaptadas rápidamente a los cambios tecnológicos, encuadradas en los principios ineludibles de la rentabilidad y, por consiguiente, con ventajas dentro de la dinámica competitiva.

   En virtud de ello, la conformación actual de la población activa conlleva un elemento erosivo de la cohesión social, engendrando una dualización entre categorías -jerárquicas- de inserciones ocupacionales, fragmentación acentuada frente a coyunturas económicas cíclicas y recesivas. Asimismo, la tendencia progresiva hacia la terciarización de las actividades económicas incluye la subcontratación de servicios extraempresariales, situación que da pábulo a la proliferación de relaciones intermitentes, entre empleador y trabajador.

   Entonces, la gradual precarización de las inserciones ocupacionales constituye un proceso central de la evolución presente del mercado laboral, la cual se encuentra regida por las condicionantes económico-tecnológicas del esquema de acumulación vigente. Dicha estructuración de las modalidades del empleo va delineando la cristalización de una periferia vulnerable, correspondiente a la oferta laboral y, simultáneamente, una tendencia en aumento hacia la desestabilización de la fuerza de trabajo todavía considerada permanente.

   Se advierte, en forma paralela y coherente respecto del descrito cuadro ocupacional, una radical mutación desde políticas “integradoras”, típicas del Estado social de Bienestar, hacia estrategias públicas orientadas en términos de la mera inserción laboral, subsidiaria y circunstancial. Estas últimas expresarían lógicas de <discriminación positiva>, ejecutadas sobre la base de una focalización dirigida hacia determinados segmentos sociales -y zonas específicas- afectados por el agravamiento de la situación de paro, aplicando medidas singularizadas que apuntan a sectores definidos por un déficit de inscripción relacional, es decir de alguna manera marginados y al borde de la exclusión con relación al mercado de trabajo.

   Debe destacarse la progresiva implementación de medidas “asistencialistas” -transitorias o provisionales- en el terreno ocupacional, las que tienden a llenar el espacio, en nuestros días vacío, convencionalmente asignado al seguro social, característico de la condición asalariada típica del Estado Benefactor, cuya constitución emblemática presenta cierta correspondencia con la modalidad fordista de relaciones industriales.

   Las políticas de empleo limitadas a los mencionados tipos asistidos de inserción ocupacional, de carácter frágil y provisorio, diseñadas con la mira puesta en un fragmento crónicamente desocupado y vulnerable de la fuerza de trabajo, se llevan a cabo en un terreno donde el perfil errático de ciertas trayectorias laborales no constituye, específicamente, el resultado predominante de dificultades adaptativas individuales. Es decir que el incremento de la pobreza, por ejemplo, en el contexto actual no expresa vivencias aisladas dentro de una sociedad en trance de modernización, sino que se halla fuertemente condicionado por los mecanismos inherentes a una reestructuración profunda y premeditada del mercado de trabajo.

   Esta realidad obedece a que en el desarrollo evolutivo histórico de la sociedad industrial no se produjo un encadenamiento lineal entre las condiciones proletaria, obrera y salarial, las que representaron tres figuras recíprocamente irreductibles, referidas a las implicaciones del estatuto del asalariado, en cuanto "soporte de la identidad social e integración comunitaria"[8].

   Al respecto, la condición proletaria clásica había ocupado históricamente un lugar de cuasi-exclusión, con respecto a la sociedad tradicional en su conjunto, dentro de un universo dividido, en orden a las contradicciones entre capital y trabajo, por un lado, y entre el ámbito seguro de la propiedad y la vulnerabilidad de masas, por el otro. Sobre dicho contexto prefigurado, la interacción entre la condición obrera y el cuerpo social global se tornó más compleja, al establecerse un nuevo tipo de relación laboral, en la cual el salario dejó de ser la retribución puntual de una tarea determinada. Este hecho representó una especie de "integración en la subordinación" de los trabajadores, que a la postre generó un marco de sostenida inestabilidad, pábulo para la consecución de una actitud contestataria, de índole clasista, por parte de algunas fracciones del movimiento sindical, en varios países industrialmente avanzados.

   Posteriormente, en el marco de la “sociedad salarial” propiamente dicha, una fracción sustancial de los operarios disponibles fue absorbida, en el mercado de trabajo, mediante la extensión generalizada del asalariamiento, que vuelve a subordinar al obrero, manteniéndolo en la escala inferior de la pirámide estratificacional. No obstante, tal proceso conllevó un movimiento de relativa promoción, porque los caracteres singulares del modelo de acumulación respectivo, la creación de nuevos puestos de trabajo, el surgimiento de oportunidades inéditas, junto a la extensión de derechos y garantías a un amplio abanico de la fuerza laboral, universalizó un ámbito resguardado de seguridades y protecciones. Con el transcurrir del tiempo dicha estructura, a la vez refinada y endeble, se tornó particularmente incierta, a partir de la década de los setenta del siglo XX, respondiendo a una "lógica de la promoción del sector asalariado en su fuerza y debilidad".

   Ello obedeció a las condiciones implícitas de los cambios operados en la relación salarial hegemónica, de sentido contrario a aquellos llevados a cabo durante la fase industrial signada por el esquema laboral típicamente fordista. La segregación de los trabajadores efectivos y regulares con relación a los inactivos o semiactivos, marginados estos últimos parcialmente del mercado ocupacional, aunque absorbidos en muchos casos bajo formas desreguladas, condujo a la diferenciación de la fuerza de trabajo en actividad, los parados, los empleados en actividades de jornada completa -aunque intermitentes- y las personas ocupadas en tareas no remuneradas[9].

   Tal como desarrolláramos con anterioridad, el modelo de organización productiva fordista fue gradualmente socavado, relativizándose en forma creciente el peso de los obreros asalariados, dentro del conjunto de la población activa ocupada. Dicha instancia progresiva resultó clave, dado que puede considerarse como momento de inflexión, o coyuntura puntual rupturista, en términos del patrón vigente hacia esa época.

   A partir de esa evolución, la condición de los trabajadores quedó librada a sus propias desventajas objetivas frente al capital, de modo que desde entonces adquirió mayor relevancia la problemática referida a la discriminación entre ciertos núcleos estables y protegidos de trabajadores, por un lado, y aquellos otros con ocupaciones precarias y vulnerables. Debe tenerse en cuenta que, en los países desarrollados, durante alrededor de dos décadas de posguerra, el conflicto social generado por la contradicción entre capital y trabajo había sido considerablemente apaciguado,  a través de la aplicación de un esquema sociopolítico alternativo a la oposición clasista “descarnada”.

   En la medida en que las reconversiones introducidas por el fordismo en las relaciones laborales atenuaron las inclinaciones más radicales del movimiento sindical, en ese orden la sociedad típicamente salarial constituyó un modelo no atravesado centralmente por el conflicto directo entre empleadores y trabajadores, organizándose en cambio alrededor de la competencia entre diferentes estratos de ocupaciones asalariadas.

Bajo tal ordenamiento, el fragmento laboral desplazado, que constituía un bloque periférico dentro de la estratificación ocupacional de la “sociedad del trabajo” fordista, se encontraba conformado por un sector de la población activa marginada, con relación a una mayoría compacta de obreros y empleados mensualizados, o autónomos de alguna forma integrados al funcionamiento del mercado laboral.

   Aquel segmento “excedente”, minoritario en un sentido proporcional, se estructuró alrededor de actividades inestables, estacionales o intermitentes, representadas por empleos aleatorios o fortuitos, a merced de las variaciones coyunturales y de la demanda de mano de obra, crecientemente fluctuante e insegura. Corresponde indicar que, en las naciones industrialmente avanzadas, dicha fuerza laboral “residual” fue conformada a partir de los inmigrantes, mujeres o jóvenes sin cualificación y los trabajadores maduros no aggiornados a las sucesivas transformaciones técnico-productivas del mercado de trabajo[10].

   Este conjunto disperso de mano de obra tuvo como destino las actividades menos “creativas”, mediante inserciones ocupacionales -por lo general- precarias, con ingresos reducidos y desprotegidas en términos de coberturas sociales. Por otro lado, dichos asalariados situados en la frontera de la sociedad asalariada configuraban "grupos vulnerables de condición análoga a la del antiguo proletariado", a partir de condiciones comparables -sin confundirlas- a las de aquellos segmentos laborales de sociedades que no ingresaron en la dinámica industrializadora moderna, de manera que equivalen al cuarto mundo, al interior de los países desarrollado

   La problemática crucial de la sociedad postindustrial radica, entonces, en el derrumbe de la condición asalariada regular, producido por la erosión del principio de la centralidad del trabajo estable y socialmente protegido, mediante el desplazamiento de las bases sobre las que se asentaba la relativa armonía característica del universo “keynesiano y fordista”. El último cuarto del siglo XX representa un periodo transicional, y ambiguo, orientado hacia una aparente reestructuración irreversible del mercado laboral, y de las inserciones ocupacionales en general, expresando una mutación radical de la relación del hombre con el trabajo y, por ende, respecto al mundo que le rodea.

   Asimismo, cabe destacar que en los años setenta las economías europeas procedieron a utilizar, proporcionalmente, menor cantidad de mano de obra inmigrante bajo condiciones laborales arbitrarias y desprotegidas, en la medida en que pasaron a competir dentro de un mercado de trabajo gradualmente mundializado, con áreas geográficas alejadas donde el costo de la fuerza laboral resulta mucho más reducido y -en consecuencia- conveniente en términos del modelo de acumulación predominante.

   El marco de fragilidad social, que caracteriza al grueso de las posiciones laborales actuales, condiciona el surgimiento de estrategias de supervivencia ancladas en el presente inmediato, promoviendo el desarrollo de una cultura de lo aleatorio, simbolizada a través de la consigna de “vivir al día”, situación que deriva en el planteo de la emergencia de nuevas formas de pauperismo. En este sentido, el incremento y extensión del paro, junto a la vulnerabilidad creciente emanada de las nuevas condiciones del empleo, conforman aceleradamente un “déficit de lugares” disponibles en la estructura social, es decir de ubicaciones socialmente útiles y públicamente reconocidas[11].

   Este nuevo escenario del trabajo se encuentra superpoblado de trabajadores envejecidos laboralmente en forma prematura, personas marginadas de la actividad productiva, jóvenes en búsqueda infructuosa de un empleo estable -luego de recurrentes “pasantías” temporales- y parados crónicos, a quienes se intenta sin éxito recalificar o remotivar[12]. Esta imagen realista y cruda contrasta sustancialmente con el optimismo implícito en la visión schumpeteriana, contemporánea de la Segunda Guerra Mundial, acerca de las bonanzas originadas en la supuesta movilidad social perpetua, inherente al capitalismo[13].

   Corresponde señalar que los ámbitos de identidad colectiva pueden construirse en torno al trabajo, debido a los vínculos de sociabilidad establecidos en la esfera laboral, o en la representación de la instancia sindical. También responden a la comunidad fijada por el <hábitat>, tal como se expresa mediante mecanismos integradores, generados al interior de “barriadas populares”, o a distintas formas de pertenencia, propias de expresiones diferenciadas de socialización, las cuales remiten a determinados modos de vida. Al respecto, adquieren gradual importancia ciertas formas de sociabilidad popular a través de las cuales la proximidad geográfica forma la base constitutiva de solidaridades que funcionan como red de seguridad contra los azares de la existencia[14].

   En tal sentido, la expresión asocial-sociabilidad refiere a aquellas configuraciones relacionales relativamente evanescentes que no se inscriben, o sólo lo hacen de forma cuestionable o intermitente, dentro del marco  institucional  reconocido -en términos colectivos- con respecto a su legitimidad, “y que ubican a los sujetos que las viven en situaciones de ingravidez"[15]. Las políticas encaminadas al logro de meros paliativos ante la problemática ocupacional, tales como -por ejemplo- la creación de empleos artificiales y provisorios subvencionados estatalmente, no han conseguido integrar de manera genuina a sus destinatarios.

   Ello obedece a que, en los casos “del ingreso mínimo de inserción, del crédito para la formación y del conjunto de las políticas de inserción de las poblaciones en vías de exclusión”[16], dichas estrategias sólo contribuyen a frenar el eventual desencadenamiento de manifestaciones contestatarias violentas, en coyunturas socialmente críticas, sin generar dinámicas consistentes y profundas que apunten a una auténtica integración sociolaboral.

   Un sentimiento de riesgo constante pende sobre aquellos trabajadores ocupados temporalmente, y de una manera precaria o deficitariamente integrados en el orden relacional, frente a las tensiones provocadas por circunstancias socioeconómicas desfavorables. Sin embargo, resulta aún mayor la dificultad de reintegración de quienes ya han sido marginados estructuralmente del mercado de trabajo, potenciándose la fragilidad de su situación, debido a su propio ambiente de origen y a sus condiciones de vida particulares[17].

   En definitiva, la aceptación de la coacción derivada de la internacionalización del mercado, junto a la búsqueda -a cualquier precio- de competitividad y eficiencia empresariales, determinaron que amplios segmentos de la población se vieran perjudicados gravemente en la consecución de medios para la obtención de ingresos. Desde esta óptica, el sentido último de las políticas de inserción laboral consistió en atender las necesidades económicas mínimas de la población activa invalidada coyunturalmente, es decir de aquellos sujetos y grupos ubicados dentro de espacios sociales especial y agudamente marginados.

   Dentro del conjunto de trabajadores que dependen de las políticas de empleos mínimos asistidos, algunos se incorporan o reintegran al mercado laboral “común” regular. En cambio el resto, en cuanto transfundidos permanentes, se mantiene en una situación ocupacional intermedia, que refleja la presencia de un estatuto nuevo, producto del desmoronamiento de la <sociedad salarial> y del fracaso de los procedimientos parciales llevados a cabo a efectos de enfrentar el cuadro masivo de paro e inestabilidad del trabajo[18]. Es decir que no existiría un adentro y un afuera, sino que -en su lugar- convive un conglomerado de posiciones solapadas, las cuales participan en un mismo conjunto interactivo.

   Bajo tal condicionamiento, <la exclusión> no consiste en una falta absoluta de relación social, dado que representa una sumatoria de vivencias singulares, cuyas vinculaciones con el núcleo central -socialmente “integrado”- manifiestan una relativa laxitud. Al interior de este marco parcialmente compartido, proliferan personas desocupadas de larga data, jóvenes que no encuentran su primer empleo, trabajadores con bajos niveles educativos formales y/o reducida -cuando no directamente nula- cualificación laboral, grupos sociales con referencias inadecuadas -sobre la base prejuiciada de su localización de residencia, familias en pésimas condiciones habitacionales y sanitarias[19].

   Dichas situaciones no están separadas tajantemente respecto de otras, comparativamente menos frágiles y precarias, caracterizadas por la posibilidad de conseguir ciertos trabajos -aunque quizás inestables-, de alquilar una vivienda medianamente digna, o de acceder a determinado nivel de estudios, aún sin perspectivas de progreso material a través de un horizonte visible[20].

   Por otro lado, en los entresijos ubicados en el espacio intermedio, y maleable, entre las zonas de vulnerabilidad e integración también operan mecanismos de intercambio, proclives a la desestabilización de aquellos que ocupaban posiciones sociolaborales relativamente seguras, al convertirse los trabajadores regulares en precarios, y al caer los empleados jerarquizados en el paro o en la subocupación. Entre los puestos regulares de trabajo y los empleos promovidos por el asistencialismo estatal, la integración y la recualificación profesional, el ámbito del mercado y la esfera protegida, emerge una franja intermedia creciente. Dicho segmento socio-ocupacional tiende a convertirse en objeto específico de estudio de la economía laboral, dedicada al tratamiento de la problemática del colectivo de parados desde una perspectiva predominantemente social.[21].

   En consecuencia, debieran considerarse también el estado frágil de aquella porción, notable, de la población económicamente activa que oscila, de manera ambigua, entre el retorno al empleo o el establecimiento dentro de un status “flotante”, ubicado a mitad de camino entre el trabajo genuino y la ayuda humanitaria, encubierta como ocupación asistida[22].

   En lo que refiere a la carencia de regulación normativa de las relaciones laborales, ella se expresa -entre otras resultantes- en la tendencia a que la fuerza de trabajo sea retribuida mediante niveles inferiores a los correspondientes al salario mínimo. Asimismo, sus beneficios sociales resultan deficitarios, cuando no están ausentes por completo, lo cual repercute en diversas privaciones. Además, este proceso anómico puede remitir a condiciones precarias de seguridad e higiene, inherentes a ciertas ocupaciones, en la medida en que se omiten requisitos indispensables al respecto, y determina la habitualidad de determinada gestión empresarial, caracterizada por la evasión fiscal y/o niveles elevados de siniestralidad e insalubridad laborales.

   Es posible abordar un núcleo de rasgos compartidos dentro del radio de acción signado por el funcionamiento de la informalidad laboral, al margen de la heterogeneidad de sus manifestaciones, dado que el sector informal se articula sistemáticamente a la economía nacional, no representando por ende un “mero apéndice marginal” de ella.

   La fuerza de trabajo, involucrada en el sector ocupacional mencionado, manifiesta una capacidad laboral fragilizada y degradable, tendiendo este sector a ampliarse, debido al desamparo en que la deja una política estatal permisiva. Por lo tanto, la informalización no es un proceso que se desarrolla fuera del horizonte estatal, sino que, por el contrario, representa una modalidad renovada de control social, caracterizada por la desregulación de un amplio sector de la clase obrera, a menudo con la benevolencia del Estado.

   Dicha especialización teórica apunta a independizarse, atendiendo la problemática intrínseca de un reducto aislado del mercado de trabajo, principalmente durante el desarrollo de coyunturas económicas críticas, y únicamente se contemplan medidas que, sólo eufemísticamente, pueden considerarse en términos de “políticas de empleo” propiamente dichas. 

   En última instancia, el núcleo de la cuestión social actual radica en la presencia creciente de nuevos inútiles para el mundo, supernumerarios, y en torno a ellos la emergencia de una constelación de situaciones marcadas por la precariedad y la incertidumbre acerca del futuro, las cuales dan fe de la renovada expansión del fenómeno consistente en la vulnerabilidad masiva. Es decir que el edificio se agrieta precisamente en el momento en que la civilización del trabajo parecía imponerse de modo definitivo bajo la hegemonía del salariado, y vuelve a actualizarse la vieja obsesión popular de tener que vivir al día[23].

   La problemática acerca de la centralidad o valoración subjetiva, representada por el trabajo, desde la perspectiva de quienes lo realizan, se proyecta en cierta situación paradójica, la cual deriva en que mientras una parte cada vez más numerosa de la población participa, al menos a tiempo parcial, en el trabajo económico dependiente, desciende la medida en que ese trabajo de carácter lucrativo participa en los individuos[24].  Al respecto, Ralph Dahrendorf había advertido, en un texto publicado en 1980, sobre la finalización de una era histórica en la cual "el trabajo, en cuanto fuerza irradiadora de la vida, ha mantenido unidos a los demás aspectos de su construcción social"[25]


[1] CASTEL, Robert (1997): "Metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado"; Bs. As., Paidós.

[2] MURMIS, Miguel. y FELDMAN, Silvio (1996): “De seguir así”; en Beccaria, Luis, y López, Néstor, Sin Trabajo, Las características del desempleo y sus efectos en la sociedad argentina, Buenos Aires., UNICEF/Losada.

[3] LACLAU, Ernesto (1969): “Modos de producción, sistemas económicos y población excedente”; Bs.As., Revista Latinoamericana de Sociología, págs. 276 y 311

[4] PÉREZ SÁINZ, Juan Pablo (1991): "Informalidad urbana en América Latina"; Caracas, FLACSO/Nueva Sociedad.

[5] OFFE, Claus, et al. (1992): “La sociedad del trabajo. Problemas estructurales y perspectivas de futuro"; Madrid, Editorial Anaya,  pág. 83

[6] GORZ, André: “Miserias del presente, riqueza de lo posible"; Buenos Aires, Editorial Paidós, pág. 66

[7] GIDDENS, Anthony (2000): “La estructura de clases en las sociedades avanzadas”; Madrid, Alianza Editorial.

[8] CASTEL, R., ob. cit., pág. 325 y 329/342

[9] CASTEL, R., ídem.

[10] CASTEL, R., ídem.

[12] CASTEL, R., ídem.

[13] CASTEL, R., ídem.

14] CASTEL, R., ídem.

[15] CASTEL, R., ídem.

[16] SCHUMPETER, Joseph (1978):  "Capitalismo, socialismo y democracia"; México, Folios.

[17] Citado por Castel, R., ob. cit.

[18] CASTEL, R., ídem.

[19] CASTEL, R., ídem

[20] CASTEL, R., ídem, págs. 446-447

[22] PEREZ SAINZ, J.P., ob. cit.

[23] Citado por Castel, R., ob. cit., págs. 466-467

[24] OFFE, C., ob. cit., pág. 35

[25] Citado por Offe, ídem, pág. 36 

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