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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

Cognición y Epistemología. Política y Sociedad, Estado, Democracia, Legitimidad, Representatividad, Equidad Social, Colonización Cultural, Informalidad y Precariedad Laborales, Cleptocracia, Neoconservadurismo, Gobiernos Neoliberales, Vulnerabilidad, Marginaciones, y Exclusión Colectivas y Masivas, Kirchnerismo Peronista, Humanidades, Sociología, Ciudadanía Plena, Descolectivización e Individualismo, Derechos Sociopolíticos, Flexibilidad ocupacional. Migraciones Laborales. Discriminaciones por Género, y Étnico-raciales, Políticas Socioeconómicas, Liberalismo neoconservador, Regímenes neoliberales de acumulación, Explotación laboral, Mercado de trabajo, Flexibilización y precariedad ocupacional, Desempleo, subocupación, subempleo, Trabajo informal...

SISTEMAS ECONÓMICOS CAPITALISTAS BAJO REGÍMENES POLÍTICOS PSEUDODEMOCRÁTICOS - Juan Labiaguerre

Un autor destacado, dentro de la intelectualidad crítica frente a la estructura socioeconómica contemporánea, a escala mundial, Étienne Balibar, cuestiona la situación inherente a los sistemas políticos democráticos formales, vigentes en numerosos países. Al margen de los inconvenientes atravesados -durante las últimas décadas- por los idearios contestatarios radicalizados ideológicamente, en términos de aquellos contextos que abarquen más allá de los límites de los Estados nacionales, el pensador francés citado afronta el cometido, dificultoso, de interpretar y elaborar conceptualmente la encrucijada en la cual se halla la democracia representativa en nuestros días[1]. 

En cuanto al interrogante sobre la eventual pertinencia del funcionamiento de los regímenes republicanos-democráticos, en la actualidad “global”, Balibar analiza los efectos de tal dilema con respecto a las políticas e interrelaciones transnacionales[2]. La circunstancia consistente en que ambas temáticas se presenten asociadas refleja un inconveniente insoslayable, dado que el concepto mismo de democracia no alude con precisión específica a determinado régimen institucional fáctico, tipificado de manera taxativa y unívoca, con relación a ciertas normativas constitucionales, referidas a la distribución del poder político.

En el sentido antedicho, el autor precitado sostiene que “ninguna cité es en sí misma democrática: lo es más o menos en diferentes momentos de su historia y en comparación con otras, en una proporción que nunca está establecida de antemano ni suele ser definitiva”[3]. Tal enfoque pudiera ofrecer puntos de vista que aclarasen este complejo asunto, en forma retrospectiva, y sobre todo de cara al porvenir. Por ejemplo, la República Francesa habría resultado de calidad superior en su democracia durante la fase histórica del gobierno Frente Popular con respecto a su estado actual, y eventualmente en el futuro podría ser más democrática que en el presente, a partir de una profunda mutación político-institucional.

La noción del término mencionado remite a una especie, relativamente vaga, de conformación y convivencia dentro de las sociedades, de carácter mutable, donde el marco legal-constitucional, los movimientos y agrupaciones colectivos, las actividades propias del civismo, entre otros factores concurrentes, apuntarían a la asignación de la mayor participación efectiva posible, por parte de la “ciudadanía”, en cuanto al manejo de los asuntos públicos. En este aspecto, Balibar abreva en una conceptualización, de tono crítico, con raigambre en el pensamiento antiguo, adhiriendo a una perspectiva cuya relacionalidad dinámica enfoca la conflictividad sociopolítica.

Sin embargo, la apreciación previa es proclive a soslayar de modo absoluto el desarrollo de las políticas internacionales, al considerar tácitamente que los procesos de cambios político-sociales acontecen en primer lugar al interior de demarcaciones nacionales o territoriales, y que además implican el enfrentamiento de elementos “locales y foráneos”, derivando esa idea -de hecho- a una orientación estatista del sistema democrático.

Ese proceso conlleva variaciones continuas en los enfoques conceptuales sobre las modalidades, bajo las cuales, las políticas exteriores inciden con respecto a la calidad democrática de las naciones. En tal sentido, subsiste un “proverbio” convencional esgrimido por el internacionalismo, que sentencia la máxima acerca de que un pueblo que oprime a otro no puede ser un pueblo libre, que de algún modo retrotrae históricamente a las luchas anticolonialistas.

Además, debe tenerse en cuenta que los regímenes imperialistas que ejercieron grados mayores de coacción y violencia sobre sus territorios ocupados, al interior de sus propios espacios nacionales desarrollaron sistemas formalmente democráticos. Ello ocurrió, entre numerosos casos, con el antiguo imperio griego, las sucesivas “repúblicas” francesas, EE. UU. de Norteamérica, etcétera.

No obstante lo expuesto, dicha visión dicotómica “ya es insostenible. Hoy, y cada vez más, las fronteras no crean delimitaciones definitivas: atraviesan, de manera más o menos y más o menos discriminatoria, el espacio dentro del cual se plantea la cuestión del acceso al autogobierno”[4]. Por lo tanto, resultaría factible procurar la reversión de aquel enfoque, ya que -al menos- debiera las dimensiones respectivas, y eventualmente comparables entre ellas, de libertad e igualdad otorgadas por los gobiernos soberanos, correspondientes a los grupos y personas inmigrantes, junto a los roles ejercidos por determinados países en términos de la progresión de la libertad, o la morigeración de las “desigualdades globales”.

Así, ambas variables precitadas devienen inconcebibles en cuanto rasgos típicos caracterizados por sus supuestos caracteres de contingencia y externalidad; en cambio las mismas sí serían estimables bajo el significante de perfiles de magnitud democrática, a los que apuntan las distintas administraciones público-estatales. Ello, retrospectivamente evidente en los procesos revolucionarios independentistas, se manifiesta también, y con creces, en la actualidad mundial.

Dentro del marco internacional “de Occidente”, suele manifestarse una especie de zigzagueo entre involuciones “desdemocratizadoras” y fases configuradas por cierta democratización de la democracia. Al respecto, Balibar opina que ese fenómeno político transicional, recurrente, desborda los lindes del “mundo occidental”, y que además esas demarcaciones se hallan ausentes al margen de los contextos estructurales propios del legado de la guerra fría. En tal ámbito intercontinental pueden incluirse, entre otras entidades, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), etcétera.

Los vaivenes pro y anti democratizadores se encuentran extendidos más allá de fronteras o delimitaciones nacionales o regionales, a priori debido a una cuestión “principista”, dado que dentro de la perspectiva dialéctica esbozada las oscilaciones político-ideológicas antedichas representarían el estatus normal, y de ninguna manera solo “excepciones”. Los procedimientos que aspiran a estabilizar los regímenes gubernamentales, sobre todo desde el punto de vista constitucionalista, reflejan la pugna de fuerzas sociales divergentes y/o enfrentadas, concretan logros en la esfera de los derechos básicos de diversa índole, aunque éstos requieren su aplicación fáctica en cuanto a su cumplimiento específicamente legal.

En consecuencia, cabría observar que la cualidad democrática resulta, de hecho, sustancialmente endeble, de igual modo que el accionar político-ideológico coherente, lo cual es válido a escala planetaria. Incluso en algunas coyunturas históricas cambiantes, o directamente críticas, tales como se expresan en la actualidad transnacional, el “Estado democrático”, en la práctica, sería inexistente. Mientras tanto, las alternativas vigentes subsisten radican en el retroceso reaccionario, por un lado, o el progreso realmente auténtico de los atributos de una ciudadanía ampliadora de derechos colectivos que comprendiese al conjunto de las poblaciones.

Ante la convencionalidad en la utilización de términos como, por ejemplo, “era postdemocrática” (verbigracia a través de Colin Crouch, entre otros), Balibar recurre a la expresión desdemocratización, acuñada por Charles Tilly. Con relación a ello, es preciso tener en cuenta el apogeo contemporáneo de la praxis estatal autoritario-represiva, la proclividad al declive de la legitimación representativa e institucional, en lo que concierne a los organismos legislativos, junto al corrimiento de los ejes de los poderes fácticos, liberados arbitrariamente del contralor y de las propuestas ciudadanas.

Constituye una explicación erráticamente simplista procurar justificar, en forma unilateral, la problemática precedentemente expuesta a una variable inequívoca del “institucionalismo gubernamental”, a partir de premisas acentuadamente ideologizadas, factor tendiente a la idealización de otras dimensiones o épocas relativamente superadas[5]. La propuesta sobre “democratizar la democracia” proviene de diversas raíces teóricas y de intentos diferenciados de aplicaciones, por ejemplo, los intelectuales adherentes al modelo conceptual de la tercera vía, propiciada por el primer ministro Tony Blair en el Reino Unido.

Esta idealización es interpretable en términos específicos, teniendo en cuenta la impractibilidad del avance de las libertades o los derechos individuales (verbigracia, en costumbres y estilos de vida) y lograr, a fortiori, el progreso de una “ciudadanía activa”, condición que implica la dinámica participativa en el tratamiento de asuntos político-institucionales trascendentes, al mismo tiempo que aumentan las situaciones desigualitarias en aspectos múltiples.

La existencia concreta de un conjunto extendido de inequidades, no solo respecto del respeto de los derechos civiles, socioeconómicos, laborales, educativos, culturales, entre otros, conlleva el desguace permanente de las atribuciones que otorgaría, hipotéticamente, la vigencia real de la “ciudadanía social plena”, devenir generado por el tardoliberalismo neoconservador en las últimas décadas.

A los fines de ilustrar tal incompatibilidad, pudo observarse que en el desarrollo histórico progresivo del “viejo continente” proliferaron apelaciones altisonantes a los principios liminares de la democracia, cuando simultáneamente se erigían poderes estatales sin mecanismos eficaces de control y participación de su población gobernada.  

Sobre la base de lo pre-expuesto, los sistemas público-administrativos europeos se encuentran resguardados de la conflictividad sociopolítica, factor que conforma un “escudo” proclive a una inclinación desdemocratizadora intensa que, nuevamente, incide con fuerza sobre numerosos países, incluso europeos. A menudo, se preanunció que la consolidación del “viejo continente” devendría legítima, en la visión de las sociedades que lo integran, exclusivamente en caso de su cristalización progresiva como regímenes políticos -institucionalizados- caracterizados por la vigencia de una democracia auténtica.

En cambio, en la medida en dicho proceso no aconteció, a partir de la confluencia del poderío fáctico de megacorporaciones, junto a la emergencia de fuertes movimientos ideológicamente reaccionarios, cunde la premura de un giro democratizador auténtico, y de hecho, que conlleve la ampliación concreta de derechos ciudadanos, en múltiples ámbitos humanos y socioeconómicos.

Dado el requerimiento antedicho, es preciso ahondar en el sentido profundo de la conceptualización sobre los modelos políticos denominados “populistas”. Ante el proceso crítico atravesado por los regímenes demoliberales contemporáneos, deviene -de manera imperiosa- la necesidad de explicitar el significado, nodalmente sustantivo, de aquel término. La aplicación de la expresión populismos resultaría de cierta utilidad, en la medida en que, previamente, sea interpretada cabalmente, considerando sus diversos usos, de acuerdo con variados escenarios y lenguas, junto a determinados sesgos parciales e ideológicamente interesados.

Los relatos periodísticos hegemónicos, además de numerosas apreciaciones, supuestamente académicas, de la “ciencia política”, procuraron instalar la idea acerca de una pretendida correlatividad de los movimientos populistas conservadores y progresistas, a partir de sus caracteres compartidos, en cuanto a su índole “antisistema”. Esto es, a pesar del antagonismo entre ambas tendencias,  proclives -hipotéticamente- al emprendimiento de acciones extremistas; ello soslayaría la existencia de populismos centristas, como, sin embargo, se habría manifestado a través de la apelación a la demagogia de los Estados del “viejo continente”, al embanderar la defensa de los contribuyentes, a fin de “rechazar la reducción de la deuda griega, que habría de hecho beneficiado a todos, imponiendo algunos sacrificios a los bancos”[6].

Especialmente, llama la atención el lazo ambiguo establecido entre las corrientes político-ideológicas neofascistas, nacionalistas, y populistas, las cuales, en principio, son diferenciables nítidamente. Sobre la base de esta distinción, eventualmente emergerían mixturas entre ellas, con frecuencia mediante la manipulación emblemática del valor intrínseco, muchas veces embebido de misticismo, de la “soberanía popular”.

Más allá de las puntualizaciones mencionadas, aunque fácticamente relevantes, por vía del rótulo populista, se tiende a menudo a estereotipar, en forma estigmatizante, a cualquier inclinación política contraria al acotamiento de la función de los ciudadanos a un rol meramente pasivo, y también a la permanencia de un marco social desigualitario, situación conducente a, la postre, a un “choque” entre ambos factores.

No obstante, ellos constituyen elementos reales determinantes, y de ninguna manera simples slogans propagandísticos, e ideológicamente tendenciosos, por lo cual presenta -absolutamente- mayor relevancia, en aras de la profundización democrática “plena”, observar esas variables fácticas, en lugar de cuestionar la expresión lingüística, de contenido etéreo, que alude semánticamente a los movimientos políticos que plantean una transformación de las “democracias” meramente formales.

La concepción balibariana de contrapopulismo refiere al hecho palpable de que un gran número de dirigentes e intelectuales, autocalificados en tanto progresistas -liberales o revolucionarios- estima el requerimiento de enfrentar la “deformación populista”. En cambio, la visión citada apuntaría a una propuesta contrapopulista, bajo la interpretación foucoultiana de “contraconducta o contrahistoria”, es decir actitud o predisposición hacia la inversión de la esencia de algún problema, o de cierta problemática.

Ello redireccionaría las herramientas de una postura crítica determinada, ahora en contraposición frente a quienes la adoptaron, de allí la necesidad de “relanzar y relegitimar la intervención del pueblo, de las masas, de los ciudadanos en sus propios asuntos, contra un sistema oligárquico, corrupto, pero también cada vez más inoperante y paralizado por sus propias contradicciones”[7]. Tal funcionamiento del sistema institucional tiende a derivar en la desacreditación del proceder de la dirigencia política, por parte de una opinión pública extendida, y/o genera condiciones propicias a la emergencia de movimientos totalitaristas.

Las evoluciones democratizadoras podrían transitar los caminos de creciente actividad participativa y autogestionaria, contralor superior de los representados con respecto a sus gobernantes electos, “conflictivismo abierto” en aumento y, en ocasiones, de carácter organizado. Esos avances conllevarían eventuales amenazas de orden sistémico, aunque de consecuencias menos gravosas que “el riesgo del hundimiento en una crisis, sin otra perspectiva de solución que una restauración de la identidad nacional perdida, que probablemente jamás existió, o cuyos lados oscuros se evita mencionar”[8].

Asimismo, Balibar indicó que su proposición contrapopulista equivalía a un proyecto ideal, dirigido a la formación de una especie de “populismo internacionalizado”, lo cual cristalizaría una cosmovisión del demos, esto es del poderío de la democracia auténtica, superando las delimitaciones nacionales. El propio autor de marras reconoció la dificultad en la comprensión intelectual de su planteamiento, sin abandonarlo.

En cuanto a la posibilidad latente de emergencia de fuerzas político-partidarias, de índole reaccionaria, sería preciso consensuar acerca del significado atribuido al término movimiento, con respecto a su sentido semántico, fundado opcionalmente en una organicidad planificada, o en cambio cierta súbita espontaneidad. La posición balibariana sostiene que, aunque existan corrientes ideológicas de derecha, incluso extrema, con alguna raigambre conservadora o fascista, o sin ella, actualmente en apogeo en numerosos espacios geográficos del planeta, no habría surgido una organización monocorde de esas expresiones. Esto obedecería a que el fundamento esencial de las mismas radica en los sentimientos xenofóbicos, elemento de confluencia, y a la vez divergentes, entre dichos movimientos reaccionarios.

El elemento crucial determinante de la marea fascista, durante los años treintas y aun en espacios extraeuropeos, remitiría a la coyuntura de la identificación compartida del “peligro comunista”, fantasma inexistente en la actualidad. Un fenómeno contemporáneo, parcialmente asimilable a aquella circunstancia, radica en la proclividad, instalada masivamente, de procurar el uso del pretexto sobre el “terror islámico”, a partir del cual se proyecta la imagen emblemática del principal antagonista del Estado occidental.

Aunque dicha pretendida equiparación no resulta exactamente aplicable en términos reales, el componente en verdad riesgoso de tal fundamentalismo extremista consistiría en la erosión evidente de las instituciones “político-partidocráticas” de índole demoliberal. Este sistema gubernamental es retardatario, en sentido fáctico y también en cuanto al imaginario representacional simbólicamente colectivo, debido -simultáneamente- a su inclinación gradual hacia un retorno de procedimientos anti-republicanos. Además, dicha regresión obedece al “carácter irreal de la gobernanza tecnocrática aplicada a los procesos económicos, militares, ecológicos y demográficos contemporáneos”[9].

Tal derrotero regresivo remite a las políticas neoliberales, aplicadas internacionalmente a partir de la década setentista del siglo pasado, mientras que la profundización de los caracteres del régimen capitalistas, “mundializados” desde fines del milenio concluido, neutralizó el contrapeso que el accionar político, en el marco de un funcionamiento relativamente equitativo de la democrático, suele imponer a las injusticias y desigualdades sistémicas.

Debe contextualizarse esa involución, ubicándola dentro de un devenir extendido, colmado de variaciones, en referencia a la interconexión permanente de la trayectoria de la democracia “formal” con los vaivenes o zigzagueos del capitalismo, en tanto modelo socioproductivo. Éste involucra, necesariamente, procesos económicos de acumulación y distribución –en lo esencial- desigualitarios, por lo que adquieren relevancia los “movimientos de democratización y desdemocratización” político-institucionales, los cuales abarcan los ámbitos estatales, junto a las esferas correspondientes a la sociedad civil.

Históricamente, operó un elemento propicio a un desenvolvimiento democratizador de los Estados, y hasta -de manera proyectual- del propio capitalismo, consistente en la coincidencia coyuntural “de las revoluciones cívico-burguesas y la Industrial” hacia finales del periodo dieciochesco, y en la correlatividad, señalada por el materialismo histórico clásico, “entre las formas de la circulación mercantil y las figuras del individualismo jurídico”[10].

En la medida en que se considere la etapa capitalista histórica, según la interpretación wallersteiniana, desarrollada entre las centurias XVII y XX, habría existido una correlación de fuerzas tendiente a “la ampliación de la democracia electiva y a la introducción de los derechos sociales” únicamente en las naciones centrales, y en lapsos cronológicos determinados, en la visión de Balibar. Ello hipotéticamente respondió a la evolución progresiva de las organizaciones sindicales, movimientos diversos, verbigracia el feminista, junto a las derivaciones políticas y socioeconómicas de ambas guerras mundiales.

Extramuros de ese espacio predominante, prevalecía en el resto del mundo la hegemonía "indiscutida" de los ricos, de los conquistadores y de los notables. Los procesos socialistas revolucionarios, que accedieron al poder en algunos países, además de las luchas independentistas de las naciones colonizadas, hubiesen podido -eventualmente- lograr una transformación de aquel statu quo. Sin embargo, ese cambio no aconteció, debido a su fracaso por disidencias intestinas, al mismo tiempo que el sindicalismo resultó proclive a burocratizarse en extremo.

Esbozando un panorama temporal extendido, las corrientes neoliberales no emergieron, únicamente, en tanto cristalización de modalidades capitalistas aggiornadas a través de una "financiarización globalizada", condiciones de existencia vital mercantilizadas al máximo, etcétera. También habrían incidido, decisivamente, de acuerdo con Balibar, los factores que rodearon específicamente a ciertas coyunturas "postcoloniales y potsocialistas". De esta manera, sería cuestionable que los rasgos esenciales del "neoliberalismo", más trillados, sobre todo, por ejemplo, la ampliación -aparentemente- ilimitada de las deudas nacionales pública/privada, y el mercado laboral desreglamentado,  representen sine-qua-non un "sino" ineludible.

Los elementos que sustentarían la condición gobernable del sistema neoliberal se encuentran entrelazados, en forma íntima, a aquellos requisitos aseguradores de la optimización de la rentabilidad capitalista. Esta supeditación compleja no podría responder solo a los efectos de políticas económicas discrecionales y relativamente circunstanciales. Asimismo, aquella conexión intrínseca erosiona de manera permanente, y progresiva, los fundamentos propios de la legitimación social de los Sistemas Público-Administrativos[11] .

Destacan, al respecto, las características inherentes a la sociedad "postkeynesiana", sustituta de la contractualmente salarizada, que dieran pábulo al crecimiento del "individualismo negativo". En la terminología más eufemística dentro del reinado del "laissez-faire" rampante, se trataría de la valoración suprema de los comportamientos "emprendedores meritocráticos". En realidad, fácticamente ello remite a una situación general, al margen de excepciones privilegiadas, marcada indeleblemente "por una extrema inestabilidad y una violencia potencial, y desde ese punto de vista la democracia aparece a la vez como blanco de la ofensiva y como capacidad de resistencia"[12].

Aunque la etapa -transnacional- económicamente crítica, desatada abiertamente desde comienzos del año 2008, en la superficie aparentaría haber alimentado interpretaciones compartidas en cuanto a sus factores causales, los sectores político-ideológicos progresistas de los distintos países, salvo casos aislados, no pudieron usufructuar electoralmente de ello, planteando propuestas realmente antagónicas frente al ordenamiento neoliberal.

La óptica balibariana, sobre el fenómeno precitado, asume una concepción de índole aporética, bajo el significado que le atribuye la filosofía a esta expresión, la cual en la antigüedad griega equivalía semánticamente al sentido de problemática careciente de una resolución de carácter inmediato. Es preciso analizar, y exponer continuamente, los perjuicios colectivos, fundamentalmente aquellos experimentados por los sectores sociales marginados y vulnerables, generadores de tensiones, antagonismos, y conflictos, a fin de generar una conciencia auténtica acerca de la esencia explotadora del neoconservadurismo vigente en nuestros días. 

Las agrupaciones, partidos, o coaliciones, de orden político, socializantes o filokeynesianos, portadores eventualmente de idoneidad a fin de obtener rédito de la instancia crítica que atraviesa el sistema hegemónico transnacionalizado, siguiendo a Balibar, debieran conformar un "movimiento global". Tal configuración altermundializadora bregaría, no por un "repliegue nacional", sino por el logro de cierta reconversión, o bifurcación del proceso mundializador, capaz de "fuerzas, convicciones y pasiones en ese sentido"[13].

De acuerdo con esta visión, existirían elementos objetivos convergentes en el largo plazo temporal, verbigracia la cuestión climática, más allá de los desacuerdos sustantivos al respecto. A pesar de esa posibilidad de unificación antineoliberal progresista, la misma se encuentra, hasta ahora, en el terreno meramente hipotético, en términos de simple "expresión de deseos" de sus propulsores. Dicho proyecto se halla cruzado por desavenencias enormes, las que suelen derivar en graves conflictos de intereses que se amplifican localmente: las problemáticas sobre las políticas multilaterales, el proteccionismo comercial, los condicionantes de la estructura "neomercantilista" (Giraud) expandida internacionalmente, y las avalanchas migratorias, constituirían los fenómenos prevalecientes. 

Por otra parte, los posicionamientos ideológicos "izquierdistas" se presentan escindidos frente a la cuestión estatal, manifestándose nítidamente la disociación de los enfoques "planificadores estatistas" con relación a los "libertarios autogestionarios", quiebre procedente de los mismos orígenes históricos de estas corrientes teórico-políticas. De algún modo, según Balibar, se plantea -paradójicamente- el fracaso contemporáneo del estatismo, ya fuera en su versión "estalinista" como, así también, bajo la forma de cogestión del Estado social

Además, las configuraciones "anarquistas puras", teniendo en cuenta la facticidad de la evolución económica y político-social, devienen evidentemente utópicas. Esa ideología tiende a agitar la "pasión democrática", lo cual es loable per se, aunque soslayando la temática crucial del manejo de hecho y pragmático del poder real, en ausencia del cual resulta impracticable la imposición de normas regulatorias al sistema capitalista.

Aquellas expresiones contestatarias, al margen de su masividad,  eventualmente provocan, a través de su carácter solo testimonial, ciertos obstáculos relativos al "estado de gobernabilidad". Dado el conjunto de las circunstancias mencionadas, la concepción balibariana propone la creación de una doctrina estatal refundacional, que también instruya sobre su implementación concreta,  emprendimiento que integraría el abordaje esencial de los procesos democráticos del nuevo milenio.

Correspondería interrogarse acerca de si la aplicación del modelo demoliberal pudiera continuar desarrollándose a una escala pertinente a los espacios geográficos nacionales. Ello deriva en el cuestionamiento sobre la factibilidad de que, al interior de las delimitaciones de los países, hipotéticamente "soberanos", sea plausible cumplir, en plenitud, con los requisitos fundamentales de las democracias formales.

La interrogante precedente obtiene una respuesta afirmativa en la visión de Balibar, a pesar de su indicación con respecto a que la posibilidad antedicha no es excluyente. En tal sentido, el autor advierte de la existencia -eventual y esperable- de patrones alternativos de institucionalidad de la dominación política a partir de una autoridad legítima, correlativa a determinada "cristalización de los intereses que requieren una participación y una capacidad de decisión colectiva"[14].

Algunas de esas opciones serían infranacionales o locales, pese a que, probablemente, deviniese prescindible la alusión a "referencias estrictamente territoriales". Resultaría obvio la imposibilidad de una forma auténtica de gobernanza democrática ante la carencia de una transferencia efectiva de poderes con relación a los "espacios comunales próximos", bajo una interpretación ampliada de los mismos. Ello remite a procedimientos de reclamaciones y luchas colectivas, fundadas en iniciativas autonomizadas, en la medida en que los Estados centralistas son proclives a "transformar las administraciones locales en sus satélites, valiéndose especialmente del arma presupuestaria"[15].

Otras alternativas alcanzarían dimensiones supranacionales, y hasta equiparables al nivel de países "federados", siempre y cuando se entienda que la cuestión de los modelos de federación está en gran medida abierta. En lo sustantivo, es relevante estimar la comprensión reflexiva que atañe a los medios propicios en aras de construir "un espacio público y, por consiguiente, un pueblo de ciudadanos" que habita aquél, "más allá de las barreras estatales, culturales, lingüísticas y corporativas que impiden al demos enfrentar a las potencias económicas con las mismas armas".

Balibar reconoce que la objeción a tal argumentación, amplificadora de "los lugares de lo político", proviene de la perspectiva característica de los nacionalismos, que apelan al lema irrestricto de la soberanía indivisible. También colocarían en tela de juicio la propuesta idealista del pensador de marras los intelectuales que sostienen la imposibilidad de expresar la voluntad general y la soberanía popular "fuera de los marcos nacionales heredados del pasado"[16].

Desde la perspectiva del autor citado, la apreciación precedente implica caer en la asimilación errática entre soberanías del pueblo y del Estado, "que pretende seguir encarnándola por sí sola, precisamente cuando, por otra parte, los Estados, incluso los más poderosos, son cada vez menos soberanos". Cualquier institución estatal, cuyas finanzas públicas están a merced de los mercados financieros, los cuales establecen las tasas de interés a partir de la aplicación de medidas económico-sociales, no constituye una entidad auténticamente soberana[17].

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[1] Balibar, Étienne (2017): “La igualibertad”; Barcelona, Editorial Herder. / [2] Verzeroli, Marc, y de France, Olivier (2017): De la victoire du capitalisme à la défaite de la démocratie?; en Revue Internationale et Stratégique Nº 106, dossier Contestations démocratiques, désordre international?; entrevista a Étienne BALIBAR del 13-02-17 (www.iris-france.org/publications/ris-106-ete-2017) / [3] Ídem / /[4] Ídem / [5] Ídem / [6] Ídem / [7] Ídem / [8] Ídem / [9] Ídem / [10] Ídem / [11] Polanyi, Karl (1989 -1944-): "La gran transformación. Crítica del liberalismo económico"; Madrid, La Piqueta. Castel, Robert (1995): "Metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado"; Buenos Aires, Paidós. / [12] Verzeroli, M., y de France, O., ob. cit. / [13] Ídem / [14] Ídem / [15] Ídem / [16] Ídem / [17] Balibar, Étienne (2016): Europe, crise et fin?; París, Editions Le bord de l¨eau. En este texto, al autor planteó la problemática acerca de la "soberanía compartida", en términos de condicionamiento en pos de la recuperación del poder colectivo. 

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