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INKORRUPTIBLES. Misceláneas sociopolíticas

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CIUDADANÍAS SUBALTERNAS - Juan Labiaguerre

El presente ensayo aborda las interrelaciones superpuestas de factores proclives a la segregación de personas emigradas -sobre todo mujeres-, a escala mundial, dadas sus inserciones ocupacionales en los países de acogida. Coexisten, yuxtaponiéndose, causales tales como subcategorizaciones de los derechos ciudadanos en su ejercicio “pleno”, la propia condición de inmigrante, la pertenencia a una clase social, las identidades nacionalidades y étnicas, junto a conductas discriminatorias hacia el género femenino en sí mismo.

La visión ampliada del término “ciudadanía” incorpora la vigencia efectiva de derechos sociales, correspondientes al “goce” fáctico, y en su totalidad, de las atribuciones referidas ellos; en ese sentido, resultan evidentes las vivencias concretas de los inmigrantes marginados de aquella condición jurídico-legal. Tal como se afirma en el Proyecto UBACyT/2008-2011, dirigido por Dora Barrancos, la ciudadanía es una condición que admite grados, de acuerdo a la capacidad para el ejercicio de derechos; algunas condiciones identitarias establecen barreras sistemáticas para el acceso a aquéllos; los grupos vulnerables organizan acciones individuales y colectivas que fortalecen su interlocución con el Estado[i].

Las cuestiones relativas a nacionalidad y “raza” frecuentemente convergen, al presentarse manifestaciones variadas de esa confluencia, a través de situaciones heterogéneas según distintas realidades históricas, socioculturales, geopolíticas, económicas, y demográficas, en el contexto planetario. La posición clasista alude a elementos económicos, funcionamiento del mercado, variables sobre posesión de bienes, actividades lucrativas, tipos de empleos, etcétera, en un escenario de colisión latente entre segmentos sociales opuestos, de acuerdo a sus respectivos intereses materiales diferenciados y/o antagónicos. Además, la pertenencia de género representa una dimensión esencial, configuradora de una determinada división sexual del trabajo, con incidencia decisiva en las estrategias familiares en su conjunto, dentro de los marcos culturales vigentes.

El fenómeno migratorio transnacional concierne a flujos poblacionales caracterizados por una heterogeneidad inédita con relación a sus diversas identidades de todo tipo; en ese magma, aumentan de modo constante las mujeres involucradas en dicha movilidad espacial, y los grupos de personas que residen y trabajan irregularmente en el extranjero, mientras que las migraciones temporales y el tránsito “mundializado” de seres humanos en general, al margen de la pertenencia de género, mantiene niveles elevados en diferentes categorías sociales[ii]. Ello es constatado en el hecho de que “el número total de migrantes internacionales en todo el mundo, en 2010, asciende a 214 millones de personas. Entre 2005 y 2010 esa cifra ha permanecido relativamente estable como porcentaje de la población mundial, registrándose sólo un 0,1% de aumento, del 3,0 al 3,1%, entre 2005 y 2010”[iii].

Los desplazamientos transfronterizos de individuos y grupos, el desconocimiento de la condición “ciudadana” real, las segregaciones étnico-raciales, la portación de determinadas nacionalidades menospreciadas o directamente rechazadas, el incumplimiento de los derechos humanos y la inequidad de género suelen entrecruzarse. Esta conjunción de factores se manifiesta claramente en el tráfico y la trata de personas, a través de la magnitud progresiva de los entes y procedimientos dedicados a esos delitos, gradualmente organizados, cuyo objetivo básico consiste en multiplicar las ganancias de dicho negocio ilegal en el escenario globalizado.

El despliegue mundializador contemporáneo implica una combinación extendida de elementos polifacéticos, ambiguos y/o contradictorios, articulados al paradigma neoliberal vigente durante las últimas décadas. Esta dinámica generó formas emergentes de exclusiones y consecuentes conflictos sociales, al subordinar el accionar político al desarrollo económico-productivo, al mismo tiempo que una amplia gama de derechos de grandes colectivos de seres humanos quedan supeditados a las necesidades funcionales de los mercados, dependencia proclive a la degradación profunda de la esencia de los sistemas denominados “democráticos”.

Dentro del marco reseñado, el número de contingentes y sujetos emigrados de sus países de origen que se encuentran desocupados o subempleados es enormemente significativo en el ámbito internacional; los mismos se hallan representados en proporciones insignificantes dentro de las ramas económico-productivas con mejores condiciones relativas de trabajo, y en la esfera formal del mercado laboral. Ellos experimentan, corrientemente, situaciones prejuiciadas de marginalidad; muchos tienen una descendencia con educación institucional sumamente precaria, y están segregados de participaciones cívicas o políticas; tal desfavorecimiento imposibilita en general el logro de cualquier tipo de afiliación o inclusión, en la mayoría de las sociedades, mientras que las coyunturas críticas persistentes -que operan en la “economía-mundo”- potenciaron tal involución[iv].

El eje mercantil en cuanto ordenador del funcionamiento sociopolítico, en detrimento del papel estatal en su responsabilidad de integración colectiva, intermediando en las contradicciones y pujas de sectores con intereses económicos opuestos, reconvirtió en lo sustancial el proceder institucional de las “democracias”. Aquel sesgo mercantilista provocó también, de modo acorde, una distorsión profunda en la interpretación acerca del “ser ciudadano/a”, asimilando en la práctica esta posición a la libertad de acceso particular a los diferentes mercados, y en términos de capacidad potencial de consumo, bajo la denegación de su contenido sustantivo, esto es el reconocimiento de hecho de variados derechos, no solo en los campos civil y político, sino en el socioeconómico-laboral.

El proceso indicado dio pábulo, más allá de la condición específica agravada que padecen ciertas colectividades de extranjeros, al surgimiento y expansión de renovadas manifestaciones de conflictividad y marginación sociales; también coadyuvó a la emergencia de nuevos actores que eventualmente oponen algún tipo de resistencia, pugnando por la efectivización y extensión de los derechos conculcados. En referencia a la dimensión de femineidad, las políticas económicas, los movimientos sociales con graduaciones en cuanto a su eficacia y su visibilidad, la (re)construcción de identidades, junto a los perfiles subjetivos, se hallan indisolublemente ligados. Al respecto, las vivencias ambivalentes y heterogéneas, propias de los efectos “colaterales” de la globalización, provocan desvirtuaciones complementarias con relación a la entidad de género, y en simultáneo trastocan otros valores, hecho que engendra nuevas dinámicas de exclusión e inclusión de las mujeres[v].

En alusión a la “reducción a la servidumbre”, extemporáneamente denominada trabajo esclavo, de los inmigrantes internacionales, entre ellos -en forma destacada- el género femenino, cabría cuestionarse si dichas relaciones socioproductivas actuales conforman un resabio del pasado histórico, es decir procedimiento residual y marginal del sistema capitalista de nuestros días o, en cambio, representan un elemento constitutivo intrínseco al mismo. Por otro lado, las factorías maquiladoras usufructúan los beneficios empresariales comparativos de los distintos países, consistentes en los grados de disponibilidad de “mano de obra barata”, aportada sobre todo por mujeres[vi].

Diversas perspectivas histórico-antropológicas y sociogeográficas estimaron que el accionar de las poblaciones emigradas resulta fuertemente incidido por las culturas de sus antepasados, el funcionamiento de las familias y el factor societal en los contextos originarios. Los espacios doméstico y comunitario devienen elementos cruciales en la redificación de las dinámicas migratorias, mientras que las vinculaciones parentales -comúnmente- dotan de capitales financiero y cultural, posibilitadores y facilitadores de esos traslados humanos. En este aspecto, puede acordarse que “los movimientos migratorios, una vez iniciados, se convierten en procesos sociales autosostenidos[vii].

El status de “ciudadanía plena” concierne al cumplimiento de hecho de los derechos civiles, políticos y sociolaborales de particulares y/o colectivos, siendo los organismos estatales los entes responsables, en última instancia, de la concreción de esas atribuciones legales, aseguradas -formalmente- al conjunto de habitantes de gran parte de las naciones del mundo actual. En las migraciones transnacionales tienden a proliferar los traslados masivos voluntarios y el tráfico de personas; este último, además de constituir eventualmente una acción criminal desde el ángulo jurídico, representa una dinámica de movilidad poblacional que afecta esencialmente a segmentos sociales con acceso más precario a recursos económicos, los cuales procuran lograr mejores condiciones de vida, al menos tornándolas integralmente menos vulnerables que en sus lugares de origen.

Las migraciones laboralmente “obligadas”, por falta de oportunidades económicas en el medio originario, generan un círculo vicioso debido a la marginación de la condición de ciudadanos/as, con plenitud de derechos, entre ellos los sociales, de numerosos sectores de desplazados. Ciertos refugiados políticos, y algunas fracciones de emigrados ocupacionales, obtienen la legitimidad jurídica de su asentamiento habitacional, ejerciendo al menos atribuciones legales elementales. No obstante, una proporción notable de aquellas personas, excluida del goce de derechos políticos o de condiciones dignas de vida en su nación de procedencia, viven en la sociedad de arribo de manera similar, y muchas veces agravada.

Una instancia inflexiva respecto de la noción ampliada de “ciudadanía”, en el mundo occidental, se manifestó durante la coyuntura económica crítica de la década de los treinta del siglo XX, en el periodo de entreguerras y, ulteriormente, en la emergencia del capitalismo regulado o Estado benefactor. La concepción quizás más representativa en tal sentido resultó el abordaje expuesto por Thomas Marshall, quien alrededor de mediados de la centuria pasada entendía la esencia del atributo ciudadano en tanto evolución de derechos, a través de cuya extensión en primer lugar se obtuvieron los civiles, después los políticos y en la fase de posguerra, finalmente, los sociales. Según tal enfoque, la condición ciudadana es adjudicada a quienes conforman, en cuanto integrantes “plenos”, una entidad comunitaria determinada; ese conjunto de personas se hallarían en situación igualitaria en términos de deberes y derechos concernientes a aquella condición[viii].

El antedicho modelo de ciudadanía adquirió peso, dentro de un conjunto de países y al menos nominalmente, sobre todo en el transcurso de la segunda mitad de la centuria próxima pasada. Esa vigencia queda reflejada en la apreciación acerca de que -según las concepciones prevalecientes entonces- dicho estado equivale al funcionamiento combinado de una serie de dimensiones esenciales, tales como: “status legal” asignado al goce de derechos y deberes ciudadanos; “identidad política”, o sentido de inclusión del mismo orden a cierta sociedad, en forma característica -aunque no necesaria- a un Estado-nación, esto es una institución estatal fundada en una comunidad política; y “participación”, factor emblemático de la ciudadanía plena, que atañe a la implicación activa y al involucramiento directo en el devenir comunitario[ix].

La interpretación precitada acerca de la esencia ciudadana, vigente de jure en un segmento importante de naciones durante varias décadas, eclosionó hacia fines del siglo pasado, habiendo sido puesta en tela de juicio a través del surgimiento de “paradigmas” alternativos diversos, en cuanto a esa categoría legal y conceptual. El alcance cualitativo sustancial de la democracia actual, trascendiendo la hipotética equidad incluida en las Constituciones formales de ese sistema político, radica en los comportamientos y adecuaciones concretos de sujetos y colectivos, de la totalidad de habitantes de una nación determinada -indiferenciadamente- en la convivencia real cotidiana[x]. Verbigracia, destacan el sentido de identidad solidaria, junto a la conciencia de los mecanismos neutralizadores de posibles conflictos, dadas las variadas pertenencias colectivas, en aras de coexistir, de modo relativamente armónico, con personas y comunidades heterogéneas, predisposiciones a inmiscuirse en las esferas políticas a fin de procurar el bienestar generalizado y hacer sustentable la gobernabilidad, etcétera[xi]. En este aspecto, resulta evidente que los procederes fácticos de los ciudadanos demuestran tener un peso equiparable a la normatividad explícita y taxativa establecidas formalmente en los regímenes constitucionales[xii].

Las migraciones internacionales masivas, comúnmente, responden a circunstancias marcadas por necesidades socioeconómicas insatisfechas, escasez y/o vulnerabilidad de puestos laborales disponibles, junto a distintos grados de deficiencias político-institucionales. Esas causales suelen forzar a grandes segmentos poblacionales a emigrar de su país, con un horizonte idealizado consistente en el alcance de mejores condiciones ocupacionales, y de vida en general. En los casos mencionados los traslados humanos obedecen a situaciones de derechos ciudadanos depreciados o negados, situación que conforma un germen de vulnerabilidad e inestabilidad sociales, en las naciones de origen como, así también, acontecerá eventualmente en aquellas hacia donde se dirigen los movimientos demográficos[xiii].

Los ítems fundamentales donde son conculcados los derechos de los inmigrantes impactan de diversas formas en el ámbito familiar; aunque “los más vulnerables resultan ser los menores, es evidente que afecta a las personas de la tercera edad, que en muchos casos quedan al cuidado” de aquéllos. También influyen negativamente la dificultosa integración al mercado de trabajo, determinada por una serie de prejuicios discriminatorios xenofóbicos, la especulación financiera de diverso tipo a la que son sometidos los migrantes y sus familias para acceder a la migración; la circulación y paso en puntos fronterizos, sobre todo de menores; y la regularización de los migrantes en los lugares de destino[xiv].

En cuanto a la internacionalización de las migraciones, y el surgimiento y evolución consecuentes de localizaciones globalizadas, en el “sistema orbital” se asiste a una continuidad relativa de los flujos poblacionales y de los envíos de remesas monetarias (desde los países de destino), y a la vez a un posicionamiento creciente del discurso migratorio en las instituciones públicas. Ello obedece a que, en el presente, “el número de migrantes internacionales asciende a casi 200 millones de personas”, mientras que la mayor parte de las naciones está involucrada en el fenómeno, en términos de espacios de salida, tránsito, o asentamiento de los colectivos de desplazados. En referencia a América Latina, durante la primera década del presente siglo y estimativamente, la movilidad transnacional de seres humanos elevó la magnitud de los contingentes emigrados a una cifra cercana a los 25 millones de individuos[xv].

La “mercantilización” de seres humanos remite a variadas experiencias degradantes vividas por sujetos y familias que deciden emigrar, lo cual ocurre tanto en los países de origen como en aquellos otros de radicación. Por otro lado, en forma solapada al conjunto de factores señalados, opera de manera trascendente la segregación, ligada a actitudes racistas, en el escenario internacional. Asimismo, las divisiones debidas a posiciones clasistas acentúan notablemente la exclusión de los grupos sociales emigrados, al potenciar el tratamiento denigratorio hacia ellos, por parte de amplios sectores de los residentes autoconsiderados “nativos o locales”. Este fenómeno deriva en una superexplotación ocupacional extrema, aggiornada a la era de la “nueva economía de la sociedad informatizada”, iniciada en las últimas décadas del siglo pasado.

A pesar de que dichas movilidades demográficas apuntan fundamentalmente hacia los EE.UU. y varios países europeos, suelen además generarse de manera intrarregional, por motivos ocupacionales, resultando los destinos más frecuentes, en lo sustancial, la Argentina, Brasil, Costa Rica y Venezuela, y en su mayor parte se trata de migraciones transfronterizas. Dentro del contexto indicado, las previsiones estimadas por investigaciones acerca de la problemática consideran de elevada probabilidad la persistencia del aumento, en décadas próximas futuras, de los procesos migratorios entre naciones. Asimismo, los envíos de remesas financieras repercuten extendidamente, con variadas connotaciones y modalidades, sobre las bases sociales y comunitarias estructurales de los segmentos poblacionales migrantes, al afectar las situaciones familiares -tanto de quienes viajaron como de aquellas personas que permanecieron en el lugar nativo-, el acceso a la educación de los menores, etcétera.

Esos giros monetarios inciden, en algunos casos de modo crucial, en aspectos de la macroeconomía de las naciones de salida de la emigración. Este factor representa un elemento de relevancia creciente, dada la magnitud alcanzada por la transferencia de recursos financieros desde los países de acogida de migrantes, hacia los expulsores de los mismos. Dichas remesas conforman una contribución de envergadura destinada a los segundos, ya que aportan fondos frescos, los cuales son invertidos en distintos “nichos” de los mercados nacionales de las regiones de partida. Los mencionados flujos de capital superan, en diferentes países, los importes correspondientes a las aportaciones asistenciales oficiales, cuyo fin consistiría en promover el desarrollo económico-tecnológico local.

El envío de remesas monetarias de los/as emigrantes hacia familiares, que continúan viviendo en la sociedad ancestral, incide notablemente en el funcionamiento de los lazos parentales: esos giros de dinero propician variantes intrahogareñas, ya que los distintos miembros del grupo doméstico tienden a realizar quehaceres emergentes coyunturales; ello conlleva cambios en los significados y dimensiones de la identidad de género, promoviendo la asunción de tareas nuevas llevadas a cabo por mujeres y varones respectivamente, lo cual trastoca los compromisos en cada familia, junto a las responsabilidades sociales femeninas.

La potenciación inédita de las transferencias financieras, el transporte de mercancías y la vehiculización de informaciones, sumados a la mudanza de seres humanos, respondería a la dinámica aportada por la globalización, proceso acelerado a fines del siglo pasado. En la actualidad, las connotaciones múltiples de los movimientos migratorios constituyen un problema candente, observado con detenimiento por parte de instituciones oficiales, organizaciones no gubernamentales y entes académicos.

Desde cerca de la mitad del siglo XX los desplazamientos “en masa”, grupales e individuales, fueron multiplicados al interior de América Latina, sobre la base de motivaciones socioeconómicas o político-ideológicas, configurando un proceso que modifica la esfera propia de las unidades domésticas emigrantes, en su conjunto o cuando solamente algún/os miembros/os de ellas lo hacen. En ese sentido, mutaron respecto de múltiples variables la estructura y los roles dentro de dichas familias, incluso en el caso de los integrantes de las mismas que eventualmente continúan en la propia tierra; ello provocaría reconversiones -en situaciones extremas, la disolución de las unidades domésticas-, las cuales incluyen el intercambio de determinadas funciones convencionales de género, que suele comprender la emergencia de papeles femeninos protagónicos[xvi].

Las permanentes migraciones contemporáneas determinan la necesidad de entenderlas y mensurarlas ya que, fácticamente, transforman pertenencias, solidaridades, recorridos redificados, y desenvolvimientos de ámbitos del empleo en espacios transnacionales, diferenciados por región, internos en diversos países y provincias, o localidades de los mismos. La heterogeneidad de las modalidades adoptadas por este fenómeno en los últimos tiempos es visibilizada además a través de las estrategias de tránsito humano y contactos consiguientes entre distintos continentes y naciones. Al respecto,

"[…] la circulación de los migrantes se acompaña de otras formas de articulación de los lugares, en una suerte de ‘multipolaridad´ donde la transferencia de bienes, dinero, ideas o prácticas son nexos de intercambio y de interacción social y económica entre los grupos que se encuentran a ambos lados del proceso. Estas dinámicas, así como los contextos e infraestructuras que se desarrollan, contribuyen a la estructuración progresiva de los espacios migratorios transnacionales, donde las prácticas individuales, lejos de ser marginales, se agregan para dar lugar a verdaderas fuerzas de transformación de las sociedades y de los territorios…”[xvii]

Las sociedades de destino son proclives -con frecuencia- a obstaculizar, restringir, o anular los supuestos y eventuales “progresos” de los inmigrantes, mientras que al mismo tiempo, de hecho, legitiman la situación irregular de quienes carecen de documentación legal de residencia: en el marco de comportamientos xenófobos y segregadores de su entorno, la mano de obra extranjera suele ser utilizada, por lo tanto, mediante la explotación laboral abusiva y discrecional por parte de sus empleadores[xviii].

Asimismo, las mudanzas migratorias de carácter irregular, frecuentes y en incremento continuo, el accionar progresivo de organizaciones ilegales de variadas magnitudes, dedicadas a la trata de personas -con fines de reducción a la servidumbre laboral o sexual-, la proliferación de eventos diversos más o menos agresivos, fogoneados por actitudes racistas, y la integración endeble -o directamente inexistente- de un gran número de migrantes en las sociedades, hipotéticamente receptoras, expresan las experiencias desfavorables de esos traslados, dejando al descubierto las políticas inmigratorias ineficaces de cara a afrontar la problemática.

Es preciso advertir los efectos negativos del aislamiento comunitario de los colectivos de “migrantes ocupacionales”, alejados físicamente de su hábitat originario, sobre el déficit del capital humano implicado, a partir de su corriente marginación de los sectores formales del mercado de trabajo, en los países de radicación[xix]. Numerosas indagaciones empíricas corroboran que esos grupos resultan especialmente proclives a la pauperización, debido -en lo esencial- a su vulnerabilidad laboral, hecho que conlleva una especie de circularidad viciosa, pues la caída en la exclusión y en el pauperismo, cuyo grado extremo es la indigencia, deriva por lo general en un conjunto de impedimentos insalvables en aras de alcanzar un empleo, fundamentalmente en condiciones “decentes”.

Las trabas indicadas consisten en el aislamiento comunitario, la inaccesibilidad a las redes sociales, entre ellas la informática, y/o discapacidades de diversa índole, y carencia de antecedentes en los puestos de trabajo demandados, así como también de recomendaciones referenciales. Otros gravísimos inconvenientes aluden a la falta de viviendas, de “acceso a ayuda a precio razonable para compartir las responsabilidades del hogar”, la dependencia del asistencialismo clientelar anclado en la beneficencia, las adicciones, el ingreso en el mundo delictivo, y patologías en general, estados que exponen a situaciones en que son víctimas de los prejuicios de los empleadores[xx].

El derecho a la reunificación de los miembros de los nucleamientos domésticos constituye un elemento esencial dentro de los procesos sociointegrativos de los migrantes, en las naciones extranjeras de nueva residencia. Al respecto, puede bosquejarse de manera esquemática la siguiente serie, con relación a tipos de desplazamientos migratorios familiares: reencuentro, “fundación” o migración por matrimonio), movilidad del grupo primario en su totalidad, o mediante el auspicio de un integrante del mismo[xxi].

Entre las décadas de los años sesenta y la subsiguiente del siglo pasado fueron revertidos los flujos poblacionales predominantes hasta entonces, orientados desde países centrales hacia los periféricos, mientras que en esa instancia adoptaron la trayectoria inversa. El factor más crudo y visible, asociado a esa conversión, obedece a la gran expansión del desempleo estructural en numerosas economías “subdesarrolladas”. También surgió por aquella época un proceso paulatino, que llega prácticamente a nuestros días, de proporción retraída de obreros fabriles, ampliándose diferentes formas de subproletarización con inserciones ocupacionales precarizadas, mientras crece la demanda de empleo en los rubros correspondientes al sector terciario del aparato económico-productivo en general.

Además, se integra fuerza de trabajo femenina en distintas ramas, en desmedro de ciertos segmentos etarios de ambos géneros, compuestos por determinadas franjas de la juventud y la adultez. El conjunto yuxtapuesto de los elementos señalados, que en la actualidad afecta a naciones con diversos grados de “evolución material”, constituye el vector causal de la creciente heterogeneización, fragmentariedad y complejización de las poblaciones económicamente activas[xxii].

Las crisis financieras, productivas e institucionales, los eventos bélicos y las catástrofes naturales retroalimentan a los desplazamientos humanos mundiales; un flujo progresivo de familias y sujetos continúan trasladándose en el interior de sus propios países e internacionalmente, generando corrientes migratorias recurrentes. Tales colectivos equivalen hoy en día a cerca del 3% de la población planetaria, cuando cerca de cuatro décadas atrás representaban alrededor de un punto porcentual menos, y esos contingentes simbólicamente conformarían el “quinto Estado” del orbe en densidad demográfica, pues superan con creces los doscientos millones de personas.

En escenarios transnacionales e intercontinentales donde fluyen cada vez más capitales, productos comerciales y comunicaciones de variada índole, dichos/as nómades contemporáneos/as devinieron inéditamente visibles, y configuran una preocupación esencial, sobre todo en las sociedades económicamente más avanzadas, teniendo en cuenta la “avalancha de inmigración ilegal” de los emigrados sin papeles en el país de destino, sumidos en la semiclandestinidad, siendo objetos prioritarios de la sobreexplotación laboral.

Las migraciones, incluyendo (y primordialmente) aquellas de carácter irregular, devienen funcionales -en términos generales- al incremento de la “productividad” del país de radicación, al proporcionar fácil cobertura ocupacional en algunas categorías de trabajos sobre-ofertados, con costes salariales cuasi insignificantes. Ello se debe a la disponibilidad -por parte del capital- de un “ejército de reserva” masivo y dócil, con una gran presencia en el mismo de extranjeros, a partir de su habitual informalidad por ilegalidad en la residencia. En tanto efecto de crisis internacionales cíclicas, grandes masas de la humanidad fueron coercionadas, económicamente, a abandonar sus espacios nativos e instalarse en ocasiones en otras zonas de su propia nación, y muchas veces emigrar al exterior, ante la imposibilidad del logro de un sustento material básico en sus lugares originarios[xxiii].

Corresponde destacar la relevancia de las variables socioculturales, y del orden representativo simbólico, que inciden en el imaginario colectivo, junto a los variados aspectos identitarios; aquéllas operan como indicadores de la redificación de las migraciones per se, y de su planificación previa, delineadoras de un “núcleo duro” de las mismas, y coadyuvando a entender el fenómeno migratorio en su integridad. La emergencia de cuestiones novedosas en escenarios mutables, impactados por la mundialización económica y cultural, las tendencias progresivas hacia integraciones regionales, la aplicación de nuevas tecnologías, “la dispersión creciente de la división del trabajo, en fin, aquello que se denomina espacios transnacionales son los insumos que deben alimentar futuros debates”[xxiv].

En el campo ocupacional, durante las últimas décadas, ocurrieron cambios polifacéticos, entre ellos la expansión de actividades desproletarizadas, concomitante al declive de incorporaciones típicamente “fordistas” a los mercados de trabajo. Esta transformación aconteció al interior del capitalismo tecnológicamente avanzado y en regiones periféricas en vías de desarrollo, merced a dinámicas industrializadoras heterodoxas, con relación a la “economía-mundo” vigente hasta alrededor de la década próxima pasada de los años sesenta, caracterizadas por rasgos, alcances y dimensiones. Los operarios convencionales tendieron a reducirse, pese a un asalariamiento creciente, como consecuencia del gran aumento proporcional de empleados en el sector terciario, reflejado en la prestación de servicios en distintas ramas económicas.

Devino entonces una diversificación de la población activa ocupada, con una significativa integración de mujeres al ámbito laboral, en un marco ampliado de la figura del/la “subproletario/a”, que remite a mayor cantidad de empleos a part-time, trabajos esporádicos, subcontrataciones, tercerización de actividades, etcétera. Esta serie de causales redunda en la multiplicación de la mano de obra precaria y/o informal, acompañada de desplazamientos migratorios de la misma -muchas veces con el grupo familiar-, procurando una mejora de sus estándares socioeconómicos de vida.

El desmembramiento de los sistemas productivos, especialmente en países con escaso desarrollo económico-tecnológico relativo, por la aplicación de políticas neoliberales desde aproximadamente el último cuarto del siglo pasado, profundizó la fragmentación preexistente en muchas sociedades, que cayeron en una creciente y extendida pobreza. La emigración internacional, entonces, representó una opción coaccionada, con el fin de la subsistencia material, para una masa importante de la población planetaria; grandes contingentes de personas debieron acudir al extranjero, hacia naciones que supuestamente les ofrecerían una salida frente a la endeblez sociolaboral de sus entornos respectivos.

Las emigraciones transnacionales, en su gran mayoría, responden a inequidades económicas y/o deterioros político-institucionales profundos en las sociedades de partida: la prosecución de empleos relativamente “decentes”, como por otro lado los exilios forzados o deportaciones -en el marco de coyunturas dictatoriales y/o de guerra civil-, expresan los desequilibrios de variado tipo entre determinadas regiones, al existir algunas supuestamente más favorables en términos de condiciones integrales de vida. La meta ocupacional configura una motivación esencial en los traslados de familias e individuos, lo cual explica en gran medida la conectividad entre diferentes escenarios del planeta y el funcionamiento productivo-laboral concreto y real, no camuflado, del llamado “mundo global”.

Los países de arribo ofrecerían, idealmente, precondiciones adecuadas en aras de la inclusión de mano de obra migrante en nichos de trabajo relativamente atrasados desde el punto de vista tecnológico, es decir demandantes de bajas calificaciones, con remuneraciones muy inferiores comparativamente, en contraste con otras ramas de la economía. Junto a las modalidades convencionales de segmentación de la población activa, operan por ende distinciones adicionales, verbigracia nativos/extranjeros, y entre diversos rangos dentro de los “foráneos”, fundadas en evaluaciones prejuiciosas y/o en la probable ilegalidad jurídica de las radicaciones particulares[xxv].

Hoy en día se han tornado evidentes las condiciones de vida, extremadamente frágiles, de un enorme número de emigrados/as, muchos de los cuales fueron enviados desde su comunidad natal a través de compromisos fraudulentos, asumidos a través de intermediarios inescrupulosos, especuladores y oportunistas. Aquellas personas abandonan su lugar original de residencia, como alternativa frente a la miseria económica y la falta de expectativas sociolaborales viables en su propia tierra, con el propósito de emplearse en puestos adecuados de trabajo, que a la postre resultan por lo general informales y/o clandestinos, dentro de los nuevos espacios de llegada.

En lo que refiere a la conculcación de derechos de  algunos colectivos de “extranjero”, el desarrollo migratorio adoptó un dinamismo inédito y connotaciones polifacéticas[xxvi], al manifestar una bipolaridad notable de “riesgos y oportunidades”: en ocasiones procura empleos dignos, abriendo entonces una posibilidad de movilidad económico-social ascendente. No obstante, también implica con asiduidad pérdidas de capital humano y social para los países; igualmente, numerosos planes personales y familiares pueden concretarse mediante algunos progresos, aunque

[…] la vulneración de los derechos humanos de otros (sea a lo largo de sus travesías, durante su inserción en las sociedades de destino o por efecto del proceso de repatriación) asume rasgos dramáticos, en especial cuando los afectados son mujeres, niños y, en general, personas indocumentadas y víctimas de trata. No puede dejar de mencionarse que, en no pocos casos, los migrantes ya han enfrentado la vulneración de sus derechos en sus países de origen, situación que se convierte en un factor impulsor de la migración internacional…”[xxvii]

La ideología occidental capitalista elaboró, históricamente, un imaginario simbólico apologético de los parámetros vinculados al “desarrollo tecnológico-productivo”, emblema paradigmático de la racionalidad moderna, los cuales propiciarían una especie de evaluación escalonada de grupos y personas portadores de aptitudes inherentes a las respectivas nacionalidades y/o razas. Las actitudes xenófobas, con distintas graduaciones, son proclives a su exacerbación acentuada en periodos económicos críticos, hecho evidenciado en épocas recientes, al expandirse la supuesta asociación de la presencia de inmigrantes de países subdesarrollados, con el riesgo hipotético prejuiciado de ocupación de puestos de trabajo por parte de ellos, junto a la amenaza a la seguridad y la insalubridad públicas. Ese axioma valorativo, divulgado incluso por algunos gobiernos, y numerosos medios de comunicación masiva, acendra los comportamientos discriminadores, que marginan o excluyen a colectivos integrados por “foráneos diferentes” y, por ende, subestimados, aunque explotados laboralmente por muchos sectores locales[xxviii]


[i] Barrancos, Dora, et. al.: Proyecto UBACyT/2008-2011

[ii] Organización Internacional para las Migraciones (2010): “Informe sobre las migraciones en el mundo. El futuro de la migración: creación de capacidades para el cambio”; Ginebra, OIM. El organismo también destaca que la escalada migratoria puede superar a la brevedad sus magnitudes precedentes, porque las causales fundamentales del impulso de aquélla permanecen, y además también debido a los rasgos de las estructuras económicas emergentes a nivel intercontinental. Uno de esos factores es el incremento precipitado de la fuerza de trabajo en las sociedades con menor grado de desarrollo tecnológico-productivo, frente al “envejecimiento” relativo operado en las naciones centrales. En este sentido, se evalúa que la PEA correspondiente a las primeras continuará equivaliendo a cerca de 600 de personas millones hasta 2050, mientras es avizorado un aumento de la fuerza laboral de los países menos adelantados, que pasará de 2.400 millones en 2005 a 3.000 millones en 2020 y 3.600 millones de seres humanos en 2040.

[iii] Organización de Naciones Unidas (ONU) -2010-: Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas. EE.UU. sigue siendo la nación con el número más alto de inmigrantes, y seis de los principales países con las mayores poblaciones en esa condición son europeos (Francia, Alemania, Rusia, España, Ucrania y Reino Unido).

[iv] Organización Internacional para las Migraciones, ob. cit.

[v] Vargas, Virginia (2009): Prólogo del texto “Género y globalización”, Girón, Alicia -coord.-; Bs. As., Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales [CLACSO]. La autora sostiene que la globalización aparece, en sus ambivalencias, como terreno de disputa por contenidos, alcances y orientaciones. Es allí donde se asientan las nuevas exigencias y retos, que obligan a revisar categorías, deconstruir verdades previas, repensar y construir alternativas.

[vi] Lieutier, Ariel (2010): “Esclavos. Los trabajadores costureros de la Ciudad de Buenos Aires”; Buenos Aires, Retórica Ediciones (págs. 69-77).

[vii] Castles, Stephen, y Miller, Mark (2004): “La era de la migración. Movimientos internacionales de población en el mundo moderno; México, Universidad Autónoma de Zacatecas, Secretaría de Gobernación, Instituto Nacional de Migración, Fundación Colosio.

[viii] Marshall, T. H. y Bottomore, T. (2005): “Ciudadanía y clase social”; Buenos Aires, Losada.

[ix] Pedró, Francesc (2003): “¿Dónde están las llaves? Investigación politológica y cambio pedagógico en la educación cívica”; Madrid, Benedicto, J. y Morán. M. -coords.-, Aprendiendo a ser ciudadanos. Experiencias sociales y construcción de la ciudadanía entre los jóvenes, Instituto de la Juventud.

[x] Rawls, John (1971): “A Theory of Justice”; Londres, Oxford University Press. Rawls, J. (1993): “Political Liberalism”; Nueva York, Columbia University Press.

[xi] Kymlicka, Will, y Norman, Wayne (2002): “El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía”; Lima, Instituto de Estudios Peruanos.

[xii] Habermas, Jürgen (1992): “Citizenship and National Identity: Some Reflection on the Future of Europe”; Praxis International, N° 12.

[xiii] Largo, Eliana -ed.- (2010): “Mujeres migrantes andinas. Contexto, políticas y gestión migratoria”; Santiago de Chile, U. E., Organización Abriendo Mundos, Oxfam – Gran Bretaña.

[xiv] Hinojosa Gordonava, Alfonso R. (2009): “Buscando la vida. Familias bolivianas transnacionales en España”; La Paz, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales -CLACSO- [Prólogo: Ramírez Gallegos, Jacques].

[xv] Hinojosa Gordonava, A., ob. cit.

[xvi] Landry, Véronique (2011): “Migración y Cambios Sociales en Guatemala. Familia transnacional y mujer”; Santiago de Chile, Universidad de Chile, Revista Sociedad&Equidad Nº 1.

[xvii] Hinojosa Gordonava, A., ob. cit. El autor afirma la importancia de que el abordaje reflexivo de los procesos sociomigratorios comprenda el conjunto de sus fases, las cuales abarcan los marcos de salida, tránsito y destino. Además, es preciso enfocar a quienes emigran y a las personas que no hacen, permaneciendo en el “sitio original” y a aquellos/as que recepcionan a los migrantes en la sociedad de acogida. Un factor relevante complementario consiste en la necesidad de vincular el estudio de la migración interna (campo-ciudad o urbana-urbana) con la internacional: en el primer caso, resulta crucial el estudio de la dinámica “urbanizadora” del país respectivo “la presencia de lo rural en el espacio urbano, no solo en términos concretos sino también ideológicos”.

[xviii] Girón, Alicia -coord.- (2009): “Género y globalización”; Buenos Aires, CLACSO.

[xix] Organización Internacional para las Migraciones, ob. cit. “Los datos sobre la migración irregular son inevitablemente difíciles de reunir, y no se ha realizado una actualización global de las estimaciones desde un estudio de 2002, que calculaba que entre el 10 y el 15% de la población de migrantes de los países de la OCDE” se hallaba en esa situación. Indicadores más recientes señalan que cerca de un tercio del total de la población emigrada procedente de sociedades países en desarrollo experimentaba tal condición.

[xx] Organización Internacional para las Migraciones, ob. cit.

[xxi] Organización Internacional para las Migraciones, ob. cit. El organismo agrega que “actualmente, hay muchas incompatibilidades. Los programas de migración laboral temporal deniegan el derecho a la reunión de la familia, mientras que los programas de inmigración basada en el empleo, que se orientan a los trabajadores con mayor grado de especialización, tienden a permitir la reunión de la familia, aunque las condiciones varían”.

[xxii] Antunes, Ricardo (1999): “¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre la metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo”; Buenos Aires, Editorial Antídoto.

[xxiii] Organización Internacional para las Migraciones, ob. cit. Recientemente, “el mundo se ha visto afectado por la peor recesión mundial desde el decenio de 1930. El PIB mundial sufrió una contracción del 2,2% en 2009. La crisis financiera internacional que se inició en los Estados Unidos de América en 2008, se transformó rápidamente en una crisis mundial en el segundo semestre de 2008 y en 2009, y ha tenido considerables repercusiones en la migración internacional. En el primer trimestre de 2010, la economía mundial estaba empezando a recuperarse. Aunque los economistas aún están debatiendo sobre la forma que tendrá la recuperación económica, cabe esperar que en 2010 y 2011 ese proceso se caracterice por un desempleo constante, especialmente en los países desarrollados más afectados por la crisis, ya que el crecimiento económico no se traducirá automáticamente en nuevos puestos de trabajo”, según el Banco Mundial.

[xxiv] Hinojosa Gordonava, A., ob. cit.

[xxv] Girón, A., ob. cit.

[xxvi] Centro Latinoamericano de Demografía [CELADE], 2006.

[xxvii] Hinojosa Gordonava, A., ob. cit.

[xxviii] Benencia, Roberto, y Karasik, Graciela (1995): “Inmigración limítrofe: los bolivianos en Buenos Aires”; Buenos Aires, CEAL, Biblioteca Política Argentina. 

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